PADRE LEONARDO CASTELLANI: LA ÚLTIMA HEREJÍA
Conservando los restos
UNA RELIGIÓN Y UNA MORAL DE REPUESTO
[Dinámica Social Nº 85—86, de noviembre—diciembre de 1957]
Le hemos rendido el debido culto, en la medida en que no podemos sustraernos, so pena de multa.
El
democratismo liberal, en el cual somos nacidos, uno puede considerarlo
como una herejía, pero también por suerte como un carnaval o payasada:
con eso uno se libra de llorar demasiado, aunque tampoco lo es lícito
reír mucho.
Ahora está entre nosotros en su desarrollo último —en su desarroi,
como dicen los franceses— y una especie de gozo maligno es la tentación
del pensador, que ve cumplirse todas sus predicciones, y desenvolverse
por orden casi automático todos los preanuncios de los profetas y sabios
antiguos que —empezando por Aristóteles— lo vieron venir y lo miraron
acabar…, como está acabando entre nosotros.
De suyo
debería morir, si la humanidad debe seguir viviendo; pero no se excluye
la posibilidad de que siga existiendo y aun se refuerce nefastamente, si
es que la humanidad debiera morir pronto, conforme al dogma cristiano.
Mas eso no
será sino respaldado por una religión, sacado a luz el fermento
religioso que encierra en sí, y que lo hace estrictamente una herejía
cristiana: la última herejía quizás, preñada del Anticristo.
Es para
llorar el espectáculo que presenta el país, mirado espiritualmente. El
liberalismo ha suministrado a la pobre gente —no a toda, sino a la que
no ama bastante la verdad— una religión y una moral de repuesto,
sustitutivas de las verdaderas; un simulacro vano de las cosas, envuelto
a veces en palabras sacras.
¡Qué es ver a
tanto pobre diablo haciendo de un partido un Absoluto y poniendo su
salvación en un nombre que no es el de Cristo —aun cuando a veces el
nombre de Cristo está allí también, de adorno o de señuelo—! Se pagan de
palabras vacías, vomitan fórmulas bombásticas, se enardecen por ideales
utópicos, arreglan la nación o el mundo con cuatro arbitrios pueriles,
engullen como dogmas o como hechos las mentiras de los diarios; y
discuten, pelean, se denigran o se aborrecen de balde, por cosas más
vanas que el humo… Una vida artificial, discorde con la realidad, les
devora la vida.
Claro que en
los truchimanes que arman todo el tinglado —y viven de eso— el caso no
es tan simple: ellos saben que detrás de su “fe democrática” y su “moral
cívica” se esconde —para ellos solos— el poder y el dinero; sobre todo
el dinero.
¡Oh el
dinero, el gran ideal nacional de los argentinos! “Hacer” mucho dinero
rápidamente y por cualquier medio es la Manzana de la Vida: la Serpiente
no necesita aquí gastarse mucho.
Pero por lo
mismo donde pecan, por ahí perecen. De mentiroso a ladrón no hay más que
un paso; y de eso a todos los otros vicios, e incluso crímenes, medio
paso.
Pueblo de
mentirosos y ladrones, bonita ejecutoria vamos a ganar en el mundo si
seguimos por estos caminos. “Criadores de vacas y cazadores de pesos”,
ya nos llamó Unamuno.
Dios los ha
entregado al torbellino de sus vanas cognaciones “porque no amaron la
caridad de la verdad” —dice San Pablo—. La verdad aquí es una mercadería
despreciada; tanto que ni gratis la quieren y aun pagan para que los
engañen.
El mismo día
dieron en Buenos Aires sendas conferencias un estudioso argentino que
es un verdadero doctor sacro, ducho en la ciencia de la salvación y que
habla “como los propios ángeles”, o poco menos, y Lanza del Vasto. El
argentino que tiene realmente algo que decir a su gente —y para eso ha
sido mandado aquí por Dios— tuvo doce oyentes; el diletante extranjero
tuvo una muchedumbre, que acudió solícita, propio como los monos cuando
les agitan delante un trapo con colorinches.
Desdichado
el pueblo que no reconoce a sus maestros; y más desdichado el que mata a
sus profetas. Pero los maestros y los profetas son ahora los
politiqueros; a uno de ellos le oí decir que su partido iba a suprimir
la bomba atómica.
¿Por qué el
hecho de ser argentino no está por encima del hecho de ser radical,
socialista o nacionalista? —se pregunta mucha gente—, ¿Por qué hemos de
matarnos entre nosotros, abriendo con eso las despensas o las alcobas a
“los de afuera”?
Paradojalmente,
la categoría Patria está hoy día tan baja, porque comenzó por estar
demasiado alta. En el siglo XVI, Erasmo de Rotterdam escribía: “¿Por qué
el hecho de ser cristiano no está por arriba del ser francés o
español?”… Si se pone a la “Patria” en lugar de Dios, nada impide que se
ponga luego un “partido” en lugar de la patria. ¡Un partido! Una cosa
partitiva, parcialmente, una “parte”; y ni siquiera una parte de la
patria, como sería una provincia, sino una parte de esa mafia que corre
detrás de… lo que dijimos arriba.
De eso hacen
un Absoluto, a lo cual ayuda la decadencia de la religiosidad. El
hombre que no adora a Dios adora por fuerza otra cosa, dijo Tomás de
Aquino; y en primer lugar al Estado, que es la obra más grande de las
manos del hombre; pero… “no adorarás la obra de tus manos”.
