CAPITULO 5
RELACIONES PELIGROSAS
En mayo de
1957, después del atentado contra su vida, Perón cayó en cama. Pasaba todo el
día acostado, con temblores intermitentes y la transpiración helada. Sólo se
levantaba para vomitar. Su médico, Benzon, le informó que tenía el hígado y los
intestinos infectados. Se trataba de una amebiasis. Para Isabel fue una
oportunidad. Por primera vez, las limitaciones del General le permitieron tomar
las riendas del hogar y cuidar al enfermo como no podía hacerlo ninguno de sus
colaboradores. Entonces empezó a ganarse un lugar en su vida.
Tras
guardar reposo, Perón se restableció y continuó su rutina. Recibía a exiliados,
funcionarios locales y a todo aquel que llegara de la Argentina. Trazaba las
líneas de acción a seguir, hablaba de la situación mundial y escuchaba
propuestas de negocios. Para cada visitante tenía una palabra de aprobación y
de aliento. En una oportunidad recibió a un sindicalista; hablaron de política
durante un rato y luego le redactó una carta de apoyo. El visitante volvió a
Buenos Aires creyéndose su delegado. A la semana, sucedió exactamente lo mismo
con otro sindicalista: conversación, carta de apoyo y guiño de representación.
Uno de sus colaboradores le preguntó por la razón de esa actitud.
-M'hijo,
dijo Perón, yo tengo que estimularlos a todos igual y unirlos detrás de una
misión común, pero también tengo que hacer que se enfrenten. Sino, nunca voy a
saber cuál de los dos es el mejor.
Perón explicaba su ambigüedad como un rasgo de la conducción
política, una fórmula eficiente para estimular la vida interior del Movimiento.
Cuando los conflictos entre sus subordinados se salían de cauce, les quitaba
importancia aduciendo rencillas internas o problemas de figuración. Llegado un
extremo, afirmaba que alguien estaba abusando de una representación que no
tenía. Para Cooke la facilidad de su jefe para alentar a diversos grupos
representaba un dolor de cabeza: nadie se subordinaba del todo sin una orden
directa del General. Designado como jefe de la División Operaciones del Comando
Superior, Cooke se animó, por intermedio de una carta, a poner al corriente a
Perón sobre los inconvenientes prácticos que generaba esta modalidad. Fue
puntualmente por el caso de Jorge Daniel Paladino, quien actuaba en la
Resistencia Peronista con un importante manejo de hombres y de armas en
acciones de guerrilla urbana, y tenía en proyecto montar una fábrica de
ametralladoras. Hacia 1957, Paladino viajó a Venezuela y recibió la
"bendición" de Perón. Trajo cartas y discos de pasta con la voz del
General que permitían inferir que era su representante. Con el impulso de
Caracas, Paladino empezó a recorrer Buenos Aires y se rebeló contra la
autoridad de Cooke.
Éste escribió: Empezaron a llegar noticias de todas partes
diciendo que Paladino declaraba que era representante directo suyo ante los
Comandos y Grupos Obreros, y compartía conmigo en un pie de igualdad las
funciones directivas, etc. Como llevaba discos y cartas suyas, la confusión fue
muy grande, pues mientras laboriosamente estamos llegando a la unidad que tanto
necesitamos, por otra parte esas actividades dan pie a que la gente piense que
usted hace una especie de juego que consiste en que por una parte me ordena
unificar, y por otra fomenta la anarquía. [...] Sugiero que se me autorice
expresamente a hacer saber a Paladino que debe sujetarse a las funciones
específicas de la misión que se le ha confiado y que se abstenga de hacerse el
caudillito.
Las visitas que recibía Perón fueron otro factor que influyó para
que Isabel se afirmara a su lado. Durante los primeros meses de convivencia, si
llegaba algún dirigente político, la ex bailarina solía encerrarse en su
habitación, pero después empezó a participar de las reuniones, aunque no
aportara más que su silencio. Frente a los invitados, Perón intentaba atenuar
el efecto de su presencia. Pero los recién llegados, al contrario de lo que él
esperaba, la saludaban con reverencia y la colmaban de atenciones e incluso de
regalos para congraciarse con ella, creyendo que así se ganaban la simpatía del
General. Con el correr de los meses Isabel armó su propio círculo de relaciones
sociales. Hizo amistad con el locutor Roberto Galán y su esposa, la cancionista
folklórica María Olga Traolagaitia; solían reunirse en parejas. Los Galán
fueron los primeros que empezaron a zumbar en los oídos de Perón para que le
diera a Isabel un mejor lugar como mujer, y se casara con ella.
Véanse
Perón-Cooke. Correspondencia, ob. cit., tomo II, págs. 29-30 y 40. Perón
reconoció haber entregado una credencial a Paladino, que éste podía utilizar
sólo a fin de reclutar gente para emplear en misiones de sabotaje. Y le
prometió a Cooke que si Paladino "sigue en sus interferencias, lo vamos a
desautorizar públicamente. Es un buen muchacho que actuó mucho ya, pero
indudablemente se le han subido los humos a la cabeza". Con ese aval
escrito, Cooke retuvo las cartas y los discos de pasta que había obtenido
Paladino.
Aunque no había tenido buenos vínculos con el peronismo, Galán
intentaba mostrarse siempre al lado del General, durante cuyo gobierno había
liderado una huelga de locutores y se había trasladado al Brasil después de
soltar severas críticas contra Evita. Sin embargo cuando el ex presidente llegó
a Caracas, buscó un acercamiento. Comenzó a conversar con sus custodios a la
espera de que el General bajara del departamento; quería sumarse a sus
caminatas. Galán estaba razonablemente acomodado en ese tiempo. Tenía una
fiambrería de lujo y vendía publicidad para una revista de la policía municipal
que le permitía obtener buenas comisiones. Sus relaciones sociales eran
variadas y ante éstas le gustaba hacer alarde de su proximidad con Perón. No
había duda de que el sostén del vínculo eran las confidencias que se prodigaban
su esposa Olga e Isabel. Perón, a su vez, debía soportar los recelos y los comentarios
indecorosos que proferían sus colaboradores acerca del locutor.
