“Moros en la costa”. La historia se repite…
abr 21
Oficio de lectura del día de ayer, 20 de Abril de 2015; abro y rezo:
“Vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos (….). Uno de los ancianos tomó la palabra y me dijo: «Esos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero” (Apoc 7).
Imposible no recordar a los mártires de
Medio Oriente; imposible no hacer el paralelo con las niñas de Boko
Haram; imposible olvidar los atentados y los asesinatos de los 12 cristianos arrojados por la borda hace días cerca de las costas italianas. Europa está muriendo y con ella los últimos resabios de Occidente;y está muriendo de estupidez crónica. Sí, de estupidez; lo dice un cura “sudaca desde el otro lado del charco; de estupidez ideológica. Desconocer la historia es parte de este pensamiento nefasto que se empecina por ignorar la realidad y la realidad histórica. Son legión, dentro y fuera de la Iglesia, quienes vienen adhiriendo hace décadas al verso de la “tolerancia ciega”, la “democracia como credo” y el “laicismo” como valor universal a lo que dé lugar. Son tantos los que fuman estas yerbas progres que
poco o nada puede hacerse en una discusión medianamente seria: el que
piensa diverso, al horno de los fascistas y sanseacabó. Para no caer en el infierno de los
ignavos de Dante, debemos salir también de la ignorancia -muchas veces
culpable- acerca de nuestra propia historia. Si algún día vienen por
nosotros, debemos estar al menos adobados y perfumados…
Historia (semper) magistra vitae est. Pero vamos; no basta ir muy lejos en el tiempo para ver cómo anduvieron las cosas antes; suficiente con leer a Cervantes en “Los baños de Argel, “El gallardo español” o “La gran sultana” para ver que, lo que anda pasando, ya pasó. Nos limitaremos aquí a resumir simplemente un artículo[1] publicado no hace mucho acerca de un trabajo de Robert Davis titulado “Cristianos esclavos, amos musulmanes”[2]. Espero que sirva para…
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Que no te la cuenten
P. Javier Olivera Ravasi
Los historiadores estadounidenses han
estudiado todos los aspectos de la esclavización de los africanos por
parte de los blancos, pero han ignorado en gran medida la esclavitud de los blancos por parte de los africanos del Norte. Christian Slaves, Muslim Masters [Esclavos
cristianos, amos musulmanes] es un libro cuidadosamente documentado y
escrito con claridad sobre lo que el profesor Davis denomina “la otra
esclavitud”, que floreció durante aproximadamente la misma época que el
tráfico transatlántico de esclavos y que devastó a cientos de
comunidades costeras europeas. En la mente de los blancos de hoy, la
esclavitud no juega en absoluto el papel central que tiene entre los
negros. Y, sin embargo, no se trató ni de un problema de corta duración
ni de algo carente de importancia. La historia de la esclavitud en el
Mediterráneo es, de hecho, tan siniestra como las descripciones más
tendenciosas de la esclavitud americana.
Un comercio al por mayor
La costa de Berbería, que se extiende
desde Marruecos hasta la actual Libia, fue el hogar de una próspera
industria del secuestro de seres humanos desde 1500 hasta
aproximadamente 1800. Las principales capitales esclavistas eran Salé
(en Marruecos), Túnez, Argel y Trípoli, habiendo sido las armadas
europeas demasiado débiles durante la mayor parte de este período para
efectuar algo más que una resistencia meramente simbólica.
El tráfico trasatlántico de negros era estrictamente comercial, pero para los árabes los recuerdos de las Cruzadas y la rabia por haber sido expulsados de España en 1492 parecen haber motivado una campaña de secuestro de cristianos que casi parecía una yihad.
“Fue quizás este aguijón de la venganza,
frente a los amables regateos en la plaza del mercado, lo que hizo que
los traficantes islámicos de esclavos fueran mucho más agresivos y en un
principio mucho más prósperos (por así decirlo) que sus homólogos
cristianos”, escribe el profesor Davis.
Durante los siglos XVI y XVII fueron más
numerosos los esclavos conducidos al sur a través del Mediterráneo que
al oeste a través del Atlántico. Algunos fueron devueltos a sus familias
contra pago de un rescate, otros fueron utilizados para realizar
trabajos forzados en África del Norte, y los menos afortunados murieron
trabajando como esclavos en las galeras.
