Sobre la Castidad
Buenos Aires,
28-VI-1946
(Día del Sdo. Corazón de Jesús)
RP. Antonio
Viladévall San Miguel
No habiendo podido ir
a verlo el 13, día de su santo, he pensado dedicar a quien fue el mejor de mis
padres espirituales esta carta que tengo que escribir acerca de la virtud de la
castidad. Ud sabe que he escrito otras dos cartas acerca de los otros dos votos
religiosos. Espero que habrán llegado a sus manos. ¿Qué Rector se atreverá a
destruir una carta dirigida al venerable religioso que ha sido —y puede ser
aún— maestro de todos ellos? Pero en fin, si las han destruido, nada puedo yo
contra eso, anoser apelar a N.P.,San Ignacio contra ese desprecio del canon
481, 6o del Epítome, el cual no puede ser abolido ni siquiera por nuestro
M.R.P, General. Hablar de la castidad es sumamente delicado, porque en ella
"no cabe interpretación", y si uno habla en abstracto corre el
peligro de quedarse en insulso, como el peligro de pasarse a chocante si habla
en concreto. "No se puede hablar del pudor sin ser algo impúdico"
—dijo mi patrono San Jerónimo. Por tanto, lo mejor es
comentar simplemente, y con la objetividad científica que da la buena
psicología, lo que dijo N. Señor Jesucristo y expuso después acerca de ella
Santo Tomás.
Lo que dijo Nuestro Salvador es que existen tres clases de
"eunucos", y que los únicos que le aprovechaban a Él para el Reino
eran los terceros: "qui seipsos castraverunt propter Regnum
Caelorum"71. También dijo que esa palabra suya no todos la pueden
"embaular", —que ese es el sentido del "joróusin" griega.
Santo Tomás, en el maravilloso cap. CXXXVI del III de la Suma contra Gentes,
que previene todas las objeciones del mundo moderno contra la continencia
total, dice que la virginidad religiosa está ordenada a la contemplación; de
modo que sólo por ese fin obtenido es ella virtud cumplida; y será ende virtud
más o menos perfecta tanto cuanto se acerque o distancie de ella. Nuestro Padre
San Ignacio nos dejó una palabra espléndida al mandarnos en una regla que
"seamos instruidos" en distinguir las virtudes verdaderas de las
falsas, las genuinas de las aparentes, las endebles de las sólidas y las
incoadas de las perfectas. La experiencia de nuestra época m uestra, que esa
regla es máximamente necesaria, sobre todo a los que gobiernan. El clima
protestante ha poblado nuestra pobre época de virtudes negativas o
"puritanas", contra las cuales el mundo moderno ha oído insurgir la
terrible voz de Federico Nietzsche. La psicología enseña que hay castidad
falsa, inclusive perversa, como ya notara Tomás de Aquino, comentando al
Estagirita; y hay castidades imperfectas, llenas de inconvenientes y durezas
para los que las tienen y los demás, que a veces rozan la gazmoñería o la
misoginia, ocasionando ese antipático puritanismo que Max Scheler, en su libro
sobre la Simpatía, llama injustamente "la moral de los sacerdotes",
"die Priestermoral".™ 'Los que se castraron a sí mismos por el Reino
de los Cielos* (Mateo 19, 12) Caracteriza allí el gran filósofo hebreo-alemán
la "moral de los sacerdotes" (y ¡cómo se conoce que no conoció a mi
gran profesor de Moral, sacerdote por los cuatro costados!) como adversa a las
grandezas y delicadezas de la vida matrimonial, ignara del amor conyugal,
calumniadora del connubio, groseramente resentida y envidiosa, guaranga y
obscena en el hablar de re conjugali” . No cabe duda que hay algunos sacerdotes
así. Pero así no es la "teología moral" de los sacerdotes. Porque, en
efecto, no cualquiera abstención del trato sexual eleva y perfecciona al
hombre, como si dijéramos, automáticamente. En la compilación de problemas que
corren como de Aristóteles al final de sus Obras Completas, en el problema N°
29, sec. V se pregunta: "Quare lili qui non concumbunt, atra bile
laborant?"80 y la verificación de este hécho no la ignora nadie que
conozca por ejemplo cárceles, y también conventos donde se haya amortiguado el
espíritu. Hablando un Obispo inglés no muy afecto a la Compañía en grupo de
sacerdotes de las lamentables caídas que de tanto en tanto se producen en el
clero (lo cual no es de Inglaterra sólo), un interlocutor le objetó la castidad
irreprochable de los jesuitas. Contestó el Obispo, que era un
"oxfordian" y hombre de grandes luces:
” Sobre la sexualidad
conyugal. ¿Por qué quienes se abstienen del trato sexual son de genio
irritable?
— En efecto, los
jesuítas son exteriormente irreprochables. Pero lo pagan caro. — ¿Cómo lo
pagan? —le preguntaron. —Con la neurosis. Estando yo en Inglaterra, los Padres
ingleses, que se precian de su educación y de sus costumbres deportivas, me
contaron esta anécdota. Ellos achacan a las Provincias latinas, sobre todo a
las italianas, una deficiencia en la educación de la castidad de los jóvenes,
que defiende sí la negra "honra que dan los hombres" y tapa cuidadosamente
todo escándalo, pero deja como pasto de los lobos del infierno tina lamentable
retahila de neuróticos sobre la estepa helada n lo largo de la caravana. Y lo
que es más, los que siguen en la caravana no sirven y logran poco o nada,
porque son los humanamente mejor dotados los sacrificados. Quedan sanos los
asnos y los avefrías. El demonio Venus vuela invisiblemente sobre nuestro
Estudiantado para ultimar a flechazos a los que se descuidan o quedan solos.
