APÉNDICES
-I-
Parábola del Fariseo
y el Publicano
Fariseo. — ¡Hola!
¡Zamarriel! ¿Tú por aquí? Tanto bueno... Raquela. —Te olvidaste que le habías
dado hora para ahora. Te estamos esperando hace una hora. La pobre Carmela está
cada vez peor. Fariseo. —No es nada. Fui a rezar al Templo. La obligación con
el Señor es lo primero de todo. ¿Cómo esperaríamos la justificación de Jahwé si
descuidáramos nuestras oraciones obligatorias? He vuelto jystifi- cado, con una
extraña paz en el corazón. La obligación es antes que la devoción. Raquela. —Te
olvidaste de la consulta de los médicos; Iatricós y Benjamín se fueron, porque
no quisieron hacer nada sin estar pagados; y éste ya se iba. Fariseo. —Bueno,
querida, ya te dije la razón. He sido nombrado Velador del Sanedrín esta
semana, y bueno fuera que no me viesen orando en mi lugar a la hora del
«quashim». Hombre, no. Mañana se puede tener la consulta. Tu hermana no está
mal. No seas... !' Raquela. — Está peor. (Se va enojada.)
12 Doce Parábolas
Cimarronas.
Zamarriel. —Bueno,
pelillos a la mar, por mí no hay que pelear. Volveré cuando sea. De modo que
orando ¿eh? Fariseo. — ¡Orando al Santo de los Santos! ¡En aquella quietud que
da devoción! ¡En medio de aquellas doraduras y plateaduras! ¡En mi propio
lugar, en voz alta, solemne y devota! ¡Cerca del Tabernáculo! ¡Casi tocando el
Arca de la Alianza! ¡Con la conciencia tranquila, digan lo que digan!
¡Cumplidos todos mis deberes religiosos! ¡«Impecable», como dijo Barhizimal al
proponerme para Velador! Sesenta y ocho denarios de diezmos he pagado este año,
sin contar los sacrificios, y creo que no me corresponde tanto, pero por no
discutir... con ese Eliphaz... Zamarriel. —Hombre, ahora que recuerdo, días pasados
estaba yo orando también, y vi a la viuda esa, Abisail, que fue a oblar, y obló
(a que no adivinas) ¡una dracma al Templo! Hombre, no hay derecho. Nosotros
tenemos que soportar todo el culto. ¿Y sabes lo que dijo después un Rabbí
ambulante, de ésos que andan ahora? ¡Que esa mujer había oblado más que nadie!
Fariseo. — ¿Quién? ¿Jesús de Nazareth? Zamarriel. — ¿Lo conoces? Fariseo. —
Así, así. De vista. Lo vi al salir del Templo hablando con un Publicano.
Zamarriel. — ¡Con un Publicano! Bien, está en sus costumbres. ¿Y qué le decía?
Fariseo. — ¡Qué sé yo! Nt acercarme quiero a esa gentuza. Ese Publicano estaba
en un rincón al entrar yo al Templo, déle darse golpes de pecho, y susurrando
sin cesar, que esto lo oí: «Señor, ten piedad de este pecador.» Con eso lo
arreglan todo muy fácil esos traidores a Israel. ¡Tenía una cara de bandido!
¡Golpes de pecho, ya te daré yo! ¡Otros golpes se necesitan! Estafadores,
ladrones, adúlteros, doy gracias a Dios de estar muy lejos de ser como ellos...
