domingo, 2 de marzo de 2014

LA INSACIABILIDAD DEL MAL

JORGE DORÉ: LA INSACIABILIDAD DEL MAL

ojo

La insaciabilidad del mal

Jorge Doré
Así como pequeños vicios suelen ser antesala de otros mayores, –como es el caso de ciertos fumadores de marihuana cuya creciente adicción los arrastra, por ejemplo, a la heroína–, pequeñas infidelidades a Dios pueden provocar grandes males sociales. Conocedora de este fenómeno, la patológica plutocracia masónica, –cuya meta es el gobierno mundial–, infecta sociedades con el liberalismo que, seducidas por éste, lo defienden como derecho propio y contribuyen a su exaltación hasta acabar sepultadas en inmundicia y corrupción moral.
Un arma efectiva de intimidación y control social es el uso de las minorías contra las mayorías, con el fin de obligar a éstas últimas a aceptar su deconstrucción. Para lograrlo, la ingeniería social victimiza a cierta minoría cuyas quejas y demandas amplifica la media, –que por supuesto, pertenece a las élites millonarias que financian los movimientos de protesta de las minorías–. De más está decir que la media aplicará sordina a las quejas e intereses de la abusada mayoría.
Una vez definidas las exigencias de la minoría, nuevas leyes se encargarán de hacerlas posibles beneficiarias de jugosas demandas o prodigadoras de castigo a sus opositores. Así las minorías triunfan y las mayorías deben seguirlas cabizbajas y silentes desde un peldaño inferior, mientras sus valores son puestos en entredicho, ridiculizados y dados por obsoletos, ya que el motor filosófico de los movimientos minoritarios elegidos para desestabilizar y deconstruir sociedades es precisamente el liberalismo.
La plutocracia mundialista manipula, por ejemplo, la minoría homosexual para desestabilizar estados tradicionalmente cristianos, exaltando la soberbia y el resentimiento de las supuestas víctimas. Después de todo, conquistar mínorias es fácil. Basta con mostrarles los bienes de las mayorías y susurrarles al oído: “Todo esto te daré si, postrándote, me adoras”. La misma oferta ha sido válida en países comunistas para reclutar agentes voluntarios, siempre dispuestos a descargar sus frustraciones personales contra el pueblo sometido.
Corrupción planificada
La plutocracia mundialista, con su ingente poderío económico, es vitalicia financiadora de causas anticristianas. El feminismo, el homosexualismo, –con todas sus variantes como identidad de género, redefinición del matrimonio, etc., y el aborto–, son ejemplos de ello.
Hoy alcanzamos una nueva cúspide de monstruosidad moral con el triunfo de la eutanasia infantil, preliminarmente aprobada de modo abrumador en Bélgica por los alcahuetes de la plutocracia mundialista a quienes, no bastándole promover el asesinato dentro del viente de las madres, también buscan impulsarlo y legalizarlo fuera de él.
Numerosas organizaciones, ocultas tras la máscara de una tendenciosa filantropía, como la satánica Planned Parenthood, laboran incesantemente por establecer el reino de Lucifer sobre la Tierra. La crema y nata del desprecio a Cristo y a la humanidad se dan la mano en secreto para indicarnos el camino a seguir y decidir si debemos continuar viviendo y hasta cuándo.
Esta plutocracia masónica no está constituida por un solo grupo sino por múltiples entidades que comparten el odio a la cruz y la intención de dominar el mundo. Creyéndose justicieros albaceas de los bienes de la Tierra, se autoadjudican el derecho a controlar y a disponer los destinos de la humanidad. 
Día a día, sus tiránicas leyes restringen nuestras libertades y nuestras voces. Lamentablemente estos ataques a la moral cristiana, en vez de objeción y denuncia, obtienen con frecuencia el beneplácito de innumerables cristianos extraviados que coquetean con la corrupción y con los corruptores en vez de rechazar las obras de las tinieblas.
En ciertas naciones, ya se prohíbe denunciar el mal y aún más, sugerir siquiera que éste pueda ser, en modo alguno, perjudicial física, moral o espiritualmente. Actitud diabólica esta, hija del relativismo, enconado enemigo de la revelación divina.
Así sucedió hace poco con el ciudadano francés de 84 años de edad Xavier Dor, quien por mostrarle unos zapatitos de bebé a una mujer embarazada, fue acusado de “abortofobia” y condenado a pagar una multa de 10.000 euros o a cumplir un mes de cárcel.
Es también conocido el caso de la valiente canadiense Mary Wagner, encarcelada varias veces por repartir rosas y tarjetas a mujeres que acudían a centros abortistas. En su último encuentro con la injusticia, Mary tuvo que sufrir que un juez rebelde al Omnipotente la amonestara diciéndole: “Tu Dios se equivoca”. Y ordenó encarcelarla nuevamente.
Mientras propuestas tales como la legalización de la eutanasia infantil triunfan, los pederastas se revuelven en sus guaridas con la inquietud del lobo que observa la presa a distancia pero que, de momento, no puede hacer más que relamerse mientras la contempla, a la espera de su oportunidad para atacar.