¡Desdichados de ellos! De mis recuerdos de juventud, no puedo decir que esta
Provincia S.J. me haya* ayudado mucho a la solución total de mi problema
sexual, sacando el encierro y las exageradas precauciones exteriores. Mis
padres espirituales, excepto V.R., eran ignorantísimos en esta materia, que no
conocían ni por experiencia ni por estudios de psicología. Recuerdo lo que me
dijo el P. Ferragud (q.e.p.d.) al llegar yo, filósofo de 2o año, al Seminario;
en la primera cuenta de conciencia: "Los que hablan de esas cosas, se les
conoce la basura que llevan adentro." Lo cual bastó para que en todo el
año no le hablara de mis más reales problemas. Ahora que mal que bien los he
resuelto solo, a trompicones, dejando mi salud en el camino; o por mejor decir,
los ha resuelto amorosamente el Espíritu Santo por medio de Santa Taís, Santa
Teresa y la Santísima Virgen (que son figuras suyas) bien puedo hablar de esto
a mis hermanos, que si saben más que yo en esto, como probablemente saben,
servirá al menos para que me corrijan si yerro. Que también San Ignacio solía
hacer predicar en comunidad sobre alguna virtud al que era menos virtuoso de
todos. Esta carta tiene tres partes, una sobre cada clase de
"eunucos" que describió N S Jesucristo, En una segunda carta
estudiaré la habitud intrínseca de la castidad a la contemplación; no en forma
teológica sino en forma familiar de pacomia o colación espiritual.
"Algunos son
eunucos, porque así los hizo la naturaleza" —dice Cristo. Estos los llama
la ciencia: impotentes, frígidos, asexuados, insensibles o misóginos. Si lo son
físicamente, la Iglesia^ no los admite a las órdenes sacras: Vermeersch enseña
que el espíritu de esta prohibición se extiende a los que sonlo psíquicamente:
en efecto, el sacerdote de Cristo debe ser varón cabal; y más en estos tiempos.
Ayer estuve en el tranvía con un sacerdote a cuya ordenación yo me opuse,
guiado por el infalible instinto de sus compañeros, que lo embromaban en
recreo, a pesar de que era buenito e inteligente. Lo ordenaron lo mismo. Se
llama... Es un feminoide. Ha armado un batifondo fenomenal primero en el
Hospital Clínicas y luego en la Curia. Ahora tiene un enredado pleito con el
Arzobispo, y pretende que los fieles tienen el deber de alimentarlo con sólo
decir él la misa, porque "es un sacerdote casto." Yo creo como
psicólogo Io que dejará de serlo; 2o) que no tiene arreglo 3o) que seguirá
molestando hasta que se muera. Embrómense, porque no me hicieron caso. "
Pues bien, hay casos de ésos en nuestra Provincia, primeramente, porque estando
desajustado y en manos de ineptos el sabio aparato de selección que creó San
Ignacio, se cuelan muchos eunucos primera clase incluso en la profesión
solemne; y segundo, porque la educación de la castidad deficiente que esta
Provincia nos da origina en algunos una "represión exagerada" que los
pueriliza para toda la vida, mutilándolos como hombres. En efecto, la fuerte
represión con que la Iglesia trata al instinto sexual no está ordenada a
quedarse en mera represión (como demostré en mi tesis La Catharsis Catholique,
que los NN no conocen ni les interesa) sino que debe volverse
"sublimación" de los afectos, sin la cual sublimación no hay hombre
cabal. La castidad meramente negativa, o es sólo un paso del camino, o es un
vicio positivo, como concede Sto. Tomás en el artículo citado. Es decir, la
castidad debe subir por los tres grados de toda virtud, "bene",
"facfliter", "delectabfliter" — o como explicaba
graciosamente nuestro Instructor Poulier; "En el primer grado, las mujeres
parecen una porquería; en el segundo, parecen unos ángeles; en el tercero, nos
parecen simplemente hermanas." Y eso es lo que son. ¡Qué cantidad de
jesuitas conozco imposibilitados para tratar a las mujeres con amoroso trato de
hermanos, sin el cual no se les puede hacer verdadero bien: dado que sólo el
amor enseña y sólo el amor convierte! Algunos disparan de ellas hasta el punto
de haberse negado durante toda la vida a confesar, como un grave Padre que
todos conocen. Otros las tratan como si fuesen porquería, es decir, con un
trato correcto y seco, repelente o infecundo. Otros las tratan como si fuesen
ángeles, lo cual les agrada a ellas, pero deja muy poco en sus almas. Este
tratar a las mujeres con lengua de novio o de amante explica algunos grandes
éxitos pecuniarios y de popularidad, y el correteo fuera de casa de algunos que
deberían estar enseñando teología: o estudiándola si no la saben.