Lo que más llama la atención de las
razias esclavistas contra las poblaciones europeas es su escala y
alcance. Los piratas secuestraron a la mayoría de sus esclavos
interceptando barcos, pero también organizaron grandes asaltos anfibios
que prácticamente dejaron despobladas partes enteras de la costa italiana. Italia
fue el país que más sufrió, en parte debido a que Sicilia está a sólo
200 km de Túnez, pero también porque no tenía un gobierno central fuerte
que pudiese resistir a la invasión.
Las grandes razias a menudo no encontraron resistencia
Cuando los piratas saquearon, por
ejemplo, Vieste en el sur de Italia en 1554, se hicieron con el
alucinante número de 6.000 presos. Los argelinos secuestraron 7.000
esclavos en la bahía de Nápoles en 1544, una incursión que hizo caer
tanto el precio de los esclavos que se decía poder “intercambiar a un
cristiano por una cebolla”.
España también sufrió ataques a gran escala. Después
de una razia en Granada en 1556 que se llevó a 4.000 hombres, mujeres y
niños, se decía que “llovían cristianos en Argel”. Y por cada gran
razia de este tipo, había docenas más pequeñas.
La aparición de una gran flota podía hacer huir a toda la población al interior, vaciando las zonas costeras.
Cuando aparecían los piratas, la gente a
menudo huía de la costa hacia la ciudad más cercana (…). Los piratas
volvían una y otra vez para saquear el mismo territorio (…).
Durante los siglos XVI y XVII, los
piratas establecieron bases semipermanentes en las islas de Isquia y
Procida, cerca de la desembocadura de la Bahía de Nápoles, elegida por
su tráfico comercial.
Al desembarcar, los piratas musulmanes no dejaban de profanar las iglesias. A
menudo robaban las campanas, no sólo porque el metal fuese valioso,
sino también para silenciar la voz distintiva del cristianismo.
En las pequeñas y más frecuentes
incursiones, un pequeño número de barcos operaba furtivamente y se
dejaba caer con sigilo sobre los asentamientos costeros en mitad de la
noche, con el fin de atrapar a las gentes “mansas y todavía desnudas en la cama”. Esta práctica dio origen al dicho siciliano “pigliato dai turchi” (“tomado por los turcos”), y se emplea cuando se coge a alguien por sorpresa o por estar dormido o distraído.
Las mujeres eran más fáciles de atrapar
que los hombres, y las zonas costeras podían perder rápidamente todas
las mujeres en edad de tener hijos. Los pescadores tenían miedo de
salir, y no se hacían a la mar más que en convoyes. Finalmente, los
italianos abandonaron gran parte de sus costas (…).
La piratería llevó a España y sobre todo a
Italia a alejarse del mar y a perder con efectos devastadores sus
tradiciones de comercio y navegación: “Por lo menos para España e
Italia, el siglo XVII representó un período oscuro en el que las
sociedades española e italiana fueron meras sombras de lo que habían
sido durante las anteriores épocas doradas” (…).
La vida bajo el látigo
Los ataques terrestres podían ser muy
exitosos, pero eran más arriesgados que los marítimos. Los navíos eran
por lo tanto la principal fuente de esclavos blancos (…). Un buen barco
mercante de gran tamaño podía llevar unos 20 marinos en buen estado de
salud, preparados para durar algunos años en galeras. Los pasajeros en
cambio para servían obtener un rescate. Los nobles y ricos comerciantes
se convirtieron en piezas atractivas, así como los judíos, que a menudo
podían significar un suculento rescate pagado por sus
correligionarios. Los dignatarios del clero también eran valiosos porque
el Vaticano solía pagar cualquier precio para arrancarlos de las manos
de los infieles.
Cuando llegaban los piratas, a
menudo los pasajeros se quitaban sus buenos ropajes y trataban de
vestirse tan mal como fuese posible, con la esperanza de que
sus captores les restituyeran a sus familias a cambio de un modesto
rescate. Este esfuerzo resultaba inútil si los piratas torturaban al
capitán para sonsacarle información sobre los pasajeros (…)
A su llegada al norte de África, era
tradición que los cristianos recientemente capturados desfilaran por las
calles para que la gente pudiera hacer burla de ellos y los niños
cubrirlos de basura.
