LA FALSA MISERICORDIA
«El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es Amor» (1 Jn 4, 8).
Dios es Amor: así es como se define el Misterio de la Santísima Trinidad.
Las Tres Personas Divinas distintas en una sola Esencia son sólo una cosa: Amor.
Amor Divino. No el amor que el hombre entiende con su razón o el que
siente con sus sentimientos. Tanto el Padre, como el Hijo, como el
Espíritu Santo es Amor.
Dios no es ni Justicia, ni Misericordia, ni Fidelidad, ni ningún otro Atributo Divino.
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Dios es muy simple: Amor.
¿Cómo define Bergoglio a Dios?
«Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad» (Bula).
Para este falsario de la Palabra de Dios, conocer la Santísima Trinidad es conocer una palabra: misericordia. Todo está en esa palabra.
Ni siquiera es capaz de nombrar la Misericordia como un atributo o una
perfección divina. La misericordia, para este hombre, es sólo un concepto humano, un lenguaje humano, bello, atractivo, pero no una realidad divina. No es un atributo divino.
Dios se revela al hombre como Amor:
«El Amor de Dios hacia nosotros se manifestó en que Dios envió al mundo a Su Hijo Unigénito para que nosotros vivamos por Él» (1 Jn 4, 9).
El Padre envía a Su Hijo para que el hombre viva por Su Hijo. Lo que revela el misterio de la Santísima Trinidad es el Amor de Dios, no la palabra misericordia.
El Padre envía Su Palabra, que es Su Hijo. Y en la Palabra del Hijo está la Vida que todo hombre tiene que vivir:
«En Él era la Vida y la Vida era la luz de los hombres» (Jn 1, 4).
Esa
Vida Divina, que es la Gracia, que Cristo ha merecido a todo hombre,
está en Cristo. Y sólo en Cristo. No está en el hombre. No es un invento
del hombre.
Esa
Vida Divina es conocimiento divino para el hombre. Un conocimiento que
es una obra. No es sólo unas ideas sobre Dios. Es una obra divina que el
hombre tiene que realizar para ser de Dios, para ser llamado hijo de
Dios, para merecer el cielo, para salir de su vida de pecado.
Muchos hablan de la Misericordia y no saben de lo que están hablando.
Bergoglio es uno de ellos:
«Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro» (Bula).
No sabe, este hombre, lo que está diciendo en esta frase.
«La palabra misericordia significa, efectivamente, tener el corazón compasivo por la miseria del otro» (Sto. Tomas, II-IIa q.30 a.1).
La Misericordia hace referencia a la miseria. El Amor hace referencia a la Vida.
El Amor es Vida. Amar es dar la Vida.
Amar
no es compadecerse del otro. No es llorar por los problemas de los
hombres, como lo hace Bergoglio: «Abramos nuestros ojos para mirar las
miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados
de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio».
Por más que el hombre grite ante el mundo sus miserias, no hay que
hacer caso. Porque amar al otro no es sentirse provocado a escuchar su grito de auxilio. Amar al otro es darle una Voluntad Divina. Y esto es lo que más duele al hombre, porque hay que sujetarse a una Ley que viene de Dios.
Tener Misericordia no es dar la Vida, es sólo tener compasión de la miseria del otro.
Dar
un pedazo de pan al hambriento no es darle una vida divina, no es
enseñarle el camino del cielo. Es sólo eso: tener compasión de su
hambre, de su miseria física. Si el hombre sólo se dedica a dar de comer
al hambriento, entonces nunca va a amar verdaderamente al que vive en
su miseria.
Es
necesario saber discernir el amor de la misericordia. Cuando se ama se
da una misericordia al otro; pero cuando se hace una misericordia, no
siempre se ama.
Dios,
cuando viene a nuestro encuentro, no viene para tener compasión de
nosotros, sino para darnos Su Vida Divina. Ese es su acto último y
supremo:
«En
eso está el Amor de Dios, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino
en que Él nos amó primero y envió a Su Hijo, víctima expiatoria de
nuestros pecados» (1 Juan 4, 10).
Dios
ama primero al hombre: lo crea por un acto de Su Voluntad, por un acto
de Amor. Dios crea al hombre no por el hombre. Dios no está obligado a
crear al hombre. Si lo crea es porque Él Se ama a Sí mismo y obra
conforme a Su Voluntad.
Dios pone al hombre en el mundo sólo por Su Amor, pero éste peca.
