La violencia hoy
La
violencia es un tema de meditación filosófica desde que el mundo es
mundo. Así los griegos y romanos distinguían claramente entre violencia y
fuerza, entre hybris y andréia. Por eso los italianos
le ponen el nombre de Andrea a los hombres mientras que nosotros, que
tenemos catorce millones de descendientes de italianos, les ponemos Andrea
a las mujeres, con lo cual las bautizamos con el nombre de “varoneras”.
Un signo más de la frivolidad y el extrañamiento cultural que
padecemos.
La violencia era la irrupción desmedida en el orden regular de las
cosas y la fuerza el uso racional del poder para controlarla. De allí
nos viene a nosotros que el Estado se reserve el monopolio de la fuerza
(policía, fuerzas armadas, gendarmería) para hacer cumplir la leyes en
caso en que los violentos no lo quieran hacer.
Durante los siglos XIX y XX se pensó mucho acerca de la violencia,
así Nietzsche la definía como el estimulante de la historia, Spengler
como el antídoto de la decadencia, Marx como la partera de un nuevo
mundo, Sorel como la gimnasia callejera para restaurar la juventud
social. Mientras que, por el contrario, pensadores como Gandhi o Tolstoy
la veían como el origen de todos los males.
Hay que comprender que la violencia es connatural al hombre, es
originaria e inextirpable, lo cual no significa que sea deseable, de ahí
la inconsistencia de los discursos pacifistas que se basan en una
visión dulcificada e ilustrada de la naturaleza humana.
Existen dos tipos de violencia: la explícita y la implícita. La
primera es aquella que se realiza sobre otro, o sobre uno mismo, en el
caso del suicidio, el crimen o asesinato. Esto que George Bataille
llama: transgresión suprema. Y la violencia implícita, que desde el
punto de vista filosófico es el modo por el cual yo avasallo la voluntad
del otro. Irrumpo en su mundo y sus valores y lo desnaturalizo, lo
extraño de sí mismo. Esto se ve claro en la colonización pedagógica, la
imposición ideológica, el totalitarismo mediático, cuando pasamos a
vivir sin ser nosotros, pues perdimos el sentido de nuestro ser y
existir. Y esta es la modalidad contemporánea de la violencia, la
violencia implícita que se ejerce sobre los hombres y los pueblos.
Si la violencia es connatural al hombre no podemos decir de ella que
sea ni buena ni mala, sino que va a estar determinada por los actos que
se llevan a cabo. Así será buena y mala en la medida en que los actos
que signan la violencia son buenos o malos. Será buena la violencia
política cuando realice actos buenos (derrocar a un tirano) y mala
cuando realice actos malos (derrocar a un justo).
La violencia como irrupción desmedida en el orden regular de las
cosas, lleva una carga negativa. Es que la violencia forma parte de la
disidencia mientras que la fuerza forma parte del statu quo reinante.
Así cuando se afirma que la violencia es mala, lo es porque es mirada
desde el orden que se busca imponer o derrocar, pero cuando no queda más
remedio ante un orden injusto es algo correcto y bueno.
La relatividad en la valoración de la violencia como buena o mala está dada por la finalidad que se persigue.
Pero, de alguna manera, todo esto que acabamos de decir forma parte
de la prehistoria de las consideraciones sobre la violencia, al decir de
Silvio Maresca. Hoy en día la violencia es otra cosa. Al menos en
Buenos Aires y sus alrededores los diarios nos informan que en los
veintitrés primeros días de abril hubo veintiún robos seguidos de
asesinatos. Es decir, que hoy el ladrón roba y, además, cuando se retira
mata. Y mata por matar, sin ningún miramiento y sin ninguna necesidad.
Y esta violencia es la nueva. La violencia al ñudo. La violencia
porque sí. La que practican aquellos seres que van de transgresión
suprema a transgresión suprema, para hablar como Bataille.
Qué puede decir la filosofía al respecto: nada.
Porque la filosofía le habla a sujetos que ejercen una cierta
racionalidad y estos asesinos son seres donde prima la irracionalidad y
la pasión desmesurada. Están desquiciados, sea por la droga, por el
entorno socio-económico, por los vicios, por la carencia de un
compromiso comunitario o de una pertenencia.
El matar porque sí, el asesinar por asesinar es una barbaridad, esto
es, cosa de bárbaros, de seres que han perdido los rasgos de lo humano.
Se puede comprender desde la filosofía, aunque no justificar, que un
varón rapte, viole y mate a una mujer, para evitar que lo reconozca.
Pero que uno o varios ladrones entren encapuchados a una casa roben a
una familia y al retirarse asesinen a unos de los miembros porque sí, es
un escándalo para la razón. Esto es, una piedra con que la razón se
encuentra y que no puede remover.
Podemos encontrar cincuenta explicaciones sociológicas, psicológicas,
políticas, culturales, económicas, históricas y de lo que se quiera,
pero el matar por matar es como el mal en el inocente; temas
incompresibles para la sana filosofía.
Hay una filósofa famosa que escribió un libro más famoso, titulado La
banalidad de mal en donde la autora se queja porque las autoridades de
Israel quisieron resarcirse de todos los males sufridos por los judíos a
manos de los alemanes en la segunda guerra mundial, ejecutando a
Eichmann, un militar burócrata que obedeció órdenes. Israel, con esa
medida, banalizó el enorme mal que sufrieron sus correligionarios.
En esta violencia indiscriminada que estamos padeciendo en estos
tiempos, los violentos banalizan el mal que hacen al no tener ni
conciencia, ni sentido de culpa, ni arrepentimiento de los crímenes al
ñudo que realizan a diario.
Hemos definido antes a la violencia como el avasallamiento de la
voluntad del otro, que esta nueva violencia transformó en la eliminación
lisa y llana del otro sin ningún miramiento, y lo que es peor, sin
ningún motivo y razón.
Esto nos lleva a concluir que hoy día, solo la fuerza bien orientada
desde los poderes del Estado puede contener y limitar a la violencia. No
hay un tercer camino ni pseudos teorías de la inseguridad como
sensación.
Nota bene: Sobre este tema hemos realizado un programa junto con Silvio Maresca que puede verse en http://www.youtube.com/watch?v=jyOFnoXPm8M. Y allí cometimos un error cuando decimos Trosky quisimos decir Tolstoy.