jueves, 3 de julio de 2014

Toda verdad procede del Espíritu Santo

Toda verdad procede del Espíritu Santo

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Hay una frase del Aquinate Omne verum, a quocumque dicatur, a Spiritu Sancto est (toda verdad, dígala quien la diga, viene del Espíritu Santo) que debería estar en el encabezado de nuestra bitácora. Porque expresa una realidad profunda y a la vez constituye una guía segura en la búsqueda, cultivo y difusión de la verdad. Muchas veces resulta oportuno recordar este dictum del Aquinate. Especialmente, cuando se desatan polémicas estériles o se encolerizan los frikis.
Santo Tomás puso en práctica el criterio en toda su obra, realizando una ardua labor de selección, asunción y depuración de elementos tomados de diversos pensadores. Un criterio aplicable a cualquier persona que diga una verdad. ¿Se aplica a los no católicos? Claro que sí, el Aquinate tomó muchas verdades de paganos como Platón y Aristóteles. ¿Se aplica a cristianos heterodoxos? También, en la Catena hay varios pasajes de Orígenes. ¿Y vale para los papas conciliares y postconciliares? ¡Sí! La fórmula dice a quocumque dicatur... Además, el criterio es válido para quien desee introducirse en autores que pueden tener un sistema de pensamiento radicalmente erróneo, pero con verdades parciales, como así también para otros autores con algunos elementos erróneos dentro de un sistema verdadero.
El olvido del omne verum… , que es un rasgo constante del espíritu cristiano, ha causado más de una equivocación. Es un rasgo muchas veces presente -no siempre, ni en todos- en lo que hemos denominado formas patológicas de tradicionalismo.
Ofrecemos hoy dos fragmentos que esperamos contribuyan a un crecimiento de la reflexión sapiencial:
4. Toda verdad procede del Espíritu Santo
En la obra tomasiana encontramos una proposición atribuida a san Ambrosio, que refleja un rasgo decisivo de la espiritualidad del teólogo dominico y que está íntimamente vinculada con la temática que venimos tratando: “Omne verum a quocumque dicatur a Spiritu sancto est” (61).
Esta máxima, en realidad, pertenece al Comentario a la Primera Carta a los Corintios de un anónimo que vivió en la segunda mitad del siglo IV, al que Erasmo llamó Ambrosiaster debido a que por mucho tiempo fue confundido con Ambrosio de Milán (62).  
El Aquinate cita dieciséis veces la proposición del Ambrosiaster a lo largo de su obra para apoyar la tesis del origen divino de toda verdad: las verdades creadas son participaciones de la Verdad increada, que es su causa primera en el orden de la eficiencia y de la ejemplaridad (63).  
En su Comentario al Evangelio de San Juan, nuestro autor señala un par de veces la radical dependencia de la creatura respecto de Dios en el orden del conocimiento. Esto le permite explicar, por ejemplo, en qué sentido Jesús puede declarar legítimamente que su enseñanza no es suya. En Juan 7,16, el Señor habla en cuanto hombre y desde esta perspectiva su ciencia creada, como la de toda otra creatura racional, proviene de Dios. De esta afirmación metafísica, Tomás extrae una lección moral contundente, pues –dice– allí tenemos un ejemplo de humildad que nos incita a reconocer con acción de gracias que todo nuestro conocimiento viene de Dios (64). Más adelante, a propósito de Juan 8,44, la misma tesis del origen divino de la verdad justifica la idea de que toda creatura cuando habla por sí misma (“ex propriis”), pero contando obviamente con la iluminación divina que sostiene toda su actividad noética, solo expresa mentiras. Esto vale particularmente para el demonio (65).
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(61) El Magisterio reciente se hizo eco de esa proposición, cf. Juan Pablo II, Encíclica Fides et ratio, n. 44.
(62) Pseudo-Ambrosio, Commentaria in epistolam ad Corinthios primam, c. 12, v. 3 (PL 17, col. 245 B; CSEL 81, 2, p. 132): “Dictum enim ipsum, quo significatur Dominus Jesus, non ab adulatione hominum, sicut et idola dii vocantur, sed Spiritus sancti veritate profusum est; quidquid enim verum a quocumque dicitur, a sancto dicitur Spiritu”. La mención del Espíritu Santo como fuente divina de la verdad distingue este enunciado de aquel de san Agustín, De diversis quaestionibus octoginta tribus, q. 1 (ed. A. Mutzenbecher, 1975, p. 11): “Omne verum a veritate verum est […]. Est autem veritas Deus”.
(63) Cf. Tomás de Aquino, In Sententiarum, I, d. 19, q. 5, a. 2; De veritate, q. 1, a. 8; Cf. S.-Th. Bonino, “Toute vérité, quel que soit celui qui la dit, vient de l’Esprit-Saint. Autour d’une citation de l’Ambrosiaster dans le corpus thomasien”, Revue Thomiste 106 (2006) 101-147; A. Strumia, “Omne verum, a quocumque dicatur, a Spiritu Sancto est”, Divus Thomas 34 (2003) 216–227.
(64) Cf. Tomás de Aquino, In Ioannem, c. 7, lec. 2, n. 1037.
(65) Cf. Tomás de Aquino, In Ioannem, c. 8, lec. 6, n. 1250.
Fuente:
Herrera, OP, Juan José. “El Espíritu Santo: Maestro Interior”, p. 12 y ss.
