Toda verdad procede del Espíritu Santo
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Hay una frase del
Aquinate Omne verum, a quocumque
dicatur, a Spiritu Sancto est (toda verdad, dígala quien la diga,
viene del Espíritu Santo) que debería estar en el encabezado de nuestra
bitácora. Porque expresa una realidad profunda y a la vez constituye una guía
segura en la búsqueda, cultivo y difusión de la verdad. Muchas veces resulta
oportuno recordar este dictum del
Aquinate. Especialmente, cuando se desatan polémicas estériles o se encolerizan los frikis.
Santo
Tomás puso
en práctica el criterio en toda su obra, realizando una ardua labor de
selección, asunción y depuración de elementos tomados de diversos
pensadores. Un criterio aplicable a cualquier persona que diga una
verdad. ¿Se aplica a los no católicos? Claro que sí,
el Aquinate tomó muchas verdades de paganos como Platón y Aristóteles.
¿Se
aplica a cristianos heterodoxos? También, en la Catena hay varios pasajes de Orígenes. ¿Y vale para los papas conciliares y
postconciliares? ¡Sí! La fórmula dice a quocumque dicatur... Además, el criterio es válido para quien desee introducirse en autores que pueden tener un sistema
de pensamiento radicalmente erróneo, pero con verdades parciales, como así
también para otros autores con algunos
elementos erróneos dentro de un sistema verdadero.
El olvido del omne verum… ,
que es un rasgo constante
del espíritu cristiano, ha causado más de una equivocación. Es un rasgo
muchas veces presente -no siempre, ni en todos- en lo que hemos
denominado
formas patológicas de tradicionalismo.
Ofrecemos hoy dos
fragmentos que esperamos contribuyan a un crecimiento de la reflexión sapiencial:
4. Toda verdad
procede del Espíritu Santo
En la obra tomasiana encontramos una proposición
atribuida a san Ambrosio, que refleja un rasgo decisivo de la espiritualidad
del teólogo dominico y que está íntimamente vinculada con la temática que
venimos tratando: “Omne verum a quocumque
dicatur a Spiritu sancto est” (61).
Esta máxima, en realidad, pertenece al Comentario a
la Primera Carta a los Corintios de un anónimo que vivió en la segunda mitad
del siglo IV, al que Erasmo llamó Ambrosiaster debido a que por mucho tiempo
fue confundido con Ambrosio de Milán (62).
El Aquinate cita dieciséis veces la proposición del
Ambrosiaster a lo largo de su obra para apoyar la tesis del origen divino de
toda verdad: las verdades creadas son participaciones de la Verdad increada, que
es su causa primera en el orden de la eficiencia y de la ejemplaridad (63).
En su Comentario al Evangelio de San Juan, nuestro
autor señala un par de veces la radical dependencia de la creatura respecto de
Dios en el orden del conocimiento. Esto le permite explicar, por ejemplo, en
qué sentido Jesús puede declarar legítimamente que su enseñanza no es suya. En
Juan 7,16, el Señor habla en cuanto hombre y desde esta perspectiva su ciencia
creada, como la de toda otra creatura racional, proviene de Dios. De esta
afirmación metafísica, Tomás extrae una lección moral contundente, pues –dice–
allí tenemos un ejemplo de humildad que nos incita a reconocer con acción de
gracias que todo nuestro conocimiento viene de Dios (64). Más adelante, a
propósito de Juan 8,44, la misma tesis del origen divino de la verdad justifica
la idea de que toda creatura cuando habla por sí misma (“ex propriis”), pero
contando obviamente con la iluminación divina que sostiene toda su actividad
noética, solo expresa mentiras. Esto vale particularmente para el demonio (65).
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(61) El
Magisterio reciente se hizo eco de esa proposición, cf. Juan Pablo II,
Encíclica Fides et ratio, n. 44.
(62)
Pseudo-Ambrosio, Commentaria in epistolam ad Corinthios primam, c. 12, v. 3 (PL
17, col. 245 B; CSEL 81, 2, p. 132): “Dictum enim ipsum, quo significatur
Dominus Jesus, non ab adulatione hominum, sicut et idola dii vocantur, sed
Spiritus sancti veritate profusum est; quidquid enim verum a quocumque dicitur,
a sancto dicitur Spiritu”. La mención del Espíritu Santo como fuente divina de
la verdad distingue este enunciado de aquel de san Agustín, De diversis
quaestionibus octoginta tribus, q. 1 (ed. A. Mutzenbecher, 1975, p. 11): “Omne verum a veritate verum est […]. Est
autem veritas Deus”.
(63) Cf. Tomás de Aquino, In Sententiarum, I, d. 19,
q. 5, a.
2; De veritate, q. 1, a.
8; Cf. S.-Th. Bonino, “Toute vérité, quel que soit celui qui la dit, vient de
l’Esprit-Saint. Autour d’une citation de l’Ambrosiaster dans le corpus
thomasien”, Revue Thomiste 106 (2006) 101-147; A. Strumia, “Omne verum, a
quocumque dicatur, a Spiritu Sancto est”, Divus Thomas 34 (2003) 216–227.
(64) Cf. Tomás de
Aquino, In Ioannem, c. 7, lec. 2, n. 1037.
(65) Cf. Tomás de
Aquino, In Ioannem, c. 8, lec. 6, n. 1250.
Fuente:
Herrera, OP, Juan José. “El Espíritu Santo: Maestro Interior”, p.
12 y ss.
