martes, 27 de marzo de 2018

LIBROS-PADRE LEONARDO CASTELLANI-"CRISTO Y LOS FARISEOS"º1ºParte-Prólogo 1"Cristo y Los Farieos 2º"El Dulce Nazareno"



Leonardo Castellani

"CRISTO Y LOS FARISEOS"



Corrección y notas Pbtro. (Ratios Biesffo

EDICIONES JAUJA MENDOZA - ARGENTINA

P r e f a c i o


El presente volumen reúne escritos del Padre Castellani de diversa procedencia, sobre el tema del fariseísmo. La primera parte, redactada por el Padre en su reclusión en Manresa, es una obra inconclusa: en su plan original, cuyo esquema conservamos, Castellani se proponía abordar diversas cuestiones que quedaron en el tintero. Agregamos cinco Apéndices tomados de otros escritos del Padre que proyectan más luz sobre el fariseísmo. v La segunda parte consta de cuatro cartas que en 1946 y Castellani dirigió a los profesos jesuítas de la Provincia ? Argentina. Ellas tratan sobre la Obediencia, Pobreza, Castidad y Gobierno. Entonces las cartas fueron consideradas 'sediciosas" y Castellani manifestó su voluntad de publicarlas* para que se viese que no eran tales. Al cumplir hoy el deseo del Padre contribuimos a honrarlo en el centenario de su nacimiento.
Los editores



Primera Parte

P r ó l o g o I


Cosas que conocen todos Pero que nadie cantó

(Martín Fierro)

Toda la biografía de Jesús de Nazareth como hombre se puede resumir en esta fórmula: 'Fue el Mesías y luchó contra los Fariseos" —o quizá más brevemente todavía: ' Luchó contra los Fariseos.* Ése fue el trabajo que personalmente se asignó Cristo: su campaña. * Todas las biografías de Cristo que conocemos construyen su vida sobre otra fórmula: “Fue el Hijo de Dios, predicó el Reino de Dios y confirmó su prédica con milagros y profecías...' Sí; pero ¿y su muerte? Esta fórmula amputa su muerte, que fue el acto más importante de Su vida. ¿..Son biografías más apologéticas que biográficas; Luis Veuillot, Grandmaison,' Ricciotti, Lebreton, Papini, Mauriac... El drama de Cristo queda así escamoteado. La vida de Cristo no fue un idilio ni una elegía sino un drama: no hay drama sin antagonista. El antagonista de Cristo, en apariencia vencedor, fue el fariseísmo. Sin el fariseísmo toda la historia de Cristo hubiera W. I cambiado; y también la del mundo entero. Su Iglesia no hubiese sido como es ahora y el universo hubiese seguido otro derrotero, enteramente inimaginable para nosotros, con Israel cabeza del pueblo de Dios y no deicida y disperso. Sin el fariseísmo, Cristo no hubiera muerto en la cruz; pero sin el fariseísmo la Humanidad caída no fuera esta Humanidad, ni la religión religión. El fariseísmo es el gusano de la religión; y después de la caída del Primer Hombre es un gusano ineludible, pues no hay en esta mortal vida fruta sin su gusano ni institución sin su corrupción específica. Es la soberbia religiosa: es la corrupción más sutil y peligrosa de la verdad más grande: la verdad de que los valores religiosos son los primeros. Pero en el momento en que nos los adjudicamos, los perdemos; en el momento en que hacemos nuestro lo que es de Dios, deja de ser de nadie, si es que no deviene propiedad del diablo. El gesto religioso, cuando se toma conciencia de él, se vuelve mueca. Los grandes gestos de los santos no son autoconscientes, es decir, son auténticos, es decir, son divinos: "padecen a Dios" y obran en cierto modo como divinos autómatas, como obran los enamorados; sin "autosentirse"; como dicen ahora. Entiéndanme: no Ies niego la libertad ni la conciencia ni la reflexión; establezco simplemente "la primacía del objeto", que en lo religioso "es un objeto trascendente"; — la primacía sobre la práctica de la contemplación, sobre la voluntad del intelecto —o como dirían ahora, de la Imagen. El fariseo es el hombre de la práctica y de la voluntad, es decir, el Gran Casuista y el Gran Observante. Se han hecho innúmeros retratos "externos" del Fariseo. El mejor está en los Evangelios. Allí el fariseo no solamente es descrito por Cristo sino que actúa y se mueve contra Cristo. La acción subterránea quer desemboca en el crimen máximo irrumpe en tacurúes ¡, durante su camino, como las bocas de un hormiguero, como los cráteres de un forúnculo, dejando señalada su dirección psicológica, aunque sin patentizarse en sí misma, porque el alma del fariseo es tenebrosa. Un fariseo no puede escribir su autorretrato. No se ha escrito ni se puede ¡escribir. El pobre ¿Tartufo de Molière, es un infeliz, un estúpido, un bribón vulgar y silvestre que lleva un transparente antifaz- ¿de devoto. Pero el fariseo verdadero no lleva antifaz; (es todo él un antifaz). Su natura se ha vuelto máscara, miente con toda naturalidad pues ha comenzado por mentirse a sí mismo. Lo que ,él simula, que es la santidad; y lo que él es, el egoísmo, se han amalgamado; se han fundido y se han hecho un espantoso veneno 4que de suyo no tiene antídoto alguno^ . Glicerina más ácido nítrico igual dinamita, 7 :E1 destino de Jesús de Nazareth era chocar con el faftseísma; y;una vez producido el choque la lucha hasta la muerte sigue inevitable. Este drama tiene el determinismo riguroso de todo buen drama. El sino del que se dio como misión: "las ovejas que perecieron de la casa de Israel" era topar con la causa del perecimiento de Israel, a saber, con los falsos pastores, con los lobos vestidos de pastores, los de la zamarra de piel de .oveja. ;4 JL,a humanidad no ha presenciado otro conflicto más agudo, peligroso y trágico: la religión viva ha de vivir dentro de la religión desecada Sin desecarse ni dejar de set lo que es, como un golpe de savia que debe moverse a través de un tronco vuelto corteza. Este fue el difícil y delicado trabajo de Cristo.