El General representaba un imán para los exiliados argentinos. Ya
fuese por lealtad, admiración o vulgar frivolidad, muchos de ellos se desvivían
por estar a su lado. Su presencia era bien recibida en la sociedad caraqueña
cuando jugaba unos boletos en el hipódromo, asistía a una pelea de boxeo o
aparecía en un balneario. Mostrarse junto a Perón también les permitía alcanzar
rédito personal o posiciones de importancia. Quizás el de Galán fuera uno de
estos casos, aunque él se jactaba de que su amistad con el General era
indestructible. Sin embargo, una noche Perón se retiró ofendido de su casa del
barrio Altamira. Fue el 25 de mayo de 1957. Galán había organizado una reunión
para festejar la fecha patria e invitó a una multitud de amigos y allegados
para agasajarlo. Olga preparó una cena criolla y hasta convenció a Isabel para
que bailara algunas piezas folklóricas. En su deseo de fortalecer la precaria
economía de Perón, imprevistamente, el dueño de casa comenzó a pedirles dinero
a los invitados. Perón se sintió denigrado. Acusó una leve indisposición y se
marchó. Es cierto que no había tenido un buen día. Su Opel Kapitan había
quedado hecho una ruina debido a una bomba. Con la explosión voló la tapa del
motor y se le estropeó la trompa. Fue el primer atentado directo contra Perón,
quien no sufrió ni un rasguño porque no estaba en el auto. Su chofer Gilaberte
tampoco debió lamentar heridas considerables, porque la detonación estalló hacia
arriba y casi no afectó el interior.
La autoría
del atentado todavía está sujeta a controversias. Perón no dudó en acusar a la
embajada argentina, a la que consideraba "una cueva de pistoleros".
Su colaborador Ramón Landajo acusó al consejero de la embajada, Barragán, y a
su auxiliar, el capitán Pedro Antonio Giménez. Barragán voló hacia Buenos Aires
el mismo día de la explosión. El escritor Tomás Eloy Martínez, por testimonio
de una fuente del Ejército argentino, indica que un miembro de los servicios
de inteligencia se infiltró entre los colaboradores de Perón y colocó la bomba.
Para las diferentes versiones del tema véase Perón-Cooke. Correspondencia, tomo
I, pág. 160; Al final del camino publicado por Landajo en la dirección de
internet ya citada, y Tomás Eloy Martínez, Las memorias del General, Buenos
Aires, Planeta, 1996, pág. 116 y sus artículos publicados en el diario La
Nación entre el 28 de julio y el 2 de agosto de 2002.
El régimen del presidente Marcos Pérez Jiménez salió en defensa
del exiliado, y después de un cambio de embajadores suspendió sus relaciones
con la Argentina, que a su vez reclamaba la extradición de Perón por las causas
judiciales en su contra. A partir de ese hecho, la Seguridad Nacional, que
detenía y torturaba a los dirigentes de la oposición venezolana, le entregó a
Perón credenciales oficiales que lo autorizaban a interrogar a cualquier
sospechoso. Perón continuó con su política de intransigencia hacia el gobierno
de Aramburu, con permanentes llamados al caos y al sabotaje hasta que se
alcanzaran las condiciones objetivas para provocar su caída, y durante toda esa
etapa buscó negocios que le permitieran comprar armas. Sabía que una revolución
no podía sostenerse con limosnas de bolsillo en reuniones de locro y empanadas.
Y tampoco con un empleo ejecutivo.
El escritor y ex dirigente comunista Miguel Otero Silva, dueño del
diario El Nacional, entre otras empresas periodísticas, le había ofrecido, si
aceptaba ser director de Relaciones Públicas Internacionales de su grupo, diez
mil dólares mensuales que le alcanzarían para sostener una vida confortable.
Perón rechazó la oferta por respeto a los padecimientos de miles de peronistas
encarcelados y perseguidos. En cambio, envió a Lausana, Suiza, a Jorge Newton,
ex funcionario de prensa de su gobierno, a pedir un aporte económico al
exportador de granos Silvio Carlos René Tricerri; pero el enviado volvió con
las manos vacías. En un nuevo intento, asignó la misma misión a los coroneles
Salinas y González: obtuvo idéntico resultado. Para el General, Tricerri estaba
en deuda con él y no se estaba comportando como correspondía.
A esas alturas, Perón ya ocupaba una oficina en la empresa Sigla
SA, cuyo dueño era el empresario Jorge Antonio, que estaba detenido en la
Argentina. Hasta ese momento, Perón no se había manifestado satisfecho con sus
aportes. "Nos ha auxiliado con algo", dice en una carta a Cooke. El
titular de Sigla en Venezuela era Ramón González Torrado y la empresa tenía
múltiples rubros, uno de cuales era la exportación de caballos del haras Tres
Estrellas. Aunque no conocía personalmente
Según el
"Expediente Perón", desclasificado por los Archivos Federales suizos,
en esa época SilvioTricerri estaba siendo objeto de investigación por parte de
la policía local. Se sospechaba que el origen de su fortuna estaba relacionado
con el tráfico de armas, y no sólo con el comercio de cereales. A partir de él,
se comenzó a investigar a su hermano Fernando Tricerri, también domiciliado en
Lausana, quien era titular de la sucursal suiza de Sofindus, un holding creado
en 1930 en España y utilizado luego por Walter Schellenberg, de la
contrainteligencia alemana, para respaldar la maquinaria de guerra del Tercer
Reich. Bajo la cobertura de este holding, se organizó, entre otras actividades,
el viaje de trescientos criminales de guerra nazis a Buenos Aires, incluyendo a
Adolf Eichmann y Josef Mengele. En ese sentido se contó con la colaboración de
Benito Llambí, el embajador de Perón en Suiza, que en 1947 abrió una oficina
destinada a facilitar la huida de prófugos nazis hacia la Argentina. Véase
artículo publicado en LeCourrier del 4 de febrero de 2003. En 1960, Silvio
Tricerri realizaría gestiones para conseguirle el permiso de residencia en
Suiza a Perón. Véase capítulo 6. Por su parte, Benito Llambí sería ministro del
Interior en la tercera presidencia de Perón en 1973. Véase capítulo 13.
