LA INSPECCIÓN FINAL: EL SOLDADO SE PUSO DE PIE Y SE ENFRENTÓ A DIOS
Lo cual siempre ha
de suceder. El confió en que brillaran sus zapatos. Justo
como todas sus insignias.
Un paso adelante ahora, soldado. ¿Cómo trataré contigo? ¿Has
puesto siempre la otra mejilla?
¿Para mi Iglesia has sido fiel?
El soldado cuadró sus hombros y respondió:
No, Señor,
creo que no lo he sido porque quienes portamos
armas no podemos siempre ser santos. He
tenido que trabajar la mayoría de Domingos y a veces mi lenguaje ha
sido pendenciero y algunas veces he sido violento porque el
mundo es horriblemente brutal. Pero, nunca he tomado un centavo que no
fuera de
mi propiedad sin embargo he trabajado un gran sobretiempo.
Cuando las cuentas llegaron excesivas y nunca desatendí un
grito de auxilio aunque a veces acudí
con miedo y algunas veces, Dios, perdóname derramé cobardes lágrimas y sé que
no merezco un lugar en medio de la gente aquí.
Ellos nunca me quisieron a su alrededor, excepto para calmar sus miedos.
Si tiene Ud. un lugar
aquí para mi, Señor. No necesito que sea muy grande. Nunca he esperado o tenido
mucho pero si no, yo entenderé.
Un paso adelante ahora, tu Soldado:
Has soportado tus cargas bien. Camina en paz por las calles
del Cielo. Porque ya tuviste tu tiempo en el infierno.
Reflexión:
Es el Soldado, no el periodista quien nos ha dado la libertad de prensa.
Es el soldado, no el poeta, quien nos ha dado la libertad de
expresión.
Es el Soldado, no los políticos el que garantiza nuestro
derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad.
Es el Soldado quien saluda a la bandera, el que sirve bajo la bandera y cuyo ataúd está envuelto en la bandera.
“EL PESCADO SE PUDRE POR LA CABEZA”
El refrán que da título a este escrito, viene muy bien a
cuento para ejemplificar lo que hoy está sucediendo en la Argentina y para
entender un poco más el por qué de comportamientos sociales que se apartan de
todo tipo de norma.
Aclaremos que en tal comparación, estamos definiendo como
cabeza a la clase política que conduce los destinos de nuestro país, más
concretamente, a los poderes ejecutivo y legislativo, a los cuales,
lamentablemente, debemos sumarle también y, hasta diría en mayor medida, el
poder judicial. Y el cuerpo de ese pescado denominado Argentina, sería el
cuerpo social, el pueblo, nosotros…
En efecto, en lo personal tengo el pleno convencimiento que
la tremenda podredumbre que hoy vive la Argentina, es responsabilidad casi
absoluta de los hombres y mujeres a cargo de los poderes del estado que
acabamos de mencionar quienes siembran la corrupción, el odio, la división
social, la contracultura, la injusticia y la inmoralidad. Y todo ello, avalado
por jueces de la misma calaña que con sus fallos completan la pata de la
complicidad necesaria para que todo esto se pueda ejecutar.
Si bien debemos reconocer que el tema de la complicidad
entre políticos y jueces no es una originalidad del kirchnerismo, sino que es propio
de todos los gobiernos democráticos que se sucedieron desde 1983 a la fecha,
nunca como ahora se había visto en tal grado de impunidad. Y para quien esto
escribe, el caso de mayor corrupción de la Argentina, ocurrió cuando los jueces
de la Nación aceptaron sin chistar, la comisión de un prevaricato general para
meter presos a los militares que participa-ron de la guerra contra la
subversión y aceptaron ilegal e ilegítimamente no aplicar el mismo criterio
para juzgar a los terroristas participantes de la guerra revolucionaria en la
década del ’70.
Creo firmemente que es ahí cuando la cabeza de la Argentina
se terminó de pudrir y contagió al resto del cuerpo social. En efecto, a partir
de ese punto de inflexión judi-cial, los jueces perdieron la autoridad moral
para dictar justicia y todo se convirtió en una carrera descontrolada hacia el
estado de anomia que hoy vivimos y que nos co-loca al borde de un estado
fallido.
En otros tiempos en nuestro país solía decirse que las FFAA
eran la última reserva moral del país. Y con ese argumento, políticos de la
oposición convencían a los mili-tares para la ejecución de los golpes de estado
que ya son parte de la historia. Sin ponernos a analizar si realmente las FFAA
eran depositarias de tal concepto, eso era lo que ocurría por entonces.
Destruidas y totalmente desprestigiadas las FFAA, la pregunta que se hacen
quienes buscan ansiosamente la respuesta sobre ¿dónde está ahora la reserva
moral del País?, surge casi con unanimidad que esa reserva moral debería estar
en los jueces.
Siguiendo con este razonamiento, uno supone que en la
Suprema Corte de Justicia está lo mejor de la justicia, los jueces más probos,
los más virtuosos, los más prestigiosos, los más preparados… Pero cuando el
argentino medio ve que en esa Corte hay un juez que vive en pareja con otro
hombre y que ambos alquilan una serie de departamentos que ofician de
prostíbulos y no pasa nada con él. Y lo que es peor, que sus pares tampoco
hagan nada ante semejante agravio institucional, lógico resulta que esa parte
de la sociedad que quiere vivir éticamente, llegue a la conclusión de que todo
está perdido, mientras que aquellos que siempre apuestan a la corrupción, la
delincuencia y la violencia, encuentren en esta situación el caldo de cultivo
propicio para su propia justificación. “Si los de arriba afanan a lo loco y no
pasa na-da, porqué no lo voy a hacer yo”… “Si total a Boudou lo va a terminar
absolviendo Oyarbide, igual que a los Schoklender que se robaron todo”…
Ya lo decía Santo Tomás de Aquino cuando hizo célebre el
refrán “la corrupción de lo óptimo da lo peor”. Y esto quiere decir que cuando
se corrompe un virtuoso o alguien con altas responsabilidades de valor moral,
es mucho más grave que la corrupción propia de cualquier delincuente. Y eso es
lo que hoy pasa en la Argentina. Nos invade la corrupción porque la misma está
instalada en toda la clase política, (la gobernante y de la oposición) y
también en los jueces. Un juez que se precia de ser justo y que ve a su lado
jueces corruptos y prevaricadores y no hace nada, también está atrapado por la
corrupción.
A modo de ironía suelo decir que, al no estar ya los
militares para dar un golpe de estado, deberían ser los jueces los que
asumieran esa condición de alguna forma, pues de no ser así, tanta corrupción,
tanta delincuencia y tanta injusticia nos llevarán inexorablemnte a la
anarquía. Los linchamientos populares son una clara expresión de que estamos en
ese camino.
¡Por Dios y por la Patria!
Hugo Reinaldo Abete
Ex Mayor E.A.