martes, 27 de marzo de 2018

LIBROS-PADRE LEONARDO CASTELLANI- "CRISTO Y LOS FARISEOS"-IX Las Mujeres-X-Como Oveja Sin Pastor-XI La Psicología de Galileo


"CRISTO Y LOS FARISEOS"

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L a s M u je r e s

- IX



Los fariseos despreciaban a las mujeres; y sin embargo tenían gran partido en ellas. Alguno dirá que es lo natural, sobre todo si han leído a Nietzsche: "¿Vas a tratar con mujeres? ¡No olvides el látigo!" Es cosa poco sabida y no obstante del todo cierta que Nietzsche, siempre que trató con mujeres olvidó el látigo; más aun, que no lo tenía. Por eso justamente escribió así. Dime de qué presumes, te diré de qué careces. En realidad los fariseos defendieron a las mujeres, aunque fuera indirectamente contra la brutalidad natural de las costumbres y la liviandad de los saduceos al defender (por lo menos los de la escuela de Hillel) la estabilidad a) menos relativa del matrimonio. Ésa debe ser la razón. Eran los defensores de la regularidad y las "conveniencias"; y las mujeres necesitan más que el varón de las conveniencias. Los fariseos eran en religión los representantes de la ortodoxia y la observancia. Yo no sé si las mujeres son más religiosas que los hombres; pero es obvio que son más devotas. Las mujeres devotas son siempre muchas; y en algunos casos son poderosas.




Eso debe ser la explicación de lo que dice Josefo, que el pueblo seguía los fariseos "y sobre todo las mujeres". Porque por otra parte consta, y más cierto que lo de Josefo, que la secta mostraba hacia la mujer un desprecio arrogante. Consta por el Talmud que anota la disputa o cuestión talmúdica de si un sacerdote quedaba o no impuro legal (es decir, si podía oficiar o no) por haber pasado tan cerca de una mujer que su sombra lo hubiese tocado. Consta mejor aun por las mujeres del Evangelio: la escena de la adúltera arrastrada como una bestia asustada a los pies de Jesucristo por energúmenos armados de piedras; el desprecio de Simón hacia "Éste que se llama profeta" por permitir que la Magdalena llorase a sus pies; y lo que quizá es más revelador todavía, el asombro de los Apóstoles (ellos mismos tocados por el "fermentum") al ver a Jesús hablando con una moza de cántaro cerca de la fuente de Siquem. "Se asombraron pero no le dijeron nada." Sin embargo muchas mujeres comenzaron a seguir a Jesús con toda devoción, abnegación y modestia; aunque en algún caso, como la Magdalena, hacían lo que podían. Y aun esto puede haber sido causa de un aumento de odio. Como la experiencia enseña, no son imposibles los celos (aun entre hombres religiosos) por la clientela femenina. "Este trata con publícanos y con prostitutas." * El decir "trata con prostitutas" es una evidente hipérbole o exageración exclusivista por *trata con mujeres; con todas; con la que sea.' ' ' Es infalible también el resentimiento de la "devota" al no ser distinguida por el profeta y ser tratada por él como las otras; Cristo las trataba a todas como a hermanas. "¿Qué le pasa a esle hombre? ¿Ha perdido la razón?" Esa escena en Nazareth en que tratan de impedirle que salga porque "está tin poco delicado, indispuesto", tiene punta de chisme femenino y medida prudente de parentela.







Como Ovejas sin Pastor

- X

El hombre se sentó sobre una piedra bajo la sombra rala de una higuera y de la acequia que allí formaba codo comenzó a beber con las manos el agua sucia y fresca. Uno de los segadores que venía a beber también se quedó mirándolo y se sentó también, sin quitar los ojos de él. El hombre preguntó: — ¿Por qué ponéis siete haces en esa forma, con dos encima al sesgo? Señaló una parva. El campo estaba cubierto como de soldados en formación. El segador lo miró y se puso a reír toscamente. Preguntó a su vez: —¿Por qué no te cortas la melena? —Es el uso de mi tierra — dijo el hombre — ¿D'on ets tú? —D' en Galeleé — respondió en dialecto —Te lo he conocido en la manera de hablar —dijo el rústico. — ¿No eres fariseo? El hombre sonrió pesadamente. •—¿No eres doctor, ni escriba, ni levita, ni arcediano? ¿No nos vienes a reprender que estemos trabajando en Sábado?

