viernes, 24 de agosto de 2018

La danza de los vampiros




La danza de los vampiros


Macri pretende clavarle la estaca a quienes vienen hundiendo sus colmillos en la sociedad desde mucho antes que el kirchnerismo
 
“Yo no tengo pensado hipotecar mi gobierno ni el futuro de los argentinos para defender a nadie que actúe fuera de la ley”, dijo el presidente a los empresarios en su primer encuentro cara a cara desde que estalló el escándalo de los cuadernos. “Si alguno de ustedes se encuentra con un pedido indebido, acá tienen un presidente al cual acudir y un equipo de gobierno ante el cual denunciarlo.” Mauricio Macri no habló en nombre de la justicia ni de las instituciones, habló en nombre de sí mismo. Transmitió, quizás por primera vez desde que asumió la presidencia, la sensación de estar al mando, y si algo sabe el círculo rojo es reconocer al que manda. Quienes lo escuchaban confirmaron sus más recientes presunciones: ya no van a poder seguir refiriéndose a Mauricio como el hijo del tano.

Mientras el país se estremece, se sacude y se revuelve al ritmo de las revelaciones sobre la trama de corrupción de la cual los famosos cuadernos son apenas un indicio, el único que parece tranquilo, seguro y confiado es Macri, a pesar de que las llamas purificadoras abrasan a sus antiguos pares del mundo corporativo y pueden devorar incluso al patriarca de su familia. Como si este ejercicio simultáneo de parricidio y fratricidio, aun acicateado por el más elemental instinto de supervivencia, hubiese sido necesario para que por fin se plantara sobre sus dos piernas y se decidiera a clavar la estaca en el corazón de los vampiros que desangran a la sociedad. “Es el momento de terminar con nuestros problemas de raíz, de resolver las verdaderas causas por las que la Argentina no es hoy el país que debería ser”, insistió ante los empresarios. En otro momento, la frase hubiese sido rápidamente relegada al arcón de la retórica. Son los sacrificios mencionados los que hoy la revisten de credibilidad.
El hecho de que sea un presidente salido del riñón mismo de la apretada trama de intereses y complicidades que atenaza el país el que haya “habilitado” el proceso que tiende a exponerla y a desarticularla es tan paradójico como que sean la justicia y los medios, dos columnas decisivas de la mencionada trama, los arietes que derriban los muros de impunidad y desgarran los velos de silencio que la encubrían. Y esa paradoja explica que el país amplio y ajeno a esos enjuagues asista azorado y en silencio ante el espectáculo que se despliega ante sus ojos, incapaz de decidir si esta vez va en serio, o los ilusionistas de siempre le están proponiendo un nuevo truco, adornado con terribles llamaradas, espadas refulgentes y sones de trompeta mientras la presunta víctima escapa por la tramoya convenientemente preparada.
Podemos estar atravesando, como en la novela de Dickens, nuestro mejor momento o nuestro peor momento. Lo cierto es que después de la aparición de los cuadernos y la puesta en evidencia del carácter endémico de la corrupción, nada volverá a ser igual en la Argentina. Tanto si la investigación judicial llega hasta el tuétano como si se convierte en un ejercicio de absolución masiva luego del cual los arrepentidos por los pecados pasados puedan dedicarse con renovada energía a los pecados futuros, nada volverá a ser igual porque la trama masiva de corrupción que impregna y gobierna el país ha quedado a la vista, y de eso no se vuelve. Ahora sabemos que el sistema corrupto es el sistema, que lo abarca todo –la empresa, la polìtica, los gremios, los medios, la justicia…– y que nada importante ha quedado fuera de él.