Zamarriel. — Exacto. Y hablando de todo, ¿qué hay de política, Zaburrón? ¿Cómo
ves la situación? Los Publícanos están ensoberbecidos. Fariseo. —Todo esto se
va al tacho si no lo paramos a tiempo. Los Romanos han echado un nuevo impuesto
para edificar algo que llaman Kiliseo o Karroseo; y Pilatos hizo pasar a
cuchillo a dieciséis galileos que protestaron. ¡Yo no sé cómo el pueblo no se
subleva! ¡Qué pueblo tenemos! Zamarriel. — Éste no es pueblo, es plebe, esa
plebe inmunda que no conoce la Ley, ese aluvión zoológico, chusmaje, como dice
siempre nuestro gran Eliphaz. Detrás de esos se van, detrás de ese Jeshoua, o
del otro Bautizador, que Herodes, por suerte... ¡Demagogos! ¡Comunistas! — como
dice el gran Eliphaz. Fariseo. —Sí, ese Jeshoua es peligroso. Es increíble lo
que se atreve a decir, según cuentan. No está con nosotros. El Publicano
criminal le hablaba con grandes gestos a solas, sus discípulos aparte, y él
levantó lentamente la mano más alta que los ojos, y le oí... «¡Nuestro Padre de
los Cielos!» ¡El Padre de él... y mío! ¡Nuestro! ¡El Padre mío y de ese
Publicano, todo junto! ¡Vergüenza! Yo pasé sin mirar y recogiendo mis fimbrias
como cuando hay basura, como dice la Ley. Entonces me miró, y dijo a sus
discípulos algo; y todos me miraron. Yo no me digné mirar. Zamarriel. — Pero
viste todo. Fariseo. — Así hay que hacer en política. Como te iba diciendo, la
situación está en un «tris»; los Romanos son odiados; el pueblo se levantará a
su tiempo, cuando ya no pueda más; por eso conviene que Pilatos haga
atrocidades; y Caifás se las hará hacer, pierde cuidado. Por eso hay que andar
bien con Pilatos. Ya lo hemos hecho pelearse con Herodes. También hay que andar
bien con Herodes. Hay que andar bien con todos, pedirles puestos y embajadas, y
minarlos por debajo. Eso es genuino Nacionalismo. Eso es política realista y
moderada. Te digo, Zamarriel, que jamás ha habido en Israel tanta política y
tan gran política como ahora. Nuestro Caifás es grande, aunque no estoy de
acuerdo con lo que dijiste del «gran Eliphaz», su cuñado. ¡Eliphaz es un gato!
Pero Caifás es un zorro, y Anás, que está detrás, es un lince montaraz, y
Butor, su yerno, es un fenómeno, vamos, una fiera. Pero ¡no me hables de
Eliphaz! ¿Ves este vaso de pórfido que está allá? Zamarriel, — Eximio. Con
tantas cosas que hay aquí, uno no se fija. Eximio. ¡Qué sala tienes! Fariseo.
—Pues es regalo de Butor, a cambio de unas informaciones; que se lo sacó al
capitán romano de la Antonia por nada; es decir, por otras pocas informaciones.
Así hay que hacer... hasta que llegue la hora, ¡la gran hora! Raquela. —
(Entrando.) El té. Zamarriel. —Caro amigo, tienes una sala que te la envidio.
¡Qué esplendidez! Demasiadas cosas, quizás, para mi gusto, ¡pero de gustos no
hay nada escrito! Y demasiado gusto griego, yo prefiero generalmente el gusto
sirio: es más «congènito» al nuestro; pero me gusta aquella estatuita de
Venus... Moisés prohibió las estatuas, pero claro que se puede interpretar...
Éstas son para ornam ento, no para culto. Tomaré otro panqueque, con permiso,
doña Raquela. Fariseo. — ¿Por qué has tardado tanto?
Raquela. —Fui a vendar
a la Carmela, que estaba en un grito. Fariseo. — Ya serán ganas de gritar.
Raquela. —Te aseguro que sufre. Es culebrilla. Pierde sangre. No se cura.
Fariseo. — Eso tiene remedio. Ahora estamos aquí con Zamarriel hablando de
nuestra Ley que los Romanos han profanado; pero eso acabará, vaya si acabará, y
muy pronto; y nuestra Ley no acabará jamás, pues tenemos las promesas de
Jahwé... pese a todos esos Jesús de Nazareth (¡de Nazareth, no me haga reír!) y
esos Juanes Bautistas... ¡Demagogos! (Comunistas! Ése que te dije va a acabar
mal, lo mismo que el otro Bautizador, ése de Nazareth. [Te lo digo yo! Zamarriel.
—¿Piensas que está cerca el Mesías? Fariseo. —Según la profecía de Daniel, no
puede estar lejos. Pero no se ve ninguna figura prominente... No se ve a
nadie... Raquela. —¿Y Caifás? Fariseo. —Hombre, calla, mujer. Digo figura
prominente en el otro sentido. Un caudillo, un capitán, un hombre que haga
prodigios como Josué... ¡Cómo estoy de ansioso de verlo! Y él se hará ver,
jmecachis! En cuanto lo veamos, cataplum, levantamos al pueblo, armamos a las
masas, nos encerramos en el Templo y ¡vrrac! Ustedes me entienden, toma aquí y
echa allá; pim, pum, estacazo y tente tieso, ¡rrrrumpa! Abajo Roma, viva
Caifás, ¡trúmtrúmtrúm! Ustedes me entienden. ¡Paf!, un rayo en la fortaleza
Antonia, muera Pilatos, ¡crajjjjj! Raquela. —Has roto un pocilio... Fariseo. —Mujer,
¿quién te mandó ponerlos al borde mismo? Siempre serás la misma. Pues como te
iba diciendo, todo eso yo lo he de ver... Tomaré una tacita más y unas cuantas
masas, pero no mermelada, ¡ojo! mujer, quita allá, que hoy es día de ayuno; y
la mermelada se considera alimento sólido; ¡por el Templo y el Altar! [Después
de haber orado una horal Yo ayuno dos veces por semana, por las dudas.
