martes, 27 de marzo de 2018

LIBROS-PADRE LEONARDO CASTELLANI-"CRISTO Y LOS FARISEOS" III Los Tres Atentados- IV-La Provocación



- III

Los T r e s A t e n t a d o s

Si me descuido, el maldito Me levanta de un lanzazo.

(Martín Fierro)


Antes de ser muerto Jesucristo legalmente, con toda ignominia y con gran lujo de tormentos, fue objeto de varios atentados de asesinato abrupto. Tres recuerda el Evangelio. En el tercer viaje a Jerusalén, para la fiesta de Skenopegia, y quizá ya desde mucho antes, Jesús interpela tranquilamente a sus adversarios diciéndoles: — ¿Por qué me queréis matar? Estos atentados espontáneos de las turbas, que fracasan misteriosamente, traen su raíz de las calumnias que los fariseos propalaban acerca de Él. —¿Quién te quiere matar? ¡Tienes demonio! Cada momento lo llaman endemoniado. Evidentemente, nada hubiese servido mejor a los fariseos que un súbito atropello y homicidio del joven profeta en un tumulto del pueblo. Monsieur On4,es irresponsable y sagrado. La Revolución Francesa, narrada por los historiógrafos a la Michelet, fue hecha por Monsieur On. Augustín Cochin la llama "La Epopeya de Monsieur On... "On se facha, on courut aux Tuileries, on appela le Roí... on le tita“.
4 Pronombre indefinido: uno, se.



Augustin Cochin se dedicó a investigar quien era Monsieur Oh, Y encontró detrás de los movimientos informes y aparentemente espontáneos de las turbas grupos ocultos perfectamente organizados, planes precisos, agentes secretos y órdenes concretas. (“Les Sociétés de Pertsée et la Démacratie" - La Révolution et la Libre Pensée - Les Sociétés de Pensée et la Révolution en Bretagne", 2 vol.). Monsieur On no existe. Lo mismo nos advierten los Evangelistas cuando la cuestión del plebiscito a favor de Barrabás. Eran los Príncipes de los Sacerdotes y los Sanhedritas quienes "persuadieron a la masa" —la "sacudieron", dice Marco— que votasen a favor de Barrabás y "perdiesen" a Jesús. El primer atentado contra Jesucristo se llevó a cabo en su ciudad natal, o por lo menos por tal tenida, “¡n patria ma, ubi eral n u tritu sno quizo hacer milagros en Nazareth (o mejor dicho "no pudo", como dice Marco) y se pusieron furiosos. No pudo hacer milagros "por su incredulidad"; y sin embargo parece que tenían credulidad hasta de sobra, pues esperaban que hiciese allí más milagros que en parte alguna por ser "la patria suya, donde se había criado". Y Él leyó en la Sinagoga la profecía de Isaías sobre los milagros del Futuro Ungido, plegó el papiro, lo entregó al sacristán (y todos los ojos estaban puestos en él) y empezó su explicación diciendo: "Esta escritura se ha cumplido hoy en vuestros ojos". Pero después, cuando vieron que no hacía más milagros que en Cafarnaúm (pues sólo sanó unos pocos enfermos) y cuando El les explicó la paradójica razón: "justamente por ser mi ciudad", se llenaron de ira, se levantaron y lo echaron de la ciudad. Y siguiéndolo hasta el barranco donde el poblado moría querían, desbarrancarlo. Por qué no lo hicieron, no se sabe. "Él se fue, pasando tranquilo en medio de ellos." Quizá esa misma tranquilidad se les impuso. Esta ira pueblerina, este tumulto de zotes, este homicidio frustrado e inmotivado son cosa bien rara. Pero no nos asombremos: detrás está "el fermento farisaico", como le llamó Él mismo, la mano negra del hipócrita. El farisaico fermento aparece en primer lugar en la esperanza de un Mesías bizarro, arrogante, jayán, dominador y belicoso. ¡Y este hombre tranquilo, sedado y levemente melancólico...! Allí conocían a su padre, a su madre y a sus hermanos Jaime, José, Juda y Simón y a sus hermanas, la parentela entera; y le habían visto manejando el cepillo y la azuela,.. ¡Qué Cafarnaum ni qué ocho cuartos! Ocho cuartos son dos enteros. Dos enteros son dos reales. ¿Por qué decir ocho cuartos pudiendo decir dos reales? Aquí no hemos estado en Jerusalén, pero sabemos, me parece, lo que son dos reales... En Cafarnaum dicho ocho cuartos, son idiotas... El otro fermento más farisaico todavía es reconocerlo como Mesías, pero adjudicarlo a la ciudad de Nazareth, "que casi lo vio nacer." Esas adjudicaciones nacionales son muy comunes y naturales y parecería que Cristo no debería echarlas tan a mal. ¡Si las habré oído yo hacer en Italia y en España, países de arraigada fe! Y en la Argentina, país de fe dormilona. "Dios es criollo", "Dios es francés", "Dios es alemán", "Dios es español"... Parece que le basta a Dios a oír eso para marcharse sin hacer milagros. ¿Qué malicia tan grande habrá en esa cariñosa apropiación de paisanos? Vea ¿no? — como dicen los gauchos. Cristo no dio otra razón más que esa: "No hago milagros aquí porque soy de aquí; hago milagros en el extranjero." ' Dios es extranjero. Mas yo oigo sin cesar sermones en que se promete la ayuda de Dios, incluso milagrosa, a los naturales de una región por el solo hecho de ser de ella, por la profunda y arraigada fe que siempre ha distinguido a este pueblo, por la santidad de nuestros padres y nuestras gloriosas tradiciones. Éste es inocente fariseísmo. Y este inocente fariseísmo puede terminar por un atentado contra Cristo. Ya es un atentado hacerlo servir ai pobre para sermones vanos, presuntuosos, adulones y vacíos. Los otros dos atentados tuvieron lugar en Jerusalén, en el Templo o cerca de él, en su tercera subida. Son dos y no uno contado dos veces. Los cuenta el mismo Juan y las narraciones son del todo diversas. Uno fue en el Gazofilacio, otro en el Pórtico de Salomón, uno en la Skenopegia, otro en la ñesta de los Encenios. Las dos veces levantaron piedras para lapidarlo y también quisieron echarle mano con violencia. La primera vez, dice Juan, se escondió. La segunda se arrancó de sus manos. Las dos veces ta tentativa de asesinato se produjo a causa de la afirmación de que Él era Dios. Cristo no recataba ya la afirmación de su divinidad. Estaba en su tercer año, había sembrado de estruendosos milagros sus caminos. —¿No tienes cincuenta años y has visto a Abraham? — De verdad os digo que antes que Abraham naciera, Yo Soy.

