martes, 13 de septiembre de 2016

“Los Otros”, la reconciliación


De las muchas tragedias de la historia argentina, el accionar de la subversión y el terrorismo de estado han sido las más sangrientas y las que más secuelas dejaron, en esta sociedad partida, que no encuentra el camino del perdón.
Falto justicia, y la que creyeron hacer los que la ejecutaron, desde el Estado, la más macabra de las aniquilaciones, fue tan desproporcionada, como lo es en cualquier lugar del mundo, el ejercicio del terror desde el Estado.
Mucho se ha discutido, pero es mucho más lo que se sufrió por esta etapa, que no cierra nunca.


A los nueve años, muchas veces me sacaban de la cama para chequear que no hubiera bombas en la casa, un patrullero nos seguía a la escuela, y mis padres hacían que nuestra niñez siguiera feliz.
Nada sabíamos de “los otros”, que perseguían y mataban en una lucha contra los sistemas, los sindicatos, los trabajadores, los grandes empresarios y los gerentes de sus empresas. Mi padre era uno de ellos, le tocó de cerca la muerte de sus colegas. Nos refugiaron en la Provincia de Santa Fe, y salvó su vida, pero su tranquilidad no. No fue el mismo durante muchos años, sufrió una depresión severa y las pesadillas lo acompañaron hasta el final de sus días.
Peronista, trabajador. Pasó el mal trago, mucha terapia y sobretodo una gran sabiduría, hicieron que nos eduque en la reconciliación con los equivocados. O los que al menos, para él, lo estaban. El entendía lo que pasaba, porque el ERP quería atentar contra nuestras vidas. Entendió por qué ocurrió el golpe del 24 de marzo de 1976 y jamás lo oímos justificarlo. Jamás.

los 70 1

Mucho tiempo después, entendimos todos, lo que ocurrió a partir de ese día, y luego se supo, venía ocurriendo en democracia.
De mis recuerdos de esa época, está la imagen de unos vecinos, subidos de los pelos a una camioneta verde, dos hermanos que iban a la secundaria, a los que no vimos nunca más.
Del ´78 recuerdo la prohibición de salir a festejar el mundial, veíamos los partidos en casa pero nada de festejos en la calle, “están pasando cosas, no se puede festejar nada como país”. También fuimos adolescentes a los que se nos prohibió festejar la guerra de Malvinas el 2 de abril.
Superar la persecución del ERP y la culpa de haber sobrevivido, aunque después los militares lo persiguieron por peronista, lo vigilaban, no hizo libre a mi padre hasta el ´83. Eso me dejó muchas enseñanzas.
No se puede vivir anclado al pasado, no se puede pasar la vida regurgitando rencores, y no es porque él zafó, como muchas veces me dijeron, los que no comprenden por qué condeno la represión de Estado. Me consuelo sinceramente con las familias de las víctimas de la subversión, pero no hago diferencias con las familias de los muertos y desaparecidos por el terrorismo. No me sale hacerlo de otra manera.
No adhiero a la teoría de los dos demonios, porque en el caso de haber existido, un demonio fue mucho más poderoso y destructor que el otro. Administraba la violencia, la vida y la muerte desde el gobierno, nada más y nada menos.
Hace un año tomé un café con uno de los miembros del ERP que perseguía a mi padre, y fue raro, fue casual, fue el destino, no me sentí incomoda, él sí, y me encontré de pronto oyéndolo disculparse por su accionar en los ´70 y él a mí, tratando de entender lo que todos hicieron mal. Coincidimos en algo, los derechos humanos son universales, como los postula su declaración. El derecho a la vida es sagrado. Nos dimos la mano y nos despedimos.
Para cada uno éramos “el otro” y nos dimos cuenta que había habido “otros” que nos superaban, que estuvieron por encima nuestro, de las diferencias de ellos como peronistas y mi padre, y de la sociedad toda, detentando el poder y creando nuevos vocablos para los argentinos, como desaparecidos, apropiadores, clandestinidad, víctimas inocentes.
Soy consciente de que mis palabras pueden ser poco prolijas para muchos, políticamente incorrectas para muchos más. La vida me dio la oportunidad de vivir una etapa violenta, que no me pasó por el costado, que estalló en el corazón de mi familia, que destrozó familias de amigos y de mi padre. También se llevó a mis vecinos, a un primo, cuya madre fue de la asociación Madres de Córdoba. Nadie me contó, no lo leí en un libro, lo vi, lo viví.
No pertenezco al grupo que cree que porque se vendieron las banderas de los derechos humanos a la política K eso borra lo que paso. Tampoco pertenezco al grupo que cree que porque se pagaron indemnizaciones por el daño causado por un estado represor, eso borra lo que pasó. Eso estará en la conciencia de cada deudo. Porque después de todo, se quedaron siendo eso, todos deudos.
Sí creo que las víctimas de la subversión y el terrorismo que consideran que no tuvieron justicia, deben buscarla denodadamente, como lo hizo la familia Rucci. Buscarla sin querer equipararse, sin comparar, buscar hasta encontrarla. La sociedad los acompaña seguramente.
Entendí con mucha claridad el espiral de violencia que ocurrió, imparable, hasta que llegó el silencio, que era salud, en aquellas épocas. Nada fue bueno. Nada.
Trabajo por los derechos de mujeres silenciadas durante la dictadura y durante toda la democracia, no escribo para agradar ni para dar consejos, solo intento contar, lo que viví. Y que sirva para algo.
Porque cuarenta años después, hay en este país, gente que sigue diciendo sin pudor “ojala hubieran terminado su trabajo”, sin pensar que en algún momento, si seguían, la puerta se la iban a golpear a ellos. O necesitamos un “Videla”. No lo vivieron, estoy segura de eso.
Y hay muchos jóvenes, que se quedaron con el relato conveniente de una década de abuso de utilización de los derechos humanos, con fines de robo, así de trágico. Robaron desde el dolor real de aquellos que fueron víctimas, contando una muy parcializada historia.
Todos, hemos heredado la violencia de bandos, transformándonos en anti algo o pro de otra cosa, no tenemos otra entidad que esa, la de ser argentinos se diluyó.
La paz es un estado que se alcanza desde el interior de cada uno, para luego ser trasladado a la sociedad. Las mujeres hemos sido capaces de ser puentes entre la muerte y la vida, muchas veces a los largo de la historia de la humanidad. Seámoslo ahora.
La grieta que nos divide no es nueva, se ha profundizado, pero tiene más de cuarenta años, y se la trasladamos a nuestros hijos, que suman rencores actuales.
No le pediría a un familiar de un muerto por la subversión que olvide, no le pediría a la madre de mis vecinos que perdone, no soy la persona indicada.
Todos los que creen que no se hizo justicia tienen derecho al reclamo, a lo que no tienen derecho es a seguir sumando división a la división.
El compromiso de la sociedad debe llegar, ocurrirá cuando dejemos de ser bandos, llegará cuando comprendamos que la tragedia nos alcanzo a todos.
Trabajar en la paz, para que nunca más seamos “los otros” de nadie, y seamos nosotros.
Alicia Panero