Leonardo Castellani
"CRISTO Y LOS FARISEOS"
Corrección y notas Pbtro.
(Ratios Biesffo
EDICIONES JAUJA
MENDOZA - ARGENTINA
P r e f a c i o
El presente volumen
reúne escritos del Padre Castellani de diversa procedencia, sobre el tema del
fariseísmo. La primera parte, redactada por el Padre en su reclusión en
Manresa, es una obra inconclusa: en su plan original, cuyo esquema conservamos,
Castellani se proponía abordar diversas cuestiones que quedaron en el tintero.
Agregamos cinco Apéndices tomados de otros escritos del Padre que proyectan más
luz sobre el fariseísmo. v La segunda parte consta de cuatro cartas que en 1946
y Castellani dirigió a los profesos jesuítas de la Provincia ? Argentina. Ellas
tratan sobre la Obediencia, Pobreza, Castidad y Gobierno. Entonces las cartas
fueron consideradas 'sediciosas" y Castellani manifestó su voluntad de
publicarlas* para que se viese que no eran tales. Al cumplir hoy el deseo del
Padre contribuimos a honrarlo en el centenario de su nacimiento.
Los editores
P r ó l o g o I
Cosas que conocen todos Pero que nadie cantó
(Martín Fierro)
Toda la biografía de
Jesús de Nazareth como hombre se puede resumir en esta fórmula: 'Fue el Mesías
y luchó contra los Fariseos" —o quizá más brevemente todavía: ' Luchó contra
los Fariseos.* Ése fue el trabajo que personalmente se asignó Cristo: su
campaña. * Todas las biografías de Cristo que conocemos construyen su vida
sobre otra fórmula: “Fue el Hijo de Dios, predicó el Reino de Dios y confirmó
su prédica con milagros y profecías...' Sí; pero ¿y su muerte? Esta fórmula
amputa su muerte, que fue el acto más importante de Su vida. ¿..Son biografías
más apologéticas que biográficas; Luis Veuillot, Grandmaison,' Ricciotti,
Lebreton, Papini, Mauriac... El drama de Cristo queda así escamoteado. La vida
de Cristo no fue un idilio ni una elegía sino un drama: no hay drama sin
antagonista. El antagonista de Cristo, en apariencia vencedor, fue el
fariseísmo. Sin el fariseísmo toda la historia de Cristo hubiera W. I cambiado;
y también la del mundo entero. Su Iglesia no hubiese sido como es ahora y el
universo hubiese seguido otro derrotero, enteramente inimaginable para
nosotros, con Israel cabeza del pueblo de Dios y no deicida y disperso. Sin el
fariseísmo, Cristo no hubiera muerto en la cruz; pero sin el fariseísmo la
Humanidad caída no fuera esta Humanidad, ni la religión religión. El fariseísmo
es el gusano de la religión; y después de la caída del Primer Hombre es un
gusano ineludible, pues no hay en esta mortal vida fruta sin su gusano ni
institución sin su corrupción específica. Es la soberbia religiosa: es la
corrupción más sutil y peligrosa de la verdad más grande: la verdad de que los
valores religiosos son los primeros. Pero en el momento en que nos los
adjudicamos, los perdemos; en el momento en que hacemos nuestro lo que es de
Dios, deja de ser de nadie, si es que no deviene propiedad del diablo. El gesto
religioso, cuando se toma conciencia de él, se vuelve mueca. Los grandes gestos
de los santos no son autoconscientes, es decir, son auténticos, es decir, son
divinos: "padecen a Dios" y obran en cierto modo como divinos
autómatas, como obran los enamorados; sin "autosentirse"; como dicen
ahora. Entiéndanme: no Ies niego la libertad ni la conciencia ni la reflexión;
establezco simplemente "la primacía del objeto", que en lo religioso
"es un objeto trascendente"; — la primacía sobre la práctica de la
contemplación, sobre la voluntad del intelecto —o como dirían ahora, de la
Imagen. El fariseo es el hombre de la práctica y de la voluntad, es decir, el
Gran Casuista y el Gran Observante. Se han hecho innúmeros retratos
"externos" del Fariseo. El mejor está en los Evangelios. Allí el
fariseo no solamente es descrito por Cristo sino que actúa y se mueve contra
Cristo. La acción subterránea quer desemboca en el crimen máximo irrumpe en
tacurúes ¡, durante su camino, como las bocas de un hormiguero, como los
cráteres de un forúnculo, dejando señalada su dirección psicológica, aunque sin
patentizarse en sí misma, porque el alma del fariseo es tenebrosa. Un fariseo
no puede escribir su autorretrato. No se ha escrito ni se puede ¡escribir. El
pobre ¿Tartufo de Molière, es un infeliz, un estúpido, un bribón vulgar y
silvestre que lleva un transparente antifaz- ¿de devoto. Pero el fariseo verdadero
no lleva antifaz; (es todo él un antifaz). Su natura se ha vuelto máscara,
miente con toda naturalidad pues ha comenzado por mentirse a sí mismo. Lo que
,él simula, que es la santidad; y lo que él es, el egoísmo, se han amalgamado;
se han fundido y se han hecho un espantoso veneno 4que de suyo no tiene
antídoto alguno^ . Glicerina más ácido nítrico igual dinamita, 7 :E1
destino de Jesús de Nazareth era chocar con el faftseísma; y;una vez producido
el choque la lucha hasta la muerte sigue inevitable. Este drama tiene el
determinismo riguroso de todo buen drama. El sino del que se dio como misión:
"las ovejas que perecieron de la casa de Israel" era topar con la
causa del perecimiento de Israel, a saber, con los falsos pastores, con los
lobos vestidos de pastores, los de la zamarra de piel de .oveja. ;4 JL,a
humanidad no ha presenciado otro conflicto más agudo, peligroso y trágico: la
religión viva ha de vivir dentro de la religión desecada Sin desecarse ni dejar
de set lo que es, como un golpe de savia que debe moverse a través de un tronco
vuelto corteza. Este fue el difícil y delicado trabajo de Cristo.
