viernes, 8 de junio de 2018

La verdad completa - Augusto TorchSon

Viernes, 1 de junio de 2018

La verdad completa - Augusto TorchSon






     Probablemente sea hoy un poco menos tonto que ayer. Esto es así como resultado de la autoimposición que consiste en no persistir en el error una vez que lo detecto, por más cómoda que me resulte esa creencia equivocada, incluso, hasta cuando mucho sacrificio puede haberme costado el alcanzarla. Y es que ser fiel a uno mismo es tal vez uno de los trabajos más difíciles, porque cuando uno hace concesiones consigo mismo, es cuando está verdaderamente perdido.



     A veces tardamos mucho tiempo en integrarnos a un grupo de personas en el cual nos sentimos realmente a gusto, con quién compartimos no solamente intereses similares, sino hasta cierta comunión espiritual. Lo más satisfactorio de pertenecer a esos grupos, o mejor dicho, lo más desestresante de estar con ellos, es el no tener que forzar constantemente la virtud de la prudencia hasta límites que rondan la insania, como lo tenemos que hacer en los ámbitos no elegidos pero inevitables como son los laborales u otros sociales, en los cuales la inmensa falta de sentido común nos llevan a callarnos frecuentemente para no tirar perlas a los cerdos como también para no desbordarnos y cometer torpezas.




     Pero resulta que incluso en esos ambientes en los que tan a gusto nos sentimos, tenemos que ser intelectualmente honestos tanto para reconocer la verdad aunque no nos guste y hasta de quien no nos guste, así como para decirla aunque NO guste; ya que esa honestidad primero se la debemos a Dios y por consiguiente a la caridad con el que yerra, pero también nos la debemos cuando decimos que queremos ser fieles a nosotros mismos.

     Ahora, sucede que cuando encontramos ese grupo con esas importantes afinidades, como nos pasa por ejemplo en lo referente a lo religioso; o político (todavía más difícil); resulta que descubrimos algunas cuestiones que nos obligan a replantearnos muchas de las creencias en las que nos sentíamos seguros, siendo incluso ellas con las cuales coincidíamos en el grupo. Esto lo digo no genéricamente, sino como experiencia personal y sabiendo que también le pasa a muchas personas. Por si hace falta aclarar, no me refiero a cuestiones dogmáticas, o en lo que de inmutable pueda tener la doctrina religiosa en ese sentido. Así pues, si estudiando la historia  descubrimos que nuestros referentes (y los del grupo) se equivocaron más de lo que pensábamos, o tal vez, ni siquiera merecen que sean considerados referentes; entonces, ¿cómo deberíamos encarar el tema para no escandalizar a quienes apreciamos y con quién tan bien nos sentimos y al mismo tiempo permanecer fieles a nuestra propia conciencia? Y es que cuando empezamos a estudiar un poco más los temas que son precisamente los que parecerían ser los que dan cohesión al grupo, descubrimos que las situaciones no eran tan simples como pensábamos. Resulta entonces que mientras afianzamos nuestros conocimientos, así como nuestro discernimiento en cuestiones que resultan las que más incomodidades generan, igualmente se nos presenta la disyuntiva entre mantener la boca cerrada (en el ámbito en el que uno debería precisamente sentirse confiado), o compartir la información y hasta corregir a los amigos que están en el error en algún aspecto, sabiendo de antemano que a veces hay verdades que son difíciles de digerir y pueden resultar chocantes hasta el punto de generar grandes molestias por sacudir las seguridades de algunos, como también nos pasó a nosotros en algunas oportunidades. Y sabiendo que nuestra primera reacción ante verdades incómodas fue el ponernos a la defensiva, debemos entender cuando es esa la actitud que toman las personas a quienes tratamos de hacer salir de su error. Cuando hablo de errores no me refiero a posturas o conclusiones discutibles, sino a hechos concretos y comprobables que necesariamente conducen a determinadas y únicas conclusiones y no son simplemente motivo de especulaciones. Con respecto a los demás, no queda más que tener paciencia y asumir las consecuencias de decir, sostener y defender la verdad. Si esa es realmente nuestra decisión, debemos saber que la misma necesariamente conduce a la soledad, y aún más hoy cuando la mentira es social e institucionalizada, así como científicamente implantada en las mentes y corazones de las masas democráticas, a las que en algún momento también pertenecimos y de la que seguramente nos quedan resabios ya que de una manera u otra, todos somos hijos de nuestro tiempo, que mucho tiene que ver con la revolución. Queda claro entonces que no se busca el estar solo, o la discusión con ánimo de hacer prevalecer una postura, sino que esto resulta como consecuencia no querida pero inherente a la búsqueda y defensa de la verdad. Si la democracia acabó con la vida de Sócrates, inmortalizó sin embargo su lucha y fidelidad por la búsqueda de la verdad. Cristo fue condenado a igual pena, siendo Él la Verdad misma, veredicto también sometido al capricho de la mayoría.

