Publicado por Revista Cabildo Nº25
Mes de Noviembre de 2002-3era.Época
MIRANDO PASAR LOS HECHOS
por Víctor Eduardo ORDÓÑEZ
LA DECADENCIA ESTRUCTURAL
LA actual situación del país es simple y trágica. Como se ha dicho y repetido tantas veces -aunque pocas comprendiendo exactamente su significado- la actual crisis argentina es total, tanto cultural como ética, tanto política como económica. En el primer sentido -en el que no nos detendremos porque requeriría más de un tratado- la cuestión es, ni mas ni menos, que de identidad. La Argentina, los argentinos, tendrán que volverse a reformular una pregunta también sencilla y dramática, el interrogante que nos atenaza desde nuestro nacimiento y que cada tanto -a través de raptos de optimismo o de rachas de pesimismo-creemos saber y poder contestar: ¿qué somos, qué nos proponemos ser, cuál es nuestro destino como organismo histórico?
por Víctor Eduardo ORDÓÑEZ
LA DECADENCIA ESTRUCTURAL
LA actual situación del país es simple y trágica. Como se ha dicho y repetido tantas veces -aunque pocas comprendiendo exactamente su significado- la actual crisis argentina es total, tanto cultural como ética, tanto política como económica. En el primer sentido -en el que no nos detendremos porque requeriría más de un tratado- la cuestión es, ni mas ni menos, que de identidad. La Argentina, los argentinos, tendrán que volverse a reformular una pregunta también sencilla y dramática, el interrogante que nos atenaza desde nuestro nacimiento y que cada tanto -a través de raptos de optimismo o de rachas de pesimismo-creemos saber y poder contestar: ¿qué somos, qué nos proponemos ser, cuál es nuestro destino como organismo histórico?
O más concretamente: ¿constituimos un organismo histórico en su acepción de vocación universal. Pero como nos hemos prometido no detenernos en esta realidad, no obstante su trascendencia, nos referiremos a los hechos políticos y económicos que nos acosan hasta el punto de la agonía.
Hay una verdad inmediata que debe ser colocada en primer término en cualquier consideración nacional. Y es que el FM -más allá de las excusas y razones que alegan u ocultan sus directivos y los miembros del "establishment" local que los representaquiere y procura no solo nuestra ruina sino nuestra desaparición como estado y como nación. Si no se acepta este primer dato será imposible entender algo y adoptar las medidas imprescindibles de la reacción para sobrevivir y volver a vivir. Una reacción que no admite mas demora. Pero que hoy nadie está dispuesto ni en condiciones de llevar a cabo. Y este es otro acto del drama argentino.
Claro que la severa actitud del Fondo frente al pobre gobierno de Duhalde es el nuevo comportamiento del imperialismo de siempre. No se explica la conducta del organismo internacional -en rigor, no más que un apéndice del gobierno norteamericano de turno-sino por la voluntad oculta pero expresa de cerrarle todos los caminos de salida a la Argentina. Si se describiera el último tramo de las relaciones entre el gobierno de Duhalde y el FMI produciría asombro (no ya indignación porque este es un derecho y un lujo que nos han sido arrebatados por los políticos, los economistas y los comunicadores) el comportamiento de engaños, de promesas, de reticencias, de falsas expectativas, de alejamientos y acercamientos, de exigencias y de humillaciones que adoptó la gente de Kohler y de Krueger (que es decir Taylor y Powell, los secretarios del Tesoro y de Estado de Bush, los verdaderos mandantes) para el trato que dispensó y que seguirá dispensando a la que, al fin de cuentas, es la segunda economía de la región.
Concretamente el FMI quiere una Argentina pobre, sin crecimiento, permanentemente deudora y que prolongue su agonía hasta que, por fin, desaparezca como sea: por extinción, por disolución o autodisolución (de aquí la extraordinaria importancia que adquiere la crisis identitaria o cultural a que nos referiamos que, por lo tanto, debe ser colocada al principio y no al final del proceso, en su base y no en su culminación), por balcanización, por agotamiento, por desconcierto, por rendición. No es casualidad que un periodista norteamericano haya instalado en la opinión pública continental la eventualidad de una disgregación geográfica con la separación de la Patagonia (de la misma manera que tampoco es casualidad que se trate de la más rica región petrolífera del país y uno de los lugares donde hay mayor cantidad de agua potable del mundo: ¡los gringos no son tontos para elegir!) ni que lo haya hecho en este preciso momento, en el epicentro de una crisis total que nos agobia y que, para peor, nos pilla sin dirigentes o con los peores que hemos tenido. Por supuesto que para esa maniobra se cuenta, como en otras oportunidades de nuestra historia, con la colaboración de los intelectuales traidores, como Osvaldo Bayer, refugiado en su Alemania natal después de haber cumplido con la misión que le fuera encomendada, la de colocar la bomba de tiempo de proponer y anunciar la secesión patagónica.