La cátedra de Moisés
sigue siendo la cátedra de Moisés. Hay que hacer lo que dicen los sentados en
ella sin hacer lo que hacen; y decir una cantidad de cosas que ellos callan, y
que deben decirse, y que los harán saltar como víboras: *dar testimonio de la
verdad." Eso hay que hacerlo; y no omitir lo otro. Este trabajo espinoso
desgarra y hace visible por dentro el corazón de Cristo. ¿Cómo podemos ser
devotos del Corazón de Jesús sin conocerlo? ¿Y cómo conocerlo sin entrar en él?
Hoy día hay gentes que hacen fiestas al Corazón de Jesús y no tienen corazón.
Asi pues, el hilo conductor que une todos los actos de Cristo, define su
carácter y descubre su corazón es su tremendo enfrentarse con los pervertidores
de la religión. El conflicto religioso estalla en el momento en que Cristo hace
su primer acto de público predicante y profeta en Caná de Galilea. "¿Qué
es esto?" —dicen los aprovecha dores de la religión. "¿Qué hace
Éste?" Ya habían sido alertados por la predicación vociferante de Juan el
Bautista. É s te acababa de ser autorizado y proclamado por a q u é l. Es
sintomático que el rudo penitente de Makerón haya recibido la muerte de un
sensual, mas Cristo haya sido llevado a ella por puritanos. Es cien veces peor
el fariseísmo que los demás vicios, como notó el mismo Cristo. El fariseísmo es
un vicio espiritual, es decir diabólico, pues las corrupciones de) espíritu son
peores que las corrupciones de la carne. Ésta es un compendio de todos los
vicios espirituales, avaricia, ambición, vanagloria, orgullo, obcecación,
dureza de corazón, crueldad, que ha llegado a vaciar por dentro diabólicamente
las tres virtudes teologales, constitu
yendo asi el
"pecado contra el Espíritu Santo". "Vosotros sois hijos del
diablo y el diablo es vuestro padre." Las desviaciones de la carne son
corrupciones; pero las desviaciones del espíritu son perversión. El Gran '
Incesto es copular consigo mismo, hacerse Dios. Eso es lo que hizo el Diablo en
el principio, el Gran Homicida. Pecado contra el Espíritu Santo. ¿Por qué?
Porque el Espíritu es el Amor que une el Padre y el Hijo, el Amor que saca al
hombre de sí mismo y lo lieva a Dios. Así éste es el pecado que no tiene cura
posible, porque el que tiene el amor tuerce sus acciones todas y tuerce aquello
que destuerce todo lo torcido. Desvirtúa "il Primo Amore“, como lo llama
el Dante. Al verse a sí mismo divino, todas las acciones del fariseo quedan
para él divinizadas. No hay punta tan aguda que pueda penetrar esa cota de
malla, esas escamas más apretadas que las de Behemot; ni la misma Palabra de
Dios, que es espada de dos filos. ¡La Palabra de Dios justamente ha sido
laminada para esta coraza! ¡Los fariseos de Cristo la llevaban encima, en
fimbrias, vinchas, orlas, estolas y filacterias! "Los calzados —decía San
Juan de Yepes de los de su tiempo— están tocados del vicio de la ambición, y
así todo lo que hacen lo coloran y tiñen de bien; de manera que son
incorregibles..." La ambición en los religiosos, que se les vuelve a veces
una pasión más fuerte que la lujuria en los seglares, es una de las partes más
finas del fariseísmo: “Amar los primeros puestos.,, amar el vano honor que dan
los hombres". Pero la flor del fariseísmo es la crueldad: la crueldad
solapada, cautelosa, lenta, prudente y subterránea, “el dar la muerte creyendo
hacer obsequio a Dios." El fariseísmo es esencialmente homicida y deicida.
