Horas atrás, los diarios y medios de
todo el país informaron que María “Chicha” Mariani, fundadora de Abuelas
de Plaza de Mayo (organización devenida en rentable firma empresarial
cuyo CEO encarna Estela Carlotto), había “recuperado” a su nieta, la
cual, tal como suele suceder en el grueso de todos estos casos, había
quedado en situación de desamparo en 1976 tras un allanamiento militar
en una casa operativa del terrorismo Montonero (el hijo de
Chicha, Daniel Mariani y su nuera Diana Teruggi estaban allí integrando
la banda homicida), en la cual se produjo un enfrentamiento que derivó
en la muerte de cinco terroristas. En la guarida, yacía una bebé de tres
meses llamada Anahí (nieta de Chicha Mariani), la cual fue salvada de
la situación de riesgo a la que la habían expuestos sus delincuentes
progenitores y habría sido otorgada en adopción o resguardo de un tutor.
Al enterarse que su nieta fue rescatada,
Chicha desde entonces intentó conocer el paradero de la niña, aunque
sin éxito, y fue recién esta semana (casi 40 años después) cuando corrió
como reguero de pólvora la noticia de la aparición de la nieta, aunque
al rato se confirmó que los datos genéticos rechazaron el parentesco y
la expectativa volvió a foja cero.
Este episodio obró para que se siga
desinformando, y se insista en la ficción propagandística que de que
durante la dictadura (no la que quisieron imponer los Montoneros sino la
cívico-militar) hubo un “plan sistemático de robo de menores” y que dentro de tan macabro propósito, “fueron robados 500 niños”.
Episodio y cifras que no poseen respaldo argumental ni documental
alguno, pero que al igual que tantos otros embustes y desmanejos
numéricos, han sido instalados rabiosamente como slogan publicitario por
parte de las organizaciones rentísticas vinculadas al gobierno saliente
y al terrorismo de otrora.
Si bien esta temática ya la he desarrollado in extenso en mi libro La Mentira Oficial, consideramos oportuno repasar mi tesis sobre este permanente engaño.
Origen del mito:
El mito del “Plan Sistemático de robo de menores” promocionado por la desacreditada Carlotto y sus accionistas asociados, se apoyó fundamentalmente en que “las Abuelas” afirman haber “recuperado 120 niños” (dato inflado puesto que al día de la fecha el site oficial de Abuelas sólo confirma 103[1]) los cuales hoy ya son jóvenes cuyas edades oscilan en derredor de los 40 años), y que dicha fantasiosa proyección estadística ascendería “a 500 casos”.
¿Y cómo llegan las “Abuelas” a la cifra de supuestas 103 “recuperaciones”?.
Pues cuando las fuerzas legales durante
la guerra antiterrorista efectuaban operativos y los delincuentes eran
detenidos o abatidos, en muchas circunstancias (y con motivo de la
actividad delictiva de sus padres) quedaban sus niños en situación de
orfandad o total desolación. Pero como los terroristas poseían nombre de
guerra, documentación falsa y mudaban permanentemente de casa, barrio,
ciudad o Provincia, con frecuencia era muy difícil identificar a los
abuelos o parientes cercanos de las desdichadas criaturas. Por ende, la
acción de las fuerzas legales ante el desamparo de los menores se
efectuaba en el siguiente orden:
1) Entregarlo a la familia (abuelos, tíos, etc.) si había conocimiento de su existencia y localización fehaciente.
2) Si no se tenía datos acerca de
parientes y consanguíneos, el menor era llevado entonces a disposición
el juez de la jurisdicción o autoridad competente, quien seguidamente lo
derivaba a la Casa Cuna o institución pertinente.
Vale decir, en la medida en que el
estado de guerra civil lo permitía, se actuaba dentro del principio de
razonabilidad y legalidad (tal el caso de la orden de Operaciones del
Comandante de la Zona 1 o la orden emanada del Ministerio del Interior a
la Policía Federal cuya autenticidad fueron avaladas por la fiscalía en
la Causa 13). De este modo, se llevaron adelante 227 devoluciones de
menores desamparados a familiares o autoridades pertinentes, lo que
demuestra que por parte de las fuerzas legales, el único “Plan Sistemático”
que hubo fue la devolución conforme a derecho (el listado completo de
las devoluciones puede verse en mi libro sobre el particular).
Posteriormente, muchas de estas
criaturas, una vez destinadas y alojadas en instituciones oficiales,
eran adoptadas por diferentes familias o matrimonios que le brindaron su
amor y educación, tal como suele ocurrir en la actualidad con menores
en situación de adopción.
