viernes, 3 de abril de 2015

DOS AÑOS CONTEMPLANDO EL MISMO PECADO DE ORGULLO Y DE IDOLATRIA

 DOS ANOS CONTEMPLANDO EL MISMO PECADO DE ORGULLO Y DE IDOLATRIA
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Dos años contemplando el mismo pecado de Bergoglio el Jueves Santo: lavar los pies a las mujeres. Este pecado no sólo va contra las rúbricas del misal:
«Los varones designados, acompañados por los ministros, van a ocupar los asientos preparados para ellos en un lugar visible a los fieles. El sacerdote (dejada la casulla, si es necesario) se acerca a cada una de las personas designadas y, con la ayuda de los ministros, les lava los pies y se los seca» (Misal Romano: reimpresión actualizada de 2008, p. 263).
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Hay que lavar los pies a los varones, no a las mujeres, porque:
«nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la Liturgia» (SC 22 §3).
Bergoglio no tiene autoridad para cambiar la liturgia: ninguna autoridad. Sin embargo, lo hace sólo movido por su orgullo.
No sólo Bergoglio incumple una ley humana, sino una ley divina.
La liturgia es la obra sacerdotal de Cristo: es una obra divina, no humana. Es una obra sagrada:
«se considera la Liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella los signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro. En consecuencia, toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdotes y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia» (SC 7 – Presencia de Cristo en la liturgia).
Es una acción sagrada, que sólo se puede realizar en la ley divina, es decir, cumpliendo con los mandamientos de Dios.
Cristo está presente en el sacrifico de la misa en la persona del sacerdote, del Obispo.
Quien va a una misa, va a ver a Cristo en el sacerdote. Va a contemplar las obras de Cristo en el sacerdote.
Y el sacerdote o el Obispo tienen que realizar las mismas obras de Cristo, para que la misa o la oración que se hace sea una obra de Cristo, una obra sagrada, una obra divina.
Hay que imitar a Cristo en sus obras.
¿Qué hizo Cristo? ¿Lavó los pies a las mujeres? No; su obra fue lavar los pies a sus discípulos, que son sólo hombres.
El Evangelio es claro:
«…y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a enjugárselos con la toalla que tenía ceñida» (Jn 13, 5).
¡No hay más ciego que el que no quiere ver! Y no ver la sencillez de esta Palabra es no creer en esta Palabra de Jesús. Y, por lo tanto, quien no cree en esta Palabra obra una acción humana, natural, carnal, mundana, profana, material en el lavatorio de los pies: lava los pies a las mujeres.
La liturgia es para hacer la misma obra de Cristo: lavar los pies a los varones.
Hacer esto es realizar una acción de Cristo, es decir, una obra divina, sagrada, celestial. Porque es imitar a Cristo en su obra del lavatorio de los pies.
Se es sacerdote, se es Obispo, para imitar las obras de Cristo, no para hacer lo que a uno le dé la gana en el lavatorio de los pies.
Bergoglio no sólo atenta contra una ley humana, en las rúbricas del Misal, sino que va en contra de la misma obra de Cristo en la acción litúrgica: es decir, realiza una obra en contra de la Voluntad de Dios en su sacerdocio. En otras palabras, realiza una obra que es pecaminosa, que no puede llevar a la Iglesia, al Cuerpo de Cristo, a dar el culto verdadero a Dios.
La liturgia es «el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo»: es Jesús que obra su sacerdocio en la persona del sacerdote. No es el hombre sacerdote que obra algo humano en su sacerdocio. Es la obra de Cristo, como sacerdote eterno, que «realiza la santificación del hombre».
Lo que santifica al fiel, que contempla el lavatorio de los pies, es ver que el sacerdote lava los pies a los varones. Esto santifica al sacerdote, al varón al cual se le lavan los pies, y a toda la asamblea que está presente en ese rito del lavatorio de los pies.
El sacerdote está imitando la misma obra de Cristo: lavar los pies a los varones. Y eso es lo que da santidad al rito y a los que obran el rito.
Y ejercer esa santidad produce «el culto público íntegro» a Dios. Se adora a Dios, se da culto a Dios, en Espíritu y en verdad, obrando las mismas obras de Cristo, es decir, lavando los pies a los varones, en el rito del lavatorio.
Todo sacerdote, todo Obispo que lave los pies a las mujeres, está diciendo tres cosas:
  1. No hace una obra de Cristo, una obra sagrada, sino una obra humana, natural, profana;
  2. Deja en sus pecados a los hombres: nada profano salva, santifica. No hay gracia de conversión, no hay gracia de santificación…;
  3. Se da culto falso a Dios; en otras palabras, se da culto al demonio en ese rito. En otras palabras, se obra un pecado.
