viernes, 28 de mayo de 2010
Bicentenario: Sublimar el dolor - por Arturo Larrabure
SUBLIMAR EL DOLOR
Al cumplirse el Bicentenario de nuestra querida patria, como hijo del Cnel Argentino del Valle Larrabure, alzo mi voz clamando por verdad, justicia e historia.
El dolor lacerante
por la pérdida de nuestros seres queridos, debe ser también un punto de
partida para explorar senderos de reconciliación, intentando comprender
el dolor de los otros, no preguntando tanto qué hicieron nuestros
enemigos antes, sino si sus manos están desarmadas y dispuestas para
luchar juntos contra la pobreza, la indigencia, la corrupción, la
desigualdad, y tantas otras lacras que nos avergüenzan al conmemorarse
el bicentenario de nuestra patria.
¿Para qué sirvió tanto dolor y tanta sangre? ¿Hemos acaso construido un país más justo?, es la pregunta que quiero compartir con mis compatriotas.
¿Para qué sirvió tanto dolor y tanta sangre? ¿Hemos acaso construido un país más justo?, es la pregunta que quiero compartir con mis compatriotas.
Pero deseo ir más lejos planteando los pasos que considero esenciales en un proceso de reconciliación.
Antes
que nada debemos comprender que para construir una paz verdadera la
cuestión esencial no es condenar, ni indultar, sino convertirnos
rescatando el sagrado valor de todas las vidas, que valen por sí mismas y
no según lo que se piensa. Nadie tiene derecho a matar.
El segundo eslabón de la reconciliación consiste en comprender que la justicia y el perdón no son incompatibles; que imprescriptible no es equivalente a imperdonable; que todo hombre puede transformarse por el arrepentimiento generado por el perdón, el cual no clausura la justicia ni se opone a ella; la complementa.
El segundo eslabón de la reconciliación consiste en comprender que la justicia y el perdón no son incompatibles; que imprescriptible no es equivalente a imperdonable; que todo hombre puede transformarse por el arrepentimiento generado por el perdón, el cual no clausura la justicia ni se opone a ella; la complementa.
Fue lo que hizo
Nelson Mandela cuando dio al mundo una lección de inteligencia y de
perdón, desoyendo los gritos de venganza de la mayoría negra.
No
le faltaban razones para odiar. Llevaba más de veinte años preso y
había condenado al apartheid como un “genocidio moral”; sin campos de la
muerte, pero con el cruel exterminio del respeto de un pueblo por sí
mismo.
Sin embargo, inició desde la
cárcel un proceso de reconciliación que evitó la guerra civil,
entrevistándose con sus mayores enemigos, los Presidentes Botha y de
Klerk, sin que lo paralizaran ni el estado de emergencia declarado por
el gobierno, ni los 35.000 soldados de la Fuerza de Defensa Sudafricana
que habían entrado en los distritos negros segregados.
El sabía que la mejor manera de derrotar al apartheid era a través de un diálogo de reconciliación. Hablar en vez de luchar
El sabía que la mejor manera de derrotar al apartheid era a través de un diálogo de reconciliación. Hablar en vez de luchar
El
tercer eslabón de un proceso de reconciliación radica en encontrar una
causa, una noble razón, que permita a los sectores enfrentados trabajar
juntos, ya no como enemigos, sino como adversarios.
Este
camino ha sido remarcado en el memorable discurso que el Presidente
Mujica diera recientemente ante las Fuerzas Armadas Uruguayas.
No
primaron en su espíritu ni su violenta militancia tupamara, ni el
sufrimiento de tantos años de cárcel. Mujica advirtió que a ello
correspondía anteponer la necesidad de unidad nacional la cual “sólo
es posible si se practica un inmenso respeto a lo diverso, respeto a lo
contradictorio. Porque en toda sociedad hay diferencias de todo tipo que
permanentemente nos antagonizan por todas las esquinas: nos llevan a
disputas, a luchas de intereses contradictorios, todos válidos. Pero
unidad nacional significa que a pesar de eso, hay un algo mayor que es
causa común que nos envuelve a todos, algo así como una gigantesca
bandera que nos abriga y que nos compromete. Una especie de nosotros
"anónimo" que más que actuar como un legado del pasado es una afirmación
hacia el porvenir. Es el sueño -en definitiva- de que nuestros hijos
sean mejores que nosotros.
Pero esa
unidad nacional- dijo el Presidente- no sólo tiene los obstáculos que
acabo de señalar; tiene además, los obstáculos de la historia. Por eso
estoy aquí, me hago cargo de una causa común. No me puedo hacer el
distraído.
Las guerras generan llagas
permanentes, que sólo puede suturar la alta política. La alta política,
que es, en este terreno, el arte de persuadir, sublimando el dolor en
causas comunes que nos identifiquen, construyendo, desde luego, caminos
comunes.
Respetar lo diferente, pero ser
capaces de construir: construir cosas que se terminen priorizando en
hechos del porvenir. No vivir con razones del pasado, vivir con razones
del porvenir.
Nuestra común causa,
soldados, sería la lucha contra la pobreza y la miseria por todo lo que
encierra de justicia social, pero por todo lo que propone de unidad
nacional. Esto no es posible sin unidad nacional””.
Pido
a Dios nos ilumine para transitar ese camino de unidad nacional. Que
llegue un día en que, superados los odios, podamos entender y cumplir el
mensaje final de Perón “para un argentino no hay nada mejor que otro
argentino”.
Arturo Larrabure