Pero hay el caso más
serio todavía de que la deficiencia en la castidad, no solamente pueriliza y
esteriliza al Apóstol, sino que positivamente lo deforma. "Algunos son
eunucos por la brutalidad de los hombres" — dijo nuestro Salvador. Balzác,
gran doctor en ciencias sociales, estudió los efectos dañinos de la continencia
obligatoria en el carácter, cuando ella no llega a convertirse en virtud
verdadera y perfecta. Quitándole a sus conclusiones el alcance general y
absoluto, la tesis de "Le Curé de Tours" es verdadera. Sólo la
paternidad saca al hombre de sí mismo y lo hace grande, social y abnegado. El
solterón es antisocial, egoísta y sórdido, habitualmente, Por lo menos no sirve
para Apóstol*1.
Hay religiosos
para los cuales la religión
es una caparazón
donde encogerse para dormir, defenderse y resguardarse; que les da seguridad y
no inquietud, los enfría
y no los consume.»
(Castellani, Diario, 9-1-48),
De ahí que ignorando
Balzac o no pudiendo observar en su dentorno la paternidad espiritual, la creyó
enteramente desaparecida de la Iglesia a raíz de la pérdida de su poder
político, y describió (injustamente) a todo el clero católico en los dos tipos
viciosos del cura regaloncillo, comodón, aniñado y apocado en el "Abbé
Chapeloud", y la terrible figura del ambicioso sin escrúpulos, duro,
insensible, el "Vicario Troubert", del cual dice: "Nul doute que
Troubert n'eût été en d'autres temps Hildebrand ou Alexandre VI. Aujourd'hui
l'Église n'est plus une puissance politique et n'absorbe plus les forces des
gens solitaires. Le célibat offre donc alors ce vice capital que, faisant
converger les qualités de l'homme sur une seule passion, l'égoïsme, il rend les
célibataires OU NUISIBLES ou INUTILES."®1 He aquí los dos rasgos capitales
de esos tipos a quienes una represión viciosa ha vuelto o pueriles o crueles o
las dos cosas a la vez, como son los niños. ¿Quién negará que existen de hecho
esos tipos que el P. Lloberola llamaba con gracia "los solterones de la
gloria de Dios"? V R los conoce: Cautelosos como gatos, fríos como
culebras, reservados como crustáceos, incapaces de efusión cordial y de
verdadera amistad, acomodaticios, hinchados de una ciencia egoísta, duros,
incomprensivos, preocupados de su salud y de sus ventajas, calculadores,
insensibles,
“ Es indudable que
Troubert, en otro tiempo, habría sido Hildebrando o Alejandro VI. Hoy día la
Iglesia ya no es una potencia política y no absorbe más las fuerzas de los
célibes. El celibato muestra entonces este vicio capital, que haciendo
converger todas las fuerzas del hombre sobre una pasión, el egoísmo, vuelve a
los célibes dañinos o inútiles, poco humanos, gazmoños, enemigos de la
grandeza, amargos, antipáticos, temerosos del hombre y de lo humano,
racionalistas, ingenerosos, replegados sobre sí mismos, infecundos,
desmadrados, estériles, gélidos, autómatas, censuradores del prójimo,
entristecidos, retrancados, negativistas, prudentes al exceso, susceptibles,
reptores, maestros helados que muestran al mundo una imagen repelente de!
Divino Maestro. Esta ristra de adjetivos a la manera de San Pablo no sej aplica
a ningún actual viviente en la Compañía ni quizá en el mundo entero; es el
"tipo" al cual tiende el sacerdote "de continencia sin
caridad", como los llama Hugo Wast en Ciudad turbulenta; sobre todo cuando
son invadidos por el demonio de la ambición, como el Vicario Troubert. Pero que
las aproximaciones más o menos cercanas a ese "tipo" ideal existen en
los conventos, yo no puedo tener duda, y soy apoyado por los testimonios del
realista refranero español: "Frayle nin judío, nunca buen amigo" -
"Corazón de fraile, pedernal y aire" - "Con gente de bonete
¿quién te mete?" - Etcétera. ¡La lujuria! Tened cuidado con esa perra.
Echada por la puerta, a veces vuelve disfrazada por la ventana. ¡Y con qué
gentileza, a los que le han negado la carne, les pide un pedacito del espíritu!
La castidad en algunos es una virtud; pero en algunos es casi un vicio. Oh
Dios, ¿diré yo que soy casto? En verdad soy continente; pero yo no diré de mí
mismo que soy casto. Y aunque jamás he conocido la mujer, por voluntad de Dios
más bien que mía; yo no diré jamás que soy virgen. *
Yo diré que soy un
niño, llena la cabeza de juegos y de imágenes volanderas. Imágenes risueñas o
terribles, todas pasajeras imágenes divinas. Y diré que soy un viejo, viendo
detrás de esa forma de guitarra de las mujeres ("Las hinchaditas delante -
y redonditas por todo", como dijo el poeta) un alma que está escondida,
que sufre o va a sufrir. Y que se pierde. Un alma como la mía. Oh Dios, yo te pido
la castidad esencial, la castidad de los que se ríen de la castidad, y dicen:
"¿Qué es la castidad?" Yo te pido la castidad de los corazones
llenos, que aman de tal modo que no tienen tiempo para nada y se ríen y dicen:
"¿A quién se le ocurre que yo engendre hijos?" ¿Y qué tengo que hacer
yo con esa carne de hospital? ¿Por ventura para eso sólo creó Dios la
hermosura? ¿Y qué derecho tengo yo a la delicia mayor y al tesoro mayor que
existe, en este gran sanatorio lleno de pobres y doloridos? Yo soy pobre. Yo no
quiero tener una cosa que no tuvo Jesucristo ni la Niña de la Maternidad
Parthenogénica, que fueron pobres. ¿Diré yo que soy casto? Yo diré solamente
que soy pobre. Pero ¿renunciaré yo a la maternidad? ¡Ah! Yo no puedo renunciar
a la maternidad, a la preñez pesada y deforme. No puedo renunciar al imperativo
de maternidad que ha concebido leyendo las vidas de los que murieron por otros.
