sábado, 4 de abril de 2020

CAPITULO 1-CUMBRES DE LO SUBLIME

CAPITULO 1
CUMBRES DE LO SUBLIME


Hacia fines de la década de los treinta, José López era uno más de los anónimos muchachos que jugaban a las barajas en el club El Tábano. En ese tiempo no tenía apuro por llegar a lado alguno y nada le interesaba tanto como indagar en las cuestiones del espíritu. Su padre, Juan López, era un inmigrante español que se había ganado la vida en Buenos Aires conduciendo un taxímetro, un viejo Buick negro. A su madre, Rosa Rega, no llegó a conocer la. Murió el 17 de octubre de 1916, en el mismo momento en que lo estaba pariendo. Los primeros cincuenta años de su vida, López los vivió en la casa familiar de Guayra 3761, del barrio de Villa Urquiza. Pasó la infancia y buena parte de la primera adolescencia intentando sobrellevar la ausencia de su madre y jugando con cualquier bicho que aparecie-ra bajo la tierra. Allí, en el patio de la casa, formaba ejércitos de soldados en miniatura y les daba instrucciones a los generales. Siempre recordaría que en esas tardes aprendió los significados de la soledad. Sin embargo, no podía entender quién era, de dónde había venido y hacia dónde iba. Esas cuestiones lo inquietaban. Su padre no sabría ayudarlo a develar esos misterios, pero cada tanto lo llevaba a un boliche de Congreso y Estomba para que lo acompañara, y eso resultaba, en parte, aliviador.

López cursó su educación primaria en el colegio José Félix de Azara. Muchos años más tarde, cuando, trabajosamente para él y sorpresivamente para todos, se convirtió en el secretario privado del general Juan Domingo Perón en sus tiempos de exilio y tuvo que pre- sentar un pasado a la altura de ese cargo, se las ingenió para inventarse un paso por la educación media en el English Higher Grade School, un colegio inglés de Belgrano cuyas matrículas nunca lo registraron. Por ese motivo, cuando ya era considerado un brutal asesino que había atravesado como un fantasma la historia argentina, fue largamente ridiculizado. 
En su primera juventud, ya se movía por las calles con cierto ingenio. Junto a tres amigos solía jugar al polo en un potrero de la Avenida del Tejar, casi llegando al barrio de Núñez. A falta de caballos, montaban sus bicicletas, usaban palos de escoba y golpeaban una pelota número cinco. 
Luego, el fútbol lo acercó a River Plate. Según comentaba a sus amigos, llegó a integrar la tercera especial de ese club cuando tenía 19 años. Jugaba los sábados por la mañana; era la época en que Adolfo Pedernera y José Manuel Moreno componían la dupla goleadora de la Primera División. Cuando su carrera futbolística se agotó, López tuvo su primer trabajo en Cofia SA, una tintorería que dependía de la textil Sedalana, a tres cuadras de su casa. Era una fábrica de capitales alemanes. En Sedalana, López se desempeñaba como peón y se dedicaba a teñir telas con anilina. El registro de personal de la empresa, que cerró en 1996, indica que sólo trabajó un año. 
Después se volcó a un emprendimiento más artesanal, asociándose con otro muchacho del barrio, Oscar Maseda, y con un primo de éste, Justo Kende, para fabricar bijouterie (anillos, pulseras, aros) para mujeres. Salía a venderlas con un muestrario a clientas del vecindario o a pequeñas tiendas. López había llevado una vida sin rumbo definido hasta que conoció a los Maseda, que durante muchos años fueron un parámetro importante de sus relaciones afectivas. En esa casa de la calle Melián, ubicada a dos cuadras de la suya, fue recibido como un hijo. El matrimonio Maseda provenía de España y crió a sus seis vástagos, tres mujeres y tres varones, en la Argentina. Don Julio Maseda trabajó en Obras Sanitarias y en su tiempo libre construyó un mateo cubierto con un toldo de lona con el que los fines de semana paseaba familias por la zona de Palermo. También había creado un aparato para fabricar ladrillos a base de cenizas. Se daba maña con los inventos. En cambio, su hijo Oscar era hábil con las artesanías, mientras que José tenía empleo en Luz y Fuerza; el tercer varón, Roberto, trabajaba en Obras Sanitarias, aunque lo suyo era el fútbol. Llegó a jugar en Olimpo de Bahía Blanca y en la Primera División de El Porvenir. Tenía futuro, pero en un partido que definía el campeonato, contra Gimnasia y Esgrima, se dio cuenta de que sus compañeros estaban jugando a menos y se peleó contra todo lo que vio a su paso. La suspensión lo dejó fuera del fútbol profesional. Los sábados y domingos, López pasaba por la casa de los Maseda a comer un asado o compartir un plato de fideos. Después se anotaba para jugar al fútbol con ellos. Junto con otro grupo de muchachos formó un equipo que se llamaba Juventud, con el que enfrentaban a todos los clubes del barrio: a Pinocho, a Tren Mixto, a Lumington, a quien fuera. 
