Una ciudad en pecado mortal
Octubre de 1934. Buenos Aires es la sede del XXXII Congreso
Eucarístico Internacional al que acude como Legado Papal el Cardenal
Eugenio Pacelli, el futuro Papa Pío XII. Conmueve ver en las viejas
filmaciones de la época, las inmensas multitudes que acuden a adorar a
Jesús Eucaristía: miles y miles de hombres, de mujeres, de adolescentes
de niños reunidos en torno de la Gran Cruz levantada en el Barrio de
Palermo donde se yergue el Monumento de los Españoles (así llamado
porque fue un obsequio de la comunidad española a la Nación Argentina en
ocasión del Primer Centenario de 1810). Una auténtica apoteosis de la
Fe, una suerte de resurrección de la Argentina católica tras largos años
de indiscutido imperio del liberalismo masónico. Gobierno y pueblo, en
aquellos días, estuvieron unidos, de rodillas ante el Rey de la
Historia.
Fue Presidente de la Comisión de Prensa de aquel inolvidable
Congreso un por entonces joven novelista católico, el doctor Gustavo
Martínez Zuviría (más conocido por su pseudónimo literario, Hugo Wast), a
la sazón Director de la Biblioteca Nacional, que con el tiempo llegaría
a ser no sólo una gloria de las letras hispanas sino, además, una de
las figuras más insignes del catolicismo argentino a cuya iniciativa,
como Ministro de Educación, se debió la Ley de Enseñanza Optativa de la
Religión Católica en la Escuelas públicas, sancionada en 1943, que tuvo
la virtud de terminar con el laicismo escolar impuesto en 1884.
Correspondió, precisamente a Martínez Zuviría, pronunciar el Discurso
de Presentación ante el Legado Papal y las máximas autoridades de la
República la inolvidable noche del 12 de octubre de aquel año en el
magnífico marco del Teatro Colón. De esta estupenda pieza oratoria
(recogida en las Obras Completas del gran escritor) queremos extraer,
ahora, este sugestivo pasaje:
“Después de los millones de comuniones que han hecho en las últimas
semanas las mujeres de Buenos Aires; después de la enternecedora
comunión de 107.000 niños, en la mañana de ayer en Palermo; después de
la impresionante comunión de los hombres, en la madrugada de hoy, que
desbordó todas las previsiones pues se esperaban cuarenta mil y
concurrieron doscientos mil, y hemos presenciado atónitos cuadros dignos
de la Iglesia primitiva, hombres adultos aproximarse a un sacerdote
desconocido y confesarse con él, allí, en plena calle, en plena luz,
unas veces de rodillas, otras ambos de pie, pegados al oído del confesor
los labios del penitente, y abrazados ambos y sin preocuparse de la
muchedumbre, que pasaba silenciosa rozándolos; y hemos visto dividir una
Forma en cinco, seis, ocho partes, para que pudieran comulgar ocho
hombres con una sola Hostia; después de estas escenas que ni se vieron
jamás, ni se presumieron nunca, podemos afirmar que Buenos Aires está en estado de gracia”[1].
Buenos Aires, ¡una ciudad en estado de gracia! ¿Por qué traemos a la
memoria el recuerdo de aquellas jornadas de gloria? Porque hoy, junio de
2017, a poco más de ochenta años de estos sucesos, Buenos Aires es una
ciudad en pecado mortal.
Hace ya bastante tiempo que Buenos Aires tiene el triste privilegio
de ser la primera ciudad “gay friendly” de Hispanoamérica y la número
cuarenta y tres en el rankig mundial. Así se lee en la página oficial de
turismo de la ahora denominada CABA (Ciudad Autónoma de Buenos Aires):
“Hoy Buenos Aires se transformó en un destino gay friendly por
excelencia, que incluso es elegido en función de las fechas de sus
festivales. Año tras año en la ciudad se celebra el Festival LGBTIQ y el
Festival Internacional de tango Queer con una semana repleta de clases,
milongas y fiestas”. También le correspondió haber sido la primera
ciudad de “América Latina”, como gustan decir los desertores de la
Hispanidad, en autorizar un “matrimonio” homosexual aún antes de que la
Nación sancionase la ahora llamada “Ley de matrimonio igualitario”.