De los que en este mundo se hacen matar, que son siempre los mismos.
La maternidad del
padrazo Santa Teresa, del madrecito San Juan de la Cruz, del Paí-guazú Roque
González. Yo no puedo renunciar a la maternidad que hay en mí, violenta y
perentoria, semejante a los dolores de la mujer que espera).
Después de este breve
"intermezzo" personal y poético, pedido por la misma poesía de la
virtud de que trato (la cual no puede sustentarse sin alguna manera de poesía),
tenemos que hablar de la tercera manera de eunucos de la gran palabra de
Cristo. La palabra de Cristo fue ésta: "pero de esta palabra no todos son
capaces." La conducta en este particular de algunas órdenes y Epíscopos es
un continuo desmentido de la palabra de Cristo. Con los hechos oponen a Cristo
esta otra palabra: "Todos son capaces de ello, con tal que se los encierre
juntos en edad temprana, no se les hable de los problemas de la vida, o se les
hable con horror y a través de un velo fuliginoso de fraseología devota — con
tal que se les embuta mucha piedad, mucha piedad, mucha piedad." La Santa
Sede ha descargado poco ha a Zubiri, sacerdote vasco y filósofo, del voto del
celibato y lo ha autorizado públicamente al matrimonio. La alegación de Zubiri
fue que él no sabía al ordenarse la obligación que contraía. Luego Roma ha
admitido que eso es posible, y por el mismo caso, se ha cargado de una obligación
nueva y muy seria respecto de sus propios seminarios.
Yo no voy tan lejos
como mi maestro Arturo Vermeersch S.J. en su condenación de las Escuelas
Apostólicas, donde (como él decía) "un hombre entra jesuíta a los 8 años.”
Yo opino que si la Santa Iglesia las tolera, son hoy día un mal menor o un mal
necesario; con tal que sean muy buenas; como creo es la nuestra de Santa Fe.
Tampoco voy tan lejos como Valuy S.J. en su eximio opúsculo "La vida
religiosa" donde sostiene que todo seminarista que tiene caídas de) vicio
solitario debe ser implacablemente eliminado. Yo creo que algunos deben ser
eliminados y otros, donde se vea gran buena voluntad con esperanza de (por lo
menos) lucha constante, deben ser ayudados y sostenidos, antes y después de la
Ordenación Sacra. Pero para tal discriminación, eliminación y dirección
espiritual opino que no sería apto un Seminario con un Rector ocupado en
construcciones y granjas, un Prefecto de Estudios sin honradez intelectual, un
Prefecto General ocupado (y con razón) de la mera disciplina externa, un solo
Padre espiritual, profesores sin unión entre sí ni con el Rector ni con nadie;
—y por último, last but not least, una casa de estudios, donde los estudios
constituyen un medio de hacer pasar el tiempo a los estudiantes, y no de darles
una verdadera formación universitaria. Esto tengo el deber de decirlo aunque me
maten: "serán castigados en proporción del daño que hicieren —dice San
Juan de la Cruz hablando de los Superiores miopes; — porque en un piloto es un
pecado mortal tener los ojos cerrados o no tener ojos." Es
psicológicamente imposible que en un joven se produzca ese delicado* fenómeno
de la elevación de las pasiones a sentimientos y de su enganche a imágenes
religiosas, llamado "sublimación" —en una casa que, destinada por la
Iglesia a crear la sabiduría, no hay en ella ni siquiera lugar para la
contemplación. Hoy, día del Sagrado Corazón, acabo de oír en la Iglesia un
sermón horroroso. Lo menos que debe dar un Seminario (me decía en Roma el F,
Mostaza) a todos o casi todos sus alumnos, son "buenas predicaderas";
es decir, un perfecto y cabal "hábitus" de la oratoria, que es para
el Sacerdote el instrumento principal del trabajo de toda la vida. Si un
Seminario no da a sus alumnos ni ese indispensable "hábitus"
práctico, que depende de un mero "drill" o aprendizaje, ¿cómo vamos a
creer que da la sabiduría, ni siquiera vocaciones intelectuales a la filosofía
y la teología? V siendo esto así, ¿hemos de extrañarnos de que haya quiebras en
la castidad? Lo que a mí me espanta es que no haya mucho más de lo que hay. El
P. Lloberola, a quien debo algunas lecciones de vida espiritual y recia
sensatez española, dijo una vez a uno de los NN que se confesaba tentado de la carne:
"La oratoria es uno de los grandes remedios contra la concupiscencia
carnal. Póngase a hablar en público en cuenta ocasión se le presente, aunque
más le cueste". Obedeció el súbdito y no solamente está hoy curado del
estímulo de la fornicación, sino que es un predicador notable; porque así como
decía el P. Mariana que muchas enfermedades de los Nuestros venían del comer
demasiado, así muchas tentaciones nos vienen del trabajar poco. Llamo trabajar
al estar empeñado en una obra sacerdotal. No solamente con el cuerpo, sino
también con la mente, la imaginación y el corazón.
