El Senado nacional se impuso a la Ciudad. Por Claudio Chávez
Finalmente triunfó el interior frente al
cosmopolitismo chick de la ciudad de Buenos Aires. La Ley del Aborto no
pasó, al menos por ahora. Veremos más adelante. Es un absurdo
descomunal afirmar que triunfó la Iglesia frente al Estado.
La defensa de la vida en el seno materno
debiera ser una tarea de todos. Sin embargo no es sobre esto el
presente artículo, sino sobre la liviandad argumental de los senadores
abortistas, y su desconocimiento de la historia, el espíritu de las
leyes y la política. Repitieron el alegato de los Diputados, nada nuevo.
En esta oportunidad el radicalismo
capitalino recurrió a un libreto disparatado, carente de veracidad
histórica, tanto, como de realidad política. Para apoyar la ley venida
de Diputados afirmaron “los radicales debemos sostenernos, en nuestra
larga tradición laica, liberal y defensora los derechos civiles”(Sic).
No tienen idea del origen de su partido, ni de su larga tradición.
No se
sabe si se están reconociendo en Hipólito Yrigoyen, en Leandro N. Alem,
en Marcelo T. de Alvear, en Miguel Angel Zavala Ortiz, en Arturo
Frondizi, en Ricardo Balbín, en Arturo Illia, en Raúl Alfonsín, o en
Fernando De la Rúa. ¿En quién? A todas luces una galería de políticos no
solo diferentes sino en muchos casos antagónicos.Pero así es el
radicalismo pide coherencia. ¿Y en casa cómo andamos?.
El peronismo no le fue a la zaga. Una
diputada pampeana se recostó en Eva Perón para votar a favor del aborto.
Incluso citándola textualmente, cuando la fallecida dirigente hizo
mención a los derechos de la mujer ganados con la ley del voto. Como si
fuera equivalente el derecho a votar, que suma, con el derecho a abortar
que resta. Pichettomerece un comentario aparte. Con mala intención
afirmó que el general Juan Domingo Perón sancionó la ley de divorcio en
1953. Esto no fue así. Se promulgó el 22 de diciembre de 1954. ¿Por qué
mintió?.
Un
senador debiera contar con asesores que hagan bien su trabajo. Y seguro
que los tiene. Entonces mintió. ¿La razón?¡Es simple! En 1953 la
Iglesia mantenía aún una relación cordial con el gobierno. De manera que
afirmar que fue ese el año el de la sanción es ubicar al general Perón
en una posición laicista que no tenía. Esto es inventar un general
moderno, a la europea, salpicado por la moda sartrea
na para enfrentarse a la Iglesia reducto
de conservadores medievales. No fue así, Pichetto, Perón sancionó la
ley de divorcio para joder a la Iglesia porque ella había decidido
enfrentar violentamente al gobierno constitucional. Perón no era un
liberal a la violeta. Un laicista dogmático. Era un liberal
historicista, que es algo muy diferente. Pero el disparate mayúsculo del
presidente de la bancada peronista en el Senado fue asociar la
felicidad con la defensa del aborto.
¡El derecho a la felicidad! El mecanismo
mental del senador es incomprensible. ¡No es un sádico! ¡No es un
sicópata! ¿Entonces? Pienso que las ideas se le agolparon
desordenadamente en la cabeza. Si lo que quiso traer al debate fueron
los principios de la Constitución norteamericana que anidan en el
espíritu de la nuestra, el senador debiera saber que el primer derecho
ahí instituido es el derecho a la vida, luego y supeditado al primero el
derecho a la libertad y finalmente supeditados a los otros el derecho a
la felicidad. ¡Pero senador la vida está primero!
El senador Urtubey que tuvo mucho tiempo
para ordenar su discurso no fue claro. Por supuesto no ha dicho lo que
le quieren hacer decir. ¿Pero…? Dejamos para lo último a la señora ex
presidente de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner. ¿Por qué votó a
favor, si siempre estuvo en contra?
Bueno,
con la demagogia que la caracteriza, dijo: “conmovida por el avance del
movimiento feminista y la movilización de jóvenes que salieron a la
calle”. Dos cosas breves. El feminismo, esto es la equiparación de los
derechos de la mujer con el hombre, no implica la defensa del aborto,
puesto que hay mujeres que luchan por equipararse y están en contra de
la ley. Y luego, el desatino mayúsculo, como los jóvenes capitalinos
embaucados por la cultura del descarte salen a la calle, en vez de
decirles lo que pensaba antes, cambió con ellos. De dirigente pasó a ser
dirigida por una juventud a la que hay que darle tiempo a crecer. Por
las dudas que Francisco la escuchara les aconsejó no enojarse con la
Iglesia, ni con los sacerdotes. ¡Andaá!.
La Prensa