Profundamente indignado.
Lo que ha ocurrido en estas horas me causa una enorme tristeza, pero
también una absoluta impotencia. Me enoja, me molesta, pero por sobre
todas las cosas me genera una amarga sensación de indignación con todos.
Me indigna ser parte de una sociedad que prefiere la ceguera y muestra
signos indisimulables de necedad. Una comunidad tremendamente hipócrita
que no es capaz de asumir sus problemas estructurales con valentía y
enfrentarlos como se debe, con determinación e inteligencia.
Me indigna que seamos tan chantas de no comprender que no se puede vivir
de fiesta indefinidamente y que las cuentas algún día se pagan, que
nada es gratis y que lo que no queremos hacer hoy por las buenas lo
terminaremos haciendo mañana de la peor manera y con mayores costos.
Me indigna que seamos demagogos y que creamos que las soluciones son
simples y mágicas, que son “otros” los que deben encontrar soluciones
porque nosotros no tenemos la más mínima idea de lo que hay que hacer.
Me indigna que les pidamos a los gobiernos orden, pero al mismo tiempo
le digamos que ejerza esa misión con sano equilibrio, sutilmente,
seduciendo a los delincuentes y poniéndoles alfombra roja para que no se
ofendan.
Me indigna que le pidamos a un conjunto de personas que eligieron ser
miembros de la fuerza de seguridad que nos protejan de los criminales
pero que lo hagan sin elementos para evitar que los malos salgan
lastimados.
Me indigna que mandemos al frente de batalla a otros y luego nos
ocupemos de desautorizarlo sin culpa alguna. Que les paguemos
indecentemente para hacer un trabajo que ninguno de nosotros haría
porque nos falta el valor para estar en esa peligrosa línea de fuego.
Me indigna que pretendamos confundir protesta genuina con delito, que
elijamos creer que los forajidos que desprecian la propiedad privada y
se apropian de lo ajeno son solo un grupo de individuos que piensan
diferente.
Me indigna que sigamos repitiendo como loros que los actos de vandalismo
son una legitima forma de expresar meras discrepancias y que pueden
constituirse en el termómetro adecuado del malestar ciudadano.
Me indigna que tengamos una dirigencia política tan mediocre que ni
siquiera es capaz de leer dos páginas seguidas de un proyecto de ley,
pero que luego puede invertir ese mismo tiempo en intrigas que luego se
convierten en tácticas de corto plazo para sacar ventaja de la
coyuntura.
Me indigna que muchos legisladores no sepan ni hablar y solo puedan
balbucear, que no intenten siquiera argumentar para defender sus
supuestas ideas sin recurrir a la chicana, el panfleto y los slogans
vacíos.
Me indigna que la mayoría de los opositores sean tan cínicos y que
pretendan que la gente les crea su discurso de sensibilidad social, ese
relato que no aplicaron cuando tuvieron la oportunidad de gobernar.
Me indigna que la dirigencia, en su conjunto, intente que la sociedad le
crea que a ellos les interesa realmente el futuro de los jubilados y
pensionados cuando unos y otros, los manipulan y utilizan sin escrúpulo
alguno.
Me indigna ver que los que decidieron dedicarse a la política no son
capaces de sostener convicciones y que solo definen sus posiciones con
una dinámica que consiste en sacar el máximo provecho del tema del día.
Me indigna que los que gobiernan no logren comprender que antes de
discutir un tema se deben construir consensos, no solo con las cúpulas y
los círculos de poder, sino con una sociedad que necesita validar los
cambios.
Me indigna que los legisladores oficialistas se hayan convertido en
“levanta manos”, dejando de lado sus creencias bajo la excusa de que
deciden lo políticamente posible en nombre de un “bien común” que jamás
llega.
Me indigna que los que gobiernan no tengan el coraje de hacer lo
correcto y que vivan justificándose, cuando fueron ellos los que
prometieron cambiarlo todo y decidieron hacerse cargo de este lío, sin
que nadie les implore.
Me indigna que toda la clase política no se anime jamás a enterrar sus
propios privilegios, esos que establecieron por unanimidad y que
confirman eternamente, sin ofrecer un mínimo gesto de austeridad
republicana.
Me indigna que el “pseudo” periodismo juegue su propio partido bajo ese
cruel esquema en el que se responde linealmente a los intereses de los
medios y, a veces, solo a las resentidas ideas de sus interlocutores.
Me indigna que el sindicalismo corrupto contribuya al caos para
destruirlo todo cuando, en realidad, han sido ellos los responsables de
este inviable régimen que diseñaron y que alimentaron hasta que lo
hicieron colapsar.
Tengo el temor de que esa indignación se convierta en desesperanza, que
esa desazón me empuje a bajar los brazos, a buscar nuevos horizontes
lejos de mis afectos y a considerar a mi país como una causa perdida.
Pero luego pienso, que aunque no lo veamos muy claro aún todo sigue
dependiendo de nosotros mismos, de entender primero lo que nos pasa, de
ser autocríticos y revisar, sin piedad, todo lo que hemos hecho muy mal.
No estamos como estamos por casualidad, ni porque los que hacen de las
suyas sean solamente los otros. Nuestro presente no es el resultado de
un plan perpetrado por los empresarios prebendarios, ni por los malvados
integrantes de la inagotable corporación política y gremial.
Somos lo que somos, porque hacemos lo que hacemos. El exitismo
compulsivo, la mirada simplista, una apatía crónica, el desinterés por
la política y una ausente cultura del trabajo nos trajeron hasta acá.
Es la acción, o inacción, de cada uno de los ciudadanos la que ha
construido este engendro. Claro que muchos hicieron lo imposible para
engordar a este monstruo del que hoy viven cómodamente esquilmando a los
demás.
Va siendo tiempo de que reflexionemos y nos pongamos a trabajar para
convertir este mamarracho en una oportunidad. Si no lo hacemos pronto
repetiremos nuestra propia historia como lo hemos hecho durante décadas.
Tenemos una chance. Habrá que entender primero que somos nosotros los
que debemos tomar la posta, porque si esperamos que estos patéticos
personajes de hoy edifiquen un porvenir mejor, estamos muy equivocados.
Unos ya lo demostraron. Son corruptos, perversos y absolutamente
incapaces de hacer algo positivo. Los otros, los de ahora, no tienen lo
que hay que tener para hacer lo que hay que hacer. Todos los días lo
confirman.
Alberto Medina Méndez
albertomedinamendez@gmail.com