LAS FALSAS ENFERMEDADES DE LA CURIA
El
Usurpador de la Silla de Pedro, Bergoglio, cuyo nombre de batalla es
Francisco, y cuya mente es la de un demente, dio un discurso el 22 de
diciembre del 2014, en la que puso de manifiesto su herejía, que es
múltiple.
«…siendo
la Curia un cuerpo dinámico, no puede vivir sin alimentarse y
cuidarse…sin tener una relación vital, personal, auténtica y sólida con
Cristo».
Primero, hay que recordar a Bergoglio una máxima en filosofía:
Las
sociedades y las personas morales no son sujetos de la moralidad,
porque carecen de libertad y de la advertencia del entendimiento.
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Sólo la persona física es el sujeto de moralidad.
Por
lo tanto, la Curia no es un cuerpo moral y, en consecuencia, no tiene
que alimentarse ni cuidarse, no tiene que tener una relación vital,
personal, auténtica y sólida con Cristo.
Bergoglio tergiversa este pasaje de la Sagrada Escritura:
«Como
el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vida, así
tampoco vosotros, si no permanecéis en Mí. Yo soy la Vid, vosotros los
sarmientos» (Jn 15, 4-5).
Cada
miembro de la Iglesia es una persona física. Y, por tanto, cada miembro
tiene que unirse, permanecer en Cristo. Cada miembro, no el conjunto de
los miembros. No la Iglesia. No el Cuerpo Místico. No la Curia.
Porque
la Iglesia es Cristo, es Su Cuerpo. La Iglesia es Cristo con sus almas,
que están unidas a Él, a la Cabeza. Y la Cabeza y el Cuerpo de Cristo
forman una unidad. Unidad moral: porque la Cabeza es una persona física.
Cada alma se une místicamente a Cristo, a la Cabeza, para formar Su
Cuerpo. Pero el Cuerpo de Cristo es de Cristo, no del alma; no del
conjunto de almas; no de la Curia.
El
Cuerpo de Cristo sigue siendo Cristo. Las almas son los sarmientos en
ese Cuerpo: son los frutos de la obra de Cristo. Una obra redentora,
hecha con el entendimiento y la voluntad de Cristo.
Cada
alma se une a esa obra redentora de Cristo para ser de Cristo. Se une a
Su Cuerpo; no a Su Cabeza. Es el Misterio de la Iglesia.
Bergoglio
no puede entender lo que es la Iglesia porque no cree en la Divinidad
de Cristo. Jesús, al ser Dios, puede hacer una Iglesia con Su Cuerpo. Y
en Su Cuerpo unir a las almas. Esa unión es espiritual y mística. Nunca
humana, ni natural, ni carnal, ni material. Por eso, «Mi Reino no es de
este mundo». La Iglesia es un organismo místico y espiritual, que se ve
en la realidad de los hombres, pero que no es esa realidad. Es visible,
porque existen almas unidas a Cristo, de una manera mística, que forman
Su Cuerpo, Su Iglesia.
Si
hay pecados en el Cuerpo de Cristo, en la Curia, en una comunidad, hay
que buscarlos en cada alma, no en la Curia, no en la Iglesia en su
conjunto. Porque la Iglesia es Santa, ya que el Cuerpo de Cristo es
Glorioso, Santo, Divino. Pero las almas, que están unidas a Cristo, a Su
Cuerpo, no son santas, no están gloriosas, sino que son pecadoras,
siguen en estado de via.
No
se puede hablar de los pecados de la Curia sin decir nombres concretos.
Esto es lo que no hace Bergoglio. Todo un discurso para no decir nada.
Se lo sacó de la manga para quedar bien con todo el mundo, menos con la
Curia.
Si hay un mal en la Curia, entonces se debe a dos cosas:
- Al pecado de cada miembro;
- A las leyes o normas que rigen esa curia.
Si
es lo primero, entonces hay que combatir el pecado y al pecador. Una
persona que peca hace mal a todos en su trabajo. Ese mal repercute, de
muchas maneras, en todos los miembros. Pero ese mal procede de una
persona física. No es un mal de la Curia. Y los efectos de ese mal, que
salen del pecado de esa persona física, son otros males, que pueden o
no pueden ser motivo de pecado en otros que componen esa comunidad.