Y a propósito de eso,
así como he comenzado quiero acabar en esta materia, recordando una hermosa
plática sobre la Ociosidad que nos hizo V.R. cuando nos dio ejercicios
(¡imborrables!) en el filosofado, y que solía ser extrañamente resistida por
muchos de los NN: ("¿A quién se le ocurre hablar sobre el ocio a gentes
que tratan de perfección y están sobrecargadas de santas obediencias?"); a
propósito de lo cual recuerdo lo que me pasó con un hermano días pasados. Vino
a decirme: — "Todos los que actualm ente, de grado o malgrado suyo, son
realmente ociosos en la Provincia, son instintivamente enemigos tuyos."
Levanté los ojos al cielo y exclamé: "¡Gran Dios! ¡Soy perdido! ¿Qué puedo
contra tantos?" ^ ; Ceso rogando a S.R., Padre mío, quiera tener un
recuerdo de mí delante de la presencia eucarística, como yo lo tengo de Ud. en
mis pobres oraciones.
En Xto. Jesús.
Sobre el Gobierno
A los RR. PP. Profesos
de la Provincia Argentina S.J. Amados en Xto. Padres y Hermanos míos:
Vuelvo a pedirles
perdón por mi osadía en dirigirme a ellos en forma desusada, siendo el menor
entre todos. Me objetan no el fondo de mis cartas, sino "el
procedimiento" (sic). A esto podría responder con Calderón:
"que errar lo
menos no importa si acertó en lo principal."
Pero la respuesta
verdadera es preguntar: ¿qué otro procedimiento me quedaba? Los que creen que
me quedaba algún otro, desconocen mi caso e ignoran la situación real de ía
Provincia. Se me cerró toda otra defensa; y N.M.R.P, General quiere que me
defienda. Estas cartas son actualmente en Dios y en mi ánima necesarias.
Considerad los líos fantásticos ocurridos en Colombia y en Chile, curados con
amputaciones dolo- rosas, posiblemente injustas. Análogos o peores se
producirán aquí si no curamos. Es inútil: una sociedad cualquiera debe
conspirar a algo común y para ello debe estar gobernada. Ese algo no puede ser
la. mera conservación de la misma sociedad; y mucho menos (si es religiosa) el
rejunte de dinero, o de la "falsa gloria que dan los hombres". Ése es
el tema de esta carta.
Sin conspiración a un
Ideal, toda sociedad se va contra un escollo. Conspirar a algo, y gobernar,
significa tener los ojos constantemente puestos en el fin común y medir con él
todas las cosas. Porque la sociedad no es tal sino por causa de una obra que hacer
en común. La raza, el idioma, la religión, las fronteras son tos elementos
materiales de una nación; lo formal es el "quehacer colectivo".
Quitado esto, languidece y se hunde la sociedad. El hombre va en la sociedad
como la gota en la nube viajera. Pero para esto es menester que viaje la nube.
Si la nube se estanca, la gota se pudre o se disuelve con acompañamiento de
tronidos. Pues bien, eso le está pasando a nuestra amada Provincia, por falta
de visión ideal arriba: no hay obra común, ni quehacer colectivo. Somos una
nube de tronados. Agudísima fue la conocida cifra política de Saavedra Fajardo:
una flecha vertical y debajo el lema: "O sube o baja.* Eso es una
sociedad. No es una cosa sino un movimiento. Es en todo instante algo qué viene
de — y va hacia. Córtese por una hora la vida de un Estado civil que lo sea
realmente, y se hallará una unidad de convivencia que parece fundada en tal o
cual elemento material: sangre, idioma, fronteras naturales. Una Interpretación
estática nos llevaría a afirmar: ' eso es el Estado. Pero pronto advertimos que
esa agrupación humana está haciendo algo en común: conquistando otros pueblos,
defendiendo sus intereses, fundando colonias, independizándose o federándose.
Es decir, que en toda hora está superando el principio material de su unidad.
Ese términum ad quem define un Estado. Cuando ese impulso al más allá cesa, la
sociedad automáticamente sucumbe, su unidad se torna sólo aparente, su
convivencia empieza a minarse por dentro, desfallecen las dos bases
fundamentales del consorcio social: la justicia, que socialmente se llama
derecho, la caridad, que socialmente se llama concordia. ¿Podría jurarme alguno
de Uds., amados hermanos, que en nuestra Provincia hay mucha concordia y se
guarda estrictamente la justicia distributiva? Lo contrario lo tengo por
verdadero; y no me parece muy descaminado el descamisado poeta que dijo:
Sociedad de Jesús...
¿Qué es lo que dije? Cada cual hace aquí lo que él elige. El contrato social no
rige Más aparentemente. Esa es la verdad,, No somos una sociedad, Sino un
montón de gente.
¿Cuál es en esta
Provincia la obra común de servicio de Dios y de su Iglesia que justifica
nuestra reunión en un cuerpo? No se ve muy claro, antes se ve paladinamente una
cantidad de los NN. haciendo obras de clero secular, de salesianos o de
hermanos lasallenses; otra cantidad de los NN. haciendo obras de jesuítas pero
enteramente desperdigados y solos; y otra cantidad no haciendo nada. Si nuestra
obra común son; los "colegios", por ejemplo, (tema que discutiré en
otra carta) ¿por qué no se forman entre nosotros profesores y directores aptos,
autorizados, y aun diplomados? Ni eso se hace, que es una tarea mínima y de
pura honestidad profesional; y en consecuencia, nuestros colegios están en
visible decadencia, no sólo absoluta, sino también relativamente —a los otros
colegios católicos de la Capital— lo cual es un simple colmo, por estar la
Enseñanza argentina bastante baja.
