LA MALDICION DIVINA
«…salieron de la ciudad unos muchachos y se burlaban de él, diciéndole: “¡Sube, calvo! ¡Sube, calvo!”. Volvióse él a mirarlos y los maldijo en el nombre del Señor, y saliendo del bosque dos osos, destrozaron a cuarenta y dos de los muchachos» (2 Re 2, 23.24). Muchos no tienen vida espiritual y no saben discernir entre el pecado de maldición y la maldición. El pecado de maldición es un pecado grave, que va en contra de la justicia y de la caridad.
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Este
pecado consiste en invocar un mal contra alguien. Querer un mal a otro
es ir en contra de la caridad. Ese mal que se quiere no está dentro de
la Justicia de Dios. Es un mal que es un pecado, que va en contra de una
ley de Dios.
«El que maldijese a su padre y a su madre, sea muerto» (Lv 20, 9).
El
hijo que quiere un mal, un pecado, a sus padres, se opone a la ley
natural: todo hijo debe amar naturalmente a sus papás. No puede ordenar
un pecado en contra de ellos. Este es el sentido de la Palabra de Dios.
No se puede desear al otro un pecado, pero sí una Justicia de Dios.
Son dos cosas diferentes.
El
profeta Eliseo maldijo a los muchachos: no obra el pecado de maldición,
sino que obra una maldición divina. Los maldice en el nombre de Dios.
Dios quiere castigar a esos muchachos a través de la palabra de su
profeta.
El profeta, inspirado por Dios, dice esa maldición y se cumple: salen del bosque y son destrozados los muchachos.
El hijo no puede querer un pecado contra sus padres, pero sí puede querer una justicia divina contra ellos.
Un
esposo infiel, que se va con otras mujeres, casado con el Sacramento
del Matrimonio, puede recibir de su esposa una justicia divina por su
pecado de infidelidad. Para eso es la gracia del Matrimonio: para dar un
amor divino o una justicia divina al cónyuge.
Hay que saber discernir entre el pecado de maldición y la maldición que viene de Dios por Su Justicia.
Muchos confunden esto y quieren tratar a todos con bonitas palabras.
Todos los profetas del Antiguo Testamento maldijeron en nombre de Dios. Y todos los profetas de Dios maldicen.
La
maldición divina es la que produce o causa un daño a la criatura sobre
la cual recae. Y es propia de Dios. La usó el mismo Cristo, cuando
maldice a la higuera, que se seca al instante. La usa Cristo en el
juicio final, cuando maldice a los de su izquierda, que son arrojados al
fuego eterno en ese momento.
Los Santos maldicen a los demonios:
«Son, dice, tantas veces las que estos malditos
me atormentan, y tan poco el miedo que yo ya los he, con ver que no se
pueden menear si el Señor no les da licencia… Sepan que a cada vez que
se nos da poco de ellos, quedan con menos fuerza y el alma muy más
señora… Porque son nada sus fuerzas si no ven almas rendidas a ellos y
cobardes, que aquí muestran ellos su poder» (Sta. Teresa – Vida nn.10 y 11).
Todo exorcista maldice al demonio.
Cuando
un profeta maldice a una persona está revelando la obstinación del alma
de esa persona. Y, por lo tanto, le está diciendo el castigo que viene
de Dios por esa obstinación.
Dios
maldice a la higuera: en ella se ve la obstinación del pueblo judío. Y
la higuera se seca: el pueblo judío queda sin el alimento del amor de
Dios.
Cuando
se maldice a otro, por mandato de Dios, se está descubriendo que esa
persona vive en su pecado, obra su pecado, lo muestra a todo el mundo y
no quiere quitarlo. Obra como un demonio. Los demonios son malditos,
porque carecen del amor divino. No pueden amar, no pueden ver a Dios, no
pueden aceptar la Voluntad de Dios.
Una
persona pública que constantemente está mostrando su pecado a los demás
como un bien, como un valor, como una obra que hay que realizar, es una
persona maldita para Dios: obstinada en el mal.
Hay mucha gente así en el mundo.
Si
los hombres tuvieran una vida espiritual, entonces, sin ningún problema
podrían maldecir a esas personas en el nombre de Dios.
Pero
la gente carece de vida espiritual y cree que tratando a los demás con
cariñitos, con besos, con abrazos, están obrando en la Voluntad de Dios.
La
Gracia, que es la Vida Divina, es para obrar o un amor de Dios o una
justicia de Dios. Dios es Amor y Dios es Justicia. Estas dos cosas,
mucha gente, no las entiende.
