Guerras Justas
FIDELIDAD AL
2 DE ABRIL
Hemos de decir ante todo que no nos trae la humildad ni
el más mínimo afán de discutir lo indiscutible. Porque no es justo confundir la virtud de la modestia con
la cobardía, ni disfrazar de sencillez la falta de coraje, ni querer compensar
la ausencia de convicciones soberanas con gestos de mansedumbre diplomática.
Nadie está obligado a bajar la cabeza frente a los ladrones, ni es eso lo que
corresponde cuando lo que nos han robado es el patrimonio nacional. Ningún
argentino bien nacido puede pedir disculpas por el 2 de Abril, porque la
recuperación de Malvinas no tiene que perdonarse, tiene que repetirse y
repetirse para siempre.
Nosotros, como decía Martín Fierro, queremos “ser duros
con los duros, y que ninguno en un apuro, nos vea andar titubeando”. Que nadie
se burle más de los derrotados ni pasee por las oficinas del enemigo la imagen
del arrepentimiento y de la duda. Que nos vean serenos en el dolor,
aguantadores en la adversidad, más firmes que nunca en la verdad que
defendemos. Que el mundo entero nos vea soñando la Victoria y no castigando a
los que se atrevieron a combatir y a dirigir los ataques.
Por eso, hoy no traemos la humildad sino el orgullo. El
orgullo legítimo y necesario –como tiene que tenerlo todo buen compatriota‑ de
haber reconquistado un espacio criollo y de haber tenido la posibilidad de ser
protagonistas de esa hazaña.
Hace exactamente cuatro años. Las calles eran un desfile
de banderas y de divisas celestes y blancas. Los puños pedían estrellarse
contra los invasores, los voluntarios hacían largas colas. Las gargantas
proclamaban nuestros derechos, las plazas se llenaban de rabia y de entusiasmo,
la gente se desprendía de sus bienes y había en todos un objetivo compartido:
expulsar al inglés, izar nuestro estandarte, dar la sangre si fuera necesario,
pero demostrar de una vez por todas que éramos capaces de decirle basta a un
siglo y medio de despojo.
Cierto que también entonces, no faltaron los descastados
y los traidores. Los que visitaban las embajadas yanquis y ponían excusas para
jugarse enteros. Pero a esos, los que estábamos en Malvinas, los despreciábamos
por miserables. Jamás creímos que con el tiempo se convertirían en los
funcionarios públicos de la Nación. Porque una cosa debe saberse: los soldados
que pelean en el frente de una guerra justa no necesitan las componendas y las
lástimas de los débiles. No necesitan las tramoyas de los políticos que visitan
el teatro de operaciones para sacarse una foto y volver a sus casas. Necesitan
la oración y los fierros, la Cruz y la Espada. Necesitan la fuerza de los
jefes, el respaldo de la población entera y los atributos viriles de los que
dirigen los ataques y los destinos del país.
El soldado tiene que ser bien mandado y sostenido por la
pasión de quienes lo esperan. Si en cambio ve la vergüenza y los sustos, la
histeria pacifista y la deserción de los responsables, no hay tropa que
resista. Orgullo nacional se necesita y no pedidos de limosnas, ni hacer de
lustrabotas en las puertas de quienes nos han asaltado. Esta diplomacia
menesterosa de apellidos impronunciables, esta diplomacia de lustrabotas
siempre dispuesta a negociar por una propina, es una afrenta a la justicia y a
la dignidad que merecemos.
Porque en el fondo, tampoco se trata de discutir
haciéndose el bueno, el dócil, el espíritu amplio y abierto a cualquier
sugerencia. Haber decidido, como ya se decidió, que el tema de la soberanía no
se incluye en primer lugar para facilitar las conversaciones, es creer que el
honor agraviado se recupera charlando y que se puede hacer este trueque
inconcebible: cambiar independencia por diálogo interminable. Pero además para
recuperar hablando lo que se perdió por las armas se necesita una palabra que
defina y retumbe como los cañones y no una verborragia de parlanchines a
sueldo.
