PORNOCRACIA: los orígenes históricos de la dominación sexual (2-2)
El Padre Barruel: un denunciante sexual
El Abbé Augustin Barruel, sacerdote jesuita francés
(1741-1820) logró salvarse de la guillotina refugiándose en Inglaterra
donde publicó las casi mil páginas de sus Memoirs Illustrating the History of Jacobinism, un bestseller
que narra el complot de la Revolución Francesa al cual Edmund Burke
(¡nada menos que Burke!) avaló con su estilo drástico en 1797:
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“Yo mismo he conocido personalmente a cinco de sus principales
conspiradores, y puedo comprometerme a decir por mi propio y certero
conocimiento, que hasta 1773, estaban ellos enfrascados en el complot
que Ud. tan bien ha descripto y de la manera y basado en los principios
que ha presentado con tanta exactitud” (64).0
Barruel atribuye la revolución no sólo a los filósofos, los Illuminati
y los masones (lo que no sería nuevo) sino también al sistema
democrático en general, pero muy específicamente al moderno, pues:
“Es innegable que la virtud debe ser más particularmente el principio de las democracias que de otras formas de gobierno, siendo él el más turbulento y el más vicioso de todos,
en el que la virtud es absolutamente necesaria para controlar las
pasiones de los hombres a fin de dominar ese espíritu de camarilla
secreta, anarquía y facción inherente a la forma democrática y encadenar
la ambición y ansia de dominio sobre el pueblo, que la debilidad de las
leyes difícilmente soporta” (66).
Un parrafito como para las cátedras de Derecho Político; es evidente además que no se está refiriendo al supuesto sistema puro donde el pueblo gobierna por sí mismo (democracia directa) ni a la forma republicana donde lo hace por sus representantes, sino
al sistema ideológico del que goza este mundo…, es decir, una
oligarquía esotérica y nepotista en torno a logias sistemática y
dialécticamente vinculadas entre sí.
Las ideas y los fines de los Illuminati, eran claros: “enseñar a los adeptos el arte de conocer a los hombres; conducir al género humano a la felicidad y gobernarlos sin represión” (89). Para ello, debían utilizar ciertos medios, a saber, reemplazar
a los jesuitas en la educación de la juventud y atraer a los príncipes
fomentando, favoreciendo y aprovechando sus desbordes pasionales, “este es el primer paso hacia la Revolución” (64).
Barruel no se equivocaba: d’avant, politique sexuelle
El Club del Incesto: Shelley
Pero las ideas no quedaron sólo en el país de los galos, sino que cruzaron el canal a tomar el té de las cinco.
Percy Bysshe Shelley, el refinado poeta super-romántico tuvo la
originalidad de utilizar las ideas revolucionarias con el objetivo de
instalar la Revolución Francesa en Inglaterra “de acuerdo con los
principios del Iluminismo, creando una red de células terroristas
iluministas. En el corazón de este proyecto estaba la subversión revolucionaria del orden moral como preludio a una subversión similar del orden político” (82). El punto era “específicamente
la idea de una célula revolucionaria basada en la coparticipación
sexual y la manipulación oculta, incrementada por el incesto, dentro de
un poder aqueróntico que pudiera utilizarse políticamente” (Horror, 70).
Algo de su vida puede iluminarnos; porque, al final de cuentas, uno refleja en el papel lo que ha vivido.
El gran poeta inglés nacido en 1792 se casó en 1812 con Harriet
Westbrook de 16 años; de mala gana, porque en realidad deseaba
establecer una comunidad libre intersexual y sabía que sus ideas eran
contrarias a los signos de los tiempos; pero las mañas no se pierden,
como dice el refrán, por lo que trató de enmendar su falta adiestrando a
su amada en las prácticas y los criterios del Iluminismo; tan
mimetizado estaba con sus ideas que llegó incluso a convencer a la joven
Harriet para que aprovechase sus embarazos y mantuviese relaciones con
Jeff Hogg, un amigo suyo (quien no se hizo rogar) pues, al final de
cuentas, no habría peligro de embarazo.
El punto era sencillo; había que experimentar antes que implantar el
sistema. Pero no sólo la poliandria, sino también el incesto:
“El incesto era el primer paso para el revolucionario
gnóstico iniciado, así como el principal producto de la poesía romántica
inglesa. El objetivo en cada caso era trastocar el orden
moral, y, por ese medio, la hegemonía de Dios en la tierra. La
interpretación esotérica iba un poco más hondo. Desde que la ley moral
es lo único que garantizaba la autonomía y la inviolabilidad del hombre,
un hombre sin moral sería fácilmente controlado, y el que primero rompiera la ley sería el candidato más probable para controlar la humanidad” (88).