Los que han vivido según el Verbo, ya fueran paganos
o judíos, han sido, pues, cristianos por definición, en tanto que quienes
han vivido en el error y en el vicio, es decir, contrariamente a lo que
les enseñaba la luz del Verbo, han sido verdaderos enemigos de Cristo
desde antes de su llegada. Si es así, la suposición de San Pablo, aun
permaneciendo materialmente la misma, se halla espiritualmente transformada,
pues donde el Apóstol invocaba contra los paganos una revelación natural
que los condena, San Justino admite en favor de aquéllos una revelación
natural que los salva. Sócrates llega a ser un cristiano tan fiel, que no
es sorprendente que el diablo hiciera de él un mártir de la verdad, y
Justino no está lejos de decir con Erasmo: "¡San Sócrates, ruega por
nosotros!"
A partir de ese momento
decisivo, el Cristianismo acepta, pues, la responsabilidad de toda la
historia anterior de la humanidad, pero también reclama el beneficio. Todo
lo mal hecho se ha hecho contra el Verbo, pero puesto que inversamente
todo lo bien hecho se ha hecho por el Verbo, que es el Cristo, toda verdad
es cristiana por definición. Cuanto bien se ha dicho es nuestro… (7). He
ahí, formulada ya en el siglo II, en términos definitivos, la regla eterna
del humanismo cristiano. Heráclito es de los nuestros; Sócrates nos
pertenece, puesto que ha conocido al Cristo con un conocimiento parcial,
gracias al esfuerzo de una razón cuyo origen es el Verbo; nuestros son
también los estoicos y, con ellos, todos los verdaderos filósofos en
quienes brillaban ya las semillas de esa verdad que la revelación nos
descubre hoy en su plenitud (8)
Para quien decide adoptar
esta perspectiva sobre la historia, sigue siendo verdad el decir con San
Pablo que la fe en Cristo dispensa de la filosofía y que la revelación la
suplanta, pero la revelación no suplanta a la filosofía sino porque la
perfecciona. De ahí un trastrueque del problema, tan curioso como
inevitable. Si todo lo que había de verdadero en la filosofía era un
presentimiento y como un esbozo del Cristianismo, quien posee el
Cristianismo debe por eso mismo poseer todo lo que había de verdadero y
todo lo que por siempre puede haber de verdadero en la filosofía. En otros
términos, y por más extraño que esto pueda parecer, la posición racional
más favorable no es la del racionalista, sino la del creyente; la posición filosófica
más favorable no es la del filósofo, sino la del cristiano. Para cerciorarse
de ello bastará con enumerar las ventajas que ésta presenta.
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(7)
JUSTINO, IV Apologie, cap. X I I I . París, Picard,
1904, pág. 177. Para el fundamento de la doctrina véase V Apologie,
cap. X L V I ,
págs. 94-97. Cf.: "Quisquis
bonus verusque Christianus est, Domini sui esse intclligat ubicumque invenerit
veritatem." San AGUSTÍN, De doctr. christiana, I I , 18, 28; Patr.
lat., t. 34, col. 49.
8
JUSTINO, II' Apologie, cap. X, pág. 169, y cap. X I I I , págs. 177-179. Pueden
confrontarse esas declaraciones de Justino con la fórmula de San Ambrosio,
varias veces citada por Santo Tomás de Aquino: "Omne verum, a quocumque dicatur, a Spiritu Sancto est";
cf. P. ROUSSELOT, L´intellectualisme de saint Thornos
d'Aquin, 2ª edic. París, G. Beauchesne, 1924, pág. 228. Hay en
eso un rasgo constante del espíritu cristiano, que escapa a muchos de sus
intérpretes y cuyo desconocimiento ha causado más de una equivocación. Debido
a ello es particularmente difícil comprender los vínculos profundos del
Renacimiento con el Cristianismo medieval y antiguo. Se ha considerado como
prueba manifiesta del paganismo de Erasmo su famosa exclamación: "San
Sócrates, ruega por nosotros." Sin embargo, si es verdad que Sócrates
fué cristiano y condenado a muerte por instigación del demonio a causa de
su participación en el Verbo, ¿no fué un mártir? Y si fué mártir, ¿no es
un santo? Se hallarán curiosos ejemplos de los estragos causados en la historia
por ese olvido de las verdaderas tradiciones cristianas en el libro de J. B.
PINEAU, Érasme, sa pensée religieuse. París, 1923. Haciendo
constantemente decir a Erasmo lo que éste no ha dicho, ese historiador no
siempre comprende lo que Erasmo dice. La fórmula de Erasmo: "Christi esse puta quidquid usquam veri
offenderis" (op. cit., pág. 116), no tiene nada que no sea
tradicional. Decir que "fortassis
latius se fundit spiritus Christi quam nos interpretamur" (pág.
269), sería para Justino timidez, no atrevimiento. No se trata de negar
que el humanismo de Erasmo tenga un carácter nuevo, pero habría que
conocer el antiguo para saber en qué es nuevo el suyo. También seria
menester no interpretar sus textos a contrapelo. J. B. Pineau hace decir a
Erasmo, refiriéndose al Cristo: "Pero, ¿qué nos enseña que no se
encuentre equivalentemente en los filósofos?" (op. cit., pág. 117),
esto para introducir un texto de Erasmo que quiere decir: "La
autoridad de los filósofos tiene poco peso, a menos que todo lo que digan,
a pesar de que lo hagan con términos diferentes, esté prescripto por las
santas Letras" (ibid., nota 96). Es, pues, exactamente lo
contrario de la idea que se le atribuye. Tales métodos no están hechos
para aclarar la historia.
Fuente:
Gilson, E. El espíritu de la filosofía medioeval, p. 33 y ss.