Hemos resuelto colgar a nuestro modesto blog, artículos que publicara la REVISTA CABILDO a comienzos de su TERCERA EPOCA. Comenzando con el Nº 10 por cuanto carecemos de los anteriores. En principios editaremos las secciónes de su "EDITORIAL" confeccionadas por su director Dr. ANTONIO CAPPONNETO y "MIRANDO PASAR LOS HECHOS" de VICTOR EDUARDO ORDOÑEZ, ambas reseñas pasadas de fines del siglo 20 y comienzos del presente. Además de traer recuerdos tristes y dolorosos, ya sufridos por nuestros muy olvidadizos compatriotas simplemente insistimos en tratar de evitar "nuevos tropiezos" con nuevos "CAMBIOS" prometidos e inocentemente creidos por un gran porcentaje de todo Argentino. Deseamos tambien recordar que "El LIBERALISMO ES PECADO" y en ellos se nutre nuestra formación tanto de civiles como militares que hayan sido nuestros gobernantes con posterioridad a 1852. Por demás estar decir el orgullo noble y patriota que sentimos ante el desempeño del gupo periodístico de la revista, (patriotas, que sin renta ninguna y esfuerzo providencial difunden la verdad), defendiendo de la tradición religiosa católica, pretendiendo mantener la patria en los fundamentos reales que originaron su principio, y la familia para cumplir con los fundamentos de toda auténtica y sana comunidad.
CABILDO Nº 10- 3º EPOCA-SEPTIEMBRE AÑO 2000
EDITORIAL
Corruptos y
Dominados
En un esfuerzo inútil
por preservar al Presidente de la alevosa inmoralidad desatada en el Senado,
uno de sus ocasionales lenguaraces declaró al periodismo que las tales
maniobras de soborno eran responsabilidad del "sistema": prácticas de
rutina, hábitos que están instalados desde siempre en su mecanismo funcional.
Así lo cree también el sentido común de la ciudadanía, que salteándose las
lecturas de Platón o de Spengler, no tiene más que mirar a su alrededor para
constatar que la corrupción es la naturaleza del régimen político imperante, y
el dinero el motor que lo alimenta y sostiene.
El corolario que de
tales razonamientos se deduce — el que no quiere siquiera enunciarse, para no
rozar sacralidades intangibles— lo diremos sin rodeos, una vez más. La democracia
es un sistema intrínsecamente impuro, desnaturalizador y envilecedor de la
república: ilícito en su esencia, ficticio en su origen, crapuloso en su
ejercicio, contranatural en su criterio y encanallecido en sus representantes
eventuales. Como que supone la sustitución de la aristocracia por la
oligarquía, no puede sorprender que se rija por el oro malhabido antes que por
la virtud. Como que implica el protagonismo de los demagogos y partidócratas,
no debe asombrar que acaparen ellos para sí una grosera opulencia, mientras
administran la escasez y la hambruna entre sus subalternos. Como que acepta ser
nutrido por el capitalismo y comandado por la usura internacional, no cabe
desconcierto al constatar sobornos, cohechos o vulgares coimas. Como que se rige,
al fin, por la ley del número y del recuento, no es de extrañar que en él,
antes se tome el pulso al tener con cuantía que al regir con prudencia.
"El dinero
—escribía Maurras, en páginas admirablemente aleccionadoras— es el que hace el
poder en democracia; lo elige, lo crea y lo engendra. Es el genitor y el padre
de todo poder elegido, de todo poder mantenido en dependencia de la
opinión". Es el que compra votos y conciencias, el que merca leyes o
cuantos recursos resulten favorables para el mantenimiento de la farsa; el que
promete y asegura fortunas a cambio de defecciones nacionales, el que consigue
electores, el que acorrala a los débiles a efectos de cumplir con las
exigencias de la banca, el que conquista las voluntades de los mezquinos y
avariciosos, el que adocena a las turbas anónimas con la publicidad,
traicionándolas después en los despachos errantes de cuatro viciosos. No
importa aquí la mayor o menor bonhomía personal del ungido de turno. Le importa
corroborar al sistema su docilidad y su eficiencia ante la plutocracia
dominante, su mansa y doble condición de víctima y victimario de las finanzas.
No se busque entonces en la explicación de la reciente corruptela, razones
circunstanciales que puedan distraer el descubrimiento de la verdadera causa.