Si
Dios maldice, también puede maldecir todo hijo de Dios. Pero, para eso,
hay que tener vida espiritual, para no caer en el pecado de maldición.
En
este blog se ha maldecido a Bergoglio muchas veces. Y pocos lo han
entendido. No saben discernir entre pecado de maldición y maldición
divina. Quieren tratar a Bergoglio con un cariñito, con una palabra, un
lenguaje sentimental, afectivo, pero no con la verdad.
Un
hombre público, que se pasa las 24 horas del día mostrando su pecado,
hablando a las almas para engañarlas, obrando el pecado sin rubor; que
además es Obispo y le han puesto como jefe de una iglesia que no existe,
que la están levantando a base de socavar los cimientos de la verdadera
Iglesia, no puede ser llamado bendito. Hay que llamarle maldito. Y eso
es una Justicia Divina, no el pecado de maldición.
Llamando
maldito a Bergoglio se está revelando lo que hay en el alma de ese
hombre: se está poniendo en claro, a la luz de todos. Se cogen sus
homilías, sus escritos, y se les desmenuzan para que vean la maldición
de su palabra. Y muchos no captan esto, porque les asusta la palabra
maldición.
Quieren un lenguaje en que se trate de forma respetuosa la mente de ese hombre.
No
se puede respetar la mente de un hombre que no es capaz de decir una
verdad. Cuando la dice, inmediatamente, pone su mentira al lado. No hay
respeto al lenguaje de la mentira. No hay respeto a la mente que habla
ese lenguaje de la mentira. No hay respeto a la persona que obliga a su
mente a decir una mentira en su palabra, en su lenguaje.
Tampoco
hay respeto a esa persona por el cargo que representa: no es Papa. No
tiene el oficio de juez universal. Por lo tanto, se le puede juzgar
tranquilamente.
Bergoglio
ejerce un cargo político, de acuerdo a su gobierno horizontal. Y todo
político puede ser juzgado por la Iglesia (por sus miembros) y por la
autoridad de la Iglesia (por su Jerarquía).
¡Qué pocos tienen vida espiritual en la Iglesia!
La
Iglesia está totalmente dividida. Todos andan en el juego del lenguaje
humano. Pero a nadie le interesa la verdad. Ya nadie sabe lo que es la
Verdad.
Por
eso, este blog ni es para los progresistas, ni es para los
tradicionalistas, ni es para los lefebvrianos, ni es para los católicos
tibios, ni es para nadie que no tenga vida espiritual.
Aquí
se trata la situación de la Iglesia desde un punto de vista espiritual,
que es lo que nadie hace en la Iglesia. Se ve la Iglesia desde muchos
puntos de vista, pero nadie da el Espíritu de la Iglesia. Nadie llama al
pan, pan; y al vino, vino. Todos están en sus ensaladas. Y comen de
eso. Y no son capaces de ver a los hombres en sus almas, no en sus
mentes.
«¡Maldito
el día en que nací! ¡El día en que mi madre me parió no sea bendito!
Maldito el hombre que alegre anunció a mi padre: “Un niño, tienes un
hijo varón”, llenándole de gozo. Sea ese hombre como las ciudades que
destruye el Señor sin compasión, donde por la mañana se oyen gritos y al
mediodía alaridos» (Jer 20, 14).
Estas palabras del profeta nadie las comprende.
El
profeta está maldiciendo, en nombre de Dios, el día en que nació.
Maldice al hombre que anunció ese nacimiento. Maldice su nacimiento, su
propia vida humana.
Y Jeremías no está pecando en esta maldición.
En
estas maldiciones está el alma del profeta, no su mente, no sus obras.
Su alma ha contemplado su miseria, su pecado, sus manchas. Y las ve como
Dios las ve, con claridad. Y, por eso, maldice el día en que nace:
contempla su alma en el pecado original. Se contempla como un condenado,
como un demonio.
Su
madre ha traído al mundo un demonio: eso es maldito. No es una
bendición nacer en este mundo. Para ningún hombre lo es. Pero son pocos
los hombres que caen en la cuenta de lo que es su nacimiento. Se nace
como un auténtico maldito a los ojos de Dios. Se nace en la Justicia
Divina, para un castigo de Dios, para una sentencia de Dios. Y, por eso,
el hombre que anuncia con gozo esa maldición, es también maldito: no
sabe lo que anuncia.