Y la otra vez, más explícitamente: — Yo y el Padre somos uno mismo. Esta afirmación es única en el mundo, es enorme. Había que haberlo ejecutado o puéstose de hinojos ante Él. Los grandes místicos dijeron que eran o se hacían una cosa con Dios por amor. El místico Al-Hallaj dice en un poema:

Antes yo estaba cerca de Ti, Tú estabas cerca de mí, Oh Escogido, Ahora cerca y lejos Han desaparecido.

Pero Cristo dice más: no sólo que se hace una cosa con Dios por amor, sino que lo que Él hace, el Padre lo hace; lo que Él dice, el Padre lo dice; el Padre vive y crea continuamente y Él crea juntamente. Y quien ve a Él, ve también al Padre. Era la ocasión para un gran proceso para estos fariseos tan jurídicos. Había sido puesta una afirmación netamente enorme. Era el momento de un gran proceso, pedir razón, justificación y pruebas; condenar al hombre como el mayor blasfemo que ha existido o ponerse de rodillas ante el "Principio que habla con vosotros", el Principio de todas las cosas misteriosamente vuelto natura humana, carne y alma de hombre. Pero todo se resolvió en dos o tres gestos de cobardes, en ademanes de bellacos e insultos de fanáticos, en gruñidos y murmuraciones y conversaciones inútiles, en imprecaciones vanas e impertinentes. ¡Qué fastidio y cansancio debió sentir el corazón de Cristo sobre la lodosa, opaca y vil humanidad!