Porque la democracia es esa pestífera y verdadera causa de la grave enfermedad
que lacera a la patria.
Tan connatural como la podredura le es el abandono de la soberanía nacional. Se la abandona cuando se le da injerencia al Estado de Israel para que averigüe lo que debe saber y resolver el Estado Nacional; cuando Avirán, Albright, Donohue, la OEA, Clinton o quienes tengan ganas, se insolentan y se inmiscuyen, coaccionan e inspeccionan nuestra política interior con la conformidad servil de los primeros magistrados. Pero de las múltiples formas en que tan penoso mal se manifiesta, hay una que por lo escandalosa e indignante no puede quedar sin expreso repudio. Hablamos de la captura, del secuestro, de la prisión y del comparecimiento ante tribunales extranjeros, de aquellos a quienes las izquierdas internacionalistas han estigmatizado como represores militares. Procedimiento violatorio de todo derecho, de todo elemental sentido del señorío jurídico de una nación independiente, y ante el cual, tanto las cúpulas civiles como militares del Régimen responden con su inoperancia, sino con su complicidad y anuencia.
Tan connatural como la podredura le es el abandono de la soberanía nacional. Se la abandona cuando se le da injerencia al Estado de Israel para que averigüe lo que debe saber y resolver el Estado Nacional; cuando Avirán, Albright, Donohue, la OEA, Clinton o quienes tengan ganas, se insolentan y se inmiscuyen, coaccionan e inspeccionan nuestra política interior con la conformidad servil de los primeros magistrados. Pero de las múltiples formas en que tan penoso mal se manifiesta, hay una que por lo escandalosa e indignante no puede quedar sin expreso repudio. Hablamos de la captura, del secuestro, de la prisión y del comparecimiento ante tribunales extranjeros, de aquellos a quienes las izquierdas internacionalistas han estigmatizado como represores militares. Procedimiento violatorio de todo derecho, de todo elemental sentido del señorío jurídico de una nación independiente, y ante el cual, tanto las cúpulas civiles como militares del Régimen responden con su inoperancia, sino con su complicidad y anuencia.
Si de culpables se
tratara —y no negamos tal posibilidad en ciertos casos, antes bien, la
afirmamos expresamente— son nuestras leyes y en nuestro territorio, las que
deben castigar a los incriminados. Si de inocentes falsamente acusados por el
odio de las usinas subversivas mundiales, doble razón aún para que nuestra
legislación y en horizonte propio se ocupe de salvaguardar su libertad y su
buen nombre. Lo que no puede aceptarse es exactamente lo que se acepta: que
quienes combatieron al marxismo sean sometidos, en tanto tales, a la cacería
inaudita de los mentores del caos; que toda represión del terrorismo resulte
equiparada a priori e indistintamente con la inmoralidad y la sevicia; que la
mitología iluminista de los derechos humanos se constituya en la última ratio
para medir la honestidad o deshonestidad de la guerra contrarrevolucionaria,
que cualquier patán togado se apronte a darnos cátedra de jurisprudencia, y que
países como la Francia —cargada de culpas y de depravaciones contra el plan de
Dios— se autoerijan en fiscales y jueces de nuestros problemas internos.
Lo que no puede
aceptarse es que se pisotee nuestra soberanía, que se agravien nuestros fueros,
que se conculquen las prerrogativas que nos cuadran. Que deba estar en cárcel
extranjera quien se atrevió a calificar de criminales a los corsarios de
Malvinas, y disfruten de libertades, de remunerados y elevados cargos y de
todas las respetabilidades públicas, tanto los partisanos rojos, probadamente
homicidas, como los socios y usufructuarios de nuestros agresores australes,
probadamente traidores.
Cuando una nación está
gobernada por corruptos, genuflexos ante el oro y ante la extranjería,
integrantes todos de aquella runfla que en las dos contiendas claves del siglo
veinte militó en el campo de los enemigos esenciales de la argentinidad, no le
queda a los habitantes de esa nación más que dos caminos. O se suman al rebaño
del descarrío fatal, o se convierten en testigos de la Verdad, combatiendo por
ella hasta la muerte. O se conforman con un destino de factoría pringosa, o se
transforman en militantes de la reconquista que urge.
Nos dé el Señor la
gracia de elegir una vez más la recta vía.*
Antonio Caponnetto