sábado, 4 de abril de 2020

CAPITULO 6-POR EL AMOR DE DIOS

CAPITULO 6
POR EL AMOR DE DIOS

Por el amor de Dios Todo el vértigo de Caracas se aplacó en República Dominicana. Perón vivió durante dos años en calidad de huésped de honor del Generalísimo Rafael Leónidas Trujillo Molina, con todas las comodidades a su disposición. El gobierno extremaba las condiciones de su seguridad hasta el punto de informarle sobre los argentinos que solicitaban visitarlo, para que él mismo decidiera si se aceptaba o rechazaba el pedido de visa. Trujillo estaba siempre dispuesto a atender a sus necesidades. Si se enteraba de que Perón tenía alto el colesterol, mandaba comprarle aceite de maíz importado de los Estados Unidos. Y así con todo. Cuando sufrió un mareo que lo tumbó en la cama, lo asistieron los más calificados médicos del Hospital Militar, que le extrajeron de la oreja un tapón de cera del tamaño de una almendra. Apenas el Generalísimo supo que Perón se sentía incómodo en el hotel Paz, que pertenecía al Estado, de inmediato le envió un coronel que lo trasladó a la residencia desocupada de su hijo Ramfis Trujillo, rodeada de ocho hectáreas de tierra, ubicada a doscientos metros del mar Caribe, y con tres morenas dedicadas a su servicio.
 A pesar de las permanentes distinciones, Perón no dejaba de sentirse aislado del mundo. La rutina provinciana, en la que cada día era una réplica exacta del anterior, empezaba a oprimirlo. Para no desanimarse intentó vivir cualquier mínimo programa como si fuera un gran evento. Si en la calle El Conde había un local que vendía zapatos de cuero italiano, reservaba una tarde para visitarlo. La proyección de la película Simón el Mago, en el autocine al aire libre, le provocó tanto interés que lo impulsó a salir del Cadillac presidencial que le había puesto Trujillo para verla de parado. Un viaje en su Lambretta con rumbo al río Haina, del otro lado de la ciudad, para fumar un cigarrillo rubio recostado en las barandas del puente mientras observaba las garzas dormidas sobre los árboles, se volvía una experiencia de un significado inolvidable. Isabel también intentaba llenar el vacío de cada día con atracciones mínimas. Su programa dilecto era el helado con frutas que servían en un bar japonés del centro, pero además se entretenía enseñándoles a escribir a las chicas del servicio, o memorizando las tablas de calorías de los alimentos que aparecían en el libro del doctor Hauser. 

En los momentos de intimidad de la pareja, Isabel y el General esperaban la madrugada sentados en el porche de la casa; a ella le agradaba escuchar los relatos de su hombre sobre las campañas militares de Alejandro Magno; su voz ronca, tabacal, la acunaba, se perdía en el rumor sordo de las olas que rompían en los acantilados. La esgrima fue otro gran entretenimiento. Perón, que durante varios años había sido campeón de espada en los torneos internos del Ejército, alentó a Isabel para que tomara clases. Compró dos caretas y dos floretes, y ambos se pusieron a las órdenes de un profesor puertorriqueño que los proveyó de pectorales. Pasaron casi dos meses haciendo de cada clase un argumento sólido para sostener los días. Incluso, Isabel realizaba movimientos de una elegancia que estimulaban al General. Pero imprevistamente todo terminó: el profesor debió regresar a su país. Durante varias semanas esperaron su retorno, pero, cuando finalmente volvió, Isabel ya no tenía ganas de retomar las clases. En República Dominicana, todo lo que concernía a Perón como conductor del Movimiento se había reducido: las visitas de dirigentes en busca de instrucciones, el flujo de envíos y la recepción de cartas; pero la ausencia más notable era la de su entorno, limitado a la presencia de Américo Barrios, un periodista al que Perón envió a Egipto en 1953 a entregar una réplica del sable corvo de San Martín al rey Naguid. Barrios había intentado montar una agencia de publicidad en Caracas, proyecto abortado por la revolución contra Pérez Jiménez. El motivo determinante para que acompañara a la pareja a República Dominicana, donde se convirtió en fiel testigo de su aburrimiento, era que le caía en gracia a Isabel. En términos formales, era el secretario de Perón, aunque no tenía más 
funciones oficiales que la de distribuir en la Argentina miles de fotografías de su jefe o mandar a imprenta una selección de estrofas del Martín Fierro, que Perón siempre citaba con tono aleccionador. 
Cada vez que Trujillo tenía ganas de contar con la presencia de Perón, recurría a Barrios para que se lo trajera, o lo hacía venir mediante los dos edecanes de turno que había colocado a su lado. A veces llevaba a Perón a la inauguración de una obra pública o lo invitaba a almorzar al Palacio Nacional. De los muchos encuentros, Perón no olvidaría el de aquel sábado en que el Benefactor de la Patria lo obligó a permanecer cinco horas en el palco oficial observando un interminable desfile de trabajadores que se atropellaban para besar las manos de Trujillo. Luego al mismo Perón le tocó descender a la calle y desfilar junto a los ministros del gabinete nacional bajo un sol perturbador. 
Cuando comenzó a sembrar semillas de césped en la casa de Ramfis Trujillo, Perón ya sentía un incontenible deseo de irse de la isla. Se sentía un prisionero colmado de atenciones: ninguna gestión realizada ante las embajadas en busca de otro refugio había dado resultado positivo. Debía conformarse con seguir en manos de su demandante protector local. 