Los que han vivido según el Verbo, ya fueran paganos o judíos, han sido, pues, cristianos por definición, en tanto que quienes han vivido en el error y en el vicio, es decir, contrariamente a lo que les enseñaba la luz del Verbo, han sido verdaderos enemigos de Cristo desde antes de su llegada. Si es así, la suposición de San Pablo, aun permaneciendo materialmente la misma, se halla espiritualmente transformada, pues donde el Apóstol invocaba contra los paganos una revelación natural que los condena, San Justino admite en favor de aquéllos una revelación natural que los salva. Sócrates llega a ser un cristiano tan fiel, que no es sorprendente que el diablo hiciera de él un mártir de la verdad, y Justino no está lejos de decir con Erasmo: "¡San Sócrates, ruega por nosotros!"
A partir de ese momento decisivo, el Cristianismo acepta, pues, la responsabilidad de toda la historia anterior de la humanidad, pero también reclama el beneficio. Todo lo mal hecho se ha hecho contra el Verbo, pero puesto que inversamente todo lo bien hecho se ha hecho por el Verbo, que es el Cristo, toda verdad es cristiana por definición. Cuanto bien se ha dicho es nuestro… (7). He ahí, formulada ya en el siglo II, en términos definitivos, la regla eterna del humanismo cristiano. Heráclito es de los nuestros; Sócrates nos pertenece, puesto que ha conocido al Cristo con un conocimiento parcial, gracias al esfuerzo de una razón cuyo origen es el Verbo; nuestros son también los estoicos y, con ellos, todos los verdaderos filósofos en quienes brillaban ya las semillas de esa verdad que la revelación nos descubre hoy en su plenitud (8)
Para quien decide adoptar esta perspectiva sobre la historia, sigue siendo verdad el decir con San Pablo que la fe en Cristo dispensa de la filosofía y que la revelación la suplanta, pero la revelación no suplanta a la filosofía sino porque la perfecciona. De ahí un trastrueque del problema, tan curioso como inevitable. Si todo lo que había de verdadero en la filosofía era un presentimiento y como un esbozo del Cristianismo, quien posee el Cristianismo debe por eso mismo poseer todo lo que había de verdadero y todo lo que por siempre puede haber de verdadero en la filosofía. En otros términos, y por más extraño que esto pueda parecer, la posición racional más favorable no es la del racionalista, sino la del creyente; la posición filosófica más favorable no es la del filósofo, sino la del cristiano. Para cerciorarse de ello bastará con enumerar las ventajas que ésta presenta.
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(7) JUSTINO, IV Apologie, cap. X I I I . París, Picard, 1904, pág. 177. Para el fundamento de la doctrina véase V Apologie, cap. X L V I , págs. 94-97. Cf.: "Quisquis bonus verusque Christianus est, Domini sui esse intclligat ubicumque invenerit veritatem." San AGUSTÍN, De doctr. christiana, I I , 18, 28; Patr. lat., t. 34, col. 49.
8 JUSTINO, II' Apologie, cap. X, pág. 169, y cap. X I I I , págs. 177-179. Pueden confrontarse esas declaraciones de Justino con la fórmula de San Ambrosio, varias veces citada por Santo Tomás de Aquino: "Omne verum, a quocumque dicatur, a Spiritu Sancto est"; cf. P. ROUSSELOT, L´intellectualisme de saint Thornos d'Aquin, 2ª edic. París, G. Beauchesne, 1924, pág. 228. Hay en eso un rasgo constante del espíritu cristiano, que escapa a muchos de sus intérpretes y cuyo desconocimiento ha causado más de una equivocación. Debido a ello es particularmente difícil comprender los vínculos profundos del Renacimiento con el Cristianismo medieval y antiguo. Se ha considerado como prueba manifiesta del paganismo de Erasmo su famosa exclamación: "San Sócrates, ruega por nosotros." Sin embargo, si es verdad que Sócrates fué cristiano y condenado a muerte por instigación del demonio a causa de su participación en el Verbo, ¿no fué un mártir? Y si fué mártir, ¿no es un santo? Se hallarán curiosos ejemplos de los estragos causados en la historia por ese olvido de las verdaderas tradiciones cristianas en el libro de J. B. PINEAU, Érasme, sa pensée religieuse. París, 1923. Haciendo constantemente decir a Erasmo lo que éste no ha dicho, ese historiador no siempre comprende lo que Erasmo dice. La fórmula de Erasmo: "Christi esse puta quidquid usquam veri offenderis" (op. cit., pág. 116), no tiene nada que no sea tradicional. Decir que "fortassis latius se fundit spiritus Christi quam nos interpretamur" (pág. 269), sería para Justino timidez, no atrevimiento. No se trata de negar que el humanismo de Erasmo tenga un carácter nuevo, pero habría que conocer el antiguo para saber en qué es nuevo el suyo. También seria menester no interpretar sus textos a contrapelo. J. B. Pineau hace decir a Erasmo, refiriéndose al Cristo: "Pero, ¿qué nos enseña que no se encuentre equivalentemente en los filósofos?" (op. cit., pág. 117), esto para introducir un texto de Erasmo que quiere decir: "La autoridad de los filósofos tiene poco peso, a menos que todo lo que digan, a pesar de que lo hagan con términos diferentes, esté prescripto por las santas Letras" (ibid., nota 96). Es, pues, exactamente lo contrario de la idea que se le atribuye. Tales métodos no están hechos para aclarar la historia. 

Fuente:

Gilson, E. El espíritu de la filosofía medioeval, p. 33 y ss.