Zamarriel. — Ahora que recuerdo, te quería decir; ¿no te estaría espiando el
Publicano ese? Fariseo. —Bien puede ser, ahora que lo dices. Son traidores.
¡Que un hijo de Israel se preste a cobrar los impuestos de los Romanos y
recibiendo paga por eso! No lo puedo concebir. Son criminales, peor que los
mismos Saduceos, que al fin sólo reciben regalos. Son estafadores, ladrones,
adúlteros. La otra semana no más uno de ellos fue sorprendido ¡con una mujer
casada! en circunstancias bastante sospechosas... Zamarriel. — ¿Y qué pasó?
Fariseo. —¿Y qué va a pasar? ¡La Ley! Pedrea que te crió. Zamarriel. — ¿Y él? Fariseo.
— Ella. Él se apretó la gorra, tomó el portante y agarró las de Villadiego, más
que ligero... Zamarriel. —¿Y ella? ¿Qué tal? ¿Era bonita? Fariseo. —Yo no vi.
La apresaron los Hermanos y la llevaron a la plazoleta para apedrearla. Como yo
estaba en casa de la Rubena, para explicarle un paso del Deuteronomio, y hay
tantos calumniadores... me escabullí. Y no pude ver la pedrea. Raquela. —No la
apedrearon... Fariseo y Zamarriel. —¿Cómo? Raquela. —Yo lo vi todo. Pasó algo
grande. Estaba sentado en un relieve de la plazoleta ese Jesús de Nazareth, con
tres de sus discípulos. Cuando lo vieron,
quisieron penerle un
caso; y les salió al revés. Se aproximaron con precaución, con la mujer a los
lirones, entre Barjudá y Ibrahim. Le dijeron: «Rabbí, sabemos que eres justo y
observante de la Ley. Esta desgraciada ha sido sorprendida en adulterio. La Ley
de Moisés dice que a las tales hay que apedrearlas, «pena cápitis, pena
cápitis», Misdrahím, càpite séptimo. El Sanedrín no se reunirá hasta pasado
mañana. Ahora, tú dirás qué se ha de hacer,» Y él no dijo nada. Fariseo. — ¿Y
tú qué hacías allí, Raquelita? Raqueta. — Pues... para decir la verdad.. . no
estaba explicando un paso del Deuteronomio a Rubén... Había ido a ver si lo
traía a curar a Carmela. Dicen que cura. Mi hermana pierde sangre que es un
horror... y los médicos... Zamarriel. —No le han hecho el remedio que yo dije:
la bosta de mulo blanco23. No se lo han hecho. Juraría. Ahora, si no hacen las
cosas como uno las dice... Raqueta. — Hemos hecho todo; pero si los médicos se
ponen en contra entre ellos...
Por et Talmud
conocemos que un remedio indicado por los médicos para curar el flujo de sangre
«era buscar granos de avena en la bosta de un mulo blanco; comiendo uno, el
flujo debía cesar por dos días; comiendo dos, por tres días; y comiendo uno
durante tres días, debía cesar para siempre. Otro remedio, y éste decisivo:
azotarse los muslos con ortigas a la media noche un dfa sf y otro no durante un
mes de Kislew (que corresponde a nuestro Noviembre-Diciembre) y la enfermedad
debía desaparecer. Otros remedios que seguían hacían desaparecer tas ganas de
sanarse. La medicina era ejercida por los Escribas, y consistía en un poco de
emprirismo y mucha superstición. En la Mishna (Talmud) existe esta sentencia:
'El mejor de las médicos merece el Infierno’,» (Castellani, *£/ Evangelio de
Jesucristo», Domingo Vigesimotercero después de Pentecostés).
Fariseo. —Basta, que
quiero saber lo que pasó. Soy Velador del Sacro Velamen. Carmela puede esperar.