Da muerte a un hombre por lo que hay en él de Dios1. Instintivamente, con más
certidumbre y rapidez que el lebrel huele la liebre, el fariseo huele y odia la
religiosidad verdadera. Es el contrario de ella, y los contrarios se conocen.
Siente cierto que si él no la mata, ella lo matará. Desde ese momento, el que
lleva en sí la religiosidad interna sabe que todo cuanto haga será malo, todos
sus actos serán criminosos. La Escritura en sus labios será blasfemia, la
verdad será sacrilegio, los milagros serán obras de magia ¡y guay de él si en
un momento de justa indignación recurre virilmente a la violencia, aunque no
haga más daño que unos zurriagazos y derribo de mesas! Su muerte está
decretada. Y todo este drama se desenvuelve en el silencio, en la oscuridad,
por medio de tapujos y complicadas combinaciones. La muerte ilegal, cruel e
inicua de un hombre se resuelve en reuniones donde se invoca a la Ley con los
textos en la mano, en graves cónclaves religiosos, diálogos, frases donde casi
no habla más que la Sagrada Escritura y se usan las palabras más sacras que
existen sobre la tierra. — "En verdad os digo que si un muerto resucitado
viniese a deponer, no lo creeríais."
'Dios necesita poner a
alguien de blanco a quien odien los fariseos, para que el 'odio a Dios' latente
que los afecta salga afuera en forma de 'odio deicida' al prójimo: odio a lo
santo, lo virtuoso o lo natural excelente que h'ay en él. Dios 'fija el
absceso', como dicen los médicos, y hace volverse visible al pus en orden a la
curación —que empero es imposible o casi imposible.' (Castellani, Diario,
9-XI-52).
Y todos los medios son
buenos con tal que sean sigilosos: la calumnia, el soborno, el dolo, la
tergiversación, el falso testimonio, la amenaza. Caifás mató a Cristo con un
resumen de la profecía de Isaías y con el dogma de la Redención. "¿Acaso
no es conveniente que por ¡a salud de todo un pueblo muera un hombre?" El
drama de Cristo fue éste. Así murió el Salvador. Toda su mansedumbre, toda su
dulzura, toda su docilidad, sus beneficios, su prudencia, su elocuencia, sus
ruegos, sus lágrimas, sus escapadas, sus avisos, sus imprecaciones, sus
amenazas proféticas, su talento artístico, su sangre, su muda imploración de
Eccehomo habían de estrellarse contra el corazón del fariseo más duro que las
piedras; de las cuales es posible hacer hijos de Abraham más fácilmente que de
quienes se creen salvados por el hecho de llevar sangre de Abraham. Es el drama
de Cristo y de su Iglesia. Si en el curso de los siglos una masa enorme de dolores
y aun de sangre no hubiese sido rendida por otros cristos en la resistencia al
fariseo, la Iglesia hoy no subsistiría. El fariseísmo es el mal más grande que
existe sobre la tierra. No habría Comunismo en el mundo si no hubiese
fariseísmo en la religión; de acuerdo a lo que dijo San Pablo: "Oportet
haéreses esse,,,“ Y al final será peor. En los últimos tiempos el fariseísmo
triunfante exigirá para su remedio la conflagración total del universo y el
descenso en persona del Hijo del Hombre, después de haber devorado
insaciablemente innúmeras vidas de hombre.
El mayor mal que
corroe y amenaza a la religión católica hoy día es la “exterioridad” —el mismo
mal al que sucumbió la Sinagoga. ■
El punto de disensión
entre el Catolicismo y el Protestantismo en su nacimiento fue la
"exterioridad". Los protestantes protestaron contra una Iglesia que
se volvía un imperialismo, contra* una fe que se volvía ceremonias y obras de
filantropía, contra una religión que se volvía exterioridad: y apelaron a la
religión interior. La rebelión protestante marca históricamente el momento en
que la exterioridad religiosa rompió el equilibrio y amenazó seriamente a la
interioridad. El remedio contra eso no era la rebelión y la desobediencia por
cierto; y así el Protestantismo no remedió el mal sino que lo agravó.' El
Protestantismo es la rebelión contra una imperfección que en vez de volverse
perfección deviene permanentemente rebelión —como su nombre actual lo dejó
fijo. Vivir "protestando" no es un ideal religioso. Se protesta una
vez contra un abuso; y después se comienza a vivir contra el abuso o fuera del
abuso. El que vive protestando quiere que los otros quiten el abuso; no quiere
o no puede quitarlo él. Mas siempre es posible quitar un abuso de sí mismo; y
es la mejor manera de protestar contra él. Lutero protestó contra el abuso de
las indulgencias y después abusó él de la indulgencia. Pero el Protestantismo
se llevó consigo una gran verdad cautiva. No era un puro error. ¿Cómo iba a
permitir Dios que la mitad mejor de la Cristiandad cayera en un puro extravío
—y eso por culpa de un monarca sifilítico y un monje burdo y bestial— como
pintan a Henry Tudor y a Luther las "Historias de la Contrarreforma"?