Aunque no conocía personalmente al dictador Rafael Leónidas
Trujillo, Perón le envió una carta solicitándole que recibiera a González
Torrado, a quien presentaba como colaborador suyo. Cuando la entrevista estaba
a punto de realizarse, Perón aprovechó la oportunidad para enviar con Torrado
una lista de personalidades que podían integrar una coalición anti-
comunista en
el continente. Incluso ofrecía para desempeñarse en esa causa a algunos
dirigentes peronistas en el exilio. El intercambio epistolar entre el dictador
y el ex presidente se prolongó por varios meses, en el curso de los cuales
Perón le aseguró a Trujillo que la Revolución Libertadora argentina "se ha
dejado copar por elementos rojos infiltrados en los puestos claves de su
administración" y el gobierno "sin darse cuenta, ha pasado a ser un
instrumento de los dirigentes marxistas y, cuando quiso reaccionar, el dominio
de éstos era tal, que le obligaron a dar marcha atrás en toda medida tomada de
represión de las actividades comunistas".
En muestra de reconocimiento por los buenos oficios, cuando supo
que Perón tenía asignada una comisión del diez por ciento por la venta de
caballos, Trujillo le compró todo el plantel del haras de Torrado, y pagando
sobreprecio. De ese modo Perón obtuvo120.000 dólares, de los que guardó una
pequeña cantidad para sí, y el resto lo mandó a distribuir entre los comandos
de exiliados por intermedio del coronel Salinas. No obstante esas ganancias
eventuales, el dinero nunca alcanzaba para sostener un estado de insurrección
permanente. Esa falta se convirtió en una obsesión. En sus cartas a Cooke,
Perón maldice el tiempo que le quitan actividades tales como escribir, orientar,
adoctrinar y, sobre todo, conducir una maraña de organizaciones (comandos en el
exterior; grupos clandestinos; frentes gremiales, militares, ideológicos o
insurreccionales; enlaces), que, además de su precaria capacidad de acción,
dispersan sus esfuerzos al persistir en innumerables intrigas internas. Yo
puedo asegurarle que, si dispongo del tiempo y de la tranquilidad necesaria, en
poco tiempo tendremos el dinero suficiente para dotar abundantemente a las
necesidades que se presenten. Estoy en realización de algunos negocios que nos
permitirán no esperar más. Debemos comprarlas armas y hacer llegar todos los
elementos a través de las fronteras, mantener las relaciones en el país en el
que estamos, donde podemos conseguir mucha ayuda, pero hay que vincularse y
trabajar, y finalmente la necesidad de tener yo cierta tranquilidad para poder
pensar las cosas. Véase Tomás Eloy Martínez, Las memorias del General, ob.
cit., págs. 112-115.
Para ahorrar ese tiempo tan escaso y evitarse intervenir
constantemente en las disputas y fricciones, delegó en Cooke la comunicación
con los comandos, explicándole: Si usted, desde allí conduce todo lo referente
a la resistencia, organización y preparación de las fuerzas y prepara desde ya
las acciones que permitan estar en condiciones de accionar cuando la ocasión se
presente, yo podré hacerle llegar las armas y explosivos necesarios, como
asimismo los medios económicos indispensables para ayudar a los Comandos de
Exiliados y al interior del país con los fondos necesarios.
Cooke tenía una mejor visión de los acontecimientos para conducir
la Resistencia Peronista. Ya no estaba en la prisión de Río Gallegos, sino
asilado en Chile. Él y sus compa- ñeros habían organizado la fuga con mucha
antelación. Tenían armas, dinero y un chofer que los esperaba, dispuesto a
cruzar la Patagonia. Los que participaron de la fuga fueron cinco, además de
Cooke: el empresario Jorge Antonio, que financió los gastos operativos; el
dirigente nacionalista Guillermo Patricio Kelly, los sindicalistas Pedro Gómez
y José Espejo, y el ex presidente de la Cámara baja, Héctor J. Cámpora. El plan
fue armado hasta el último detalle. Con el correr de los días les fueron
haciendo llegar pistolas y uniformes al penal, para que en la madrugada de la
huida fueran confundidos con obreros del frigorífico de los fondos. Pero en el
coche dispuesto para la huida no había espacio para todos. Y menos para los
comunistas. Kelly no quería que se plegaran a la fuga. Se ocupó de colocar
somníferos en un té (los había pedido en la enfermería) y a dos de ellos casi
los deja muertos.
Como era una noche de Carnaval, le pidieron al guardia cárcel que
les trajera una botellita de vino para apaciguar la tristeza. Cuando el hombre
estiró el brazo para pasar la botella entre las rejas, le clavaron una pistola
en las costillas, tomaron el cinturón de llaves y salieron a la calle. Había
ráfagas de viento de más de cincuenta kilómetros por hora, y el auto que
esperaban no llegaba. Temeroso, Cámpora sugirió volver a la cárcel y suspender
todo para otro día. Durante el año y medio de cárcel le había prometido a
Dios que si salía de prisión jamás volvería a actuar en política y ahora que
estaba a punto de conseguir la libertad, lo atrapaba una crisis nerviosa.
Cuando el auto apareció se internaron por los campos para esquivar los puestos
de la Gendarmería. La fuga fue un éxito.
Véase Perón-Cooke. Correspondencia, ob. cit., tomo I, págs.
185-186. También le escribiría: "Hace poco tiempo perdimos una partida de
armas que me ofrecieron porque no teníamos la plata necesaria para pagarlas,
pero espero poder, en el futuro, conseguir una similar. En Brasil hemos
contratado para que las armas sean entregadas en territorio argentino y ellos
corren con todo lo referente al contrabando. Naturalmente cobran más caro pero
tenemos más posibilidades de obtener dinero que aquí, en la cantidad
necesaria". Véase también pág. 324.
