EL TIEMPO DE LA GRAN PRUEBA
Los pastorcillos de Fátima estaban jugando a hacer un muro y vieron un relámpago; según Lucía no era propiamente un relámpago, sino el reflejo de una luz que se aproximaba. Ellos, creyendo que podía venir una tormenta, cogieron sus ovejas y se marcharon, y al llegar hacia la mitad de la finca brilló otro relámpago.
La
aparición de Nuestra Señora en Fátima no es una visión de los
pastorcillos: ellos están distraídos, jugando, y tienen miedo de la
posible tormenta.
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La distracción y el miedo es lo menos propicio para que el alma se ponga en comunicación con Dios, en oración. Los pastorcillos no están orando, están jugando y con miedo.
La aparición de la Virgen en Fátima es un hecho real, no imaginario. Es un acontecimiento divino en la historia del hombre.
Y ven un relámpago: una luz que viene del lado de donde nace el sol, del oriente. Esto recuerda aquello de Mt 24, 27:
«… porque la segunda venida del Hijo del Hombre será semejante al relámpago que sale del oriente (que se ve en el oriente) y brilla hasta el occidente (y en un instante llega al occidente)».
Nuestra
Señora viene a Fátima como su Hijo vendrá en Su Segunda Venida
gloriosa: viene en la Gloria del Hijo; viene antes que el Hijo. Fátima
prepara la Segunda Venida de Cristo.
En Fátima, María se presenta como la Aurora que precede a Cristo; como la Estrella que guía hacia Cristo, que va delante de los que quieran atender sus suplicas hasta detenerse donde está Cristo, Su Hijo.
Luego,
el mensaje de Fátima va a ser trascendental para la humanidad y, por
lo tanto, para la Iglesia. Quiere introducir a la humanidad -y a
toda la Iglesia- en un tiempo nuevo: el del retorno glorioso de
Cristo. La Segunda Venida de Cristo: su Venida en Gloria, para reinar;
no para juzgar.
Esto
conlleva la preparación de la humanidad y de la Iglesia a ese tiempo.
Señala un camino que la humanidad debe seguir: un camino de cruz para
una gloria.
María desciende gloriosa del Cielo a esta tierra llena de pecado. Baja del cielo para ponerse en camino con nosotros, para señalar el camino: Mi Corazón Inmaculado será… el camino que te conducirá a Dios. Es
María el camino hacia Cristo. Es María la que conduce a toda la Iglesia
hacia Su Hijo. Son las virtudes de ese Corazón Inmaculado lo que en
cada alma debe reinar para ser de Cristo: humildad, obediencia, pureza y
santidad.
Baja del cielo:
la presencia de María en la tierra no va a acabar con el mensaje de
Fátima. No pisó la tierra de Fátima para luego dejar huérfanos a sus
hijos.
Fátima
es el inicio de un tiempo nuevo, de una presencia extraordinaria -y de
modo continuo- de María en el mundo. Por eso, sus numerosas apariciones,
después de Fátima, no pueden silenciarse, despreciarse, obligar a no
creer en ellas.
«…los
últimos remedios dados al mundo son: el Santo Rosario y la devoción al
Corazón Inmaculado de María. La tercera vez me dijo que “agotados
los otros medios despreciados por los hombres, nos ofrece con pavor la
última áncora de salvación: la Santísima Virgen en persona, sus
numerosas apariciones, sus lágrimas, los mensajes de los videntes
esparcidos por todas partes del mundo”; y la Virgen dijo además
que, si no la escuchamos y continuamos las ofensas, no seremos más
perdonados» (Carta del 22 de Mayo 1958 de Sor Lucía al P. Agustín
Fuentes).
Nadie tiene derecho a impedir que los demás crean, porque «no de todos es la fe», dice San Pablo.
Impedir la fe constituye un grave pecado. ¿Dónde está la libertad dada por Dios al hombre?
Ni
tampoco se puede hablar mal de las apariciones marianas, porque si no
se examinan su contenido, ¿cómo se las juzga? Y si no se creen en ellas,
¿con qué medida se examinan si la medida de lo sobrenatural está en la
fe (en la sabiduría divina), no en la razón (no en la sabiduría
humana)?
Ellas
tienen su significado, su importancia. Y son dadas al hombre como una
muestra de Misericordia, no porque el hombre las merezca.