Poco honor hacen a Dios los que conciben esa enormidad. Si media Europa acabó
por seguir y acoger la rebelión religiosa es porque toda Europa estaba sumida
en la mayor crisis religiosa de la historia del mundo —en la penúltima: El fariseísmo
estaba por ahogar la religión. La exterioridad devoraba la fe. Sin escarbar
mucho, se puede mostrar esto de una manera sencilla. ¿Cuál fue el punto inicial
del incendio? Las indulgencias. ¿Fue eso un mero pretexto, una casualidad, una
cosa insignificante? No puede ser. Las "indulgencias" son una serie
de traducciones al exterior de dogmas de fe que son verdaderos si se sustentan
en la vida interior; pero cuyas traducciones al exterior los pueden traicionar
hasta convertirlos en la siguiente monstruosidad: "Dáca oro y te doy
gracia." Eso es el colmo de la exterioridad religiosa. El anónimo
Lazarillo de Tormes puso en ridículo al "bulero" y con él a las bulas
y con él a la religión vuelta exterioridad, al rito-comercio. Y el vulgo español
inventó este cuentecillo: A la puerta de una Iglesia un sacristán del
Quinientos pedía limosna para la Animas a duro por indulgencia plenaria; con un
gran retablo de cuerpos semidesnudos sumergidos en fuego y un letrero que
decía: Duro que cae, alma que sale. "Un aldeano dejó caer un duro en la
bandeja "por el alma de mi padre" y preguntó después: —¿Ya salió? — y
el sacristán se contentó con señalarle el letrero. Entonces el cazurro recogió
su duro diciendo: — Pues si ya salió, que no sea tonto de volver a entrar.
Recuerdo que un catalancillo rojo de Manresa me decía en 1947, en ocasión que
en todas las Iglesias se predicaba y ofrecía "la Bula de la Santa Cruzada":
— "Vosté me va a hacer creer a mí, que un hombre tiene poder, para hacer
que sea pecado mortal— que yo pierda mi destino eterno, —el fin para que Dios
me creó— una cosa de comer, la carne guisada; y que después, si yo le doy a ese
hombre cinco pesetas, ese hombre puede hacer que ya no sea perdición eterna la
carne guisada. Un hombre se levanta y dice: Desde hoy el que come carne en
viernes hace un mal horroroso, punible con el infierno; pero si me da un duro,
el comer en viernes deja de ser un mal horroroso y se vuelve tan inofensivo
como era antes..." Las indulgencias tienen una justificación teológica un
poco complicada pero innegablemente lógica; pero para que esos silogismos sean
verdadera religión y no armazón ridículo de exterioridad, es menester haya
mucha fe en súbditos y pastores y mucha humildad y temor de Dios en el manejo
del rito: cosas que en el 500 escaseaban. En otras palabras, los antiguos
perdones de la primitiva Iglesia, basados en un sentido profundo del pecado, de
la misericordia y de los méritos de los mártires, se habían desecado por dentro
y convertido en una práctica de más en más exterior; hasta que el diablo del
comercio se metió en la cáscara vacía. Es falso que la "querella de las
indulgencias" haya sido una casualidad,» una máscara del orgullo de un
fraile, de unos príncipes mal bautizados o de una nación entera mal
evangelizada; ese material seco no se hubiese inflamado sin la llama de la
indignación de muchísimas almas religiosas contra la exterioridad religiosa.
