viernes, 1 de junio de 2018

¿Existirá realmente un “nunca más”?

miércoles, 19 de diciembre de 2007

¿Existira un Nunca Más?

¿Existirá realmente un “nunca más”?


Jueves, 13 de abril de 2006

Es necesario comprender que no se trata solamente de recordar: el deber de memoria solicita el de conversión y reconciliación. La cuestión esencial no es condenar o indultar, es convertirnos y erradicar de raíz una lógica de violencia que olvidó que la vida vale por sí misma, no según lo que se piensa.
La lección del 24 de marzo Ha pasado la conmemoración del 24 de marzo. La estrategia mediática alentada por el gobierno ha difundido una visión hemipléjica y sesgada de un pasado tan doloroso, limitándose los medios, salvo honrosas excepciones, a cuestionar la actuación de las Fuerzas Armadas sin paralelamente enseñar a los jóvenes sobre los asesinatos, atentados y torturas que cometió el terrorismo guerrillero. ¿Se han extirpado las lógicas violentas? ¿Se ha rescatado el sagrado valor de la vida? ¿Ha primado la ideología o la verdad? ¿Cómo, entonces, afirmar que existirá un “nunca más”? La visión del presidente Kirchner
“Tapando no se construye nada y equiparando menos, no podemos equiparar al terrorismo de Estado con aquellos que políticamente pensaban diferente. Es un absurdo. Yo se los digo con todo respeto a los editorialistas.”
Néstor Kirchner, Revista Noticias, 24/03/2006