Nos preguntamos hasta qué punto se puede discutir con
quienes han asesinado a los tripulantes del Crucero Belgrano, con quienes han
violado las normas de la moral y de la paciencia. Hasta qué punto es posible
discutir con los que ofenden e impiden nuestra soberanía real, y seguir
haciéndoles guiños y señas para que se den cuenta que no somos tan duros como
en 1982. Tal vez sea la hora de entender la vigencia del artículo 2º del Código
Militar del General San Martín: “El que sea infiel a la Patria, comunicándose
verbalmente o por escrito con los enemigos, haciéndoles alguna señal, revelando
la clave directa o indirectamente, u otro modo que cometiese traición, será
ahorcado a las dos horas; igual pena tendrá el espía o el que engañase a otro
para el enemigo”.
En una palabra: ni falsa humildad para esconder la
entrega, ni tanta labia vacía para enmudecer a la hora de hablar claro. Los
muertos esperan gestos altivos y decorosos. El silencio de las tumbas sólo
puede ser quebrado por frases contundentes que ordenen la reparación y la justicia.
¡Basta de historias oficiales que puedan ser premiadas por el extranjero!
Nosotros vivimos la gesta verídica, la epopeya ardiente, la cruzada valerosa
por Dios y por la Patria. Este es el Sur que existe y al que no le cantan los fantoches
de turno. Este es el Sur que queremos que exista: el de la Reconquista de Malvinas
y el de la Argentinidad Combatiente.
Compatriotas:
Hace cuatro años volvía a tener sentido la palabra
gloria. Pero hoy quieren taparlo todo y hacernos olvidar de a poco lo que
vivimos en aquellos días. Quieren que tengamos remordimientos por habernos
atrevido a rescatar lo propio. Quieren hacer pasar a todos los guerreros por
profesionales del salvajismo y a los conscriptos de una clase privilegiada por
chicos mamarrachescos. Se nos pide que nos enternezcamos y ablandemos, se nos
adjudican traumas y nos recetan palomitas de la paz para que superemos los
malos recuerdos. Pero ya lo hemos dicho otras veces: el único remedio que
necesitamos es VOLVER. La sangre derramada no se olvida y con los años, la memoria
se fija una y mil veces allí donde quedó detenida. Nada ni nadie podrá
borrarnos la gesta de Malvinas.
Quieren que nos sintamos invasores e inoportunos y que no
perjudiquemos con el homenaje a los soberbios caídos el curso de las humildes
negociaciones. Quieren que no seamos tan reiterativos todos los años y que no
parezcamos tan bruscos llamando piratas a los súbditos de Su Graciosa Majestad.
Y lo que resulta más imperdonable es que quieren condenar e injuriar a los que
tomaron la decisión política de devolvernos las Islas; y en el fondo del
relajo, agitan la condena y el desprestigio en los días del aniversario de la
guerra.
Quieren, en fin, desentenderse de los héroes, del
Operativo Rosario, de la Virgen Generala, de los milagros cotidianos, y si fuera
posible quisiera suprimir del calendario esta fecha, escamotearla de la
cronología definitivamente.
Por eso nuestro lema. Argentino: CADA DÍA UN DOS DE ABRIL. Cada
día la Patria te convoca. Cada día amanece pidiendo reconquista. Cada día es un
deber nuestra Victoria. Cada día un 2 de Abril marchando alegre sobre un Puerto
Argentino que no sepa rendirse.
¡Viva la Patria!
Marcelo
Alvarado
Nota: El autor es Veterano de
Guerra y perteneció al Movimiento Nacionalista de Restauración (M.N. de R.).
Este discurso suyo se publicó en “Cabildo” Nº 99, año X de la segunda época, correspondiente
a abril de 1986.