Pero aunque todo esté relacionado entre sí, no nos alejemos de nuestro enfoque. Se acostumbra a pensar -y a hacer pensar- que la culpa de los desencuentros con nuestros acreedores-prestamistas se debe a la ineptitud del país ¡no para negociar sino para cumplir con los mandatos del Fondo! Por cierto que hay una media verdad en esto. Lo que pasa es que la Argentina, desde los tiempos de Martínez de Hoz, ha sido llevada a tales vericuetos financieros, a tal estado de dependencia y debilidad y a tal situación de indefensión, que el país fue colocado en las peores condiciones para enfrentar al poder del dinero, cada vez más concentrado en núcleos casi ocultos del poder y más implacable cuanto más omnímodo. Ahora, cuando el FMI exige mayores y más cruentos sacrificios al Estado y a la sociedad argentina (más impuestos, más ajuste, aumento de tarifas, destrucción de la banca oficial, culminación de la política de privatizaciones, precipitación en un nuevo "default", liquidación de las reservas todavía disponobles, etc.) la partidocracia argentina vuelve a mostrar su peor rostro. Cada cual se propone a sí como el salvador... pero a costa de repetir y aún acentuar el mismo programa que nos insertó en esta decadencia estructural. Porque el programa expreso de Menem e implícito de Rodríguez Saá es mantener -con éste o aquel disfraz, con éste o aquel matiz- las causas del desastre. La lucha es por el poder, el poder personal en su más sensual y prostibularia expresión, no por el poder como instrumento y servicio de la recuperación.
De proceder como el Fondo pide, la Argentina realimentaría todos sus males y renovaría la génesis de todos sus defectos. Entre otros, además de eliminar cualquier posibilidad de estabilidad (la primavera de que se ufana el gobierno), terminaría de destruir el magro estado de derecho que la
democracia creyó implantar hace 20 años. Porque exigir que la Corte Suprema cambie su criterio respecto a la inconstitucionalidad del "corralito" y que se pronuncie legalizando la pesificación, es no solo una ingerencia en los asuntos domésticos -extremo que hace tiempo ha dejado de preocupar en la Argentina- sino admitir e impulsar el avance de un poder sobre otro; lo que, en buen romance, equivale a la ruina del orden jurídico republicano, vicio que, según el propio Fondo alega para fundamentar y justificar su dureza, es una de las razones por las que el país no merece créditos. Gran hipocresía, gran maldad, gran perversión.
La Argentina se encuentra, pues, ante una disyuntiva de hierro, sometida a un dogal que puede terminar asfixiándola si no se dispone del coraje para el desafío, un desafío que implica y se equipara a una verdadera guerra. La disyuntiva es: cumple con las imposiciones del Fondo, con lo que se renovaría y aceleraría la rescesión de la que aun no se salió (y asi se obtendría una postergación de las deudas próximas a vencer o ya vencidas) o se las rechaza con lo que incumplirían los compromisos contraídos con otras entidades multilaterales.
Sobre toda esta problemática atroz sobrevuela, como todos saben aunque todos lo disimulen, el fantasma de la deuda que crece como una espiral que se sostiene a sí misma. La ecuación que surge de esta realidad es notable: más deuda, más debilidad, más debilidad más incapacidad para negociar, más incapacidad más necesidad de deuda. Esta es la víbora que se muerde la cola en torno a la garganta de la Argentina y de los argentinos, es el precio de la alianza de la democracia de partidos con el liberalismo de las trasnacionales. •
Hay una verdad inmediata que debe ser colocada en primer término en cualquier consideración nacional. Y es que el FM -más allá de las excusas y razones que alegan u ocultan sus directivos y los miembros del "establishment" local que los representaquiere y procura no solo nuestra ruina sino nuestra desaparición como estado y como nación. Si no se acepta este primer dato será imposible entender algo y adoptar las medidas imprescindibles de la reacción para sobrevivir y volver a vivir. Una reacción que no admite mas demora. Pero que hoy nadie está dispuesto ni en condiciones de llevar a cabo. Y este es otro acto del drama argentino.
Claro que la severa actitud del Fondo frente al pobre gobierno de Duhalde es el nuevo comportamiento del imperialismo de siempre. No se explica la conducta del organismo internacional -en rigor, no más que un apéndice del gobierno norteamericano de turno-sino por la voluntad oculta pero expresa de cerrarle todos los caminos de salida a la Argentina. Si se describiera el último tramo de las relaciones entre el gobierno de Duhalde y el FMI produciría asombro (no ya indignación porque este es un derecho y un lujo que nos han sido arrebatados por los políticos, los economistas y los comunicadores) el comportamiento de engaños, de promesas, de reticencias, de falsas expectativas, de alejamientos y acercamientos, de exigencias y de humillaciones que adoptó la gente de Kohler y de Krueger (que es decir Taylor y Powell, los secretarios del Tesoro y de Estado de Bush, los verdaderos mandantes) para el trato que dispensó y que seguirá dispensando a la que, al fin de cuentas, es la segunda economía de la región.