Al cabo de unos días el grupo quedó asilado en Santiago de Chile,
mientras la Justicia de ese país decidía si los extraditaba o no. Cooke empleó
todo su esfuerzo para poner en práctica la "línea Caracas" con las
instrucciones de Perón, organizando la resistencia y buscando armas y hombres
de acción. Kelly le prometió reorganizar sus elencos de la Alianza Libertadora
Nacionalista (ALN), que durante una década había apoyado a Perón para frenar al
comunismo, y envió a la Argentina cerca de doscientas cartas, imprimió
panfletos, interfirió radios para emitir directivas del ex presidente, y obtuvo
treinta y siete ametralladoras, que en el mercado negro se conseguían a sesenta
dólares cada una. Cooke confiaba más en la eficacia operativa de Kelly que en
los comandos de exiliados. Los unía la experiencia y la sangre: habían
convivido en la cárcel y eran irlandeses, y aunque las diferencias ideológicas
estallarían después de la Revolución Cubana, en ese momento se sentían como
hermanos. Perón también empezó a entusiasmarse con el ex líder de la ALN: El
trabajo de Kelly, excelente: él sabe bien cómo se hacen los líos y cómo se saca
provecho de ellos. Hay que dejarlo hacer, es un elemento de inapreciable valor
para estos casos y estoy seguro que será de ayuda extraordinaria en los
momentos que, según mi opinión, se aproximan.
Kelly propuso lanzar el "Operativo Belfast", que abriría
el paso a la insurrección popular. A Cooke le pareció genial pero demasiado
temible para ser instrumentado sin gente con la debida capacidad. Necesitaba la
aprobación de Caracas.
Pero además de conducir la violencia contra la Revolución
Libertadora, en el plano político Perón debía atender al resultado de las
elecciones a constituyentes del 28 de julio de 1957, que lo habían dejado
frente a una encrucijada. El ex presidente había ordenado la abstención, y
luego el voto en blanco, frente a la posibilidad de que se reformara la
Constitución de 1949, que él había promovido. Sus directivas no se habían
transmitido con las suficientes exactitud y velocidad, y dejaron un margen de
confusión. Finalmente, el voto en blanco obtuvo el 24,3 por ciento, seguido por
la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP), liderada por Ricardo Balbín
(preferidos del gobierno militar) con el 24,2, y la Unión Cívica Radical
Intransigente (UCRI), de Arturo Frondizi, con el 21,2. El resultado permitía
interpretaciones ambiguas. Perón había podido retener parte de la adhesión de
sus seguidores, aunque estaba muy lejos del 62 por ciento que cosechara en las
elecciones presidenciales de 1951. Parte de lo perdido lo había captado
Frondizi. Y la fuga de votos podía continuar en vistas a las elecciones
presidenciales previstas para febrero de 1958.
El candidato de la UCRI tenía un plan muy seductor para las masas
peronistas: prometía restablecer la CGT, terminar con la persecución de
gremialistas, normalizar los sindicatos que todavía permanecían intervenidos y
declarar una amplia amnistía para los acusados de delitos
"políticos". Su plan de desarrollo industrial otorgaba a la
producción petrolera el primer lugar en el orden de prioridades. Si a lo que
cosechara por sí solo Frondizi sumaba los votos peronistas "en
blanco", podía llegar a ser el nuevo presidente. Naturalmente, para eso
necesitaba un acuerdo con Perón. Dio el primer paso en esa dirección enviando
tres emisarios a Chile para conversar con Cooke. Luego de la ronda de
reuniones, Cooke, por medio de su novia Alicia Eguren, envió su informe a
Caracas en septiembre de 1957.
El ex presidente comenzó a meditar un ajuste táctico para
adecuarse a la nueva coyuntura. A dos años de su exilio, hizo un balance: la
insurrección como método único para imponer su retorno no había ganado el
fervor de las masas. Tampoco había logrado un estado de beligerancia tal que
generara la descomposición del gobierno. Y a pesar de los panfletos que
proclamaban "la hora se acerca" y "Perón vuelve", y de la
leyenda de que aterrizaría en la Argentina de un día para otro y a bordo de un
avión negro, la hora revolucionaria nunca llegaba. El caos social era una
opción limitada. Podía ser un gesto de fe, de reafirmación de valores, pero no
sólo no le aseguraba el retorno, sino que además dejaba el terreno libre a
nuevos actores. Y el más preocupante de todos era Arturo Frondizi.
Además, existía otro factor que incidía en el análisis: el
sindical. Al asumir, el general Eduardo Lonardi había iniciado un diálogo con
los gremios peronistas en el que les aseguró que las conquistas laborales
serían respetadas. Pero Lonardi sólo duró dos meses. Con la irrupción de
Aramburu en la Casa de Gobierno se acabó la línea de la persuasión; el nuevo
presidente se propuso extirpar al peronismo de los gremios y de la sociedad.
Sin embargo, a pesar de la represión, la proscripción, la cárcel, las
persecuciones y el accionar de los Comandos Civiles (grupos de la derecha
universitaria y católica que secuestraban y torturaban a militantes obreros y
ocupaban las sedes gremiales), hacia 1957 los sindicatos se consolidaron como
la estructura institucional del peronismo que mejor soportó el golpe de Estado.
Eran un poder con fines, cultura e identidad propios, y si bien podían festejar
en silencio una acción de sabotaje, no acompañaban las directivas beligerantes
de la "línea Caracas". Perón estaba lejos de engañarse: los
sindicatos no se habían levantado en su defensa en 1955, no tenían relación
orgánica con los comandos clandestinos, y tampoco eran instrumentos de acción
para su regreso.
Otros
elementos que amenazaban la dispersión de su caudal electoral eran los partidos
neo peronistas o "el peronismo sin Perón", que no apoyaban su
regreso. Había tres líneas, dirigidas por Alejandro Leloir,Vicente Saadi y
Atilio Bramuglia, y buscaban ganar un espacio propio entre los trabajadores.