La recomendación presidencial exige dilucidar si resulta veraz y justo calificar de una manera tan benigna a quienes militaban en las organizaciones guerrilleras. Silenciar los crímenes de la guerrilla con el eufemismo de que “sólo pensaban diferente” implica desvirtuar la historia y generar el peligro de que otros jóvenes se alcen en armas cuando les disgusten las políticas del gobierno. Sería muy importante que alzaran su voz los camaristas que juzgaron a los ex comandantes, pues la opinión presidencial implica desconocer las conclusiones que ellos volcaron en su sentencia. Ellos no pueden restringirse a comentar lo que resulta en la hora “políticamente correcto”. Si lamentablemente su resolución es conocida por la condena y no por el análisis de los hechos resulta insoslayable que difundan estos últimos. De tal manera, la sociedad se enteraría de que la Cámara Federal, luego de evaluar las características que asumió el fenómeno terrorista en la Argentina, llegó a la conclusión de que el país había vivido una “guerra revolucionaria” en la que había mediado una “necesidad terribilísima” que hubiera posibilitado aplicar la pena de muerte, siguiendo los procedimientos legales contemplados en el artículo 133 del Código de Justicia Militar, sin necesidad de recurrir a la deplorable metodología de las desapariciones. Es evidente que los camaristas no hubieran llegado a esa conclusión si aquellos que hubieran sido juzgados por ese severísimo procedimiento legal se hubieran tan sólo limitado a pensar diferente. El terrorismo de Estado es equiparable al terrorismo guerrillero ¿Podría el presidente mirar a los ojos a la viuda del Capitán Viola diciéndole que quienes asesinaron a su marido y a su hijita de tres años no cometieron un crimen de lesa humanidad? Sostener que el elemento determinante para calificar un crimen como de “lesa humanidad” es la participación de un agente estatal implica elaborar un sofisma. Su premisa central es falsa, porque toda vida es sagrada más allá de si quien aprieta el gatillo es un montonero o un militar. En su libro Patriotas de la muerte, el catedrático español Fernando Reinares refleja lo que los etarras sienten al matar, transcribiendo el siguiente diálogo mantenido con un militante:
“Tuvimos a este hombre 24 días encerrado. Hablamos de todo. Era muy campechano. Llegábamos a abrazarnos. Entonces un día me dijeron: ‘Oye… le tienes que pegar un tiro’. No me acuerdo de ningún sentimiento de pena por esa persona ni nada de eso. ¡No se mata a la persona! Incluso cuando uno de ETA mata a un guardia civil o lo que sea, no mata a la persona. Estás atacando a un símbolo y si eres capaz de no ver a la persona… no sufres.”
Estas terribles palabras sirven para explicar a qué se ha referido el ministro Juan Carlos Maqueda cuando -al votar en la causa “Simón”- sostuvo que el presupuesto básico de un “crimen de lesa humanidad” es que en éste el individuo como tal no cuenta, sino en la medida en que sea miembro de una víctima colectiva a la que va dirigida la acción, por lo cual estos crímenes merecen la sanción y la reprobación de la conciencia universal al atentar contra los valores humanos fundamentales. Certeramente ha puesto el acento en lo fundamental: valorar qué significaba para ese terrorista una vida, un ser humano.
“El terrorista -recalcó tiempo atrás Juan Pablo II en el documento “No hay paz sin justicia. No hay justicia sin perdón”- piensa que la verdad en la que cree o el sufrimiento padecido son tan absolutos que lo legitiman a reaccionar destruyendo incluso vidas humanas inocentes. Pretender imponer a otros con la violencia lo que se considera como la verdad, significa violar la dignidad del ser humano y, en definitiva, ultrajar a Dios, del cual es imagen... ¡No se mata en nombre de Dios! (…) Las injusticias existentes en el mundo nunca pueden usarse como pretexto para justificar los atentados terroristas. Si nos fijamos bien, el terrorismo no sólo instrumenta al hombre, sino también a Dios, haciendo de él un ídolo del cual se sirve para sus propios objetivos.”
Una prueba tan elocuente como desconocida Las manipulaciones de la memoria silencian la actitud que la guerrilla tuvo frente a los niños. Al planificarse el atentado contra el doctor Guillermo Walter Klein - quien habría de sobrevivir por milagro a las cargas de dinamita que demolieron su casa- los montoneros debatieron si la acción debía limitarse al funcionario o correspondía también matar a sus hijos. Entonces, montoneros como Miguel Bonasso y Jaime Dri, dejaron constancia de qué valor tenía para ellos la vida de niños inocentes. Lo hicieron firmando el documento titulado “Ante la crisis del partido. Reflexiones críticas y una propuesta de superación” que, fechado el 4 de diciembre de 1979, expresa:
“Si nuestro objetivo era matar a toda la familia (...) implica un grave error de concepción porque: a. No podemos actuar como agente sustitutivo del odio de clase. Cuando ese odio se exprese a nivel masivo pasará lo que tenga que pasar, pero serán las masas las que lo decidan o ejecuten.”
