DOS ANOS CONTEMPLANDO EL MISMO PECADO DE ORGULLO Y DE IDOLATRIA
Dos años contemplando el mismo pecado de Bergoglio el Jueves Santo: lavar los pies a las mujeres. Este pecado no sólo va contra las rúbricas del misal:
«Los varones designados,
acompañados por los ministros, van a ocupar los asientos preparados
para ellos en un lugar visible a los fieles. El sacerdote (dejada la
casulla, si es necesario) se acerca a cada una de las personas
designadas y, con la ayuda de los ministros, les lava los pies y se los
seca» (Misal Romano: reimpresión actualizada de 2008, p. 263).
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Hay que lavar los pies a los varones, no a las mujeres, porque:
«nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la Liturgia» (SC 22 §3).
Bergoglio no tiene autoridad para cambiar la liturgia: ninguna autoridad. Sin embargo, lo hace sólo movido por su orgullo.
No sólo Bergoglio incumple una ley humana, sino una ley divina.
La liturgia es la obra sacerdotal de Cristo: es una obra divina, no humana. Es una obra sagrada:
«se considera la Liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella los signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro. En consecuencia, toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdotes y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada
por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado,
no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia» (SC 7 – Presencia de
Cristo en la liturgia).
Es una acción sagrada, que sólo se puede realizar en la ley divina, es decir, cumpliendo con los mandamientos de Dios.
Cristo está presente en el sacrifico de la misa en la persona del sacerdote, del Obispo.
Quien va a una misa, va a ver a Cristo en el sacerdote. Va a contemplar las obras de Cristo en el sacerdote.
Y
el sacerdote o el Obispo tienen que realizar las mismas obras de
Cristo, para que la misa o la oración que se hace sea una obra de
Cristo, una obra sagrada, una obra divina.
Hay que imitar a Cristo en sus obras.
¿Qué hizo Cristo? ¿Lavó los pies a las mujeres? No; su obra fue lavar los pies a sus discípulos, que son sólo hombres.
El Evangelio es claro:
«…y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a enjugárselos con la toalla que tenía ceñida» (Jn 13, 5).
¡No
hay más ciego que el que no quiere ver! Y no ver la sencillez de esta
Palabra es no creer en esta Palabra de Jesús. Y, por lo tanto, quien no
cree en esta Palabra obra una acción humana, natural, carnal, mundana,
profana, material en el lavatorio de los pies: lava los pies a las
mujeres.
La liturgia es para hacer la misma obra de Cristo: lavar los pies a los varones.
Hacer
esto es realizar una acción de Cristo, es decir, una obra divina,
sagrada, celestial. Porque es imitar a Cristo en su obra del lavatorio
de los pies.
Se
es sacerdote, se es Obispo, para imitar las obras de Cristo, no para
hacer lo que a uno le dé la gana en el lavatorio de los pies.
Bergoglio
no sólo atenta contra una ley humana, en las rúbricas del Misal, sino
que va en contra de la misma obra de Cristo en la acción litúrgica: es
decir, realiza una obra en contra de la Voluntad de Dios en su
sacerdocio. En otras palabras, realiza una obra que es pecaminosa, que
no puede llevar a la Iglesia, al Cuerpo de Cristo, a dar el culto
verdadero a Dios.
La liturgia es «el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo»:
es Jesús que obra su sacerdocio en la persona del sacerdote. No es el
hombre sacerdote que obra algo humano en su sacerdocio. Es la obra de
Cristo, como sacerdote eterno, que «realiza la santificación del hombre».
Lo
que santifica al fiel, que contempla el lavatorio de los pies, es ver
que el sacerdote lava los pies a los varones. Esto santifica al
sacerdote, al varón al cual se le lavan los pies, y a toda la asamblea
que está presente en ese rito del lavatorio de los pies.
El
sacerdote está imitando la misma obra de Cristo: lavar los pies a los
varones. Y eso es lo que da santidad al rito y a los que obran el rito.
Y ejercer esa santidad produce «el culto público íntegro»
a Dios. Se adora a Dios, se da culto a Dios, en Espíritu y en verdad,
obrando las mismas obras de Cristo, es decir, lavando los pies a los
varones, en el rito del lavatorio.
Todo sacerdote, todo Obispo que lave los pies a las mujeres, está diciendo tres cosas:
- No hace una obra de Cristo, una obra sagrada, sino una obra humana, natural, profana;
- Deja en sus pecados a los hombres: nada profano salva, santifica. No hay gracia de conversión, no hay gracia de santificación…;
- Se da culto falso a Dios; en otras palabras, se da culto al demonio en ese rito. En otras palabras, se obra un pecado.