La cátedra de Moisés sigue siendo la cátedra de Moisés. Hay que hacer lo que dicen los sentados en ella sin hacer lo que hacen; y decir una cantidad de cosas que ellos callan, y que deben decirse, y que los harán saltar como víboras: *dar testimonio de la verdad." Eso hay que hacerlo; y no omitir lo otro. Este trabajo espinoso desgarra y hace visible por dentro el corazón de Cristo. ¿Cómo podemos ser devotos del Corazón de Jesús sin conocerlo? ¿Y cómo conocerlo sin entrar en él? Hoy día hay gentes que hacen fiestas al Corazón de Jesús y no tienen corazón. Asi pues, el hilo conductor que une todos los actos de Cristo, define su carácter y descubre su corazón es su tremendo enfrentarse con los pervertidores de la religión. El conflicto religioso estalla en el momento en que Cristo hace su primer acto de público predicante y profeta en Caná de Galilea. "¿Qué es esto?" —dicen los aprovecha dores de la religión. "¿Qué hace Éste?" Ya habían sido alertados por la predicación vociferante de Juan el Bautista. É s te acababa de ser autorizado y proclamado por a q u é l. Es sintomático que el rudo penitente de Makerón haya recibido la muerte de un sensual, mas Cristo haya sido llevado a ella por puritanos. Es cien veces peor el fariseísmo que los demás vicios, como notó el mismo Cristo. El fariseísmo es un vicio espiritual, es decir diabólico, pues las corrupciones de) espíritu son peores que las corrupciones de la carne. Ésta es un compendio de todos los vicios espirituales, avaricia, ambición, vanagloria, orgullo, obcecación, dureza de corazón, crueldad, que ha llegado a vaciar por dentro diabólicamente las tres virtudes teologales, constitu