Cuando
se dice que Bergoglio es un maldito se está diciendo que su alma vive
constantemente en su pecado, en la obra de su pecado. Quien maldice de
esta manera, no está pecando. Está diciendo la verdad. Pero son pocos
los hombres que entienden el lenguaje del alma.
La vida espiritual es el lenguaje del alma. La vida humana es el lenguaje de la mente.
Si
piensas como hombre, como ser racional, vives de esa manera. Y hablas a
la mente del hombre, con su lenguaje, usando sus ideas racionales.
Pero
si piensas como hijo de Dios, como un ser espiritual, entonces dices
misterios en tu lenguaje humano: estás dando tu alma al otro. Estás
diciendo lo que hay en tu alma; no en tu mente.
Y
quien lea a Bergoglio con su alma, lo tiene que maldecir. Su alma
encuentra una gran maldad, que la rechaza al instante, que la maldice.
La Sagrada Escritura es para el alma, no es para la mente del hombre.
Muchos no saben leer la Palabra de Dios: quieren investigarla con sus mentes.
La Palabra de Dios es Espíritu, es para el espíritu, es un ser espiritual.
La
Palabra de Dios viene de la Mente de Dios. Y esa Mente es Espíritu. La
Mente de Dios no es racional, como lo es la del hombre. Dios no piensa
como piensa el hombre. Luego, no puedes leer la Palabra de Dios con tu
mente humana. Tienes que leerla con la Mente de Dios.
Y tú tienes la Mente de Dios: «nosotros tenemos la Mente de Cristo» (1 Cor 2, 16).
Si comulgas, recibes a Cristo: tienes Su Mente y Su Voluntad.
El
que no comulga no posee la Mente de Cristo. El Bautizado que no recibe
la Eucaristía no posee la Mente de Cristo. Sólo tiene el Espíritu de
Dios. El sacerdote, no sólo posee la Mente de Cristo, sino Su Poder. Y
el Obispo tiene toda la plenitud de lo que es Cristo.
Muchos comulgan y, después, piensan como los hombres, no como Cristo. ¿Para qué comulgáis?
Muchos leen la Palabra de Dios con su mente humana, no con la de Cristo. ¿Para qué la leéis?
Lo que Dios da siempre al alma es un alimento espiritual: para su vida espiritual. No para su vida racional o humana.
Dios
te habla al corazón, no a la mente. El demonio te habla a la mente
siempre. El demonio quiere entender lo que piensas. Por eso, te pone
cantidad de pensamientos, que parecen tuyos, pero son de él. Y así va
guiando a los hombres, en sus pensamientos. Así va formando sus
obsesiones y posesiones en la mente de las personas.
Lo
que más se ve en el mundo, y en la Iglesia, es la posesión de la mente
del hombre por el demonio. Por eso, muchos acuden a los psiquiatras. El
demonio los vuelve locos. No tienen ninguna locura, pero el demonio se
la pone: son locuras puestas por el demonio. Son enfermedades, reales,
pero que tienen su origen en lo espiritual. No se quitan con pastillas,
sino con la conversión de la persona y con muchos exorcismos.
Dios te habla al corazón. Y su Palabra es Amor. No son ideas, no son razones, no son filosofías, no son lenguajes bellos.
Cuando
Dios te habla, te da un amor. Ama tu corazón. Es un amor que el hombre
ni lo siente ni lo puede explicar. Es totalmente en el espíritu, obrado
por el Espíritu. No es un sentimiento humano, no es un consuelo humano,
no tiene nada que ver con lo que el hombre entiende por amor.
Cuando Dios te ama, ama tu corazón: lo penetra, se instala en él y lo mueve a Su Voluntad.
El alma, amada por Dios, no tiene que hacer nada: sólo seguir la inspiración divina, la moción divina en el corazón.
Esto no se comprende sin vida espiritual.
Si Dios te ha puesto en Su Iglesia, Dios te ama y te da a conocer, de manera espiritual, todo lo que pasa en la Iglesia.
La
razón de por qué muchos todavía no se han enterado de lo que es
Bergoglio, es sólo porque no tienen vida espiritual. No saben lo que es
eso. Ven la Iglesia desde lo humano, desde lo histórico, desde las
estructuras exteriores. Pero no ven almas en la Iglesia. No captan las
almas en la Iglesia. Sólo captan las mentes de los hombres, sus obras,
sus vidas.
