Tentaciones de Cristo y la Iglesia (repost) – Por Leonardo Castellani
De las Tentaciones de Cristo hay mucho
qUe hablar; pero seamos breves y notemos
tres puntos principales: el Tentador,
el Tentado y nosotros.
El espíritu maligno no sabía seguro si Cristo era el Mesías, ni mucho
menos si era Dios o no. Parece increíble, con el talento que tiene el diablo, y
conociendo las profecías mesiánicas mejor que cualquier rabino, que no sacara
la conclusión que tantos hombres sacaron. Pero es así, basta leer los
Evangelios; además San Pablo dice expresamente que el diablo no hubiera
crucificado –por medio de los judíos– a Cristo, si hubiese sabido que era el
Hijo de Dios (I Cor II, 8).
Que un Dios se haga hombre es un Misterio Absoluto;
es como si dijéramos un Absurdo: no cabe en ninguna cabeza creada. Eso no se
puede conocer y saber si no es mediante un acto de fe sobrenatural, un acto que
es imposible sin la gracia de Dios; la cual el diablo no tiene. La ciencia no
basta para alcanzar la fe; es necesaria también la buena voluntad, de que el
diablo carece.
Por eso el fin del Tentador fue, como aparece claramente, no sólo
hacer pecar a Cristo sino también sacarse él esa duda; lo cual no consiguió: “Si
eres Hijo de Dios, haz que estas piedras se conviertan en pan.” Pero
hay que reconocerle al diablo que su atrevimiento es infinito: es un
sinvergüenza, porque no tiene ya nada que perder. ¡Sospechando que Cristo era
una persona divina, haberlo sin embargo agarrado y llevado al Campanario! “¡Qué
miedo tendría el maldito –dice Santa Teresa– mientras iba
volando!”... Pero en realidad no sabemos si fue volando.
El diablo tiene un poder grandísimo –eso muestra este evangelio– y
por otra parte es un poder vano, porque se puede vencer “de palabra”,
con la palabra Dios.
Gran encomio de la Escritura Sagrada hay en este evangelio: Cristo
vence las Tres Tentaciones con el arma de la Escritura. Pero el poder del
diablo es tremendo en los que están desarmados. Cuando le dijo a
Cristo: “'Todo esto es mío y a quien yo quiera se lo doy”,
mostrándole los Reinos de la Tierra –en la política se puede decir que el
diablo no tiene rival– Cristo no le respondió: “¡Mentiroso! Todo esto es de
Dios, no tuyo”; no se metió a discutir con él, porque en algún sentido todo eso
es, en efecto, del diantre; en el sentido de que hoy día, por nuestros pecados,
él mangonea todo. El es el Fuerte Armado, es la Potencia de las Tinieblas, es
el Príncipe de este Mundo, como lo designó Cristo en otros lugares. Es probable
que Satán de nacimiento haya sido el Arcángel que estaba predestinado al manejo
y control del mundo material; o por lo menos, de este planeta; y por haber
pecado, no perdió ese poder connatural para con el pobre “planeta mudo” . Pero
todo poder de Dios es.
Eso que llamaban nuestros mayores “vender el alma al diablo” es
posible: es la operación que se propuso a Cristo en la Tercera Tentación.
Cuando en este mundo a un malvado le va bien incesantemente, se trata un
demoníaco; a los inicuos comunes, la moral los castiga a corto plazo. Si Dios
no se lo impide, el diablo puede hacer cosas rarísimas con los hombres; y eso
yo lo sé por los libros; pero si yo dijera que lo sé solamente por los libros,
mentiría.
¿Por qué tentó a Cristo con esas cosas raras? Con la Bobobrígida o
algunas de las otras animalitas de Dios que nos hacen el honor de divertir a la
plebe porteña; con la llave del Banco Central; o con las urnas llenas de votos
en el Congreso, yo lo tiento a cualquiera. Pero ¿con piedras, con vuelos sin
motor, con promesas fantásticas de imperios universales?...
El diablo sabía que Cristo era un varón religioso –lo había visto
prepararse para su misión religiosa con el ayuno de Moisés, lo había visto
arder como una gran fogata en oración continua–; y lo tentó como a un hombre
religioso: en el plano religioso, no en el plano carnal. Una nota del Evangelio
traducido por Straubinger dice: “la primera fue una tentación de
sensualidad”... Es un error. Las tres fueron tentaciones de soberbia. El diablo
tienta de soberbia, no de sensualidad, a los que hacen Cuaresmas tan rigurosas
como Cristo.
El diablo es la mona de Dios, puesto que querer ser como
Dios fue su caída y es su constante manía. El diablo tienta
prometiendo o dando las cosas de Dios: lo mismo que Dios nos ha de dar si
tenemos espero y fidelidad: Cristo podía procurarse pan con esperar un poco –“y
los ángeles se lo sirvieron”– sin necesidad de un milagro. El diablo nos
empuja, nos precipita, es la espuela del mundo: nos invita a anticipar, a
desflorar, a llegar antes. A los primeros hombres les dijo: “Seréis
como dioses” que es efectivamente lo que Dios se propuso hacer y
hace, por medio de la adopción divina (la gracia elevante) y la visión
beatífica, con el hombre. “Entonces seremos como El, porque le
veremos como Él es”, dice San Juan. Eva pecó porque codició una
anticipación de la visión divina. No podemos ser tentados sino de
acuerdo a nuestro natural.