Dios
ha agotado todos los medios que hay en Su Iglesia para que las almas se
salven y se santifiquen. Y su misma Iglesia los ha despreciado, como
vemos en ese hombre que han sentado en la Silla de Pedro: un hombre sin
nombre, sin verdad, que no es capaz de marcar el camino de Cristo, sino
que lleva a todas las almas al mismo precipicio del infierno.
Todas las apariciones están entroncadas con el mensaje de Fátima, con la misión de María de guiar a la humanidad hacia Cristo.
La
Iglesia ha perdido el norte de Cristo: sólo señala al Anticristo. Es lo
que todos están esperando. Es lo que han preparado durante cincuenta
años. Ahora, es su consumación, la plenitud de toda maldad que se verá
en Roma.
María
es la que señala a Cristo en estos últimos tiempos. Ya no es la
Jerarquía de la Iglesia la que pone el camino: ya no aman a Cristo
porque no aman a Su Madre. No la imitan. Han perdido la devoción a Ella
porque no la han obedecido. La Jerarquía, con Su Poder Divino, se ha
creído más sabia y más poderosa que la Virgen María. Y, por eso, está
haciendo el juego del demonio: se dedican a engañar a las almas. A
darles una doctrina que no tiene nada que ver con la doctrina de Cristo.
Y
la Virgen María se aparece para guiar en la Verdad a todas las almas,
para enseñarles el camino de la verdad en sus vidas, para hacer que cada
alma viva deseando lo divino en sus vidas humanas. Es la función que
tiene todo el orden sacerdotal. Misión que han dejado de cumplir por
estar negociando con el mundo.
Y
la Virgen María actúa como sacerdote, sin tener el Sacramento, porque
es la Madre del Sacerdote Eterno: si lo ha engendrado, sabe muy buen
cuál es la misión de todo sacerdote en la tierra: ser otro Cristo, guiar
hacia la verdad, que es Su Hijo.
María
se presenta en Fátima como la Mujer vestida del Sol. Jesús se quiere
servir de su Madre para reinar gloriosamente en el mundo. Jesús quiere
venir a nosotros, de nuevo, a través de su Madre.
A través de María: es la Mediación Materna lo que constituye el mensaje principal de Fátima.
¿Qué será el triunfo del Inmaculado Corazón de María sino que la Iglesia proclame este dogma?
¿Y
cómo se podrá proclamar si la Iglesia no se deja guiar por María? Es lo
que conlleva este dogma: ser niños en manos de la Madre, que sabe lo
que nos hace falta en cada momento.
Dios no es una teoría, una serie de ideas, una fe que no se pone en práctica. Dios está vivo y quiere en el hombre una fe viva.
La Mediación Materna de María incluye tres cosas:
que María sufre: es lo que vio Lucía: Su Corazón rodeado de espinas: es la Corredención. «…se
le clavaban por todas partes. Comprendíamos que era el Inmaculado
Corazón de María ultrajado por los pecados de los hombres y que pedía
reparación»;
que María defiende a la humanidad de las asechanzas del demonio: es el ser Abogada: Mi Corazón será tu refugio le dirá a Lucía en la segunda aparición;
y que María media entre Dios y el hombre: «…quiero que toda mi Iglesia reconozca esa consagración (la de Rusia) como un triunfo del Inmaculado Corazón de María…. De no mediar la realización de este acto no habrá paz en el mundo.
Es
tan grande el pecado, en que el hombre ha caído, que si no es por la
Mediación de María, el hombre no sería capaz de salir de ese pecado. De
cuantos castigos no se habrá librado la humanidad, en estos últimos
tiempos, a causa del Inmaculado Corazón.
Ella lo puede todo ante Dios.
Pero,
para que la Iglesia enseñe este dogma tiene que pasar, antes, por su
Calvario. Sólo así podrá entender lo que significa la Virgen María para
la humanidad y para toda la Iglesia.
Los Apóstoles no terminaron de creer en Jesús hasta que no se vieron envueltos en Su Pasión Redentora.
La
Jerarquía, que ha despreciado las palabras de la Virgen María en
Fátima, no va a terminar de creer en lo que es María, hasta que no se
vea envuelta en la Gran Abominación que el Anticristo va a poner en la
Iglesia. Ahí es cuando la Virgen triunfará en Su Iglesia: engendrará una
Jerarquía, que fiel a Jesucristo, sepa luchar contra todos los errores
del Anticristo y promulgue el dogma que va a poner a toda la Iglesia en
el camino del Reino Glorioso.
Ahora,
nadie cree en las profecías: es imposible que crean en el Apocalipsis.
