Viernes, 1 de junio de 2018
La verdad completa - Augusto TorchSon
Probablemente sea hoy un poco menos tonto que ayer. Esto es
así como resultado de la autoimposición que
consiste en no persistir en el error una vez que lo detecto, por más cómoda que
me resulte esa creencia equivocada, incluso, hasta cuando mucho sacrificio puede
haberme costado el alcanzarla. Y es que ser fiel a uno mismo es tal vez uno de
los trabajos más difíciles, porque cuando uno hace concesiones consigo mismo, es
cuando está verdaderamente perdido.
A veces tardamos mucho tiempo en integrarnos a un grupo de
personas en el cual nos sentimos realmente a gusto, con quién compartimos no
solamente intereses similares, sino hasta cierta comunión espiritual. Lo más
satisfactorio de pertenecer a esos grupos, o mejor dicho, lo más desestresante
de estar con ellos, es el no tener que forzar constantemente la virtud de la
prudencia hasta límites que rondan la insania, como lo tenemos que hacer en los
ámbitos no elegidos pero inevitables como son los laborales u otros sociales, en
los cuales la inmensa falta de sentido común nos llevan a callarnos
frecuentemente para no tirar perlas a los cerdos como también para no
desbordarnos y cometer torpezas.
Pero resulta que incluso en esos ambientes en los que tan a
gusto nos sentimos, tenemos que ser intelectualmente honestos tanto para
reconocer la verdad aunque no nos guste y hasta de quien no nos guste, así como
para decirla aunque NO guste; ya que esa honestidad primero se la debemos a
Dios y por consiguiente a la caridad con el que yerra, pero también nos la debemos cuando decimos
que queremos ser fieles a nosotros mismos.
Ahora,
sucede que cuando encontramos ese grupo con esas
importantes afinidades, como nos pasa por ejemplo en lo referente a lo
religioso; o político (todavía más difícil); resulta que descubrimos
algunas
cuestiones que nos obligan a replantearnos muchas de las creencias en
las que
nos sentíamos seguros, siendo incluso ellas con las cuales coincidíamos
en el
grupo. Esto lo digo no genéricamente, sino como experiencia personal y
sabiendo que también le pasa a muchas personas. Por si hace falta
aclarar, no
me refiero a cuestiones dogmáticas, o en lo que de inmutable pueda tener
la
doctrina religiosa en ese sentido. Así pues, si estudiando la historia descubrimos que nuestros referentes (y los del
grupo) se equivocaron más de lo que pensábamos, o tal vez, ni siquiera merecen
que sean considerados referentes; entonces, ¿cómo deberíamos encarar el tema
para no escandalizar a quienes apreciamos y con quién tan bien nos sentimos y al
mismo tiempo permanecer fieles a nuestra propia conciencia? Y es que cuando
empezamos a estudiar un poco más los temas que son precisamente los que
parecerían ser los que dan cohesión al grupo, descubrimos que las situaciones
no eran tan simples como pensábamos. Resulta entonces que mientras afianzamos
nuestros conocimientos, así como nuestro discernimiento en cuestiones que
resultan las que más incomodidades generan, igualmente se nos presenta la
disyuntiva entre mantener la boca cerrada (en el ámbito en el que uno debería
precisamente sentirse confiado), o compartir la información y hasta corregir a
los amigos que están en el error en algún aspecto, sabiendo de antemano que a
veces hay verdades que son difíciles de digerir y pueden resultar chocantes
hasta el punto de generar grandes molestias por sacudir las seguridades de
algunos, como también nos pasó a nosotros en algunas oportunidades. Y sabiendo
que nuestra primera reacción ante verdades incómodas fue el ponernos a la
defensiva, debemos entender cuando es esa la
actitud que toman las personas a quienes tratamos de hacer salir de su error.