     Lo cierto es que héroes y santos casi siempre terminaron solos y pobres cuando no martirizados. Mucho hay que desconfiar de supuestos héroes o santos que fueron populares y exitosos según estándares mundanos, así como los que terminaron su vida como prolíferos empresarios o que buscaban honores para sí incluso hasta comprando títulos nobiliarios. Y si trágico fue el destino terreno del santo y del héroe al que admiramos, hipócritas seríamos al resaltar su figura pero no tratáramos de imitarlos. Por eso la verdad primero nos compele a nosotros mismos, nos obliga a rectificar el camino una vez descubierto el correcto, igualmente a retractarnos de nuestros errores y hasta a pedir disculpas si fuera necesario, y, entendiendo que no estamos exentos de volver a caer en ellos, comprender a los que mal conocen sin culpa de su parte. No me refiero entonces al que consciente el error una vez reconocido, o planteada la duda, sigue defendiendo una postura de la cual no tiene ninguna certeza de su veracidad. Aquí ya estaríamos hablando del pecado de la mentira o de la duda consentida.

     Por si vale la aclaración, al referirnos a lo verdadero hablamos de lo que se adecúa con la realidad. No hablamos entonces como hoy se hace, de una “verdad” pragmática, que sería tal, solo en cuanto tenga algo de útil, o de una “verdad” consensual que es la que se decidiría por acuerdo de partes como sucede en la diosa democracia, que es una diosa caprichosa “creadora” no sólo de verdades circunstanciales sino hasta de realidades mutables ambas de acuerdo a la conveniencia de sus plutocrátas beneficiarios.

     Establecido entonces que la verdad COMPLETA como me decía un estimado amigo, es muy difícil así como la verdad en soledad; al no traicionar nuestra propia conciencia, más allá de la recompensa eterna que Dios nos puede otorgar en la hora de nuestra muerte, también hay una terrena que es la que nos exime de silbar bajito para no molestar, práctica de las más traumáticas e incómodas que existen.

     El desafío una vez alcanzada una determinada verdad, es actuar con humildad respecto de los que no la tienen, y no caer en la estupidez de muchos “sinceros” que sólo demuestran su egolatría creyéndose mejores, y en su actitud altanera no hacen más que llamar la atención con una conducta aparentemente paradójica en la que pretenden ser completamente autosuficientes mientras se esfuerzan por demostrarlo y ser reconocidos en ese aspecto.

     El amigo que antes mencionaba repite frecuentemente la frase de Santa Teresa: “Prefiero la verdad en soledad que la mentira en compañía”, y defiende esa opción a pesar de mencionar lo difícil de tal empresa.

     En la búsqueda advertimos que son muchas las circunstancias que creíamos verdaderas y sin embargo no lo eran, como seguramente muchas más las que iremos descubriendo de seguir investigando, y muchísimas más las que nos quedarán vedadas dada la finitud de nuestra existencia. Y así Sócrates reconocía esta limitación al decir “sólo sé que nada sé”; por lo que, como corolario podríamos decir que salvo lo proveniente de Dios, es preferible dudar de nuestras certezas cuando no se apoyan en hechos comprobables e indiscutibles. Podemos opinar y aceptar opiniones siempre y cuando estas se apoyen en hechos, los que necesariamente deben ser respetados.