Con el correr de los meses la forzada calma de la República Dominicana se volvió amenazadora. Las relaciones entre los Estados Unidos y Trujillo se tensaron le impusieron sanciones económicas y dejaron de proveer al país caribeño de armamento pesado. Luego de treinta años de armonía entre ambos países, la moral media norteamericana se sentía algo inquieta por las denuncias sobre las violaciones a los derechos humanos a las que eran sometidos los opositores al régimen de Trujillo. En consecuencia, la economía dominicana, que se sostenía con los monopolios del azúcar, el aceite, la sal y otros productos primarios en manos de la familia gobernante y de sus allegados, empezó a dar muestras de decaimiento. El enfrentamiento entre países tomó un carácter más familiar cuando se conoció la conducta del hijo mayor de Trujillo, que corría a las actrices de Hollywood a bordo de su Mercedes Benz y las seducía con tapados de visón más que con la calidad de su labia. 
Ramfis, que revistaba en el ejército norteamericano con el grado de coronel, debió volver a su país antes de que el gobierno de los Estados Unidos lo expulsara. Su padre tomó este hecho como una afrenta personal. En revancha, poco tiempo después echaría de la isla al embajador norteamericano. 
Fidel Castro fue el otro problema. El triunfo de la Revolución Cubana del 1 de enero de 1959 produjo un efecto desestabilizador sobre las dictaduras caribeñas, y el régimen de Trujillo no fue una excepción. Desde su radio portátil, Perón escuchaba con preocupación las transmisiones clandestinas de proclamas revolucionarias. También estaba al corriente de la represión a los rebeldes que preparaba el régimen, porque uno de los que estaba a cargo de implementarla era una vieja relación suya, nacida en el tiempo en que España vivía acuciada por el hambre y bloqueada por la Unión Soviética, los Estados Unidos y las Naciones Unidas. Se trataba del coronel español Enrique Herrera Marín. Perón lo había conocido durante su primera presidencia, cuando el militar español llegó a Buenos Aires con una carta de Franco en la que éste le reclamaba que intensificara el envío de carne y trigo. De inmediato, Perón decidió cambiar el destino de cuatro barcos mercantes que transportaban toneladas de trigo a Inglaterra, y les ordenó que se dirigieran a los puertos de Cádiz, Barcelona y Vigo. 
En 1948 el pacto entre Perón y Franco estaba en su luna de miel, pero una década más tarde, y debido a las estruendosas desavenencias entre el ex presidente argentino y la Iglesia Católica, el dictador español se negaba a acoger a un excomulgado. Como agregado militar español en Dominicana, en términos oficiales, Herrera Marín asesoró a Ramfis Trujillo en la creación de una academia militar para el régimen, pero su misión más reservada fue la de participar en el armado de una legión anticomunista internacional, que dirigía el agente de inteligencia español Luis González Mata, "El Cisne". Para tal objetivo, y teniendo a su disposición cuatro millones de dólares depositados en un banco suizo, González Mata reclu- tó a 1200mercenarios franceses, españoles, griegos y alemanes, entre ellos el aviador nazi Hans Ulrich Muller, que había armado la red de protección del criminal médico Josef Mengele en la Argentina, y que en las tertulias nocturnas del comedor del hotel Pazle relataba a Perón sus proezas contra los acorazados rusos. 
Otro integrante de la Legión Anticomunista era el criminal croata Milo Bogetich, que años más tarde le brindaría su amistad a Isabel. Los mercenarios que llegaban a la isla fueron contratados como técnicos de la Sociedad Azucarera del Río Haina, y quedaron a la espera del arribo de las fuerzas revolucionarias que se entrenaban en Cuba y Venezuela. No tardarían en ponerse en acción: cuando sesenta cubanos, a bordo de un DC 3, aterrizaron en un aeródromo cercano al lago Constanza, con el fin de crear un foco guerrillero, la Legión Anticomunista les tendió una emboscada y los eliminó. Otro grupo más numeroso desembarcó en la costa norte, y logró infiltrarse en las montañas, aunque correría la misma suerte. Los mercenarios, estimulados por la oferta de Trujillo de entregarles mil dólares por la cabeza de cada invasor, completaron sufaena a las pocas semanas. De todos modos, aunque el régimen dominicano logró aplastar la rebelión, sus brutales métodos de represión contra el pueblo, más la presión política de los Estados Unidos, hacían prever que el final era inminente. A Perón le incomodaba verse incluido en el lote de dictadores refugiados. A la del venezolano Pérez Jiménez se había sumado la llegada de Fulgencio Batista, el depuesto dictador cubano. En términos morales, lo único que tranquilizaba a Perón frente a la posible debacle de Trujillo era que había manifestado su deseo de irse antes de que el régimen empezara a peligrar: no quería que el Generalísimo imaginara que estaba huyendo. 
La esperanza de Perón era radicarse en Suiza. A ese efecto, Américo Barrios viajó en dos oportunidades a Ginebra, pero no consiguió el permiso de residencia. Al margen de las bondades que podía ofrecerle la paz helvética, distintos biógrafos suponen que Perón intentaba recuperar un dinero que supuestamente estaba depositado en una cuenta a nombre de Evita o de su hermano Juan Duarte, el mítico "tesoro" del cual todos hablaban. Las críticas realizadas por Perón a Suiza en esa época constituyen un indicio que refuerza, aunque no confirma, esa hipótesis. El último intento de radicación lo haría Isabel, quien viajaría en febrero de 1960 a encontrarse con Silvio Tricerri. El comerciante de granos, en previsión de una respuesta positiva por parte del gobierno helvético, ya había conseguido una residencia para alojar al ex presidente. Sin embargo, cuando ya todo parecía estar en orden, le negaron el permiso a Perón por enésima vez. 
Silvio Tricerri había conseguido la residencia de Les Charmettes, en la localidad de Gland, cantón deVaud, para recibir a Perón y a su concubina. Pero el Consejo Federal suizo anuló el contrato de locación. 