Perón los consideraba "traidores solapados del Movimiento".
Esa discordancia entre sus cartas y la realidad objetiva lo
condujo hasta un dilema de hierro: o seguía con el plan insurreccional (con el
"Operativo Belfast" como instrumento) o estudiaba un acuerdo político
frente a las elecciones presidenciales de febrero de 1958. Perón quería seguir
siendo el gran elector. Esa encrucijada se tornó más nítida con el paso de los
meses. Perón hizo correr simultáneamente las dos líneas estratégicas. El arte
de la conducción, decía, estribaba en no tomar decisiones ni un minuto antes y
ni un minuto después, sino en el momento justo. Por eso, ante la opción del
caos o el acuerdo, la vio-lencia o la política, ofrecía a sus distintos
interlocutores una señal de aliento y otra de suspenso e intriga. El 1 de
septiembre de 1957 le comentó a Cooke su opinión sobre el Operativo Belfast: Me
parece muy bueno todo lo que me dice a este respecto. Hay que tener cuidado con
Kelly que es un gran muchacho pero necesita que, de cuando en cuando, le tiren
un poco de la cola. Es un hombre demasiado útil para exponerlo inútilmente pero
estoy seguro que si él dirige, todo saldrá bien porque posee lo necesario para
la empresa arriesgada. Habrá que apreciar oportunamente si la conveniencia es
directamente proporcional al éxito que pueda obtenerse.
Una semana después, le escribió al ex canciller Hipólito Paz (su
hombre en Washington, y quien también le llevaba algunos negocios) sobre las
posibilidades de un entendimiento con Frondizi: Nosotros, de acuerdo con el
gran consejo criollo, hemos desensillado hasta que aclare, esperando sin decir
que no, pero sin tampoco decir que sí. El tiempo suele ser en política un
auxiliar valioso cuando se lo juega en la incertidumbre de los enemigos.
Seguimos, por lo pronto, con el mismo trabajo que estamos realizando desde hace
dos años, pensando que se ganan las batallas con inteligencia y también con
perseverancia.
En el último trimestre de 1957, la mayoría de los gremios
agrupados en torno a las 62 Organizaciones Peronistas lanzó dos huelgas
generales. Aunque los jefes sindicales no apostaban a la huelga revolucionaria
sino a reclamos concretos por mejoras salariales y contra la legislación
laboral, Perón apoyó los conflictos con la esperanza de que paralizaran el
país: aspiraba a que 1957 fuera "la tumba de los tiranos".
Perón-Cooke.
Correspondencia, ob. cit., tomo I, pág. 325. Véase Hipólito Jesús Paz,
Memorias, Buenos Aires, Planeta, 1998, pág. 313.
Las huelgas no tumbaron al gobierno, pero pusieron en evidencia el
fracaso de la política oficial de eliminar el control peronista de los
sindicatos. A pesar de las diferencias entre el presidente Aramburu y su
vicepresidente, el almirante Isaac Rojas, respecto de cómo enfrentar al poder
gremial, el gobierno puso en práctica un plan represivo que incluyó
intervenciones, arrestos y la implantación del estado de sitio. Frondizi
también colaboró en la generación de un cuadro de mayor inestabilidad política:
sus setenta y siete delegados abandonaron la Asamblea de Constituyentes,
actitud que fue acompañada por legisladores de otros partidos, lo que determinó
la falta de quorum en las sesiones e impidió continuar con la reforma
constitucional. A diferencia de Ricardo Balbín, Frondizi siguió radicalizando
su actitud de oposición a la Revolución Libertadora, lo que le ganó simpatías
entre el electorado peronista.
Fue por entonces que la Suprema Corte rechazó el pedido de
extradición a la Argentina de Cooke y el resto de los fugados de la cárcel de
Río Gallegos. Sólo concedió la de Guillermo Patricio Kelly. Una demora en la
remisión del dictamen le dio tiempo a Kelly para preparar otra fuga, que
provocó una explosión en la prensa latinoamericana y también la renuncia de los
ministros de Justicia y Relaciones Exteriores de Chile.
El agitador nacionalista permaneció casi dos meses prófugo en
territorio andino, con un comando que lo secundaba y protegía. Las primeras
noches durmió en el zoológico de Santiago, en un compartimiento vacío de la
jaula de los leones. Luego se refugió en el balneario de Papudo, y para
esquivar un allanamiento se escondió en la chimenea de la residencia de veraneo
del juez que había ordenado su detención, a la que había ingresado con la
excusa de ser el deshollinador. Para escapar del lugar, le robó la sotana al
cura de la parroquia. Cuando partió de Chile con destino a Caracas, usaba una
nueva identidad. Era el "doctor Vargas, psicoanalista". En Venezuela,
Kelly debió ejecutar una tarea de inteligencia para la que Perón lo había
convocado. El jefe de la Seguridad Nacional, Pedro Estrada, tenía detenido a un
nicaragüense. El prisionero decía que el gobierno argentino le había encarga-do
matar al General, asesinato que, por efecto dominó, produciría la caída del
régimen de Pérez Jiménez. Estrada consultó a Perón sobre la veracidad de este
plan y éste creyó que el mejor hombre para interrogar al preso era Kelly. Para
la fuga, Kelly contó con el apoyo imprescindible de la poetisa uruguaya Blanca
Luz Brum, que había sido novia del muralista mexicano David Alfaro Siqueiros y
habría tenido relaciones con Perón, lo que motivó los celos de Evita. En 1957,
Brum visitaba a Kelly todos los días en la cárcel acompañada por su hija
Liliana, que era Miss Chile. En una oportunidad le llevaron una peluca y una
pistola escondidas en el doble fondo de un termo. Disfrazado de mujer, Kelly
salió de la prisión por la puerta de ingreso junto a Blanca, simulando ser su
hija, y entretanto Liliana se ocupaba de distraer a los guardias con su
belleza. Fue la primera fuga en la historia de la Penitenciaría. Para una
aproximación biográfica de Blanca Luz Brum, véase Hugo Achura, Falsas memorias,
Buenos Aires, Siglo XXI, 2001.
