EL ESTADO SERVIL
CONSERVANDO LOS RESTOS II
Segunda entrega
HILAIRE BELLOC
EL ESTADO SERVIL
Traducido por Bruno Jacovella (Buenos Aires 1945)
“Si
no restauramos la institución de la propiedad, no podremos menos de
restaurar la institución de la esclavitud; no hay otra salida”
SINOPSIS DE “EL ESTADO SERVIL”
INTRODUCCIÓN
EL
TEMA DE ESTE LIBRO. Fue escrito para sostener la tesis de que la
sociedad industrial, tal como la conocemos, tiende al restablecimiento
de la esclavitud. Secciones en que se dividirá el libro.
SECCIÓN I
DEFINICIONES.
Qué es la riqueza y por qué es necesaria al hombre. Cómo se la produce.
El significado de Capital, Proletariado, Propiedad, Medios de
producción. Definición del Estado Capitalista. Definición del Estado
Servil. Qué es y qué no es. El restablecimiento del status en
sustitución del contrato. Cómo lo servidumbre no es una cuestión dé
grado si no de especie. Sumario de estas definiciones.
SECCIÓN II
NUESTRA
CIVILIZACIÓN FUE ORIGINARIAMENTE SERVIL. La institución de la
servidumbre en la antigüedad pagana. Su carácter fundamental. Una
sociedad pagana la dio por supuesta. La institución, perturbada por el
advenimiento de la Iglesia de Cristo.
SECCIÓN III
CÓMO
LA INSTITUCIÓN SERVIL FUE DISUELTA POR UN TIEMPO. El efecto
subconsciente de la Fe en la materia. Los elementos capitales de la
sociedad económica del paganismo. La Villa. La transformación del
esclavo agrario en el ciervo cristiano. Después, en el labriego
cristiano. La correspondiente erección del Estado Distributivo a través
de la Cristiandad. Está casi terminada a fines de la Edad Media. “No fue
la máquina la que nos hizo perder nuestra libertad, fue la pérdida de
un pensamiento libre”.
SECCIÓN IV
CÓMO
SE MALOGRÓ EL ESTADO DISTRIBUTIVO. Este fracaso comenzó en Inglaterra.
La historia de la decadencia de la propiedad distributiva hasta dar en
el capitalismo. La revolución económica del siglo XVI. La confiscación
de la propiedad territorial de los monasterios. Qué hubiera podido
suceder si el Estado la hubiese conservado. Está comprobado que una
oligarquía se apoderó de esta tierra. Inglaterra es capitalista antes
de producirse la revolución industrial. Por tanto, la industria
moderna, originaria de Inglaterra, se ha desarrollado en un molde
capitalista.
SECCIÓN V
EL
ESTADO CAPITALISTA, A MEDIDA QUE SE INTEGRA, PIERDE ESTABILIDAD. Por su
naturaleza, sólo puede ser una fase transitoria entre un estado estable
anterior y otro estado estable posterior de la sociedad. Las dos
tensiones internas que lo vuelven inestable. a) El conflicto entre su
realidad social y su base moral y legal. b) La inseguridad y penuria a
que condena a los ciudadanos libres. Los pocos poseedores pueden
conceder o negar los medios de vida a los muchos desposeídos. El
capitalismo es tan inestable, que no osa proseguir hasta su conclusión
lógica, pero procura disminuir la competencia entre los poseedores, y la
inseguridad y penuria entre los desposeídos.
SECCIÓN VI
LAS
SOLUCIONES ESTABLES DE LA ACTUAL INESTABILIDAD. Las tres únicas
ordenaciones sociales estables que pueden sustituir al inestable
capitalismo. La solución Distributiva, la solución Colectivista, la
solución Servil. El reformador no preconizará abiertamente la solución
de la servidumbre. Sólo quedan las soluciones Distributiva y
Colectivista.
SECCIÓN VII
EL
SOCIALISMO ES LA MÁS FÁCIL DE LAS SOLUCIONES VISIBLES AL ARDUO PROBLEMA
CAPITALISTA. Contraste entre el reformador que preconiza la
distribución y el reformador que preconiza el Socialismo (o
Colectivismo). Las dificultades que se oponen al primer tipo, trabaja a
contrapelo, el segundo trabaja a favor del pelo. El colectivismo es una
consecuencia natural del capitalismo. Recurre a la vez al capitalista y
al proletario. A pesar de todo, veremos que la tentativa colectivista
está condenada al fracaso y a engendrar algo muy diferente de lo que se
proponía: el Estado Servil.