Pero si las gestiones para ser acogido en Suiza fueron infructuosas, mayores beneficios, en cambio, le rindió el trabajo del canciller argentino Carlos Florit, que intercedió ante España y consiguió una respuesta favorable a su solicitud, contentando de ese modo a los militares argentinos, que consideraban beneficiosa cualquier alternativa de alojamiento de Perón, si se excluía la de su regreso a Buenos Aires. Florit y el embajador español en República Dominicana, Alfredo Sánchez Bella, acordaron que Perón se trasladaría a Portugal y, luego de un tiempo prudencial, entre cuatro o seis meses, entraría a España como turista. Su presenciase restringiría al territorio de Málaga. Pero cuando el General obtuvo la visa para emigrar, ninguna compañía aérea quiso tomar el compromiso de llevarlo a Europa. En el cable que la embajada norteamericana envió a Washington, el 15 de enero de1960, se informaba que "Perón no pudo alquilar charter esta semana, lo que pone en dudas su propia explicación acerca de cuándo dejará el país. La embajada sugiere que se vigile debidamente su partida, porque puede buscar rutas alternativas y hay que restringirle las visas por razones de seguridad." 
Finalmente, Barrios consiguió que Varig cediera un Super Constellation-G. Los gastos los afrontó el Generalísimo Trujillo. La CIA, en tanto, colocó a un agente propio en el avión, John del Re, que viajó a Europa como un turista accidental. Sin embargo, en pleno vuelo, a la altura 
de las islas Azores, y desconociendo el acuerdo previo, Perón ordenó al piloto que tomara la ruta hacia el aeropuerto de Madrid. El Generalísimo Francisco Franco, indignado, ordenó a la Fuerza Aérea que lo obligaran a aterrizar en Sevilla, y de allí partió a su confina-miento en Torremolinos, que por entonces era un pueblo de pescadores. En ese lugar, dos guardias civiles lo vigilaban permanentemente. Perón se alojó en una casita dependiente del hotel El Pinar, con vista al mar, y con gastos a cargo del empresario Jorge Antonio. Y comunicó a los puestos fronterizos la prohibición del ingreso de Perón. Véase el diario Le Courrier (Suiza) del 4 de febrero de 2003. Por otra parte, según el testimonio de la actriz española Niní Montiam, Perón le pidió que acompañara a Isabel a Suiza para que la ayudara a ubicar los depósitos bancarios de Evita, de quien la actriz había sido muy amiga. En un relato autobiográfico de esos años, Perón dijo que" Suiza es el país en que se juntan todos los bandidos, porque es el país 'reducidor'. Reducidor le decimosl os argentinos a ese que compra las cosas robadas. Suiza es el lugar donde esconden todo lo que roban a los demás". Pese a que en esa misma grabación Perón no se consideraba un bandido, por el tono que empleaba, aparentemente se sentía damnificado por Suiza. Para la confesión de Niní Montiam, véaseJoseph Page, Perón, una biografía, Buenos Aires, Grijalbo, 1999, pág. 444. Para la referencia a Suiza,véase Juan Domingo Perón, Yo, Juan Domingo Perón. Relato autobiográfico, Buenos Aires,Sudamericana/Planeta, 1976, pág. 107. Casi un año y medio después de la partida de Perón, Trujillo moriría asesinado a tiros en una emboscada, cuando salía de paseo nocturno en su Chevrolet. Su cadáver sería puesto en el maletero del automóvil. Para un relato novelado sobre su vida y el régimen dominicano, véase Mario Vargas Llosa, La fiesta del Chivo, Buenos Aires, Alfaguara, 2000. El hijo del Generalísimo Trujillo, Ramfis, moriría pocos años más tarde en un accidente automovilístico en Madrid. Perón participaría del oficio religioso junto al hermano del difunto, Radamés. Por su parte, luego de la muerte del Generalísimo Trujillo, el dictador venezolano Pérez Jiménez se exiliaría en Madrid y moriría en septiembre de 2001, a los 86 años. El presidente Hugo Chávez envió condolencias a los deudos en nombre de "Venezuela entera", publicó una solicitada en su memoria y comparó el gobierno de Pérez Jiménez con la gesta del general Bolívar. 
Durante su estadía en Ciudad Trujillo (actual Santo Domingo), el General se desembarazó de John William Cooke. El ex diputado había sido funcional a su estrategia de guerra revolucionaria durante más de dos años, ocupándose del armado de la "línea dura" del peronismo con activistas de la Resistencia Peronista. Pero luego de la firma del pacto con Frondizi, Perón comenzó a erosionar su liderazgo y lo puso en pie de igualdad con aquellos que habían buscado acomodarse primero con la Revolución Libertadora, y luego con la política "integracionista" de la UCRI, seducidos por las mieles del Estado y el calor oficial. La influencia de Cooke dentro del Movimiento se vio reducida con la creación del Consejo Coordinador y Supervisor Peronista, un nuevo organismo de representación, "brazo táctico" de Perón, que integraban múltiples dirigentes, la mayoría de ellos pertenecientes a "la línea blanda". Todos ellos se vigilaban entre sí y reportaban directamente al General. Con esta estrategia Perón lograba un efecto doble: por un lado, socavaba el poder interno de Cooke; por el otro, al integrar a la "capa blanda" a la conducción del Movimiento, evitaba la diáspora interna, aunque, según sus cartas, Perón confiaba en su propio poder de aniquilación. 
En enero de 1959, la huelga obrera que resistió la privatización del frigorífico Lisandro de la Torre bastó para que el nuevo Consejo Peronista entrara en colisión con la línea revolú- cionaria de Cooke. Bajo la calificación de "loquito y terrorista", lo acusaron de promover una alianza entre obreros peronistas y comunistas en el conflicto, que fue reprimido por Frondizi, como un ejercicio previo a la implementación del Plan Conintes: cientos de líderes gremiales fueron encarcelados. 
