JORGE DORÉ: LA INSACIABILIDAD DEL MAL
La insaciabilidad del mal
Jorge Doré
Así como pequeños vicios suelen ser antesala de otros mayores, –como es
el caso de ciertos fumadores de marihuana cuya creciente adicción los
arrastra, por ejemplo, a la heroína–, pequeñas infidelidades a Dios
pueden provocar grandes males sociales. Conocedora de este fenómeno, la
patológica plutocracia masónica, –cuya meta es el gobierno mundial–,
infecta sociedades con el liberalismo que, seducidas por éste, lo
defienden como derecho propio y contribuyen a su exaltación hasta acabar
sepultadas en inmundicia y corrupción moral.
Un arma efectiva de intimidación y control social es el uso de las
minorías contra las mayorías, con el fin de obligar a éstas últimas a
aceptar su deconstrucción. Para lograrlo, la ingeniería social victimiza
a cierta minoría cuyas quejas y demandas amplifica la media, –que por
supuesto, pertenece a las élites millonarias que financian los
movimientos de protesta de las minorías–. De más está decir que la media
aplicará sordina a las quejas e intereses de la abusada mayoría.
Una vez definidas las exigencias de la minoría, nuevas leyes se
encargarán de hacerlas posibles beneficiarias de jugosas demandas o
prodigadoras de castigo a sus opositores. Así las minorías triunfan y
las mayorías deben seguirlas cabizbajas y silentes desde un peldaño
inferior, mientras sus valores son puestos en entredicho, ridiculizados y
dados por obsoletos, ya que el motor filosófico de los movimientos
minoritarios elegidos para desestabilizar y deconstruir sociedades es
precisamente el liberalismo.
La plutocracia mundialista manipula, por ejemplo, la minoría
homosexual para desestabilizar estados tradicionalmente cristianos,
exaltando la soberbia y el resentimiento de las supuestas víctimas.
Después de todo, conquistar mínorias es fácil. Basta con mostrarles los
bienes de las mayorías y susurrarles al oído: “Todo esto te daré si,
postrándote, me adoras”. La misma oferta ha sido válida en países
comunistas para reclutar agentes voluntarios, siempre dispuestos a
descargar sus frustraciones personales contra el pueblo sometido.
Corrupción planificada
La plutocracia mundialista, con su ingente poderío económico, es
vitalicia financiadora de causas anticristianas. El feminismo, el
homosexualismo, –con todas sus variantes como identidad de género,
redefinición del matrimonio, etc., y el aborto–, son ejemplos de ello.
Hoy alcanzamos una nueva cúspide de monstruosidad moral con el
triunfo de la eutanasia infantil, preliminarmente aprobada de modo
abrumador en Bélgica por los alcahuetes de la plutocracia mundialista a
quienes, no bastándole promover el asesinato dentro del viente de las
madres, también buscan impulsarlo y legalizarlo fuera de él.
Numerosas organizaciones, ocultas tras la máscara de una tendenciosa
filantropía, como la satánica Planned Parenthood, laboran incesantemente
por establecer el reino de Lucifer sobre la Tierra. La crema y nata del
desprecio a Cristo y a la humanidad se dan la mano en secreto para
indicarnos el camino a seguir y decidir si debemos continuar viviendo y
hasta cuándo.
Esta plutocracia masónica no está constituida por un solo grupo sino
por múltiples entidades que comparten el odio a la cruz y la intención
de dominar el mundo. Creyéndose justicieros albaceas de los bienes de la
Tierra, se autoadjudican el derecho a controlar y a disponer los
destinos de la humanidad.
Día a día, sus tiránicas leyes restringen nuestras libertades y
nuestras voces. Lamentablemente estos ataques a la moral cristiana, en
vez de objeción y denuncia, obtienen con frecuencia el beneplácito de
innumerables cristianos extraviados que coquetean con la corrupción y
con los corruptores en vez de rechazar las obras de las tinieblas.
En ciertas naciones, ya se prohíbe denunciar el mal y aún más,
sugerir siquiera que éste pueda ser, en modo alguno, perjudicial física,
moral o espiritualmente. Actitud diabólica esta, hija del relativismo,
enconado enemigo de la revelación divina.
Así sucedió hace poco con el ciudadano francés de 84 años de edad
Xavier Dor, quien por mostrarle unos zapatitos de bebé a una mujer
embarazada, fue acusado de “abortofobia” y condenado a pagar una multa
de 10.000 euros o a cumplir un mes de cárcel.
Es también conocido el caso de la valiente canadiense Mary Wagner,
encarcelada varias veces por repartir rosas y tarjetas a mujeres que
acudían a centros abortistas. En su último encuentro con la injusticia,
Mary tuvo que sufrir que un juez rebelde al Omnipotente la amonestara
diciéndole: “Tu Dios se equivoca”. Y ordenó encarcelarla nuevamente.
Mientras propuestas tales como la legalización de la eutanasia
infantil triunfan, los pederastas se revuelven en sus guaridas con la
inquietud del lobo que observa la presa a distancia pero que, de
momento, no puede hacer más que relamerse mientras la contempla, a la
espera de su oportunidad para atacar.