¿Qué pasó? Raquela. — Pues, pasó esto: él no dijo nada; y se puso a escribir
con el dedo en la arena. Ellos más y más le insistían y declan que si no
contestaba, quedaba reo de improlijación, o algo así. Entonces él levantó aquella
cabeza —jamás me olvidaré de esto— y los miró muy despacio: a mí también me
miró. Y dijo: *E1 que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.» La mujer
se habla acurrucado junto a él como una paloma... con su cabeza en los pies
desnudos de Él, llorando. Jamás me olvidaré. Fariseo. — ¡Apedrearlos a los dos,
hombre! Zamarriel. —¡Miren qué gracioso! ¿Y la Ley? Raquela. —Ellos se quedaron
fríos, se miraron unos a otros y al suelo, que estaba lleno de palabras
hebreas, que no comprendo,,, dejaron caer las piedras y... empezando por el
viejo Ibrahim (que sabemos lo que se dice de él) y el viejo Barjudá, desfilaron
uno tras otro como ovejitas. Hasta yo me fui; pero antes oí una cosa estupenda.
¡El Rabbí de Nazareth le perdonó los pecados! Yo me fui porque tenía vergüenza
de mis pecados. Fariseo. — ¡No es posible! ¡No es posible! ¡Eso sería
espantoso! Me voy ahora mismo a... ¡Oh! ¿Qué es aquello? ¿Allí en la ventana?
Raquela. — ¿Aquello? Es él, que pasa. Fariseo. —¡Y va con él el odioso
Publicano! Zamarriel. — ¡Y los rengos, y los ciegos, y los mendigos lo siguen!
¡Y sus odiosos discípulos, esos galileos brutos! Raquela. —¡Zaburrón! ¡Esposo
mío! ¡Llámalo que cure a Carmela!
Fariseo. — No grites,
mujer, que nos oyen. La verdad es que tengo ganas de llamarlo. Una, que soy
Velador del Sacro Velo, y tengo que informar pasado mañana, y debo saber lo que
ha pasado. Otra, que me gustaría conocerlo a este tipo. Otra más, que a lo
mejor hace un milagro, y me ahorra una cantidad de plata... Raquela. —¡Y otra
que mi hermana está enferma! Fariseo. — No grites, burra, te digo. Manda al
criado que le diga que venga. ¡Rápido! ¡De parte del Maestro Zaburrón!
Zamarriel. —¿El Publicano es el que va a su lado? Creo que lo conozco. Fariseo.
—Sí. Y se ha despojado de la insignia, la caperuza y esclavina verde. Y ahí hay
una notoria prostituta, al final. ¡Y un soldado romano! Zamarriel. — ¡Y uno de
los nuestros, Zaburrón, mira! ¡Nicodemos! jNicodemos el EscribaI Fariseo. —
¡Nicodemos! Se paran todos. Miran hacia aquí. Me miran. Vuelve el criado.
Raquela. — ¡Hermana, el único que te puede salvar es este hombre! ¡Y a mí
también! Fariseo. — ¡Fuera de aquí! ¡Te vas inmediatamente adentrol Tengo que
hablar con ét en serio. Dios está conmigo y no temo a nadie. Hoy oré en el
Templo, y descendí justificado, lo siento en mi corazón. Si ese hombre es Dios,
ahora lo veremos. J- Criado (Entrando.) — Se niega a entrar aquí, Patrón.
Raquela. (Adentro gritando.) — ¡Carmela, tienes que salir, tienes que salir y
tocarle al menos la fimbria de su manto! ¡Él puede curarte! ¡Él puede curarte!
- II
“Parábola del Sepulcro
y las Víboras”
El llamado
"elenco contra fariseos", donde se halla la semejanza del sepulcro y
las víboras, fue proferido dos veces, como se ve claro cotejando los lugares
paralelos de Mateo XX y Lucas XI: la primera proferición, en una comida donde
había fariseos presentes, es mansa, no contiene la contumelia directa de
"hipócritas" aunque sí la de "bobos" (stulti), no termina
con la amenaza del infierno, y es más bien un "argumento" (como dicen
los ingleses) y una prevención, La segunda es el "élenjos" más
terrible que se ha pronunciado en este mundo: es una maldición y una sentencia
de muerte. La primera fue proferida más o menos en la mitad de la vida pública,
la segunda el Martes de Pasión, ante la muerte; una en una comida privada, la
otra ante el pueblo y los discípulos, quizás en el Templo; la una provocó
simplemente una mayor obsesión de entramparlo con preguntas capciosas, la otra,
la decisión de apresurar el asesinato legal; la una terminó en avisos a sus
discípulos acerca de la persecución, la segunda, en sentencia de muerte para
Jerusalén y sus Jefes {muerte eterna), envuelta en profunda tristeza, con una
profecía esjatológica. Los lectores superficiales y también los exégetas
antiguos las identifican o acoyuntan, y eso hoy día induce a grave error.
