El suicidio de los medios. Por Fernando Sánchez Dragó
Creo que fue Felipe González quien se refirió por primera vez a la antinomia existente entre la opinión pública y la publicada.
Fuera quien fuese, daba en el clavo. Basta con leer los comentarios que
dejan los lectores al pie de las noticias y las columnas que ahora
aparecen en la prensa.
Suya, y de los seres anónimos que sólo dicen lo
que piensan en privado, es la opinión pública. La publicada es la de los
políticos, los tertulianos y los periodistas que se avienen a repetir ad nauseam las
consignas de los partidos a los que sirven y de las líneas editoriales
de las cabeceras para las que trabajan, cuando no a las de los magnates y
mangantes que los untan. Todos ellos son monótonos ecos de la voz de
sus amos, siervos éstos a su vez de los intereses clientelares y de las
paparruchas de la corrección política. Trescientos medios de información
estadounidenses, capitaneados por ese demiurgo de la progredumbre
obamista que es el New York Times, lanzaron el miércoles una campaña de defensa de la libertad de prensa, supuestamente amenazada por el presidente Trump,
que tiene sobradas razones para recelar de las falsedades que la mayor
parte de los medios publican, para denunciar la voluntad de intoxicación
imperante en ellos y para defenderse, así sea recurriendo al
improperio, de los insultos que le dedican. Entre tanto, la opinión pública de su país lo respalda mayoritariamente,
por mucha rabia que eso dé a quienes dirigen la orquesta de la
publicada. Parece ser que ya sólo confían en las sesgadas informaciones y
trapaceras interpretaciones de los grandes medios de intoxicación el
18% de los estadounidenses. Los demás acuden a las humildes cabeceras
locales que aún giran en las órbitas de la prensa independiente.
Extiéndase a España tan saludable escepticismo. Mejor leer la hoja
parroquial de la iglesia de Castilfrío que poner un telediario. Es sólo
un ejemplo. Hay muchos otros. No los mencionaré. Seguro que usted,
lector, ya los conoce. Trump ha dicho que la prensa es el enemigo del pueblo y
los así calificados se llevan las manos a la cabeza que no tienen. Si
la tuviesen, caerían en la cuenta de que están ahogándose en su
servidumbre ideológica y en sus sermoncillos morales como
se ha ahogado esa persona que el otro día no pudo salir del hoyo por él
abierto en no sé qué playa francesa. En la pugna entre la opinión
pública y la publicada es ésta la que lleva todas las de perder. Al
tiempo, colegas.
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