La danza de los vampiros
Macri pretende clavarle la estaca a quienes vienen hundiendo sus colmillos en la sociedad desde mucho antes que el kirchnerismo
“Yo
no tengo pensado hipotecar mi gobierno ni el futuro de los argentinos
para defender a nadie que actúe fuera de la ley”, dijo el presidente a
los empresarios en su primer encuentro cara a cara desde que estalló el
escándalo de los cuadernos. “Si alguno de ustedes se encuentra con un
pedido indebido, acá tienen un presidente al cual acudir y un equipo de
gobierno ante el cual denunciarlo.” Mauricio Macri no habló en nombre de
la justicia ni de las instituciones, habló en nombre de sí mismo.
Transmitió, quizás por primera vez desde que asumió la presidencia, la
sensación de estar al mando, y si algo sabe el círculo rojo es
reconocer al que manda. Quienes lo escuchaban confirmaron sus más
recientes presunciones: ya no van a poder seguir refiriéndose a Mauricio
como el hijo del tano.
Mientras el país se estremece, se sacude y se revuelve al ritmo de
las revelaciones sobre la trama de corrupción de la cual los famosos
cuadernos son apenas un indicio, el único que parece tranquilo, seguro y
confiado es Macri, a pesar de que las llamas purificadoras abrasan a
sus antiguos pares del mundo corporativo y pueden devorar incluso al
patriarca de su familia. Como si este ejercicio simultáneo de parricidio
y fratricidio, aun acicateado por el más elemental instinto de
supervivencia, hubiese sido necesario para que por fin se plantara sobre
sus dos piernas y se decidiera a clavar la estaca en el corazón de los
vampiros que desangran a la sociedad. “Es el momento de terminar con
nuestros problemas de raíz, de resolver las verdaderas causas por las
que la Argentina no es hoy el país que debería ser”, insistió ante los
empresarios. En otro momento, la frase hubiese sido rápidamente relegada
al arcón de la retórica. Son los sacrificios mencionados los que hoy la
revisten de credibilidad.
El hecho de que sea un presidente salido del riñón mismo de la
apretada trama de intereses y complicidades que atenaza el país el que
haya “habilitado” el proceso que tiende a exponerla y a desarticularla
es tan paradójico como que sean la justicia y los medios, dos columnas
decisivas de la mencionada trama, los arietes que derriban los muros de
impunidad y desgarran los velos de silencio que la encubrían. Y esa
paradoja explica que el país amplio y ajeno a esos enjuagues asista
azorado y en silencio ante el espectáculo que se despliega ante sus
ojos, incapaz de decidir si esta vez va en serio, o los ilusionistas de
siempre le están proponiendo un nuevo truco, adornado con terribles
llamaradas, espadas refulgentes y sones de trompeta mientras la presunta
víctima escapa por la tramoya convenientemente preparada.
Podemos estar atravesando, como en la novela de Dickens, nuestro
mejor momento o nuestro peor momento. Lo cierto es que después de la
aparición de los cuadernos y la puesta en evidencia del carácter
endémico de la corrupción, nada volverá a ser igual en la
Argentina. Tanto si la investigación judicial llega hasta el tuétano
como si se convierte en un ejercicio de absolución masiva luego del cual
los arrepentidos por los pecados pasados puedan dedicarse con renovada
energía a los pecados futuros, nada volverá a ser igual porque la trama
masiva de corrupción que impregna y gobierna el país ha quedado a la
vista, y de eso no se vuelve. Ahora sabemos que el sistema corrupto es el sistema,
que lo abarca todo –la empresa, la polìtica, los gremios, los medios,
la justicia…– y que nada importante ha quedado fuera de él.
La investigación iniciada a partir de los cuadernos puede llevar a
pensar que todo se circunscribe a la era kirchnerista, lo cual es
falso. Macri propuso precisamente “salir de una buena vez por todas de
esa historia de crisis recurrentes que nos lastimaron durante 70 años”.
