El sainete llegó al Vaticano. Por Mario Caponnetto
En el Río de la Plata, de donde es oriundo el Papa Francisco, existía un género teatral conocido como sainete criollo,
herencia, sin duda, de los sainetes o entremeses españoles aunque con
modalidad propia. Se trataba de piezas de teatro que reflejaban las
costumbres de la vida en los llamados conventillos (suerte de
casas colectivas de baja condición social) a lo que se agregaban
elementos humorísticos y aún grotescos dentro del contexto de una
situación por lo general trágica, algo parecido a la ópera bufa
italiana con la que guarda un cierto parentesco. Este tipo de teatro
tuvo su apogeo en las primeras décadas del siglo XX y conoció su
esplendor en las décadas posteriores hasta que, finalmente, fue
decayendo sustituido por otras expresiones populares. Es a partir de
este hecho que en Argentina la palabra sainete designa una situación entre grotesca y dramática.
Pues bien; la extraña carta de Benedicto
XVI en la que alaba a su sucesor, el Papa Francisco, y las
circunstancias que la rodearon constituyen un verdadero sainete
rioplatense, evidencia de que la presencia de un Papa argentino está
incidiendo -y no de manera positiva, precisamente- en las costumbres de
la Santa Sede. Por eso me animo a sostener que, para colmo de males,
hasta el sainete llegó al Vaticano.
Todos sabemos que en ocasión de
cumplirse el quinto aniversario del ascenso del Papa Francisco al solio
pontificio tuvo lugar en la Santa Sede un acto en el que se presentó una
Colección de pequeños once volúmenes, de diversos autores, editada por
Roberto Repole, que recoge distintos aspectos de la teología del actual
Papa. La Colección lleva por título, La Teología del Papa Francisco[1].
La presentación fue acompañada de la lectura de una carta del Papa
Emérito en la que éste se prodiga en grandes elogios a su sucesor al que
no duda en calificar como “un hombre de una profunda formación
filosófica y teológica”.
La carta, fechada el 7 de febrero de
este año, es en realidad una respuesta a otra anterior dirigida a
Benedicto XVI por Monseñor Dario Edoardo Viganò, Prefecto de la
Secretaría para la Comunicación, el pasado 12 de enero en la que, al
tiempo que le envía la mencionada Colección, le solicita una “breve y
densa página teológica”, suerte de breve recensión de la obra. Benedicto
se tomó casi un mes en responder y se limitó a un conciso texto donde
afirma, aparte de lo ya trascripto, que aplaude la iniciativa de
publicar la Colección “que quiere oponerse y reaccionar contra el tonto
prejuicio, según el cual el papa Francisco sería solamente un hombre
práctico privado de particular formación teológica o filosófica,
mientras que yo habría sido únicamente un teórico de la teología que
habría comprendido poco de la vida concreta de un cristiano actual”. Los
opúsculos, añade, “ayudan a ver la continuidad interior entre los dos
pontificados, aunque con todas las diferencias de estilo y de
temperamento”.
Este fue todo el texto leído y difundido
por el mismo Viganò en el acto de presentación al que aludimos. Las
reacciones no se hicieron esperar. Las hubo, y las hay, de toda clase.
Los “conservadores” no pudieron disimular su desazón: ahora resulta que
Benedicto alaba a Francisco y sostiene la “continuidad interior” de
ambos Pontificados dando por tierra con la tesis de que Francisco
representaba la ruptura con la Tradición de la que el Papa Emérito era
su mayor abanderado. Los “progresistas”, fruncieron el ceño. ¿No era que
Francisco venía a imponer un nuevo paradigma, a llevar adelante la más
formidable reforma de la Iglesia? ¿Cómo es que ahora el Vaticano
difunde, con bombos y platillos, una carta en la que nada menos que
Benedicto elogia a Francisco y encima sostiene la continuidad de ambos
Papados? Desde otras latitudes se levantaron críticas y recriminaciones
contra Benedicto recordando su pasado juvenil progresista y su papel
como perito en el Concilio: en el fondo Benedicto no cambió jamás y su
supuesta ortodoxia fue sólo un engaño.
En
fin, que hubo para todos los gustos. Pero la cosa no tardó en disiparse
como una cortina de humo, que eso fue en definitiva lo que en verdad
ocurrió. El conocido vaticanista Sandro Magister descubrió que, en
realidad, el texto leído por Viganò no era todo el texto de la traída y
llevada carta del Papa Emeritus pues se había omitido un
párrafo entero. Más todavía: pocos días después los medios de casi todo
el mundo denunciaban que el Vaticano admitía haber alterado una foto
(enviada a los medios de comunicación) de una carta del “Pontífice
retirado Benedicto XVI” sobre los antecedentes teológicos del papa
Francisco. La manipulación, continuaban esos medios, “cambió el
significado del mensaje de una forma que viola los estándares del
fotoperiodismo”. ¿Qué había pasado? Que la Oficina de Prensa de la Santa
Sede difundió, no sólo entre los periodistas sino también en su sitio
digital, una foto de la carta en la que aparecía, apenas legible, la
primera página de la misiva, que contiene los elogios, mientras que la
segunda (que contiene el párrafo suprimido) aparecía cubierta por unos
libros y sólo podía leerse la diminuta firma de Benedicto XVI[2]. Un fraude periodístico que nada puede envidiarle a la peor prensa mundana[3].
