sábado, 4 de abril de 2020

CAPITULO 5-RELACIONES PELIGROSAS

CAPITULO 5
RELACIONES PELIGROSAS


En mayo de 1957, después del atentado contra su vida, Perón cayó en cama. Pasaba todo el día acostado, con temblores intermitentes y la transpiración helada. Sólo se levantaba para vomitar. Su médico, Benzon, le informó que tenía el hígado y los intestinos infectados. Se trataba de una amebiasis. Para Isabel fue una oportunidad. Por primera vez, las limitaciones del General le permitieron tomar las riendas del hogar y cuidar al enfermo como no podía hacerlo ninguno de sus colaboradores. Entonces empezó a ganarse un lugar en su vida. 
Tras guardar reposo, Perón se restableció y continuó su rutina. Recibía a exiliados, funcionarios locales y a todo aquel que llegara de la Argentina. Trazaba las líneas de acción a seguir, hablaba de la situación mundial y escuchaba propuestas de negocios. Para cada visitante tenía una palabra de aprobación y de aliento. En una oportunidad recibió a un sindicalista; hablaron de política durante un rato y luego le redactó una carta de apoyo. El visitante volvió a Buenos Aires creyéndose su delegado. A la semana, sucedió exactamente lo mismo con otro sindicalista: conversación, carta de apoyo y guiño de representación. Uno de sus colaboradores le preguntó por la razón de esa actitud. 
-M'hijo, dijo Perón, yo tengo que estimularlos a todos igual y unirlos detrás de una misión común, pero también tengo que hacer que se enfrenten. Sino, nunca voy a saber cuál de los dos es el mejor. 
Perón explicaba su ambigüedad como un rasgo de la conducción política, una fórmula eficiente para estimular la vida interior del Movimiento. Cuando los conflictos entre sus subordinados se salían de cauce, les quitaba importancia aduciendo rencillas internas o problemas de figuración. Llegado un extremo, afirmaba que alguien estaba abusando de una representación que no tenía. Para Cooke la facilidad de su jefe para alentar a diversos grupos representaba un dolor de cabeza: nadie se subordinaba del todo sin una orden directa del General. Designado como jefe de la División Operaciones del Comando Superior, Cooke se animó, por intermedio de una carta, a poner al corriente a Perón sobre los inconvenientes prácticos que generaba esta modalidad. Fue puntualmente por el caso de Jorge Daniel Paladino, quien actuaba en la Resistencia Peronista con un importante manejo de hombres y de armas en acciones de guerrilla urbana, y tenía en proyecto montar una fábrica de ametralladoras. Hacia 1957, Paladino viajó a Venezuela y recibió la "bendición" de Perón. Trajo cartas y discos de pasta con la voz del General que permitían inferir que era su representante. Con el impulso de Caracas, Paladino empezó a recorrer Buenos Aires y se rebeló contra la autoridad de Cooke. 
Éste escribió: Empezaron a llegar noticias de todas partes diciendo que Paladino declaraba que era representante directo suyo ante los Comandos y Grupos Obreros, y compartía conmigo en un pie de igualdad las funciones directivas, etc. Como llevaba discos y cartas suyas, la confusión fue muy grande, pues mientras laboriosamente estamos llegando a la unidad que tanto necesitamos, por otra parte esas actividades dan pie a que la gente piense que usted hace una especie de juego que consiste en que por una parte me ordena unificar, y por otra fomenta la anarquía. [...] Sugiero que se me autorice expresamente a hacer saber a Paladino que debe sujetarse a las funciones específicas de la misión que se le ha confiado y que se abstenga de hacerse el caudillito. 
Las visitas que recibía Perón fueron otro factor que influyó para que Isabel se afirmara a su lado. Durante los primeros meses de convivencia, si llegaba algún dirigente político, la ex bailarina solía encerrarse en su habitación, pero después empezó a participar de las reuniones, aunque no aportara más que su silencio. Frente a los invitados, Perón intentaba atenuar el efecto de su presencia. Pero los recién llegados, al contrario de lo que él esperaba, la saludaban con reverencia y la colmaban de atenciones e incluso de regalos para congraciarse con ella, creyendo que así se ganaban la simpatía del General. Con el correr de los meses Isabel armó su propio círculo de relaciones sociales. Hizo amistad con el locutor Roberto Galán y su esposa, la cancionista folklórica María Olga Traolagaitia; solían reunirse en parejas. Los Galán fueron los primeros que empezaron a zumbar en los oídos de Perón para que le diera a Isabel un mejor lugar como mujer, y se casara con ella. 
Véanse Perón-Cooke. Correspondencia, ob. cit., tomo II, págs. 29-30 y 40. Perón reconoció haber entregado una credencial a Paladino, que éste podía utilizar sólo a fin de reclutar gente para emplear en misiones de sabotaje. Y le prometió a Cooke que si Paladino "sigue en sus interferencias, lo vamos a desautorizar públicamente. Es un buen muchacho que actuó mucho ya, pero indudablemente se le han subido los humos a la cabeza". Con ese aval escrito, Cooke retuvo las cartas y los discos de pasta que había obtenido Paladino. 
Aunque no había tenido buenos vínculos con el peronismo, Galán intentaba mostrarse siempre al lado del General, durante cuyo gobierno había liderado una huelga de locutores y se había trasladado al Brasil después de soltar severas críticas contra Evita. Sin embargo cuando el ex presidente llegó a Caracas, buscó un acercamiento. Comenzó a conversar con sus custodios a la espera de que el General bajara del departamento; quería sumarse a sus caminatas. Galán estaba razonablemente acomodado en ese tiempo. Tenía una fiambrería de lujo y vendía publicidad para una revista de la policía municipal que le permitía obtener buenas comisiones. Sus relaciones sociales eran variadas y ante éstas le gustaba hacer alarde de su proximidad con Perón. No había duda de que el sostén del vínculo eran las confidencias que se prodigaban su esposa Olga e Isabel. Perón, a su vez, debía soportar los recelos y los comentarios indecorosos que proferían sus colaboradores acerca del locutor. 