A nosotros
nos han hecho adorar a San Martín, y ahora quieren hacemos adorar la
Bandera y el Himno; que es como si la Iglesia hiciese adorar la pila del
agua bendita. Pero el pueblo argentino, personalista, prefiere adorara Zabaleja Pérez… o al Otro: al “General”.
Hace poco oí a un politiquero, al cual encontré en un velorio:
—¿No le da
vergüenza a usted haber votado por el doctor Cisera, porque le curó
gratis a su hijo? Eso es vender la conciencia, faltar a la lealtad
partidaria…
El
politiquero desea que le guarden “lealtad”, a él, incluso por encima de
los propios hijos: del carnaval electoral y todos sus desdichados
adminículos quiere hacer un Absoluto. Ése es su negocio. Pero a mí me es
más simpático el personalista que vota por una persona que conoce y aprecia, que no el impersonalista
que vota por una “plataforma”. ¡Santas y divinas plataformas! ¡Cómo las
amo! Yo mismo he compuesto dos o tres que no dejan de ser bonitas,
miradas de perfil.
Y es que en
el fondo existe detrás de la mafia de marras una cosa más grave, que no
existió en la antigüedad; y es esa herejía que mencionamos.
¡Qué
diferente es la “democracia” de Aristóteles de la “democracia” de estas
tierras! Las “ideologías” han ingresado a las facciones políticas —que
teóricamente deberían tratar de los medios y no de los fines— dividiendo
a los hombres en lo profundo, dando un cariz religioso a la “contienda
cívica” e incubando verdaderas guerras civiles latentes —y no latentes—
en todas las naciones; que tienen el implacable rigor de las guerras
religiosas.
Un comunista
argentino tiene por enemigo a un argentino nacionalista y por hermano a
un comunista chino o ruso. Ese es el hecho obvio, que espantaría a
Erasmo. La categoría Patria ha caído, la otra categoría
desplazada en el Renacimiento ha vuelto clandestinamente; y se lucha por
ende por una concepción total de la vida humana —o sea por una idea
religiosa— y no por el medio más conveniente de explotar el petróleo, ni
siquiera por una “constitución nuevecita”, juguete caro que pueden
permitirse los argentinos, pueblo rico. ¡Bendita y costosa Constitución
nueva, que nos va a salir muy cara; porque el que no adore a ese papel,
será “traidor a la patria”!
Durante la
Revolución Francesa los franceses se dieron 13 constituciones nuevas en
80 años, a cual más perfecta y democrática. Napoleón I se hizo nombrar
Cónsul Vitalicio y después Sultán Hereditario, sin cambiar la
Constitución que encontró, que empezaba así: “La Francia es una
República una e indivisible…”
No es
extraño que el clero aquí se haya conmovido. Una parte del clero “hace
política”; medio al rumbo sin directivas claras, y tememos mucho que
—perdón por el atrevimiento— sin tino y sin inteligencia. De sobra ve
que lo que se juega es demasiado grande; pero dudamos de que esté
jugando bien, al hacer política electoralista y no percibir la gran
política, que es la suya.
¿Cuál política? Pues la política de la Verdad.
Un cura
electoralero me inspira más repulsión que un cura concubinario; será que
yo no sirvo para esto. Y todavía, si Dios no nos detiene, el clero
argentino va a ayudar al tercer triunfo del liberalismo y la masonería
en la Argentina —después del cual no se sabe lo que viene— me dijo Dom
Pío Ducadelia Obispo de Reconquista. Eso sí, lo hará “sin querer”; lo
cual será su disculpa, pero no su salvación. El que busca palos, casi
siempre los encuentra, dice el mismo Dom Pío.
No hay que engañarse: en el mundo actual no hay más que dos partidos.
El uno, que
se puede llamar la Revolución, tiende con fuerza gigantesca a la
destrucción de todo el orden antiguo y heredado, para alzar sobre sus
ruinas un nuevo mundo paradisíaco y una torre que llegue al cielo; y por
cierto que no carece para esa construcción futura de fórmulas,
arbitrios y esquemas mágicos; tiene todos los planos, que son de lo más
delicioso del mundo.
El otro, que
se puede llamar la Tradición, tendido a seguir el consejo del
Apokalypsis: “conserva todas las casas que has recibido, aunque sean
cosas humanas y perecederas”.
Si no fuera
pecado alegrarse del mal ajeno —y más del mal de la Patria, que es mal
de todos— una risa inextinguible como la de los dioses agitaría a todo
hombre cuerdo ante el espectáculo del carnaval político con sus
disfraces, oropeles, patrañas y gritos destemplados: en lo que ha ido a
parar la famosa “democracia”, que como elissir d’amore, panacea
de todos los males y “religión del porvenir” nos vendieron el siglo
pasado, puesto que los argentinos estamos patinando todavía en el siglo
de Fernando VII con música de Donizetti.
Había un
error religioso, una herejía, en el fondo de ese sistema halagüeño, el
cual en seguida denunciaron los pensadores; error que lógicamente se ha
desarrollado en diversas absurdidades e inmoralidades; para ver lo cual
ya no es necesario ser gran pensador. Y hay gente que se ha vuelto
pensadora por fuerza… en las cárceles de la Libertad.
Por suerte
el pueblo argentino no es todavía insensible a las payasadas. Pero como
esta payasada es trágica, o dramática por lo menos, no nos es lícito
hacer jarana con ella.