Es pecado de idolatría, contra el primer mandamiento de la ley de Dios, lavar los pies a las mujeres.
¡Qué pocos entienden este pecado!
La liturgia es una acción sagrada con el único fin de adorar a Dios en lo que se hace.
Quien abaja la liturgia a una acción humana, como es la de lavar los pies a las mujeres, ya no persigue la adoración de Dios, el culto verdadero a Dios. Sólo persigue un nuevo culto. Y quien no da culto a Dios, cae en la idolatría.
Dos años contemplando este pecado de idolatría de Bergoglio.
¿Por qué cae este hombre en este pecado? Sólo hay una razón: su orgullo.
Ahí están las leyes humanas, ahí está la Palabra de Dios, ahí está todo el magisterio auténtico e infalible de la Iglesia, que enseña a lavar los pies a los varones.
¡No hay excusa para el pecado de orgullo y de idolatría de Bergoglio!
Él lava los pies a las mujeres sólo porque le da la gana. No hay una ley, una norma en que pueda apoyar su obra humana y perversa en la misa. No existe esa norma.
Bergoglio se inventa su liturgia: es decir, hace una obra de teatro en el lavatorio de los pies. No hace una obra sagrada, no imita a Cristo en su obra, sino que se dedica a una cosa: a agradar a los hombres.
El problema de esto no es el orgullo de Bergoglio, sino otra cosa mucho más abominable en su persona.
¿Qué entiende Bergoglio como pecado?
Veámoslo en el nuevo libro que ha regalado hace poco:
«Por qué confesarse: ¡Porque somos pecadores! Es decir, pensamos y actuamos de modo contrario al Evangelio» (Custodia el Corazón)
Tienen que contemplar la maldad de la mente de Bergoglio.
El pecado, para el católico verdadero, es una ofensa a Dios, por la cual se desobedece una ley de Dios, un mandato divino que Dios da al hombre. El pecado es desobediencia a una ley de Dios, no a una Palabra de Dios. No se desobedece el Evangelio, sino una ley que el Evangelio, la Palabra de Dios, enseña a cumplir para no caer en el pecado.
Bergoglio está en la idea protestante del pecado: el hombre peca si va en contra del Evangelio. Es la fe fiducial: el hombre se salva si cree en el Evangelio. El hombre se condena si no cree en el Evangelio.
La fe católica pone la salvación del hombre en la gracia, que actúa por la fe en la Palabra de Dios. La gracia es salvación. Estar en gracia es estar en camino de salvación. Estar en pecado, es decir, estar sin gracia, es camino de condenación.
Bergoglio entiende el pecado como un pensamiento y una obra en contra del Evangelio. No entiende el pecado como un pensamiento y una obra en contra de la ley Eterna de Dios.
¡Vean la maldad de este personaje!
Bergoglio enseña que hay que obrar lo que está en el Evangelio para no pecar. Por lo tanto, está enseñando a lavar los pies a los varones. Eso es lo que está en el Evangelio. Eso lo ven todos, incluso el mismo Bergoglio.
Con la boca, Bergoglio enseña a lavar los pies a los varones en el rito del lavatorio de los pies.
Pero con las obras, Bergoglio enseña otra cosa: él lava los pies a las mujeres. Hoy, jueves, 2 de abril del 2015, Bergoglio ha lavado los pies a seis mujeres, que eran reclusas.
Lo que predica con su boca no es lo que obra con sus manos.
¿Por qué, Bergoglio, enseñas lo que no obras?
¿Por qué no obras, por qué no lavas los pies a los varones, si eso es lo que enseñas en tu libro?
¿No es, para ti, pecado hacer una obra en contra del Evangelio? ¿No es lavar los pies de las mujeres una obra en contra del Evangelio?
Entonces, has pecado, Bergoglio. Pero no eres capaz de reconocer tu mismo pecado, porque no reconoces tu misma palabra.
Bergoglio no cumple su palabra. Habla por hablar, para quedar bien con todo el mundo. Escribe un libro para estar en el salón de la fama, para decir que es católico. Después, obra siempre el pecado. Y no se arrepiente nunca de su pecado.
¿Ven la maldad?
¿Quién puede confiar en la palabra humana de Bergoglio? Nadie. Bergoglio siempre realiza una obra contraria a lo que predica, a lo que habla, a lo que escribe.