Otro índice de lo dicho son las famosas *Reglas para sentir con la
Iglesia" que están en los "Ejercicios Espirituales" de San
Ignacio de Loyola. Esas "reglas" están dirigidas contra el espíritu
del tiempo, contra el Protestantismo, y todas ellas se dirigen a defender la
exterioridad religiosa, loablemente por cierto, puesto que lo exterior es
también necesario no siendo el hombre espíritu puro. Loablemente para aquel
tiempo por lo menos. San Ignacio fue el campeón de la Contrarreforma. Su alma
de místico, después de su conversión en Manresa, se posesionó en París de la
máxima entonces necesidad de la Iglesia y comenzó allí la fundación de su
Compañía: Allí escribió esas "reglas" que apendizó a su librito:
"Alabar candelas encendidas —alabar ceremonias y ritos, largas oraciones
en las iglesias, vida conventual, los doctores escolásticos— la obediencia de
fe a la Iglesia Jerárquica, de modo que si yo veo blanco decir negro cuando la
Iglesia Jerárquica dice negro" —exclama el vasco con una fórmula
enteramente vasca, no exenta de peligro. En suma, hacer y decir lo
"oppó&itum per diámetrum" (como dice él) de lo que hacían los
"reformadores": fórmula muy buena en táctica pero también peligrosa
en teología —por demasiado simple. Si Cristo hubiese hecho todo lo contrario de
lo que el diablo le sugirió en sus tres tentaciones, el diablo hubiera quedado
contento. Alabar imágenes, ceremonias y
candelas encendidas en las Iglesias, largas oraciones vocales, vigilias y
ayunos, filosofía escolástica, colectas, congresos, acción católica, enseñanza
religiosa, etc." fue una buena orden del día para aquellos días, sobre
todo en España, pues al español le gusta la "contra". Un español le
dijo un día a otro: "¡Hola, Manolo, al fin te veo, qué cambiao estás,
hombre, pareces otro, la verdá es que ya no pareces Manolo! — "Disculpe señor
yo no soy Manolo... — ¿Qué no eres Manolo? ¡Pues más a mi favor!" —dijo el
otro. Habría que ver si "alabar candelas" es una buena "orden
del día" para nuestros días. Poner una candela encendida en un altar o
seis Imágenes de yeso (el Concilio Bonaerense de 1953 prohibió poner más de 7
imágenes en un solo altar) es un mínimum de religiosidad: es un acto exterior
que sustituye e invita a algo interior que es la oración —y que desde luego, si
no invita mas sólo sustituye, vale más que no se haga. Pero ese mínimum de
religiosidad no es tanto de alabar (se alaban sólo las cosas máximas) cuanto de
tolerar o permitir a lo más. Ninguna alabanza de las candelas hay en el
Evangelio y es de creer que Jesucristo en su vida no encendió una sola; oraba a
la luz de las estrellas y reprendió a los que oraban muy vistosamente: de hecho
mandó nos escondiéramos para orar. De manera que "alabar candelas
encendidas" puede ser una buena españolada; pero el que no las alaba, no
peca. Pero en fin, dejando este asunto de candelero, lo que notábamos era
solamente que el campeón de la Contrarreforma puso el punto de la lucha
religiosa de su tiempo en donde mismo lo puso el campeón de la Pseudo-reforma,
en el rechazo o acepto total de la exterioridad. A mayor abundamiento se puede
leer toda la vida del tempestuoso monje sajón y se verá que antes de su
conversión o reversión estuvo sumergido en la exterioridad religiosa hasta que
pendularmente se volvió con violencia hacia la interioridad, desde el rayo que
mató a su compañero y lo hizo meterse fraile hasta las indulgencias que lo
desfrailaron. En su tiempo anduvo de Provisor o Superior de siete conventos de
su Orden a la vez sobrecargado de negocios temporales con apariencias de sacros
hasta no tener tiempo de rezar el breviario — del cual fue dispensado, puesto
que al fin y al cabo "se condenaba por el bien de la Comunidad", como
el risueño monje alambista de Alfonso Daudet. Él mismo lo notó en su peculiar
estilo: "Si la frailería pudiese salvar al fraile, ninguno ha practicado
más frailería que yo; y no me salvó nada." Cuando arrojó por la borda toda
la "frailería" y dijo "la fe sola, la fe salva y no las obras
(exteriores), la fe interna revestida de los méritos de Cristo como una
hopalanda", no se dio cuenta que arrojaba la corteza y el esqueleto de lo
religioso y hasta la carne, desencarnando la fe y arrojándola despellejada y
molusca a las tormentas de la imaginación o a la armadura férrea del
fariseísmo. Y no se dio cuenta de eso porque era ocamista — o como diríamos
hoy, cartesiano. No entendía la distinción sutil de materia y forma, el
hilemorfismo. Pensó que podían existir en lo humano formas puras. Y en ninguna
parte, ni en lo religioso, pueden existir formas sin materia.