En una carta que escribió a Juanita Larrauri, dirigente de la rama femenina, Perón indica: "Yo no creoen la fábula de la 'integración' y menos en la 'fagocitación' del peronismo por la UCRI, como algunos temen. Si Frondizi llegara a 'comprarse' algunos dirigentes peronistas o algunos dirigentes peronistas quisieran 'recostarse' o 'cabrestiar' para el lado de Frondizi, me bastaría una sola palabra para aniquilara todos los que se prestaran para un acto tan indigno. El peronismo, por su mística, su doctrina y la politización de la masa está en condiciones de expulsar a la mitad de sus dirigentes sin que pierda un solo voto. Nosotros no tenemos caudillos". Véase Perón-Cooke. Correspondencia, ob. cit., tomo I, págs.61-62. La aplicación del Plan Conintes ("Conmoción interna del Estado") en 1960 llevó a los obreros rebeldes a ser juzgados por la justicia militar acusados de "terrorismo". El plan fue elaborado con asesoramiento de una misión francesa, algunos de cuyos integrantes se habían desempeñado en la represión y el asesinato de los combatientes del pueblo argelino. Para la influencia de los métodos de la guerra sucia en los militares argentinos, véase revista Todo es Historia, septiembre de 2002, y Página/12,31 de agosto y 3 de septiembre de 2003. A poco de haber iniciado su gobierno, Perón denunció a Frondizi por haber incumplido el pacto electoral que lo había llevado a la presidencia. Frondizi, a su vez, negó la auten-ticidad de su firma en el pacto. Luego, Frigerio admitió que lo firmó, pero dijo que el contenido del pacto había sido adulterado. La controversia fue debatida por periodistas e historiadores durante varios años. Lo conclusión final demuestra que Frondizi, pese a recibir el apoyo electoral del peronismo, no tenía la fuerza política necesaria para levantar la proscripción a Perón y autorizar su participación electoral, como indicaba una de las cláusulas del pacto. Según el empresario Jorge Antonio, Perón recibió 85.000 dólares de parte de Frigerio como contraprestación por el apoyo electoral a Frondizi. Véase reportaje en revista Tres Puntos, 29 de enero de 2003. 
Cooke imaginaba que Perón saldría a respaldarlo. Le escribió que se sentía agraviado por el organismo, y le informó que el Partido Justicialista, que había sido legalizado en algunas provincias, se estaba contaminando de "corruptos" que negociaban por dinero el fin de una huelga o su integración con Frondizi. Bajo la fachada de la "unidad" y la devoción al Líder, le advirtió. se estaban cometiendo las peores estafas. Después de recibir esa carta, y durante mucho tiempo, Perón dejó de escribirle y designó a Alberto Manuel Campos en su reemplazo. 
Cooke, perseguido por el gobierno de Frondizi, pasó a la clandestinidad, fue marginado del Movimiento, y decidió asilarse en Cuba, donde quedó embelesado por los discursos de Fidel Castro y el clamor de las multitudes. En la isla recordaba con nostalgia, pero también con aspiración de futuro, a Perón en el balcón de la Plaza de Mayo. Cooke intentó convencer a los cubanos del carácter revolucionario del peronismo y retomó la correspondencia con el General desde La Habana, en su afán de proyectarlo como un líder de la liberación latinoamericana y diferenciarlo del resto de los dictadores refugiados por Trujillo. Pero en sus cartas al General, Cooke no dejaba de anotar sus advertencias: el peronismo, afirmaba, debía definir una ideología, que para Cooke era luchar por la liberación del proletariado a través de la guerra de guerrillas. Para la mayoría de los dirigentes peronistas, en cambio, la ideología se definía en la lealtad al General. Durante varios años, Cooke apeló al fervor revolucionario de Perón y lo invitó a residir en La Habana. Contaba con el apoyo de Fidel Castro. Pero el Líder permaneció inmune a sus apasionadas imploraciones, y a Cooke le llevó bastante tiempo comprender lo estéril que resultaba esa correspondencia cada vez más unilateral. 
Recién llegado a España, en 1960, Perón recogió las simpatías de los falangistas, quienes lo consideraban un líder nacionalista, continuador de las ideas de José Antonio Primo de Rivera. Sin embargo, Franco ordenó a los suyos que no se le diera más trascendencia a su persona de la que (obligada cortesía) se merecía por haber enviado trigo y carne cuando el pueblo español lo había necesitado. La respuesta de Perón a la invitación de residir en la isla fue breve y retórica. Ponderó a Fidel Castro por enfrentar a los Estados Unidos y le ratificó que “la fuerza de Cuba, como la de 
todos los que luchamos por la liberación, radica en que la línea intransigente que sostenemos coincide con el desarrollo histórico y la evolución”. Sin embargo, simultáneamente, luego de una visita a España, el neoperonista Juan Bramuglia habló en nombre del Líder y dijo que el peronismo defendía “los valores de Occidente” y no los del comunismo. Según expresaba en sus cartas, Perón se sentía un Padre Eterno que bendecía a todos los que deseaban unirse bajo su conducción. Para la relación Perón-Cooke, véase Perón-Cooke. Correspondencia, ob. Cit., tomos I y II. 
El intercambio epistolar fue editado por primera vez a inicios de la década de los setenta. Tuvo mucha influencia en los jóvenes que desde la izquierda se integraban al peronismo, porque mostraban a un Perón a la vez permeable y propulsor de las ideas revolucionarias, especialmente en el tomo I. Para la trayectoria de Cooke —que murió de cáncer en1968, a los 48 años—, véase Richard Gillespie, John William Cooke, el peronismo alternativo, Buenos Aires, Cántaro, 1989. 
