Democracia y laicismo – Nicolás Gomez Dávila
El dialogo entre democracias burguesas y
democracias populares carece de interés, aun cuando no carezca de vehemencia,
ni de armas.
Tanto capitalismo y comunismo, como sus
formas híbridas, vergonzantes, o larvadas, tienden, por caminos distintos,
hacia una meta semejante. Sus partidarios proponen técnicas disímiles, pero
acatan los mismos valores.
Las soluciones los dividen; las ambiciones
los hermanan. Métodos rivales para la consecución de un fin idéntico.
Maquinarias diversas al servicio de igual empeño.
Los ideólogos del capitalismo no rechazan
el ideal comunista; el comunismo no censura el ideal burgués. Al investigar la
realidad social del concurrente, para denunciar sus vicios, o disputar la identificación
exacta de sus hechos, ambos juzgan con criterio análogo. Si el comunismo señala
las contradicciones económicas, la alienación del hombre, la libertad
abstracta, la igualdad legal, de las sociedades burguesas; el capitalismo
subraya, paralelamente, la impericia de la economía, la absorción totalitaria
del individuo, la esclavitud política, el restablecimiento de la desigualdad
real, en las sociedades comunistas. Ambos aplican un mismo sistema de normas, y
su litigio se limita a debatir la función de determinadas estructuras jurídicas.
Para el uno, la propiedad privada es estorbo, para el otro, estímulo; pero
ambos coinciden en la definición del bien que la propiedad estorba, o estimula.
Aunque insistan ambos sobre la
abundancia de bienes materiales que resultara de su triunfo, y aun cuando sean
ambos augurios de hartazgo, tanto la miseria que denuncian, como la riqueza que
encomian, solo son las más obvias especies de lo que rechazan o ambicionan. Sus
tesis económicas son vehículo de aspiraciones fabulosas.
Ideologías burguesas e ideologías del
proletariado son, en distintos momentos, y para distintas clases sociales,
portaestandartes rivales de una misma esperanza. Todas se proclaman voz
impersonal de la misma promesa. El capitalismo no se estima ideología burguesa,
sino construcci6n de la razón humana; el comunismo no se declara ideología de
clase, sino porque afirma que el proletariado es delegado único de la
humanidad. Si el comunismo denuncia la estafa burguesa, y el capitalismo el
engaño comunista, ambos son mutantes históricos del principio democrático,
ambos ansían una sociedad donde el hombre se halle, en fin, señor de su
destino.
Rescatar al hombre de la avaricia de la
tierra, de las lacras de su sangre, de las servidumbres sociales, es su común propósito.
La democracia espera la redención del hombre, y reivindica para el hombre la función
redentora.
Vencer nuestro atroz infortunio es el más
natural anhelo del hombre, pero sería irrisorio que el animal menesteroso, a
quien todo oprime y amenaza, confiara en su sola inteligencia para sojuzgar la
majestad del universo, si no se atribuyese una dignidad mayor, y un origen más
alto. La democracia no es procedimiento electoral, como lo imaginan católicos cándidos;
ni régimen político, como lo pensó la burguesía hegemónica del siglo pasado; ni
estructura social, como lo enseña la doctrina norteamericana; ni organización económica,
como lo exige la tesis comunista.
Quienes presenciaron la violencia
irreligiosa de las convulsiones democráticas, creyeron observar una sublevación
profana contra la alienación sagrada. Aun cuando la animosidad popular solo
estalle esporádicamente en tumultos feroces o burlescos, una crítica sañuda del
fenómeno religioso, y un laicismo militante, acompañan, sorda y
subrepticiamente, la historia democrática. Sus propósitos explícitos parecen
subordinarse a una voluntad más honda, a veces oculta, a veces publica, callada
a veces, a veces estridente, de secularizar la sociedad y el mundo. Su fervor
irreligioso, y su recato laico, proyectan limpiar las almas de todo excremento místico...
Nicolás Gomez Dávila – “Textos I”. Bogotá
1959
Nacionalismo
Católico San Juan Bautista