López ocupaba el puesto de half derecho y era temido por los adversarios: pegaba que daba miedo. Algunos domingos, cuando jugaban en un terreno de la calle Mayol, los Maseda aprovechaban para completar la tarde yendo a la cancha de Platense, pero López ya no los seguía. Prefería volver a su casa y encerrarse a leer. Tenía una biblioteca que cubría toda una pared. En su máquina de escribir, con sólo los dos dedos ágiles de cada mano, tipeaba en largas cuartillas de papel sus reflexiones sobre los mundos espirituales. Nadie, ni los Maseda ni su padre, podía acompañarlo en esa búsqueda de conocimiento. López empezó a frecuentar El Tábano por impulso de Roberto Maseda, que integraba la comisión directiva y pasaba noches enteras en el salón del club. 
El Tábano era un lugar de encuentro social. Fundado en el año treinta en una casa alquilada sobre la calle Melián, casi esquina Iberá. El club contaba con salón para pista de baile, cancha de básquet y de bochas, buffet, sapo, billar y una oficina administrativa. Después del trabajo, muchos obreros de Sedalana tenían el hábito de ir a tomar un vermouth y perder el tiempo con las barajas. Los sábados por la noche el club era una gloria. Sonaban las 
orquestas típicas más apreciadas del momento, D'Arienzo, Basso, Troilo, cantaba Jorge Casal, y las chicas del barrio y las señoras de cierta edad, viudas y casadas, sacaban a relucir lo mejor del armario para bailar el tango. El crédito de la zona era Roberto Goyeneche, al que llamaban "Polaco", y que vivía sobre Melián, a la vuelta de la casa de López. Goyeneche inició su carrera artística en El Tábano con la orquesta Celestino, com-puesta por unos muchachos de la calle Quesada, todos músicos. Fue en El Tábano donde, azuzado por Roberto Maseda, se supo que López tenía vocación para el canto. 
Pero no se vestía de frac ni cantaba los sábados, ni tampoco se ocupaba de contratar orquestas, como alguna vez se dijo. Los domingos a la noche, si la mesa no era muy larga, improvisaba algunas arias a capella, sin exceder los límites de su ánimo reservado. Sabía acometer tangos y boleros a pedido, tanto como canciones españolas o italianas, pero lo que más le gustaba era la lírica. A veces un bandoneonista ciego, Alejandro Fiorito, lo acompañaba con algunas melodías. López, decían en la mesa, tenía la voz de un jilguero y hasta sabía imitar el sonido de las aves. 
Aprovechando la llegada de los monjes capuchinos, que se instalaron en la iglesia Santa María de los Ángeles, justo en la esquina de su casa, soñó con ser el tenor que cantara el "Ave María" en las ceremonias nupciales. Muchos años más tarde, cuando quiso legitimar su espacio y su propia historia dentro de las filas del peronismo, López lanzó la versión de que a fines de los años treinta había estudiado guitarra y canto con Aurelia Tizón, y que ella le había presentado a su marido, el coronel Perón, antes de que éste fuera nombrado agregado militar en Chile. Con ese argumento podía armar una figura perfecta: había sido un hombre querido por las tres mujeres de Perón: Aurelia, Evita e Isabel. 
La versión la relató el mismo López en varias oportunidades. Puede leerse en un reportaje del Jornaldo Brasil publicado en agosto de 1974. Sin embargo, el hecho es improbable. En la primera carta que le escribió a Perón, en 1966, López se preocupó por demostrarle que siempre había seguido sus pasos, aunque no hace referencia alguna a Aurelia Tizón. Véase capítulo 9. 
En aquellos años juveniles en El Tábano, López no se mostraba interesado en profundizar otras relaciones que fuesen más allá de los Maseda y de algunos pocos conocidos del barrio. Era un muchacho educado, cuidadoso en los modales y respetuoso en el trato, pero introvertido. Un día debió dejar de lado esa natural timidez. En una vulgar discusión de barajas, un adversario puso en duda su hombría. López se puso de pie, se abrió la bragueta, se valió de las dos manos para dejar al aire todo lo que guardaba dentro de su pantalón y lo depositó, manso y pesado, sobre la mesa. La barra quedó pudorosamente conmovida con ese gesto. López estaba bien armado, con un miembro de dimensiones extraordinarias. No había duda de que, de todos los presentes, era el que la tenía más larga. 