Pero ocurre que las “Abuelas de Plaza de Mayo”,
posteriormente se dedicaron a efectuar una labor de rastreo con auxilio
estatal, consistente en tratar de contactar algún pariente biológico de
esos menores (hoy adultos). De esta manera, lograron en ciertos casos
conectar, por ejemplo, a determinados jóvenes con algún tío, abuelo o
pariente de cualquier grado. Una vez localizado efectivamente el
vínculo, se produce el televisado encuentro, y las “Abuelas” salen con “bombos y platillos” a arengar “recuperamos al número X”.
Hasta aquí, la labor de la empresa “Abuelas de Plaza de Mayo” lejos de ser criticable, resulta encomiable. Sin embargo, es dable efectuar la siguiente aclaración: de los casos “recuperados” por las “Abuelas”, la mayoría absoluta de ellos obedeció ni a “robo” ni a “plan sistemático” alguno. Efectivamente, de esas “103 recuperaciones”, las “Abuelas” meten en la bolsa circunstancias que por muchas veces rayan en lo tragicómico.
Cuando todavía la cifra de “recuperados” rondaba los 66 casos, las Abuelas publicaron un libro titulado “Niños desaparecidos – Jóvenes localizados – En la Argentina desde 1976 a 1999“.
(Edición de diciembre de 1999) en el cual, se detallan caso por caso
los 66 episodios a través de los cuales ellas dicen arribar a esa cifra.
Y del texto en cuestión, involuntariamente las “Abuelas” dan a conocer no sólo que el “Plan Sistemático de robo” no existió, sino que a efectos de abultar las cifras, colocan a “la marchanta”
cualquier dibujo que eventualmente les resulte funcional a la sumatoria
de coeficientes: el método usado por las Abuelas para acomodar sus
números tiene el mismo rigor científico que el que usaba Guillermo
Moreno para medir la inflación.
En efecto, de esos 66 casos contabilizados por las “Abuelas”
(y según consta en el libro de su propia autoría), 29 fueron niños
devueltos a sus familiares o entregados a la Justicia de Menores (no hay
“robo” alguno ni “recuperación”); 6 son casos de niños apropiados ilegalmente por otros integrantes de las bandas terroristas o vecinos (en este caso hay “robo”
pero cometido por los terroristas y aliados); 11 son niños desamparados
que estuvieron incomunicados como producto de situaciones anormales por
causas totalmente ajenas a la guerra civil (tampoco existe “robo”
y eso lo confirma el libro de Abuelas); 6 corresponden a cuerpos N.N.
identificados de mujeres embarazadas al morir en tiroteos, en donde
obviamente tampoco hay “robo” ni “recuperación” (y parece ser que afortunadamente y contrariando su ideología, en este ítems las Abuelas se muestran ad hoc
a favor de considerar a la persona desde el momento de su concepción); 2
corresponden al caso de niños accidentalmente muertos en tiroteo entre
sus padres y otros guerrilleros contra las fuerzas legales (tampoco hay “robo” ni “recuperación”
y los lamentables accidentes son producto de la irresponsabilidad
delictual de sus padres) y 12 casos más, que son los únicos episodios
puntuales de niños comprobadamente apropiados de modo ilegal, pero de
los cuales en solo dos de ellos hubo repudiable participación de algún
miembro de las FFAA.
Pues, bien andando los años y con este mismo modus operandi engañoso consistente en rejuntar y acumular casos a todo propósito y fuera de propósito, se completó así la cifra de 103 “niños recuperados” difundida por multimediáticamente por Abuelas
y todo el periodismo “bienpensante” que siempre le hizo coro: empezando
por Clarín, a pesar de que al citado grupo mediático le consta de
manera fehaciente el modo inmoral y mentiroso con el que actúa Carlotto y
su pandilla, tal como se comprobó judicial y científicamente al
descartarse que Ernestina Herrera de Noble haya sido “ladrona de niños”,
tal como vociferaban impunemente las Abuelas.
Va de suyo que la reducida cantidad de
menores en los que hubo algún deleznable ilícito imputable a miembros de
las FF.AA. (dos casos como vimos) no puede ser indicio de ningún “plan sistemático”,
en una guerra que duró diez años, en donde entre terroristas abatidos o
desaparecidos hubo 8.400 muertos y con al menos 227 devoluciones
comprobadas de criaturas en situación de desamparo. Es decir, en todo
caso, de haber existido algún “plan sistemático”, ese fue no el robo
sino la devolución, tal como lo acreditan los fulminantes guarismos. Y
todo este fue tan claro, que a los militares ya les habían
imputado haber pergeñado el Plan Sistemático de Robo de Menores en el
ilegal juicio a las Juntas decretado por el gobierno radical en
diciembre de 1983, y el mismísimo Tribunal alfonsinista exculpó a los
Comandantes de esta manera:
“Como se viera,
del catálogo de delitos que el Tribunal consideró integraban el sistema,
se han excluido: la sustracción de menores, la extorsión, el plagio y
la usurpación. Ello implica la no atribuibilidad de tales ilícitos”[2].