Finalmente, en la segunda y más terrible, no hay réplica alguna y en la
primera, un Escriba interrumpe para decir; "Maestro, nos estás haciendo
contumelia." Hay que responder a este Escriba (Cristo no respondió,
prosiguió simplemente su requisitoria) porque de ella viene el grave error
actual, expresado por muchos escritores, que enunciaremos así: "Cristo
insultó a los fariseos, ¿qué mucho que ellos lo quisieran mal?" El clérigo
protestante y Profesor de Escritura Rvdo. George Herbert Box M.A. nada menos
que en la acreditada Enciclopedia Británica (artículo Pharisee) lo trae en
forma pulcra: describe a los fariseos como gente honorable, muy piadosa, rígida
en moral, un poco estrecha y antipática pero honrada (más o menos como los
"V icto rian o s" ingleses a quienes los asimila), que al fin
cumplían con su deber al "investigar" a Cristo y celar la Ley de
Moisés; de donde Cristo viene a quedar como una especie de demagogo anárquico,
perturbador de la moral común.*5 El filósofo Santayana en un libro nada feliz
(sobre un tema para el cual no tiene bastante preparación) La Idea de Cristo en
los Evangelios, que han editado aquí como tantos otros bodrios, dice con
candidez que: al fin y al cabo nada le habían hecho a Cristo (pág. 139), ¿por
qué se irrita Él MBÍn que parezca que ellos hayan hecho (En Una edición 1953 este articulo ha sido
corregido; la eulogia del fariseísmo, retirada; y el artículo es solamente
histórico; y correcto. Me refiero, pues, a las ediciones anteriores a 1940. La
Enciclopedia Británica existe desde 1768. L. C.)
nada para
provocarlo" (sic), si al fin y al cabo no había esperanza de cambiarlos?
Más allá van Wellhausen y el "célebre" santón protestante Albert
Schweitzer, que se extrañan de que la policía lo haya aguantado tanto tiempo
(cinco semanas según él) a Cristo; y en el fondo, por ende aprueban (nefandum
dictu) su asesinato legal. Algunos católicos, como Daniel-Rops (Jésus en son
Temps, Fayard, 1949), tienden a atenuar y disculpar al fariseísmo, recordando a
Hillel y Gamaliel, excelentes personas; y San Pablo, Nicodemos, José de
Aritmatea, santos; olvidando que si fueron santos, fue porque "se dieron
vuelta" a odiar al fariseísmo. No digamos nada de Sholem Asch (El
Nazareno) y Ludwig (Vida de Jesús), para los cuales los fariseos son lo mejor
de lo mejor del mundo; y Cristo amigo de ellos ¡y fariseo también! Cristo no
comenzó su carrera insultando a los fariseos ni a nadie, como ni tampoco Juan
Bautista: terminaron ambos por la imprecación, probado primero inútilmente todo
lo demás. Cristo hubiese podido lícitamente comenzar por la maldición, pues
allí había llegado ya Juan el Precursor, cuya prédica Él continuaba; pero no lo
hizo. Volvió a fojas uno; aceptaba las invitaciones a comer de los fariseos y
respondía a sus preguntas, mansamente al principio, aun cuando esas
invitaciones no significaran hospitalidad, ni siquiera curiosidad, sino
(después se vio) trampas odiosas. No predicó contra su ociosa casuística, sino
cuando ella escombraba la Ley de Dios. Cumplió incluso sus necios mandatos,
mientras no fueran contra la misericordia y la justicia o el sentido común. No
los desacreditó públicamente como sacerdotes o como "catedráticos",
mientras leían la Ley de Moisés: "Haced pues todo lo que os
dijeren...", lo cual era difícil, porque el ejemplo de ellos era al revés
y "exempla trahunt, verba dictant."16 El "mansísimo" Jesús
fue mansísimo incluso en este tremendo "élenjos* que estamos considerando,
créase o no. "Élenjos" llamaban los griegos a la parte de la oración
jurídica en que el fiscal precisa los cargos y da las pruebas; o sea, en
lenguaje moderno, la "requisitoria". Cumplió Cristo con su misión;
hizo, con tristeza aquí, su deber. Su requisitoria enumeró en ocho acápites los
hechos que eran públicos; deñnidos, juzgados y valorados con dureza y
diafanidad de cristal de roca. La expresión "sepulcros blanqueados"
es hoy término del lenguaje común del mundo entero, a causa de su certeridad.