Esto revela que el alma de Bergoglio se ha acostumbrado, desde siempre, desde pequeño, a hacer su propia voluntad. Nunca se sometió a una ley, a una norma, a una doctrina inmutable. No importa lo que diga, hable, Bergoglio siempre va a realizar lo que a él le da la gana.
Cuando esto lo hace un hombre que es líder, que es cabeza de un gobierno, entonces se produce la dictadura, la anarquía y la tiranía desde ese gobierno.
El fariseísmo de Bergoglio es muy claro. Su hipocresía es manifiesta. Su relativismo está en toda su doctrina. Y es una pena que los católicos sigan ciegamente a este hombre sin verdad.
¿Qué leen los católicos al leer un escrito de Bergoglio? ¿Qué cosa disciernen?
¿No son capaces de ver la herejía de este hombre?
¿No son capaces de llamarlo por su nombre? Es un hipócrita: dice una cosa y obra lo contrario. Está engañando a toda la Iglesia. ¿No ven esto los católicos? ¿No ven esto la Jerarquía de la Iglesia?
Por supuesto, que sí se ve.
Pero ya no interesa ponerse en la Verdad, luchar por la Verdad, porque Bergoglio les da de comer a todos.
¡Ay de aquel que se oponga, claramente, a Bergoglio! ¡Pobrecito!
Han hecho de Bergoglio un pastor ídolo: lo han puesto en el salón de la fama del mundo.
Bergoglio es aplaudido por la gente más pervertida que tiene el mundo. Es un dios para toda esa gente.
Y los católicos que no disciernen nada, son más culpables que mucha gente del mundo.
Porque los católicos tienen la verdad, y toda la verdad. Luego, no hay excusa para seguir obedeciendo, atendiendo, a la mente de Bergoglio. No hay excusa.
Aquel católico que se ponga en la verdad tiene que tener IRA SANTA contra Bergoglio, y contra toda la Jerarquía y todos los fieles que están con él.
Lo que se ve en el Vaticano no es la Iglesia de Jesús. Es otra iglesia. La llaman como quieran. Pero no es la Iglesia que fundó Jesús en Pedro. Y es obligación de los católicos verdaderos combatir a esa iglesia falsa si quieren seguir en la verdad.
Si quieren, sin embargo, bailar con el demonio, entonces deben apuntase al juego del lenguaje humano: decir una cosa y obrar otra. Éste es el camino de todo falso profeta: el engaño con la palabra para, después, obrar lo contrario a lo que se dice.
En otras palabras, es darle a la gente lo que quiere escuchar. Así se gana prosélitos para la nueva y falsa iglesia. Hay que hacer obras que contenten a los hombres. Se habla de Dios, de muchas cosas bonitas, pero eso no importa nada. Porque todo es u relativismo: que cada cual lo entienda como pueda y quiera. La fuerza de la herejía no está en las palabras, sino en las obras. Son las obras las que mueven al mundo. Y eso es maestro Bergoglio: maestro en hacer estas obras, que agradan a todos, menos a Dios.
Bergoglio es el pastor ídolo:
«¡Ay! del Pastor, que es ídolo y abandona al rebaño: la espada sobre su brazo, y sobre su ojo derecho: que quede seco su brazo, y se obscurezca su ojo derecho» (Zac 11, 17).
Bergoglio es el pastor que no cuida de las ovejas abandonadas. Ahí está, sentado en la Silla que no le pertenece, que ha usurpado con la ayuda, con la astucia de los hombres, que sólo permanecen en la Iglesia para cumplir su negocio en la vida. Bergoglio cuida su negocio en la Iglesia, pero no cuida al Rebaño. Desprecia las almas y, por tanto, desprecia su misión como Obispo en la Iglesia.
¿Para qué lava los pies a las mujeres? Su negocio, su gran negocio en la Iglesia: ¡Cuánto dinero traen los pobres!
Bergoglio está usando el rebaño como quiere; lo está empujando donde ellos lo desean: hacia la vida del protestantismo y del comunismo. Hoy las personas quieren vivir en su pecado y buscar, en su vida social, una obra común para que todos los hombres los tengan como justos en sus vidas de pecado. Un rebaño sin amo, sin cabeza, que es alimentado con la comida del pecado y de la lucha de clases.
Esas mujeres, a la cuales Bergoglio lavó los pies, ¿se van a convertir?, ¿van a dejar sus pecados?, ¿han encontrado el camino de santidad en ese lavatorio?
Bergoglio no convierte a nadie; Bergoglio no enseña lo que es el pecado; Bergoglio sólo muestra el camino de condenación a todas las almas.
Bergoglio nubla el pensamiento de las almas y les hace olvidar el bien divino, la ley eterna de Dios, corrompiendo sus inteligencias humanas con doctrinas malditas, con un magisterio de herejía, el cual no puede pertenecer a la Iglesia.