SECCIÓN VIII
TANTO
LOS REFORMADORES COMO LOS REFORMADOS ESTAN PROMOVIENDO EL ESTADO
SERVIL. Hay dos tipos de reformadores que trabajan en la línea de menor
resistencia. Son el Socialista y el Hombre Práctico. El Socialista, a su
vez, es de dos clases: el Humanista y el Estadígrafo. El Humanista
querría confiscar la propiedad de los poseedores a la vez que establecer
la seguridad y la posibilidad de bastarse para los desposeídos. Se le
deja hacer lo segundo estableciendo condiciones de servidumbre. Se le
prohíbe hacer lo primero. El Estadígrafo se muestra enteramente conforme
mientras puede manejar y organizar a los pobres. Ambos se encuentran
encauzados hacia el Estado Servil y sonsacados de su Estado Colectivista
ideal. En tanto, la gran muchedumbre, el proletariado, sobre la cual
trabajan los reformadores, aunque conserva el instinto de la propiedad,
ha perdido toda experiencia de ésta y se halla sujeta mucho más a la ley
particular que a la ley de los tribunales. Es exactamente lo que
sucedió en el pasado durante el tránsito de la esclavitud a la libertad.
La ley particular resultó más poderosa que la pública en los comienzos
de la Edad Media. Los poseedores recibieron bien los cambios que
ratificaban su propiedad y todavía garantizaban más sus rentas. Hoy día
los desposeídos recibirán bien cualquier cosa que los mantenga en una
condición de clase asalariada pero que también aumente sus salarios y su
seguridad sin insistir en la expropiación de los poseedores.
APÉNDICE. Que muestra la inutilidad de la propuesta colectivista de “comprar la parte” del capitalista en lugar de expropiarla.
SECCIÓN IX
COMENZÓ
YA LA VIGENCIA DEL ESTADO SERVIL. La manifestación del Estado Servil en
las leyes o proyectos de leyes será de dos géneros: a) Leyes o
proyectos de leyes que obliguen al proletario a trabajar; b) Operaciones
financieras que remachen con más fuerza el dominio de los capitalistas
sobre la sociedad. Por lo que respecta al a), lo encontrarnos ya
actuando en disposiciones tales como la Ley de Seguros y proyectos tales
como el Arbitraje Obligatorio, la imposición de los convenios de la
Trade Union y el establecimiento de “Colonias de Trabajo”. etc., para
“los que no pueden ser ocupados”. Por lo que respecta al b), vemos que
los llamados experimentos “municipales” o “socialistas” de adquirir los
medios de producción han acrecentado ya y siguen acrecentando
continuamente la subordinación de la sociedad al capitalista.
CONCLUSIÓN
PREFACIO A LA SEGUNDA EDICIÓN
Podrá
excusarse quizás al autor, al aparecer la segunda edición de este
libro, que agregue, a guisa de prefacio, unas pocas palabras acerca de
la tesis que sostiene y el método de acuerdo con el cual se desarrolla
la misma.
Parece
ser necesario proceder en tal forma por cuanto una confrontación
minuciosa de los juicios críticos y otras manifestaciones de opinión que
llegaron al autor lo han convencido de que hay en su alegato partes
susceptibles de interpretarse torcidamente. Sería una lástima corregir
tales malas interpretaciones introduciendo modificaciones en un libro
terminado; unas pocas palabras escritas aquí a modo de prefacio servirán
suficientemente al propósito.
Primero:
Deseo señalar que la tesis del libro no se vincula en modo alguno con
la acusación común que se hace a los socialistas (vale decir, los
colectivistas) de que la vida en un Estado socialista se encontraría tan
sometida a la regulación y el orden, que resultaría indebidamente
opresiva. Nada tengo yo que hacer en el presente libro con esta objeción
común a la reforma que preconizan los socialistas, ni tampoco afecta
ella en ningún punto mi cometido. Este libro no discute el Estado
socialista. E, inclusive, constituye la médula de mi tesis la afirmación
de que, en el plano de los hechos, no nos aproximamos nosotros en
absoluto al socialismo, sino a un régimen social muy diferente, a saber:
a una sociedad en la cual la clase capitalista será aún más poderosa y
gozará de mucho mayor seguridad que al presente; una sociedad en la cual
la masa del proletariado no se verá sujeta a determinadas regulaciones,
en sentido tiránico o beneficioso, sino que cambiará de status,
perdiendo la libertad legal que tiene hoy y viéndose sometida al trabajo
obligatorio.