Dios,
al ser fiel a Su Voluntad, al ser Su Voluntad una Verdad inmutable, que
no se puede cambiar, al ser Su Voluntad libre en todo lo que obra, al
ser Su Voluntad justa, entonces viendo al hombre en el pecado, muestra
Su Misericordia.
Dios
ha creado todo por un acto de Su Voluntad: «la Voluntad Divina es la
única regla de su acto, ya que no está ordenada a un fin más elevado»
(Sto. Tomás, q.63 a.1). Dios no se sujeta a nada ni a nadie cuando obra.
Dios no obra porque el hombre sea miserable, o porque tenga problemas
en su vida, o porque viva en sus pecados.
La Voluntad de Dios es Amor. Dios obra por Su Amor. El Amor de Dios es la única virtud que tiene Dios formalmente
Las perfecciones de esa Voluntad Divina son cinco cosas: veracidad, fidelidad, liberalidad, justicia y misericordia (Sto. Tomás, q.21)
Dios,
cuando obra Su Amor, obra la verdad, obra la fidelidad, es libre en
todo su actuar, da a cada uno su derecho y se compadece de la miseria
del otro.
Cuando se habla del Amor de Dios se habla de muchas cosas, no sólo de Su Misericordia.
Dios,
viendo al hombre en el pecado, siente compasión de la miseria
espiritual y física del hombre. Y envía a Su Hijo para poner un camino
al hombre que le haga salir de su miseria.
Ese
Camino, que es Cristo mismo, enseña a todo hombre a salir de su pecado,
que es lo único que impide al hombre obrar el Amor de Dios.
Muchos, en la actualidad, están cometiendo el pecado de presunción: ese pecado lleva al hombre «al extremo de pensar que puede alcanzar la gloria sin méritos y el perdón sin arrepentimiento» ((Sto. Tomas, II-IIa q.14 a.2).
Ésta
es la enseñanza de Bergoglio. Para este hombre, no hay que convertir a
nadie: que todos sigan en sus pecados, en sus obras y vidas de pecado.
Sólo hay que remediar los problemas sociales, económicos, culturales,
etc… de la gente. Todos quieren ir al cielo sin merecerlo: sin luchar
contra el pecado, sin arrepentirse de sus pecados.
En
este pecado de presunción, que es un desprecio a la Misericordia Divina
y a Su Justicia, caen muchos y ya no esperan la salvación, sino que
buscan en sus propias fuerzas, creen sólo en su capacidad personal para
salvarse.
Sin penitencia no se puede obtener el perdón de los pecados. Sin obras de merecimiento no se puede alcanzar la gloria del cielo.
No se puede hablar de la misericordia sin hablar de la justicia, de la verdad, de la libertad, que es lo que hace este falsario:
«Misericordia:
es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando
mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida»
(Bula). En estas palabras, anula la ley de Dios en el corazón, para
poner su falsa misericordia.
La
ley fundamental que habita en el corazón de todo hombre es la ley
Eterna de Dios, que son cuatro cosas: ley natural, ley divina, ley de la
gracia y ley del Espíritu. Esta Ley Eterna es el Amor de Dios en el
corazón del hombre. El hombre tiene que sujetarse, tiene que cumplir
esta Ley para poder amar como ama Dios al hombre.
Bergoglio dice: mira con ojos a tu hermano que sufre, que está en tu vida.
No señala el pecado del otro. No enseña a amar al otro en la Ley de
Dios, en una verdad inmutable, en la libertad de elección. Enseña sólo a
mirarle con compasión, con ternura. Y así se inventa su falsa
misericordia.
El
hombre es libre para pecar: si vive en su pecado y no quiere
arrepentirse de su pecado, Dios no puede tener misericordia de Él. Dios
no remedia ni siquiera las miserias físicas de los hombres cuando han
decidido vivir en sus pecados. Es el demonio el que da al pecador una
vida de felicidad, material, en este mundo, porque es lo que el hombre
desea. Muchos venden su alma al demonio. ¿Cómo Dios va a tener
Misericordia de estas almas? No puede. Les mostrará Su Justicia: les
dará a cada uno de ellos su derecho. Los castigará en su justicia. Y si
esos castigos no provocan en sus almas el arrepentimiento, entonces Dios
los tendrá que condenar en Su Amor.
Esto es lo difícil de comprender para el hombre.
