LA TRIPLE A DE LA CORRUPCIÓN
"Perón no quedó en la historia por la Triple A". El aforismo
se le cae de la boca a un referente de Unidad
Ciudadana y lo recoge el cronista
Gabriel Sued en su minucioso afán por comunicarnos lo que en verdad piensa la
cerrada secta kirchnerista acerca de los cuadernos Gloria. En la hora de las
grandes confesiones, las infidencias políticas no pesan menos que las
judiciales, y en la Argentina casi siempre los argumentos tienen más potencia
que la mismísima información. La analogía diseñada en esas usinas sirve como
una doble admisión de culpas. La izquierda peronista ya no niega en la
intimidad lo que se probó en los documentos históricos: fue Perón quien efectivamente ideó aquella siniestra organización
estatal que luego persiguió y eliminó a tantos "perejiles" y "revolucionarios".
Y esa aberración, que incluyó crímenes de lesa humanidad y que fue
insólitamente "perdonada"
por muchas de sus propias víctimas, sirve hoy como medida de la gigantesca mancha voraz que se come el
prestigio de la marca Kirchner.
En voz baja, la cúpula kirchnerista
reconoce la magnitud de este Lava Jato y lo asimila a la peor ignominia del
General. Es que va saliendo a la luz una
suerte de Triple A de la corrupción. Que será indultada, según sueña el
petit comité, por las bonanzas del "proyecto",
por la dura recesión actual (ellos nada tienen que ver con ella) y, sobre todo,
porque los intelectuales de ese sector crearán nuevas leyendas
autoexculpatorias, con el mismo talento literario con que inventaron una Evita
ficcional e inexistente, un Perón "socialista"
más falso que billete de tres pesos, una participación del imperialismo
norteamericano en el golpe del 55 (cuando existen hoy evidencias concluyentes
de que Estados Unidos sostenía al General por la misma razón por la que bancaba
a Franco: como barrera contra el comunismo) y tantos otros camelos "revisionistas" y "guevaristas" que hacían
digerible para aquella izquierda la gesta de ese movimiento de masas inspirado
en Mussolini. Estamos en presencia de un
grupo de expertos en la creación de mitos que luego forjan cultura; un relato
eterno basado en acomodamientos de la realidad y mentiras groseras.
Según los
encuestadores, quienes adhieren a la Pasionaria del Calafate se dividen en dos segmentos. El 75% pertenece a la clase baja:
el aumento de tarifas no les permite llegar a fin de mes; saben que el
kirchnerismo robó de manera industrial, pero en su situación desesperada no les
importa. Tampoco conectan este monumental desfalco con sus actuales
privaciones: dos investigadores del
Conicet calcularon que el costo de los sobornos en obra pública ascendería a
unos 36.000 millones de dólares. Faltaría sumar lo "recaudado" en materia de energía, transporte, y en un
amplio y sospechoso Polirrubro lleno de cajas negras y cuentapropistas
multimillonarios. Igual es perfectamente entendible ese voto popular donde
aprieta la mishiadura; no lo es tanto entre el 25% restante, que pertenece a
clases medias altas y urbanas, conformadas mayormente por profesionales que en
los focus groups niegan todo y aseguran que el escándalo es una "operación sucia" de los
medios. Allí no interesan pruebas ni testimonios: son inmunes a la galería de
arrepentidos, refutan incluso a sus propios exfuncionarios, y los periodistas
resultan sus mayores enemigos; a esa manada de creyentes ciegos se dirige la
arquitecta egipcia cuando afirma que Diego Cabot armó un "Grupo de Tareas". El cristinismo es a veces un fenómeno
psiquiátrico, pero ejerce invariablemente la proyección psicológica: sus
lenguaraces acusan a los demás de los errores y lacras que ellos mismos
perpetran; de totalitarismo, de persecución, de censura y de tantas otras
depravaciones que ejercieron desde el poder. La Policía Federal descubrió en un
allanamiento, hace unos días, un pendrive que pertenecía a un miembro de
aquella Jefatura de Gabinete; allí aparece una planilla denominada "campañas negativas". Se
confirmó después en sede judicial que se trataba de dinero turbio para
hostigar, desacreditar y perseguir a "opositores".
La Triple A de la corrupción no usaba
armas de fuego, sino carpetazos, micrófonos y redes para difundir sus
calumnias, extorsionar a los que resistían y amedrentar a los disidentes, con
la ayuda inestimable de los servicios de inteligencia.
Otro singular ejemplo
de proyección psicológica lo constituyó el alegre y veloz intento de acusar a
Cambiemos de instaurar un "cepo al
dólar". La campaña cayó enseguida por su propio peso, pero lo
interesante es que los kirchneristas se escandalizaban en las redes sociales
por un desastroso mecanismo que ellos aplicaron en 2011 y que defendieron como
virtuoso hasta el último día de su gestión. Esta verdadera Asociación Chaleco
de Fuerza opera de manera incesante dentro de esa burbuja construida con algoritmos
y mala leche llamada Facebook: en esos muros los kirchneristas intentan
últimamente convencer a sus acólitos de que estamos en vísperas de un 2001 y
que conviene sacar la plata de los bancos, echando leña al fuego para que el
incendio nos devore a todos. Sin aclarar que esas llamas incentivadas
arrasarían primero a los que menos tienen.
El terremoto de los
cuadernos rompió la escala de Richter de la política cuando las corporaciones
agacharon la cabeza y se vieron obligadas a confesar su connivencia con el
delito. Muchos de quienes han sido complacientes con el kirchnerismo cacareaban
que solo creerían en un proceso de transparencia cuando pagaran los
empresarios, pero esas almas bellas son hoy renuentes a cumplir su promesa. Se
amparan en un ardid peronista -corruptos hubo siempre- y se suman a maniobras
de distracción al hablar de los coimeros del pasado, como si durante el caso
Watergate, mientras se intentaba probar la maniobra de Nixon, los observadores
hubieran puesto el acento en los negocios non sanctos de las antiguas
administraciones demócratas. O como si en el juicio de Nuremberg algunos "independientes" relativizaran
la violencia nazi recordándonos las masacres del Coliseo romano. Algo de eso se
vislumbra también en el discurso de Juan Grabois, que por default, por desgano
de la oficina de prensa del Arzobispado y por el extraño silencio de la
Iglesia, aparece ante la opinión pública como el "vocero no desautorizado" del Papa. Su acompañamiento
como guardaespaldas moral de Cristina en su comparecencia a Comodoro Py abona
la idea, tal vez equivocada, de que los prelados no celebran el proceso más
importante que se ha abierto contra la venalidad. Un hito histórico donde la
Justicia avanza en defensa del séptimo mandamiento y contra dirigentes que se
dedicaron a robarle al pueblo sin culpa, y contra compañías poderosísimas que
los acompañaban en esa orgía de billetes que multiplicó la pobreza.
En los últimos días
pudo verificarse también que, salvo excepciones, el peronismo se divide entre
kirchneristas y exkirchneristas que no vieron nada. Los últimos temen de máxima
que los alcance la lava, y de mínima que se los acuse de imbéciles puesto que
aducen no saber lo que todo dios sabía: la existencia de una Triple A de la
corrupción en el centro mismo del Estado, manejada por verdugos de discrepantes
y por líderes violentos que maltrataban física y psicológicamente a sus propios
colaboradores y sembraban el miedo. Triste parábola de una fuerza que viajó en
el tiempo desde aquella tragedia sangrienta hasta esta tragedia patética, entre
el Lopecito de la metralleta y el Lopecito de los bolsos y los fajos infinitos.
NOTA:
Las imágenes y destacados no corresponden a la nota original.