El Dulce Nazareno
- II
Hoy día hay filósofos
que dicen que la religión es demasiado masculina, y otros que dicen que la
religión es demasiado femenina. Merejkowski Dimitri en “Les Mystères de
l'Orient" dice que el cristianismo se ha masculinizado excesivamente,
transportando a Dios los atributos de uno de los dos sexos con detrimento del
elemento femenino de los seres; según él, representado en el Cristianismo
primitivo por la persona del Espíritu Santo; que de hecho, en hebreo, es nombre
femenino. Por el contrario, un jesuíta austríaco, Ritschl y un jesuíta alemán n
o -sé -c ó m o han escrito sendos libros, recientemente traducidos entre
nosotros (y mediocres, por lo demás) quejándose de que el Catolicismo actual es
demasiado femenino, se vuelve de veras una religión de mujeres: cuyo objeto
único es el "Dulce Nazareno" de Constancio Vigil, simbolizado en la
actual abominable estatuaria religiosa por los Cristos buenos mozos de melena
rubia con el dedo en la boca del tarazón abierto. La verdad es que el Cristo de
la predicación actual no es ni hombre ni mujer: es un concepto. Se ha dejado
caer de él la personalidad nada menos, con lo cual se ha suprimido al hombre
necesariamente; y por consiguíente y "a
fortiori", a Dios, el cual es una persona (o Tres Personas), no es una
idea abstracta. Cristo está allí para sostener la moral; es el puntal de la
"moral social", que es hoy día la moral esclerotizada; lo mismo que
Moisés y Abraham para los fariseos. Se han dejado caer grandes trozos del
Evangelio, que eran incómodos de predicar y más aun de practicar; los trozos
restantes quedan naturalmente incoherentes, y se pueden vertebrar de diferentes
maneras; de donde provienen las diversas falsificaciones modernas del Cristo.
El Cristo de Renán, el grande e idílico moralista plebeyo; el Cristo de
Strauss, el poeta soñador; el hombre de la resignación y de la tristeza dulce
de Tolstoi; la inmensa compasión abierta sobre los males del mundo de
Schopenhauer; el jurista y legislador de los casuistas; el profeta socialista;
y finalmente el Corazón de Jesús de las beatas, protector de las solteronas...
Como le dijo una vez el Obispo al Filósofo: —"Lo ha salvado el Corazón de
Jesús; créame, doctor. Lo ha salvado de ese accidente automovilístico el
Corazón de Jesús..." El filósofo levantó la cabeza y dijo: — La bondad de
Dios no se puede probar por la experiencia. En lo cual tenía razón hasta cierto
punto. La bondad de Dios se puede experimentar en la experiencia mística, pero
no se puede probar propiamente con experimentos. Al contrario, la experiencia
de los grandes males del mundo tendería a probar más bien lo contrario, para
muchos hombres. Se ha suprimido la personalidad de Cristo porque se ha omitido
en sus retratos lo que fue su misión esencial. Un hombre se
define por su quehacer histórico; el quehacer histórico de Cristo fue la lucha
contra el fariseísmo. — ¿Una pateadura puede salvar un alma? —No— es la
respuesta corriente. Pero si una pateadura no pudiese salvar un alma, Cristo no
hubiese dado pateaduras. Y el Evangelio nos relata dos formidables pateaduras
por lo menos, dadas por Cristo a los mercaderes del Templo. Suprimid la
indignación viril en Cristo y suprimís su virilidad. La indignación viril queda
borrada de la lista de las virtudes cristianas. Y la indignación justa, con
todos sus gestos y sus efectos, es una virtud. — ¿Jugarse por una mujer es obra
de un sacerdote? —De ninguna manera. Por lo demás, los sacerdotes hoy día, la
mayoría, no se juegan ni por mujeres ni por varones. Pero Cristo se jugó por
una mujer, y de mala fama por añadidura. Lo que eso significaba para los
sacerdotes de su tiempo era terrible: era el descrédito total como sacerdote.
Si un fariseo tocaba la sombra de una mujer andando por la calle, tenía que
purificarse. Ahora, cuando no estaban en la calle, no era la sombra solamente,
según parece. La gazmoñería y la pudibundería es un típico signo 'farisaico;
esos santos arrojan una sombra de maldición sobre todo lo carnal, como si no
hubieran nacido de madre; —lo cual no es señal de gran castidad, al con- trario. Afectan considerar todo lo sexual como esencialmente no-santo.
Despreciaban altamente a las mujeres; y eran seguidos por muchas mujeres, cosa
curiosa. Dice Josefo que hacían su agosto entre
las damas ricas, y eran reverenciados por el mujerío. Hay una tendencia en la
mujer a inclinarse al que la maltrata. Pero esa tendencia más bien morbosa no
explica todo el caso. Lo más probable es que el mujerío vulgar respetase a los
íariseos por simple religiosidad. Dicen que la mujer es más religiosa que el
varón. No es verdad, propiamente hablando. Pero la mujer necesita más de la
religión exterior, segura, codificada, representada y socializada. Y eso eran
los fariseos. "Que lo siguen las mujeres" — fue una de las
acusaciones de los fariseos contra Cristo; en ellos puros celos de clientela.