Castellani no puso título a esta parábola.

— Estas dos orejeras de mi turbante no significan doctor —dijo el hombre. Soy solamente targumán. — ¿Qué es eso? — Predicante libre. El segador cambió la conversación. —¿Quieres decir que no ves por qué hay que poner así las gavillas? —¿Será para que si llueve no las penetre el agua? — Eso lo sabe cualquiera —dijo el rústico — No es difícil lu oficio entonces —dijo el hombre. El segador se encocoró. — Eso dicen ustedes los bien comidos —dijo. El hombre sonrió de nuevo. Otro segador llegó lerdamente y le hizo a su compañero un signo airado, que él respondió con otro. Los dos eran parecidos, pequeños y flacos, desmedrados, las canillas como dos cañas sobre las rotas almadreñas. El primero se levantó y bebió. Después dijo: —¿Qué oficio tienes tú? — Fui carpintero. ' —Esos están bien comidos ' — No siempre. Hoy no he comido todavía... —¿Cuánto te pagan por predicar? —Nada. Soy predicante libre. — ¿Cómo vives entonces? El hombre señaló a los gorriones sobre la parva: — ¿Cómo viven esas aves del cielo? — ¡Toma! Pues de lo que apañan por ahí. —Yo vivo de lo que me dan; de lo que cae. —No pareces ayunar mucho. El hombre se había levantado y avizoraba el camino. Otros tres segadores se unieron al grupo. Al llegar uno guiñó el ojo y los otros hicieron gestos convenidos. El hombre era alto y bien formado, les llevaba una cabeza a todos. Uno dijo: —¿Qué buscas? El hombre respondió a la pregunta anterior: — El Padre Celestial nos alimenta. Ayuno cuando es necesario. — ¡Mira! —dijo uno extendiendo el brazo. Era escuálido y huesudo. En el torso desnudo se le veían las costillas. — ¡El oficio nuestro no es difícil! — exclamó el primero. — Sí, para los bien comidos no es difícil. Para el Idumeo. Los otros escupieron en el suelo. — Comida tenemos pero no tenemos gana. — ¿Por qué? —Demasiado trabajo. El hombre dijo lentamente: —Es un oficio sano. Como el de pescador. Al aire libre, al sol, en contacto con la tierra vivificante. Doblados sobre la tierra, sí, doblados como escuadras. Al venir hacia aquí os veía doblados sobre la tierra. Yo también me he doblado sobre los maderos, en el banco. Pero aquí está el cielo azul y el sol ardiente, los prados, las amapolas. Load a Dios. —Demasiado trabajo —insistió el otro. Si fuésemos la docena o por lo menos los diez... Pero siete es poco. Trabajo de sol a sol, sin parar. Y en tiempo de la siega hay que trabajar el sábado —y de noche. Sin respiro todo el año. Recoge, ara, abona, siembra, escardilla, siega, trilla, ata, y empezar de nuevo. No se puede. Nos consumimos. Y el sacerdote a gritar porque trabajamos en sábado. ¿Por qué no le grita al Idumeo?

—Yo no piso más la Sinagoga — dijo uno, y escupió, haciendo muchas muecas. Éste era el único gordito. Cojeaba. — ¿Qué tienes en el pie? — preguntóle el hombre. —Un macho. Una coz. Maldito sea. Me deshizo la rodilla. ¿Y esto es oficio? Esto es esclavitú.



