Un pacto social genuino.
Un
pacto social genuino.
Desde hace unas cuantas décadas esta idea de un
"pacto social" merodea la política. Los que la mencionan
imaginan, en realidad, un gran acuerdo de corporaciones
que bajo un perverso sistema de representatividad lograría
que todos estuvieran satisfechos, fundamentalmente en materia
económica.
Quienes deliran con este tipo
de ensayos sociológicos tienen una mirada fascista
porque asumen con absoluta irresponsabilidad que la sociedad
se puede clasificar en grupos de intereses homogéneos
y que entonces todo se puede resolverse mediante una simple
negociación.
Ese patético modo de
ejercer la política, que lamentablemente cuenta con
muchos adeptos, supone que participarán de esa mesa
los trabajadores a través de los sindicatos, las organizaciones
de empresarios y obviamente el gobierno, con todos sus estamentos,
agregando también a las instituciones religiosas y
sociales, y adicionalmente a las provincias y a los municipios.
Vaya coincidencia. Todos los sectores que auspician
este tipo de alquimias se sienten automáticamente convocados
a ese gran desafió, y obviamente esperan ser protagonistas
de esa vital instancia, asumiendo que disponen de muchos
méritos para ocupar ese sitial y tomar decisiones por
los demás.
Por
políticamente incorrecto que resulte, hay que decir
que esta forma de concebir la vida en comunidad, legitimando
las decisiones de las cúpulas de una cofradía
es eminentemente impráctica y profundamente inmoral.
Los sindicatos no defienden los intereses
de todos los trabajadores, sino solo a los de sus agremiados.
Aun en el caso de las centrales sindicales, que agrupan
a muchos sectores del trabajo, su heterogeneidad geográfica
y laboral, les impide sintetizar la totalidad de las voluntades.
Por poderoso que parezca un gremio, lo cierto es
que muchos trabajadores no están afiliados, algunos
por una voluntad explícita de no querer ser de la partida
y otros porque ni siquiera tienen un empleo registrado y
por lo tanto no se rigen por las reglas de los convenios
colectivos.
En el empresariado sucede algo bastante
similar. Por trascendente que resulte una entidad, la misma
solo abarca a una fracción de la actividad emprendedora.
Las organizaciones de los industriales, productores primarios
y también de servicios estarán incluidas, pero
no existe institución alguna que pueda contener efectivamente
a todos los actores.
Ese tan mentado "pacto
social", no es ni más ni menos que una simplificación
que no encaja en la realidad. No existe mecanismo alguno
que permita resumir tantas ideas de la sociedad bajo un
formato sectorial.
Cada una de estas corporaciones,
intentará tironear para su lado, protegiendo sus inquietudes,
inclinando la balanza según su conveniencia y asumiendo
una dinámica peligrosa que induce a repartir tajadas
de una torta fija, en vez de pensar en como hacerla crecer
para que todos ganen.
La lógica de quienes
estimulan este tipo de intrincados contratos sociales, es
que los personajes se repartirán el botín, todos
estarán conformes con lo logrado y por esa razón
cumplirán con lo prometido.
La ingenuidad
de los intelectuales que pergeñan estos engendros es
que los sindicatos conseguirán mejoras y no reclamaran
nada por algún tiempo. Los empresarios establecerán
precios moderados y producirán más a cambio de
pautas salariales sensatas mientras el gobierno no les aumente
impuestos y mantenga aranceles impidiendo el ingreso de
competidores externos.
En ese contexto todos
actuarán buscando sacar partido de ese esquema, pero
existe una imperdonable omisión que deja afuera a los
ciudadanos que no participan al no disponer de una institución
seria que los defienda.
Alguien dirá que los
políticos deben interpretar a la gente. Pues no parece
necesario ahondar demasiado en esta cuestión aportando
argumentos adicionales para demostrar que esto no se verifica
en el presente.
Los que defienden la idea de
este tipo de componenda tienen una concepción fascista
de la política. Para ellos la gente gobierna a través
de las corporaciones de la que forman parte en un sistema
indirecto de castas.
Muchos han demonizado al
mercado. No lo han hecho inocentemente. Detestan la presencia
de múltiples decisores, aman la utopía de las
certezas y odian la incertidumbre que emana de las decisiones
individuales.
Es cierto que algunos le tienen
una fobia ideológica al mercado. Su sola mención
los crispa y les genera un espontaneo e instintivo rechazo.
Pero otros solo no logran comprender como funciona a diario
ese complejo mundo en el que cada individuo vota con sus
determinaciones personales.
El único gran
pacto eficiente, sustentable y factible al que puede aspirar
una sociedad es el que nace de la combinación pacífica
de esas decisiones individuales en el que se conjugan las
siempre cambiantes preferencias de cada persona defendiendo
sus propias e intransferibles percepciones.
Es
probable que algún distraído pueda seguir soñando
con lo improbable y sostenga que los sindicatos, el gobierno,
los credos, y el empresariado pueden lograr un acuerdo que
represente a todos los ciudadanos.
Los que conforman
esos grupos de presión saben que eso no es cierto,
pero están dispuestos a aprovechar esta infantil perspectiva
para sacar el máximo provecho sectorial posible gracias
al poder que provee esa visión.
Los hechos
no se modifican por mero voluntarismo y las variables económicas
no obedecen a las negociaciones espurias. Ignorar a la gente
solo consigue esconder los problemas, postergarlos, pero
jamás logra resolverlos. Si eso fuera posible ya habría
ocurrido hace tiempo y la historia reciente dice exactamente
lo contrario. Por mucho que moleste a tantos el mercado
sigue siendo el único modo de lograr un pacto social
genuino.
Alberto Medina
Méndez
albertomedinamendez@gmail.com