El laicismo, ¿pacificación o engaño?
La separación de la Iglesia y del Estado trajo numerosas persecuciones en Francia. En la fotografía los monjes cartujos son expulsados de su patria
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La política que buscaba acabar con la influencia de los católicos en
la sociedad, después de más de 20 años de guerra religiosa y escolar y
la expulsión de las congregaciones, llegaba a una etapa importante: la
separación de la Iglesia y del Estado en Francia fue decretada por una
ley de diciembre de 1905. Ella traerá el robo de iglesias y edificios
pertenecientes al clero así como todos los bienes que se encontraban en
ellas.
El papa de la época, San Pío X, condenó esta separación impuesta:
“Que sea necesario separar al Estado de la Iglesia es una tesis
absolutamente falsa, un error muy pernicioso. En efecto, basado en este
principio que el Estado no debe reconocer a ningún culto religioso, es a
primera vista gravemente injuriosa hacia Dios, ya que el Creador del
hombre es además el fundador de las sociedades humanas y El las conserva
en la existencia como también nos sostiene.
“Le debemos, por lo tanto, no solamente un culto privado, sino un culto público y social, para honrarlo.
“Por otra parte, esta tesis de la negación clara del orden
sobrenatural limita, en efecto, la acción de el Estado a obtener
solamente la prosperidad pública durante esta vida, que no es sino la
razón próxima de la sociedades políticas, y que ya no se ocupa de
ninguna manera, como siendo algo que le es ajeno, de su razón última,
que es la bienaventuranza eterna propuesta al hombre para cuando esta
vida tan corta haya llegado a fin. (…)
“Por último, esta tesis inflige graves perjuicios a la sociedad
civil, de que ya no puede prosperar ni durar por mucho tiempo cuando no
se da su lugar a la religión, regla suprema y soberana señora cuando se
trata de los derechos del hombre y de sus deberes”. (Encíclica Vehementer Nos, del 11 de febrero de 1906).
La firmeza de San Pío X obligó al odio anticatólico a retroceder por un tiempo. Para evitar el enfrentamiento, este odio propuso una negociación fraudulenta.
Los católicos, a quienes se presenta aún hoy la laicización como una
actitud generosa, como una solución de paz y de progreso, se ven
amenazados en su identidad y prohibidos de proclamar su fe y actuar de
acuerdo ella. Muchos se avergüenzan y no osan defender siquiera a la
familia. Mientras se quita reconocimiento a la moral
cristiana, políticos católicos llegan a votar en favor del
reconocimiento legal de la homosexualidad o del aborto, que son impuesto
a todos en nombre de una nueva “moral”.
Nos vemos obligados a vivir en una sociedad en la que las leyes, las costumbres, las instituciones niegan las raíces católicas de nuestros países. Este laicismo absurdo llega hoy hasta a prohibir el uso de símbolos religiosos en los colegios.
Más de 100 años después, se constata la paganización creciente de nuestra sociedad y sus graves consecuencias.