Incestuoso, amoral y completamente ideólogo, era normal que plantease
como norma lo que practicaba con convicción pues, como dice Jones “desde
que no hay algo como el pecado original, puesto que el hombre es
‘naturalmente’ bueno, uno necesita sólo suprimir la restricción
exterior, la virtud volvería a florecer, y la era de amor fraternal
sería inaugurada en la tierra” (Horror, 20).
“La liberación sexual fue incorporada al resto del principal programa político de Shelley, pero por todo esto, ocupa el primer lugar en el esquema de su Utopía” (78). Ni más ni menos que el joven Engels empezará a traducirlo luego de la revolución de 1848, donde, en su utopía socialista, la razón es reemplazada por la pasión (83); en el poema, que expresa la “quintaesencia del Iluminismo (…) la ciencia reconciliará la razón con la pasión suprimiendo la creencia en Dios” (78), la castidad es sin duda una superstición monacal y evangélica.
Shelley llegó a proyectar incluso un viaje de bodas multiple choice a Suiza: “el
lugar del congreso iluminista incestuoso era Villa Diodati, una gran
casa en la costa del lago de Ginebra, que alguna vez había sido de John
Milton”… y donde los ocupantes hacían ostentación de sus
desviaciones ante la curiosidad de los turistas que se acercaban con
telescopios a la “Liga del incesto” (Horror, 69). El congresal más distinguido era Byron, “el más importante poeta de Inglaterra en esa época” (87):
sodomita y amante incestuoso de su media hermana Augusta. Todo un
Prometeo que escapará al ver que la cosa pasaba a mayores. Byron era
todo lo que parecía y ostentaba, pero no tenía la revolución en la
sesera tan bien estructurada como Shelley que quiso integrarlo. Fue a
morir de fiebre en Grecia (posiblemente al servicio del ‘Foreign
Office’) convirtiéndose en un héroe de la libertad ad usum stultorum.
Todo este conventillo “fue al comienzo del fin de la primera
revolución sexual. Cuando Mary y Shelley volvieron a Inglaterra en el
otoño, fueron recibidos primero con el suicidio de la otra media hermana
de Mary, Fanny Imlay, y luego por el suicidio de la primera esposa de
Shelley, Harriet, que fue rescatada de la cavidad donde se guarda el
ancla después de seis semanas de inmersión al principio de diciembre” (89).
Es decir, Dios perdona, pero la naturaleza no.

“Cuando Shelley murió, la primera revolución sexual murió
con él. Lo que siguió fue el repudio de la liberación sexual, conocido
como la era victoriana. Su viuda dedicó el resto de su tiempo a borrar
de la memoria pública su experimento sexual. Shelley
en las manos de su esposa se convirtió en un ángel victoriano y así
permanecería durante 150 años hasta que otra revolución sexual hizo
posible otra interpretación de su vida” (91).
Resumiendo, según parece la revolución sexual, la sodomía y el incesto es el primer paso de la praxis revolucionaria moderna (88);
no se trata del incesto “ingenuo” de nuestras clases populares
(generalmente, padre borracho que se aprovecha de alguna de sus hijas o
medias-hijas), sino del incesto cabalístico, esotérico e iluminista como rito de iniciación.
El caso de Shelley es arquetípico en cuanto es el héroe moral de la irredención. Porque los poetas siempre imitan aristotélicamente la realidad,
la naturaleza y obviamente sus contrarios. No necesito descubrir que
Shelley lo era en grado sumo: expresó, pues, la naturaleza
revolucionaria tanto en su vida trágico-sexual como en sus escritos, con
agudeza tal que sólo Nietzsche pudo superar: “Shelley hizo del
incesto la pieza central de su poema revolucionario, ‘The Revolt of
Islam’. El incesto -como puso en claro Nietzsche-, tiene una aplicación
política” (121).