yendo asi el "pecado contra el Espíritu Santo". "Vosotros sois hijos del diablo y el diablo es vuestro padre." Las desviaciones de la carne son corrupciones; pero las desviaciones del espíritu son perversión. El Gran ' Incesto es copular consigo mismo, hacerse Dios. Eso es lo que hizo el Diablo en el principio, el Gran Homicida. Pecado contra el Espíritu Santo. ¿Por qué? Porque el Espíritu es el Amor que une el Padre y el Hijo, el Amor que saca al hombre de sí mismo y lo lieva a Dios. Así éste es el pecado que no tiene cura posible, porque el que tiene el amor tuerce sus acciones todas y tuerce aquello que destuerce todo lo torcido. Desvirtúa "il Primo Amore“, como lo llama el Dante. Al verse a sí mismo divino, todas las acciones del fariseo quedan para él divinizadas. No hay punta tan aguda que pueda penetrar esa cota de malla, esas escamas más apretadas que las de Behemot; ni la misma Palabra de Dios, que es espada de dos filos. ¡La Palabra de Dios justamente ha sido laminada para esta coraza! ¡Los fariseos de Cristo la llevaban encima, en fimbrias, vinchas, orlas, estolas y filacterias! "Los calzados —decía San Juan de Yepes de los de su tiempo— están tocados del vicio de la ambición, y así todo lo que hacen lo coloran y tiñen de bien; de manera que son incorregibles..." La ambición en los religiosos, que se les vuelve a veces una pasión más fuerte que la lujuria en los seglares, es una de las partes más finas del fariseísmo: “Amar los primeros puestos.,, amar el vano honor que dan los hombres". Pero la flor del fariseísmo es la crueldad: la crueldad solapada, cautelosa, lenta, prudente y subterránea, “el dar la muerte creyendo hacer obsequio a Dios." El fariseísmo es esencialmente homicida y deicida. Da muerte a un hombre por lo que hay en él de Dios1. Instintivamente, con más certidumbre y rapidez que el lebrel huele la liebre, el fariseo huele y odia la religiosidad verdadera. Es el contrario de ella, y los contrarios se conocen. Siente cierto que si él no la mata, ella lo matará. Desde ese momento, el que lleva en sí la religiosidad interna sabe que todo cuanto haga será malo, todos sus actos serán criminosos. La Escritura en sus labios será blasfemia, la verdad será sacrilegio, los milagros serán obras de magia ¡y guay de él si en un momento de justa indignación recurre virilmente a la violencia, aunque no haga más daño que unos zurriagazos y derribo de mesas! Su muerte está decretada. Y todo este drama se desenvuelve en el silencio, en la oscuridad, por medio de tapujos y complicadas combinaciones. La muerte ilegal, cruel e inicua de un hombre se resuelve en reuniones donde se invoca a la Ley con los textos en la mano, en graves cónclaves religiosos, diálogos, frases donde casi no habla más que la Sagrada Escritura y se usan las palabras más sacras que existen sobre la tierra. — "En verdad os digo que si un muerto resucitado viniese a deponer, no lo creeríais."

'Dios necesita poner a alguien de blanco a quien odien los fariseos, para que el 'odio a Dios' latente que los afecta salga afuera en forma de 'odio deicida' al prójimo: odio a lo santo, lo virtuoso o lo natural excelente que h'ay en él. Dios 'fija el absceso', como dicen los médicos, y hace volverse visible al pus en orden a la curación —que empero es imposible o casi imposible.' (Castellani, Diario, 9-XI-52).

Y todos los medios son buenos con tal que sean sigilosos: la calumnia, el soborno, el dolo, la tergiversación, el falso testimonio, la amenaza. Caifás mató a Cristo con un resumen de la profecía de Isaías y con el dogma de la Redención. "¿Acaso no es conveniente que por ¡a salud de todo un pueblo muera un hombre?" El drama de Cristo fue éste. Así murió el Salvador. Toda su mansedumbre, toda su dulzura, toda su docilidad, sus beneficios, su prudencia, su elocuencia, sus ruegos, sus lágrimas, sus escapadas, sus avisos, sus imprecaciones, sus amenazas proféticas, su talento artístico, su sangre, su muda imploración de Eccehomo habían de estrellarse contra el corazón del fariseo más duro que las piedras; de las cuales es posible hacer hijos de Abraham más fácilmente que de quienes se creen salvados por el hecho de llevar sangre de Abraham. Es el drama de Cristo y de su Iglesia. Si en el curso de los siglos una masa enorme de dolores y aun de sangre no hubiese sido rendida por otros cristos en la resistencia al fariseo, la Iglesia hoy no subsistiría. El fariseísmo es el mal más grande que existe sobre la tierra. No habría Comunismo en el mundo si no hubiese fariseísmo en la religión; de acuerdo a lo que dijo San Pablo: "Oportet haéreses esse,,,“ Y al final será peor. En los últimos tiempos el fariseísmo triunfante exigirá para su remedio la conflagración total del universo y el descenso en persona del Hijo del Hombre, después de haber devorado insaciablemente innúmeras vidas de hombre.