Luego de hacerlo pasar tres meses en el agreste retiro en Torremolinos, el Generalísimo aceptó que Perón residiera en una modesta casa del norte de Madrid, en el barrio El Plantío, que el empresario Jorge Antonio se ocupó de alquilar y amoblar. En este caso, las condiciones puestas por Franco fueron dos: que se abstuviera de intervenir en la política argentina, y que no hiciera mención alguna a la coyuntura española. Como Perón ignoró en forma sistemática la primera de las prohibiciones, el Generalísimo lo enviaría "a veranear" en media docena de oportunidades a Galicia o a la costa del mar Mediterráneo. El primero de esos obligados viajes de placer sucedió el 7 de julio de 1960: cuando el presidente Frondizi fue recibido por el Generalísimo, Perón debió alejarse de Madrid. Desde su nuevo hogar, el General estrechó su contacto con Emilio Romero, director del diario Pueblo, y por su intermedio accedió a algunas relaciones culturales e intelectuales del ambiente falangista. También continuó su amistad con el teniente coronel Enrique Herrera Marín, ya vuelto de su misión en República Dominicana. Fue precisamente el militar español quien acercó a Perón a su vecino, el teniente coronel médico endocrinólogo Francisco Florez Tascón, director del Hospital Militar, un médico de culto que escribía libros de historia y estaba muy bien consi- derado dentro del franquismo, al igual que su esposa María Dolores Sixto Sanz de Florez Tascón, que oficiaba de secretaria del obispo de Madrid y patriarca de las Indias, monseñor Leopoldo Eijo Garay, cerrado defensor del régimen de Franco. 
Si se tiene en cuenta que desde hacía algunos años Perón intentaba dilucidar si había sido excomulgado o no por el papa Pío XII (por violar el canon 2334 de la ley canónica al expulsar de la Argentina a los obispos auxiliares Tato y Novoa en 1955), y, también, que enviaba emisarios para apaciguar los rencores de la Iglesia Católica, se puede deducir que ese núcleo de relaciones sociales le interesaba. Perón también debía entregar algo para ser aceptado: Florez Tascón podía presentarlo entre su círculo de amistades como un ex presi-dente en desgracia, pero lo incomodaba aceptar que convivía con su secretaria (tal como la presentaba) sin legalizar la relación. Naturalmente, eso era un pecado, y el devoto militar médico no dejaba de recordárselo. 
Durante casi dos años del exilio en España, Perón intentó escapar al compromiso matrimonial con Isabel Martínez. Siempre ponía como obstáculo el cadáver de Evita. Le explicaba a Florez Tascón que, mientras el cuerpo de su esposa continuara desaparecido, no le haría un favor a su memoria contrayendo nuevo matrimonio. Pero el médico se mantenía firme en su creencia: 
-Tú te tienes que casar con Isabelita y Evita aparecerá cuando llegue el momento. Perón creía que la Iglesia Católica no le iba a conceder el sacramento luego de cinco años de convivencia. No obstante, a pesar de todos los impedimentos y las argucias, deseaba recomponer las relaciones con la Iglesia porque creía que jamás podría volver al poder si no lograba saldar los rencores con Roma. "Quien come curas, come veneno", dice el refrán. Durante su exilio, siempre lo recordaba. Quizá la posibilidad de ser absuelto por el Vaticano era lo que más inclinaba su ánimo en la dirección del matrimonio. En España, el General retomó su vinculación con la Orden de la Merced. Afines de la década de los treinta, cuando era agregado militar en Roma, había frecuentado a los frailes para mitigar sus desfallecimientos espirituales, y los mercedarios le brindaron protección y paz. La relación continuó hasta el punto de que el padre Moya fue asesor religioso durante su gobierno, aunque llegado el momento nada pudo hacer para evitar el enfrentamiento de Perón con la Iglesia. El hombre que retomó la confesión en Madrid en 1960 estaba menos animado por las turbulencias políticas que por las sentimentales. 
Cuando Perón visitó la parroquia mercedaria de la calle Silva, le confió al fraile prior Elías Gómez y Domínguez que se sentía muy solo. No encontraba su lugar ni a nadie que lo comprendiera. 
-He tenido muchas mujeres, pero de ninguna he recibido el cariño que esperaba. ¡De ninguna!, le dijo. 
El fraile vio en ese hombre público genial a un ser desangelado, sumido en una profunda soledad. Un Quijote perdido, sin voluntad ni carácter, que siempre era mandado por quien estuviera a su lado. Perón vivía desengañado. Gómez y Domínguez le dijo lo que ningún obispo hasta ahora se había animado: si no se casaba con Isabel, tenía a cualquier orden para servirle, pero no a la de los mercedarios. 
-Usted vive junto a esa mujer en concubinato, y como sacerdote no puedo admitírselo. El fraile intuía que Perón no quería a Isabel, y tampoco ella a él. Pero si no había un compromiso emocional entre ambos y no deseaban casarse, tampoco podían seguir viviendo juntos. La orden no podía aceptarlo en esa condición. 
-Yo soy su confesor, y no puedo adularlo como lo hicieron tantos otros. A usted le faltaron asesores que le dijeran la verdad. El problema de ser una montaña es que hasta la cima no llega más que el humo. ¿Cómo explica usted a un hombre que vive con una mujer durante tantos años cuando no es su esposa?, preguntó. 
Perón comenzó a llorar: -Usted es el único que me ha puesto de rodillas, padre, le dijo. Impulsada por la amistad y la religiosidad de Lola Florez Tascón, y acompañada por ella misma en el convento, Isabel ofrendó a la Virgen de la Merced un manto que le habían enviado mujeres peronistas de La Rioja, la tierra donde había nacido. La publicación de la foto de ese sencillo acto en la revista interna de la orden desató el escándalo. ¿Cómo una revista religiosa podía dar publicidad a una mujer que hacía vida marital con un hombre excomulgado? El nuncio Antoniutti, que estaba convencido de la vigencia de la excomunión de Perón y que se irritaba al verlo en los oficios religiosos desempeñándose como padrino de bautismo, puso el grito en el cielo. 