Las ochos acusaciones de Cristo, que definen para in aeternum un tipo, son
menos violentas aunque no menos graves que las otras coincidentes que nos trae
la literatura rabfnica de ese tiempo; como la clasificación de los Siete
Fariseos que hace el Talmud (Sotah, 22 b, Bar.), la maldición a las "fam
ilias sacerdotales" indignas, del Menahoth, XIII, 21, o las
incriminaciones a los Altos Sacerdotes de Flavio Josefo en Antigüedades
Judaicas, XXI, 179. Los fariseos traían a la mente de Cristo imágenes de
muerte: sepulcros y víboras. ¿Qué mucho, si estaba ya condenado
irremediablemente por ellos a muerte y viperinamente calumniado? Nadie lo podía
ya sustraer a la muerte, ni su Padre mismo, oso decir. Contesta aquí con otra
sentencia de muerte a la suya ya fijada; y hace con sus asesinos,
anticipándoles su futuro, la última posible (inútil) obra de misericordia.
“ Los ejemplos
arrastran, las palabras exhortan”.
Cristo no "tiene
dos estilos", como cree Santayana Jorge. Lo mismo que la imagen que Él nos
trazó de su Padre (en realidad, Él fue por excelencia la imagen terrestre del
Padre), Cristo es el mismo cuando increpa y cuando perdona, igual que la figura
de Dios que Él nos diseñó, por un lado Padre magnánimo y buen pastor, y por
otro lado sultán absoluto e irritable, no son sino las dos faces de la
misericordia y la justicia de Dios, ambas inmensurables a medidas humanas, que
no hacen sino una sola cara, la cara de Dios, la cual de suyo es inefable, y
sólo se puede expresar humanamente así, con dos exageraciones que se
equilibran. Cuando Cristo tenía que hacer de juez, hizo de juez sin dejar de
ser el buen pastor, que da la vida por sus ovejas. La persona que sabía que un
día habría de juzgar a esos hombres ciegos y condenarlos ¿es mucho que les
gritara, cuando aún estaban a tiempo de salvarse? Fue ese griterío el último
instrumento de salvación: el martillo para los corazones hechos piedra. Dadme
un padre recto y justo, y comprenderá lo que digo. Mas un padre que increpa a
su hijo que ya ve perdido, hasta lo último, suele generalmente conseguir su
causa; aquí nones. Un padre romano, es decir, no argentino: un varón bueno como
Lucius Brutus, quien, llorando, tuvo que condenar a muerte a un hijo. La prueba
es que la imprecación de los ochos "Vae" (que propiamente en griego
"ouaí" no expresan ira sino más bien tristeza) se resuelve en
ternísima tristeza: "Jerusalén, Jerusalén, ¡cuántas veces quise cobijar a
tus hijos como la gallina bajo sus alas a sus pollitos, y no quisiste!"
Sigue la sentencia porque darla es el deber de Cristo: infierno para los
malévolos y empedernidos asesinos — no tanto y no sólo de Su cuerpo y el de los
Profetas "que yo os enviaré", sino sobre todo asesinos de las almas,
de sus "ovejas" —y la ruina para Jerusa- lén. Pero no podía detenerse
allí Cristo; y añade a la sentencia del Juez la promesa del Padre, la única que
podía hacer, la lejana promesa y profecía de la conversión parusíaca de los
judíos; algún día, perdido allí en las brumas de lo desconocido. Matadme, pues,
para llenar la medida de vuestros padres y desbordarla, oh herederos de Caín y
de todos los matadores de justos y profetas... Os aseguro que "ya no me
veréis más hasta el día en que digáis: 'Bendito el que viene en nombre del
Señor'," Así termina el "elenco contra fariseos". ¿Quería decir
su entrada triunfal en Jerusalén el Domingo de Ramos? No, eso había pasado ya;
y los que dijeron "Bendito el que viene en el Nombre" no fueron los
deicidas, sino los Discípulos, el pueblo chico, los niños. Se refería a la
conversión de los Judíos en el fin del mundo. Aludía al Domingo pasado, sí; haciendo
a ese efímero reconocimiento del Hijo de David por una mínima Jerusalén, figura
y "typo" del futuro reconocimiento total y definitivo. Su corazón fue
a descansar allá, no teniendo ya en otra parte "donde reclinar la
cabeza" —pero terminó con una bendición. Porque aunque la Justicia y la
Misericordia de Dios son infinitas, la Misericordia es mayor —dice Santo Tomás:
que yo no sé cómo puede ser. Que lo explique otro. He hablado mucho en El
Evangelio de Jesucristo17 del fariseísmo y los fariseos: y es demasiado poco.