Es pecado de idolatría, contra el primer mandamiento de la ley de Dios, lavar los pies a las mujeres.
¡Qué pocos entienden este pecado!
La liturgia es una acción sagrada con el único fin de adorar a Dios en lo que se hace.
Quien
abaja la liturgia a una acción humana, como es la de lavar los pies a
las mujeres, ya no persigue la adoración de Dios, el culto verdadero a
Dios. Sólo persigue un nuevo culto. Y quien no da culto a Dios, cae en
la idolatría.
Dos años contemplando este pecado de idolatría de Bergoglio.
¿Por qué cae este hombre en este pecado? Sólo hay una razón: su orgullo.
Ahí
están las leyes humanas, ahí está la Palabra de Dios, ahí está todo el
magisterio auténtico e infalible de la Iglesia, que enseña a lavar los
pies a los varones.
¡No hay excusa para el pecado de orgullo y de idolatría de Bergoglio!
Él
lava los pies a las mujeres sólo porque le da la gana. No hay una ley,
una norma en que pueda apoyar su obra humana y perversa en la misa. No
existe esa norma.
Bergoglio
se inventa su liturgia: es decir, hace una obra de teatro en el
lavatorio de los pies. No hace una obra sagrada, no imita a Cristo en su
obra, sino que se dedica a una cosa: a agradar a los hombres.
El problema de esto no es el orgullo de Bergoglio, sino otra cosa mucho más abominable en su persona.
¿Qué entiende Bergoglio como pecado?
Veámoslo en el nuevo libro que ha regalado hace poco:
«Por qué confesarse: ¡Porque somos pecadores! Es decir, pensamos y actuamos de modo contrario al Evangelio» (Custodia el Corazón)
Tienen que contemplar la maldad de la mente de Bergoglio.
El
pecado, para el católico verdadero, es una ofensa a Dios, por la cual
se desobedece una ley de Dios, un mandato divino que Dios da al hombre.
El pecado es desobediencia a una ley de Dios, no a una Palabra de Dios.
No se desobedece el Evangelio, sino una ley que el Evangelio, la Palabra
de Dios, enseña a cumplir para no caer en el pecado.
Bergoglio está en la idea protestante del pecado: el hombre peca si va en contra del Evangelio. Es la fe fiducial: el hombre se salva si cree en el Evangelio. El hombre se condena si no cree en el Evangelio.
La
fe católica pone la salvación del hombre en la gracia, que actúa por la
fe en la Palabra de Dios. La gracia es salvación. Estar en gracia es
estar en camino de salvación. Estar en pecado, es decir, estar sin
gracia, es camino de condenación.
Bergoglio entiende el pecado como un pensamiento y una obra en contra del Evangelio. No entiende el pecado como un pensamiento y una obra en contra de la ley Eterna de Dios.
¡Vean la maldad de este personaje!
Bergoglio
enseña que hay que obrar lo que está en el Evangelio para no pecar. Por
lo tanto, está enseñando a lavar los pies a los varones. Eso es lo que
está en el Evangelio. Eso lo ven todos, incluso el mismo Bergoglio.
Con la boca, Bergoglio enseña a lavar los pies a los varones en el rito del lavatorio de los pies.
Pero
con las obras, Bergoglio enseña otra cosa: él lava los pies a las
mujeres. Hoy, jueves, 2 de abril del 2015, Bergoglio ha lavado los pies a
seis mujeres, que eran reclusas.
Lo que predica con su boca no es lo que obra con sus manos.
¿Por qué, Bergoglio, enseñas lo que no obras?
¿Por qué no obras, por qué no lavas los pies a los varones, si eso es lo que enseñas en tu libro?
¿No es, para ti, pecado hacer una obra en contra del Evangelio? ¿No es lavar los pies de las mujeres una obra en contra del Evangelio?
Entonces, has pecado, Bergoglio. Pero no eres capaz de reconocer tu mismo pecado, porque no reconoces tu misma palabra.
Bergoglio
no cumple su palabra. Habla por hablar, para quedar bien con todo el
mundo. Escribe un libro para estar en el salón de la fama, para decir
que es católico. Después, obra siempre el pecado. Y no se arrepiente
nunca de su pecado.
¿Ven la maldad?
¿Quién
puede confiar en la palabra humana de Bergoglio? Nadie. Bergoglio
siempre realiza una obra contraria a lo que predica, a lo que habla, a
lo que escribe.
Esto
revela que el alma de Bergoglio se ha acostumbrado, desde siempre,
desde pequeño, a hacer su propia voluntad. Nunca se sometió a una ley, a
una norma, a una doctrina inmutable. No importa lo que diga, hable,
Bergoglio siempre va a realizar lo que a él le da la gana.