El mayor mal que corroe y amenaza a la religión católica hoy día es la “exterioridad” —el mismo mal al que sucumbió la Sinagoga. El punto de disensión entre el Catolicismo y el Protestantismo en su nacimiento fue la "exterioridad". Los protestantes protestaron contra una Iglesia que se volvía un imperialismo, contra* una fe que se volvía ceremonias y obras de filantropía, contra una religión que se volvía exterioridad: y apelaron a la religión interior. La rebelión protestante marca históricamente el momento en que la exterioridad religiosa rompió el equilibrio y amenazó seriamente a la interioridad. El remedio contra eso no era la rebelión y la desobediencia por cierto; y así el Protestantismo no remedió el mal sino que lo agravó.' El Protestantismo es la rebelión contra una imperfección que en vez de volverse perfección deviene permanentemente rebelión —como su nombre actual lo dejó fijo. Vivir "protestando" no es un ideal religioso. Se protesta una vez contra un abuso; y después se comienza a vivir contra el abuso o fuera del abuso. El que vive protestando quiere que los otros quiten el abuso; no quiere o no puede quitarlo él. Mas siempre es posible quitar un abuso de sí mismo; y es la mejor manera de protestar contra él. Lutero protestó contra el abuso de las indulgencias y después abusó él de la indulgencia. Pero el Protestantismo se llevó consigo una gran verdad cautiva. No era un puro error. ¿Cómo iba a permitir Dios que la mitad mejor de la Cristiandad cayera en un puro extravío —y eso por culpa de un monarca sifilítico y un monje burdo y bestial— como pintan a Henry Tudor y a Luther las "Historias de la Contrarreforma"? Poco honor hacen a Dios los que conciben esa enormidad. Si media Europa acabó por seguir y acoger la rebelión religiosa es porque toda Europa estaba sumida en la mayor crisis religiosa de la historia del mundo —en la penúltima: El fariseísmo estaba por ahogar la religión. La exterioridad devoraba la fe. Sin escarbar mucho, se puede mostrar esto de una manera sencilla. ¿Cuál fue el punto inicial del incendio? Las indulgencias. ¿Fue eso un mero pretexto, una casualidad, una cosa insignificante? No puede ser. Las "indulgencias" son una serie de traducciones al exterior de dogmas de fe que son verdaderos si se sustentan en la vida interior; pero cuyas traducciones al exterior los pueden traicionar hasta convertirlos en la siguiente monstruosidad: "Dáca oro y te doy gracia." Eso es el colmo de la exterioridad religiosa. El anónimo Lazarillo de Tormes puso en ridículo al "bulero" y con él a las bulas y con él a la religión vuelta exterioridad, al rito-comercio. Y el vulgo español inventó este cuentecillo: A la puerta de una Iglesia un sacristán del Quinientos pedía limosna para la Animas a duro por indulgencia plenaria; con un gran retablo de cuerpos semidesnudos sumergidos en fuego y un letrero que decía: Duro que cae, alma que sale. "Un aldeano dejó caer un duro en la bandeja "por el alma de mi padre" y preguntó después: —¿Ya salió? — y el sacristán se contentó con señalarle el letrero. Entonces el cazurro recogió su duro diciendo: — Pues si ya salió, que no sea tonto de volver a entrar. Recuerdo que un catalancillo rojo de Manresa me decía en 1947, en ocasión que en todas las Iglesias se predicaba y ofrecía "la Bula de la Santa Cruzada": — "Vosté me va a hacer creer a mí, que un hombre tiene poder, para hacer que sea pecado mortal— que yo pierda mi destino eterno, —el fin para que Dios me creó— una cosa de comer, la carne guisada; y que después, si yo le doy a ese hombre cinco pesetas, ese hombre puede hacer que ya no sea perdición eterna la carne guisada. Un hombre se levanta y dice: Desde hoy el que come carne en viernes hace un mal horroroso, punible con el infierno; pero si me da un duro, el comer en viernes deja de ser un mal horroroso y se vuelve tan inofensivo como era antes..." Las indulgencias tienen una justificación teológica un poco complicada pero innegablemente lógica; pero para que esos silogismos sean verdadera religión y no armazón ridículo de exterioridad, es menester haya mucha fe en súbditos y pastores y mucha humildad y temor de Dios en el manejo del rito: cosas que en el 500 escaseaban. En otras palabras, los antiguos perdones de la primitiva Iglesia, basados en un sentido profundo del pecado, de la misericordia y de los méritos de los mártires, se habían desecado por dentro y convertido en una práctica de más en más exterior; hasta que el diablo del comercio se metió en la cáscara vacía. Es falso que la "querella de las indulgencias" haya sido una casualidad,» una máscara del orgullo de un fraile, de unos príncipes mal bautizados o de una nación entera mal evangelizada; ese material seco no