miércoles, 28 de septiembre de 2016

Debate Clinton-Trump: “La fábula de la liebre y la tortuga”

Debate Clinton-Trump: “La fábula de la liebre y la tortuga”

En este primer debate quedó claro que el exceso de confianza del candidato republicano puede ser su mayor enemigo.
Debate Clinton-Trump:
Debate Clinton-Trump: "La fábula de la liebre y la tortuga"
Es un extraño año electoral. Desde el inicio de la carrera a la Presidencia de Estados Unidos, el sentido común indicaba que un candidato como Donald Trump no debía superar la curiosidad que despierta un personaje hecho a la medida de los ‘reality shows’. Sin embargo, contra todo pronóstico acabó por tomar de rehén al Partido Republicano.
Engreído y crecido por la fascinación mediática que ha construido a lo largo de los meses, hasta el día del debate estaba convencido de que pulverizaría a una contendiente vulnerable como Hillary Clinton. Días antes del primer debate presidencial que este lunes se celebró en la Universidad de Hofstra en Nueva York, Trump estaba seguro de que noquearía a una contrincante que, según él, no tiene la fortaleza física ni mental para ser presidente.


Poco le duraron al millonario empresario sus alardes. Una vez que el moderador de la cadena NBC comenzó a desgranar preguntas que requerían respuestas elaboradas sobre planes de economía, seguridad nacional o relaciones comerciales con el exterior, con aplomo y holgura la ex secretaria de Estado demostró la superioridad dialéctica y la experiencia con las que cuenta.
Trump, en cambio, recurrió una vez más a los ataques, culpando a Clinton y al presidente Obama de todos los males del planeta. Como un disco rayado, coreó eslóganes ominosos que distorsionan la realidad del país e insistió en las mismas mentiras que ha propagado como una nube tóxica. Por primera vez, su vocación de ‘showman’ se desinfló y el público, habituado a estas alturas a la adrenalina que proporciona el espectáculo de los leones hambrientos en el circo romano, sintió el desencanto ante un pasatiempo que prometía ser sangriento y se quedó en un convencional debate de 90 minutos.
En gran medida, la expectación que generó el primero de tres debates entre los dos candidatos fue la consecuencia de la algarabía que se organizó en torno al ‘debate del siglo‘, sólo comparable al entusiasmo colectivo que despierta una gran pelea de boxeo. En este caso Clinton corría el riesgo de perder el título frente a un púgil novato pero agresivo que amenazaba con tirarla contra la lona.
Bien, la campana sonó y un Trump algo congestionado y con un gesto que a medida que avanzaba el debate se fue torciendo, no se defendió bien ante su reiterada negativa de dar a conocer su declaración de la renta; fue incapaz de trasmitir empatía a la comunidad afroamericana poniendo el acento en el orden y la autoridad policial; ni tan siquiera mostró contrición por diseminar la sospecha de que Obama no había nacido en Estados Unidos, al frente del movimiento Birther que tanto contaminó la atmósfera política del país.
Días antes del debate, Trump se burló de que su adversaria se tomara el trabajo de prepararse junto a su equipo. Según él, la improvisación y su ambición de ser presidente le bastaban para llegar al auditorio como todo un ganador. A fin de cuentas, siempre ha presumido de que consigue todo lo que se propone y Clinton no es nada más que otra piedra en su fulgurante camino.
Como la fábula de la liebre y la tortuga, en este primer debate quedó claro que el exceso de confianza del candidato republicano puede ser su mayor enemigo. Sin duda Clinton no es la mejor ni la más perfecta candidata, pero en la recta final de la carrera no se permite el lujo de ser fatua. Antes de concluirla, recordó los comentarios denigratorios que su contrincante ha dedicado a las mujeres. Para entonces Trump estaba desarbolado. Hueco por dentro y por fuera.
FuenteEl Mundo