López consiguió su primera novia en la casa de los Maseda. Josefa era la mayor de las tres hermanas. Regordeta, de ojos chispeantes y baja estatura, ocupaba un puesto de tejedora en la fábrica de Sedalana, en tanto que Lucrecia y "Chocha" trabajaban como obreras en la textil Campomar. Es probable que Josefa haya sido la primera mujer que López tuvo a mano y que no le costara mucho cautivarla. Impulsada por el rápido consenso familiar, Josefa se convirtió en su novia y, pocos años después, en su esposa. Se casaron el 19 de junio de 1943. Él tenía 27 años y ella 25. Organizaron una fiesta acorde a sus posibilidades: en el salón El Caballito Blanco de Cramer y Monroe, con invitados de la familia, algunos amigos, y cuatro músicos que pusieron sus instrumentos (dos bandoneones, un violín y una batería) para amenizar la fiesta. Por aquellos años, el matrimonio se concedía algunos paseos por el centro de la 
ciudad, que incluían algunas funciones en el teatro Avenida, pero en términos generales no se movían del barrio. 
López llevó a vivir a Josefa a una habitación del fondo de la casa de su padre, a quien consumía la diabetes. Unos años más tarde, para detener el mal, le cortarían una pierna. Para maximizar sus ingresos, López sumó la elaboración de manualidades a la venta de bijouterie. Hacía dibujos en lápiz y luego tallaba los bosquejos en una plancha de cobre, sobre cuyo relieve emergía la representación de una persona o un objeto. Los Maseda consideraban magníficas esas creaciones. Su obra favorita era un plato de cobre con la efigie del general Perón, que enmarcó sobre yeso y colgó en el comedor de su casa. Pero los ingresos continuaban siendo escasos. López no tenía trabajo estable y tampoco perspectivas. El matrimonio no funcionaba como era de esperarse. Además, Josefa empezó a tener problemas en la cadera. Algunos muchachos de El Tábano de lengua fácil atribuyeron esa dolencia a algún mal movimiento de López realizado al calor de los primeros meses de matrimonio. Pero Josefa persistiría con el problema toda su vida, y habría sido ella la que le reclamaría a López por el incumplimiento de sus obligaciones maritales. 
De acuerdo con la entrevista del autor con una amiga de Josefa, ésta le reprochaba a su marido su falta de interés por las relaciones íntimas. López aportaría algún elemento para justificar esa renuencia. En su primer libro, donde reproduce la teoría de un filósofo colombiano (Dr. Rojas), que indica que cuando una pareja se casa, "si carece del conocimiento espiritual y científico, entonces proceden sin control a hacer abuso de su sexo, quemando su energía creadora, lo cual les acarrea como natural consecuencia, enfermedades y fracasos. Esta es una verdad plenamente comprobada". Véase 
Conocimientos espirituales, pág. 24. El libro fue escrito en 1957 e impreso cuatro años más tarde en Claufer, Porto Alegre, Brasil. 
La solución para López, como para muchos muchachos porteños que sufrían la falta de empleo, fue enrolarse en la policía, cuyos únicos requisitos de ingreso se limitaban a la acreditación de conocimientos básicos de lectoescritura. Sus concuñados, Enrique Iglesias, ya casado con Chocha, y Gervasio Fraga, con Lucrecia Maseda, tenían bien clara la idea del servicio e ingresaron a Bomberos y a la Policía Federal en forma casi simultánea. El nuevo empleo le permitió a López ser mejor considerado en el barrio. En los años cuarenta, un agente que cubría una parada callejera era para los vecinos un hombre de confianza y hasta se lo invitaba a cenar, si era suelto de palabras. Incluso López, con su uniforme recién estrenado, solía pasar algunas tardes por la carnicería lindera a El Tábano, donde le reservaban una bolsita con distintos cortes, a modo de humilde retribución a la función social que desempeñaba. Según consta en su legajo, López ingresó a la institución el 7 de diciembre de 1944, un año y medio después de contraer matrimonio. Su primer destino fue la seccional 37a, de avenida Plaza y Olazábal, casi en su mismo barrio. Cumplía funciones administrativas, apartadas de cualquier situación de riesgo. Sin embargo, una noche que estaba de guardia observó movimientos extraños en la casa de un vecino, y se apersonó para indagar qué sucedía. El propietario, un funcionario de peso en el área económica del Estado, le agradeció su preocupación y lo recomendó al coronel Juan Filomeno Velazco, entonces jefe de la Policía Federal, quien luego de la revolución de 1943 había impulsado la apertura de Centros Cívicos Independientes para promover la participación ciudadana. 
