Derecha-izquierda
La justicia está en la desigualdad cristiana
Es corriente el uso de los vocablos “derecha” e “izquierda” para
describir posiciones adoptadas en varios temas: básicamente en
cuestiones políticas, sociales o económicas, pero también en modos de
sentir o de ser, como también en la literatura, en las artes, etc.
Dios creó las desigualdades, no aterradoras y monstruosas, sino
proporcionadas a la naturaleza, al bienestar y al progreso de cada ser, y
adecuadas al orden general del universo. Tal es la desigualdad cristiana.
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Un examen de los diversos significados de estos términos permite ver,
a primera vista, un tal caos, que según muchos observadores esas
palabras han perdido todo valor como calificadores de actitudes
ideológicas, culturales o morales.
Sin embargo, sobre el talento, la cultura y la proyección
publicitaria de muchos de los que piensan así desde hace tiempo,
“derecha” e “izquierda” son todavía palabras de uso corriente y se diría
que son indispensables para quienes realicen análisis ideológicos.
Este hecho parece indicar que básicamente contiene algo sustancioso y
auténticamente expresivo. Algo incluso insustituible -al menos mientras
que el uso común no consagre otras palabras que las sustituyan.
Tengo la intención de analizar aquí ese “algo sustancioso” para ver
con los lectores si mi modo de sentirlas corresponde al de ellos, al del
gran público. Lo haré muy resumidamente, dadas las limitaciones
naturales de este trabajo periodístico.
* * *
Comienzo señalando que en el significado de estas dos palabras
correlativas, no todo es impreciso. En ella hay una zona clara.
Definiéndola, será posible detectar “de proche en proche”, el hilo que
conduce, a través de significados menos claros, hasta una elucidación
final de lo que “derecha” e “izquierda” quieren decir.
La zona clara está en la palabra “izquierda”. Frente a la trilogía de
la Revolución Francesa, todavía hoy el consenso general no duda en
calificar de izquierdista perfecto a quien se afirme favorable, no a una
libertad, una igualdad y una fraternidad cualquiera, sino a la libertad
total, la total igualdad y la fraternidad también total. De alguien que
es, en definitiva, un anarquista, en el sentido etimológico y radical
de la palabra (del griego gobierno “an”, privado y “archê”, gobierno),
con o sin connotación de violencia o terrorismo.
Los izquierdistas moderados califican como utópico (“lamentablemente
utópico”, dicen) el sueño de su correligionario integral. Nadie negará,
sin embargo, la plena autenticidad izquierdista de esa utopía.
En función de este marco de izquierdismo absoluto, es fácil discernir
qué -dentro de la escala izquierdista- un programa o un método, puede
ser calificado como más o menos izquierdista. Es decir, será tanto más
izquierdista, o menos, cuanto más se aproxime o se distancie del
“anarquismo” total.
Así, por ejemplo, un socialista es tanto más izquierdista cuanto más
efectiva y general sea la igualdad que reivindica. Y será íntegramente
izquierdista el que reivindique la igualdad total.
Una afirmación análoga debe hacerse en relación a otro “valor” de la
trilogía de 1789. Me refiero en especial al liberalismo político. Este
será tanto más izquierdista cuanto más reclame la libertad total.
Es claro que hay ciertas contradicciones entre socialismo y
liberalismo. Y esto conduce a objeciones fáciles contra lo que acabo de
afirmar. Así, el totalitarismo económico destruye fácilmente la libertad
política. Y recíprocamente. Pero esta contradicción existe sólo en las
etapas intermediarias que todavía no son el anarquismo total, si bien
que predispongan a él. Pues, tanto se puede llegar a este último por una
libertad absoluta, cuanto -y principalmente- por una igualdad absoluta.
La libertad absoluta propicia una ofensiva general de los que son o
tienen menos, contra los que son o tienen más. Y, a su vez, la igualdad
completa importa en la negación de toda autoridad y, por lo tanto, de
toda ley. Esas dos vías tan diferentes no son paralelas y se encontrarán
en el infinito. Por más contradictorias que sean en la práctica del
moderado cotidiano de hoy, convergen en el punto final “an-árquico”, en
el cual se encuentran y se completan.
Así, es cierto que, de acuerdo al consenso general, el izquierdismo
tiene su punto omega y su escala de “valores” bien definidos.
* * *
La cuestión consiste ahora es saber si los tiene, de modo correlativo, la “derecha”.
Aquí, la confusión es innegable. Sin que ella llegue, sin embargo, a
cortar el hilo conductor, el cuadro, análogamente a lo que ocurre con la
izquierda, conduce “de proche en proche” a una clasificación de los
matices sutiles del derechismo.