Según sostiene Nesta Webster en su conocidísimo libro sobre la Revolución mundial[1], en el s XIX no es la organización la que promueve las ideas sino al revés, como señala Jones:
“Tenemos en el asunto Shelley, un caso de influencia literaria en el
cual la idea engendra la organización. El ejemplo de Shelley es
elocuente porque la influencia de los Illuminati en esta instancia es
más literaria que organizativa. Al escribir su libro, Barruel creó un
seguidor de Adam Weishaupt y sus ideas, que su organización nunca podría
haber logrado por sí misma. ‘Las ideas iluministas, escribe James
Billington, ‘influenciaron a los revolucionarios, no precisamente por
sus sostenedores del ala izquierda, sino también a través de sus
opositores derechistas. Cuando los temores de la derecha se convirtieron
en la fascinación de la izquierda, el Iluminismo consiguió una
paradojal influencia póstuma mucho más grande que la ejercida como
movimiento vivo’” (99).
Es decir, falló la conspiración del silencio, practicada por
ambidiestros; si Barruel hubiese callado, quizás otro sería el cantar.
Tanto fue así que el mismo “Shelley recomendó el libro, no porque
estuviese de acuerdo con las perspectivas políticas del más famoso
antirrevolucionario jesuita del mundo, sino porque el libro ofrecía el
mejor relato de la conspiración iluminista existente entonces, y como
parte de su agenda política deseaba conseguir la resurrección de los
Illuminati” (76).
De todos modos la cosa venía mal según Barruel porque, como ahora, “cualquier
loco puede atraer al pueblo al teatro, pero es necesaria la elocuencia
de Crisóstomo para sacarlo de allí. A talentos iguales, quien alega en
pro de la licencia y la impiedad, tendrá mayor peso que el más elocuente
orador que reivindique los derechos de la virtud y la moralidad” (85). Miley Cyrus y los empresarios de la noche se lo saben de memoria sin haberlo leído jamás.
Nietzsche, el Incestólogo
Nietzsche es el filósofo o, por lo menos, el pensador y el gran poeta
de la contra-naturaleza, que prosigue y precisa la convicción de
Shelley: la superación del hombre corriente en pos del hombre omega o
del superhombre. Su genio dio letra a muchos en su tiempo, incluido el
mismo Freud y sus complejos.
Jones transcribe más de una vez el pasaje de El Origen de la Tragedia en el espíritu de la música (1872) donde Nietzsche interpreta esotéricamente el mito de Edipo:
“Respecto de Edipo pretendiente de su madre y solucionador de
acertijos, hay que interpretar inmediatamente que allí donde por medio
de poderes oraculares y mágicos se han roto la distinción del presente y
del futuro, la rígida ley de la individuación y sobre todo el hechizo
propio de la naturaleza, allí debe haber precedido un monstruoso acto
contra-natura como causa primera –como allí el incesto–; pues ¿cómo
podría uno obligar a la naturaleza a revelar sus secretos, sino
oponiéndole victoriosamente, o sea por un acto contra-natura?
Yo veo acuñado este conocimiento en esa espantosa trinidad del destino
de Edipo; el mismo que resuelve el acertijo de la naturaleza –esa
Esfinge de doble figura-, debe también destrozar, como parricida y
esposo de su madre, el más sagrado orden de la naturaleza. Sí, el mito parece querer susurrarnos que la sabiduría y especialmente la sabiduría dionisíaca es un horror antinatural,
y que quien por el conocimiento arroja la naturaleza en el abismo de la
aniquilación, tenga también que experimentar en sí mismo la disolución
de la naturaleza. ‘La punta de la sabiduría se vuelve contra el sabio;
la sabiduría es un crimen contra la naturaleza’” (Degenerate, 218).
Según Jones “el pasaje es seminal para la edad moderna” (idem, 219) que imagina, (posee “la persistente fantasía”), poder gozar de los frutos de la cultura cristiana renegando del cristianismo. Esta cultura consiste “esencialmente
en la absorción de la tradición filosófica griega y de la ley moral de
Moisés en la Cristiandad…”. Lo que llamamos Occidente es en esencia la
inculturación europea de la Cristiandad y esta inculturación llevó a una
explosión de creatividad sin precedentes en el mundo”.
Pues bien.
“La primera fantasía anti-Occidental de nuestro tiempo, de todos
modos, fue expresada por Nietzsche. Dos años después de escuchar la
ejecución en piano de la ópera de Wagner que hizo época, ‘Tristán e
Isolda’, Nietzsche se comprometió con su vida a la revolución sexual infectándose deliberadamente con sífilis en un burdel de Leipzig. Thomas Mann en su famoso ‘Doktor Faustus’ vio en este gesto una “consagración demonista” (idem, 45), “en una suerte de iniciación demonista y pacto con el diablo” que pagó con la invención de la escala dodecafónica, “un
ejemplo de licencia poética que fastidió a Schömberg quien reclamó a su
tiempo ser el único inventor de ese sistema musical…Virtualmente toda
la vida cultural germana en el siglo XX, pero muy especialmente su
música, filosofía y política, surge de esta consagración sifilítico
sexual. La transvaluación de valores nietzscheana, la música atonal y el
nazismo fueron manifestaciones culturales todas de una época que fue
concebida en un pacto con el demonio”[2].