El General representaba un imán para los exiliados argentinos. Ya fuese por lealtad, admiración o vulgar frivolidad, muchos de ellos se desvivían por estar a su lado. Su presencia era bien recibida en la sociedad caraqueña cuando jugaba unos boletos en el hipódromo, asistía a una pelea de boxeo o aparecía en un balneario. Mostrarse junto a Perón también les permitía alcanzar rédito personal o posiciones de importancia. Quizás el de Galán fuera uno de estos casos, aunque él se jactaba de que su amistad con el General era indestructible. Sin embargo, una noche Perón se retiró ofendido de su casa del barrio Altamira. Fue el 25 de mayo de 1957. Galán había organizado una reunión para festejar la fecha patria e invitó a una multitud de amigos y allegados para agasajarlo. Olga preparó una cena criolla y hasta convenció a Isabel para que bailara algunas piezas folklóricas. En su deseo de fortalecer la precaria economía de Perón, imprevistamente, el dueño de casa comenzó a pedirles dinero a los invitados. Perón se sintió denigrado. Acusó una leve indisposición y se marchó. Es cierto que no había tenido un buen día. Su Opel Kapitan había quedado hecho una ruina debido a una bomba. Con la explosión voló la tapa del motor y se le estropeó la trompa. Fue el primer atentado directo contra Perón, quien no sufrió ni un rasguño porque no estaba en el auto. Su chofer Gilaberte tampoco debió lamentar heridas considerables, porque la detonación estalló hacia arriba y casi no afectó el interior. 
La autoría del atentado todavía está sujeta a controversias. Perón no dudó en acusar a la embajada argentina, a la que consideraba "una cueva de pistoleros". Su colaborador Ramón Landajo acusó al consejero de la embajada, Barragán, y a su auxiliar, el capitán Pedro Antonio Giménez. Barragán voló hacia Buenos Aires el mismo día de la explosión. El escritor Tomás Eloy Martínez, por testimonio de una fuente del Ejército argentino, indica que un miembro de los servicios de inteligencia se infiltró entre los colaboradores de Perón y colocó la bomba. Para las diferentes versiones del tema véase Perón-Cooke. Correspondencia, tomo I, pág. 160; Al final del camino publicado por Landajo en la dirección de internet ya citada, y Tomás Eloy Martínez, Las memorias del General, Buenos Aires, Planeta, 1996, pág. 116 y sus artículos publicados en el diario La Nación entre el 28 de julio y el 2 de agosto de 2002. 
El régimen del presidente Marcos Pérez Jiménez salió en defensa del exiliado, y después de un cambio de embajadores suspendió sus relaciones con la Argentina, que a su vez reclamaba la extradición de Perón por las causas judiciales en su contra. A partir de ese hecho, la Seguridad Nacional, que detenía y torturaba a los dirigentes de la oposición venezolana, le entregó a Perón credenciales oficiales que lo autorizaban a interrogar a cualquier sospechoso. Perón continuó con su política de intransigencia hacia el gobierno de Aramburu, con permanentes llamados al caos y al sabotaje hasta que se alcanzaran las condiciones objetivas para provocar su caída, y durante toda esa etapa buscó negocios que le permitieran comprar armas. Sabía que una revolución no podía sostenerse con limosnas de bolsillo en reuniones de locro y empanadas. Y tampoco con un empleo ejecutivo. 
El escritor y ex dirigente comunista Miguel Otero Silva, dueño del diario El Nacional, entre otras empresas periodísticas, le había ofrecido, si aceptaba ser director de Relaciones Públicas Internacionales de su grupo, diez mil dólares mensuales que le alcanzarían para sostener una vida confortable. Perón rechazó la oferta por respeto a los padecimientos de miles de peronistas encarcelados y perseguidos. En cambio, envió a Lausana, Suiza, a Jorge Newton, ex funcionario de prensa de su gobierno, a pedir un aporte económico al exportador de granos Silvio Carlos René Tricerri; pero el enviado volvió con las manos vacías. En un nuevo intento, asignó la misma misión a los coroneles Salinas y González: obtuvo idéntico resultado. Para el General, Tricerri estaba en deuda con él y no se estaba comportando como correspondía. 
A esas alturas, Perón ya ocupaba una oficina en la empresa Sigla SA, cuyo dueño era el empresario Jorge Antonio, que estaba detenido en la Argentina. Hasta ese momento, Perón no se había manifestado satisfecho con sus aportes. "Nos ha auxiliado con algo", dice en una carta a Cooke. El titular de Sigla en Venezuela era Ramón González Torrado y la empresa tenía múltiples rubros, uno de cuales era la exportación de caballos del haras Tres Estrellas. Aunque no conocía personalmente 
Según el "Expediente Perón", desclasificado por los Archivos Federales suizos, en esa época SilvioTricerri estaba siendo objeto de investigación por parte de la policía local. Se sospechaba que el origen de su fortuna estaba relacionado con el tráfico de armas, y no sólo con el comercio de cereales. A partir de él, se comenzó a investigar a su hermano Fernando Tricerri, también domiciliado en Lausana, quien era titular de la sucursal suiza de Sofindus, un holding creado en 1930 en España y utilizado luego por Walter Schellenberg, de la contrainteligencia alemana, para respaldar la maquinaria de guerra del Tercer Reich. Bajo la cobertura de este holding, se organizó, entre otras actividades, el viaje de trescientos criminales de guerra nazis a Buenos Aires, incluyendo a Adolf Eichmann y Josef Mengele. En ese sentido se contó con la colaboración de Benito Llambí, el embajador de Perón en Suiza, que en 1947 abrió una oficina destinada a facilitar la huida de prófugos nazis hacia la Argentina. Véase artículo publicado en LeCourrier del 4 de febrero de 2003. En 1960, Silvio Tricerri realizaría gestiones para conseguirle el permiso de residencia en Suiza a Perón. Véase capítulo 6. Por su parte, Benito Llambí sería ministro del Interior en la tercera presidencia de Perón en 1973. Véase capítulo 13. 
