El
sábado 24 de marzo se conmemora el cuadragésimo segundo aniversario del
derrocamiento de María Estela Martínez de Perón, dando origen al
“Proceso de Reorganización Nacional” a cargo de las Fuerzas Armadas. El
relato que se impuso con el correr de los años fue más o menos el
siguiente: el 24 de marzo de 1976 un grupo de forajidos con uniforme
militar tomó por asalto la Casa Rosada derrocando a la presidenta de ese
momento ante el estupor y la desesperación del pueblo argentino. La
realidad es muy diferente. Efectivamente, el 24 de marzo de 1976 se
produjo el derrocamiento de “Isabel” protagonizado por las Fuerzas
Armadas pero la actitud del pueblo fue de alivio. “Por fin la rajaron”,
sintetiza a la perfección el estado de ánimo colectivo en aquella triste
jornada. En efecto, aunque hoy muchos se nieguen a reconocerlo el
derrocamiento de “Isabel” contó con el apoyo de importantes sectores de
la población, por no decir su inmensa mayoría. Expresado en lenguaje de
la ciencia política, el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 gozó de
una innegable legitimidad, si por tal entendemos el apoyo popular
brindado a dicho accionar.
Lo que sucedió el 24 de marzo de 1976
no sorprendió a nadie. Nunca hubo en la historia un golpe de Estado tan
anunciado y esperado por la población. Es por ello que cuando nos
anoticiamos aquella mañana de lo que acababa de suceder no nos llamó
para nada la atención. Lo que cabe preguntar es por qué el pueblo sintió
alivio cuando se enteró de la destitución de “Isabel”. Ello nos conduce
inevitablemente a rememorar lo que había acontecido en el país durante
los tres años de gobierno peronista. El 20 de junio de 1973 Perón
regresó definitivamente al país con un único objetivo: volver a ser
presidente. Lo que aconteció ese día en los bosques de Ezeiza le
demostraron que el peronismo era un polvorín que amenazaba seriamente la
paz social. Fue tal la violencia desatada entre la derecha y la
izquierda del movimiento que el anciano líder se obligado a descender en
el aeropuerto de Morón. Un mes más tarde se deshizo de Cámpora y Solano
Lima para que su camino a la presidencia quede despejado. Las
elecciones presidenciales tuvieron lugar el 23 de septiembre y Perón
recibió un aluvión de votos. El pueblo le había otorgado toda su
confianza ya que lo consideraba el único dirigente capaz de sacar al
país del atolladero en que se encontraba. Dos días más tarde, Montoneros
asesinó a balazos a José Ignacio Rucci, uno de los hombres de mayor
confianza de Perón. Fue la manera que eligieron para recordarle al líder
que debía contar con ellos a la hora de gobernar. Las consecuencias de
ese hecho atroz fueron nefastas. Lejos de amilanarse Perón redobló la
apuesta. A partir de entonces el país se tiñó de rojo. Los cadáveres
comenzaron a aparecer cada día a lo largo y ancho del país. Durante el
verano de 1974 se produjo un hecho terrible: la subversión intentó el
copamiento del regimiento militar de Azul. Perón no toleró semejante
afrenta. Al poco tiempo expulsó de las provincias a aquellos
gobernadores afines a la “tendencia”. Había estallado una guerra sin
cuartel. El 1 de mayo la izquierda peronista desafió nuevamente a Perón
quien, encolerizado, expresó que había llegado la hora de hacer tronar
el escarmiento. El 1 de julio muere y es reemplazado por su Vice, su
esposa María Estela Martínez. La derecha peronista copó el gobierno que
quedó en manos de José López Rega. Promediando 1975 “Isabel” se tomó
unas breves vacaciones y el presidente interino Luder ordenó el
aniquilamiento de la subversión, la que venía ejecutando Bussi en la
provincia de Tucumán desde hacía unos meses. En ese ambiente violento y
desgarrador los grandes medios comenzaron a machacar con la idea del
vacío de poder y el flagelo de la subversión. En agosto el general Numa
Laplane fue reemplazado por Videla en la jefatura del Ejército. El golpe
comenzó a ponerse en marcha. El 23 de diciembre un sector de la Fuerza
Aérea se adelantó a lo planificado e intentó derrocar a “Isabel”. El
plan falló no porque careciera de apoyo sino precisamente porque no
había respetado el cronograma establecido. Mientras tanto el líder
sindical Casildo Herreras se fue del país pronunciando la famosa frase
“yo me borré”. Durante el verano de 1976 cada noche los argentinos se
preguntaban si ése había sido el último día de “Isabel” como presidente.
El
24 de marzo de 1976 puede considerarse, parafraseando a García Márquez,
como la crónica de un golpe anunciado. A nadie sorprendió la
destitución de “Isabel” y casi todos respiraron aliviados cuando el
hecho tomó estado público. El golpe contó con el apoyo de la inmensa
mayoría del pueblo, de la Iglesia Católica, del poder económico
concentrado, de los grandes medios de comunicación, de gran parte de la
dirigencia política y sindical, y del gobierno de Gerald Ford y Henry
Kissinger. El pueblo estaba harto de la violencia y la inseguridad.
Exigía orden a cualquier precio. El Leviatán de Hobbes alcanzaba su
máximo esplendor. Ese mismo 24 de marzo comenzó a aplicarse el
terrorismo de Estado que, en realidad, venía ejecutándose durante el
gobierno de Isabel. La triple A puede concebirse como la antesala
siniestra del sistema de desaparición forzada de personas. Cuando asume
Videla como presidente de facto su imagen positiva era altísima. Su
supuesto profesionalismo y su supuesta apoliticidad eran muy bien vistos
por grandes sectores del pueblo. Clarín y La Nación no podían ocultar
su beneplácito por el arribo de las Fuerzas Armadas al poder mientras
Videla anunciaba el comienzo de una regeneración profunda de las
instituciones políticas (partidos y sindicatos) y del tejido social
argentino. La sociedad estaba muy enferma y había que curarla. Mientras
tanto Martínez de Hoz comenzaba a sentar las bases de un nuevo sistema
económico basado en el poder del capital financiero y la jerarquía
católica bendecía al flamante gobierno militar.
Los militares que
destituyeron a “Isabel” no nacieron, pues, de un repollo ni asaltaron la
Casa Rosada sembrando de cadáveres la Plaza de Mayo. Por el contrario,
se trató de un golpe de Estado incruento que fue bien visto por casi
todo el pueblo. Esa es, guste o no guste, la verdad histórica.