Sin embargo, todo lo que Perón ordenó con sigilo, Kelly lo realizó
con estruendo. Su pre- sencia en la cárcel generó un revuelo entre los
detenidos políticos. Kelly decidió trasladar al nicaragüense al Tamanaco, un
hotel de cinco estrellas. Lo tuvo ocho días entre sus manos hasta hacerlo hablar.
Luego le informó a Perón:
-Es un pendejo capaz. Se llama Chaubol Urbina y responde a las
órdenes de Quaranta, el jefe de la SIDE. Incluso se lo coge a Quaranta, el hijo
de puta... Lo iba a matar a usted en Panamá, en la entrada del hotel
Washington, pero se le cruzaron unos chicos y prefirió no dispararle. Confesó
todo.
-¿Lo
torturó? —preguntó Perón. -Nooo... Me hice pasar por el doctor Duval, su asesor
legal. Lo puse en una suite, con una manicura para que le hiciera las manos.
Todo a puertas abiertas. A la noche le daba de comer pollito con crema. Fina
cortesía. Habló de buena manera. Aquí están las grabaciones.
Después de ese triunfo, Kelly no demoró mucho tiempo en exhibirse
en público en Venezuela: organizó una conferencia de prensa en una confitería
de Sábana Grande. Allí fue contactado por el reportero Gabriel García Márquez,
quien quedó encantado por el relato de sus aventuras y escribió un artículo que
luego recopilaría en un libro.
Pero el efecto simpático del célebre prófugo se desvaneció cuando
se supo que trabajaba para la policía secreta del régimen y asesoraba en la
represión de los opositores, y además predicaba acerca del riesgo de que en
Venezuela estallase la primera revolución comunista de América latina. Él,
decía, trabajaba para impedirlo. Una de las muestras de esa labor fue el armado
de una "cueva" de seguridad e inteligencia en el edificio Riverside,
de la avenida Bello Monte, que pobló de granadas, pistolas y metrallas
obtenidas en los encuentros con su amante, la actriz argentina Zoé Ducrós,
amiga de Perón e Isabel y esposa del segundo jefe de la Seguridad Nacional,
Miguel Sanz. García Márquez había escrito que a Kelly las mujeres lo admiraban
tanto como a Humphrey Bogart. Pero los estudiantes de la Universidad Central
empezaron a identificarlo con las torturas del aparato represivo. La furia
contra el militante nacionalista se transfirió también al General, que hasta
entonces gozaba de todas las comodidades del régimen de Pérez Jiménez, aunque
prefiriera mantenerse apartado de las figuras de su gobierno.
Cuando el 26 de enero de 1958 el diario El Nacional tituló
"Perón dirigió la represión contra el pueblo venezolano", lo
identificó junto con Kelly como "asesores de torturas de la Seguridad
Nacional" y publicó cartas fraternales de Perón al titular de ese
organismo, el General exiliado no tardó en verse puesto en la mira de los
revolucionarios y estuvo cuatro días cercado por los "cabecitas
negras" que bajaron como marabunta de los cerros, al grito de "mueran
los dictadores". Querían lincharlos a él y a todos los argentinos que lo
rodeaban. Se había transformado en uno de los enemigos del pueblo. Véase la
crónica "Kelly sale de la penumbra", en Gabriel García Márquez,
Cuando era feliz e indocumentado, Barcelona, Plaza & Janés, 1979.
Perón tuvo el primer indicio de que la rebelión contra Pérez
Jiménez iba a triunfar en la cena de Año Nuevo de 1957, realizada en la casa de
Miguel Sanz y su esposa, en medio de la guitarreada, entre zambas y chacareras.
Un grupo de oficiales rebeldes de la base de Maracay se apoderó de parte de la
flota aérea y surcó el cielo con el trazo de sus bombas, y algunos tanques
salieron a la calle. Aunque la insurrección pronto fue neutralizada, Perón
tenía muy fresco el recuerdo del alzamiento de los infantes de Marina, que
habían bombardeado la Plaza de Mayo tres meses antes de desalojarlo del poder.
El General dio el alerta: "Díganle a Pérez Jiménez que a mí los
conspiradores me hicieron lo mismo, primero me tantearon y después me
voltearon", informó a la Seguridad Nacional.
Justo esa semana Perón había decidido convocar a una amplia
reunión consultiva para definir la posición del justicialismo frente a las
elecciones de febrero de 1958. En la mesa de su modesta casa del barrio El
Rosal se juntaron John William Cooke, Jorge Antonio, Guillermo Patricio Kelly,
el ex ministro del interior Ángel Borlenghi, el ex canciller Hipólito Jesús
Paz, y varios exiliados, dirigentes de la Resistencia Peronista y el
sindicalismo. Cada uno había llegado con sus ideas. Las opciones estaban
abiertas: podían apoyar el voto en blanco o a Frondizi, pero de ningún modo a
los partidos neoperonistas. Cualquiera fuese la decisión,
Perón quería
que su directiva fuese cumplida por la totalidad del Movimiento, para demostrar
que era el jefe indiscutido y mantenía su capital electoral.
Mientras se analizaba en conjunto los riesgos y beneficios de las
distintas alternativas, él ya había elegido: el 3 de enero llegó a Caracas el
enviado de Frondizi, Rogelio Frigerio, que dirigía el semanario político “Qué”
y era uno de los inspiradores del pacto junto con el abogado Ramón Prieto y
Cooke. Perón escribió una larga lista de reclamos para apoyar al candidato de
la UCRI, y se la pasó a Frigerio. Además de restituirle sus bienes personales y
los de la Fundación Eva Perón, finalizar con la persecución y las
inhabilitaciones, normalizar la CGT y los sindicatos, legalizar el Partido
Peronista y reemplazar a los miembros de la Corte Suprema. El nuevo presidente
debería declarar vacantes todos los cargos electivos y convocar a nuevas
elecciones en el término de dos años. A cambio de todo eso, Perón suspendería
sus directivas en favor de la violencia e intentaría una rehabilitación
política a futuro, a través dela legalidad. En pocas palabras, quería que
Frondizi le allanara el camino para volver a ser candidato.