Aunque no conocía personalmente al dictador Rafael Leónidas Trujillo, Perón le envió una carta solicitándole que recibiera a González Torrado, a quien presentaba como colaborador suyo. Cuando la entrevista estaba a punto de realizarse, Perón aprovechó la oportunidad para enviar con Torrado una lista de personalidades que podían integrar una coalición anti- 
comunista en el continente. Incluso ofrecía para desempeñarse en esa causa a algunos dirigentes peronistas en el exilio. El intercambio epistolar entre el dictador y el ex presidente se prolongó por varios meses, en el curso de los cuales Perón le aseguró a Trujillo que la Revolución Libertadora argentina "se ha dejado copar por elementos rojos infiltrados en los puestos claves de su administración" y el gobierno "sin darse cuenta, ha pasado a ser un instrumento de los dirigentes marxistas y, cuando quiso reaccionar, el dominio de éstos era tal, que le obligaron a dar marcha atrás en toda medida tomada de represión de las actividades comunistas". 
En muestra de reconocimiento por los buenos oficios, cuando supo que Perón tenía asignada una comisión del diez por ciento por la venta de caballos, Trujillo le compró todo el plantel del haras de Torrado, y pagando sobreprecio. De ese modo Perón obtuvo120.000 dólares, de los que guardó una pequeña cantidad para sí, y el resto lo mandó a distribuir entre los comandos de exiliados por intermedio del coronel Salinas. No obstante esas ganancias eventuales, el dinero nunca alcanzaba para sostener un estado de insurrección permanente. Esa falta se convirtió en una obsesión. En sus cartas a Cooke, Perón maldice el tiempo que le quitan actividades tales como escribir, orientar, adoctrinar y, sobre todo, conducir una maraña de organizaciones (comandos en el exterior; grupos clandestinos; frentes gremiales, militares, ideológicos o insurreccionales; enlaces), que, además de su precaria capacidad de acción, dispersan sus esfuerzos al persistir en innumerables intrigas internas. Yo puedo asegurarle que, si dispongo del tiempo y de la tranquilidad necesaria, en poco tiempo tendremos el dinero suficiente para dotar abundantemente a las necesidades que se presenten. Estoy en realización de algunos negocios que nos permitirán no esperar más. Debemos comprarlas armas y hacer llegar todos los elementos a través de las fronteras, mantener las relaciones en el país en el que estamos, donde podemos conseguir mucha ayuda, pero hay que vincularse y trabajar, y finalmente la necesidad de tener yo cierta tranquilidad para poder pensar las cosas. Véase Tomás Eloy Martínez, Las memorias del General, ob. cit., págs. 112-115. 
Para ahorrar ese tiempo tan escaso y evitarse intervenir constantemente en las disputas y fricciones, delegó en Cooke la comunicación con los comandos, explicándole: Si usted, desde allí conduce todo lo referente a la resistencia, organización y preparación de las fuerzas y prepara desde ya las acciones que permitan estar en condiciones de accionar cuando la ocasión se presente, yo podré hacerle llegar las armas y explosivos necesarios, como asimismo los medios económicos indispensables para ayudar a los Comandos de Exiliados y al interior del país con los fondos necesarios. 
Cooke tenía una mejor visión de los acontecimientos para conducir la Resistencia Peronista. Ya no estaba en la prisión de Río Gallegos, sino asilado en Chile. Él y sus compa- ñeros habían organizado la fuga con mucha antelación. Tenían armas, dinero y un chofer que los esperaba, dispuesto a cruzar la Patagonia. Los que participaron de la fuga fueron cinco, además de Cooke: el empresario Jorge Antonio, que financió los gastos operativos; el dirigente nacionalista Guillermo Patricio Kelly, los sindicalistas Pedro Gómez y José Espejo, y el ex presidente de la Cámara baja, Héctor J. Cámpora. El plan fue armado hasta el último detalle. Con el correr de los días les fueron haciendo llegar pistolas y uniformes al penal, para que en la madrugada de la huida fueran confundidos con obreros del frigorífico de los fondos. Pero en el coche dispuesto para la huida no había espacio para todos. Y menos para los comunistas. Kelly no quería que se plegaran a la fuga. Se ocupó de colocar somníferos en un té (los había pedido en la enfermería) y a dos de ellos casi los deja muertos. 
Como era una noche de Carnaval, le pidieron al guardia cárcel que les trajera una botellita de vino para apaciguar la tristeza. Cuando el hombre estiró el brazo para pasar la botella entre las rejas, le clavaron una pistola en las costillas, tomaron el cinturón de llaves y salieron a la calle. Había ráfagas de viento de más de cincuenta kilómetros por hora, y el auto que esperaban no llegaba. Temeroso, Cámpora sugirió volver a la cárcel y suspender todo para otro día. Durante el año y medio de cárcel le había prometido a Dios que si salía de prisión jamás volvería a actuar en política y ahora que estaba a punto de conseguir la libertad, lo atrapaba una crisis nerviosa. Cuando el auto apareció se internaron por los campos para esquivar los puestos de la Gendarmería. La fuga fue un éxito. 
Véase Perón-Cooke. Correspondencia, ob. cit., tomo I, págs. 185-186. También le escribiría: "Hace poco tiempo perdimos una partida de armas que me ofrecieron porque no teníamos la plata necesaria para pagarlas, pero espero poder, en el futuro, conseguir una similar. En Brasil hemos contratado para que las armas sean entregadas en territorio argentino y ellos corren con todo lo referente al contrabando. Naturalmente cobran más caro pero tenemos más posibilidades de obtener dinero que aquí, en la cantidad necesaria". Véase también pág. 324. 