Cuando
esto lo hace un hombre que es líder, que es cabeza de un gobierno,
entonces se produce la dictadura, la anarquía y la tiranía desde ese
gobierno.
El
fariseísmo de Bergoglio es muy claro. Su hipocresía es manifiesta. Su
relativismo está en toda su doctrina. Y es una pena que los católicos
sigan ciegamente a este hombre sin verdad.
¿Qué leen los católicos al leer un escrito de Bergoglio? ¿Qué cosa disciernen?
¿No son capaces de ver la herejía de este hombre?
¿No
son capaces de llamarlo por su nombre? Es un hipócrita: dice una cosa y
obra lo contrario. Está engañando a toda la Iglesia. ¿No ven esto los
católicos? ¿No ven esto la Jerarquía de la Iglesia?
Por supuesto, que sí se ve.
Pero ya no interesa ponerse en la Verdad, luchar por la Verdad, porque Bergoglio les da de comer a todos.
¡Ay de aquel que se oponga, claramente, a Bergoglio! ¡Pobrecito!
Han hecho de Bergoglio un pastor ídolo: lo han puesto en el salón de la fama del mundo.
Bergoglio es aplaudido por la gente más pervertida que tiene el mundo. Es un dios para toda esa gente.
Y los católicos que no disciernen nada, son más culpables que mucha gente del mundo.
Porque
los católicos tienen la verdad, y toda la verdad. Luego, no hay excusa
para seguir obedeciendo, atendiendo, a la mente de Bergoglio. No hay
excusa.
Aquel
católico que se ponga en la verdad tiene que tener IRA SANTA contra
Bergoglio, y contra toda la Jerarquía y todos los fieles que están con
él.
Lo
que se ve en el Vaticano no es la Iglesia de Jesús. Es otra iglesia. La
llaman como quieran. Pero no es la Iglesia que fundó Jesús en Pedro. Y
es obligación de los católicos verdaderos combatir a esa iglesia falsa
si quieren seguir en la verdad.
Si
quieren, sin embargo, bailar con el demonio, entonces deben apuntase al
juego del lenguaje humano: decir una cosa y obrar otra. Éste es el
camino de todo falso profeta: el engaño con la palabra para, después,
obrar lo contrario a lo que se dice.
En
otras palabras, es darle a la gente lo que quiere escuchar. Así se gana
prosélitos para la nueva y falsa iglesia. Hay que hacer obras que
contenten a los hombres. Se habla de Dios, de muchas cosas bonitas, pero
eso no importa nada. Porque todo es u relativismo: que cada cual lo
entienda como pueda y quiera. La fuerza de la herejía no está en las
palabras, sino en las obras. Son las obras las que mueven al mundo. Y
eso es maestro Bergoglio: maestro en hacer estas obras, que agradan a
todos, menos a Dios.
Bergoglio es el pastor ídolo:
«¡Ay!
del Pastor, que es ídolo y abandona al rebaño: la espada sobre su
brazo, y sobre su ojo derecho: que quede seco su brazo, y se obscurezca
su ojo derecho» (Zac 11, 17).
Bergoglio
es el pastor que no cuida de las ovejas abandonadas. Ahí está, sentado
en la Silla que no le pertenece, que ha usurpado con la ayuda, con la
astucia de los hombres, que sólo permanecen en la Iglesia para cumplir
su negocio en la vida. Bergoglio cuida su negocio en la Iglesia, pero no
cuida al Rebaño. Desprecia las almas y, por tanto, desprecia su misión
como Obispo en la Iglesia.
¿Para qué lava los pies a las mujeres? Su negocio, su gran negocio en la Iglesia: ¡Cuánto dinero traen los pobres!
Bergoglio
está usando el rebaño como quiere; lo está empujando donde ellos lo
desean: hacia la vida del protestantismo y del comunismo. Hoy las
personas quieren vivir en su pecado y buscar, en su vida social, una
obra común para que todos los hombres los tengan como justos en sus
vidas de pecado. Un rebaño sin amo, sin cabeza, que es alimentado con la
comida del pecado y de la lucha de clases.
Esas
mujeres, a la cuales Bergoglio lavó los pies, ¿se van a convertir?,
¿van a dejar sus pecados?, ¿han encontrado el camino de santidad en ese
lavatorio?
Bergoglio
no convierte a nadie; Bergoglio no enseña lo que es el pecado;
Bergoglio sólo muestra el camino de condenación a todas las almas.
Bergoglio
nubla el pensamiento de las almas y les hace olvidar el bien divino, la
ley eterna de Dios, corrompiendo sus inteligencias humanas con
doctrinas malditas, con un magisterio de herejía, el cual no puede
pertenecer a la Iglesia.