Por
eso, adoran a Bergoglio. Por eso, lo llaman como Papa. Por eso, les
molesta que se diga que Bergoglio es un maldito. No lo entienden. No lo
pueden comprender.
La
misión de este blog es señalar el camino espiritual de la Iglesia. La
Iglesia camina hacia lo remanente. Va hacia una Iglesia que permanece en
la sola Verdad.
No
es la Iglesia ni de los progresistas, ni de los tradicionalistas, ni de
los moderados o centristas, ni de nadie que mira a la Iglesia con su
mente humana.
Aquí
no nos casamos con nadie. Aquí no damos besitos a nadie. Aquí damos la
Verdad que nadie quiere escuchar y que nadie va a decir. Y sabemos que
estamos solos. Y no nos importa. A nadie debemos nada. Cuando el Señor
diga, se cierra la obra que Él comenzó. Y nos iremos sin decir adiós,
porque la vida eclesial va a ser en la oscuridad, en la persecución. Y
ya no será conveniente hablar públicamente cosas que hay que decirlas en
secreto.
Los
tiempos son muy oscuros. Y si no tienen la guía del Espíritu, si sólo
tienen la guía de sus inteligencias humanas, se van a perder. Tienen que
saber moverse en la oscuridad. Porque todo es un infierno. La Iglesia
ya no da la Verdad y ya no lleva a la Verdad. Han puesto a un maldito:
que guía en la mentira y que arrastra a todos hacia la mentira.
Y si la palabra de este maldito les hace vacilar, entonces no van a poder enfrentarse al Anticristo.
Si
una palabra barata les confunde y piensan que Bergoglio dice alguna
verdad, es que no tienen vida espiritual. Viven en la Iglesia de acá
para allá: cogiendo aquí y comiendo de allá. Y al final terminan, como
hacen muchos, negando toda la Iglesia.
Hoy
día se quiere una tradición sin papas; se quiere un papa sin doctrina,
radical, que lo rompa todo; se quiere una liturgia que no sea herética y
que no sea con papas heréticos.
Hoy día, en la Iglesia, sólo se quiere al hombre, a su mente, a sus obras. Pero nadie quiere ver las almas de esos hombres.
Por eso, este blog escandaliza a muchos. Que sigan en sus escándalos.
La
Iglesia va hacia el remanente. Son las almas que poseen, en sus
corazones, sólo la verdad. Lo demás, no interesa. Lo demás, no es
Iglesia.
Los
progresistas, los tradicionalistas, los centristas, los
sedevacantistas, etc… sólo están en el terreno de nadie: haciendo su
iglesia, a su manera. Luchando por sus intereses, que los llaman de
Dios. Pero ninguno de ellos se pone en la Verdad.
Cuando
muera el Papa legítimo de la Iglesia, Benedicto XVI, la Iglesia quedará
en Sede Vacante. Los Cardenales pondrán sus papas. Ninguno de ellos
será papa. Porque hay un impedimento para elegir a un Papa verdadero: el
gobierno horizontal, que ese maldito ha puesto.
Hasta
que los Cardenales electores no quiten esa maldición, esa obra maldita,
hasta que no salgan de la obediencia a ese gobierno horizontal y a ese
falso papa, hasta que no tengan agallas de dejar la estructura interna,
que los ahoga en la mentira del lenguaje de un hombre sin verdad, por
más que elijan a un hombre para papa, no será Papa.
La
Iglesia tiene que estar un tiempo sin papa: porque hay una maldición
puesta en Roma. El gobierno de ese hombre, de ese político, de ese
bufón. Una obra maldita que ha anulado el fundamento de la Iglesia:
Pedro. Por más que quieran elegir a un Pedro, no podrán. Tienen que
salir de todo eso para elegir al Papa que está profetizado: Pedro
Romano, el cual finaliza el tiempo dado a la Iglesia para echar las
redes. Y abre otro tiempo, uno nuevo.
Todos
van a luchar, a partir de ahora, por un trozo de poder en el Vaticano.
Por eso, viene una gran división. Y, por eso, habrá que esconderse.
Poca gente, en la Iglesia, entiende esto.
Todos esperan algo de Bergoglio y del Concilio que viene. Están ciegos y quedarán ciegos para siempre.
La
Iglesia de Cristo camina, ahora, por otros caminos distintos a Roma.
Por eso, dentro de poco hay que dejar de hablar de lo que sucede en
Roma, porque será contraproducente para todos.
Hay que seguir a Cristo en la Iglesia remanente. Ya no hay que seguir a Roma.