Un Galileo de la Psicología

- XI

Existe un Galileo de la Psicología. Un precursor de Pierre Janet que tuvo que retractarse delante de un Inquisidor de tener más talento que la Inquisición. Solamente que por haberse retractado enseguida (hizo bien) y por no tener sus obras el alcance universal del cascarrabias toscano, el Cardenal Pietro Petrucci es apenas conocido. Su caso se puede leer "per longum" en las cédulas del Cardenal Casanata, Códex Casanata, N° 310, sección manuscritos. Archivo del Vaticano. De rodillas delante del Cardenal Cybo (pronunciar "chivo") delegado del Papa Inocencio IX (el atrabiliario Doria que nos dejó divinamente caracterizado Velázquez) tuvo que confesar que había "errado gravemente en 54 proposiciones extraídas de sus obras impresas, las cuales, no por temor ni miedo movido (¡macana!), sino espontáneamente y libremente reconocía como falsas, malsonantes, tem erarias, escandalosas, peligrosas, perniciosísimas, próximas a las de Molinos, tirantes a herejía, blasfemas, injuriosas a la Humanidad de Cristo y a la Providencia de Dios... y dignas de otras diversas censuras..."

Esto pasó el 7 de mayo de 1687. No sabemos lo que le aconteció después al manso obispo de Esina. Quizá quedó aplastado para toda la vida. Quizá se irguió con coraje y siguió trabajando más que antes. Hoy día no es necesario ser "grand clerc" en Psicología para percatarse que el Cardenal Pedro Mateo, director de monjas, era un varón dotado de intuito psicológico, en tanto que su censor era un ignorante vulgar y silvestre y un mandón prepotente. El Cardenal se puso a enseñar (quizá imprudentemente — no lo sé) la oración que llama Santa Teresa "de recogimiento" y pone en la Tercera Morada en cartas espirituales que después imprimió. Puede que haya sido imprudente en "imprimirlas". Pero ciertamente imprimió la verdad y no el error, como le impusieron decir sus jueces. Todas las proposiciones condenadas de esas cartas extraídas, si se interpretan con benignidad o al menos sin ojeriza, pueden atribuirse a Santa Teresa, al beato Suzón, a Taulero sin gran dificultad, Pero en esto no me hago fuerte, la mística no es mi fuerte. En todo caso, que aprenda por sonso a meterse a desasnar monjas. Quiero ocuparme de las proposiciones psicológicas. Sin embargo, ya que estamos aquí: PROP. 23.- "La regla de las reglas para vencer toda suerte de tentaciones, es el servirse con la ayuda de la divina gracia de la libertad de las potencias espirituales y especialmente de la voluntad, teniendo firme el albedrío en este punto: quiero amar a Dios." ¿Qué hay de malo en esta aserción? A mí me parece santísima y exacta, Dios me perdone si soy herético; a no ser la excesiva extensión de decir "toda suerte de tentaciones". Pero ¿por qué "temeraria, peligrosa y perniciosa en la práctica"? —como dijeron todos los censores excepto Pérez. Pérez dijo lo mismo que yo diría : "non censurabilis". ¿Quién es Pérez? Hay un censor español entre los cuatro teólogos que censuraron a Petrucci que honra la cordura de los españoles, y eso que éstos, respecto de los italianos, tienen más bien fama de fanáticos o arrebatados. Pérez disiente de los otros casi siempre, y casi siempre entiende indulgentemente y absuelve, o al menos nota con delicadeza y exactitud. Los otros — *céteri"— descargan andanadas de pez y azufre. Por ejemplo, Pérez califica simplemente de "hiperbólica pero no digna de censura alguna" una proposición que llaman los otros "periculosíssim a et perniciosissima". Es ésta: 11.- *La nada es el modelo de la vida mística. ¿Cómo estaba ella antes que Dios crease el mundo? ¿Pensaba en sí misma y curaba de sí? ¿Apremiaba al Creador hacia su gran obra? ¿Exigía recabar, cuando fuese creada, esta o aquella condición ? Ciertamente, no. " Aplicado a los dones de la oración, esto lo dice San Juan de la Cruz. Esto está escrito mil veces, y con más hipérbole todavía, en los grandes místicos ortodoxos, desde San Bernardo hasta Santa Teresita. Pero en fin, eran los tiempos de Molinos, la Curia estaba agitadísima, y el buen Cardenal Petrucci, meridional, exagera un poco al escribir. Sobre todo ¡ese Molinos! Molinos Miguel, sacerdote español (1628 - 1696) fue un enfermo. Tuvo una neurastenia sexual. Antaño murió en las cárceles de la Inquisición. Hogaño sería Presidente Vitalicio de alguna Sociedad Teosòfica. En realidad, lo indicado para él era una clínica. A falta de clínicas psiquiátricas, la cárcel de la Inquisición sirvió para que al menos muriese confesado.