se hubiese inflamado sin la llama de la indignación de muchísimas almas religiosas contra la exterioridad religiosa. Otro índice de lo dicho son las famosas *Reglas para sentir con la Iglesia" que están en los "Ejercicios Espirituales" de San Ignacio de Loyola. Esas "reglas" están dirigidas contra el espíritu del tiempo, contra el Protestantismo, y todas ellas se dirigen a defender la exterioridad religiosa, loablemente por cierto, puesto que lo exterior es también necesario no siendo el hombre espíritu puro. Loablemente para aquel tiempo por lo menos. San Ignacio fue el campeón de la Contrarreforma. Su alma de místico, después de su conversión en Manresa, se posesionó en París de la máxima entonces necesidad de la Iglesia y comenzó allí la fundación de su Compañía: Allí escribió esas "reglas" que apendizó a su librito: "Alabar candelas encendidas —alabar ceremonias y ritos, largas oraciones en las iglesias, vida conventual, los doctores escolásticos— la obediencia de fe a la Iglesia Jerárquica, de modo que si yo veo blanco decir negro cuando la Iglesia Jerárquica dice negro" —exclama el vasco con una fórmula enteramente vasca, no exenta de peligro. En suma, hacer y decir lo "oppó&itum per diámetrum" (como dice él) de lo que hacían los "reformadores": fórmula muy buena en táctica pero también peligrosa en teología —por demasiado simple. Si Cristo hubiese hecho todo lo contrario de lo que el diablo le sugirió en sus tres tentaciones, el diablo hubiera quedado contento.  Alabar imágenes, ceremonias y candelas encendidas en las Iglesias, largas oraciones vocales, vigilias y ayunos, filosofía escolástica, colectas, congresos, acción católica, enseñanza religiosa, etc." fue una buena orden del día para aquellos días, sobre todo en España, pues al español le gusta la "contra". Un español le dijo un día a otro: "¡Hola, Manolo, al fin te veo, qué cambiao estás, hombre, pareces otro, la verdá es que ya no pareces Manolo! — "Disculpe señor yo no soy Manolo... — ¿Qué no eres Manolo? ¡Pues más a mi favor!" —dijo el otro. Habría que ver si "alabar candelas" es una buena "orden del día" para nuestros días. Poner una candela encendida en un altar o seis Imágenes de yeso (el Concilio Bonaerense de 1953 prohibió poner más de 7 imágenes en un solo altar) es un mínimum de religiosidad: es un acto exterior que sustituye e invita a algo interior que es la oración —y que desde luego, si no invita mas sólo sustituye, vale más que no se haga. Pero ese mínimum de religiosidad no es tanto de alabar (se alaban sólo las cosas máximas) cuanto de tolerar o permitir a lo más. Ninguna alabanza de las candelas hay en el Evangelio y es de creer que Jesucristo en su vida no encendió una sola; oraba a la luz de las estrellas y reprendió a los que oraban muy vistosamente: de hecho mandó nos escondiéramos para orar. De manera que "alabar candelas encendidas" puede ser una buena españolada; pero el que no las alaba, no peca. Pero en fin, dejando este asunto de candelero, lo que notábamos era solamente que el campeón de la Contrarreforma puso el punto de la lucha religiosa de su tiempo en donde mismo lo puso el campeón de la Pseudo-reforma, en el rechazo o acepto total de la exterioridad. A mayor abundamiento se puede leer toda la vida del tempestuoso monje sajón y se verá que antes de su conversión o reversión estuvo sumergido en la exterioridad religiosa hasta que pendularmente se volvió con violencia hacia la interioridad, desde el rayo que mató a su compañero y lo hizo meterse fraile hasta las indulgencias que lo desfrailaron. En su tiempo anduvo de Provisor o Superior de siete conventos de su Orden a la vez sobrecargado de negocios temporales con apariencias de sacros hasta no tener tiempo de rezar el breviario — del cual fue dispensado, puesto que al fin y al cabo "se condenaba por el bien de la Comunidad", como el risueño monje alambista de Alfonso Daudet. Él mismo lo notó en su peculiar estilo: "Si la frailería pudiese salvar al fraile, ninguno ha practicado más frailería que yo; y no me salvó nada." Cuando arrojó por la borda toda la "frailería" y dijo "la fe sola, la fe salva y no las obras (exteriores), la fe interna revestida de los méritos de Cristo como una hopalanda", no se dio cuenta que arrojaba la corteza y el esqueleto de lo religioso y hasta la carne, desencarnando la fe y arrojándola despellejada y molusca a las tormentas de la imaginación o a la armadura férrea del fariseísmo. Y no se dio cuenta de eso porque era ocamista — o como diríamos hoy, cartesiano. No entendía la distinción sutil de materia y forma, el hilemorfismo. Pensó que podían existir en lo humano formas puras. Y en ninguna parte, ni en lo religioso, pueden existir formas sin materia.







