e
refuercen diariamente la ilusión del pensamiento único. Tal
reproducción es uno de los campos específicos de la acción política:
crear y recrear situaciones que impongan más o menos solapadamente a las
personas la forma en la que deben pensar.
Esta es, en pocas líneas, la lógica
política subyacente a los hechos acontecidos recientemente en el
tradicional bar porteño La Biela. En términos del periodismo hegemónico,
los sucesos se dieron así: dos lesbianas se dan recíprocamente muestras
de afecto dentro del bar, lo que provoca que los mozos, “homofóbicos”
por supuesto, las hagan retirar. Punto final.
Afortunadamente, con Nicolás Márquez pudimos acercarnos a La Biela y efectuar nuestra propia investigación al respecto (ver nuestro video en el bar en pleno curso de “adoctrinamiento“). Allí
consultamos a una decena de mozos y personal gastronómico, a clientes
frecuentes del lugar, a la dueña del quiosco de revistas que se
encuentra en la vereda del establecimiento y a los taxistas que tienen
su parada justo en la esquina del lugar en cuestión y que conocen a
fondo lo que sucede en la zona. Asimismo, investigamos a las lesbianas
que protagonizaron el hecho.
Los datos recabados pintan una historia
totalmente distinta. En primer término, las dos lesbianas al parecer ya
habían intentado generar una similar reacción (sin éxito) en lugares
como McDonald’s y Starbucks. Venían buscando hace rato lo que obtuvieron
en La Biela. ¿Pero por qué? Muy simple: la realidad es que son
militantes políticas. ¿De dónde? De grupos feministas neomarxistas y
“queer” como Colectiva Lohana Berkins, al cual se vincula María Belén
Arena, la que mayor visibilidad pública adquirió tras el episodio.
Las quejas, así, no tardaron en llegar.
Fueron los mismísimos clientes los que solicitaron al personal del bar
que le pidiera a la pareja lesbiana que guardara las formas. En palabras
de los mozos, “daba igual si eran lesbianas o heterosexuales, se
estaban toqueteando frente a todos y acá eso molestó a la gente”. Un
mozo se acercó a pedirles a las mujeres que adecuaran su conducta a las
reglas del lugar, y explotó el conflicto. Era lo que las militantes
lesbianas estaban buscando: reforzar la hegemonía de la dictadura de
género a costa de perjudicar a un comerciante y a su personal, vendiendo
una historia deformada de “homofobia y discriminación” a los grandes
medios (siempre prestos a servir al pensamiento políticamente correcto),
y luego convocar a un “tortazo”, es decir a una marcha lesbiana de
repudio contra el establecimiento.
Nuevamente, los medios mostraron sobre
el “tortazo” lo que convenía mostrar: un par de lesbianas besándose en
La Biela, sin hacer mayores disturbios. Pero silenciaron lo más
importante: el escrache no fue afuera del lugar, sino adentro, y no
fueron un par de lesbianas, sino unas 150 personas metidas por la fuerza
en el establecimiento (todas militantes), subidas muchas de ellas a las
mesas y a las sillas. El personal del lugar nos comentó que fue un día
completamente perdido; sus clientes se retiraron de inmediato, y el
salón quedó luego lleno de mugre y panfletos que ellos después tuvieron
que limpiar.
Y aquí vale hacer un comentario sobre
algunos de los amigos libertarios, esos que siempre son tan funcionales
al neomarxismo y que desde sus redes sociales festejaban el escrache
como una “manifestación legítima de la libertad”. La
libertad es una función del derecho de propiedad; de éste se deriva el
derecho de disponer de la propiedad y, por tanto, admitir o no admitir
ciertas conductas dentro del establecimiento privado.
El derecho a escrachar es sólo compatible con el ideario liberal cuando
no afecta ni la libertad ni la propiedad de los demás, algo que por
supuesto no ocurrió en el caso de La Biela, por una razón muy simple: el
objetivo de las organizaciones que están atrás de estas movilizaciones
políticas es precisamente afectar la libertad individual y la propiedad.
Y el final de esta historia no podría
haber salido mejor para el reforzamiento de la hegemonía a la cual nos
referíamos al inicio. Gramsci decía que el Estado es “hegemonía
acorazada con coerción”. Pues el Estado no pudo dejar de intervenir en
este asunto, ejerciendo coerción para mantener la hegemonía de la
dictadura de género: sometió al personal de La Biela a sesiones de
adoctrinamiento en ideología de género, las cuales se llevan a cabo
frente a los clientes del lugar como claro mecanismo de humillación para
los mozos, quienes obligatoriamente tienen que dejarse adoctrinar por
los burócratas del gobierno de la ciudad de Buenos Aires bajo el riesgo
de perder su trabajo.
Cuando le preguntamos a los mozos en
qué consistían estos cursos, nos dijeron que no “sacan nada en limpio”,
porque les enseñan que “si un hombre se cree mujer, entonces es mujer; y
si una mujer se cree hombre, entonces es hombre”. Es decir, los
adoctrinan en el error, en eslóganes ideológicos que van a contrapelo de
la ciencia y el conocimiento de la realidad. Y lo peor de todo: el
adoctrinamiento lo pagamos con impuestos entre todos, incluidos los
adoctrinados.
Toda una bajada de línea relativa a los peligros de sacar los pies del plato del pensamiento políticamente correcto.