Ha sido precisamente en estos días de finales de junio que CABA se
vistió de los colores de la bandera gay izándola, junto a la bandera
patria, en la Plaza de la República dominada por el horrendo Obelisco,
“esa adefésica mole de cemento y tristeza” como la llamó no recuerdo
quien. Las escaleras mecánicas de algunas estaciones del subte (el
metro) lucieron los mismos colores. El Jefe de Gobierno (algo así como
el Alcalde) junto con sus colaboradores, se fotografió, sonriente,
luciendo en las manos un cartel con esta inscripción: Yo estuve en la inauguración de la Casa Trans.
¿Y qué es la Casa Trans inaugurada, para más datos, el 28 de junio,
en el barrio porteño de San Cristóbal? No otra cosa que una casa
destinada a dar contención al colectivo trans “que encontrará allí
servicios, capacitación en oficios, atención sanitaria, orientación
jurídica y actividades recreativas”. En la ocasión, Marcela Romero,
presidenta de la Federación Argentina LGBT, declaró con indisimulable
satisfacción y orgullo que esta Casa permitirá “salir de la oscuridad”
al colectivo homosexual (cómo si fuera poca la impúdica exhibición de
que ya goza desde hace tanto tiempo). Por su parte, el Señor Alcalde,
Horacio Rodríguez Larreta (quien durante la campaña electoral que lo
llevó al gobierno no perdió ocasión de proclamarse católico) afirmó:
“Cuando hablamos de inclusión, de igualdad de derechos, con situaciones
como éstas se concreta. Para nosotros es muy importante y es nuestra
responsabilidad como gobierno llevarlo a la práctica”. Dijo también que
se siente “orgulloso” con la Casa Trans, que “todavía falta mucho” en
materia de inclusión, pero que las propuestas que habrá en el lugar
servirán para luchar contra esas diferencias. “Creo, y lo digo con
orgullo, que Buenos Aires es una ciudad muy de avanzada en eso, donde se
respeta mucho la diversidad, en todo sentido”, remató finalmente.
También la subsecretaria de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural,
Pamela Malewicz, se manifestó satisfecha por esta concreción en la
ciudad de Buenos Aires: “Estamos muy felices de poder inaugurar el
espacio que hace mucho se venía proyectando”, sostuvo; y resaltó la
importancia de que “se realice en el Día Internacional del Orgullo Gay,
que se celebra justamente hoy”. Como se ve, en CABA, la promoción de la
contranatura es política de Estado. Y todos orgullosos y felices.
¡Ay, Buenos Aires, Ciudad mía, en la que nací, viví, estudié y amé,
Ciudad de la Santísima Trinidad! ¡Has renegado hasta de tu nombre
ilustre reemplazándolo por una sigla! ¡De aquel estado de gracia has
llegado a este estado de grave pecado mortal! Si aquel 12 de octubre de
1934 pudo decirse de ti: Tus fundamentos están en la montaña santa. Hoy se canta tu gloria, ¡oh ciudad de Dios! (Salmo 86)[2], hoy sólo puedo llorar sobre tus muros y tus calles como lloró el Señor ante Jerusalén previendo su ruina: ¡Jerusalén,
Jerusalén!, tú que matas a los profetas y apedreas a los que te son
enviados, ¡cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne
a sus pollitos bajo las alas, y vosotros no habéis querido! He aquí que
vuestra casa os queda desierta (Mateo 23, 37, 38).
P.S.: Terminada de redactar esta breve nota se me ocurre
pensar que así como tras la larga noche laicista y masónica fue posible
un acontecimiento como el Congreso Eucarístico Internacional, cuyos
benéficos frutos perduraron muchos años en la vida católica argentina,
así también es posible esperar que después de esta marea de contranatura
y muerte el Buen Dios nos regale otra resurrección y Buenos Aires
vuelva a vivir un tiempo de gracia. Lo esperamos contra toda esperanza.
Mario Caponnetto
[1] Hugo Wast, Obras Completas, Ediciones Fax, Madrid 1957, pg. 1178.[2] Cf. Hugo Wast, o. c.