Efectivamente, el sistema corrupto que se apoderó de la Argentina nació
en la década de 1960, cuando sectores de las fuerzas armadas, la Iglesia
Católica, el empresariado y los sindicatos se unieron para derrocar a
un gobierno constitucional e instalar un sistema más o menos
corporativo, concebido según una interpretación capciosa del modelo
peronista que necesariamente debía excluir a su creador. El experimento
fracasó políticamente, entre otras cosas porque a Perón no le hizo
gracia y lo combatió con toda energía, pero dejó lazos imborrables entre
todos los protagonistas, que se reanudaron tras el golpe militar de
1976 y finalmente les permitieron hacerse cargo de los resortes clave
del país a partir de 1983, cuando el padre de la democracia perfeccionó
el modelo, entregando, con el beneplácito y la imitación de los medios,
el aparato cultural y académico al progresismo.
El sistema se generalizó por todo el país, y se repite en los niveles
municipales y provinciales, como lo prueba la propia historia del
matrimonio Kirchner en Santa Cruz. Cuando Kirchner llegó a la
presidencia e impuso sus exigencias, el sistema mafioso lo aceptó sin
ninguna dificultad. El empresariado no opuso objeciones al pago de
sobornos ni se a alarmó por el pedido de “aportes para la campaña”
simplemente porque ya estaba acostumbrado a hacerlo. Según estimaciones
periodísticas, unos 30.000 millones de dólares fluyeron clandestinamente
hacia las arcas kirchneristas a lo largo de 12 años. Treinta mil
millones de dólares que atravesaron todos los controles en los que los
simples mortales quedan atrapados. Treinta mil millones de dólares que
no fueron advertidos ni por contadores ni por auditores ni por
escribanos ni por la banca, la misma banca que ya en la crisis del 2001
había mostrado su pericia para canalizar fondos por circuitos
clandestinos. Treinta mil millones de dólares en negro tributados por el
sector privado y advertidos por nadie: esto es corrupción endémica,
antigua y entrenada.
Tampoco debe creerse que la corrupción se limita al pago de sobornos o
coimas, muchas veces bajo presión o coacción, a funcionarios desleales
que abusan de su posición de poder. Muchas prácticas corruptas son
verdaderos joint ventures entre funcionarios y actores del
sector privado: los primeros aportan su cuota a la sociedad liquidando
bienes del Estado o modificando por ejemplo normas urbanísticas en
perfecto acuerdo con los segundos, de manera de beneficiarse ambos a
través de testaferros o de personas jurídicas que enmascaran sus
identidades. Ni tampoco ha de suponerse que las prácticas corruptas
quedan restringidas al ámbito de las relaciones entre el sector privado y
el sector público. Un Estado, una justicia acostumbrados a ellas, ¿por
qué habrían de comportarse correctamente en defensa del ciudadano de a
pie frente a conductas corporativas corruptas o desleales, como la
cartelización o la fijación de precios o los abusos?
La mordida del vampiro es contagiosa, y cuando la corrupción es
endémica, no hay ámbito de la vida pública, ni tampoco de la privada,
que quede a resguardo de la peste: los proveedores de servicios para
consorcios de departamentos incluyen habitualmente, y sin que nadie se
los pida, el porcentaje de retorno que habitualmente perciben los
administradores. Y si alguno se los rechaza, se vuelven suspicaces. En
la primera decisión importante desde que asumió en 2015, Macri
“habilitó”, para seguir con el eufemismo, una investigación a fondo de
los vínculos corruptos entre el Estado y los privados, y esa decisión
inédita podría asegurarle la renovación del mandato en 2019. Sin
embargo, la Argentina se juega en este trance algo más que la reelección
de un presidente, y la danza de los vampiros que acuden a los
tribunales a confesar sus correrlas nocturnas podría rápidamente
convertirse en una anécdota trivial si la sociedad en su conjunto no se
revisa el cuello y ajusta sus comportamientos a los mismos parámetros
que propone para los poderosos. Diría que la corrupción en gran escala
no sería posible sin el sostén de la corrupción en pequeña escala.
–Santiago González