LA PEOR HERENCIA SOCIAL DE LA DÉCADA KIRCHNERISTA
Editorial
I
El
avance del narcotráfico y sus secuelas sobre los sectores más marginados
constituirán uno de los mayores desafíos para el próximo gobierno nacional
El flagelo de
la droga y el avance del narcotráfico constituyen uno de los grandes dramas que
nos deja la gestión kirchnerista. A nadie sorprende ya que la
presidenta de la Nación prefiera no hacerse cargo de este gigantesco problema.
Pero sí asombra el grado de desconocimiento que sobre esta grave cuestión acaba
de exhibir el jueves último, durante un discurso ante la militancia partidaria
desde los balcones interiores de la Casa Rosada, minutos después de un mensaje
transmitido por la cadena nacional.
En
esa oportunidad, Cristina Fernández de Kirchner aludió al impacto del consumo
de drogas en los distintos sectores sociales y afirmó: “Los que tienen mucha plata tienen [droga] de la buena y pontifican
acerca de los negros que consumen paco”. Tales expresiones resultan doblemente lamentables en boca de un jefe de
Estado. En primer lugar, porque la
Presidenta insiste en su afán de dividir a la sociedad, pretendiendo
desconocer cualquier tipo de lazo solidario entre quienes tienen mucho y
quienes viven en la indigencia. En segundo término, porque su referencia a la
supuesta existencia de drogas “buenas”
y “malas” parecería indicarnos que la
magnitud del problema se limita a la baja calidad de las sustancias que
consumen los sectores más empobrecidos, cuando todas las drogas que crean adicciones representan un serio peligro para
la salud.
La
primera mandataria dijo preocuparse por “las
adicciones en la gente de bajos recursos, que son devastadoras para la salud
porque la adicción es con cualquier cosa”, pero su Gobierno no ha hecho nada para impedir el desproporcionado
crecimiento del consumo de estupefacientes y la proliferación de cocinas de
paco en villas de emergencia y asentamientos humildes en los que imperan el
narcotráfico y la ley del más fuerte. Más aún, con
sus polémicos blanqueos facilitó el lavado de dinero proveniente de narcos.
Estamos
hablando de lugares donde, en los últimos años, se ha producido una distorsión
tal de valores que los dealers, que venden drogas y ganan mucho más que
cualquier trabajador de esos barrios, se han convertido en prototipos de la
movilidad social. Son sitios a los que muchas veces ni el propio Estado accede
y que constituyen uno de los más aberrantes símbolos de la peor herencia social
del kirchnerismo tras 12 años de ejercicio del poder respaldado por amplias
mayorías parlamentarias y ayudado por enormes recursos de caja.
Por
cierto, las primeras y más indefensas víctimas de semejante situación son los
grandes excluidos del modelo K, las miles de personas de bien, honestas y
trabajadoras que no han tenido más remedio que asentarse en una villa para
poder tener un techo y tratar de estar en muchos casos relativamente cerca de
sus trabajos.
Esas
personas a las que la Presidenta dijo en reiteradas oportunidades haber destinado
los mayores esfuerzos y recursos de su administración, día tras día, hora tras
hora, ven cómo sus hijos están al borde del precipicio que implica caer bajo el
yugo del narcotráfico, ya sea porque
comienzan a consumir drogas como porque quedan atrapados en las redes de la
comercialización y de toda la clase de delitos y de enfermedades que germinan
al amparo de la pobreza extrema y la falta de horizontes.
Puerta
de Hierro, una villa del partido de La Matanza sobre la cual LA NACION publicó
un informe el lunes pasado, es sólo uno de los centenares de casos similares
que se registran por todo el país, pero particularmente en los grandes centros
urbanos, con el Gran Buenos Aires al tope.
La
vida en esos lugares, como bien se lo describe en el caso de Puerta de Hierro,
transcurre al ritmo que marcan las
bandas que manejan el paco y cometen todo tipo de delitos violentos, dentro de
la villa o con ella como refugio tras sus excursiones por otros barrios.
