Pilatos y la democracia
Elementos del drama.
Pilatos: un político que quiere mantenerse en el poder a toda costa.
El Sanedrín y un puñado de conspiradores, enemigos de Jesús, que agitan y pagan a un populacho para ejercer un lobby sobre el político.
Un populacho movido por pasiones de toda índole, que sirve de masa de maniobra a esos conspiradores.
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El político tiene que decidir sobre la suerte de un justo, del Justo por excelencia.
Después de hacerlo azotar y de interrogarlo, afirma públicamente que no encuentra delito en el acusado.
En el interrogatorio, Jesús le habló de “la verdad”. Y el procurador
preguntó: “¿Qué es la verdad?” (Juan 18, 38), denotando su completo
escepticismo.
La masa manipulada, que representaría al “pueblo”, es estimulada a
comenzar un clamor, diciendo al político que si libera a Jesús no es
amigo del César. El político, que no conoce otra moral que la de la
ventaja personal, tiembla ante la perspectiva de perder su cargo. El es
un relativista completo. Por eso, pregunta al “pueblo”: “¿Y qué he de
hacer con Jesús?” (Mateo 27, 23).
El “pueblo”, es decir, sus manipuladores, grita: “¡Crucifícalo, crucifícalo!” (Juan 19, 6).
¿No existen en nuestro ambiente situaciones análogas?
La Civilización cristiana es un fruto precioso de la Sangre de
Nuestro Señor Jesucristo. Ella se encuentra hoy en un estado casi
agónico debido a generaciones de “pilatos”.
La familia es la base de esa civilización.
En nuestro País se debaten proyectos de ley y tratados
internacionales que inciden sobre cuestiones morales y que quebrantan
profundamente los fundamentos de la familia: el divorcio, el aborto, las
uniones homosexuales, el control de la natalidad, la eutanasia, la
educación sexual permisiva y un largo etcétera.
Los diversos lobbies, apoyados en la propaganda y en
encuestas de un valor discutible, hacen que muchos políticos alegremente
vayan comprometiendo la existencia misma de esa institución.
La familia es una institución de orden natural, anterior al Estado,
basada en derechos fundamentales que no es lícito a nadie abatir. La
autoridad no está libre de toda ley, pues su facultad de mandar nace de
la recta razón, por lo cual sólo debe ser obedecida si se armoniza con
la ley moral. Si las leyes u órdenes de los gobernantes la contradicen y
se apartan así de la voluntad de Dios, no obligan en conciencia, pues
“es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres”. ([1]) En tal caso, la autoridad deja de ser tal y degenera en tiranía.
¿Cuál es la actitud de muchos políticos?
Ellos no pueden ignorar todas estas verdades, como Pilatos no ignoraba que Nuestro Señor era inocente. Sin embargo, ¿qué hacen?
No es raro que repitan con Pilatos, “¿Y qué he de hacer con Jesús?”.
Es decir, ¿qué he de hacer con los frutos de su Preciosísima Sangre?
¿Con la Civilización cristiana y con la familia?
[1] Hec. Apost. 5, 29