"¡Lo siguen las mujeres!" "Trata con publícanos y
prostitutas..." Finalmente, para dar otro ejemplo, ¿es propio de un hombre
religioso resistir a la "Autoridad"? No es propio resistir a ninguna
autoridad. "¡Trabajad para la Iglesia, trabajad para la Iglesia"
decfan los fariseos. ¿Qué cosa más santa? Pero no decían: "¡Trabajad para
la Iglesia de Dios!" La Iglesia eran ellos. Nos hemos confundido: no
decían "para la Iglesia", sino: "para la Ley". Pero es lo
mismo. No decían: "para la Ley de Dios", Ellos eran los
representantes de Dios: con eso era bastante. Trabajad para nosotros. La
fórmula sana es: "Trabajad para la Ley de Dios, porque es de Dios, en
cuanto es de Dios y hasta donde es de Dios; y nada más. No trabajéis para las
excrecencias que el hombre introduce siempre en toda Ley." Esas
excrecencias habían crecido tanto en tiempo de Cristo que devoraban la Ley.
Había pues que decir
simplemente, como dijo
Cristo: "Trabajad para Dios. Basta." En la mentalidad plebeya la ley
tiende a cubrir y oscurecer continuamente la razón de la ley. "El sábado
es para el Hombre y no el Hombre para el Sábado" —decía Cristo. Él
escribía Hombre con mayúscula; los fariseos escribían Sábado: surge el ídolo,
contrario a la Vida. ¡Ay de los pueblos cuando la Autoridad comienza a
escribirse con mayúscula! Entonces toma el lugar de la Verdad, que ésa sí lleva
mayúscula, por ser Dios mismo. El mundo sabe bien actualmente lo que es el
Estado con mayúscula: el Estado con mayúscula es la inmoralidad organizada.
¿Quién dijo eso? San Agustín lo dijo y también Nietzsche; aunque con sentidos
diferentes. Los fariseos eran muy patriotas: la "patria" en tiempo de
Cristo era una mafia de ladrones armados hasta los dientes; tanto la patria de
los romanos como la de los judíos. Por eso Cristo se negó a pronunciarse en esa
discusión "nacionalista" que encandecía los ánimos en su tiempo y a
la cual fue provocado. — Yo rehusó tomar partido en las contiendas de la
iniquidad. No importa: lo acusaron ante Pilatos de "nacionalista", es
decir, de nazi . "Dad al César lo que es del César". Las monedas
tienen la marca del César. No empleéis la espada para retener ese oro: dejaos
despojar de él por el César. ¡Quedaréis pobres! No importa demasiado. Lo otro
es peor; lo otro es suicidio.
Pero decir eso resultó
para él suicidio: decir la Verdad. Cristo pagó su tributo al César, después de
hacer constar que de suyo Él no estaba obligado. Hizo un milagro para pagarlo;
un milagro de cuento de hadas: sacó un pescado del mar y del pescado sacó una
moneda de oro. El pescado significaba él mismo; la moneda significaba su
doctrina; el pez murió para darla. El verdadero tributo que pagó Cristo al
Imperio Romano fue su sangre; por eso no estaba obligado a pagar otro. Ese
tributo se lo arrancaron por la fuerza, "a fin de dar testimonio de la
Verdad". Predicó hasta con su sangre el respeto a la autoridad con el
super-respeto a Dios: "no tendrías autoridad sobre mí si no te viniera de
arriba". El respeto a la autoridad que predicó severamente San Pablo no le
impidió al Apóstol predicar la verdad: la prueba es que estuvo preso muchísimo
tiempo y acabó decapitado. El respeto a la autoridad ha sido convertido hoy día
para muchísimos fieles y clérigos (y en los fieles por causa de los clérigos)
en "oportunismo político": hay que respetar a cualquiera que vence;
hay que apoyar al partido que da dinero a la Iglesia —a veces el caso es todavía
más grave, la autoridad convertida en ídolo, y justificada incluso cuando
comete injusticias. "Decid a ese zorro que me venga a buscar" — dijo
Cristo. Cristo no respetó los crímenes de Herodes. La lucha contra esa terrible
desviación de lo sacro es una empresa, una empresa de hombres. Esa fue la
empresa de Cristo, !o que él hizo como hombre, lo que da unidad a toda su
acción, lo que conecta su vida con su muerte, su "Misión": el nudo de
su personalidad.