El Dulce Nazareno

- II

Hoy día hay filósofos que dicen que la religión es demasiado masculina, y otros que dicen que la religión es demasiado femenina. Merejkowski Dimitri en “Les Mystères de l'Orient" dice que el cristianismo se ha masculinizado excesivamente, transportando a Dios los atributos de uno de los dos sexos con detrimento del elemento femenino de los seres; según él, representado en el Cristianismo primitivo por la persona del Espíritu Santo; que de hecho, en hebreo, es nombre femenino. Por el contrario, un jesuíta austríaco, Ritschl y un jesuíta alemán n o -sé -c ó m o han escrito sendos libros, recientemente traducidos entre nosotros (y mediocres, por lo demás) quejándose de que el Catolicismo actual es demasiado femenino, se vuelve de veras una religión de mujeres: cuyo objeto único es el "Dulce Nazareno" de Constancio Vigil, simbolizado en la actual abominable estatuaria religiosa por los Cristos buenos mozos de melena rubia con el dedo en la boca del tarazón abierto. La verdad es que el Cristo de la predicación actual no es ni hombre ni mujer: es un concepto. Se ha dejado caer de él la personalidad nada menos, con lo cual se ha suprimido al hombre necesariamente; y por consiguíente y "a fortiori", a Dios, el cual es una persona (o Tres Personas), no es una idea abstracta. Cristo está allí para sostener la moral; es el puntal de la "moral social", que es hoy día la moral esclerotizada; lo mismo que Moisés y Abraham para los fariseos. Se han dejado caer grandes trozos del Evangelio, que eran incómodos de predicar y más aun de practicar; los trozos restantes quedan naturalmente incoherentes, y se pueden vertebrar de diferentes maneras; de donde provienen las diversas falsificaciones modernas del Cristo. El Cristo de Renán, el grande e idílico moralista plebeyo; el Cristo de Strauss, el poeta soñador; el hombre de la resignación y de la tristeza dulce de Tolstoi; la inmensa compasión abierta sobre los males del mundo de Schopenhauer; el jurista y legislador de los casuistas; el profeta socialista; y finalmente el Corazón de Jesús de las beatas, protector de las solteronas... Como le dijo una vez el Obispo al Filósofo: —"Lo ha salvado el Corazón de Jesús; créame, doctor. Lo ha salvado de ese accidente automovilístico el Corazón de Jesús..." El filósofo levantó la cabeza y dijo: — La bondad de Dios no se puede probar por la experiencia. En lo cual tenía razón hasta cierto punto. La bondad de Dios se puede experimentar en la experiencia mística, pero no se puede probar propiamente con experimentos. Al contrario, la experiencia de los grandes males del mundo tendería a probar más bien lo contrario, para muchos hombres. Se ha suprimido la personalidad de Cristo porque se ha omitido en sus retratos lo que fue su misión esencial. Un hombre se define por su quehacer histórico; el quehacer histórico de Cristo fue la lucha contra el fariseísmo. — ¿Una pateadura puede salvar un alma? —No— es la respuesta corriente. Pero si una pateadura no pudiese salvar un alma, Cristo no hubiese dado pateaduras. Y el Evangelio nos relata dos formidables pateaduras por lo menos, dadas por Cristo a los mercaderes del Templo. Suprimid la indignación viril en Cristo y suprimís su virilidad. La indignación viril queda borrada de la lista de las virtudes cristianas. Y la indignación justa, con todos sus gestos y sus efectos, es una virtud. — ¿Jugarse por una mujer es obra de un sacerdote? —De ninguna manera. Por lo demás, los sacerdotes hoy día, la mayoría, no se juegan ni por mujeres ni por varones. Pero Cristo se jugó por una mujer, y de mala fama por añadidura. Lo que eso significaba para los sacerdotes de su tiempo era terrible: era el descrédito total como sacerdote. Si un fariseo tocaba la sombra de una mujer andando por la calle, tenía que purificarse. Ahora, cuando no estaban en la calle, no era la sombra solamente, según parece. La gazmoñería y la pudibundería es un típico signo 'farisaico; esos santos arrojan una sombra de maldición sobre todo lo carnal, como si no hubieran nacido de madre; —lo cual no es señal de gran castidad, al con- trario. Afectan considerar todo lo sexual como esencialmente no-santo. Despreciaban altamente a las mujeres; y eran seguidos por muchas mujeres, cosa curiosa. Dice Josefo que hacían su agosto entre las damas ricas, y eran reverenciados por el mujerío. Hay una tendencia en la mujer a inclinarse al que la maltrata. Pero esa tendencia más bien morbosa no explica todo el caso. Lo más probable es que el mujerío vulgar respetase a los íariseos por simple religiosidad. Dicen que la mujer es más religiosa que el varón. No es verdad, propiamente hablando. Pero la mujer necesita más de la religión exterior, segura, codificada, representada y socializada. Y eso eran los fariseos. "Que lo siguen las mujeres" — fue una de las acusaciones de los fariseos contra Cristo; en ellos puros celos de clientela. "¡Lo siguen las mujeres!" "Trata con publícanos y prostitutas..." Finalmente, para dar otro ejemplo, ¿es propio de un hombre religioso resistir a la "Autoridad"? No es propio resistir a ninguna autoridad. "¡Trabajad para la Iglesia, trabajad para la Iglesia" decfan los fariseos. ¿Qué cosa más santa? Pero no decían: "¡Trabajad para la Iglesia de Dios!" La Iglesia eran ellos. Nos hemos confundido: no decían "para la Iglesia", sino: "para la Ley". Pero es lo mismo. No decían: "para la Ley de Dios", Ellos eran los representantes de Dios: con eso era bastante. Trabajad para nosotros. La fórmula sana es: "Trabajad para la Ley de Dios, porque es de Dios, en cuanto es de Dios y hasta donde es de Dios; y nada más. No trabajéis para las excrecencias que el hombre introduce siempre en toda Ley." Esas excrecencias habían crecido tanto en tiempo de Cristo que devoraban la Ley. Había pues que decir