A pesar de ello, con insistencia y violando el principio jurídico y constitucional del “ne bis in idem”
(nadie puede ser juzgado dos veces por el mismo hecho), durante el
latrocinio kirchnerista se prosiguieron rearmando causas a los miembros
de la ex Junta Militar o jerarquías inferiores, con la misma seriedad y
neutralidad con la cual durante esos mismos años la “justicia” determinó
que Cristina Kirchner no se enriqueció ilegalmente
Los verdaderos culpables del drama de los niños
En rigor de verdad, toda la triste
problemática y secuelas conexas, tienen por causa-fuente la
irresponsabilidad e insensibilidad en cuanto al manejo, apropiación
ilegal y exposición que de sus hijos hacían los mismos terroristas
subversivos durante el fragor de la guerra por ellos desatada.
En efecto, los mismos protagonistas Montoneros reconocen estas y otras circunstancias, tal como lo relata la guerrillera Marcela Durrieu (actual suegra del dirigente Sergio Massa)
quien cuenta “Todos
te decían que cuando tenías que escapar o dejas a tu hija a salvo en un
lado o te la llevas con vos. Es un dilema de hierro que no se puede
resolver. Yo llevé a mi hija a todos lados. Tuve suerte y zafamos-
recuerda jornadas en las que robaba para comer o le daba explicaciones
absurdas a su hija de por qué dejaban un auto robado en la calle. ´Lo
dejamos Malena porque después vamos a tener otro mejor´, le decía”[3]. Y para advertir el grado de irracionalidad de las terroristas, Durrieu explica que “A
la noche, poníamos la cunita de Malena y las armas al lado (en lo
primero que pensábamos era en cómo salir corriendo con un bebé en
brazos). Habíamos hecho una ruta para escapar para la Panamericana.“[4]. La colocación de los niños en situación de riesgo grave era permanente y al respecto confiesa la ex Montonera Susana Sanz “Todavía
recuerdo cómo yo trasladé materiales debajo de mi panza con ocho meses
de embarazo. Al mes del parto, yo estaba militando de nuevo“[5].
Como si estas felonías fueran
insuficientes, muchas veces los integrantes de la guerrilla utilizaban
como escudos a sus hijos, tal como lo ha reconocido la guerrillera
Miriam Trilleltesky, la cual al ser entrevistada la periodista le
pregunta “¿Hubo oportunidades en que utilizaban niños para cubrir actos de terrorismo?´ y Trilleltesky respondió “Se los utilizaban para ir a citas, para hacer tareas, se los llevaba a citas como cubierta”[6].
Pero el grado de inseguridad al que los terroristas sometían a sus
niños no se limitaba al lapso del combate o enfrentamiento, sino a todo
el modus vivendi. La ex montonera Alicia Pierini (quien fuera
beneficiada con suculentos honorarios como Secretaria de DD.HH. durante
la presidencia “neoliberal” de Carlos Menem) expresa “Yo era
militante montonera, además mamá de dos nenas chicas. Mariela nació en
el 67 y Bárbara en el 68. Tuve ocho años de clandestinidad viviendo en
casas compartimentadas, con contraseguimiento de ida y de regreso del
colegio: – ¿Qué es una casa compartimentada? ¿Cómo es un
contraseguimiento? (pregunta la periodista Viviana Gorbato) -Pierini:
Compartimentación quiere decir que pocas personas o casi ninguna saben
donde vivís. Una compartimentación podía ser de dos modelos, una más
blanda y otra más rigurosa. Una compartimentación más blanda es aquella
en la que tus hijos saben volver a la casa por sus propios medios. Tu
hogar está solamente compartimentado para los ámbitos políticos,
organizativos, para los otros militares… Mis hijas iban y venían del
colegio. Tuvimos otras casas más rigurosamente compartimentadas. Ni
siquiera nuestra familia sabía. La gente venía a visitarnos tabicada…por
ejemplo, cuando mi suegra (la mamá de Ernesto Jaureche, mi compañero de
entonces) venía a vernos, primero se la llevaba a dar vueltas en auto y
se le pedía que mantuviera cerrados los ojos, antes de llegar, para que
nunca pudiera reconocer la casa. También, si se compraban facturas o
masas en la panadería se sacaba el papel de envolver con la dirección.