Al cabo de unos días el grupo quedó asilado en Santiago de Chile, mientras la Justicia de ese país decidía si los extraditaba o no. Cooke empleó todo su esfuerzo para poner en práctica la "línea Caracas" con las instrucciones de Perón, organizando la resistencia y buscando armas y hombres de acción. Kelly le prometió reorganizar sus elencos de la Alianza Libertadora Nacionalista (ALN), que durante una década había apoyado a Perón para frenar al comunismo, y envió a la Argentina cerca de doscientas cartas, imprimió panfletos, interfirió radios para emitir directivas del ex presidente, y obtuvo treinta y siete ametralladoras, que en el mercado negro se conseguían a sesenta dólares cada una. Cooke confiaba más en la eficacia operativa de Kelly que en los comandos de exiliados. Los unía la experiencia y la sangre: habían convivido en la cárcel y eran irlandeses, y aunque las diferencias ideológicas estallarían después de la Revolución Cubana, en ese momento se sentían como hermanos. Perón también empezó a entusiasmarse con el ex líder de la ALN: El trabajo de Kelly, excelente: él sabe bien cómo se hacen los líos y cómo se saca provecho de ellos. Hay que dejarlo hacer, es un elemento de inapreciable valor para estos casos y estoy seguro que será de ayuda extraordinaria en los momentos que, según mi opinión, se aproximan. 
Kelly propuso lanzar el "Operativo Belfast", que abriría el paso a la insurrección popular. A Cooke le pareció genial pero demasiado temible para ser instrumentado sin gente con la debida capacidad. Necesitaba la aprobación de Caracas. 
Pero además de conducir la violencia contra la Revolución Libertadora, en el plano político Perón debía atender al resultado de las elecciones a constituyentes del 28 de julio de 1957, que lo habían dejado frente a una encrucijada. El ex presidente había ordenado la abstención, y luego el voto en blanco, frente a la posibilidad de que se reformara la Constitución de 1949, que él había promovido. Sus directivas no se habían transmitido con las suficientes exactitud y velocidad, y dejaron un margen de confusión. Finalmente, el voto en blanco obtuvo el 24,3 por ciento, seguido por la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP), liderada por Ricardo Balbín (preferidos del gobierno militar) con el 24,2, y la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI), de Arturo Frondizi, con el 21,2. El resultado permitía interpretaciones ambiguas. Perón había podido retener parte de la adhesión de sus seguidores, aunque estaba muy lejos del 62 por ciento que cosechara en las elecciones presidenciales de 1951. Parte de lo perdido lo había captado Frondizi. Y la fuga de votos podía continuar en vistas a las elecciones presidenciales previstas para febrero de 1958. 
El candidato de la UCRI tenía un plan muy seductor para las masas peronistas: prometía restablecer la CGT, terminar con la persecución de gremialistas, normalizar los sindicatos que todavía permanecían intervenidos y declarar una amplia amnistía para los acusados de delitos "políticos". Su plan de desarrollo industrial otorgaba a la producción petrolera el primer lugar en el orden de prioridades. Si a lo que cosechara por sí solo Frondizi sumaba los votos peronistas "en blanco", podía llegar a ser el nuevo presidente. Naturalmente, para eso necesitaba un acuerdo con Perón. Dio el primer paso en esa dirección enviando tres emisarios a Chile para conversar con Cooke. Luego de la ronda de reuniones, Cooke, por medio de su novia Alicia Eguren, envió su informe a Caracas en septiembre de 1957. 
El ex presidente comenzó a meditar un ajuste táctico para adecuarse a la nueva coyuntura. A dos años de su exilio, hizo un balance: la insurrección como método único para imponer su retorno no había ganado el fervor de las masas. Tampoco había logrado un estado de beligerancia tal que generara la descomposición del gobierno. Y a pesar de los panfletos que proclamaban "la hora se acerca" y "Perón vuelve", y de la leyenda de que aterrizaría en la Argentina de un día para otro y a bordo de un avión negro, la hora revolucionaria nunca llegaba. El caos social era una opción limitada. Podía ser un gesto de fe, de reafirmación de valores, pero no sólo no le aseguraba el retorno, sino que además dejaba el terreno libre a nuevos actores. Y el más preocupante de todos era Arturo Frondizi. 
Además, existía otro factor que incidía en el análisis: el sindical. Al asumir, el general Eduardo Lonardi había iniciado un diálogo con los gremios peronistas en el que les aseguró que las conquistas laborales serían respetadas. Pero Lonardi sólo duró dos meses. Con la irrupción de Aramburu en la Casa de Gobierno se acabó la línea de la persuasión; el nuevo presidente se propuso extirpar al peronismo de los gremios y de la sociedad. Sin embargo, a pesar de la represión, la proscripción, la cárcel, las persecuciones y el accionar de los Comandos Civiles (grupos de la derecha universitaria y católica que secuestraban y torturaban a militantes obreros y ocupaban las sedes gremiales), hacia 1957 los sindicatos se consolidaron como la estructura institucional del peronismo que mejor soportó el golpe de Estado. Eran un poder con fines, cultura e identidad propios, y si bien podían festejar en silencio una acción de sabotaje, no acompañaban las directivas beligerantes de la "línea Caracas". Perón estaba lejos de engañarse: los sindicatos no se habían levantado en su defensa en 1955, no tenían relación orgánica con los comandos clandestinos, y tampoco eran instrumentos de acción para su regreso. 
Otros elementos que amenazaban la dispersión de su caudal electoral eran los partidos neo peronistas o "el peronismo sin Perón", que no apoyaban su regreso. Había tres líneas, dirigidas por Alejandro Leloir,Vicente Saadi y Atilio Bramuglia, y buscaban ganar un espacio propio entre los trabajadores. Perón los consideraba "traidores solapados del Movimiento". 