Si es lo segundo, es fácil corregir esas normas para que todo funcione bien.
Si
no se ataca el pecado, si no se dicen nombres, entonces el discurso que
se hace es un absurdo. Es para conquistar aplausos. Es su ego. Todo
gira alrededor de Bergoglio en su falso pontificado.
Bergoglio es un insensato. Su primer berrido:
- «El mal de sentirse inmortal, inmune e incluso indispensable»: Bergoglio ataca la santidad de la Iglesia en estas palabras. Él no se dirige a una persona física. No está tratando de pecados de ciertos miembros de la Curia, que se sienten inmortales, inmunes, indispensable. Él no puede hablar de pecado porque –en su mente obtusa- no existe el pecado como ofensa a Dios.
Para
Bergoglio, como para todos los hombres, existe el bien y el mal. Pero
Bergoglio sigue el pensamiento de Mendeville, el cual estimaba que el
bien y el mal son una invención de hombres superiores, que han llegado a
convencer a los demás para considerar como bueno todo lo cuanto era
para sí mismos, y malo, todo lo que fuera un perjuicio.
Esta
curia tiene el sentimiento de sentirse inmortal: se cree superior a los
demás hombres. Y esta curia, que ha trabajado durante tanto tiempo en
convencer a los demás de hacer una serie de bienes, que sólo miran para
sí mismos, para que sigan creciendo en su inmunidad, en verse como
indispensables, entonces va mal: «una curia que no se autocrítica, que
no se actualiza, que no busca mejorarse, es un cuerpo enfermo».
Es
la persona física, cada alma, el sujeto de moralidad. No es la Curia la
que tiene que hacerse una autocrítica. Cada persona de la Curia tiene
que ver sus pecados y quitarlos para que la Curia funcione. Cada persona
de la Curia tiene que ver si hay leyes o normas que son contrarias a la
ley de Dios y quitarlas, para que la Curia funcione.
Pero
Bergoglio no está en este sentido común de las cosas. Él llama cuerpo
enfermo a la Curia porque no se actualiza. Está en su clara herejía: la
Curia, como se ha entendido con todos los Papas, es un organismo de
ayuda a todo el Papado, pero no de gobierno. Quien gobierna es el Papa y
los Obispos obedientes a Él. Los demás, trabajan para el Papa.
Pero
Bergoglio quiere meter el modernismo en la Curia, es decir,
institucionalizar la herejía: poner leyes que vaya en contra de la
santidad de la Iglesia. Y la razón: es que en la Curia hay un mal de
creerse superior a los demás: «se convierten en amos, y se sienten
superiores a todos, y no al servicio de todos».
Este
mal, para esta mente subnormal, es una patología: «Esta enfermedad se
deriva a menudo de la patología del poder, del complejo de elegidos, del
narcisismo que mira apasionadamente la propia imagen y no ve la imagen
de Dios impresa en el rostro de los otros, especialmente de los más
débiles y necesitados».
1. Bergoglio está llamando locos a toda la Curia. Y es a toda porque no dice nombres concretos.
2. Bergoglio sólo concibe el pecado como un ser filosófico: «esta enfermedad se deriva a menudo de la patología».
Si
te crees superior al otro es por dos pecados: orgullo y vanidad. Quita
estos dos pecados y todo marchará bien. Pero, no. Es una patología que
hay que ir a la farmacia para buscar unas pastillas y así acabar con la
patología del poder.
3.
Bergoglio da su herejía: el que obra así «no ve la imagen de Dios
impresa en el rostro de los otros». Es su falso misticismo con sabor a
panteísmo. Un pensamiento lleno de maldad, que le conduce a su idea
comunista:
4.
«especialmente de los más débiles y necesitados». La Curia está para
servir a los débiles, no para aprovecharse de ellos, no para sentirse
superiores a ellos. Es la lucha de clases, que siempre Bergoglio predica
en todos sus discursos. Bergoglio enfrenta la Jerarquía con los fieles.
La Jerarquía que enseña la verdad, el dogma, se está oponiendo a los
fieles, porque se creen superiores a ellos.
Este
es el pensamiento de un hombre que no sabe lo que es la norma de
moralidad. No tiene las ideas claras sobre lo que es el bien y el mal
moral.