Son los hacedores de una película inacabable cuyos protagonistas se renuevan
también permanentemente y entregan imágenes que laceran el alma: jóvenes
envejecidos, convertidos en zombis por el paco y a los que se puede ver por
todos lados, durmiendo varios días literalmente congelados en pleno verano tras
una altísima ingesta, con mutilaciones en sus cuerpos muchos de ellos y
convertidos, todos, en seres que parecen habitar otro mundo.
Este drama
incluye madres desesperadas de quienes ya sucumbieron ante el paco a falta de
mejores opciones de vida y madres aterrorizadas que no dejan un minuto solos a
sus hijos por temor a que también ellos pasen a ser protagonistas de esta
película de terror.
Porque el paco y otras sustancias están ahí, al alcance de la mano, así como
también el dinero fácil que se ofrece para ir hasta lugares cercanos, avenidas
importantes como Crovara y estaciones de ferrocarril, para organizar fugaces
tours de la droga a través de la villa con personas interesadas en comprar.
“Puerta de
Hierro es el ejemplo de lo que no hemos hecho como Estado, como política y como
sociedad. El Estado va diez años atrás de la problemática del paco”, se sinceró el diputado del Frente para la
Victoria Fernando "Chino" Navarro, creador del Instituto de
Investigación sobre Jóvenes, Violencia y Adicciones.
El
padre Basílico Brítez, un cura que tiene su parroquia en la cercana villa
Palito, afirma que los barrios de Puerta de Hierro, San Petersburgo y 17 de
Marzo forman un triángulo en el cual “el
estado no existe”. Inconcebiblemente,
el intendente cristinista Fernando Espinoza buscó salir del paso afirmando que
lo hecho por su administración nadie lo había hecho antes en La Matanza
para, rápidamente, decir que él hizo con 3000 millones de pesos lo que Macri,
según sus palabras, no hizo con 81.000 millones. Para el jefe de Gabinete de
Scioli, Alberto Pérez, “hace falta
penetrar con más firmeza del Estado, que el crecimiento que se dio en la
provincia ahora se pueda dar en esos lugares donde el Estado no ha podido
entrar”.
Como
se ha dicho, también en la ciudad de Buenos Aires amplios sectores de villas
que hasta hace unos años eran simplemente eso, villas de emergencia, se han
transformado en lugares prácticamente inexpugnables para el Estado, al punto
que, como ocurre en la provincia de Buenos Aires, muchas veces termina siendo
la Iglesia la que lucha desde adentro contra el narcotráfico y la delincuencia
en general a través de la esforzada y valiente acción de los curas villeros.
El papa
Francisco sabía de qué hablaba cuando días atrás expresó que la Argentina ya no
era sólo un lugar de tránsito, sino también de consumo y elaboración de droga, así como
también cuando el mes último manifestó sus temores de que haya una “mexicanización” de la Argentina.
Lamentablemente,
la realidad parece darle la razón al Papa. Los casos como el de Puerta de
Hierro están a la vista de todos y se han multiplicado de manera exorbitante.
No alcanzan, como respuesta al problema, las excusas y desmentidas de los
funcionarios K.
Frente
a los dichos de Navarro y de Alberto Pérez, cabe preguntarse por qué después de
tantos años en el poder el kirchnerismo y sus gobernadores e intendentes
aliados no pudieron evitar algo tan primario como que el Estado haya perdido
terreno ante el narcotráfico y su secuela de delitos. La primera respuesta al enigma seguramente está en la forma olímpica y
descarada en que el matrimonio Kirchner ignoró el problema en sus largos
balances y autorreferencias a través de la cadena nacional, y en el silencio
cómplice de quienes los acompañaron durante todos estos años.
Ése
es uno de los grandes dramas que la actual jefa del Estado deja, sin haber
hecho el más mínimo atisbo de autocrítica. Evitar que el flagelo de la
marginalidad y la droga sigan en alza es ya un desafío para el próximo
presidente y para toda la clase dirigente.
NOTA: Las imágenes y
destacados no corresponden a la nota original.