Cuando hablo de errores no me refiero a posturas o conclusiones discutibles, sino a hechos
concretos y comprobables que necesariamente conducen a determinadas y únicas
conclusiones y no son simplemente motivo de especulaciones. Con respecto a los
demás, no queda más que tener paciencia y asumir las consecuencias de decir,
sostener y defender la verdad. Si esa es realmente nuestra decisión, debemos
saber que la misma necesariamente conduce a la soledad, y aún más hoy cuando la
mentira es social e institucionalizada, así como científicamente implantada en
las mentes y corazones de las masas democráticas, a las que en algún momento
también pertenecimos y de la que seguramente nos quedan resabios ya que de una
manera u otra, todos somos hijos de nuestro tiempo, que mucho tiene que ver con la revolución. Queda claro entonces que no
se busca el estar solo, o la discusión con ánimo de hacer prevalecer una
postura, sino que esto resulta como consecuencia no querida pero inherente a la
búsqueda y defensa de la verdad. Si la democracia acabó con la vida de
Sócrates, inmortalizó sin embargo su lucha y fidelidad por la búsqueda de la
verdad. Cristo fue condenado a igual pena, siendo Él la Verdad misma, veredicto
también sometido al capricho de la mayoría.
Lo
cierto es que héroes y santos casi siempre terminaron
solos y pobres cuando no martirizados. Mucho hay que desconfiar de
supuestos
héroes o santos que fueron populares y exitosos según estándares
mundanos, así
como los que terminaron su vida como prolíferos empresarios o que
buscaban
honores para sí incluso hasta comprando títulos nobiliarios. Y si
trágico fue
el destino terreno del santo y del héroe al que admiramos, hipócritas
seríamos
al resaltar su figura pero no tratáramos de imitarlos. Por eso la verdad
primero nos compele a nosotros mismos, nos obliga a rectificar el camino
una
vez descubierto el correcto, igualmente a retractarnos de nuestros
errores y hasta a pedir disculpas si fuera necesario, y, entendiendo que
no estamos exentos de volver a caer en ellos, comprender a los
que mal conocen sin culpa de su parte. No me refiero entonces al que
consciente
el error una vez reconocido, o planteada la duda, sigue defendiendo una
postura
de la cual no tiene ninguna certeza de su veracidad. Aquí ya estaríamos
hablando del pecado de la mentira o de la duda consentida.
Por si vale la aclaración, al referirnos a lo verdadero
hablamos de lo que se adecúa con la realidad. No hablamos entonces como hoy se
hace, de una “verdad” pragmática, que sería tal, solo en cuanto tenga algo de
útil, o de una “verdad” consensual que es la que se decidiría por acuerdo de
partes como sucede en la diosa democracia, que es una diosa caprichosa
“creadora” no sólo de verdades circunstanciales sino hasta de realidades
mutables ambas de acuerdo a la conveniencia de sus plutocrátas beneficiarios.
Establecido entonces que la verdad COMPLETA como me decía
un estimado amigo, es muy difícil así como la verdad en soledad; al no
traicionar nuestra propia conciencia, más allá de la recompensa eterna que Dios
nos puede otorgar en la hora de nuestra muerte, también hay una terrena que es
la que nos exime de silbar bajito para no molestar, práctica de las más
traumáticas e incómodas que existen.
El desafío una vez alcanzada una determinada verdad, es
actuar con humildad respecto de los que no la tienen, y no caer en la estupidez
de muchos “sinceros” que sólo demuestran su egolatría creyéndose mejores, y en
su actitud altanera no hacen más que llamar la atención con una conducta aparentemente
paradójica en la que pretenden ser completamente autosuficientes mientras se
esfuerzan por demostrarlo y ser reconocidos en ese aspecto.
El amigo que antes mencionaba repite frecuentemente la
frase de Santa Teresa: “Prefiero la
verdad en soledad que la mentira en compañía”, y defiende esa opción a pesar de
mencionar lo difícil de tal empresa.
En la búsqueda advertimos que son
muchas las circunstancias que creíamos verdaderas y sin embargo no lo
eran, como seguramente muchas más las que iremos descubriendo de seguir
investigando, y muchísimas más las que nos quedarán vedadas dada la
finitud de
nuestra existencia. Y así Sócrates reconocía esta limitación al decir “sólo sé
que nada sé”; por lo que, como corolario podríamos decir que salvo lo proveniente
de Dios, es preferible dudar de nuestras certezas cuando no se apoyan en hechos
comprobables e indiscutibles. Podemos opinar y aceptar opiniones siempre y cuando
estas se apoyen en hechos, los que necesariamente deben ser respetados.