En esta oscuridad de su mente, va a decir su estúpida concepción de la oración:
- «El mal de «martalismo» (que viene de Marta), de la excesiva laboriosidad, es decir, el de aquellos enfrascados en el trabajo, dejando de lado, inevitablemente, «la mejor parte»: el estar sentados a los pies de Jesús».
El
martalismo: una palabra que no existe, pero que Bergoglio la acuña para
desprestigiar a Santa Marta. Esta Santa no tuvo el pecado de la
excesiva laboriosidad, sino el pecado de no confiar en Dios. Son dos
pecados diferentes:
«Marta
andaba solícita en los muchos cuidados del servicio…» (Lc 10, 40).
Pero, en su solicitud, creía en Jesús. Era una trabajadora, pero con fe.
Le faltaba solo una cosa: la confianza en Dios. Todo se hace en el
tiempo de Dios, no en el de los hombres: «te turbas o inquietas por
muchas cosas; pero pocas son necesarias» (Ib).
Hay
muchas personas que no son como Marta, que ponen en su trabajo todo el
esfuerzo. Trabajan sin fe. Y, por lo tanto, sólo confían en sus
esfuerzos humanos. Es la fiebre de la actividad que muchas personas
tienen. Y que refleja su falta de fe en la Palabra de Dios, además de su
falta de confianza.
Marta,
en su actividad, tuvo tiempo de ir a la oración para pedir consejo a
Jesús en su trabajo: «acercándose, dijo: Señor, ¿no te da enfado que mi
hermana me deje sola a mí en el servicio?» (Ib). Marta paró su actividad
para la oración. Una oración de queja, pero oración auténtica al Señor.
Muchas
personas, en su febril actividad, no tienen ni siquiera la presencia de
Dios para recordar que existe Dios, que Dios las está mirando. Y no
paran su trabajo para ir a la oración. No tienen fe en Dios, que es lo
que se ve en este mundo moderno.
Bergoglio,
que no sabe lo que es Santa Marta, no sabe su espiritualidad, no conoce
su alma, todo lo confunde; y ¿qué es lo que enseña? Una blasfemia:
«Jesús
llamó a sus discípulos a «descansar un poco» (Mc 6, 31), porque
descuidar el necesario descanso conduce al estrés y la agitación. Un
tiempo de reposo, para quien ha completado su misión, es necesario,
obligado, y debe ser vivido en serio: en pasar algún tiempo con la
familia y respetar las vacaciones como un momento de recarga espiritual y
física».
¿Ven el desequilibrio mental de este hombre?
Jesús
llamó a Santa Marta a la confianza en Dios en el trabajo. Estás
abrumada por tantas cosas. Deja tu trabajo e imita a tu hermana. Si
haces esto, si pones tu confianza en Mi Palabra, el trabajo se hace
solo: «pocas son necesarias, o más bien una sola. María ha escogido la
mejor parte, que no le será arrebatada».
No
voy a quitar a María de la contemplación para darte un gusto a ti,
Marta. Eres tú, Marta, la que te debes alejar de tu trabajo, dejarlo
como está, para adentrarte en la sola cosa necesaria, que todo hombre
tiene que tener para que su trabajo sea efectivo: amar a Dios. Hay que
poner el amor de Dios por encima del amor del trabajo, por encima del
servicio a los demás. A esta plena confianza, llamó Jesús a Marta,
enseñando Jesús cuál es el camino espiritual. Qué cosa el hombre tiene
que hacer en su vida: amar a Dios. Si ama a Dios profundamente, hasta el
punto de dejar lo que hace para estar con Dios, en Su Presencia,
entonces Dios se ocupa de lo demás: «Buscad, primero, el Reino de Dios;
lo demás, por añadidura».
Bergoglio,
¿qué es lo que enseña? A descansar. Pasa un tiempo con tu familia, vete
de vacaciones, haz una vida profana, mundana, pero nada de amar a Dios.
Confundiendo, además, la oración con el descanso que todo hombre
necesita en su naturaleza humana.
Su tercer berrinche:
- “También existe el mal de la «petrificación » mental y espiritual, es decir, el de aquellos que tienen un corazón de piedra y son «duros de cerviz»”.