Pero entretanto el gran asesinato legal se iba gestando, las líneas se iban tendiendo, la ocasión propicia era espiada, los ánimos oscuros iban perdiendo con la ere* dente ira el miedo de meter la pata, y aun el miedo del pueblo y de la propia responsabilidad hecha patente, el temor de aparecer manos manchadas de sangre los "sapientismos y santismos". Cristo había profetizado ya una y dos veces y tres también la propia muerte con todas sus características y circunstancias. Sabía mejor que sus enemigos adonde iba. Si se esquivó tres veces al asesinato "impromptu" era porque, dice misterioso el Evangelista, "no había llegado su tiempo." Era menester que el fariseísmo apareciese tal cual es. El orgullo religioso es homicida y deicida. Es hijo del diablo, qué es el "homicida principal", la raíz de la muerte y el contrario de la vida. El fariseísmo mata aun sin querer, y no por lo que su víctima tiene de malo, sino precisamente por lo que tiene de divino. Claro que él no quiere la muerte, sino proveer al bien común, los intereses de la religión que le han sido confiados por Dios y "la salvación de todo el pueblo". Habría que haber visto a los santones del Templo atajando a la gente del pueblo que levantaba piedras con gran barullo y voces: "¡Dejen, dejen! ¡Calma, calma! ¡Hay que ver todavía! ¡Conviene dejarlo hablar! ¡Que se explique, que se explique! ¡Todo a su tiempo! ¿Por ventura no hay autoridades? ¡Estamos en el Atrio del Templo! ¡Manchar con sangre el gazofilacio! ¡Hay aquí demasiada gente, pueden herir a alguna pobre mujer o niño! ¡Está en medio de sus discípulos! ¡Es el día de la fiesta del Señor! ..."

"¡Ya habrá tiempo para todo...!"

Y después en el recinto: "Esta tarde en el Templo, anoser por nosotros, había una zipirindanga. Pero la hemos impedido. También ese hombre ha pasado ya todo límite. Es evidente que esto tiene que acabar. Pero hay que ver el 'modo', eso es, el 'm odo'..." Y cuando llegó el "tiempo", lo mataron del modo más torpe, bullanguero, escandaloso, desbaratado y disparatado que puede imaginarse; aunque también (y en eso sí no les falló el instinto) del modo más horriblemente cruel. Dios mío, dame fuerzas para poder mirar el fariseísmo sin demasiado miedo y sin demasiado asco. Pero dame también gracia como Tú para mirarlo de frente.

- IV

L a P r o v o c a c ió n

Pasatiempo singular Aunque en el fondo inocente Como escupir desde un puente O hacerse crucificar.

(Lugones)

Jesucristo se hizo matar. La crítica alemana racionalista ha arbolado esta posición, que fue la de la tradición judaica-talmúdica. ¿Qué hace Ud. con un hombre que provoca de continuo a las autoridades legalmente constituidas? ¿Que tiene una actividad "disolvente"? ¿Que aunque sea inocentemente de su parte se vuelve un peligro para la religión establecida y los miles de fieles que en ella hallan su salvación eterna? "Subjetivamente Ud. habrá creído obrar bien; pero objetivamente ha hecho la mar de disparates..*" —dijo con toda precisión técnica Caifás a Cristo. Por qué se hizo matar, lo explican diversamente: o a plena conciencia o inconscientemente; y en este caso, o por fanatismo religioso o por ingenuidad pastoril, como lo pinta el fantasioso Renán. Esta última hipótesis es la más absurda. Que "el dulce Nazareno" sencillo y cándido se haya dejado llevar suavemente cuesta abajo por la cadena de sus embriagantes triunfos populares sin ver a lo que se exponía hasta que fue demasiado tarde, eso se da de puñadas con todos los textos del Evangelio. Habría que escribir cuatro Evangelios diferentes y contrarios a los que tenemos para poder fundar la mera posibilidad de ese caso, humanamente inconcebible. Que la pasión religiosa lo cegó acerca de sus fuerzas, como explica Strauss; que creyó triunfar de sus enemigos o al menos librarse de ellos milagrosamente "por medio de doce legiones de ángeles" a última hora, es el mismo inverosímil. Es categóricamente contra los textos. Cristo preanunció su martirio, reprochó el asesinato de antemano a sus enemigos (que negaron el propósito), se escondió, se escapó, se zafó de sus manos varías veces, como hemos visto. Son hipótesis que no hay que discutir, puramente ficticias y del todo imaginarias. ¿De dónde sacan eso? Si los textos evangélicos son tan engañosos que se los puede interpretar al revés, con el solo título de "profesor alemán“, entonces n o s a b e m o s n a d a e n a b s o l u t o acerca de Cristo, Callensén. Pero ¿no habrá buscado la muerte adrede convencido de que era la salvación del mundo? Esta pregunta plantea la cuestión del "derecho a morir por la Verdad", o sea de la sutil "tentación del martirio" que el poeta T. S. Eliot introduce como la cuarta y más peligrosa, en su tragedia "Murder in the Cathedral", al santo arzobispo Tomás de Cantorbery, que la rechaza. ¿Tiene derecho un hombre a hacer que otros hombres cometan en él un homicidio para hacer triunfar la verdad? ¡Qué hombre tendría que ser ése! Pero en fin, suponiendo que exista, ¿tiene derecho? En tiempo de San Cipriano hubo cristianos que precipitaban sobre sí mismos la persecución volteando ídolos o haciendo extemporáneas manifestaciones de fe. La Iglesia los condenó; y formaron un grupo herético llamado los "provocadores". Esa tentación se verificó