Las palabras, con su terrible elocuencia, anticipan y consienten un genocidio diciendo entrelíneas: “no los matemos nosotros; dejemos que después los maten las masas”. No pensaban secuestrar a los niños para dárselos a terceros, pensaban matarlos. No se preocupaban por la vida de esos chicos, se preocupaban por no ser ellos los que lo mataran sino otros. Y si lo hubieran hecho, ¿qué tipo de acto delictivo hubiesen cometido? ¿No estaríamos acaso ante crímenes de lesa humanidad aunque los asesinos no fuesen agentes estatales? ¿No fueron crímenes de ese tipo los atentados a las Torres Gemelas, la Embajada de Israel y la AMIA? ¿Cuál es la razón para juzgar inaplicable la Resolución 51/210-A/ RES/51/210 del 16 de enero de l996, de la ONU-, en cuanto define como crímenes de lesa humanidad a “los actos criminales con fines políticos concebidos o planeados para provocar un estado de terror en la población en general, en un grupo de personas o en personas determinadas”? Y que no se argumente que se luchó contra una tiranía. Los asesinatos de José Rucci (27 de septiembre de 1973), Arturo Mor Roig (15 de julio de 1974), comisario Villar (1º de noviembre de 1974), general Cáceres Monié y su esposa (3 de diciembre de 1975), capitán Viola y su pequeña hija (1º de diciembre de 1974), teniente coronel Néstor Horacio López (7 de noviembre de 1974), coronel Ibarzábal (19 de noviembre de 1974); los asaltos al Comando de Sanidad del Ejército (6 de septiembre de 1973) y a la guarnición militar de Azul (19 de enero de 1974); y el intento de copamiento de los regimientos 17 de Catamarca (11 de agosto de 1974) y 29 de Formosa (5 de octubre de 1975) ocurrieron durante el gobierno constitucional de Perón y su esposa, integrantes de una fórmula democrática que había triunfado por más del sesenta por ciento de los votos. Lo que se pretendía imponer por las fuerza de las armas era un sistema político que los argentinos jamás hemos propiciado en elecciones libres. Conciencias dolientes Ninguna amnistía o manipulación de la memoria puede apaciguar a una conciencia doliente. La culpa se acrecienta con el correr de los años, tal como hidalgamente lo ha demostrado el filósofo marxista y ex integrante del ERP, Oscar del Barco. Luego de tomar conocimiento por boca de un ex guerrillero con qué frialdad, temeridad y ausencia de toda justificación racional la guerrilla asesinaba a sus propios integrantes, ha denunciado que:
“La maldad consiste en excluirse de las consecuencias de los razonamientos, el decir una cosa y hacer otra, el apoyar la muerte de los hijos de los otros y levantar ‘el no matarás’ cuando se trata de nuestros propios hijos. En este sentido podría reconsiderarse la llamada ‘teoría de los dos demonios’… Si no existen ‘buenos’ que sí pueden asesinar y ‘malos’ que no pueden asesinar, ¿en qué se funda el presunto derecho a matar? ¿Qué diferencia hay entre Santucho, Firmenich, Quieto y Galimberti, por una parte, y Menéndez, Videla o Massera, por la otra? Si uno mata, el otro también mata. Ésta es la lógica criminal de la violencia. Siempre los asesinos, tanto de un lado como del otro, se declaran justos, buenos y salvadores. Pero si no se debe matar y se mata, el que mata es un asesino, el que apoya aunque sólo sea con su simpatía es un asesino .Y mientras no asumamos la responsabilidad de reconocer el crimen, el crimen sigue vigente.”
Gelman Dirigiéndose a quienes compartieron con él caminos violentos, les dice Del Barco:
“Aunque pueda sonar a extemporáneo corresponde hacer un acto de contrición y pedir perdón. El camino no es del ‘tapar’ como dice Juan Gelman, porque eso - agrega- ‘es un cáncer que late constantemente debajo de la memoria cívica e impide construir de modo sano’. Es cierto. Pero, para comenzar, él mismo (que padece el dolor insondable de tener un hijo muerto, el cual, debemos reconocerlo, también se preparaba para matar) tiene que abandonar su postura de poeta-mártir y asumir su responsabilidad como uno de los principales dirigentes de Montoneros. Su responsabilidad fue directa en el asesinato de policías y militares, a veces de algunos familiares de los militares e incluso de algunos militantes montoneros que fueron ‘condenados’ a muerte. Debe confesar esos crímenes y pedir perdón por lo menos a la sociedad... Es hora, como él dice, de que digamos la verdad. Pero no sólo la verdad de los otros sino ante todo la verdad ‘nuestra’. Según él pareciera que los únicos asesinos fueron los militares, y no el EGP, el ERP y los Montoneros. ¿Por qué se excluye y nos excluye, no se da cuenta de que así ‘tapa’ la realidad?”
Sólo un diálogo de reconciliación puede sanar las heridas Erradicar de raíz una lógica de violencia que olvidó que la vida vale por sí misma, no según lo que se piensa, no es misión de los jueces. Para que exista verdaderamente un “nunca más” es necesario abandonar los niveles superficiales de la conciencia e ingresar en su nivel más profundo, aquél donde en vez de hablar, disculpándonos, guardemos silencio, preguntándonos cómo actuamos en aquellos dolorosos años. Es necesario comprender que no se trata solamente de recordar: el deber de memoria solicita el deber de conversión y reconciliación. La cuestión esencial no es condenar o indultar, es convertirnos. He sostenido en mi libro Amar al enemigo que sólo un diálogo de reconciliación entre Videla, Firmenich y los principales referentes políticos e intelectuales de la década del setenta puede lograr este noble objetivo. Todos, al fin y al cabo, deberemos enfrentar el juicio final y ese día, como advirtiera Jean Guitton a Francois Mitterand, “cesaremos de justificarnos, dejaremos caer las máscaras”.



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