simplemente, como dijo Cristo: "Trabajad para Dios. Basta." En la mentalidad plebeya la ley tiende a cubrir y oscurecer continuamente la razón de la ley. "El sábado es para el Hombre y no el Hombre para el Sábado" —decía Cristo. Él escribía Hombre con mayúscula; los fariseos escribían Sábado: surge el ídolo, contrario a la Vida. ¡Ay de los pueblos cuando la Autoridad comienza a escribirse con mayúscula! Entonces toma el lugar de la Verdad, que ésa sí lleva mayúscula, por ser Dios mismo. El mundo sabe bien actualmente lo que es el Estado con mayúscula: el Estado con mayúscula es la inmoralidad organizada. ¿Quién dijo eso? San Agustín lo dijo y también Nietzsche; aunque con sentidos diferentes. Los fariseos eran muy patriotas: la "patria" en tiempo de Cristo era una mafia de ladrones armados hasta los dientes; tanto la patria de los romanos como la de los judíos. Por eso Cristo se negó a pronunciarse en esa discusión "nacionalista" que encandecía los ánimos en su tiempo y a la cual fue provocado. — Yo rehusó tomar partido en las contiendas de la iniquidad. No importa: lo acusaron ante Pilatos de "nacionalista", es decir, de nazi . "Dad al César lo que es del César". Las monedas tienen la marca del César. No empleéis la espada para retener ese oro: dejaos despojar de él por el César. ¡Quedaréis pobres! No importa demasiado. Lo otro es peor; lo otro es suicidio.
Pero decir eso resultó para él suicidio: decir la Verdad. Cristo pagó su tributo al César, después de hacer constar que de suyo Él no estaba obligado. Hizo un milagro para pagarlo; un milagro de cuento de hadas: sacó un pescado del mar y del pescado sacó una moneda de oro. El pescado significaba él mismo; la moneda significaba su doctrina; el pez murió para darla. El verdadero tributo que pagó Cristo al Imperio Romano fue su sangre; por eso no estaba obligado a pagar otro. Ese tributo se lo arrancaron por la fuerza, "a fin de dar testimonio de la Verdad". Predicó hasta con su sangre el respeto a la autoridad con el super-respeto a Dios: "no tendrías autoridad sobre mí si no te viniera de arriba". El respeto a la autoridad que predicó severamente San Pablo no le impidió al Apóstol predicar la verdad: la prueba es que estuvo preso muchísimo tiempo y acabó decapitado. El respeto a la autoridad ha sido convertido hoy día para muchísimos fieles y clérigos (y en los fieles por causa de los clérigos) en "oportunismo político": hay que respetar a cualquiera que vence; hay que apoyar al partido que da dinero a la Iglesia —a veces el caso es todavía más grave, la autoridad convertida en ídolo, y justificada incluso cuando comete injusticias. "Decid a ese zorro que me venga a buscar" — dijo Cristo. Cristo no respetó los crímenes de Herodes. La lucha contra esa terrible desviación de lo sacro es una empresa, una empresa de hombres. Esa fue la empresa de Cristo, !o que él hizo como hombre, lo que da unidad a toda su acción, lo que conecta su vida con su muerte, su "Misión": el nudo de su personalidad.


Esa lucha obligó a Cristo a desplegar toda las virtudes: las virtudes masculinas y las virtudes femeninas. El arma fue la palabra. El resultado fue la constitución de una nueva sociedad religiosa, contenedora de la Verdad. La Verdad... ¿Quid est Véritas? - Est vir qut adest 1, La Verdad era El: la suma verdad en un cuerpo y en un alma. Cristo fue todo un hombre con una sensibilidad de artista; y el artista tiene "algo o mucho de mujer” — dijo el poeta. Por eso... El ateo Nietzsche, con todo su tremendo prejuicio anticristiano, se detuvo ante la figura de Cristo. Presintió oscuramente su personalidad, y lo admiró sin saberlo. "En realidad, del verdadero Jesús no sabemos nada" — dijo, para sacudirse esa admiración. En realidad, ¿1 no sabía nada, confundido por la exégesis protestante, en la cual fue educado y de la cual con razón desconfiaba. "¿No habrá sido Jesús en realidad un aristócrata místico?" —se preguntó Nietzsche. Eso fue: un aristócrata en el sentido nietzscheano, es decir, un alma de nobleza total, de integral personalidad, de soberana libertad. Y un místico, como lo fue él mismo, pese a sus tiradas contra el "misticismo" —la "misticidad", el falso misticismo. "¿No se habrán equivocado los /(iríseos —continúa— al creerlo un plebeyo, un demagogo, un continuador de los profetas ? "