Las palabras “derecha” e “izquierda” surgieron en el vocabulario
político, social y económico de la Europa del siglo XIX. El izquierdismo
era una participación ideológica en el pensamiento y en la obra de algo
aún reciente y bastante definido en sus líneas generales, es decir, la
Revolución Francesa. La izquierda no era sólo una negación volcánica de
una tradición que parecía muerta, sino también y cada vez más la
afirmación de un futuro que parecía fatal. Frente a la Revolución
avasalladora, la derecha se definió solamente poco a poco, de modo
contradictorio y a tientas. (Cfr. Michel Denis, “Les Royalistes de la
Mayenne e le Monde Moderne”, Publications de l’Université de
Haute-Bretagne, 1977).
Si se definiera como un anti-izquierdismo, y “a fortiori” como un
anti-anarquismo, ¿qué tendría que ser, en entero rigor de lógica, la
derecha?
Como ya dije, está en la esencia del anarquismo total la afirmación de que toda y cualquier desigualdad es injusta.
Así, cuanto menor sea la desigualdad, menor será la injusticia. La
libertad es querida por el anarquismo precisamente porque la autoridad
es en sí misma una negación de la igualdad.
El derechismo afirma, pues, que, en sí
misma, la desigualdad no es injusta. Que, en un universo en el cual Dios
creó desiguales todos los seres, inclusive y principalmente a los
hombres, la injusticia es la imposición de un orden de cosas que Dios,
por altísimas razones, hizo desigual. (Cfr. Mt. 25, 14-30; 1 Cor. 12,28 a 31; y santo Tomás, (Summa contra Gentiles, Libro III cap. LXXVII).
Así, la justicia está en la desigualdad.
De esa verdad básica -conviene recordar de paso- no se deduce que
cuanto mayor sea la desigualdad, más perfecta es la justicia. En materia
de izquierdismo, la afirmación antitética es lógica (cuanto menor sea
la desigualdad, menor será la injusticia). La asimetría entre la
perspectiva izquierdista y la derechista es flagrante.
En efecto, Dios creó las desigualdades, no aterradoras y
monstruosas, sino proporcionadas a la naturaleza, al bienestar y al
progreso de cada ser, y adecuadas al orden general del universo. Tal es
la desigualdad cristiana.
Consideraciones análogas se podrían hacer acerca de la libertad en el universo y en la sociedad.
Pero ese patrón de derechismo no es el de la desigualdad absoluta,
simétrica y opuesta a la igualdad absoluta. Se trata de la desigualdad
armónica, conviene insistir. Cuanto más una doctrina fuere contraria a
la trilogía de 1789 y se aproxime de ese patrón de desigualdades
armónicas y proporcionadas, tanto más será derechista.
* * *
Los pensadores y hombres de acción que se irguieron en el siglo XIX
como en el siglo XX, contra la Revolución, no siempre fueron calificados
sólo por esto como derechistas.
Ellos, o los que los estudiaron, a veces imaginaron que el rótulo de
derechismo podría justificar desigualdades abismales (políticas y
sociales, pero muchas veces económicas). Como si en esto consistiese el
punto extremo de coherencia derechista.
Otros “derechistas” a su vez hicieron concesiones al espíritu
igualitario, porque ellos mismos estaban infiltrados de los principios
revolucionarios que combatían. O aún por táctica política, es decir,
para conquistar y conservar el Poder. Véase el cuño socialista oficial
del fascismo, y no sólo oficial, sino muy acusado del nazismo.
Por todo esto, el vocablo “derecha” no alcanzó en el lenguaje
corriente un sentido tan claro cuánto “izquierda”, y ha servido para
designar no sólo al verdadero derechismo de inspiración cristiana,
sacral, jerárquico y armónico (cf. Plinio Côrrea de Oliveira,
“Revolución y Contrarrevolución”), sino también “derechismos” modelados
en parte por tradiciones cristianas y en parte por principios
ideológicos (como también por experiencias) peculiares.
Con todo, me parece cierto que, por más importantes que hayan sido
las notas socialistas de ciertas corrientes llamadas de derecha, el
lenguaje corriente sólo las califica como derechas imaginando ver en
ellas una afinidad (mayor o menor) con el derechismo cristiano ideal que
describí más arriba. El cual, por una tradición multisecular, está en
el conocimiento consciente o subconsciente de todos.
En síntesis, en la derecha como en la izquierda tienen un marco
definido en el horizonte, a partir del cual sigue “en degradé” la gama
de los matices intermedios.
* * *
Dije “sacral”. Se que el término entró de modo inopinado en el
artículo. Esto se debe a que el límite de éste no me permite mostrar
cuál es, a mi modo de ver, el papel central de la Religión en la
concepción derechista auténtica que acabo de enunciar. Y que,
obviamente, es mi concepción como la de la TFP.
Digo solamente, casi a título de post scriptum, que el derechismo
laico o ateo es absurdo, porque el universo y el hombre son impensables
sin Dios. Lo que no importa en que yo (y aquí alargo un poco el post
scriptum), que me considero un adepto en tesis de la unión de la Iglesia
con el Estado, la desee para nuestros días “in concreto”.
Plinio Corrêa de Oliveira, “Jornal da Tarde”, 9 de Junio de 1979