Dije allí que los fariseos eran malísimos, y eso hay que decir, y lo dijo al
máximo Cristo; que el fariseísmo es el
famoso pecado contra
el Espíritu Santo, "que no tiene perdón ni en esta ni en la otra
vida"; y que toda la vida de Cristo se puede resumir en esta palabra:
"luchó contra el fariseísmo", pues, en efecto, ésa fue la
"empresa" de Jesucristo como hombre, desde su nacimiento a su muerte,
así como todas sus acciones de "reformador religioso" incluso
milagros, profecías y fundación de la Iglesia; y ella llena el Evangelio, de
modo que se podría escribir un libro, que no se ha escrito; y se debería
escribir, habiendo hoy día un repunte del fariseísmo; el cual es eterno más que
los imperios y las pirámides de Egipto. Diré también ahora que "la
abominación de la desolación en el lugar donde no debe estar" es también
el fariseísmo. Y dirán que es manía. Y no lo es. Sobre esta palabra de Daniel1*
repetida por Cristo” , qué significa en concreto, se dividen desesperadamente
los exégetas. Es un modismo hebreo que dice "el colmo del desastre",
o "el colmo de los colmos", que decimos nosotros. Opinamos que esa
"abominación" que Cristo dio como señal de huir de Jerusalén y de la
Sinagoga, es la misma muerte injusta y sacrilega de Cristo pairada por la
"Religión (por los hombres oficialmente religiosos) de Israel"
siguiendo en esto que diré una leve y vaga indicación de Maldonado. Todas las
diversas opiniones de los Santos Padres, caen a prima consideración; por
ejemplo: "Fue el entrar el ejército romano en la ciudad santa"
(Orígenes): ya no había entonces lugar de huir. "Fueron las águilas
romanas, que eran ídolos.
Mateo 24, 15.
en el Templo de Jerusalén":
lo mismo y más. "Fue la estatua de Adriano colocada en el Templo"
(San Jerónimo): fue colocada después de la destrucción del Templo. "Fue el
retrato del César que Pilatos introdujo en el Templo" (id.). No lo
introdujo sino en la ciudad, de noche y clandestinamente ... "Fue la
sedición de los Zelotes en el tiempo de Floro, los cuales profanaron el
Templo..." "Fue el mismo cerco de Jerusalén por las Legiones..."
(San Agustín). Dejo otras por no aburrir. Ninguna tienen atadero con el ser un
"signo" de dejar la ciudad deicida, y "huir a las
montañas", pues no quedaba lugar ya de "huir a las montañas".