Esa discordancia entre sus cartas y la realidad objetiva lo condujo hasta un dilema de hierro: o seguía con el plan insurreccional (con el "Operativo Belfast" como instrumento) o estudiaba un acuerdo político frente a las elecciones presidenciales de febrero de 1958. Perón quería seguir siendo el gran elector. Esa encrucijada se tornó más nítida con el paso de los meses. Perón hizo correr simultáneamente las dos líneas estratégicas. El arte de la conducción, decía, estribaba en no tomar decisiones ni un minuto antes y ni un minuto después, sino en el momento justo. Por eso, ante la opción del caos o el acuerdo, la vio-lencia o la política, ofrecía a sus distintos interlocutores una señal de aliento y otra de suspenso e intriga. El 1 de septiembre de 1957 le comentó a Cooke su opinión sobre el Operativo Belfast: Me parece muy bueno todo lo que me dice a este respecto. Hay que tener cuidado con Kelly que es un gran muchacho pero necesita que, de cuando en cuando, le tiren un poco de la cola. Es un hombre demasiado útil para exponerlo inútilmente pero estoy seguro que si él dirige, todo saldrá bien porque posee lo necesario para la empresa arriesgada. Habrá que apreciar oportunamente si la conveniencia es directamente proporcional al éxito que pueda obtenerse. 
Una semana después, le escribió al ex canciller Hipólito Paz (su hombre en Washington, y quien también le llevaba algunos negocios) sobre las posibilidades de un entendimiento con Frondizi: Nosotros, de acuerdo con el gran consejo criollo, hemos desensillado hasta que aclare, esperando sin decir que no, pero sin tampoco decir que sí. El tiempo suele ser en política un auxiliar valioso cuando se lo juega en la incertidumbre de los enemigos. Seguimos, por lo pronto, con el mismo trabajo que estamos realizando desde hace dos años, pensando que se ganan las batallas con inteligencia y también con perseverancia. 
En el último trimestre de 1957, la mayoría de los gremios agrupados en torno a las 62 Organizaciones Peronistas lanzó dos huelgas generales. Aunque los jefes sindicales no apostaban a la huelga revolucionaria sino a reclamos concretos por mejoras salariales y contra la legislación laboral, Perón apoyó los conflictos con la esperanza de que paralizaran el país: aspiraba a que 1957 fuera "la tumba de los tiranos". 
Perón-Cooke. Correspondencia, ob. cit., tomo I, pág. 325. Véase Hipólito Jesús Paz, Memorias, Buenos Aires, Planeta, 1998, pág. 313. 
Las huelgas no tumbaron al gobierno, pero pusieron en evidencia el fracaso de la política oficial de eliminar el control peronista de los sindicatos. A pesar de las diferencias entre el presidente Aramburu y su vicepresidente, el almirante Isaac Rojas, respecto de cómo enfrentar al poder gremial, el gobierno puso en práctica un plan represivo que incluyó intervenciones, arrestos y la implantación del estado de sitio. Frondizi también colaboró en la generación de un cuadro de mayor inestabilidad política: sus setenta y siete delegados abandonaron la Asamblea de Constituyentes, actitud que fue acompañada por legisladores de otros partidos, lo que determinó la falta de quorum en las sesiones e impidió continuar con la reforma constitucional. A diferencia de Ricardo Balbín, Frondizi siguió radicalizando su actitud de oposición a la Revolución Libertadora, lo que le ganó simpatías entre el electorado peronista. 
Fue por entonces que la Suprema Corte rechazó el pedido de extradición a la Argentina de Cooke y el resto de los fugados de la cárcel de Río Gallegos. Sólo concedió la de Guillermo Patricio Kelly. Una demora en la remisión del dictamen le dio tiempo a Kelly para preparar otra fuga, que provocó una explosión en la prensa latinoamericana y también la renuncia de los ministros de Justicia y Relaciones Exteriores de Chile. 
El agitador nacionalista permaneció casi dos meses prófugo en territorio andino, con un comando que lo secundaba y protegía. Las primeras noches durmió en el zoológico de Santiago, en un compartimiento vacío de la jaula de los leones. Luego se refugió en el balneario de Papudo, y para esquivar un allanamiento se escondió en la chimenea de la residencia de veraneo del juez que había ordenado su detención, a la que había ingresado con la excusa de ser el deshollinador. Para escapar del lugar, le robó la sotana al cura de la parroquia. Cuando partió de Chile con destino a Caracas, usaba una nueva identidad. Era el "doctor Vargas, psicoanalista". En Venezuela, Kelly debió ejecutar una tarea de inteligencia para la que Perón lo había convocado. El jefe de la Seguridad Nacional, Pedro Estrada, tenía detenido a un nicaragüense. El prisionero decía que el gobierno argentino le había encarga-do matar al General, asesinato que, por efecto dominó, produciría la caída del régimen de Pérez Jiménez. Estrada consultó a Perón sobre la veracidad de este plan y éste creyó que el mejor hombre para interrogar al preso era Kelly. Para la fuga, Kelly contó con el apoyo imprescindible de la poetisa uruguaya Blanca Luz Brum, que había sido novia del muralista mexicano David Alfaro Siqueiros y habría tenido relaciones con Perón, lo que motivó los celos de Evita. En 1957, Brum visitaba a Kelly todos los días en la cárcel acompañada por su hija Liliana, que era Miss Chile. En una oportunidad le llevaron una peluca y una pistola escondidas en el doble fondo de un termo. Disfrazado de mujer, Kelly salió de la prisión por la puerta de ingreso junto a Blanca, simulando ser su hija, y entretanto Liliana se ocupaba de distraer a los guardias con su belleza. Fue la primera fuga en la historia de la Penitenciaría. Para una aproximación biográfica de Blanca Luz Brum, véase Hugo Achura, Falsas memorias, Buenos Aires, Siglo XXI, 2001. 