En el mercado de esclavos, los hombres estaban obligados a brincar para demostrar que no eran cojos,
y los compradores a menudo querían desnudarlos para ver si estaban
sanos, lo cual también permitía evaluar el valor sexual de hombres y
mujeres; las concubinas blancas tenían un gran valor, y todas las capitales esclavistas poseían una floreciente red homosexual (…).
La mayoría de estos esclavos públicos
pasaban el resto de sus vidas como esclavos en galeras. Resulta difícil
imaginar una existencia más miserable. Los hombres eran encadenados tres, cuatro o cinco a cada remo, y sus tobillos quedaban encadenados también juntos. Los remeros nunca dejaban su bancada, y cuando se les permitía dormir, lo hacían en ella (…).
El profesor Davis señala que no existía
ningún obstáculo a la crueldad: “No había fuerza que pudiese proteger al
esclavo de la violencia de su amo, no existían leyes locales en contra
de la crueldad, ni una opinión pública benevolente, y raramente existía
una presión efectiva por parte de los Estados extranjeros”.
Los esclavos blancos no sólo eran mercancías, sino también infieles, y merecían todo el sufrimiento infligido por sus dueños.
El profesor Davis señala que “todos los esclavos que, habiendo vivido en bagnos (que
es como se llamaba a los almacenes de esclavos), sobrevivieron para
contar sus experiencias destacaban la crueldad y la violencia endémica
ahí practicada”. El castigo favorito era el azotamiento. Un esclavo
podía recibir hasta 150 o 200 golpes, lo cual podía dejarlo lisiado.
La violencia sistemática convirtió a muchos hombres en autómatas (…).
Los esclavos públicos también contribuían a un fondo para mantener a los sacerdotes en el bagno. Era una época muy religiosa, e incluso en las condiciones más terribles los hombres querían tener la oportunidad de confesarse, y, lo más importante, de recibir la extremaunción. Había casi siempre un sacerdote cautivo o dos en los bagnos,
pero para estar disponible para sus deberes religiosos, otros esclavos
debían contribuir y comprarle su tiempo al Pachá, por lo que a algunos
esclavos en las galeras no les quedaba nada para comprar comida o ropa
(…).
Una forma de aligerar la carga de la esclavitud era “tomar el turbante” y convertirse al islam. Esto
eximía del servicio en galeras, de los trabajos más penosos y de alguna
que otra faena impropia de un hijo del profeta, pero no de ser esclavo. Uno de los trabajos de los sacerdotes de los bagnos era
evitar que los hombres desesperados se convirtieran, pero la mayoría de
esclavos no parecían necesitar el tal consejo. Los cristianos creían
que la conversión podría poner en peligro sus almas, además de
requerirse también el desagradable ritual de la circuncisión de los
adultos. Muchos esclavos parecían sufrir los horrores de la esclavitud
tratándolos como un castigo por sus pecados y como una prueba a su
fe. Los dueños les disuadían de la conversión, ya que éstas limitaban el
uso de los malos tratos y bajaban el valor de reventa de un esclavo.
Para los esclavos, resultaba imposible
escapar. Estaban muy lejos de casa, a menudo eran encadenados, y podían
ser identificados de inmediato por sus rasgos europeos. La única
esperanza era el rescate. A veces la suerte no tardaba en llegar. Si un
grupo de piratas había capturado tantos hombres como para no tener ya
espacio bajo el puente, podía hacer una incursión en una ciudad y luego
regresar a los pocos días para vender los cautivos a sus familias (…).
La mayoría de los esclavos dependían de
La labor caritativa de los Trinitarios (orden fundada en Italia en 1193)
y de los Mercedarios (fundada en España en 1203). Estas órdenes
religiosas se establecieron para liberar a los cruzados en poder de los
musulmanes, pero pronto cambiaron su trabajo por el de la liberación de los esclavos en poder de los piratas berberiscos,
recaudando dinero específicamente para esta labor (…). Sin embargo,
nunca hubo suficiente dinero para liberar a muchos cautivos, y el
profesor Davis estima que no más de un 3 o un 4% de los esclavos fueron
rescatados en un solo año. Esto significa que la mayoría dejó sus huesos
en las tumbas anónimas de cristianos, fuera de las murallas de la
ciudad.