Teníamos fundas para los sifones. A los almanaques, también se les
cortaba la propaganda del almacenero vecino. El visitante no debía tener
el menor indicio de dónde estaba. Así viví durante ocho año”[7]. Complementariamente,
el oficial Montonero Jorge Falcone (mano derecha del asesino Firmenich y
esposo de una de las hijas montoneras de la comerciante Carlotto)
relata que durante la guerra “hacía tres días que personal de
fuerzas de seguridad estaba preguntando por nosotros… Era a fines del 77
y respondiendo a la estrategia que la organización Montoneros había
trazado exitosamente, nos mudamos a barrios fabriles… Allí rescato a mi
hija recién nacida y a mi esposa Susana Estela Carlotto, hija de la
presidenta de las Abuelas de Plaza de mayo“[8].
Otro
dato clave que se suma a la confusión generada, era precisamente la
desembozada práctica de tener hijos (con la misma frialdad de un
coleccionista de estampillas) a efectos de “fabricar guerrilleros” y agigantar así la familia revolucionaria: “La
tasa de natalidad creció, notablemente entre las militantes con la
primavera democrática de mayo a junio del 73 y volvió a pegar otro salto
en el 76 y 77…Este particular instinto de supervivencia explica por qué
muchas mujeres tenían hijos pequeños o estaban embarazadas en el
momento de ser chupadas”[9]. Esta práctica irresponsable es defendida como estrategia de guerra por Mario Firmenich, quien alega: “han pasado los tiempos en que se pensaba que era correcto evitar tener hijos” añadiendo que “si hace treinta años los vietnamitas hubieran pensado de esa manera, no habrían tenido a nadie para ganar la guerra” rematando “Los hijos son nuestra retaguardia“[10].
El “Plan Sistemático de Robo de Menores” de la guerrilla
Visto y considerando que por parte de las fuerzas legales el único “Plan Sistemático”
fue el de la devolución del menor, no cabe el mismo mérito respecto del
actuar de las bandas terroristas, quienes pergeñaron un “Plan Sistemático de Robo”
de hijos pertenecientes a sus camaradas caídos. En efecto, dentro de
las propias organizaciones subversivas, además de una política de
adoctrinamiento revolucionario para con las criaturas existía la “apropiación sistemática de menores”,
consistente en quedarse con la criatura y no devolver el niño a la
familia biológica del militante caído y así lo confiesa la ex montonera
Susana Sanz “La organización sostenía que ante la baja de unos de
nosotros el hijo debía ser criado por otro compañero. Eso tenía un fin
predeterminado. Ese chico debía crecer en la moral revolucionaria, con
la moral revolucionaria de una familia revolucionaria. Eso era lo que
pensábamos nosotros, la organización”[11] y confirmando tamaña confesión, Ernesto Jauretche (Oficial Montonero) admitió que “Había
una tendencia en el movimiento en su conjunto de rescatar a los hijos y
ver cómo se podía…No siquiera entregarlos a sus familias…Había una
concepción muy ortodoxa de que si la familia no contaba con la simpatía
de la organización, tampoco le entregaban a su hijo”[12]. Cuenta la citada guerrillera Susana Sanz que a “los
hijos de los compañeros los sentíamos como hijos propios, era una gran
responsabilidad colectiva… pero visto desde hoy los chicos corrían
muchos riesgos”[13]. La guerillera Alicia Pierini despersonalizando las tutorías y paternidades naturales explica “Los hijos eran un poco los hijos de la organización… Era una especie de ´padrinazgo´”[14]. Complementariamente
cuenta el ex montonero Jorge Rachid (otro que fue beneficiado con el
rentable cargo de Secretario de Prensa y Difusión durante el privatista
gobierno de Menem, que “Paco Urondo y Alicia viven juntos y tienen
una hija. Pero al poco tiempo los dos son asesinados en Mendoza. La nena
se salva. Se llama Angelita”, Rachid cuenta que su ex suegra trae a
Angelita para Buenos Aires. Pero aquí la otra hija de Paco Urondo
“reclama la nena para la organización”… Se produce un episodio que hace
que mi cuñado me llame por teléfono a Neuquén pidiéndome por favor que
viniera porque la organización le quería sacar a la nena para que no se
criara en un hogar burgués… Estamos todos muy enfermos. Acabamos de
recuperar la nena. La mamá está muerta. La nena está con la abuela y
viene este apriete… Es de locos”[15].
Conclusión
Pues bien, no nos queda más que decir
que al final la nieta de Chicha Mariani no apareció, el supuesto plan
sistemático de robo de menores vociferado por Carlotto no existió, y que
los principales responsables de la tragedia acontecida no fueron otros
más que los miembros de las organizaciones terroristas de la época.
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