Todos los que siguen a Bergoglio como su papa se hacen esclavos de su mente humana, y ya no quieren ser libres para buscar la verdad: han renunciado a la verdad, que es la única que libera al alma, la única que da la libertad que ningún hombre puede poseer en su naturaleza humana: la libertad del Espíritu, la propia que tiene Dios, que está en la vida de Dios.
Renuncian a esa libertad espiritual, para ser empujados, literalmente, hacia el matadero: trabajan para Bergoglio en su fin lleno de pecado hacia toda la humanidad.
Bergoglio ha querido el cargo de Pedro para llenar estómagos de los pobres, para justificar con leyes oficiales los pecados de los pecadores, para llamar a una iglesia universal, ecuménica, a todos aquellos que no tienen fe verdadera, y para organizar un gobierno global que sea el adalid de su falsa adoración a su falso dios.
Desde hace 50 años, los pastores de la Iglesia han alimentado al rebaño con la grosura de un alimento putrefacto en su esencia: han ofrecido una doctrina que no es la católica. Es sólo un cúmulo de herejías bien puestas en un lenguaje humano atractivo al pensamiento del hombre.
Es la herejía del lenguaje humano, que triunfó en toda la Jerarquía, incluso entre los más perfectos. Son muy pocos los que se salvan de la quema de ese lenguaje humano. Son muy pocos los que saben discernir el verdadero magisterio de la Iglesia de las innumerables enseñanzas que muchos pastores han ofrecido, y que sólo son fábulas que convierten la Iglesia en un erial.
Lavar los pies a las mujeres es sólo una fábula más. ¡Cuántos creen en esta fábula! ¡Cuántos justifican esta fábula! ¡Cuántos defienden a Bergoglio por hacer lo que hace, por sus obras, no por sus palabras!
El oficio de Pedro es apacentar los corderos de Cristo: «Apacienta Mis Corderos». Y Pedro tiene dos poderes: el del amor y el de la justicia. Y hay que usar los dos en la Iglesia.
El poder del amor no sirve en aquellos hombres, que parecen buenos en lo exterior de sus vidas, pero que son demonios encarnados, con un corazón de piedra.
Si la Jerarquía de la Iglesia no castiga los pecados de las almas, tanto de los fieles como de la propia Jerarquía, de tantos sacerdotes y Obispos desviados de la verdad del Evangelio, entonces esa Jerarquía se hace cómplice del pecado, porque tiene miedo de llamar por su nombre al pecado que hay en muchos.
Hay que bramar contra los pecados de muchos sacerdotes y Obispos en la Iglesia.
Hay que tener una ira santa contra el pecado y el pecador, para que el mundo sepa que existe la justicia divina, que el mundo sepa que hay otra medida para medir lo que los hombres obran diariamente en sus vidas.
La Jerarquía representa la Justicia de Dios. Y hay que hablar en nombre de esa Justicia.
Hay que decir claramente que la doctrina de Cristo, que el magisterio auténtico e infalible de la Iglesia, no ha cambiado; porque una es la ley Eterna de Dios; uno es Dios; sólo existe un Dios; una es la Iglesia que Él ha fundado…Y, por lo tanto, hoy como ayer, el pecado sigue siendo pecado.
La Jerarquía tiene que seguir enseñando que Dios ordena no robar, no fornicar, no matar…Y esto es lo que la Jerarquía ha olvidado enseñar. Pero es maliciosa en su olvido. Quiere olvidar. Prefiere olvidar. Porque ya no le interesa el rebaño.
Ahora construyen sus frases ingeniosas para no hablar del pecado: como Dios no quiere que haya pobres, entonces hay que dedicarse a sacar de la pobreza a los pobres…Bergoglio es bueno, la curia es la que está corrompida….Cada uno construye sus frases….Cada uno defiende su parcela, su territorio en la Iglesia….Pero nadie defiende la Verdad en la Iglesia. Nadie.
Todos aplauden el pecado de orgullo y de idolatría de Bergoglio en el lavatorio de los pies. A nadie le interesa la verdad.
Todos tienen puesto su mirada en su ídolo: Bergoglio.
Buscáis a Bergoglio no porque veáis en él a Cristo, una obra sagrada; sino porque os da de comer. Os da lo que queréis ver y obrar en vuestras vidas.
¡Quedaos con vuestro ídolo!
Ese maldito sólo se merece el desprecio de todos los católicos. Y eso es ponerse en la verdad. Lo demás, es seguir a ese maldito y condenarse.