Sin embargo, todo lo que Perón ordenó con sigilo, Kelly lo realizó con estruendo. Su pre- sencia en la cárcel generó un revuelo entre los detenidos políticos. Kelly decidió trasladar al nicaragüense al Tamanaco, un hotel de cinco estrellas. Lo tuvo ocho días entre sus manos hasta hacerlo hablar. Luego le informó a Perón: 
-Es un pendejo capaz. Se llama Chaubol Urbina y responde a las órdenes de Quaranta, el jefe de la SIDE. Incluso se lo coge a Quaranta, el hijo de puta... Lo iba a matar a usted en Panamá, en la entrada del hotel Washington, pero se le cruzaron unos chicos y prefirió no dispararle. Confesó todo. 
-¿Lo torturó? —preguntó Perón. -Nooo... Me hice pasar por el doctor Duval, su asesor legal. Lo puse en una suite, con una manicura para que le hiciera las manos. Todo a puertas abiertas. A la noche le daba de comer pollito con crema. Fina cortesía. Habló de buena manera. Aquí están las grabaciones. 
Después de ese triunfo, Kelly no demoró mucho tiempo en exhibirse en público en Venezuela: organizó una conferencia de prensa en una confitería de Sábana Grande. Allí fue contactado por el reportero Gabriel García Márquez, quien quedó encantado por el relato de sus aventuras y escribió un artículo que luego recopilaría en un libro. 
Pero el efecto simpático del célebre prófugo se desvaneció cuando se supo que trabajaba para la policía secreta del régimen y asesoraba en la represión de los opositores, y además predicaba acerca del riesgo de que en Venezuela estallase la primera revolución comunista de América latina. Él, decía, trabajaba para impedirlo. Una de las muestras de esa labor fue el armado de una "cueva" de seguridad e inteligencia en el edificio Riverside, de la avenida Bello Monte, que pobló de granadas, pistolas y metrallas obtenidas en los encuentros con su amante, la actriz argentina Zoé Ducrós, amiga de Perón e Isabel y esposa del segundo jefe de la Seguridad Nacional, Miguel Sanz. García Márquez había escrito que a Kelly las mujeres lo admiraban tanto como a Humphrey Bogart. Pero los estudiantes de la Universidad Central empezaron a identificarlo con las torturas del aparato represivo. La furia contra el militante nacionalista se transfirió también al General, que hasta entonces gozaba de todas las comodidades del régimen de Pérez Jiménez, aunque prefiriera mantenerse apartado de las figuras de su gobierno. 
Cuando el 26 de enero de 1958 el diario El Nacional tituló "Perón dirigió la represión contra el pueblo venezolano", lo identificó junto con Kelly como "asesores de torturas de la Seguridad Nacional" y publicó cartas fraternales de Perón al titular de ese organismo, el General exiliado no tardó en verse puesto en la mira de los revolucionarios y estuvo cuatro días cercado por los "cabecitas negras" que bajaron como marabunta de los cerros, al grito de "mueran los dictadores". Querían lincharlos a él y a todos los argentinos que lo rodeaban. Se había transformado en uno de los enemigos del pueblo. Véase la crónica "Kelly sale de la penumbra", en Gabriel García Márquez, Cuando era feliz e indocumentado, Barcelona, Plaza & Janés, 1979. 
Perón tuvo el primer indicio de que la rebelión contra Pérez Jiménez iba a triunfar en la cena de Año Nuevo de 1957, realizada en la casa de Miguel Sanz y su esposa, en medio de la guitarreada, entre zambas y chacareras. Un grupo de oficiales rebeldes de la base de Maracay se apoderó de parte de la flota aérea y surcó el cielo con el trazo de sus bombas, y algunos tanques salieron a la calle. Aunque la insurrección pronto fue neutralizada, Perón tenía muy fresco el recuerdo del alzamiento de los infantes de Marina, que habían bombardeado la Plaza de Mayo tres meses antes de desalojarlo del poder. El General dio el alerta: "Díganle a Pérez Jiménez que a mí los conspiradores me hicieron lo mismo, primero me tantearon y después me voltearon", informó a la Seguridad Nacional. 
Justo esa semana Perón había decidido convocar a una amplia reunión consultiva para definir la posición del justicialismo frente a las elecciones de febrero de 1958. En la mesa de su modesta casa del barrio El Rosal se juntaron John William Cooke, Jorge Antonio, Guillermo Patricio Kelly, el ex ministro del interior Ángel Borlenghi, el ex canciller Hipólito Jesús Paz, y varios exiliados, dirigentes de la Resistencia Peronista y el sindicalismo. Cada uno había llegado con sus ideas. Las opciones estaban abiertas: podían apoyar el voto en blanco o a Frondizi, pero de ningún modo a los partidos neoperonistas. Cualquiera fuese la decisión, 
Perón quería que su directiva fuese cumplida por la totalidad del Movimiento, para demostrar que era el jefe indiscutido y mantenía su capital electoral. 
Mientras se analizaba en conjunto los riesgos y beneficios de las distintas alternativas, él ya había elegido: el 3 de enero llegó a Caracas el enviado de Frondizi, Rogelio Frigerio, que dirigía el semanario político “Qué” y era uno de los inspiradores del pacto junto con el abogado Ramón Prieto y Cooke. Perón escribió una larga lista de reclamos para apoyar al candidato de la UCRI, y se la pasó a Frigerio. Además de restituirle sus bienes personales y los de la Fundación Eva Perón, finalizar con la persecución y las inhabilitaciones, normalizar la CGT y los sindicatos, legalizar el Partido Peronista y reemplazar a los miembros de la Corte Suprema. El nuevo presidente debería declarar vacantes todos los cargos electivos y convocar a nuevas elecciones en el término de dos años. A cambio de todo eso, Perón suspendería sus directivas en favor de la violencia e intentaría una rehabilitación política a futuro, a través dela legalidad. En pocas palabras, quería que Frondizi le allanara el camino para volver a ser candidato. 