Molinos describe su enfermedad con precisión casi técnica en su "Guía Espiritual", dándola, para su desgracia, como un alto efecto de la más sublime vida mística. "Ley de Compensación" llaman hoy eso. O producto de su enfermedad nerviosa, o engaño del demonio, debe haber tenido también estados místicos pasivos, veros o falsificados, como pasmos o "ausencias", o quizá esa languidez y apatía general que Santa Teresa, grande experta, trataba por medio de la alimentación intensiva. A menos que no sea mera mistificación y mimetismo de los místicos reales. No lo parece. Algo auténtico y sincero parece haber en el cuitado. Junto a la masturbación involuntaria aunque consciente (neurastenia sexual), que él complicó inútilmente fornicando con algunas locas como él, persuadidas previamente que no había en ello mal alguno para los poseídos del divino amor —Molinos ostenta el otro fenómeno de la oración pasiva. Llegada a un grado evidentemente absurdo, y probablemente fingida, y mezclada con la sensualidad enferma; lo que llaman hoy "sentimiento mixto" y "aprovechamiento de la enfermedad". Pudo hacer un mal enorme en su tiempo, y quizá en parte lo hizo, A falta de clínicas psiquiátricas, la cárcel era lo mejor para él y desde luego para la sociedad. Era un loco suelto con mimetismo de santo; en el fondo, un perverso. Pero Petrucci, a juzgar por sus obras y por su vida, era una cosa diametralmente distinta. Fue arrastrado en la estría de su tùrbine por una semejanza lejana externa y aparente. Por ventura fue un buen director espiritual, désos a quienes les da un poco demasiado por la mística, mística que conocen más bien de memoria, como mi amigo el R.P................. Perdón. Casi cometo una indiscreción. En todo caso, las proposiciones que más lo aproximan a Molinos, y que destiñeron sospecha sobre todas las otras "non censurabiles" (como dice Pérez) revelan simplemente un hombre con sentido común y penetración psicológica que se encontró delante de un caso (o varios) de obsesión psicastènica y que los resolvió bien. Eso sí, cometió la incaútela de publicarlos, transformarlos en proposiciones abstractas. Pero es el verdadero descubridor histórico de la psicastenia. Casi todos los verdaderos descubridores la pagan caro. La patente de profeta es elevada. "El que tiene razón un día antes, durante 24 horas es loco." No hay que hacer doctrina general de lo que es excepción. Pero Petrucci precorre a los actuales psicólogos patologistas. Las proposiciones 30 a 37 (en el índice de las 54 que le enrostró el Cardenal Chivo) dicen que Petrucci se encontró con el caso de personas que sufren impulsos violentos a la blasfemia, a la coprolalia, o incluso a actos obscenos — que nunca o casi nunca cumplen— y son por otra parte rectas, honestas y buenísimas. Estos accidentes, que suceden en una especie de confusión y obnubilación del ánimo, las atormentan muchísimo. Acuden hechas una miseria a quien tenga piedad para escuchar y comprensión para facilitar la difícil confidencia. "Pasan vida triste", como dice Juan de Yepes.