En
segundo término, ruego a mis lectores no crean que he tratado de sentar
esta tesis a modo de una admonición o un cuadro sombrío. En ninguna
parte del libro digo que el restablecimiento de la esclavitud haya de
ser una cosa mala comparada con nuestra inseguridad presente, y nadie
tiene derecho a leer semejante opinión en este libro. Al contrario, digo
con bastante claridad que, según mi modo de pensar, la tendencia hacia
el restablecimiento de la esclavitud se debe meramente al hecho de que
las nuevas condiciones pueden ser halladas más tolerables que las que
rigen bajo el capitalismo. Cuál régimen social haya que preferir
razonablemente —el restablecimiento de la esclavitud o la conservación
del capitalismo—constituye un vasto tema para otro libro; pero esa
alternativa no concierne a este volumen ni a la tesis en él sostenida.
Finalmente,
ruego a aquellos de mis lectores que son socialistas por convicción que
no interpreten mal mi juicio acerca de lo que está llevando a cabo su
movimiento. Los escritores más capaces y sinceros del socialismo
británico, escribiendo sobre este libro, dijeron que el autor había
tomado erróneamente por socialismo la “Reforma Social” de los políticos
profesionales, y que si bien esa “Reforma Social” puede tender al
restablecimiento del trabajo obligatorio en beneficio de una clase
poseedora, en cambio el socialismo no tenía tal intención ni tendencia.
Ahora
bien, en ningún momento incurrí yo en ese error. Lo que dije en este
libro es que, en el plano de los hechos, no nos acercamos al objetivo de
los socialistas (cosa, por lo demás, muy clara y sencilla: la
transferencia de los medios de producción a poder de políticos para que
los administren en nombre y provecho de la comunidad); dije que, de
hecho, no nos estamos aproximando a la propiedad colectiva de los medios
de producción, sino que, al contrario, estamos acercándonos velozmente
al establecimiento del trabajo obligatorio para una mayoría de
individuos sin libertad ni propiedad, en beneficio de una minoría libre
de propietarios. Y digo que esta tendencia se debe al hecho de que el
ideal socialista, en conflicto con el capitalismo, al cual, empero,
simultáneamente informa, produce una tercera realidad muy diferente del
ideal socialista, a saber: el Estado servil. Como es importante dejar
bien aclarado este punto, y tal vez requiera una metáfora, presentaré
una.
Un
viajero sinceramente deseoso de sustraerse al clima frío de las
montañas concibe el plan obvio de dirigirse al sur, donde encontrará
tierras más bajas y cálidas. Ejecutando este proyecto, se da con un río
que corre hacia el sur, y se dice: “Si viajo por este rio, alcanzaré mi
objetivo más prontamente”. Uno que estudió la naturaleza de esa región
montañosa puede decirle: “Está usted en un error. Los mismos males de
los cuales está tratando de huir, las montañas, se hallan de tal modo
estructurados, que al poco tiempo los tendrá usted desviando nuevamente
el curso de este río hacia el norte. Y, en efecto, si usted mira su
brújula, verá que ha entrado ya en el gran recodo”.
El
viajero es el socialista. El sur al que desea llegar es el Estado
colectivista. El río es la moderna “Reforma Organizada”. La comarca
septentrional donde el río de la montaña encontrará finalmente un lecho
tranquilo es una sociedad asentada sobre el trabajo obligatorio.
Un
hombre que hablara así al viajero no negaría la sinceridad de su
propósito de dirigirse al sur ni su creencia de que el río lo llevará
allá; lo único que negaría sería el hecho de que el río lo lleve
efectivamente allí.
No
hay más que una diferencia en este paralelo, a saber: que el viajero de
la metáfora, al ser convencido de su error, puede dejar el río y llegar
al sur por tierra. Esto equivaldría, en el caso del socialista, a una
política de confiscación, con incautación de los medios de producción
que se hallan en poder de sus actuales poseedores y su transferencia a
poder de políticos para que los administren en nombre y provecho de la
colectividad.
Yo
no niego en ninguna parte de mi libro que esto sea idealmente posible,
tal como es idealmente posible que el día de mañana todos los ingleses
hagan voto de guardar silencio durante veinticuatro horas y lo cumplan.
Lo que digo es que nada parecido o que se le acerque se ha llevado o se
está llevando a cabo. Y aun más —lo que es de capital importancia—, digo
que, con cada nuevo paso que damos en el sentido de las normas actuales
de cambio en nuestra sociedad industrial, más y más difícil tornamos la
posibilidad de desandarlos, de abandonar los métodos aceptados y de
perseguir el ideal colectivista. El camino de la confiscación, el único
por el cual puede el socialismo alcanzar su meta, se vuelve más y más
remoto cada vez que se sanciona una nueva y positiva reforma económica,
emprendida, recuérdese bien, con el apoyo y por el consejo de los mismos
socialistas.