Dios
ha amado al hombre desde el comienzo: lo ha creado por Amor. Y por Amor
lo sigue sosteniendo en su ser. Y, a pesar del pecado del hombre, lo
sigue amando. Pero ese amor no significa sólo misericordia, sino también
justicia, verdad, libertad, fidelidad.
Dios
es fiel a su obra en el hombre. Y, por eso, aunque el hombre haya
elegido vivir en sus pecados, vivirá para siempre en el infierno con sus
pecados, porque Dios es fiel a Su Amor. Dios no puede aniquilar al
hombre que ha creado por Amor. Es fiel a Su Obra. Pero da al hombre, que
ha creado, -porque lo merece su pecado-, el infierno.
«Al castigar a los malos eres justo, pues lo merecen; al perdonarlos, eres justo, porque así es tu bondad» (San Anselmo – Proslog. C. 10; ML 158, 233).
Así es el Amor de Dios: justicia y misericordia; veraz y fiel; libre para salvar y libre para condenar.
Nunca, en el Amor de Dios, hay que olvidarse de cinco atributos divinos para poder comprender este Amor: veracidad, fidelidad, liberalidad, justicia y misericordia.
La Misericordia de Dios se atribuye a Dios no
como una pasión: Dios no llora por el hombre. Dios no siente lástima de
ningún hombre. Dios no se turba, no se entristece porque el hombre
tenga problemas en su vida. La miseria del hombre no es la miseria de
Dios. Dios, cuando aplica Su Misericordia con el hombre, no destierra la
miseria ajena porque sienta lástima de ese hombre o porque haga suya
esa miseria.
Bergoglio dice una clara herejía:
«Así
pues, la misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una
realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es como el de un
padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas
por el propio hijo. Vale decir que se trata realmente de un amor “visceral”.
Proviene desde lo más íntimo como un sentimiento profundo, natural,
hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón» (Bula).
Es un amor visceral: pone en Dios una pasión
que no tiene. Manifiesta herejía. La miseria del hombre no es la
miseria de Dios. Si Dios se compadece, no lo hace como se compadece el
hombre de sus semejantes. Dios no obra una compasión humana por un bien
humano.
Dios
hace Misericordia por una Bondad Divina: el origen de la Misericordia
es la Bondad de Dios, es su Amor Divino. Y el amor de Dios es una ley en
Dios. Dios es Ley para Sí mismo. El amor de Dios no es el mal del
hombre, no es la compasión de su miseria, no es sentir ternura hacia el
hombre. Dios, cuando se compadece del hombre, lo hace movido sólo por Su
Bondad Divina, por Su Amor Divino.
Cuando Dios muestra Su Misericordia, está mostrando Su Amor, que es al mismo tiempo, veraz, fiel, justo, liberal y misericordioso.
Dios remedia la miseria física del hombre, pero también la espiritual.
Es decir, Dios da una justicia al hombre, pone una verdad en el hombre,
exige del hombre una elección, una sumisión a Su Voluntad Divina.
La Misericordia de Dios no anula Su Justicia, sino que es la plenitud de Su Justicia:
«La misericordia hace sublime el juicio» (Sant 2, 13).
Bergoglio sólo presenta una misericordia sin estos cinco atributos. Es su falsa misericordia.
«Su ser misericordioso se constata concretamente en tantas acciones de la historia de la salvación donde su bondad prevalece por encima del castigo y la destrucción» (Bula): el atributo de la misericordia no se pone por encima de la justicia, no prevalece por encima del castigo.
Esa Misericordia es, al mismo tiempo, una Justicia en Dios. Y sólo así,
Dios es fiel a su obra, es veraz con su obra y muestra su poder al
hombre.
Bergoglio
anula la Justicia y tuerce la Sagrada Escritura. Y presenta un Jesús
sin Justicia, portador de una justicia falsa, humana, carnal:
«Su
persona no es otra cosa sino amor. Un amor que se dona y ofrece
gratuitamente. Sus relaciones con las personas que se le acercan dejan
ver algo único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre todo hacia
los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y
sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En él todo
habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión» (Bula).
Nada en Jesús es falto de compasión. Todo en él habla de misericordia. Sus signos son sobre todo para las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes.