Pero por lo mismo merecen piedad y necesitan especiales cuidados. ¿Qué dice hoy Pierre Janet a los tales? — Son síndromes psicasténicos, "obsesiones". Su mecanismo psicológico es simple, lo entiende un gandul del bachillerato. Su cura no es tan simple. Pero en fin, no hay que desesperarlos complicándolos con remordimientos o cuestiones m orales, porque son síntom as más somáticos que morales. Haga este tratamiento y esté tranquilo se les dice hoy. — ¿Qué dijo Petrucci? •—Lo mismo más o menos en su lenguaje. Todo eso son tentaciones del diablo, el cual puede poseer parcialmente al hombre — si es de fe que puede poseerlo totalmente (31, 36). Pero no las anden contando a cualquiera (por ejemplo al Cardenal Cybo) porque no todos son capaces de comprender, y algunos se escandalizarán y otros les darán consejos desesperantes (32). No se aflijan demasiado, como si fuese un horror; si no consienten con ellas, no hay pecado> que es lo más importante (33), Incluso si llegan a blasfemar de hecho, no se espante demasiado el confesor de esas almas atribuladas (enfermas). Es una prueba de Nuestro Seflor, que así purifica esa alma a martillazos para inserirla después en los muros de la celestial jerusalén — dice Pettrucci. Hasta aquí el buen Cardenal es la cordura misma. Después viene al caso mismo que él trató, de una "doncellita" (verginella) que parece cuando perdía el control se ponía hecha una harpía. Quizá el manso Cardenal la juzgó con demasiada benignidad, lo cual es soberanamente disculpable para una "verginella". Quizá lo tomó demasiado por lo espiritual y por la ley general sin notar bastante lo patológico y excepcional. Ciertamente erró (aunque no gravemente) en creerlo una *elección’ y una gracia ("i'í Signare tremendamente la purifica per altamente coronarla“) cuando en realidad es una desgracia. Una desgracia que, bien llevada, es claro que puede convertir«- en mérito; y quizá eso era el caso en este ejemplo particular. Pero una gracia que no hay que desear a nadie. , En todo caso, el director no se equivocó, observó bien, aconsejó cuerdamente. Pero el idiota del juez falló que la observación empírica del confesor era "temeraria, ofensiva a los oídos píos, escandalosa, perniciosa en la práctica, blasfema y ofensiva a la Providencia, Sapiencia y Bondad de Dios" (¡Idiota! Es una cosa que de hecho existe, venga a verla si no la ha visto. "A priori* no la puede Ud. negar). El único que imperturbable falló que "no merece censura" fue el admirable Pérez. Los que son de veras blasfemos, perniciosos en la práctica y ofensores de la divinidad y sobre todo de la humanidad (es lo mismo) son esos badulaques prepotentes y abstractos que en nombre de dogmas mal entendidos quieren negar con la violencia hechos bien observados: los jueces de Galileo. Según-este juez tonto, que se sustituye a Dios y se hace Padre Eterno, como suelen los tontos con poder, habría que decirle a la desdichada esta enormidad: "C ada1 vez que blasfemas, pecas gravemente, aunque no quieras pecar y no puedas impedirlo. Lo contrario sería contrario a la Providencia y Bondad de Dios." *