Ahora bien, el párrafo omitido contenía
esta insólita afirmación: “Sin embargo no puedo escribir sobre ellos (se
refiere a los volúmenes de la Colección) una breve y densa página
teológica, porque en toda mi vida ha sido siempre claro que he
escrito y me he expresado solamente sobre libros que había leído
verdaderamente. Lamentablemente, aunque sólo por razones físicas,
no estoy en condiciones de leer los once opúsculos en un futuro próximo,
por cuanto me esperan otros compromisos que ya he asumido. Estoy seguro
de que me comprenderá y lo saludo cordialmente” (lo resaltado es mío).
Es decir que Benedicto, tras afirmar que
los once fascículos demuestran que Francisco posee “una profunda
formación filosófica y teológica” y que ellos testimonian la
“continuidad interior” de los dos Pontificados, termina confesando que
no ha leído verdaderamente los fascículos y que no piensa leerlos en un
futuro próximo, léase, nunca.
Pero el sainete no concluyó aquí; a la
obra le faltaba su acto final, inesperado, el cierre, trágico y grotesco
a la vez, propio del género. Dos días después de su primera denuncia,
el ya mencionado Sandro Magister volvía a sorprendernos esta vez con una
revelación más grave aún. En una nota titulada Más sobre la carta de Benedicto XVI, publicada en el blog L’Espresso- Settimo Cielo
del 17 de marzo, el conocido vaticanista nos anoticia de que, en
realidad, no fue solo uno el párrafo suprimido sino que fueron dos.
Faltaba otra parte de la carta y esta sí más que significativa; en
efecto, en el pasaje suprimido Benedicto manifiesta su sorpresa y
desagrado por la inclusión entre los autores de los malhadados
fascículos del teólogo alemán Peter Hünermann conocido por sus posturas
heterodoxas y su virulenta oposición al magisterio de Juan Pablo II y
del propio Benedicto. El párrafo en cuestión dice textualmente: “Sólo al
pasar quiero mostrar mi sorpresa por el hecho de que entre los autores
figure también el profesor Hünermann, quien durante mi pontificado se ha
puesto en evidencia por haber encabeza iniciativas anti-papales. Él
participó en forma relevante en el lanzamiento de la “Kölner Erklärung” (Declaración de Colonia), que en relación a la encíclica Veritatis splendor
atacó en forma virulenta la autoridad magisterial del Papa,
especialmente en cuestiones de teología moral. También la “Europäische
Theologengesellschaft” (Sociedad Alemana de Teólogos) que él fundo, fue
inicialmente pensada por él como una organización en oposición al
magisterio papal. Posteriormente, el sentir eclesial de muchos teólogos
impidió esta orientación, convirtiendo a esa organización en un
instrumento normal de encuentro entre teólogos. Estoy seguro de que
usted comprenderá mi negativa y lo saludo cordialmente. Suyo. Benedicto
XVI”.
Entonces,
vista en su totalidad ¿de qué se trata, en definitiva, la mentada
carta? En primer lugar, de un mero texto de compromiso, de una respuesta
cordial y evasiva frente a un pedido desubicado, por decir lo menos.
Pero, además, sin abandonar el estilo cortés, el Papa Emérito no deja de
puntualizar un aspecto más que fundamental: ¿cómo es posible que se
convoque a un teólogo cuestionado seriamente por su ortodoxia a la hora
de presentar la presunta teología del Papa Francisco? También uno puede
preguntarse dónde ve Benedicto la “continuidad interior” entre su
pontificado y el de su sucesor. En definitiva, cualquier exégesis que se
pretenda hacer sobre este escrito carece de fundamento pues ¿quién
puede tomar en serio semejante carta?
La pregunta que surge inevitable es ¿qué
se buscó con todo este sainete? ¿Quién urdió la tramoya? ¿Qué mensaje
pretendió darse? Las respuestas a estos y otros interrogantes pueden ser
muchas; cada quien tendrá las suyas. De mi parte no me queda sino la
profunda tristeza de ver y comprobar a diario como se profundizan las
llagas de la Iglesia.
[1] Cf. La Teologia di Papa Francesco, Collana 11 volumi. Edizione limitata in cofanetto, Libreria Editrice Vaticana LEV, Roma, 2017.
[2] Véase Infovaticana, 15 de marzo de 2018.
[3] Pese a las numerosas voces de protesta, al día de hoy (18 de marzo) Monseñor Viganó sigue en su cargo.