Frigerio volvió a Buenos Aires con las condiciones de Perón.
Frondizi las examinó y lo envió de regreso a Caracas el 18 de enero de 1958. El
pacto estaba listo para ser firmado cuando estalló la revolución en Venezuela.
El presidente Pérez Jiménez escapó a República Dominicana. Para subirse a un
avión militar tuvo que colgarse de una soga, porque a nadie, en ese momento, se
le ocurrió colocarle una escalerilla. En el apuro (lo estaba persiguiendo una
flotilla de taxis) dejó en la pista de aterrizaje una valija con millones de
dólares. Estrada, que en un intento por calmar la situación había sido
destituido en las horas previas, voló hacia Washington. Miguel Sanz también
escapó.
Perón fue otro de los objetivos de los insurrectos, y fueron a
buscarlo a su casa. Previsoramente, él había intentado trasladarse a la
"cueva" del Riverside junto con Cooke y Kelly, pero como el edificio
ya estaba rodeado debió esconderse en la casa de un matrimonio argentino. En
ningún momento se desprendió de su portafolios, donde guardaba su metralleta
Mauser. Sus colaboradores salieron a buscar embajadas donde refugiarlo. España
y México lo habían rechazado. Los revolucionarios ya estaban tiroteando el
palacio presidencial de Miraflores y el aeropuerto era tierra de nadie. La
calle estaba tomada. Los agentes no podían salir del edificio de la Guardia
Nacional. Había saqueos, incendios, ahorcados. Nadie identificado con el
régimen o con Perón podía salir vivo. Esa era la orden de los
revolucionarios.
Se suscitó un problema adicional: Frigerio. Si alguien lo tocaba,
el pacto con Frondizi se caía. Finalmente Perón recibió asilo en la Embajada de
la República Dominicana y permaneció cuatro días, del 23 al 27 de enero, junto con
Isabel y los caniches, con el tableteo de las metrallas como fondo sonoro. Sus
colaboradores fueron entrando como pudieron. No había protocolo ni servicio de
embajada. Afuera, más de mil personas zamarreaban el portón de entrada. En
momentos de soledad, Perón había imaginado que su destino era morir en el
destierro, pobre y olvidado, como San Martín o Juan Manuel de Rosas, o bajo las
balas de un oficial de inteligencia o de un mercenario, pero en su fatalismo
nunca se le ocurrió la posibilidad de ser linchado por la venganza de otro
pueblo. Hizo un aparte para analizar la situación con Kelly, pero el suboficial
Andrés López los interrumpió. Tenía la cara desencajada:
-Mi General, ¿usted tiene un imán para la gente mala?, le gritó.
Perón quedó en silencio. Kelly era incontrolable y había arrastrado a todos con
sus desbordes. Lo sabía. Pero, con tantos años de peronismo, el suboficial
López no había entendido nada: un conductor debía empujar para adelante, con lo
bueno y lo malo. Si elegía sólo a los buenos, se quedaba nada más que con tres
o cuatro y terminaba sin ir a ningún lado. El embajador dominicano Rafael
Bonelly intervino y le pidió a Perón que desarmara a los argentinos. Era una
exigencia del nuevo gobierno revolucionario, que asumió el contra- almirante
Wolfgang Larrazábal. Cooke, sentado en uno de los escalones de la pileta, se
negó: si la multitud franqueaba la puerta, pensaba dar combate:
"Mataremos a unos cuantos y después veremos".
En medio del caos logró filtrarse un oficial de Justicia, con una
cédula de notificación para Perón. El General había dejado una deuda impaga de
39.000 bolívares a la tipográfica que le imprimió “Los vende patrias”. Los
abogados habían intentado cobrarse embargándole la cuenta bancaria, pero ese
mes, tras los sucesivos retiros de fondos, Perón sólo poseía diez mil. Ahora lo
querellaban por falta de pago. Dentro del marco de tensión, fue un momento de
hilaridad. Presuroso, Landajo firmó un papel y asumiól a deuda, que nunca
pensaba pagar. Perón seguía decepcionado:
-Estamos acá porque perdimos la batalla económica. Siempre pensé
que durante la Segunda Guerra los alemanes se iban a levantar y seguir
peleando", reflexionó.
Ya llevaban dos días encerrados, y la gente seguía afuera. Todos
los argentinos miraban de reojo a Kelly. "Nos van a matar a todos por
culpa de éste", gruñían. Eran varios los que querían echarlo y alguien
elevó la moción: que se votara si debía retirarse. No hizo falta: Kelly decidió
dar la cara. Sólo pidió dos condiciones: que le dieran un par de anteojos
oscuros y un sombrero. También pidió plata, pero, excepto Cooke, ninguno tuvo
la voluntad de tirarle una moneda. Cuando salió de la embajada caminando y se
mezcló con la multitud, nadie pudo reconocerlo. En medio de la convulsión,
Kelly tomó contacto con dos agentes de la CIA:
-Los comunistas van a entrar a la embajada y van a matar a Perón.
Y si lo matan queda comunizado todo el continente —les advirtió.
Finalmente, los Estados Unidos se dispusieron a rescatarlo,
intercediendo ante el gobierno revolucionario para que despejara la zona y
facilitara su salida hacia República Dominicana. El salvoconducto era sólo para
él. El resto debería permanecer en la embajada. Perón pensó que era una trampa.
Pidió garantías. Y el embajador Bonelly se animó a acompañarlo al avión militar
dispuesto por el gobierno. Perón partió hacia la República Dominicana el 27 de
enero de 1958, escoltado por dos aviones norteamericanos.