¿Qué cosa puede haber más contra Dios que esta enormidad de fanático mandón y obtuso? Los representantes de Dios, cuando no son inteligentes, o en su defecto muy humildes, tienden a tomar el puesto de Dios y a identificarse con la Deidad. La Deidad es como ellos, piensa como ellos, y en realidad está en ellos, cuasi hipostáticamente. Confunden el dogma de la Iglesia Visible con el dogma de la Encamación. ¿Qué hizo Petrucci? Se sometió, se puso de rodillas, pidió perdón, reconoció sus errores (siempre tenemos errores), retractó sus asertos, aceptó la penitencia y se mandó mudar. Bien hecho. Le tiene que haber costado muchísimo. Pero hizo bien. Alguno dirá que fue falta de carácter, cobardía y vileza de ánimo. No lo crean. Hay situaciones que lo mejor es salir de ellas cuanto antes y a cualquier costo; y una de ellas es la de estar en las manos de tontos engreídos, de "Superiores briosos y sin letras", como decía el P. Mariana. Si el Cardenal sospechoso de molinismo hubiese recalcitrado, si se hubiese defendido, si hubiera escrito largos memoriales justificando e! recto sentido de sus escritos, si hubiese apelado al Papa, si se hubiese quejado amargamente de la falta de corazón de la Iglesia, si hubiese tratado de obtener de Inocencio IX una audiencia por soi-presa para explicarle su caso, estaba listo. Lo hacían polvo. Las Curias son tremendas en la cuestión de la herejía. A las Curias se les escapan los herejes grandes, pero atrapan a los herejes chicos, sobre todo, a los herejes buenos; los cuales, a causa de su conciencia, no osan ni mistificar ni tomar el portante. Recordemos al pobre

San Juan de la Cruz en su cárcel de Toledo, tratado peor que el peor de los herejes; aunque éste, no siendo sonso, acabó por tomar el portante: medio muerto ya, es verdad. Huyó. Le salió bien la huida, aunque casi se mata. Él dijo que la Santísima Virgen se la había inspirado; y no hay por qué dudar de ello. Lo mismo hizo Petrucci, huyó a su manera; "conociendo y confesando que he errado gravemente, personalmente arrodillado delante de Vos; Emmo. Señor Cardenal Cybo, porque 54 proposiciones falsas, malsonantes, temerarias, escandalosas, peligrosas y con otras más graves censuras respectivamente condenables por inadvertencia e ignorancia escribí y afirmé en mis libros ya impresos..." ¡Ignorancia! Pobre Cardenal Petrucci. Como todo hombre de estudio, no gustaba ni de mandar ni de obedecer, y era inhábil por altura intelectual para los enredillos de la política. Porque podéis jurar que detrás de estos errores (no del reo sino de los jueces) —y yo apostaría cualquier cosa— había un enredillo político, un brote de fariseísmo. Siempre lo hay en esos casos. ¿No habrá habido la intención —seamos un poco maliciosos-^- de liquidarlo como papable? Detrás de estas garrafales metidas de pata siempre hay algo turbio. El caso es que el cardenal napolitano hijo de Giambattista Petrucci fue más flexible aunque quizá menos digno que su contemporáneo el infeliz Arzobispo de Toledo Bartolomé Carranza, y menos cascarrabias que Galileo y se libró de las manos del Santo Oficio con una arrodillada y el gran sonrojo de declarar falso y pernicioso lo que en su fuero interno seguramente sentía que era la verdad, "eppur si muove".

Después de lo cual (si no me engaño, aunque aquí nada dice la historia) lió sus petates, sacudió sus zapatos con hebilla sobre la Reverendísima Curia, se volvió a su diócesis de Nápoles, y escribió el siguiente soneto — o lo que sea:

San Juan de la Cruz Yepes se fugó del convento, Y eso que era un convento de Felipe Segundo. Bartolomé Carranza murió como un jumento Por creer que existía justicia en este mundo.

San Teresón fue cuatro veces excomulgada, Por los que hoy le levantan altares con "cepillo". Santa Tais, mi santa, se murió emparedada En un decoro de oro tintoretto amarillo.

Porque es riesgoso hoy día buscar resurrecciones. (Resucitar es cierto que será un gran consuelo, Pero hay que pasar antes clavos y escupitones, Y ser izado patas arriba para el cielo.

La Madre Iglesia tiene bien los pies en el suelo.