Todos los que siguen a Bergoglio como su papa
se hacen esclavos de su mente humana, y ya no quieren ser libres para
buscar la verdad: han renunciado a la verdad, que es la única que libera
al alma, la única que da la libertad que ningún hombre puede poseer en
su naturaleza humana: la libertad del Espíritu, la propia que tiene
Dios, que está en la vida de Dios.
Renuncian
a esa libertad espiritual, para ser empujados, literalmente, hacia el
matadero: trabajan para Bergoglio en su fin lleno de pecado hacia toda
la humanidad.
Bergoglio
ha querido el cargo de Pedro para llenar estómagos de los pobres, para
justificar con leyes oficiales los pecados de los pecadores, para llamar
a una iglesia universal, ecuménica, a todos aquellos que no tienen fe
verdadera, y para organizar un gobierno global que sea el adalid de su
falsa adoración a su falso dios.
Desde
hace 50 años, los pastores de la Iglesia han alimentado al rebaño con
la grosura de un alimento putrefacto en su esencia: han ofrecido una
doctrina que no es la católica. Es sólo un cúmulo de herejías bien
puestas en un lenguaje humano atractivo al pensamiento del hombre.
Es
la herejía del lenguaje humano, que triunfó en toda la Jerarquía,
incluso entre los más perfectos. Son muy pocos los que se salvan de la
quema de ese lenguaje humano. Son muy pocos los que saben discernir el
verdadero magisterio de la Iglesia de las innumerables enseñanzas que
muchos pastores han ofrecido, y que sólo son fábulas que convierten la
Iglesia en un erial.
Lavar
los pies a las mujeres es sólo una fábula más. ¡Cuántos creen en esta
fábula! ¡Cuántos justifican esta fábula! ¡Cuántos defienden a Bergoglio
por hacer lo que hace, por sus obras, no por sus palabras!
El
oficio de Pedro es apacentar los corderos de Cristo: «Apacienta Mis
Corderos». Y Pedro tiene dos poderes: el del amor y el de la justicia. Y
hay que usar los dos en la Iglesia.
El
poder del amor no sirve en aquellos hombres, que parecen buenos en lo
exterior de sus vidas, pero que son demonios encarnados, con un corazón
de piedra.
Si
la Jerarquía de la Iglesia no castiga los pecados de las almas, tanto
de los fieles como de la propia Jerarquía, de tantos sacerdotes y
Obispos desviados de la verdad del Evangelio, entonces esa Jerarquía se
hace cómplice del pecado, porque tiene miedo de llamar por su nombre al
pecado que hay en muchos.
Hay que bramar contra los pecados de muchos sacerdotes y Obispos en la Iglesia.
Hay
que tener una ira santa contra el pecado y el pecador, para que el
mundo sepa que existe la justicia divina, que el mundo sepa que hay otra
medida para medir lo que los hombres obran diariamente en sus vidas.
La Jerarquía representa la Justicia de Dios. Y hay que hablar en nombre de esa Justicia.
Hay
que decir claramente que la doctrina de Cristo, que el magisterio
auténtico e infalible de la Iglesia, no ha cambiado; porque una es la
ley Eterna de Dios; uno es Dios; sólo existe un Dios; una es la Iglesia
que Él ha fundado…Y, por lo tanto, hoy como ayer, el pecado sigue siendo
pecado.
La
Jerarquía tiene que seguir enseñando que Dios ordena no robar, no
fornicar, no matar…Y esto es lo que la Jerarquía ha olvidado enseñar.
Pero es maliciosa en su olvido. Quiere olvidar. Prefiere olvidar. Porque
ya no le interesa el rebaño.
Ahora
construyen sus frases ingeniosas para no hablar del pecado: como Dios
no quiere que haya pobres, entonces hay que dedicarse a sacar de la
pobreza a los pobres…Bergoglio es bueno, la curia es la que está
corrompida….Cada uno construye sus frases….Cada uno defiende su parcela,
su territorio en la Iglesia….Pero nadie defiende la Verdad en la
Iglesia. Nadie.
Todos aplauden el pecado de orgullo y de idolatría de Bergoglio en el lavatorio de los pies. A nadie le interesa la verdad.
Todos tienen puesto su mirada en su ídolo: Bergoglio.
Buscáis
a Bergoglio no porque veáis en él a Cristo, una obra sagrada; sino
porque os da de comer. Os da lo que queréis ver y obrar en vuestras
vidas.
¡Quedaos con vuestro ídolo!
Ese
maldito sólo se merece el desprecio de todos los católicos. Y eso es
ponerse en la verdad. Lo demás, es seguir a ese maldito y condenarse.