Frigerio volvió a Buenos Aires con las condiciones de Perón. Frondizi las examinó y lo envió de regreso a Caracas el 18 de enero de 1958. El pacto estaba listo para ser firmado cuando estalló la revolución en Venezuela. El presidente Pérez Jiménez escapó a República Dominicana. Para subirse a un avión militar tuvo que colgarse de una soga, porque a nadie, en ese momento, se le ocurrió colocarle una escalerilla. En el apuro (lo estaba persiguiendo una flotilla de taxis) dejó en la pista de aterrizaje una valija con millones de dólares. Estrada, que en un intento por calmar la situación había sido destituido en las horas previas, voló hacia Washington. Miguel Sanz también escapó. 
Perón fue otro de los objetivos de los insurrectos, y fueron a buscarlo a su casa. Previsoramente, él había intentado trasladarse a la "cueva" del Riverside junto con Cooke y Kelly, pero como el edificio ya estaba rodeado debió esconderse en la casa de un matrimonio argentino. En ningún momento se desprendió de su portafolios, donde guardaba su metralleta Mauser. Sus colaboradores salieron a buscar embajadas donde refugiarlo. España y México lo habían rechazado. Los revolucionarios ya estaban tiroteando el palacio presidencial de Miraflores y el aeropuerto era tierra de nadie. La calle estaba tomada. Los agentes no podían salir del edificio de la Guardia Nacional. Había saqueos, incendios, ahorcados. Nadie identificado con el régimen o con Perón podía salir vivo. Esa era la orden de los revolucionarios. 
Se suscitó un problema adicional: Frigerio. Si alguien lo tocaba, el pacto con Frondizi se caía. Finalmente Perón recibió asilo en la Embajada de la República Dominicana y permaneció cuatro días, del 23 al 27 de enero, junto con Isabel y los caniches, con el tableteo de las metrallas como fondo sonoro. Sus colaboradores fueron entrando como pudieron. No había protocolo ni servicio de embajada. Afuera, más de mil personas zamarreaban el portón de entrada. En momentos de soledad, Perón había imaginado que su destino era morir en el destierro, pobre y olvidado, como San Martín o Juan Manuel de Rosas, o bajo las balas de un oficial de inteligencia o de un mercenario, pero en su fatalismo nunca se le ocurrió la posibilidad de ser linchado por la venganza de otro pueblo. Hizo un aparte para analizar la situación con Kelly, pero el suboficial Andrés López los interrumpió. Tenía la cara desencajada: 
-Mi General, ¿usted tiene un imán para la gente mala?, le gritó. Perón quedó en silencio. Kelly era incontrolable y había arrastrado a todos con sus desbordes. Lo sabía. Pero, con tantos años de peronismo, el suboficial López no había entendido nada: un conductor debía empujar para adelante, con lo bueno y lo malo. Si elegía sólo a los buenos, se quedaba nada más que con tres o cuatro y terminaba sin ir a ningún lado. El embajador dominicano Rafael Bonelly intervino y le pidió a Perón que desarmara a los argentinos. Era una exigencia del nuevo gobierno revolucionario, que asumió el contra- almirante Wolfgang Larrazábal. Cooke, sentado en uno de los escalones de la pileta, se negó: si la multitud franqueaba la puerta, pensaba dar combate: "Mataremos a unos cuantos y después veremos". 
En medio del caos logró filtrarse un oficial de Justicia, con una cédula de notificación para Perón. El General había dejado una deuda impaga de 39.000 bolívares a la tipográfica que le imprimió “Los vende patrias”. Los abogados habían intentado cobrarse embargándole la cuenta bancaria, pero ese mes, tras los sucesivos retiros de fondos, Perón sólo poseía diez mil. Ahora lo querellaban por falta de pago. Dentro del marco de tensión, fue un momento de hilaridad. Presuroso, Landajo firmó un papel y asumiól a deuda, que nunca pensaba pagar. Perón seguía decepcionado: 
-Estamos acá porque perdimos la batalla económica. Siempre pensé que durante la Segunda Guerra los alemanes se iban a levantar y seguir peleando", reflexionó. 
Ya llevaban dos días encerrados, y la gente seguía afuera. Todos los argentinos miraban de reojo a Kelly. "Nos van a matar a todos por culpa de éste", gruñían. Eran varios los que querían echarlo y alguien elevó la moción: que se votara si debía retirarse. No hizo falta: Kelly decidió dar la cara. Sólo pidió dos condiciones: que le dieran un par de anteojos oscuros y un sombrero. También pidió plata, pero, excepto Cooke, ninguno tuvo la voluntad de tirarle una moneda. Cuando salió de la embajada caminando y se mezcló con la multitud, nadie pudo reconocerlo. En medio de la convulsión, Kelly tomó contacto con dos agentes de la CIA: 
-Los comunistas van a entrar a la embajada y van a matar a Perón. Y si lo matan queda comunizado todo el continente —les advirtió. 
Finalmente, los Estados Unidos se dispusieron a rescatarlo, intercediendo ante el gobierno revolucionario para que despejara la zona y facilitara su salida hacia República Dominicana. El salvoconducto era sólo para él. El resto debería permanecer en la embajada. Perón pensó que era una trampa. Pidió garantías. Y el embajador Bonelly se animó a acompañarlo al avión militar dispuesto por el gobierno. Perón partió hacia la República Dominicana el 27 de enero de 1958, escoltado por dos aviones norteamericanos. 