La presión conjunta de su círculo de amistades y de la orden de los mercedarios fue torciendo la voluntad de Perón. Y tanto los Florez Tascón como el mismo padre Gómez impulsaron al obispo de Madrid, Eijo Garay, a buscar un resquicio en la interpretación de las leyes canónicas que permitiera redimir al cautivo y llevar adelante la boda. Era el único que podía subsanar el problema, y el que mayor respaldo eclesiástico y político tenía para asumir las consecuencias. Eijo Garay recomendó la única solución que consideraba posible: un casamiento en secreto. La ceremonia debía celebrarse con la mayor reserva, lo que permitiría a la pareja llevar ante la sociedad la idea de que se había celebrado años atrás. De allí en adelante se debía informar que Perón e Isabel estaban casados. Ni una palabra más. El dato de que antes de la boda vivían en concubinato los desprestigiaba a todos. En términos eclesiásticos, el matrimonio no sería inscripto en ningún registro parroquial de Madrid, pero sería canónicamente válido. Y además tendría plena efectividad, por lo que la novia no perdería los derechos sucesorios de su marido. 
El 15 de noviembre de 1961, Perón e Isabel se casaron en la casa de Florez Tascón, en Cea Bermúdez 55, en una ceremonia oficiada por el cura Elías Gómez y Domínguez. A partir de ese día, Perón fue legitimado socialmente por su círculo de relaciones e Isabel le pidió a Rosario 
Álvarez Espinosa, la mucama que había traído del hotel de Torremolinos, y también a Amparo, la cocinera, que la llamaran "señora". Para esa misma Navidad, los cónyuges enviaron con orgullo a sus más íntimas amistades una tarjeta de salutación firmada con los nombres de Juan D.Perón y María Estela Martínez Cartas de Perón. 
Pero el secreto duraría poco: el periodista Armando Puente, de la agencia France Press de Madrid, revelaría pocas semanas más tarde los detalles de la boda, y lograría desquiciar al arzobispo Eijo Garay, quien había realizado colosales esfuerzos para que el sacramento permaneciera en la nebulosa. Poco más tarde, Perón lograría la absolución del Vaticano y quedaría en paz con la Iglesia. Para lograrlo, había sido imprescindible su matrimonio con Isabel. El canon 2263 prohíbe a los excomulgados participar de actos eclesiásticos. A pesar de ello, Perón fue padrino de Juan Cernuda, hijo del poeta Amancio Cernuda, en un oficio celebrado en la iglesia Nuestra Señora de las Angustias de Madrid. También apadrinó a la hija de Héctor Villalón, quien financió la formación de grupos juveniles de izquierda peronista a inicios de 1960, y luego se volcó, en forma turbia e intrigante, a la interrelación de los negocios y la política. 
En términos institucionales, con el Líder en el exilio, la Argentina se encontraba atascada por la imposibilidad de construir un orden político democrático. El presidente Frondizi, que había prometido un programa de desarrollo nacional, con un proyecto de integración del peronismo a la vida política, pronto tuvo que desandar ese camino y pasó a gobernar bajo constante vigilancia militar. Cuando intentó rehabilitar al peronismo en el proceso electoral, y la fórmula Framini-Anglada ganó la gobernación de Buenos Aires en marzo de 1962, las Fuerzas Armadas aplicaron su poder de veto: anularon la elección, lo depusieron y lo con- finaron en la isla Martín García, en el Río de la Plata. Pero proscribir al peronismo, anular sus triunfos y condenar a su Líder al exilio no equivalía a eliminarlo de la vida política. 
Después de derrocar a Perón en 1955, las Fuerzas Armadas probaron con la represión, la persuasión y la fragmentación, pero el peronismo se resistía a desaparecer; sobrevivía. No tanto por las acciones erráticas de sus dirigentes, sometidos a las ambiguas instrucciones del General ante cada coyuntura, sino por el peso de los gremios, que se constituyeron como su aparato mejor organizado y más eficaz. De sus filas surgiría, en los albores de la década de los sesenta, un líder poco carismático, sin discurso doctrinario ni ideología precisa, pero con un talento indiscutible para la negociación con el gobierno y los empre-sarios. Por su manifiesta autonomía de acción, Augusto Timoteo Vandor, un ex obrero de Philips de ascendencia holandesa, comenzó a representar un peligro para la conducción de Perón. En repetidas oportunidades, el General lo invitó aponerse al frente del Movimiento, pero Vandor rechazó la propuesta porque sabía que su jefe no buscaba honrarlo sino enfrentarlo con distintos sectores, desgastarlo en áridas internas hasta que su estrella se apagase; luego Perón, para "armonizar los conflictos", designaría a otro en su lugar. Para lograr que el Vaticano levantara su excomunión, Perón envió sucesivamente a Jorge Antonio y al dirigente peronista Raúl Matera a Roma en 1962, como portadores de una carta al papa Juan XXIII que decía: "Beatísimo Padre: el que suscribe, Juan Domingo Perón, temiendo haber incurrido en la excomunión speciali modi, reservada, conforme a la declara-ción de la Santa Congregación Consistorial, del 16 de junio de 1955, sinceramente arre-pentido, pide ad cautelam la absolución". El obispo de La Plata Antonio Plaza intentó también indagar sobre la excomunión de Perón cuando participó de las sesiones del Concilio Vaticano II en Roma. Por último, a fines de 1962, Eijo Garay le entregó a Perón un documento que decía que si había incurrido en la excomunión latae sententiae, la Santa Sede se había dignado absolverlo de dicha censura. El 13 de febrero de 1963, el mismo obispo de Madrid, revestido con los ornamentos, le daba la absolución. En un relato posterior Eijo Garay indicó que "Perón, de rodillas, manifestó sus dolorosos sentimientos por los sucesos ocurridos; repitió su creencia de que no le había alcanzado a él la censura de referencia pero que tenía el temor de que pudiese haber incurrido en ella: expresó su agradecimiento sin límites a la Santa Sede por la gracia paternalmente concedida que le devolvía la deseada tranquilidad de conciencia y proclamó sus sentimientos cristianos". Eijo Garay moriría seis meses más tarde. Para la boda y la excomunión de Perón, véase diario Pueblo de Madrid, 15 y 29 de octubre de 1976. 