Frigerio también escapó y debió llevar los papeles del pacto para
que se firmaran en la República Dominicana. Finalmente, a sólo quince días de
las elecciones, Perón dio la orden de votar por Arturo Frondizi, en una
declaración que el Comando Táctico Peronista en Buenos Aires distribuyó en
copias fotostáticas. Los militares no podían creer que Frondizi, que se había
opuesto a Perón en 1955, hubiese firmado un compromiso con él. Ese compromiso
le sirvió para llegar a la presidencia. Tras el acuerdo con Perón, Frondizi
recibió 4.070.000 votos en las elecciones del 23 de febrero de1958, dos
millones más de los que había obtenido en las elecciones a Constituyentes de
julio de 1957.
En Santo Domingo, el General se instaló en el Jaragua, un hotel de
cinco estrellas con vista al Caribe. Trujillo, que solventó los gastos de su
estadía, dispuso dos edecanes a su servicio. El General aprovechó la fuga de
Venezuela para depurar a su equipo de colaboradores. Isabel continuó a su lado:
arribó unos días después, con un salvoconducto que la presentaba como
periodista francesa. Roberto Galán y su esposa lo hicieron trayendo los
caniches. González Torrado logró relacionarse con el gobierno de Trujillo (su
esposa se convirtió en secretaria del senador Joaquín Balaguer), llegó a ocupar
cargos oficiales, y luego se relacionaría con la CIA. Kelly se fue apedreado
del aeropuerto de Caracas, consiguió refugio en Haití y, luego de una
turbulenta estadía en la que fue encarcelado, cruzó la frontera hasta República
Dominicana, donde permaneció unos días. Regresó a la Argentina con el pasaporte
que le robó a Galán y a los seis meses fue detenido y trasladado nuevamente a
la cárcel de Ushuaia. Jorge Antonio obtuvo la protección del dictador Fulgencio
Batista y se instaló en el hotel Habana Rivera de Cuba, para seguir con sus
negocios. Lo acompañó Ángel Borlenghi, que era propietario de un hotel y
cobraba sueldo como asesor en el Ministerio de Gobierno de ese país. El mayor
Pablo Vicente, que estuvo a punto de morir fusilado cuando intentó recuperar
las pertenencias de Perón en medio de la revolución (lo salvó su mujer,
al enfrentar a la gente y cubrirlo con su cuerpo), fue detenido por el
nuevo gobierno, luego liberado y auxiliado por Jorge Antonio en La
Habana.
Perón ya le había hecho la cruz: en su afán de mostrarse como su
mejor discípulo, Vicente (bajo el apodo de "Gerente") había escrito
cartas a los exiliados más revolucionarias que las del propio Perón. El
suboficial Andrés López no fue aceptado en República Dominicana. Perón le dijo
que aprovechara la amnistía que dictaría Frondizi y se instalara en Buenos
Aires para seguir trabajando por su regreso. Fue la propia Isabel quien decidió
vengarse de Gilaberte y Landajo, que habían vigilado sus movimientos durante
casi dos años por orden del General. En un primer momento, intentó borrarlos de
la lista de los salvoconductos de salida dela embajada, pero en el caso del
chofer, que logró viajar más tarde a República Dominicana, su final lo marcó
una discusión mantenida con Roberto Galán en presencia de Perón y de su novia.
En una sobremesa, le gritó al locutor:
-¿Por qué no te pones a trabajar, Roberto? ¿No ves que el General
no puede mantenerte toda la vida?.
A los pocos días Perón envió a Gilaberte al Paraguay para que le
buscara una casa. Pensaba radicarse en Asunción, pero se enteró de que el
gobierno de Stroessner, presionado por los Estados Unidos, consideraba
inconveniente su llegada, y no viajó. Gilaberte quedó varado en el lugar,
enviando cartas a su General, que éste ya no contestaría nunca.
Por último, Landajo. Perón le hizo saber que le tenía cariño, pero
que su presencia incomodaba a su novia, y lo envió a Cuba. De ese modo, Isabel
fue apartando del camino a sus enemigos y afianzando su relación con Perón, que
talló a su favor. A pesar de tantos meses de sospechas y persecuciones, ella
había permanecido a su lado. Ahora lo único que le importaba era casarse con
él.
FUENTES DE ESTE CAPÍTULO
Para el tema del exilio de Perón en
Venezuela, se realizaron entrevistas a Ramón Landajo, al suboficial Andrés
López y a Guillermo Patricio Kelly. Además, se recabó información en: Memorial
de Puerta de Hierro; Perón-Cooke. Correspondencia; Memorias de Hipólito Jesús
Paz; Nueva Historia Argentina, tomo IX (1955-1976); Arturo Frondizi. Biografía
de Emilia Menotti; Resistencia e integración, de Daniel James; Perón, una
biografía, de Joseph Page; El hombre del destino, fascículo 38 de Editorial
Abril; Cuando era feliz e indocumentado, y "Memorias de la
Revolución" de Gabriel García Márquez; Kelly cuenta todo; "Al final
del camino" en www.alipso.com; Jorge Antonio: el hombre que sabe demasiado,
de Any Ventura. Artículos de prensa del diario El Nacional, diciembre de 1957 y
enero de 1958, y del 11 de abril de 1976; y revista Somos, del 14 de enero de
1977. Según documentos desclasificados por el Departamento de Estado, Galán
se comunicó con la embajada norteamericana en Ciudad Trujillo (hoy Santo
Domingo) para solicitar la visa de Perón a los Estados Unidos por unos meses,
antes de trasladarse a Europa. Le fue denegada tanto por ese país como por
España. Según la misma fuente, durante todo junio de 1958 los cables de la
embajada norteamericana en Asunción dieron cuenta de que Perón intentaba viajar
al Paraguay, pero la presión delos Estados Unidos sobre el gobierno de
Stroessner influyó para que le prohibieran el ingreso, a pesar de que Perón
tenía ciudadanía paraguaya. Luego de buscar en vano residencia en ese país,
Gilaberte volvió a la Argentina, donde trabajó como sereno en una empresa
textil.