La investigación iniciada a partir de los cuadernos puede llevar a pensar que todo se circunscribe a la era kirchnerista, lo cual es  falso. Macri propuso precisamente “salir de una buena vez por todas de esa historia de crisis recurrentes que nos lastimaron durante 70 años”. Efectivamente, el sistema corrupto que se apoderó de la Argentina nació en la década de 1960, cuando sectores de las fuerzas armadas, la Iglesia Católica, el empresariado y los sindicatos se unieron para derrocar a un gobierno constitucional e instalar un sistema más o menos corporativo, concebido según una interpretación capciosa del modelo peronista que necesariamente debía excluir a su creador. El experimento fracasó políticamente, entre otras cosas porque a Perón no le hizo gracia y lo combatió con toda energía, pero dejó lazos imborrables entre todos los protagonistas, que se reanudaron tras el golpe militar de 1976 y finalmente les permitieron hacerse cargo de los resortes clave del país a partir de 1983, cuando el padre de la democracia perfeccionó el modelo, entregando, con el beneplácito y la imitación de los medios, el aparato cultural y académico al progresismo.
El sistema se generalizó por todo el país, y se repite en los niveles municipales y provinciales, como lo prueba la propia historia del matrimonio Kirchner en Santa Cruz. Cuando Kirchner llegó a la presidencia e impuso sus exigencias, el sistema mafioso lo aceptó sin ninguna dificultad. El empresariado no opuso objeciones al pago de sobornos ni se a alarmó por el pedido de “aportes para la campaña” simplemente porque ya estaba acostumbrado a hacerlo. Según estimaciones periodísticas, unos 30.000 millones de dólares fluyeron clandestinamente hacia las arcas kirchneristas a lo largo de 12 años. Treinta mil millones de dólares que atravesaron todos los controles en los que los simples mortales quedan atrapados. Treinta mil millones de dólares que no fueron advertidos ni por contadores ni por auditores ni por escribanos ni por la banca, la misma banca que ya en la crisis del 2001 había mostrado su pericia para canalizar fondos por circuitos clandestinos. Treinta mil millones de dólares en negro tributados por el sector privado y advertidos por nadie: esto es corrupción endémica, antigua y entrenada.
Tampoco debe creerse que la corrupción se limita al pago de sobornos o coimas, muchas veces bajo presión o coacción, a funcionarios desleales que abusan de su posición de poder. Muchas prácticas corruptas son verdaderos joint ventures entre funcionarios y actores del sector privado: los primeros aportan su cuota a la sociedad liquidando bienes del Estado o modificando por ejemplo normas urbanísticas en perfecto acuerdo con los segundos, de manera de beneficiarse ambos a través de testaferros o de personas jurídicas que enmascaran sus identidades. Ni tampoco ha de suponerse que las prácticas corruptas quedan restringidas al ámbito de las relaciones entre el sector privado y el sector público. Un Estado, una justicia acostumbrados a ellas, ¿por qué habrían de comportarse correctamente en defensa del ciudadano de a pie frente a conductas corporativas corruptas o desleales, como la cartelización o la fijación de precios o los abusos?
La mordida del vampiro es contagiosa, y cuando la corrupción es endémica, no hay ámbito de la vida pública, ni tampoco de la privada, que quede a resguardo de la peste: los proveedores de servicios para consorcios de departamentos incluyen habitualmente, y sin que nadie se los pida, el porcentaje de retorno que habitualmente perciben los administradores. Y si alguno se los rechaza, se vuelven suspicaces. En la primera decisión importante desde que asumió en 2015, Macri “habilitó”, para seguir con el eufemismo, una investigación a fondo de los vínculos corruptos entre el Estado y los privados, y esa decisión inédita podría asegurarle la renovación del mandato en 2019. Sin embargo, la Argentina se juega en este trance algo más que la reelección de un presidente, y la danza de los vampiros que acuden a los tribunales a confesar sus correrlas nocturnas podría rápidamente convertirse en una anécdota trivial si la sociedad en su conjunto no se revisa el cuello y ajusta sus comportamientos a los mismos parámetros que propone para los poderosos. Diría que la corrupción en gran escala no sería posible sin el sostén de la corrupción en pequeña escala.
–Santiago González