Aquí,
Bergoglio, sólo se centra en la herejía del humanismo: «Es peligroso
perder la sensibilidad humana necesaria para hacernos llorar con los que
lloran y alegrarnos con quienes se alegran».
Eres
un hombre duro porque no lloras con los que lloran; no te alegras con
los que se alegran…. Eso es todo en la dureza de corazón, para
Bergoglio.
Te
vuelves duro, te escondes detrás de los papeles, de la doctrina, de la
ley divina, del dogma. Y, en tu dureza, eres una máquina de legajos.
Conviertes tu vida en fabricar papales para el archivo. Montones de
papales reunidos, atados, que no sirven para nada, porque estás
petrificado en tu mente y en tu espíritu. Petrificado en el dogma, en
las leyes canónicas, en la doctrina inmutable de Cristo.
Y
para salir de esa dureza, tienes que llorar con los que lloran. No
archives montones de doctrina. No acumules el dogma. No enseñes la
verdad. Llora, ríe, canta, habla, dialoga, vive, obra, sé generoso,
entrégate a los demás, porque –para Bergoglio- «Ser cristiano, en
efecto, significa tener «los sentimientos propios de Cristo Jesús»,
sentimientos de humildad y entrega, de desprendimiento y generosidad».
Si
estás petrificado en tu mente y en tu espíritu, entonces tienes dos
grandes pecados: soberbia y orgullo. Que son el caldo de cultivo para
los demás pecados. ¿Qué hay que hacer para quitar estos dos grandes
pecados? Tener los sentimientos de Cristo. ¿Cuáles son?
«…se
anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a
los hombres; y en la condición de hombres se humilló, hecho obediente
hasta la muerte, y muerte de cruz» (Flp 2, 7-8).
Bergoglio cita a San Pablo y da su propia interpretación, tergiversando así la Palabra de Dios.
Para
quitar la soberbia y el orgullo: anonadarse, obedecer la verdad,
someterse a la Voluntad de Dios, cumplir con los mandamientos divinos. Y
entonces la petrificación de la mente y del espíritu se rompe.
Pero
Bergoglio está en su humanismo: el bien y el mal son conceptos del
hombre, no de Dios. No haces el bien de llorar con los que lloran porque
estás petrificado en tu ideas dogmáticas. Es el bien y el mal como los
concibe el hombre. Quita tus ideas petrificadas para explorar los
afectos de los demás. Es la vida de sentidos a la cual Bergoglio llama a
todos los hombres: salgan de sus ideas para dar un beso al otro, para
abrazar al abominable homosexual. No estés petrificado en tu mente. No
seas una persona orgullosa que cree estar en la posesión de toda la
verdad.
Su cuarta blasfemia:
- «El mal de la planificación excesiva y el funcionalismo»: para explicar este mal, acude a una herejía que predicó en Estambul, el 29 de noviembre del 2014:
«La
Iglesia…es investida por el viento del Espíritu que no transmite un
poder, sino que dispone para un servicio de amor, un lenguaje que todos
pueden entender».
En Pentecostés, no se da el poder del Espíritu, sino un lenguaje común a todos. Esta es la gran blasfemia, que nadie ha captado.
Para Bergoglio, no existen las personas en Dios, sino sus modalidades:
«Y
nuestra oración debe ser así, trinitaria. Tantas veces: ‘¿Pero usted
cree?’: ‘¡Sí! ¡Sí!’; ¿En qué cree?’; ‘¡En Dios!’; ‘¿Pero qué es Dios
para usted?’; ‘¡Dios, Dios!’. Pero Dios no existe: ¡no se escandalicen!
¡Dios así no existe! Existe el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: son
personas, no son una idea en el aire… ¡Este Dios spray non existe!
¡Existen las personas!» (9 de octubre del 2014).
No
existe el Dios Uno, la Esencia de Dios, el Dios como spray. Sino que
existen las personas, pero no como reales, sino como modales: existe una
forma de hablar de las personas divinas:
«Jesús
es el compañero de camino que nos da lo que le pedimos; el Padre que
nos cuida y nos ama; y el Espíritu Santo que es el don, es ese plus que
da el Padre, lo que nuestra conciencia no osa esperar» (Ib).
Esta es su herejía del sabelianismo.
Padre, Hijo y Espíritu Santo no son más que tres modos con los que se manifiesta la única persona divina, como Creador.