Es imposible ese dogma en la Iglesia. Ese dogma es para el Reino
Glorioso. Ese dogma es un absurdo para la actual Jerarquía de la
Iglesia: no creen en los sufrimientos de la Mujer, no creen en el Poder
de la Mujer; no creen en la mediación de la Mujer.
Y
la Mujer es la Virgen María y, también, todo el Cuerpo Místico de
Cristo. Nadie cree ni en la Virgen ni en la Iglesia. Todos han
construido su iglesia, la idea que cada uno tiene de la iglesia. Por
eso, se ve tanta división, tanta oscuridad, tanta apostasía en todas
partes
No
se puede promulgar este dogma sin el triunfo de la Iglesia. Y, ahora,
la Iglesia está metida en una podredumbre en la cual no hay salvación.
La
gran crisis de la Iglesia es su falta de obediencia a Dios. Y, por eso,
está donde tiene que estar: en las manos de Su Enemigo: en las manos
del mundo, de la carne y del demonio. Así vive toda la Jerarquía y todos
los fieles: son mundanos, carnales y unos engendros del demonio.
Tanta gente que dice que conoce a Dios, pero no guarda sus mandamientos. ¿Cuál es su dios? ¿Cuál es su padre? El demonio.
«Vosotros tenéis por padre al diablo».
¿Y pretendéis levantar una iglesia para vuestro padre? ¿A quién queréis
engañar? A todos aquellos que buscan ser engañados, que sólo tienen
oídos para escuchar lo que hay en sus mentes humanas.
María, al bajar del cielo en Fátima, nos trae la luz del Paraíso. Decía Lucía: vimos…una Señora vestida toda de blanco, su vestido –dirá Jacinta – blanco, adornado con oro, y en la cabeza un manto también blanco. Y sigue Lucía: más brillante que el sol y esparciendo luz.
Esto nos lleva al Apocalipsis:
«…una gran señal apareció en el cielo: una Mujer envuelta en el sol». Doce estrellas vio Lucía en la última aparición en su túnica: «la túnica toda blanca, tenía doce estrellas de la cintura para abajo, una seguida de la otra».
Esto
anuncia una gran batalla entre María y Satanás. Y va a ser María la
encargada, en estos tiempos, de dar la luz que ilumine esta gran
oscuridad con que el Maligno ha oscurecido a la humanidad y a
toda la Iglesia. La luz ha sido dada a través de todos los verdaderos
profetas.
Es
a través de la luz de María cómo la Iglesia sigue avanzando en medio de
tan gran oscuridad. Y sólo gracias a esa luz profética. Toda la
Jerarquía ha mentido a la Iglesia: ha envuelto a la Iglesia en una gran
oscuridad, la propia del demonio. Y en la tiniebla del pecado no se
puede amar a Dios. Hay que salir de la oscuridad del pecado y ponerse en
la luz de la gracia
Esa luz envolvió a los pastorcillos: quedábamos dentro de la luz… que Ella esparcía, decía Lucía. «En ella nos veíamos como sumergidos en Dios. Francisco y Jacinta parecían estar en la parte que se elevaba hacia el cielo y yo en la que se esparcía por la tierra».
«Le
recuerdo, Padre, que dos hechos contribuyeron a santificar a Jacinta y
Francisco: la aflicción de la Virgen y la visión del infierno» (Carta del 22 de Mayo 1958 de Sor Lucía al P. Agustín Fuentes).
Francisco
y Jacinta se fueron al Cielo porque vieron el infierno y el dolor de la
Madre por los pecados de todos los hombres. Estas dos verdades son
silenciadas por toda la Jerarquía.
Las
almas se salvan y se santifican cuando contemplan sus pecados como lo
que son: como obras que ofenden a Dios. Si la Jerarquía ya no predica
del pecado y de su castigo, entonces no hay manera de que un alma se
salve. El camino de salvación pasa por el reconocimiento del pecado por
la misma alma.
El
que se sienta en la Silla de Pedro predica que todos se van al cielo.
¡Qué gran absurdo! Para ir al cielo hay que contemplar el infierno.
Contemplar nuestros pecados y ver cómo hemos ofendido a Dios. Ver el
dolor del pecado en Cristo y en la Virgen María. Y esto es lo que la
gente no quiere ver.
La
gente sólo se dedica a ver el dolor que hay en el mundo, en los
hombres. Sólo ve los efectos externos del pecado. Y se lamenta, y se
compadece, y llora sin sentido.