en las persecuciones inglesas, sobre todo en el “Powder- Plot" o Complote de la Pólvora; hecho histórico en el que inspiró R. H. Benson uno de los notables incidentes de su novela apocalíptica El amo del mundo: el cristiano quej dispara su pistola sobre Oliver Brand cuando éste blasfema de Cristo, y es linchado por la muchedumbre; la conjura para hacer volar la Catedral en la sacrilega ceremonia de la Adoración del Hombre que provoca el arrebatado e inútil retomo del Cardenal Percy Franklin... y la voladura de Roma. Verdad que estos eran "crímenes" para vengar otros crímenes, enormes éstos cuanto se quiera. Pero ¿sacrificarse a sí mismo sin daño de nadie? ¿No es esto lo que hizo Cristo? * - -i Este problema lo vivió en,carne propia y.lo ilustró con su vida, después de haberlo resuelto trabajosamente el pastor danés Soeren Kierkegaard, poeta y místico, después de haberse equivocado una, vez acerca de él. Fue el problema de Savonarola; y quizá el de Bartolomé Carranza. . i ¿Qué ha de hacer un cristiano en un lglesia decaída, digamos, corrompida; un'hombre de verdad a quien le toca fel sino de vivir en mala época? ¿Qué es lo que le exige yile permite la fe? ‘¿Puede callar? ¿Está obligado a hablar? El problema se complica terriblemente gon otras preguntas. ¿Qué misión pública tiene? ¿Hasta dónde está corrompida la Iglesia? ¿Qué efecto positivo se puede esperar .si chilla? ¿Cómo ha de chillar? La obligación expresa de "dar »testimonio de la Verdad", que fue la misión específica de Cristo, se vuelve espinosa en Sócrates, angustiosa en un pastor como Kierke- gaaffd, perpleja hasta lo indecible en un simple fiel.

Hay dos actitudes extremas que son ilícitas: la de atemperarse al error (que es la más fácil) y la de provocar el martirio. No puedo atemperarme al desorden eclesiástico que prácticamente induce a los fieles en errores y devasta la fe, decía Kierkegaard. No lo puedo moralmente y no lo puedo ni siquiera físicamente. La misión de la palabra que se me ha dado en la ordenación, está doblada en mí de una nativa vocación de poeta y maestro, la cual no puedo declinar sin condenar al ocio a mis facultades y prácticamente a la ruina en toda mi vida interna. El que sea escritor sabrá perfectamente que no se puede ni siquiera resistir físicamente a la palabra que se forma dentro, sin entregarse a una torturante y peligrosa operación contra-cepcional, como la de sofocar o atajar fetos, tan conocida hoy día por desgracia. No sirve absolutamente para ningún otra labor útil que esa; y por consiguiente ¿cómo salvo mi alma si la abandono o impido? Hay algo de exageración en esto, habría exageración en mí y en Barrantes Molina, por ejemplo; no la había en Kierkegaard, absolutamente. Literalmente, no podía callar. Incluso su equilibrio mental dependía de su trabajo intelectual. Callarse era literalmente suicidio; y el peor de todos. "¿Hay que decirlo? Pues se dice": fue el título de su último panfleto consistente en 10 artículos acerca de la religión y la iglesia luterana, que a lo que se puede saber le costaron la vida. Cayó redondo en una calle de Copenhague y murió de agotamiento en el hospital en mitad de esa polémica; pero un sereno gozo y una decisión extraña y lúcida que nunca tuviera en su vida, le acompañaron desde esa decisión, *Pues se dice", hasta el último instante, señal probable en lo que colegir podemos de la aprobación divina.