Concretamente el FMI quiere una Argentina pobre, sin crecimiento, permanentemente deudora y que prolongue su agonía hasta que, por fin, desaparezca como sea: por extinción, por disolución o autodisolución (de aquí la extraordinaria importancia que adquiere la crisis identitaria o cultural a que nos referiamos que, por lo tanto, debe ser colocada al principio y no al final del proceso, en su base y no en su culminación), por balcanización, por agotamiento, por desconcierto, por rendición. No es casualidad que un periodista norteamericano haya instalado en la opinión pública continental la eventualidad de una disgregación geográfica con la separación de la Patagonia (de la misma manera que tampoco es casualidad que se trate de la más rica región petrolífera del país y uno de los lugares donde hay mayor cantidad de agua potable del mundo: ¡los gringos no son tontos para elegir!) ni que lo haya hecho en este preciso momento, en el epicentro de una crisis total que nos agobia y que, para peor, nos pilla sin dirigentes o con los peores que hemos tenido. Por supuesto que para esa maniobra se cuenta, como en otras oportunidades de nuestra historia, con la colaboración de los intelectuales traidores, como Osvaldo Bayer, refugiado en su Alemania natal después de haber cumplido con la misión que le fuera encomendada, la de colocar la bomba de tiempo de proponer y anunciar la secesión patagónica.
Pero aunque todo esté relacionado entre sí, no nos alejemos de nuestro enfoque. Se acostumbra a pensar -y a hacer pensar- que la culpa de los desencuentros con nuestros acreedores-prestamistas se debe a la ineptitud del país ¡no para negociar sino para cumplir con los mandatos del Fondo! Por cierto que hay una media verdad en esto. Lo que pasa es que la Argentina, desde los tiempos de Martínez de Hoz, ha sido llevada a tales vericuetos financieros, a tal estado de dependencia y debilidad y a tal situación de indefensión, que el país fue colocado en las peores condiciones para enfrentar al poder del dinero, cada vez más concentrado en núcleos casi ocultos del poder y más implacable cuanto más omnímodo. Ahora, cuando el FMI exige mayores y más cruentos sacrificios al Estado y a la sociedad argentina (más impuestos, más ajuste, aumento de tarifas, destrucción de la banca oficial, culminación de la política de privatizaciones, precipitación en un nuevo "default", liquidación de las reservas todavía disponobles, etc.) la partidocracia argentina vuelve a mostrar su peor rostro. Cada cual se propone a sí como el salvador... pero a costa de repetir y aún acentuar el mismo programa que nos insertó en esta decadencia estructural. Porque el programa expreso de Menem e implícito de Rodríguez Saá es mantener -con éste o aquel disfraz, con éste o aquel matiz- las causas del desastre. La lucha es por el poder, el poder personal en su más sensual y prostibularia expresión, no por el poder como instrumento y servicio de la recuperación.
De proceder como el Fondo pide, la Argentina realimentaría todos sus males y renovaría la génesis de todos sus defectos. Entre otros, además de eliminar cualquier posibilidad de estabilidad (la primavera de que se ufana el gobierno), terminaría de destruir el magro estado de derecho que la
democracia creyó implantar hace 20 años. Porque exigir que la Corte Suprema cambie su criterio respecto a la inconstitucionalidad del "corralito" y que se pronuncie legalizando la pesificación, es no solo una ingerencia en los asuntos domésticos -extremo que hace tiempo ha dejado de preocupar en la Argentina- sino admitir e impulsar el avance de un poder sobre otro; lo que, en buen romance, equivale a la ruina del orden jurídico republicano, vicio que, según el propio Fondo alega para fundamentar y justificar su dureza, es una de las razones por las que el país no merece créditos. Gran hipocresía, gran maldad, gran perversión.
La Argentina se encuentra, pues, ante una disyuntiva de hierro, sometida a un dogal que puede terminar asfixiándola si no se dispone del coraje para el desafío, un desafío que implica y se equipara a una verdadera guerra. La disyuntiva es: cumple con las imposiciones del Fondo, con lo que se renovaría y aceleraría la rescesión de la que aun no se salió (y asi se obtendría una postergación de las deudas próximas a vencer o ya vencidas) o se las rechaza con lo que incumplirían los compromisos contraídos con otras entidades multilaterales.
Sobre toda esta problemática atroz sobrevuela, como todos saben aunque todos lo disimulen, el fantasma de la deuda que crece como una espiral que se sostiene a sí misma. La ecuación que surge de esta realidad es notable: más deuda, más debilidad, más debilidad más incapacidad para negociar, más incapacidad más necesidad de deuda. Esta es la víbora que se muerde la cola en torno a la garganta de la Argentina y de los argentinos, es el precio de la alianza de la democracia de partidos con el liberalismo de las trasnacionales. •