Me han contado esta
anécdota. El R.P. Tomás I. Travi dijo en Regina muy fresco: "Hasta el año
1955 no tendremos buenos profesores, porque no tenemos gente." Respondióle
francamente y muy bien el P. Gonzalo Palacios de Borao, huésped entonces de esa
casa: — "Ni tampoco en el 55, ni siquiera en el 95 los tendrán, si no tos
forman. Y ahora mismo los tendrían, Si lo HUBIESEN FORMADO." No hay ideal
provincial ni obra común, porque no hay visión arriba, porque se gobierna
siguiendo la rutina y el provecho inmediatamente. —Con esto no acuso al actual
P. Provincial, a quien respeto, ni a nadie. No me toca a mí acusar, sino
establecer hechos ciertos. — Permitidme, amados PP. y hermanos míos que ilustre
esta tesis con un ejemplo propio. Conservo en un álbum preciosamente
coleccionadas las "censuras" que merecí de mis hermanos en mis
tiempos de escritor, actividad a la que acabo de renunciar al menos
temporariamente por dificultades de salud y de toda clase; pero que ha
constituido durante diez años para mí una preciosa experiencia. En esas ciento
y pico de censuras de mi Madre la Compañía es donde leo yo como en un aviso
luminoso la tesis que senté arriba de que desfallece entre nosotros la caridad,
que se llama concordia, y la justicia que se llama derecho, por falta de
trabajo común; y que en consecuencia se disuelve la convivencia. En efecto en
esas 153 censuras hay un 45% que son negativas, es decir, que rechazan
rotundamente y sin dar razones mi trabajo como inútil; y hay 10% de censuras
que lo hacen en forma hiriente y ofensiva, a veces con una guaranguería
absoluta. ¿Será posible (pregunto yo) que un hombre que es escritor desde que
nació, que fue elegido luego por la Compañía para eso, que fue preparado con
larguísimos y costosísimos estudios en los cuales tuvo éxito, que fue doctorado
por las Facultades más acreditadas del mundo, se equivoque cincuenta veces cada
cien —una vez de cada dos veces que escribe— y se equivoque en tal forma que su
escrito no se pueda arreglar ni corregir, sino que deba ser simplemente
destruido? Dice San Juan de la Cruz que todo hombre está obligado a acertar en
su oficio. Si este hombre desacierta en tal forma, es un caso de absoluto
fracaso. Y si la Compañía con tanto trabajo produce casos tan monstruosos, es
un fracaso ella misma — digamos per reductionem ad absurdum— y debería
disolverse como un estorbo y una ruina, porque está hediendo en el mundo. ¿Por
qué los censores liquidan con tanta placidez el 45% del trabajo de un hombre
para quien el trabajo no es lecho de rosas? Porque a ellos no les duele nada en
esa destrucción, no teniendo nada en común con la obra de ese hombre. Cortan en
carne ajena. Esto se prueba fácilmente con la contraparte del caso, que es
censura debidamente ejercida. Este hombre formó parte una vez de una redacción
cualquiera, llámenla X. Allí pasaba por otra censura, porque era una
publicación metida en continuos peligros, que tenía que cuidarse. Sus artículos
eran leídos en voz alta, en camaradería de trabajo, ante los otros redactores,
lo mismo que los de todos ellos, incluso los del Director-propie- tario. Allí
se ejercía entonces una censura concorde, cariñosa, caritativa y justa. Nadie
se atrevía a insultar, al contrario, colmaban de sinceros elogios al compañero.
Cuando uno tenía que oponer un reparo, pedía mil perdones y hacía mil
salvedades. Nadie hablaba de destruir el trabajo, antes bien se ofrecían a
ayudar a concluirlo. Cuando el autor modestamente hablaba de destruirlo él,
protestaban con el grito en el cielo. ¿Por qué todo esto? ¿Por ventura eran
ángeles? ¿Eran religiosos? ¡No eran sino pobres periodistas y periodistas
"nazis* por añadidura! ¿Por qué pues tanta caridad? ¿No lo veis? P o r q u
e e l a r t ic u l o f o r m a b a p a r t e d e l a " o b r a c o m ú n
" , del quehacer colectivo. No les convenía que se destruyese. Les
convenía que se mejorase. ¿Y cuál es, AA. HH., el quehacer colectivo de los
jesuítas, la obra propia específicamente de ellos en cuanto tales? Vosotros lo
sabéis mejor que yo, mis Amados Padres y CC. Hermanos en Jesucristo: es
"ayudar a la Iglesia en su lucha actual, no como artillería, ni
infantería, ni zapadores, sino como caballería ligera", es decir, en los
puntos decisivos y más fragosos de la batalla y en las actividades más heroicas
y difíciles, que no son otras que las más espirituales e intelectuales; es
luchar contra la herejía hasta la muerte con las armas del espíritu, que no son
otras que la cota de la fe, el escudo de la buena voluntad, la gálea de la
justicia y la espada de Espíritu, que es la palabra de Dios (Eph. VI, 15); es
el "bautizar lo sociológico", segyn el aguda fórmula de César Pico,
que no es otra cosa sino la traducción pintoresca de la fórmula de N. Santo
Padre Ignacio acerca del "bien más divino", ¿Qué hace para eso nuestra
actual Provincia? No hace nada. "Se defiende", como dicen; y aun
allí, se defiende mal, porque está visiblemente perdiendo terreno. El P.