Porque él había visto antes que "no hay derecho a morir por la verdad", es decir, a hacer cargar al prójimo, aunque esté perversamente engañado, con un asesinato. La humildad impone que se rehuya el martirio — o la caridad, o la simple modestia: no estoy seguro de si podré sobrellevarlo, no estoy seguro de poseer yo la plena verdad, antes estoy casi seguro de lo contrario. Esto último, que no podía decir Cristo, debe decirlo todo cristiano. Hay mezcla de pasión y de limitación en mi visual, aunque yo esté seguro de que es fundamentalmente recta, de lo cual tampoco puedo estar nunca del todo seguro. Claro que debo guiarme por ella, no tengo otra y debo vivir; pero para mí solamente, no para imponerla a los demás. ¿Cómo se concilia esto con el deber, o con la imposibilidad física, de no callar? Kierkegaard llegó a una conclusión prodigiosa: hay que humillarse hasta por debajo del que está engañado, colmarlo de atenciones y "prévenances", obtener el perdón de la verdad que está en mí. ¿Qué hace el enfermero, no se hace un esclavo del enfermo a fin de sacarlo de su enfermedad, pagando así debido tributo de gratitud a Dios por su propia salud? Para cumplir este designio empinado, Kierkegaard tomó la conducta extraña de infamarse y desacreditarse. Tenía que decir a sus cofrades y cohermanos que eran malos cristianos, y de qué manera: "no existe en el mundo cosa más corrompida que los sacerdotes" (El Momento, IX, 6), y empezó por negar que él fuera ni siquiera cristiano; y Mamarse pecado y corrupción ambulante: era sacerdote. No era esto posible en Cristo. Pero Cristo se anonadó delante de los fariseos acatando todos sus preceptos y leyes hasta lo imposible, contestando a todas sus interpelaciones y objeciones, haciendo innumerables parábolas, argumentos y explicaciones a gente que interrogaba de mala fe y no tenía derecho a interrogar, quizá, a veces; y cuando lo tenía en derecho sólo legal o meramente apariencial. Y en apariencia se hizo pecador. Sí. Andaba con publicanos y pecadores ("dime con quién andas...") y no fulminaba con indignación a las pecadoras. ¡Hubiese sido tan fácil y era de tan buen tono! ¿Y por ventura era mentira? ¿No podía tronar una vez al menos, como todos los predicadores, contra la disolución de las costumbres, la corrupción que lo invade todo, las porquerías de la carne, y esas mallas de baño venidas de Grecia y cada vez más cortas? Pero ¡ni una sola palabra acerca de "las playas"! jPuras parábolas luminosas, comparaciones poéticas y preceptos generales, es decir, poesía, poesía y poesía! ¿Adónde vamos? Cristo parecía no ver la impureza; quizá de puro puro. No se dio el gusto de llamar una sola vez "chancho" a un pecador carnal. Cuando tuvo que hablar con uno, bajó la cabeza y guardó silencio. La solución es pues que hay que buscar el martirio haciendo su oficio, y siendo lo que uno es en la eternidad. Es decir: "No digas ninguna mentira; no digas ninguna verdad que no sea necesaria." La dificultad está en saber cuándo una verdad es necesaria. "Non tacebo"* No me callaré., escribió en un calabozo el loco de Campanella; y en efecto le tocó habitarlo la enormidad de 26 años, una vida de hombre; y lo curioso es que lo castigaron por complotar contra el gobierno español, y el dominico napolitano era furiosamente hispanófilo y del partido imperial; Non tacebo. Una verdad es necesaria cuando ha de salvar un alma, o para ganarme el pan; mucho más si se conjugan las dos cosas. Si he de ganarme el pan haciendo poesías por ejemplo (que Dios me libre y guarde, eso ni en broma) entonces debo hacer las poesías lo más artísticas que pueda, aspirar a la máxima belleza poética, que no consiste en otro que en la verdad; pues me contó un poeta muy ducho en su arte que cada vez que hay un verso que no llena o una estrofa que cambiar, después de cambiada uno ve que no tenía verdad; o como dijo él, "suficiente verdad", No hay peligro que yo ponga exceso de poesía, como Shakespeare, que cuando se le va la mano aturde y llega a ofuscar; pero si por poner *suficiente verdad" en un*.poema, me apresan los peronistas por comunista o me pone una multa el Cardenal Primado, cargo en mi ley, porque no hice más que cumplir mi oficio, Pero al otro día cambio de oficio, a no ser el diablo que sea de los que no se pueden cambiar, como el de masón, marido, sacerdote o periodista. Y así le pasaba a Kierkegaard; y por él podemos colegir que también a Jesucristo. Eran atrozmente sincero. Si tenían lengua tenían que hablar ("crédidi, propter quod loquutus sum") y si hablaban tenían que decir, no ya una verdad, sino la verdad; es decir, lo que en este caso concreto y particular desde el fondo de mi corazón viene a pelo y yo actualmente con todos mis sentidos (como diría Ivanissevich) veo, vivo y bebo.