Pero Vandor no necesitaba que le confirieran una autoridad dentro del Movimiento. Podía parar el país cuando lo decidiera. Cualquier estamento corporativo debía golpear su puerta si quería alcanzar algún tipo de acuerdo con el peronismo. Con el control del dinero de las obras sociales sindicales, una capacidad de acción y negociación que le permitía respaldar cualquier proyecto político, y una fuerza de choque que intimidaba y eliminaba el accionar de la oposición gremial, el poder de la Argentina fluía hacia él, al margen de las directivas del Líder. Era el poder real, la nueva identidad del peronismo. Su liderazgo era tan hegemónico que el mismo Vandor comenzó a encariñarse con la idea que hacían zumbar en sus oídos gremialistas, militares, empresarios, políticos e incluso la embajada norteamericana: crear un partido legal que sacara al peronismo de la trampa de la exclusión, abandonando a su suerte al Líder en el exilio, pero respetando su historia, su recuerdo y sus banderas. 
Durante los años 1962 y 1963, el General continuó designando delegados y creando nuevos organismos de conducción del Movimiento a fin de contrapesar la influencia de Vandor. Incluso realizó un sorpresivo "giro a la izquierda", al apoyar el programa de Huerta Grande, que tenía como propósitos la nacionalización de empresas, el control obrero de la producción y la expropiación de tierras, y sería reivindicado por la izquierda del peronismo en la década de los setenta. Pero, visto que nada de esto alcanzaba para correr a Vandor del centro del poder, el General empezó a hipnotizar al peronismo con un nuevo pase de magia: su inminente retorno. Mantuvo al Movimiento en vilo durante un año con esa pro-mesa. Entonces, gobernaba la Argentina un radical, Arturo Illia, que había llegado al gobierno con menos del 25 por ciento de los votos, y al que Vandor jaqueaba con huelgas y tomas de fábrica. El sistema democrático, deslegitimado por la proscripción de la fuerza mayoritaria, y con los militares obligándose a ejercer el rol de árbitro ante las distorsiones de la práctica política, no podía escapar de su círculo vicioso. Lo mismo sucedía dentro del peronismo: los dirigentes estaban obligados a disciplinarse ante las decisiones del Líder proscripto. Esta situación le impedía al Movimiento integrarse en forma plena al sistema político, y colocaba a los dirigentes frente a la encrucijada de seguir leales al General o sumarse al vandorismo. Para romper esa trampa, Perón prometió que en 1964, estuvieran o no dadas las condiciones, volvería a la Argentina. Más allá de sus debilidades políticas, lo que más empezó a preocupar al General ese año fue su salud. Por entonces ya circulaban rumores de que le quedaba poco tiempo de vida. Su proyección política, entonces, sería nula. A Perón lo preocupaban un quiste en el hígado, que temía que se expandiese, y sus frecuentes pérdidas de memoria, que posiblemente constituían la señal de una incipiente aterosclerosis. 
En enero de 1964, fue sometido a una intervención quirúrgica a cargo del urólogo Antonio Puigvert para extirparle unos tumores benignos de la próstata. A su lado, en el quirófano, estaban Isabel y Jorge Antonio. De esa operación, a Perón le quedaría una prostatitis crónica, que se le manifestaba bajo la forma de una recurrente infección en la próstata que le provocaba frecuentes dolores en los testículos, la vejiga y el bajo vientre. Tenía dificultad para controlar sus esfínteres y el placer que suponían las eyaculaciones se transformaba en descargas dolorosas. La próstata de Perón, debido a su pobre vascularización, se convirtió en un santuario de bacterias. Ante esta circunstancia, Isabel llenó de velas el toilette de la casa y comenzó a orar por la salud del General. Era su manera de protegerlo. 
Si de verdad Perón deseaba volver a la Argentina, Vandor quería saberlo. No podía ni quería lanzarse a la aventura de un proyecto político independiente de su Líder, si éste decidía regresar. El líder sindical creyó que la manera más inteligente para romper con el suspenso de Perón era fogonear ese hipotético regreso, pensando en que la debilidad política de Illia facilitaba las condiciones para efectuarlo. De ese modo, a mitad de 1964 comenzó a reunirse con el círculo de dirigentes que respondía a Madrid: el delegado Alberto Iturbe, el ex canciller Jerónimo Remorino, el sindicalista Andrés Framini (que había ganado las elecciones de 1962 y debió soportar un año y medio de prisión en castigo por ese triunfo) y la dirigente de la rama femenina Delia Parodi. 