Jones ha dedicado un libro a la música actual, Dionysos Rising[3], La Irrupción de Dionisio, donde desarrolla una veta que aquí sólo aludiremos; en efecto, Wagner y Nietzsche terminaron peleados.
– “¡Traidor!” – le dijo Nietzsche por haber abandonado la línea espiritual de Tristán
y haberse “convertido” al catolicismo con el apoyo de un sacerdote,
mientras que Wagner, que no era nene de pecho, lo tildaba de pederasta y
masturbador.
El Origen de la Tragedia fue concebido,
“como un programa para la revolución cultural basada en la lectura de ‘Tristán e Isolda’. Esto presagia una nueva era de cultura sensitiva basada en el rechazo neoluterano de la razón
en todas sus modalidades, pero específicamente la moral y la musical, y
en su lugar la sustitución por una cultura del éxtasis, la licencia
sexual y la intoxicación. No sólo la sensual música dionisíaca embota la
razón humana y desata las fuerzas revolucionarias; tiende también a
volverse objeto de culto, como en lugares como Bayreuth y Woodstock”. (Dionysos, 66).
Mann observó el carácter “absolutamente obsceno” de Tristán (idem, 55) de modo que justificadamente Nietzsche le escribió a su erudito amigo Rohde
“si sólo unos pocos centenares extraen de esta música (Tristán e
Isolda) lo que yo obtengo de ella, tendremos entonces nosotros una
cultura absolutamente nueva” (idem, 66).
Sólo falta el superhombre plurisexual, pero muchos están en eso con
firmes convicciones. Al final la Revolución se reduce a una oferta de
sexo masivo y poder concentrado.
Conclusión
1) Todo pasional es un esclavo si no ordena sus impulsos y todos
somos esclavos de algún modo; pero algunos son más que otros. Los
supuestos dominadores como Sade, Shelley y su grupo, terminaron
gráficamente destruidos. Francia en conjunto quedó dominada por los
flemáticos ingleses, perdió su imperio y hoy está virtualmente a punto
de ser dominada por el islam, salvo que las manif pour tous y la demografía occidental se de vuelta.
2) El sexo es un instrumento; un instrumento de dominación;
¿hay una inteligencia única, superior y personal detrás del complot?
Mons. Juin, el director de la RISS (Revista Internacional de Sociedades
Secretas) decía que sí[4],
pero que sólo lo podemos deducir, no probar documentalmente, ni tampoco
afirmar que todos lo complotados lo sepan. Obviamente, el Evangelio
habla del demonio. No somos “complotistas” pero que hay un modo de
manejar el mundo a través de lo porno, lo hay.
3) ¿Cómo siguió la cosa, según Jones?
- a) La aplicación de la revolución Freudiana con innúmeros servidores y su aplicación en Rusia, donde Lenin y Stalin les pusieron freno.
- b) La revolución en USA fue exportada “ad intra” para corromper a los elementos necesarios pero indeseables (el racismo sigue existiendo allí, mal que les pese a algunos); ¿hacia quién se dirige entones el control sexual? Principalmente hacia los negros y latinoamericanos, a quienes se aplica el “sexo para todos”.
En fin, los libros Michael Jones pueden servir de disparador para no
pensar que el sexo es sólo una cuestión de cama adentro, sino también
una cuestión política que viene de lejos.
Que no te la cuenten
P. Javier Olivera Ravasi
[1]Webster, Nesta H. World Revolution. London, Constable, 1921.
[2] Dionysos Rising: The Birth of Cultural Revolution Out of the Spirit of Music. San Francisco, Ignatius Press, 57; cf. nota infra, y 67 donde se refieren otras de sus ceremonias demoníacas.
[3] Michael Jones, Dionysos Rising: The Birth of Cultural Revolution Out of the Spirit of Music. San Francisco, Ignatius Press, 1994.
[4]Écritsoriginauxconcernant la secte des Illuminés et son fondateur Adam Weishaupt., RISS, extrait de de Mons Juin. Chateauneuf, Delacroix,reed. 2000.