Así pues a Jesús lo tentó de acuerdo a su natural con lo mismo que
Él había de lograr un día: Cristo había de convertir las piedras de la
gentilidad en el pan de su Cuerpo Místico, conforme a aquello: “Creéis
vosotros que de estas piedras no puedo yo sacar hijos de Abraham?”. Cristo
había de volar visiblemente a los cielos delante de sus apóstoles y unos
quinientos discípulos. Finalmente, Cristo algún día ha de ser Rey Universal del
mundo entero, como lo es desde ya en derecho y esperanza.
El diablo está hoy día tentando a la Humanidad con un Reino
Universal obtenido sin Cristo con las solas fuerzas del hombre.
Todo ese gran movimiento del mundo de hoy (la ONU, la UNESCO, la Unión de las
Iglesias Protestantes, los Grandes Imperialismos, las promesas de “mil años de
paz” por parte de los Conductores) representa esa aspiración irrestrañable de
la Humanidad al Milenio, a su unidad natural y pacífica, a su integración como
Género Humano.
Es inútil oponerse a esa aspiración actualísima –se equivocan los
ultra-nacionalistas– porque es un anhelo que está en las entrañas de la
evolución histórica del mundo, como que es una promesa divina. Pero el
diablo quiere llegar antes. Los cristianos sabemos que esto vendrá,
pero que sólo puede venir con y por Cristo; y que esta manera como se está
haciendo ahora, no podemos aceptarla, porque es la vasta preparación del
Anticristo. “Si esto es servir a la patria, a mí no me gusta el cómo.” De
manera que aparecemos como impotentes por un lado; como atrasados y
reaccionarios por otro. Paciencia.
La Iglesia hoy día aparece en plena crisis; no puede conseguir la
paz de los pueblos, la necesidad más urgente del mundo, está contusionada
dentro de sí misma; no hace más que tomar medidas y actitudes aparentemente
negativas: Syllabus, Juramento antimodernístico, prohibo
esto, prohibo lo otro. No está a la cabeza de la “civilización” como en otros
tiempos, no hace más que tirar hacia atrás: es que la “civilización” ha entrado
por un mal camino; por el de la Torre de Babel. Camino satánico.
“Todo esto es mío y lo doy a quien yo quiero; todo esto te
daré si cayendo a mis pies me adorares.”
Un hombre algún día aceptará este trato. No sé qué día…
No es necesario saber mucho griego ni latín para predecir que la
Iglesia será tentada, si Cristo fue tentado; y lo será con las mismas
tentaciones de Cristo.
Podríamos decir quizá que en la Edad Media fue la primera, en el
Renacimiento la segunda y ahora la tercera tentación. Así para entendernos;
aunque las tres funcionan juntas, mirándolo bien.
La primera tentación es ésta: por medio de lo religioso procurarse
cosas materiales –como si dijéramos cambiar milagros por pan– la cual puede
llegar a un extremo que se llama simonía, o venta de lo
sagrado. Pero los curas también tienen que comer y la Iglesia necesita bienes.
Yo no niego que la Iglesia necesita bienes, lo que yo sé es que hay una rayita
finita, pasada la cual los “bienes” se convierten en males. De modo que el
efecto más bien viene a ser tomar el pan y convertirlo en piedra; milagro al
revés; como por ejemplo hacer grandes templos de piedra donde falta el pan de
la palabra divina, “de la cual, como del pan, vive el hombre”, contestó Cristo
a Satán.
La segunda tentación es por medio de la religión procurarse
prestigio, poder, pomposidades y “la gloria que dan los hombres”. Y también es
verdad que la Iglesia necesita buen nombre, porque una de las notas distintivas
de la verdadera religión es que sea santa. Y así uno de los
principales argumentos de San Agustín contra los herejes y paganos eran las
admirables “costumbres” de la Iglesia primitiva contrapuestas a las malas
costumbres de ellos. Véanse sus libros: De Civitate Dei, De Moribus
Ecclesiae, De Moribus Manichoeorum...
Pero una cosa es que los demás lo prediquen a uno santo; y otra,
predicarse a sí mismo. Días pasados oí a un predicador que se mandó una
alabanza de la orden a que él pertenecía, que tembló el Campanario de la
Iglesia (o sea el Pináculo del Templo); y no pude menos que pensar: “Esto sería
mejor que lo dijese el pueblo”.
La tercera tentación es desembozadamente satánica; postrarse ante
el diablo a fin de dominar al mundo. ¿Puede la Iglesia ser tentada así? La
Iglesia no es más que Cristo. La crueldad, por ejemplo, es demoniaca.
Lo santo y lo demoníaco son contrarios y por tanto están en el mismo plano; y
la corrupción de lo mejor, es la peor. Hablando de Savonarola, el cardenal
Newman dijo:“La Iglesia no puede ser reformada por la desobediencia...”, y
su interlocutor le contestó: “Mucho menos por la crueldad, mi caro
Cardenal”. El Asceta puede ser tentado de dureza de corazón, de
inhumanidad, de crueldad. “Mi hija se ha vuelto cruel como el avestruz”,
dice Dios por el Profeta.
Ésta es la última tentación, de la cual Dios me libre y guarde; y
sobre todo, que Dios libre y guarde a los otros. Como dijo
el jachalero Ramón Ibarra cuando se peleó a cuchillo con Dionisio Mendoza y lo
querían sujetar: “¡Asujetelón! ¡Asujetelón! ¡Asujetelón al otro! ¡Que yo, mal
que bien, me asujeto solo!”.
LEONARDO CASTELLANI – “El Evangelio de Jesucristo” Domingo
1° de Cuaresma – 1957
Nacionalismo
Católico San Juan Bautista