Las primeras propuestas eran disparatadas: contratarían el avión de un contrabandista, Perón lo abordaría en las islas Canarias y llegaría clandestinamente a la Argentina. Otra idea era embarcarlo desde África, y aterrizar en Asunción o Montevideo. Nadie sabía de qué modo volvería Perón al país, pero el fervor popular crecía en forma simultánea a la intriga. Vandor se ocupó de romper el misterio. El 17 de octubre de 1964, en un acto público en Once, reveló que Perón aterrizaría en un avión de línea, y luego viajó a Madrid con los integrantes de la comisión que patrocinaba su retorno. Si Perón todavía tenía un margen de duda sobre el éxito de su regreso, con su discurso Vandor las aplastaba, presionándolo para no dar marcha atrás. Según Jorge Antonio, en una de las incursiones en el quirófano, sumido en un profundo letargo, Perón exclamó: "Por favor, Eva, no me dejés solo, quedate conmigo, te necesito más que nunca". VéaseRobert Crassweller, Perón y los enigmas de la Argentina, 
Buenos Aires, Emecé, 1988, pág. 370. La salud de Perón era motivo de especulaciones políticas. Puigvert narró que en 1970 el embajador norteamericano en España le preguntó qué perspectivas de vida tenía Perón, y el médico le indicó que viviría tres o cuatro años más, si se cuidaba. Ídem, pág. 345. Por último, Puigvert relató también que un médico, enviado por el gobierno militar argentino, le preguntó si Perón tenía cáncer y cuánto tiempo viviría. Puigvert, en este caso, consultó a Perón antes de dar la respuesta: "Vamos a en loquecerlos, doctor. La primera vez dígale que sí tengo cáncer, luego dígales que no, y así sucesivamente", le aconsejó su paciente. Véase Pedro Michelini, Anecdotario de Perón, tomo I, Buenos Aires, Corregidor,1995, pág. 78. 
Jorge Antonio se ocupó de los preparativos. Alquiló un avión DC 8 de la empresa Iberia y colmó de atenciones a la Aeronáutica local para que mantuviera en secreto la lista de pasajeros. Como sospechaba de su secretario José Algarbe, en la tarde previa a su partida Perón tomó un té con él y lo despidió hasta el día siguiente. También engañó a la guardia de su residencia de Puerta de Hierro: puso el televisor de su cuarto a volumen alto y se lanzó con su valija al baúl del Mercedes Benz de Antonio, quien lo condujo camino al aeropuerto. En la madrugada, el vuelo partió hacia Montevideo. En la escala de Río de Janeiro, los militares brasileños, por orden del gobierno argentino, detuvieron a Perón y a su comitiva y lo mandaron de regreso a España. Como consecuencia de la aventura, Antonio fue expulsado temporariamente de la península y Franco confinó a Perón otra vez en Torremolinos durante varios meses. 
El General responsabilizó por el fracaso del operativo a Vandor. Este le había prometido que las masas saldrían a la calle apenas el avión despegara de Madrid; se produciría otro 17 de octubre, y el gobierno se vería forzado a aceptar su llegada. Esto no sucedió: apenas hubo incidentes aislados. En grabaciones enviadas a los dirigentes, Perón descargó furibundas críticas hacia Vandor. Días más tarde, cuando el jefe sindical descendió en el aeropuerto de Ezeiza, debió esquivar algunas piedras. Los más exacerbados se tiraron encima de su auto. Fue un disgusto momentáneo. Luego de ese traspié, Vandor continuó manteniendo su poder y armó la lista de diputados peronistas para las elecciones legislativas de marzo de 1965, en las que obtuvo más votos que el oficialismo. El neoperonismo (que no respetaba las órdenes del Movimiento) sumó una respetable cantidad de votos. El resultado electoral dejaba en claro que, sin Perón, el peronismo podía participar de la vida institucional de la Argentina y podía proyectar su acceso al poder en las futuras elecciones de 1967.Después de su frustrado retorno, el mito de Perón pareció estrellarse definitivamente. Para el General, el responsable 
de su caída, quien lo había empujado al abismo, no era otro que Vandor. No se lo perdonaría. Se propuso "cortarle la cabeza a la víbora". Pero a la hora de buscar dirigentes leales, capaces de responder a tamaño desafío, se dio cuenta de que no tenía ninguno. La persona adecuada no estaba en Buenos Aires. Estaba a su lado. Era Isabel. Respecto del Operativo Retorno, véase el relato de José Algarbe en: Tomás Eloy Martínez Lasmemorias del General, Buenos Aires, Planeta, 1996, págs. 120-126. Algarbe había sido jugador de fútbol, conoció a Perón en Venezuela en 1955 y luego fue su secretario privado en los primeros años de su estadía en Madrid. Algarbe muestra a un Perón débil y dubitativo ante la perspectiva del regreso. "Se comportaba como un paquete. No hablaba como un jefe", comentó. Perón y los miembros de la Comisión del Retorno sospechaban que Algarbe tenía contactos con la embajada argentina. Por esa razón no le informaron la fecha precisa del viaje. Desengañado, Algarbe dejó de trabajar con Perón apenas supo que abordó el avión. Una versión que muestra a un Perón un poco más firme en su decisión de regresar puede encontrarse en Jorge Antonio, ¿Y ahora qué? , Buenos Aires, Verum et Militia, 1966. 

FUENTES DE ESTE CAPÍTULO 

Para la estancia de Perón en República Dominicana, véase Con Perón en el exilio, compila- ción de crónicas escritas por Américo Barrios y publicadas en la revista Así, del diario Crónica; para la participación del teniente coronel Enrique Herrera Marín en Ciudad Trujillo se realizaron entrevistas con un ex agente de inteligencia español que prefirió permanecer anónimo. Sobre el círculo de amistades falangistas y católicas, los preparativos de la boda, la confesión y la excomunión de Perón, así como respecto de su enfermedad, se entrevistó al padre Elías Gómez y Domínguez, al periodista Armando Puente, a la mucama del matrimonio Perón, Rosario Álvarez Espinosa, y al médico Hipólito Barreiro, que trató la próstata de Perón. Sobre la relación Perón-Vandor y el frustrado regreso fue entrevistado el dirigente fideero Miguel Gazzera.