1 "¿Qué es la Verdad? Es el hombre que está presente." La respuesta a la pregunta de Pilatos está dada con las mismas letras de la pregunta: anagrama inventado por Boecio que encantó a la Edad Media. (L.C.)


No, no se equivocaron. Lo sintieron como fue, un rey, un rey destronado, y por tanto, noble y pueblo a la vez, y por eso lo odiaron. EUos>eran los usurpadores de la autoridad teocrática. El contrario del noble es el falso noble, no es el plebeyo. El noble y el plebeyo se llaman y se suponen: verd ad q u e se le escapó a Nietzsche, lo cual constituye justamente el npÜTOv iJ/eüÓoi;3 de su sistema moral notabilísimo. Los fariseos eran falsos nobles, falsos aristócratas, falsa "élite''. La cristalización de la moral en normas externas inflexibles es la característica del plebeyo; como es la característica del intelecto mediocre la confusión de fines y medios, maliciosa casi siempre. El hombre noble, cuando no está en su lugar, se va al último lugar. Eso es lo que hizo Cristo ante la situación aberrante en que encontró a su pueblo. Realizó en sí perfectamente su Parábola de los Convidados: se puso en el último lugar hasta que lo invitaron a subir al primero, sabiendo que era suyo el primero. Se hundió en lo más bajo de la plebe, porque sabía que le correspondía el solio. "El hombre noble se venga de las injusticias que sufre haciéndose daño a sí mismo. Resiste a la opresión oprimiéndose más." Esta máxima de Chesterton parece disparate; no es sino la traducción al código caballeresco del consejo de 'poner la otra mejilla", y de *dar la túnica al que nos roba el manto." Eso hizo Cristo. No coincide con la ovejuna interpretación de Tolstoi de "no resistencia al mal". Es un gesto de león, no de oveja. ¿Por un año me destierras?

1 Primera mentira


¡Yo me destierro por cuatro! El León de Judá, el Hijo de David... El pueblo no se engañó acerca de la personalidad de Cristo. Vieron en El al "Caudillo". Se engañaron acerca de la especie del caudillazgo. Quisieron hacerlo rey; rey temporal y revolucionario, como les habían enseñado los fariseos. No vieron en El al hombre "de las resignaciones infinitas"/ que vio Tolstoi... y Almafuerte. Esos no sirven para caudillos.

"Seuls les coeurs de lion sont les vraies coeurs de pére..."

Por eso, el fuego que ponen en el Corazón de Jesús, está bien; pero no era nada de los ambiguos fuegos modernos: del fuego de turba de la pasión romántica, 'del fuego de bengala de las dulzuras afeminadas.

Por eso también la religión católica no es ni demasiado masculina ni demasiado femenina. Hoy día es una religión desequilibrada, en que se han exagerado aspectos masculinos y aspectos femeninos, a gusto de un público chabacano y ayuno de teología: por ejemplo el aspecto masculino de lo legal, de lo jurídico, de lo disciplinar, conque los mandones eclesiásticos creen a ^yeces que están gobernando al mundo —y están haciendo daño; o el aspecto femenino de lo tierno, de lo conciliador, de lo indiferentemente benévolo, conque otros truchimanos (o los mismos a veces) se conquistan auditorios o séquitos fáciles. En suma, la religi^ji de Cristo hoy día, tal como nos la sirven, es una religión poco humana, deshumanizada, desencarnada (y por tanto, ni hombre ni mujer) por lo menos en la boca de no pocos charlines y en la práctica de muchos santulones y fariseos.


Porque el supremo acabamiento del fermento fariseo es deshumanizar la religión y por tanto desdivinizarla; y eso —cosa curiosa— a fuerza de hacerla demasiado humana; quiero decir, demasiado igual a Ellos; con exclusión absoluta de todo otro "espíritu". "Tienes mal espíritu, tienes mal espíritu" — dijeron a Cristo. "Todo el que no tiene espíritu como el mío, tiene mal espíritu", es el pensamiento recóndito del fariseo. Y lo contrario justamente es lo verdadero.