Tales
son, pues, los tres puntos principales en que, según mi modo de pensar,
se han producido malas interpretaciones, contra las cuales espero me
sea dable poner en guardia al lector. En resumen:
1.—
La mala interpretación de que usé el término “servil” en un sentido más
o menos retórico de “vejatorio” u “opresivo”, cuando sólo traté de
usarlo dentro de los límites de mi definición, vale decir: llamando
trabajo “servil” al que se impone, no en virtud de un contrato, sino por
la coacción de una ley positiva, se halla anexo al status del
trabajador y se ejecuta en beneficio de otros que no se hallan sometidos
a tal coacción.
2.—
La mala interpretación de que se anuncia el advenimiento del Estado
servil solamente como una admonición o una señal de peligro: mi misión
en este libro es decir cómo y por qué estamos aproximándonos a él, no si
debemos aproximarnos.
3.—
La mala interpretación de que formulé erróneamente los fines y
convicciones de los socialistas. Estos fines y convicciones son harto
sencillos, y no sostengo yo que sean ilusorios o dudosos, sino que, en
el plano de los hechos, no nos encaminamos hacia ellos y que el efecto
de la doctrina socialista en la sociedad capitalista consiste en la
producción de una tercera cosa distinta de las dos que la engendraron,
vale decir: el Estado servil.
Además
de estos tres puntos principales, y teniendo en cuenta algunas críticas
menos inteligentes suscitadas por el libro, debo mencionar una o dos
cuestiones más.
La
primera: mi argumento de que la esclavitud fue transformada
paulatinamente y que el viejo Estado servil pagano se aproximaba
paulatinamente a un Estado distributivo bajo la influencia de la Iglesia
católica, no es un alegato especial destinado sólo a dar satisfacción a
mis correligionarios, sino un hecho histórico evidente, que cualquiera
puede corroborar por sí mismo, y que muchos consideran, más que como un
progreso, como un perjuicio causado a la humanidad por el advenimiento
de esta religión. Sea la institución servil una cosa mala o buena, lo
cierto es que, en el hecho, desapareció paulatinamente a medida que se
desarrollaba la civilización católica; y que, en el hecho, también
comenzó paulatinamente a renacer dondequiera la civilización católica
cedió terreno.
Tampoco
dije que la meta de un Estado distributivo completamente libre se
hubiese alcanzado nunca. Sólo dije que estaba en proceso de formación
cuando la fractura de nuestra civilización europea unitaria en el siglo
XVI detuvo su curso y la reemplazó paso a paso, en este país
especialmente, con el capitalismo.
La
segunda: los ejemplos del rápido incremento de la regulación estatal y
la iniciativa económica del Estado o el municipio, entre nosotros, no
invalidan, notoriamente, mi demostración. Hasta tanto, o a menos que,
estén fundadas en una, política de confiscación, constituyen un ejemplo
tan apropiado de socialismo como la explosión de la pólvora lo puede
constituir de la guerra. Son “esfuerzos socialistas” o “comienzos” o
“experimentos socialistas” en igual medida en que los fuegos
artificiales del Palacio de Cristal son esfuerzos “militares” o
“comienzos” o “experimentos militares”. El socialismo, ciertamente,
implicada tales regulaciones y tales empresas municipales, en la misma
medida en que la guerra implica la explosión de la pólvora, pero no
constituyen aquéllas su esencia en absoluto, la cual consiste en confiar
en manos de los políticos lo que hoy es propiedad privada. Cuando la
gestión económica de la municipalidad y el Estado, acompañada de
regulación municipal y estatal, se funda en empréstitos en lugar de
fundarse en la confiscación, y aún más, en empréstitos ideales para
evitar la confiscación, no estamos sino ante una negación del
socialismo; y tuve ya ocasión de mostrar cómo las tentativas de
disimular la índole capitalista de tales operaciones mediante el
artilugio de los fondos de amortización y cosas por el estilo son
lógicamente inútiles, pues no se puede “comprar la parte” del
capitalismo.
No
necesito indicar las providencias que se adoptaron, inclusive en el
breve plazo transcurrido desde que vio la luz mi libro, en el sentido
que éste se propone explicar. Tenemos ya Comisiones de Salarios en una
gran industria; y pronto las tendremos en otras. Tenemos ya el registro
del proletariado, con nombre, domicilio, traslado de residencia,
naturaleza de la enfermedad cuando está enfermo, “simulación de
enfermedad”, real o supuesta, propensión a este o aquel vicio (como ser
alcoholismo), hábitos domésticos, naturaleza del empleo, y así
sucesivamente, sin que falte casi nada; registro impuesto por las clases
más pudientes, que son las beneficiarias efectivas de la “Poll Tax”, en
que se funda aquel mismo. En las Bolsas de Trabajo tenemos un sistema
que pronto será también completo y mediante el cual todo miembro de la
clase proletaria se verá finalmente y en modo similar registrado como
obrero, sus tendencias a la rebelión contra el capital, conocidas, y la
frecuencia de las mismas anotada, hasta qué punto está dispuesto a
servir al capitalismo, si ha rehusado servir y cuándo, y en este caso,
dónde y por qué.