Para
que un alma se salve tiene que llorar por sus pecados; tiene que hacer
suyos el sufrimiento de Cristo. Sufrir con Cristo. No tiene que sufrir
con los hombres. No tiene que asociarse con los hombres para quitar los
problemas de la sociedad. Tiene que asociarse con la Obra de Cristo, que
es sólo una cosa: la Cruz. Esa Cruz que nadie quiere para su vida.
Ver
a la Madre llorar por nuestros pecados eso es buscar la salvación. Pero
ver al hombre llorar por sus problemas eso es quedarse en la
condenación. No llores por ningún hombre en tu vida: no merece la pena.
Francisco
y Jacinta lloraron por los dolores de la Virgen y por la visión del
infierno que sus pecados merecían. Y eso sólo les salvó y les santificó.
Cuando
un hombre comunista – como lo es Bergoglio- está gobernando la Iglesia
con su doctrina protestante y masónica, entonces está envolviendo a toda
la Iglesia en la mayor tiniebla del pecado: está condenado almas. Las
está llevando por el camino ancho del infierno.
Nuestra Señora viene con su Corazón Inmaculado en su mano, «derramando por el mundo esa luz tan grande, que es Dios».
«Dios es Luz» y «en Él no hay tiniebla alguna».
En esa luz divina, Lucía vio «al
lado izquierdo de Nuestra Señora un poco más en lo alto a un Ángel con
una espada de fuego en la mano izquierda; centelleando emitía llamas que
parecía iban a incendiar el mundo».
Ella misma da la interpretación de este pasaje:
«…la
punta de la lanza como una llama que se desprende, toca el eje de la
Tierra; y ésta se estremece: montañas, ciudades, regiones y pueblos son
sepultados con sus habitantes. El mar, los ríos y las nubes salen de sus
límites, desbordándose, inundando y arrastrando en un torbellino, casas
y personas en un número que no se puede contar; es la purificación del
mundo del pecado en el cual está inmerso. El odio, la ambición, provocan
la guerra destructiva…» (“Un caminho sob o olhar de Maria”, pág. 267).
El
Ángel tiene una espada en su mano izquierda: es un ángel de justicia,
que tiene la misión de obrar una justicia en el mundo. La mano izquierda
representa la Justicia de Dios; la mano derecha representa la
Misericordia de Dios.
Por eso, ante las llamas de esa Justicia, la Virgen muestra Su Misericordia: «pero se apagaban al contacto con el esplendor que Nuestra Señora irradiaba con su mano derecha dirigida hacia él».
Dios, cuando obra Su Justicia, nunca se puede olvidar de Su
Misericordia. Y, por eso, en Su Justicia, Dios no aniquila al mundo, no
destruye completamente al hombre. Dios ama lo que ha creado. Pero ese
Amor es Justicia y Misericordia al mismo tiempo.
Cuando
el Ángel toca con la punta de su lanza el eje de la Tierra, entonces
sobreviene el castigo divino. Lucía ve el castigo para toda la
humanidad. El ángel castiga a los hombres y la Virgen muestra Su
Misericordia, terminando el castigo y haciendo que el Ángel exclame:
«…el Ángel señalando la tierra con su mano derecha, dijo con fuerte voz: ¡Penitencia, Penitencia, Penitencia!».
El
Ángel usa su mano derecha: señal de que va a hablar con Misericordia. E
invita a todos a la penitencia. Después del castigo, la penitencia, que
es siempre un camino de misericordia. No es antes del castigo la
penitencia. Porque los hombres se han apartado de la penitencia, que es
despreciar la Misericordia Divina, por eso, viene el castigo, la obra de
la Justicia. Y, una vez que se cumple ese castigo, el hombre recapacita
sobre su vida, ve sus pecados y comienza a hacer penitencia por sus
pecados. Por eso, el Ángel, después del castigo, llama a la penitencia.
Ya
ese castigo primero no se puede quitar. Los hombres se han olvidado de
hacer penitencia, porque ya no creen en el pecado. Sólo creen que se
van a ir al cielo, que se merecen el cielo porque son unas buenísimas
personas. Es lo que enseña constantemente Bergoglio en su falsa iglesia.
Es lo que enseña toda la jerarquía que ya no hace ni oración ni
penitencia por el pecado.
Viene
un gran castigo para todo el mundo. Un castigo en el que nadie cree. Si
no creen en el pecado, no creen en el castigo. Todos se apuntan, ahora,
al año de la falsa misericordia. Y es, justamente en ese año, cuando
comienza el castigo.