¿Qué más abominación de la desolación que el Monte Calvario, el cuerpo
desangrado del Justo de los Justos colgado de tres clavos; y el rasgón del velo
del Tabernáculo30, acontecido milagrosamente al mismo tiempo? Cuenta el judío
Josefo que al quedar eventrado el Tabernáculo, como cosa que ya no contenía a
Dios ni a nada, se oyeron en el Templo voces aéreas que decían: "Huid,
huid, salgamos de aquí." No. La abominación máxima y bien patente fue el
fariseísmo deicida. Y la señal perspicua fue el partirse en dos el velo del
Santísimo al fenecer Cristo, símbolo portentoso del acabamiento de la Sinagoga
como casa de Dios. Me dirán que eso no fue "señal" de fuga de
Jerusalén por los neófitos. Pues sí señor lo fue. Empezaron a desfilar (a filer
doux, como dice el francés) desde la Crucifixión, empezando por los Apóstoles,
exceptuando Santiago el Mayor, Obispo de Jerusalén. Instarás: pero la fuga en
masa de los cristianos a la aldea mon famosa de Pelia en la Transjordania ¿no
fue unos 30 años después de la Crucifixión? “ Mateo 27, 51; Marcos
15, 38; Lucas 23, 45. Concedo; pero para
esa fuga última y urgente. Cristo dio otra señal: "Cuando veáis la ciudad
sitiada aunque no del todo"31; y eso entendieron bien los neófitos. Pues
el primer sitio de Jerusalén por Vespasiano fue flojo y daba lugar a huir; el
segundo, seis meses después por Tito (nombrado su padre Emperador de Roma), fue
cerradísimo, incluso por una enorme muralla, el Romanum Vallum, contra el cual
se estrellaban los míseros fugitivos y eran reenviados a la urbe
"condenada por Dios* (palabras del Príncipe Tito), las mujeres con las
manos o los pechos amputados, los varones eventrados para buscar oro o joyas,
tragados para ocultarlos —es decir, cadáveres, si hemos de creer al historiador
Josefo. Todos los otros "signos" de los Santos Padres —poco o nada
cuidadosos de las fechas— acontecieron después del cerco de Tito: cuando ya no
había caso de huir. Y esta opinión o presunción mía (que no doy sin pruebas) se
confirma con el hecho de que este "signo" de la desolación
abominable, serálo también del fin del mundo, pues al fin del mundo lo aplica
Daniel; y también Cristo, como "antitypo". A los dos ñnales debe pues
convenir el signo, a los dos desastres, al typo y al antitypo; y San Pablo
cuando habla del Anticristo, da como señal el sacrilegio religioso, y no otra
cosa: "Se sentará en el Templo de Dios haciéndose dios"111, es decir,
se apoderará de la religión para sus fines, como habían hecho los fariseos; en
forma aún más nefanda el Anticristo. Interpretación de la
"abominación" por San Pablo. 11 Lucas 21, 20. Carta A los
TesaIonicenses 2, 4. Si creemos a San Pablo y a Cristo (que en los últimos
tiempos habrá una "gran apostasía"33 y que no habrá ya [casi] fe en
la tierra31), sólo el fariseísmo es capaz de producir ese fenómeno. Cuando los
judíos digan: "Bendito sea el que viene en el Nombre", será cuando
los cristianos hayamos flaqueado y decaído, cuando "el Devastador esté a
su vez devastado", dice Daniel; cuando Roma, el Orden Romano haya
desaparecido, como a osadas está hoy desapareciendo. Sólo el fariseísmo puede
devastar a la Iglesia por dentro; sin lo cual ninguna persecución externa le
haría mella, como vemos por su historia, pues "la sangre de los mártires
es semilla de cristianos." Si la Iglesia está pura y limpia, es hermosa, y
atrae, no repele: atrae prodigiosamente, como se vio ya en su asombrosa propagación
entre dificultades sin cuento, muertes y martirios. Me detengo un momento para
resollar: tengo miedo... Solamente cuando la Iglesia tenga la apariencia de un
sepulcro blanqueado, y los que mandan en ella tengan la apariencia de víboras,
y lo sean, el mundo entero se asqueará de Ella y serán poquísimos los que
puedan mantener no obstante su fe firme, un puñado heroico de
"escogidos" que "si no se abreviara el tiempo, ni ellos
resistirían."35 Entonces se producirá "el gran receso" y a causa
de él, "el Hombre de Pecado, el Hijo de la Perdición" tendrá cancha
para hacer su satánica voluntad en el mundo —por muy poco tiempo. Con todas las
promesas divinas encima (hay que decirlo) 33 1 Tesalonicenses 2,
3. 34 Lucas 18, 8. 35 Mateo 24, 22, Si la Iglesia no practica la honradez, está
perdida; Si la Iglesia atropella la persona humana, está perdida; Si la Iglesia
suplanta con la Ley, la norma, la rutina, la juridicidad y la
"política"... a la Justicia y a la Caridad, está lista. Porque entonces
entrará en ella "la abominación de la desolación en el lugar donde no debe
estar" que predijo Daniel Profeta, es decir, el fariseísmo. Por culpa del
fariseísmo — "sepulcro que no se ve, por lo cual los hombres caminando lo
tocan y se manchan" (Lucas 11, 44) según la Ley de Moisés (Números 19, 16:
mancha legal "si alguien tocara un muerto... o un sepulcro, quedará
inmundo por siete días"), por lo cual los judíos "blanqueaban"
los sepulcros un mes antes de Pascua —las Puertas del Infierno c a s i prevalecerán
contra Ella, y sobre ese c a s i de desesperación, volverá Cristo. Velad, pues.
Y no toquéis los sepulcros ni las víboras.