Será
de interés para el lector observar, en medio de las vicisitudes y
reacciones de los años últimos, el perfeccionamiento paulatino de este
sistema del registro y fiscalización del proletariado, con su necesaria y
fatal progresión hacia la meta del trabajo obligatorio.
Me
parece, sin embargo, que, por mi mismo libro, tengo el deber de indicar
al lector el significado de las páginas finales. En la sociedad europea
ningún cambio llega a su plenitud si no se generaliza antes en toda
Europa. No estando generalizado, así, el capitalismo, pues se ha
desarrollado en grados muy distintos en distintas partes de Europa, el
advenimiento de la servidumbre, por consiguiente, es una probabilidad
que difiere en grado según los distintos sectores de la sociedad
europea. Evidentemente, el ejemplo de libertad económica que den otras
partes podrá, en el futuro, transformar, y de seguro limitará, tales
sectores de la vida europea que están deslizándose hacia el
restablecimiento de la esclavitud. Pero la tendencia al restablecimiento
de la esclavitud como una evolución necesaria del capitalismo se hace
notoria dondequiera tiene poder el capitalismo, y en ninguna parte más
que en este país.
Hilaire Belloc
Rings Land, Shipley, Horshatn, Sussex, 1913
PREFACIO A LA TERCERA EDICIÓN
Este
libro apareció por primera vez el año que precedió a la guerra. No se
había abatido esta catástrofe sobre nosotros, cuando una segunda edición
se hizo precisa. Los años anormales que siguieron no eran nada
propicios al pensamiento económico en general, que se hallaba demasiado
absorbido por las perturbaciones económicas inmediatas. Pero me dicen
que se reclama ahora una tercera edición, y me alegro de que así sea,
pues tengo la convicción de que el tema que trata es la cuestión
política capital de nuestros días.
No
he cambiado nada en el texto, ni siquiera los términos de uso corriente
antes de la Guerra, por cuanto las cuestiones de interés pasajero
afectan poco una exposición general de esta índole y la tendencia
general a que se refiere. Ni siquiera modifiqué el párrafo en que digo
que el colectivismo de Estado no puede mostrar ningún ejemplo
probatorio, pues la Revolución rusa, que se produjo cuatro años después
de aparecer la primera edición, no dio lugar a un Estado colectivista,
sino, por el contrario, a un Estado que en su casi totalidad —unas nueve
décimas partes— fue por él mismo reconocido corno un Estado de
propietarios rurales.
Tampoco
ha parecido que valiera la pena subrayar, por ser obvios a todos, los
puntos en los cuales se ha avanzado, a partir de la primera edición, un
paso hacia el Estado servil, a saber: el rápido crecimiento del
monopolio, por una parte, y por otra, las nuevas disposiciones
destinadas a asegurar al proletariado el necesario sustento y la
tranquilidad respecto al porvenir; a lo cual podría agregarse la
exigencia creciente de una maquinaria estatal que haga imposible la
acción conjunta al proletariado.
En
determinado momento, a decir verdad, creí conveniente añadir algunas
palabras acerca del término “propiedad”, a fin de hacer ver que una
distribución amplia de la propiedad en porciones insignificantes, no
sólo no debilitaba, sino que más bien reforzaba al capitalismo. Todos
poseen algo. Hasta el vagabundo, creo yo, posee sus botines rotos.
La
esencia del capitalismo radica en su negativa a conceder la propiedad a
la mayoría en porciones significativas y en la declinación de las
pequeñas haciendas. Como lo he dicho, había pensado en determinado
momento aclarar mejor esto mediante unas pocas páginas de exposición más
extensa. Pero me resolví, tras algunas vacilaciones, a dejar las cosas
como estaban, considerando que aquellas personas a quienes interesa el
alegato en favor de la pequeña propiedad —aquéllas a quienes nuestra
prensa capitalista aturde con la sola mención del número de los
tenedores de acciones ferroviarias o títulos de la deuda pública— no
eran las más indicadas para sostener una discusión en materia de
economía.
1º de enero de 1927. Hilaire Belloc