Claudio Acquaviva decía que cuando una sociedad emplea todas sus fuerzas en
meramente conservarse, esa sociedad anda enferma. En efecto, ésa es la
definición misma del organism o viviente traumatizado, intoxicado, o anemiado.
La “fiebre', no es más que eso, es un eliminar la actividad externa y
concentrar las fuerzas vitales del cuerpo sobre sí mismo. ¿Y no es éste el
espectáculo que nos presenta nuestra provincia? Leed las "Noticias de la
Provincia" y decidme dónde está la actividad que no sea de pura
conservación, ¿Qué son los libros del P. Furlong, en editar los cuales se han
invertido millanares de pesos, sino literatura de propaganda? ¿Cuál es la
actividad de nuestros historiadores, sino andar desenterrando del pasado huesos
fosforosos luminosos — "vaticinare su- per ossa ista"83— para
exhibirlos al son de platillos y trompetas en una fiebre de exhibicionismo
megalómano, que nos debería avergonzar si somos hombres adultos y soldados. ¿En
qué contribuye nuestra actividad científica, literaria o filosófica a resolver
los capitales problemas de esta Nación que nos da de comer, ó de la desdichada
Iglesia Argentina? ¿Toda esa actividad está vuelta hacia la Compañía de Jesús
convertida en un ídolo lamentable, en un fin en sí mismo? Pero el conservarse
no puede ser el fin último de ningún ser, dice Santo Tomás de Aquino.
"Quia imposstbile est quod illius rei quae ordinaiur ad aliud sicut ad
finem, últimus finis sit ejusdem conservatio in esse." 84 ¿Y dónde está si
no aquí la causa fundamental del creciente distanciamiento y aun aversión que
se está abriendo entre la Compañía y las otras religiones, la Compañía y los Obispos?
Problema éste en el cual no se hace actualmente nada; y en el cual nada se hará
mientras no se toque la raíz principal de) morbo, que es percibir claramente
hic et nunc el trabajo específico de la Compañía (que no habrá peligro nadie
nos dispute, porque es el más arduo) y ponerse bravamente a hacerlo. Hemos de
volver los ojos, amados Padres y Hermanos, a nuestros primeros Padres, y
retornar a nuestros orígenes, tomar contacto con nuestra fuente radioactiva de
un Javier, un Laínez, un Fabro, un Campion, un Southwell; de esos mártires
ingleses cuyas vidas me inundan de consuelo por ofrecer ejemplos tan extremados
y tan aparentes a los terribles tiempos que vivimos.
Profetiza sobre estos
huesos (Ezequiel 37,4). H1 Porque es imposible que el último fin de una cosa
ordenable a otra como a su fin, sea su conservación en el ser. (S. Th., I-lIae,
Q. II, art. 5, Resp.)
Perdonad mis
atrevimientos líricos y rogad por mí al Dador de toda Lumbre, Padre de las
Misericordias y Dios de toda consolación, el que nos salvó en la esperanza de
las promesas de su Hijo, y nos quiso elegir en la Compañía de su Nombre.
Professus Infimus
Índice Analítico*
Abominación de la
desolación: 151.
Acquaviva, Claudio:
187, 228.
Agustín, san: 29. A
Ima fuerte: 33.
Ambición: 14,15, 93,
162,189, 217,
Amor: 15,215;
-conyugal: 211.
Anticristo: 149,
150.
Apostasia de las
masas: 159.
Apostasia, gran:
150, 173.
Argentina: 37, 159.
Aristóteles: 160,
188, 196, 211.
Arte: 115, 117, 118,
122.
Artista: 31, 116, 118,
122, 127.
Autoridad: 29, 30,
185; —religiosa: 93.
Avaricia: 14.
Balzac: 215,
Baudelaire: 116, 119.
Belleza: 118,
Belloc, Hilaire: 200.
Benito, san: 200,
Berdiaef: 197. Bernanos: 177, Bien: 197.
Bloy, León: 116.
Burguesía: 159.
Caifás; 17, 81.
Capitalismo: 204.
Caridad: 185, 188,
189, 197, 217, 225.
Carranza, B.: 45,
111, 179, Castidad: 27,209,211,214,215, 217, 221.
Casuística: 78.
CHibato: 216.
Censura: 202.
Ceremonias: 19.
Clases: 159.
Clericalismo: 162.
Clérigos: 30.
Comunismo: 17.
Conciencia: 185.
Concordia: 188, 204,
225.
Contemplación: 12,
210, 221.
Continencia: 217.
Contrarreforma: 22,
23.
Convivencia: 226.
Corazón: 196.
Cristianismo: 19,
164.
Cristo, corazón de:
14.
* Se han omitido los
términos 'Fariseo" y "Fariseísmo".
232 Leonardo
Castellani
Crueldad: 14, 15,
80.
Cuestón social: 159.
Culto: 163.
Chesterton: 32, 188.
Daniel: 81, 151.
Daniel-Rops: 143, De
Molay, Jacques: 165.
Diablo: 15, 40, 78.
Dinero: 196, Dolor: 115, 126. Dostoievsky: 162, Dureza de corazón: 82.
Economía: 159.
Eliot, T.S.: 44. Escribas: 72. España: 156, 161, Estado: 29, 224. Eucaristía:
192. Exterioridad: 19, 22, 24.
Falsos pastores: 13.