El gran fallo de Bergoglio, como el de muchos teólogos es no saber
discernir entre amor y misericordia. Y el de poner la liberación de Dios
en la miseria del hombre. Dios libera las miserias humanas, pero no las
espirituales. Es su claro comunismo. Es su lucha de clases. Es la idea
masónica de hacer una iglesia y un gobierno que sean ejemplares para la
humanidad: con hombres dignos de portar la idea de ser dioses ante los
demás. Hombres que viven en sus pecados, que tienen la maldad como el
norte de sus vidas y que sean reconocidos por todos como buenos, justos y
santos. Es el pecado de presunción que Bergoglio está enseñando en todo
su magisterio en la Iglesia. Y que es claro en su bula, y será muy
claro en todo ese año de gran condenación para todos los que le
obedezcan.
Dios
es Amor, no Misericordia. Dios es Voluntad Divina. Y aquel que niegue
un atributo divino para hacer prevalecer sólo la Misericordia, está
negando a Dios y su Voluntad.
No
hay que tener miedo de predicar: Dios castiga porque es Amor. Se está
diciendo una verdad inmutable: el Amor de Dios es Justicia y
Misericordia. Si Dios permite tantos males, tantos pecados de los
hombres, es sólo para obtener un bien divino: para obtener la penitencia
del pecador o para castigar o condenar al que peca. Y ambas cosas son
sólo por Amor, porque Dios es, sencillamente, Amor.
«Concédenos,
Señor, el comprender con todos los santos, cuál es la longitud, la
latitud y la sublimidad y la profundidad de tu divinidad: concédeme que,
apartándome totalmente de mí mismo en el pensamiento y en el deseo, me
sumerja en este océano de tu divinidad y me pierda en él a mí y a todo
lo creado, sin ocuparme, ni sentir, ni amar ni desear ni ninguna otra
cosa y sin anhelar nada más, sino que descanse únicamente en Ti y que
posea y disfrute plenamente de todo bien sólo en Ti. Pues así como tu
esencia es infinita e inmensa, del mismo modo todo bien que hay en Ti es
igualmente infinito e inmenso. ¿Quién es tan avaro que no se dé por
satisfecho con el bien infinito e inmenso? Por consiguiente no buscaré
ni desearé nada fuera de Ti, sino que tú serás para mí a manera de todas
las cosas y por encima de todas las cosas el Dios de mí corazón y de mi
heredad, Dios para siempre (Lessio, Sobre las perfecciones divinas, 12
c.4).
«Me
resulten viles y despreciables a mí todas las cosas transitorias a
causa de Ti, y me sean queridas todas tus cosas, y Tú, Dios mío, más que
todas ellas. Pues ¿qué son todas las otras cosas en comparación de la
excelencia de tus bienes?. Son humo, son sombra y vanidad todas las
riquezas y delicias y toda la honra de este mundo, las cuales subyugan
miserablemente los ojos de los mortales, no permitiéndoles conocer ni
ver a fondo los bienes verdaderos, los cuales están en Ti.
«Así
pues, no amaré ni estimaré nada de las cosas de este mundo, sino que te
amaré y te estimaré solamente a Ti y a tus bienes, los cuales están
ocultos en Ti, bienes que en realidad consisten en Ti mismo, y bienes de
los cuales gozarán eternamente aquellos que, habiendo despreciado las
cosas caducas de la tierra, se hayan unido estrechamente a Ti. Te amaré
sobre todas las cosas y te serviré siempre: porque eres infinitamente
mejor que todos los seres y digno de que todas las criaturas por toda la
eternidad te ofrezcan y consagren todo su amor, todo su afecto, todas
sus bendiciones, toda su gratitud, todas sus manifestaciones de
alabanza, todos sus actos de servicio, amén.» (Lessio, la obra
anteriormente citada, 1. 1 c.7).
Busquen
las cosas de allá arriba; no busquen el magisterio de Bergoglio para
ser de la Iglesia. Con Bergoglio, la Iglesia sólo está en el desierto de
cada corazón, que permanece fiel a la Palabra de Dios. Mientras un
hereje permanezca en el gobierno cismático, anclado en el Vaticano, las
almas sólo tienen que vivir mirando a Cristo, que es la Cabeza Invisible
de la Iglesia. Desprecien a Bergoglio, y a toda su compañía, y serán de
la Verdad, serán de la Iglesia, serán hijos de Dios. Amen a Bergoglio y
serán pasto del fuego del infierno. Los tiempos se han cumplido. Y
viene el tiempo de la abominación. Hay que huir de Roma. Ya no interesa
lo que haga o no haga Roma. Sólo interesa lo que Dios tiene preparado
para Su Iglesia. Y esto es algo que no es de este mundo.