Poco falta para que las peticiones de estos depredadores sexuales de infantes sean tenidas en cuenta y consideradas como un justo derecho. El supremo manjar del diablo es la inocencia infantil y los corruptores del mundo continúan febrilmente reclutando perversos útiles para convertir la Tierra en una pocilga moral fácil de dominar y controlar por su aparato represivo.
La demolición de los bastiones cristianos, planeada desde hace más de cuatro siglos por los enemigos de Dios, avanza de forma lenta pero aplastante. Católicos que ayer mantenían sus lámparas encendidas, hoy soplan sobre ellas para estar a tono con el creciente manto de tinieblas y, renunciando al sobrio misterio y llamado de la cruz, prefieren morder el anzuelo de la factura de un paraíso en la Tierra. Absurda utopía esta a menos que se considere que hemos sido mal informados por el propio Dios.
Entre estos ilusos, incapaces de rechazar la utópica carnada, se cuentan los miembros de la actual contra-iglesia católica de Roma, más celosos del continente que del contenido y víctimas de una seducción que los incapacita para distinguir entre honesta autoridad y fraude, obediencia y desobediencia, sacramento y parodia, liturgia y burla, traición a Dios y fidelidad al mismo. Es tal la gravedad de su miopía que insólitamente han quedado incapacitados para distinguir siquiera entre catolicismo y la secta a la que ahora pertenecen.
Si ya el coqueteo con la herejía y la apostasía no alarman y el anatema no amedrenta a los rebeldes espirituales, es porque se han dejado de percibir bajo el prisma católico. El beneplácito al ecumenismo religioso es un clarísimo ejemplo de ello. Roma es hoy la capital mundial de los obedientes a una jerarquía desobediente a Dios y, por lo tanto, retadora de Cristo. Aun así, sus fieles prefieren ofender a Cristo que renunciar a sus ofensores.
Es grave ignorar, –bien sea por desidia o voluntariamente–, las viles intenciones de nuestros contendientes. El desconocimiento de éstas suscita en muchos la absurda admiración por nuestros verdugos, tan alabados por quienes deberían repudiarlos, y tan servidos por quienes deberían oponérseles. Pero los correveidiles del mal y los que todavía sienten el deber de conservar un cordón umbilical atado a quienes han cortado el suyo con Cristo, ignoran que sus días como hombres y mujeres libres están contados. Todos ellos son hoy necesarios y mañana descartables por la plutocracia masónica y por Satanás, ya que su única utilidad es servir al establecimiento de la gran tiranía global que, una vez instalada, los devorará como Saturno a sus hijos. La insaciable garganta del mal se ensancha rápidamente y tiene un apetito voraz.
Mas a pesar de la crasa ignorancia de quienes ignoran las amenazas al mundo libre, un pequeño remanente vive consciente de librar una batalla definitiva contra dos tipos de fuerzas mancomunadas: las que suplantan a Cristo y las que lo repudian abiertamente. Este remanente lo constituyen los católicos, dispuestos a guardar la fe incólume en las catacumbas de sus almas. Ellos son los custodios de la Tradición, los despreciados por todos, la minoría intransigente que responde a la plutocracia, a los falsos profetas y a los lobos disfrazados de cordero: “¡Aléjate, Satanás! Porque escrito está: “Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a El servirás.” (Mateo 4:10).
Antiguos enemigos, perennes intenciones
A medida que el avance de las fuerzas adversas a Cristo progresa bajo el estandarte de la escuadra y del compás presididas por el brillo de la menorah, un nuevo lenguaje, hijo de la corrección política, se consolida. El neologismo “abortofobia” utilizado para acusar al Dr. Xavier Dor, antes citado, da fe de cómo las lenguas están siendo “enriquecidas” con terminología subversiva.
La civilización cristiana peligra bajo la bota implacable de un antiguo adversario. Tan viejo como la cruz de Cristo; furtivo, acosador e impío, con una agenda concreta:
Primero: Profusión de perversión y corrupción social para destruir los cimientos cristianos.
Segundo: Imposición de valores anticristianos para crear una sociedad caótica e insufrible. Reino de inmoralidad, libertinaje y vicio (lo que hoy sufrimos).
Tercero: Supuesto “rescate” de las sociedades corruptas por parte de nuestros verdugos, que achacarán el caos, –creado por ellos–, a nuestra ineficiencia e inferioridad humanas.
Cuarto: Imposición de los nuevos “valores” morales de nuestros enemigos, –hoy secretos– en una sociedad regida por ellos. Esclavitud perpetua para nosotros. (Ordo ab chaos, orden mediante el caos).
En esencia, esos cuatro puntos son el extracto de la agenda de un adversario cuyas perversas intenciones borbotean en el infernal caldero de la Cábala hebraica y se retuercen como culebras entintadas sobre el papel venenoso de los Protocolos de los sabios de Sión.
A continuación, una lista parcial de los bienes que la plutocracia masónica-sionista pugna por arrebatarnos para sutituirlos por perversiones de su hechura propia; simple referencia para ver con claridad lo que perdemos y ganamos simultáneamente.
Vamos hacia un mundo sin la columna de la izquierda. Que Dios se apiade de nosotros.
Recuadro