La única persona divina, para Bergoglio, es el Padre. Es la herejía del subordinacianismo:
«Yo
creo en Dios, no en un Dios católico, no existe un Dios católico,
existe Dios. Y creo en Jesucristo, su Encarnación. Jesús es mi maestro,
mi pastor, pero Dios, el Padre, Abba es la luz y el Creador. Este es mi Ser» (1 de octubre 2013).
Dios es el Padre; Dios no es el Hijo; Dios no es el Espíritu Santo.
De este subordinacianismo, nace su herejía del sabelianismo:
se niega la divinidad de Jesucristo para afirmar que en Dios se pueden
distinguir un Jesús, que es el amigo, que actúa como compañero del
hombre, porque es sólo una persona humana, no es Persona Divina; un
Espíritu, que actúa como don, como una voluntad impersonal, que hace la
función de unir lo que es la diferencia, lo que está disperso. Y un
Padre, que es Creador, que es amor. Ese ser creador, Bergoglio, lo va a
entender, como un Dios que está en el hombre, en la creación, dentro del
hombre: será su paneneteísmo. Todas las cosas en Dios.
La Creación, para Bergoglio, no se hace de la nada, sino de algo ya
existente. Por eso, todas las cosas creadas son sagradas, divinas,
modelos para todos los hombres.
El
Espíritu Santo no es un poder personal, porque no es Dios, es sólo un
modo de hablar para expresar el amor que deben buscar los hombres: un
lenguaje común.
Este
demente va en contra de la Iglesia, de su doctrina: «Se cae en esta
enfermedad porque «siempre es más fácil y cómodo instalarse en las
propias posiciones estáticas e inamovibles».
El
dogma, que es algo estático, inamovible, que es una verdad inmutable,
es una enfermedad para Bergoglio. Y los que están en el dogma «pretenden
regular y domesticar al Espíritu Santo».
El
Espíritu Santo, al no ser la Persona Divina que lleva al alma a la
plenitud de la Verdad, sino sólo ser una forma de hablar, de lenguaje,
una disposición para un amor, entonces los hombres no tienen que
quedarse en sus lenguajes ortodoxos, dogmáticos, que son inamovibles. Si
se quedan, están enfermos. Y están domesticando al Espíritu Santo.
El Espíritu Santo es novedad, frescura, sueño, ilusión, fantasía, alegría mundana, vida pecaminosa:
«…nosotros,
los cristianos, nos convertimos en auténticos discípulos misioneros,
capaces de interpelar las conciencias, si abandonamos un estilo
defensivo para dejarnos conducir por el Espíritu. Él es frescura,
fantasía, novedad».
¡Fíjense
la maldad!: el auténtico cristiano es capaz de interpelar las
conciencias si se deja el dogma, la verdad absoluta. Si se abandona el
estilo defensivo… ¡Fuera la apología de la fe! ¡Hay que anular todo tipo
de sana crítica filosófica y teológica! ¡No hay que defender la verdad!
¡No hay que defender la doctrina de Cristo! ¡No hay que defender a
Cristo en la Iglesia! ¡No hay que luchar por una verdad en la vida, sino
por un sentimiento, por un sueño, por una ilusión, por una fantasía por
una novedad humana!
¿Ven qué demencia?
Hay que defenderse contra los herejes, los cismáticos, los apóstatas de la fe, si se quiere seguir siendo Iglesia.
Bergoglio
quiere una Iglesia para todos, con las puertas abiertas a todo el
mundo. Pero no quiere una Iglesia para la verdad. No existe la verdad en
él. Sólo existen las fábulas que hay en su pensamiento humano.
No se puede seguir a Bergoglio en nada. En ninguna cosa.
No
hay una verdad en todos sus discursos, en todas sus homilías, en todos
sus escritos. Ninguna verdad. No hay alimento para el alma, sino para su
mente.
Bergoglio no habla para el corazón, sino para la mente del hombre.
Y
si no son despiertos en la mente, analizando cada idea, cada palabra,
van a quedar atrapados en ese lenguaje barato y confuso, que
constantemente usa ese hombre para engañar a todo el mundo.
Seguiremos analizando esta fábula de discurso, en la que se ve la demencia clara de ese hombre.