Entonces al realizar consideraciones respecto de ciertos
militares, gobernantes y demás políticos, incluso Pontífices como inmaculados o
perversos, sin escuchar más que opiniones; o lo que es peor, concentrarnos en
sus virtudes omitiendo sus vicios o a la inversa, de acuerdo a la postura y al
grupo que nos interese defender; podemos pecar gravemente por soberbia, pero lo
más grave, dejándonos conducir por nuestro ego eventualmente podemos hacer caer
en el error a muchos, con lo que se multiplicaría nuestra responsabilidad. Y lo
digo diciéndomelo primero a mí mismo. Resulta entonces por ejemplo, que Papas a
los que considerábamos intachables y exentos
de los errores del Concilio Vaticano II, fueron
precisamente los propiciadores y precursores
del mismo; y a políticos y militares a los que hoy se demoniza y hasta
sirven
de referencia para hablar de actos perversos y absolutistas; resultaron
ser en
la práctica los sostenedores de la Doctrina Social de la Iglesia. Todo
esto acusándoselos
incluso de falsos y hasta imposibles crímenes, para proponer como
mejor alternativa, la democracia liberal, masónica y judaica a la que
ellos combatieron,
que es la causa del desorden que hoy parece humanamente
irreversible en el mundo entero. Teniendo además en cuenta, que dicha
democracia, fue la opción preferida por esos Papas, causando a los
cristianos en el mundo millones de muertos por la opresión comunista,
así como la propagación del veneno del liberalismo que hoy corroe
nuestras sociedades y hasta destruye la misma Iglesia. Y esto lo refiero
sin hacer juicios
definitivos respecto a las personas mencionadas. Todo esto puede
comprobarse y
detallarse abundantemente.
Hay que tener en cuenta que si bien la búsqueda de la verdad
completa puede producir rechazo, soledad, pobreza y hasta el martirio; ya que
mencionamos a Sócrates, podemos aprender de su ejemplo de bien morir en ese
sentido, al hacerlo mientras predicaba sobre la inmortalidad del alma la cual
creía conseguir con el constante autoexamen como perfeccionamiento de la misma,
mientras bebía con suma tranquilidad el veneno que pondría fin a su vida.
Resulta indudable que el conocimiento de los hechos considerados
en su totalidad, pueden ayudarnos a una correcta
concatenación de razonamientos para conocer donde estamos parados y como
llegamos hasta la situación en la que estamos, así como saber mejor quienes son
nuestros amigos y nuestros enemigos, y de igual manera reconocer quienes fueron
realmente referentes dignos de imitar a pesar de sus flaquezas o quienes no lo
fueron a pesar de sus aciertos. Todo esto sin olvidar que esas verdades, muy
importantes sin lugar a dudas, son solo destellos de la Verdad con mayúscula,
Verdad que es al mismo tiempo Camino y Vida, y es la que proviene de Dios y de
hecho es Dios mismo en la persona de Cristo. Entonces lejos de justificar
nuestras torpezas recurriendo al “yo soy
yo y mis circunstancias”, sostenemos con el filósofo español José Corts
Grau la primacía de lo sobrenatural refutando esa frase de Ortega y Gasset,
afirmando que “Yo soy yo y mi raíz y mi
destino”, es decir, “Dios y yo”…,
agregando luego que “Dios no es para el
hombre una limitación negativa, un suspicaz y mezquino vigilante, sino un amoroso
esclarecedor, el secreto y la meta de una perfección sin límites”, buscando
en definitiva, alcanzar ese objetivo.
Concluimos entonces que la búsqueda sincera, rigurosa y
hasta esforzada del esclarecimiento de los acontecimientos de la Historia que
determinaron y condujeron a nuestra realidad actual (oscura y esjatológica), no
sólo es importante, sino que hasta sirve para templarnos y prepararnos para el
verdadero desafío consistente en la fidelidad y defensa de esa Verdad Superior,
de esa Verdad Encarnada y hoy olvidada y hasta escarnecida, pero que es la
única que le da sentido a nuestra existencia, Verdad salvífica e infinita. Y si
somos capaces de ser fieles en esa búsqueda primera a la que podríamos
considerar “en lo poco” sin restarle importancia, seguramente seremos capaces
de ser “fieles en lo mucho”.
Augusto
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