Fanatismo: 162, Fe:
19, 153, 177, 196.
Francisco, san: 196.
Franco: 154, 157.
Gamaliel: 71,
Genicot, P.: 188.
Gobernante: 160.
Gobierno: 187, 223,
226.
González, Roque,
san: 219. Gracia: 128.
Herejía: 228,
Hillel: 71, 95.
Hombre: 224. Huxley,
Aldous: 190.
Ideal: 224, 226.
Iglesia: 17, 19, 30,
150, 164, 173, 177; -Argentina: 202; -
Jerárquica: 22.
Iglesia de Estado: 163.
Ignacio de Loyola,
san: 22,185, 189, 204, 205, 210, 213, 228.
Imagen: 12, 155,
221, Indiferencia: 207.
Indulgencias: 20,
21.
Insumisión: 187.
Inteligencia
(Intelecto): 12, 187.
Israel: 13.
Janet, Pierre: 103,
108. Jeremías: 79.
Jerónimo, san: 209.
Jesuitas: 189, 200,
205, 211, 214, 228, 229.
José de Arimatea:
71.
Josefo, Flavio: 27,
72, 96, 144, 148. Joyce, James: 127.
Juan de la Cruz,
san: 15, 91, - 105, 111, 165, 219, 220, 227, Juan Bautista, san: 14, 55, 89,
91, 143, Juana de Arco, santa: 165, Judíos: 146, 150, 177. justicia: 163, 225.
Kierkegaard: 45, 47,
49.
Lawrence: 127.
Liberalismo: 159, Libertad intelectual: 153.
Lucha de clases:
204. Ludwig: 143. Lujuria: 15, 217. Lutero: 19, 24,
Cristo y los
Fariseos 333
Mariana: 187.
Maritain: 156. Mártir (martirio): 44, 48, 127. Marx: 159.
Marxismo (marxistas):
157, 197.
Materialismo: 159.
Maternidad: 218.
Merejkowski: 25.
Mesianismo político:
81.
Metánoia: 90.
Michelet: 190. Misericordia: 146, 163. Mística: 162, 177.
Molinos, Miguel:
103,105. Moral: 32,118; -social: 26,121.
Mujer: 28, Mussolini:
158.
Nación: 224.
Nacionalistas: 158, Necios con poder: 187.
Nicodemus: 71,
Nietzsche: 29, 31, 95, 113, 210. Noble: 32.
Obcecación: 14.
Obediencia: 184,
187, 190, 191, 197.
Obsecuencia: 188.
Oratoria: 221. Orden natural: 187. Orden Romano: 150. Orgullo: 14, 162.
Pablo, san: 17, 71,
93, 149, 192. Pastor: 93.
Paternidad: 215;
-espiritual: 216. Patria: 29, Pecado contra el Espíritu Santo: 15, 78, 147,
176, 177.
Peguy: 162. Pereza:
188.
Petrucci, Cardenal:
103, 108, 110. Pío XII: 193.
Plebeyo: 32.
Pobre: 156.
Pobreza: 195, 196,
198, 201, 202, 204, 205, 206.
Poesía: 126.
Poeta: 159,
Política: 81, 177.
Preceptos de
hambres: 163.
Profetas: 93.
Prójimo: 197.
Protestante: 19, 71,
210.
Providencia: 122.
Puritanismo (Puritano): 14, 117, 119, 127, 211.
Reino de Dios: 195.
Religión: 14, 81,
177, 188, 197; -estática: 162; -exterior: 28. religiosidad: 161, 179; -
verdadera: 16. Religioso (Religiosos): 190,192, 197, 198, 204, 217.
Renán: 26, 43, 176.
Revolución: 157,
Rusia: 162. Russell, Bertrand: 177,
Saavedra Fajardo:
224.
Sabio: 159.
Sacerdote: 27, 80,
93, 159,163, 177, 211, 221.
Saduceos: 71, 78,
81. Santayana: 142, 145.
Savonarola: 45, 165,
179, Scheler, Max: 179, 211.
Schopenhauer: 26.
Schweitzer: 143,
Secta: 51.
Seminarlo: 220,
Shaw, Bernard: 119, 127, Sinagoga: 19, 148, 174.
Soberbia: 80, 93;
-religiosa: 12, 40.
Sociedad: 188, 223,
224, 228. Strauss: 26, 44.
Sublimación: 214,
221.
Superiores religiosos: 186,199, 203, 220.
Superiores religiosos: 186,199, 203, 220.
Superstición: 161.
Tais, santa: 213.
Talmud: 79.
Teólogo: 161.
Teresa, santa: 213, 219.
Thibon, Gustave:
177. Tibieza: 177.
Tolstoi: 26, 33,
164, 176.
Tomás de A quino,
santo: 146, 160, 185, 191, 210, 214, 229.
Travi, Tomás SJ:
226.
Vanagloria: 14.
Verdad: 29, 31, 45,
118, 158.
Verdaguer, Jacinto:
179.
Verlaine: 115.
Vida religiosa: 187.
Virgen, Santísima:
213.
Virginidad: 210.
Virtudes: 210;
-puritanas: 210; -teologales: 14.
Voluntad: 12. Votos
religiosos: 190.
Wast, Hugo: 217.
Wellhausen: 143.
Wilde, Oscar: 113,
119, Wodehouse: 127.
Zelotes: 72. Zubiri,
Xavier 219.