Frigerio también escapó y debió llevar los papeles del pacto para que se firmaran en la República Dominicana. Finalmente, a sólo quince días de las elecciones, Perón dio la orden de votar por Arturo Frondizi, en una declaración que el Comando Táctico Peronista en Buenos Aires distribuyó en copias fotostáticas. Los militares no podían creer que Frondizi, que se había opuesto a Perón en 1955, hubiese firmado un compromiso con él. Ese compromiso le sirvió para llegar a la presidencia. Tras el acuerdo con Perón, Frondizi recibió 4.070.000 votos en las elecciones del 23 de febrero de1958, dos millones más de los que había obtenido en las elecciones a Constituyentes de julio de 1957. 
En Santo Domingo, el General se instaló en el Jaragua, un hotel de cinco estrellas con vista al Caribe. Trujillo, que solventó los gastos de su estadía, dispuso dos edecanes a su servicio. El General aprovechó la fuga de Venezuela para depurar a su equipo de colaboradores. Isabel continuó a su lado: arribó unos días después, con un salvoconducto que la presentaba como periodista francesa. Roberto Galán y su esposa lo hicieron trayendo los caniches. González Torrado logró relacionarse con el gobierno de Trujillo (su esposa se convirtió en secretaria del senador Joaquín Balaguer), llegó a ocupar cargos oficiales, y luego se relacionaría con la CIA. Kelly se fue apedreado del aeropuerto de Caracas, consiguió refugio en Haití y, luego de una turbulenta estadía en la que fue encarcelado, cruzó la frontera hasta República Dominicana, donde permaneció unos días. Regresó a la Argentina con el pasaporte que le robó a Galán y a los seis meses fue detenido y trasladado nuevamente a la cárcel de Ushuaia. Jorge Antonio obtuvo la protección del dictador Fulgencio Batista y se instaló en el hotel Habana Rivera de Cuba, para seguir con sus negocios. Lo acompañó Ángel Borlenghi, que era propietario de un hotel y cobraba sueldo como asesor en el Ministerio de Gobierno de ese país. El mayor Pablo Vicente, que estuvo a punto de morir fusilado cuando intentó recuperar las pertenencias de Perón en medio de la revolución (lo salvó su mujer, al enfrentar a la gente y cubrirlo con su cuerpo), fue detenido por el nuevo gobierno, luego liberado y auxiliado por Jorge Antonio en La Habana. 
Perón ya le había hecho la cruz: en su afán de mostrarse como su mejor discípulo, Vicente (bajo el apodo de "Gerente") había escrito cartas a los exiliados más revolucionarias que las del propio Perón. El suboficial Andrés López no fue aceptado en República Dominicana. Perón le dijo que aprovechara la amnistía que dictaría Frondizi y se instalara en Buenos Aires para seguir trabajando por su regreso. Fue la propia Isabel quien decidió vengarse de Gilaberte y Landajo, que habían vigilado sus movimientos durante casi dos años por orden del General. En un primer momento, intentó borrarlos de la lista de los salvoconductos de salida dela embajada, pero en el caso del chofer, que logró viajar más tarde a República Dominicana, su final lo marcó una discusión mantenida con Roberto Galán en presencia de Perón y de su novia. En una sobremesa, le gritó al locutor: 
-¿Por qué no te pones a trabajar, Roberto? ¿No ves que el General no puede mantenerte toda la vida?. 
A los pocos días Perón envió a Gilaberte al Paraguay para que le buscara una casa. Pensaba radicarse en Asunción, pero se enteró de que el gobierno de Stroessner, presionado por los Estados Unidos, consideraba inconveniente su llegada, y no viajó. Gilaberte quedó varado en el lugar, enviando cartas a su General, que éste ya no contestaría nunca. 
Por último, Landajo. Perón le hizo saber que le tenía cariño, pero que su presencia incomodaba a su novia, y lo envió a Cuba. De ese modo, Isabel fue apartando del camino a sus enemigos y afianzando su relación con Perón, que talló a su favor. A pesar de tantos meses de sospechas y persecuciones, ella había permanecido a su lado. Ahora lo único que le importaba era casarse con él.
FUENTES DE ESTE CAPÍTULO
Para el tema del exilio de Perón en Venezuela, se realizaron entrevistas a Ramón Landajo, al suboficial Andrés López y a Guillermo Patricio Kelly. Además, se recabó información en: Memorial de Puerta de Hierro; Perón-Cooke. Correspondencia; Memorias de Hipólito Jesús Paz; Nueva Historia Argentina, tomo IX (1955-1976); Arturo Frondizi. Biografía de Emilia Menotti; Resistencia e integración, de Daniel James; Perón, una biografía, de Joseph Page; El hombre del destino, fascículo 38 de Editorial Abril; Cuando era feliz e indocumentado, y "Memorias de la Revolución" de Gabriel García Márquez; Kelly cuenta todo; "Al final del camino" en www.alipso.com; Jorge Antonio: el hombre que sabe demasiado, de Any Ventura. Artículos de prensa del diario El Nacional, diciembre de 1957 y enero de 1958, y del 11 de abril de 1976; y revista Somos, del 14 de enero de 1977. Según documentos desclasificados por el Departamento de Estado, Galán se comunicó con la embajada norteamericana en Ciudad Trujillo (hoy Santo Domingo) para solicitar la visa de Perón a los Estados Unidos por unos meses, antes de trasladarse a Europa. Le fue denegada tanto por ese país como por España. Según la misma fuente, durante todo junio de 1958 los cables de la embajada norteamericana en Asunción dieron cuenta de que Perón intentaba viajar al Paraguay, pero la presión delos Estados Unidos sobre el gobierno de Stroessner influyó para que le prohibieran el ingreso, a pesar de que Perón tenía ciudadanía paraguaya. Luego de buscar en vano residencia en ese país, Gilaberte volvió a la Argentina, donde trabajó como sereno en una empresa textil.