Esa lucha obligó a
Cristo a desplegar toda las virtudes: las virtudes masculinas y las virtudes
femeninas. El arma fue la palabra. El resultado fue la constitución de una
nueva sociedad religiosa, contenedora de la Verdad. La Verdad... ¿Quid est
Véritas? - Est vir qut adest 1, La Verdad era El: la suma verdad en un cuerpo y
en un alma. Cristo fue todo un hombre con una sensibilidad de artista; y el
artista tiene "algo o mucho de mujer” — dijo el poeta. Por eso... El ateo
Nietzsche, con todo su tremendo prejuicio anticristiano, se detuvo ante la
figura de Cristo. Presintió oscuramente su personalidad, y lo admiró sin
saberlo. "En realidad, del verdadero Jesús no sabemos nada" — dijo,
para sacudirse esa admiración. En realidad, ¿1 no sabía nada, confundido por la
exégesis protestante, en la cual fue educado y de la cual con razón
desconfiaba. "¿No habrá sido Jesús en realidad un aristócrata
místico?" —se preguntó Nietzsche. Eso fue: un aristócrata en el sentido
nietzscheano, es decir, un alma de nobleza total, de integral personalidad, de
soberana libertad. Y un místico, como lo fue él mismo, pese a sus tiradas
contra el "misticismo" —la "misticidad", el falso
misticismo. "¿No se habrán equivocado los /(iríseos —continúa— al creerlo
un plebeyo, un demagogo, un continuador de los profetas ? "
1 "¿Qué es la
Verdad? Es el hombre que está presente." La respuesta a la pregunta de
Pilatos está dada con las mismas letras de la pregunta: anagrama inventado por
Boecio que encantó a la Edad Media. (L.C.)
No, no se equivocaron.
Lo sintieron como fue, un rey, un rey destronado, y por tanto, noble y pueblo a
la vez, y por eso lo odiaron. EUos>eran los usurpadores de la autoridad
teocrática. El contrario del noble es el falso noble, no es el plebeyo. El
noble y el plebeyo se llaman y se suponen: verd ad q u e se le escapó a
Nietzsche, lo cual constituye justamente el npÜTOv iJ/eüÓoi;3 de su sistema
moral notabilísimo. Los fariseos eran falsos nobles, falsos aristócratas, falsa
"élite''. La cristalización de la moral en normas externas inflexibles es
la característica del plebeyo; como es la característica del intelecto mediocre
la confusión de fines y medios, maliciosa casi siempre. El hombre noble, cuando
no está en su lugar, se va al último lugar. Eso es lo que hizo Cristo ante la
situación aberrante en que encontró a su pueblo. Realizó en sí perfectamente su
Parábola de los Convidados: se puso en el último lugar hasta que lo invitaron a
subir al primero, sabiendo que era suyo el primero. Se hundió en lo más bajo de
la plebe, porque sabía que le correspondía el solio. "El hombre noble se
venga de las injusticias que sufre haciéndose daño a sí mismo. Resiste a la
opresión oprimiéndose más." Esta máxima de Chesterton parece disparate; no
es sino la traducción al código caballeresco del consejo de 'poner la otra
mejilla", y de *dar la túnica al que nos roba el manto." Eso hizo
Cristo. No coincide con la ovejuna interpretación de Tolstoi de "no
resistencia al mal". Es un gesto de león, no de oveja. ¿Por un año me
destierras?
1 Primera mentira
¡Yo me destierro por
cuatro! El León de Judá, el Hijo de David... El pueblo no se engañó acerca de
la personalidad de Cristo. Vieron en El al "Caudillo". Se engañaron
acerca de la especie del caudillazgo. Quisieron hacerlo rey; rey temporal y
revolucionario, como les habían enseñado los fariseos. No vieron en El al
hombre "de las resignaciones infinitas"/ que vio Tolstoi... y
Almafuerte. Esos no sirven para caudillos.
"Seuls les coeurs
de lion sont les vraies coeurs de pére..."
Por eso, el fuego que
ponen en el Corazón de Jesús, está bien; pero no era nada de los ambiguos
fuegos modernos: del fuego de turba de la pasión romántica, 'del fuego de
bengala de las dulzuras afeminadas.
Por eso también la
religión católica no es ni demasiado masculina ni demasiado femenina. Hoy día
es una religión desequilibrada, en que se han exagerado aspectos masculinos y
aspectos femeninos, a gusto de un público chabacano y ayuno de teología: por
ejemplo el aspecto masculino de lo legal, de lo jurídico, de lo disciplinar,
conque los mandones eclesiásticos creen a ^yeces que están gobernando al mundo
—y están haciendo daño; o el aspecto femenino de lo tierno, de lo conciliador,
de lo indiferentemente benévolo, conque otros truchimanos (o los mismos a
veces) se conquistan auditorios o séquitos fáciles. En suma, la religi^ji de
Cristo hoy día, tal como nos la sirven, es una religión poco humana,
deshumanizada, desencarnada (y por tanto, ni hombre ni mujer) por lo menos en
la boca de no pocos charlines y en la práctica de muchos santulones y fariseos.
Porque el supremo
acabamiento del fermento fariseo es deshumanizar la religión y por tanto
desdivinizarla; y eso —cosa curiosa— a fuerza de hacerla demasiado humana;
quiero decir, demasiado igual a Ellos; con exclusión absoluta de todo otro
"espíritu". "Tienes mal espíritu, tienes mal espíritu" —
dijeron a Cristo. "Todo el que no tiene espíritu como el mío, tiene mal
espíritu", es el pensamiento recóndito del fariseo. Y lo contrario
justamente es lo verdadero.