     Entonces al realizar consideraciones respecto de ciertos militares, gobernantes y demás políticos, incluso Pontífices como inmaculados o perversos, sin escuchar más que opiniones; o lo que es peor, concentrarnos en sus virtudes omitiendo sus vicios o a la inversa, de acuerdo a la postura y al grupo que nos interese defender; podemos pecar gravemente por soberbia, pero lo más grave, dejándonos conducir por nuestro ego eventualmente podemos hacer caer en el error a muchos, con lo que se multiplicaría nuestra responsabilidad. Y lo digo diciéndomelo primero a mí mismo. Resulta entonces por ejemplo, que Papas a los que considerábamos intachables y exentos  de los errores del Concilio Vaticano II,  fueron precisamente los propiciadores y precursores del mismo; y a políticos y militares a los que hoy se demoniza y hasta sirven de referencia para hablar de actos perversos y absolutistas; resultaron ser en la práctica los sostenedores de la Doctrina Social de la Iglesia. Todo esto acusándoselos incluso de falsos y hasta imposibles crímenes, para proponer como mejor alternativa, la democracia liberal, masónica y judaica a la que ellos combatieron, que es la causa del desorden que hoy parece humanamente irreversible en el mundo entero. Teniendo además en cuenta, que dicha democracia, fue la opción preferida por esos Papas, causando a los cristianos en el mundo millones de muertos por la opresión comunista, así como la propagación del veneno del liberalismo que hoy corroe nuestras sociedades y hasta destruye la misma Iglesia. Y esto lo refiero sin hacer juicios definitivos respecto a las personas mencionadas. Todo esto puede comprobarse y detallarse abundantemente.

     Hay que tener en cuenta que si bien la búsqueda de la verdad completa puede producir rechazo, soledad, pobreza y hasta el martirio; ya que mencionamos a Sócrates, podemos aprender de su ejemplo de bien morir en ese sentido, al hacerlo mientras predicaba sobre la inmortalidad del alma la cual creía conseguir con el constante autoexamen como perfeccionamiento de la misma, mientras bebía con suma tranquilidad el veneno que pondría fin a su vida.

     Resulta indudable que el conocimiento de los hechos considerados en su totalidad, pueden ayudarnos a una correcta concatenación de razonamientos para conocer donde estamos parados y como llegamos hasta la situación en la que estamos, así como saber mejor quienes son nuestros amigos y nuestros enemigos, y de igual manera reconocer quienes fueron realmente referentes dignos de imitar a pesar de sus flaquezas o quienes no lo fueron a pesar de sus aciertos. Todo esto sin olvidar que esas verdades, muy importantes sin lugar a dudas, son solo destellos de la Verdad con mayúscula, Verdad que es al mismo tiempo Camino y Vida, y es la que proviene de Dios y de hecho es Dios mismo en la persona de Cristo. Entonces lejos de justificar nuestras torpezas recurriendo al “yo soy yo y mis circunstancias”, sostenemos con el filósofo español José Corts Grau la primacía de lo sobrenatural refutando esa frase de Ortega y Gasset, afirmando que “Yo soy yo y mi raíz y mi destino”, es decir, “Dios y yo”…, agregando luego que “Dios no es para el hombre una limitación negativa, un suspicaz y mezquino vigilante, sino un amoroso esclarecedor, el secreto y la meta de una perfección sin límites”, buscando en definitiva, alcanzar ese objetivo.

     Concluimos entonces que la búsqueda sincera, rigurosa y hasta esforzada del esclarecimiento de los acontecimientos de la Historia que determinaron y condujeron a nuestra realidad actual (oscura y esjatológica), no sólo es importante, sino que hasta sirve para templarnos y prepararnos para el verdadero desafío consistente en la fidelidad y defensa de esa Verdad Superior, de esa Verdad Encarnada y hoy olvidada y hasta escarnecida, pero que es la única que le da sentido a nuestra existencia, Verdad salvífica e infinita. Y si somos capaces de ser fieles en esa búsqueda primera a la que podríamos considerar “en lo poco” sin restarle importancia, seguramente seremos capaces de ser “fieles en lo mucho”.


Augusto


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