Poco falta para que las peticiones de estos depredadores sexuales de
infantes sean tenidas en cuenta y consideradas como un justo derecho. El
supremo manjar del diablo es la inocencia infantil y los corruptores
del mundo continúan febrilmente reclutando perversos útiles para
convertir la Tierra en una pocilga moral fácil de dominar y controlar
por su aparato represivo.
La demolición de los bastiones cristianos, planeada desde hace más de
cuatro siglos por los enemigos de Dios, avanza de forma lenta pero
aplastante. Católicos que ayer mantenían sus lámparas encendidas, hoy
soplan sobre ellas para estar a tono con el creciente manto de tinieblas
y, renunciando al sobrio misterio y llamado de la cruz, prefieren
morder el anzuelo de la factura de un paraíso en la Tierra. Absurda
utopía esta a menos que se considere que hemos sido mal informados por
el propio Dios.
Entre estos ilusos, incapaces de rechazar la utópica carnada, se
cuentan los miembros de la actual contra-iglesia católica de Roma, más
celosos del continente que del contenido y víctimas de una seducción que
los incapacita para distinguir entre honesta autoridad y fraude,
obediencia y desobediencia, sacramento y parodia, liturgia y burla,
traición a Dios y fidelidad al mismo. Es tal la gravedad de su miopía
que insólitamente han quedado incapacitados para distinguir siquiera
entre catolicismo y la secta a la que ahora pertenecen.
Si ya el coqueteo con la herejía y la apostasía no alarman y el
anatema no amedrenta a los rebeldes espirituales, es porque se han
dejado de percibir bajo el prisma católico. El beneplácito al ecumenismo
religioso es un clarísimo ejemplo de ello. Roma es hoy la capital
mundial de los obedientes a una jerarquía desobediente a Dios y, por lo
tanto, retadora de Cristo. Aun así, sus fieles prefieren ofender a
Cristo que renunciar a sus ofensores.
Es grave ignorar, –bien sea por desidia o voluntariamente–, las viles
intenciones de nuestros contendientes. El desconocimiento de éstas
suscita en muchos la absurda admiración por nuestros verdugos, tan
alabados por quienes deberían repudiarlos, y tan servidos por quienes
deberían oponérseles. Pero los correveidiles del mal y los que todavía
sienten el deber de conservar un cordón umbilical atado a quienes han
cortado el suyo con Cristo, ignoran que sus días como hombres y mujeres
libres están contados. Todos ellos son hoy necesarios y mañana
descartables por la plutocracia masónica y por Satanás, ya que su única
utilidad es servir al establecimiento de la gran tiranía global que, una
vez instalada, los devorará como Saturno a sus hijos. La insaciable
garganta del mal se ensancha rápidamente y tiene un apetito voraz.
Mas a pesar de la crasa ignorancia de quienes ignoran las amenazas al
mundo libre, un pequeño remanente vive consciente de librar una batalla
definitiva contra dos tipos de fuerzas mancomunadas: las que suplantan a
Cristo y las que lo repudian abiertamente. Este remanente lo
constituyen los católicos, dispuestos a guardar la fe incólume en las
catacumbas de sus almas. Ellos son los custodios de la Tradición, los
despreciados por todos, la minoría intransigente que responde a la
plutocracia, a los falsos profetas y a los lobos disfrazados de cordero:
“¡Aléjate, Satanás! Porque escrito está: “Al Señor tu Dios adorarás, y
sólo a El servirás.” (Mateo 4:10).
Antiguos enemigos, perennes intenciones
A medida que el avance de las fuerzas adversas a Cristo progresa bajo
el estandarte de la escuadra y del compás presididas por el brillo de
la menorah, un nuevo lenguaje, hijo de la corrección política, se
consolida. El neologismo “abortofobia” utilizado para acusar al Dr.
Xavier Dor, antes citado, da fe de cómo las lenguas están siendo
“enriquecidas” con terminología subversiva.
La civilización cristiana peligra bajo la bota implacable de un
antiguo adversario. Tan viejo como la cruz de Cristo; furtivo, acosador e
impío, con una agenda concreta:
Primero: Profusión de perversión y corrupción social para destruir los cimientos cristianos.
Segundo: Imposición de valores anticristianos para crear una
sociedad caótica e insufrible. Reino de inmoralidad, libertinaje y vicio
(lo que hoy sufrimos).
Tercero: Supuesto “rescate” de las sociedades corruptas por
parte de nuestros verdugos, que achacarán el caos, –creado por ellos–, a
nuestra ineficiencia e inferioridad humanas.
Cuarto: Imposición de los nuevos “valores” morales de nuestros
enemigos, –hoy secretos– en una sociedad regida por ellos. Esclavitud
perpetua para nosotros. (Ordo ab chaos, orden mediante el caos).
En esencia, esos cuatro puntos son el extracto de la agenda de un
adversario cuyas perversas intenciones borbotean en el infernal caldero
de la Cábala hebraica y se retuercen como culebras entintadas sobre el
papel venenoso de los Protocolos de los sabios de Sión.
A continuación, una lista parcial de los bienes que la plutocracia
masónica-sionista pugna por arrebatarnos para sutituirlos por
perversiones de su hechura propia; simple referencia para ver con
claridad lo que perdemos y ganamos simultáneamente.
Vamos hacia un mundo sin la columna de la izquierda. Que Dios se apiade de nosotros.