Las órdenes religiosas llevaban cuentas exactas de los resultados obtenidos. En el siglo XVII,
los trinitarios españoles, por ejemplo, llevaron a cabo 72 expediciones
para el rescate de esclavos, con una media de 220 liberaciones
por cada una de dichas expediciones (casi 16.000 rescatados). Era
costumbre llevarse con ellos los esclavos liberados y hacerlos caminar
por las calles de la ciudad en las grandes celebraciones. Estas
procesiones, que tenían una profunda connotación religiosa, se
convirtieron en uno de los espectáculos urbanos más característicos de
la época. A veces los esclavos marchaban en sus antiguos hábitos de
esclavos para enfatizar los tormentos que sufrieron; otras veces
llevaban trajes blancos especiales para simbolizar su
renacimiento. Según los registros de la época, muchos esclavos liberados
no se reinsertaron por completo después de sus vivencias, especialmente
si habían pasado muchos años en cautiverio.
Grillos y cadenas de esclavos españoles presentados como ex-votos
(Iglesia de San Juan de los Reyes,Toledo)
¿Cuántos esclavos?
El profesor Davis señala que las
numerosas investigaciones efectuadas han logrado que se determine con la
mayor precisión posible el número de negros traídos a través del
Atlántico, pero no existe ningún esfuerzo similar para determinar la extensión de la esclavitud en el Mediterráneo. No
es fácil conseguir cifras fiables. Los árabes no suelen conservar los
archivos. Pero a lo largo de sus diez años de investigación, el profesor
Davis ha logrado desarrollar un método de estimación.
Por ejemplo, el registro indica que desde 1580 hasta 1680 hubo un promedio de unos 35.000 esclavos en países berberiscos. Contando
con la pérdida constante a través de la muerte y del rescate, si la
población se mantuvo constante, entonces la tasa de captura de nuevos
esclavos por los piratas era igual a la tasa de desgaste. Hay una buena
base para la estimación de las tasas de mortalidad (…).
Davis concluye: entre 1530 y 1780 hubo, con casi total seguridad, un millón y tal vez hasta millón doscientos cincuenta mil cristianos blancos europeos esclavizados por los musulmanes de la costa bereber. Esto
supera con creces la cifra generalmente aceptada de 800.000 africanos
transportados a las colonias de América del Norte y más tarde a los
Estados Unidos.
El profesor Davis explica que, a finales
de 1700, se controló mejor este comercio, pero hubo un renacimiento de
la trata de esclavos blancos durante el caos de las guerras
napoleónicas.
La flota norteamericana no quedó libre de
la depredación. Fue sólo en 1815, después de dos guerras contra ellos,
que los marinos estadounidenses se libraron de los piratas
berberiscos. Estas guerras fueron importantes operaciones para la joven
república; una campaña que se recuerda en las estrofas de “a las orillas
de Trípoli”, en el himno de la marina. Cuando los franceses tomaron Argel en 1830, todavía había 120 esclavos blancos en el bagno.
¿Por qué hay tan poco interés por la esclavitud del Mediterráneo, mientras que la erudición y la reflexión sobre la esclavitud negra nunca termina? Como explica el profesor Davis, los esclavos blancos con dueños no blancos simplemente no encajan en “la narrativa maestra del imperialismo europeo.” Los
patrones de victimización tan queridos por los intelectuales requieren
de la maldad del blanco, no del sufrimiento del blanco.
El profesor Davis también señala que la
experiencia europea de la esclavitud a gran escala muestra el engaño en
que consiste otro tema favorito de la izquierda.
[1] “Hubo más europeos esclavizados por los musulmanes que esclavos negros enviados a América” (http://www.elmanifiesto.com/articulos.asp?idarticulo=4449).
[2] Robert
C. Davis, Christian Slaves, Muslim Masters: White Slavery in the
Mediterranean, the Barbary Coast, and Italy, 1500-1800, Palgrave
Macmillan, 2003, 246 pp.