«Y
vimos…a un Obispo vestido de blanco…También a otros Obispos,
sacerdotes, religiosos y religiosas subir una montaña empinada, en cuya
cumbre había una gran Cruz…llegado a la cima del monte, postrado de
rodillas a los pies de la gran Cruz fue muerto por un grupo de soldados
que le dispararon varios tiros de arma de fuego y flechas; y del mismo
modo murieron unos tras otros los Obispos sacerdotes, religiosos y
religiosas y diversas personas seglares, hombres y mujeres de diversas
clases y posiciones».
El
castigo es la Pasión del Cuerpo Místico de la Iglesia. El castigo
empieza por la Iglesia. La parte que ha sido ocultada corresponde al
Santo Padre: «el Santo Padre tendrá mucho que sufrir». Le han
obligado a renunciar. Esto es lo que se ha ocultado. Falta esta parte
para poder entender por qué el Papa, con toda la Iglesia obediente a Él,
va camino del Calvario.
El Papa Benedicto XVI es el Obispo vestido de blanco, que tiene que sufrir el castigo que viene a toda la humanidad: «atravesó
una gran ciudad medio en ruinas y medio tembloroso con paso vacilante,
apesadumbrado de dolor y pena, rezando por las almas de los cadáveres
que encontraba por el camino». Tiene que ver sangre y muerte antes de morir por Cristo en la Cruz.
Y es necesario ese Calvario de toda la Iglesia, con Su Cabeza Visible, para que comience el Reino de Gloria:
«….en el tiempo, una sola fe, un solo bautismo, una sola Iglesia, Santa, Católica, Apostólica. ¡En la eternidad el Cielo!» (“Un caminho sob o olhar de Maria”, pág. 267).
En el tiempo,
en la Iglesia militante, el Reino Glorioso de Cristo, en donde se da
una sola fe, un solo Bautismo, una sola Iglesia. Sin ese Reino, es
perder el tiempo todo ecumenismo. Es la charlatenería de muchos que
creen que con hablar las cosas se solucionan.
La
paz que Dios da al mundo no la da como el mundo la da: hablando, con
acuerdos de paz. La paz que Dios da es siempre la obra de la gracia:
cuando el hombre deja su pecado, entonces encuentra la paz.
Y el canal de la gracia, quien da la gracia al hombre es la Virgen. Reza el santo Rosario y salvarás tu alma y la de los tuyos.
«Es
urgente, Padre, que nos demos cuenta de la terrible realidad. No se
quiere llenar de miedo a las almas, sino que es solo una urgente
invitación, porque desde que la Virgen SS. le dio gran eficacia al S.
Rosario, no hay problema ni material, ni espiritual, nacional o
internacional, que no se pueda resolver con el S. Rosario y con nuestros
sacrificios. Rezado con amor y devoción consolará a María, enjugando
tantas lágrimas de su Corazón Inmaculado» (Carta del 22 de Mayo 1958 de Sor Lucía al P. Agustín Fuentes).
«Que
los siete años que nos separan del centenario de las Apariciones
puedan acelerar el triunfo previsto del Inmaculado Corazón de María,
para gloria de la Santísima Trinidad» (Benedicto XVI, 2010).
No
pongan su fe en el hombre o en lo que dice el hombre, sino en la
Palabra de Dios que se da a través de los profetas verdaderos. Es con la
pureza del corazón cómo se cree en Dios. Un corazón purificado es el
que hace las obras de Dios. Un alma que vive en sus pecados sólo obra
sus pecados. Es tiempo sólo de creer en Dios. No crean en ninguna
Jerarquía, porque todos están detrás de los hombres. El tiempo ha
llegado. El tiempo de ver el castigo y de sufrirlo. Pero, después del
castigo, es el tiempo para hacer penitencia por los pecados, para así
preparar la venida de Cristo al mundo. Cristo no viene a un mundo que
ama el pecado. Cristo viene a un hombre que sabe llamar al pecado por su
nombre y que sabe luchar contra aquel que es el que obra todo pecado en
los hombres: Satanás. Cristo viene para reinar en un mundo sin pecado.
Cristo no viene a un mundo dormido en la esclavitud de su ignorancia,
que es su perdición. Cristo viene a por las almas que tienen las
lámparas encendidas, que están prontas para ver la Voluntad de Dios y
obrarla al instante. El tiempo de la gran prueba ha llegado: se separan
las cabras de las ovejas. Se produce el cisma. Y sólo los humildes
podrán resistir a todo lo que viene a la Iglesia y al mundo. El tiempo
del Padre llega a su fin. Comienza el tiempo del Hijo.