En 1945, a pesar de que estaba cada vez más interesado en lecturas esotéricas, López no vivió con indiferencia la apertura política que significó el peronismo para las masas, aunque las fuentes no coinciden en precisar su real participación. Algunos testimonios recogidos en 
El Tábano mencionan que López se transformó en uno de los referentes de un local de la calle Roque Pérez que pertenecía al laborismo, partido que prestó su estructura legal para que Perón se presentara como candidato a presidente en las elecciones del 23 de febrero de1946, y las ganara. Otra fuente del entorno familiar (que prefirió permanecer anónima) )indica que López se incorporó por un tiempo a un centro cívico de la calle Núñez y avenida Forest, más interesado en las necesidades del barrio que en las actividades partidarias. 
Por entonces, el mayor referente político de Villa Urquiza era "el Gordo" Giraudo, un ex radical que se volcó al laborismo y abrió un local dela Junta Renovadora sobre la calle Quesada. Allí también ubican a López. Lo cierto es que esas referencias imprecisas en la génesis del justicialismo le alcanzaron años más tarde para presentarse como uno de los fundadores del Movimiento, junto al General Perón. Hacia 1950, cuando ya tenía cinco años dentro de la policía y una calificación de diez en disciplina, López conoció a Eva Perón. 
Hasta entonces, su carrera transcurría sin fulgor y de su legajo no se desprende que haya disparado un solo tiro. Sin embargo, sus antecedentes dan cuenta de sus enfermedades: a los 29años le detectaron "cálculos intestinales", luego sufrió una "intoxicación alimenticia", tomó un mes de licencia por una "apendicitis", padeció "fiebre aftosa" y hasta adujo ser "mordido por un perro en un dedo índice", para faltar a su trabajo. Es posible que López haya conocido a Eva Perón por una recomendación del coronel Velazco, pero lo cierto es que ella, que desde el rencor y la pobreza fue forjando sus sueños de actriz, fue quien le facilitó el acceso al mundo de la radio. 
El 27 de abril de 1950, de acuerdo con su legajo, López pasó a ser "agente adscrito de la custodia presidencial por solicitud del jefe de la misma" (el comisario Vindel) y, "por pedido de la señora esposa del Excmo. Señor Presidente de la Nación", se ocupaba de custodiar la entrada de Agüero 2502 del Palacio Unzué y además compartía tareas administrativas con un empleado civil. Después de atravesar la puerta de entrada, había una pequeña oficina donde se recibían cartas para Perón y Evita y se solicitaban audiencias. También podía ingresar algún ministro o funcionario de jerarquía, que visitara el chalet presidencial, ubicado a cincuenta metros de la entrada. López tenía un acceso sólo visual al palacio del general Perón. Si las persianas del primer piso del palacio estaban abiertas, podía verlo trabajar en su escritorio, o podía observar a Evita, que caminaba por el parque en compañía de Atilio Renzi, el intendente, o de Francisco Molina, su chofer. Con frecuencia, Perón y Eva salían por el portón de la calle Austria para dar un paseo en auto por Buenos Aires. En ese ámbito, el trabajo de López no era muy exigente, pero tampoco ofrecía grandes posibilidades de ascenso. 
López cumplía un turno de ocho horas, que solía matizar con una pasada por el casino de oficiales, el almuerzo o la visita a la peluquería del primer piso, dentro de la residencia. En esa época llevaba el pelo negro y lacio, peinado para atrás. Desde lejos, algunos confundían su estampa con la del actor Jorge Salcedo, aunque con quince centímetros menos de altura. López no integró ninguna de las cuatro brigadas que acompañaban al general Perón en sus salidas diarias. Sin embargo, de su paso por el Palacio Unzué logró llevarse una foto histórica, que lo muestra sobre la escalerilla de un automóvil Packard negro, junto a Perón, luego de que éste regresara de una gira triunfal por Chile, cuando visitó al presidente Carlos Ibáñez del Campo, en febrero de 1953. No era un acto de servicio que le correspondiera cubrir, pero su presencia tiene una explicación: cuando los movimientos del presidente implicaban cierto riesgo de seguridad, se convocaba a agentes de la residencia para sumarlos a la brigada de custodia. En esas circunstancias se subió López para lograr la imagen que utilizaría para montarse sobre la historia del peronismo. Además de esa foto, y de la supuesta recomendación de Evita que aparece en su legajo, López atesoraría dos contactos que veinte 
años más tarde serían clave para su cruzada contra la Tendencia Revolucionaria peronista y la izquierda: los jefes de brigada de la custodia de Perón, inspectores Alberto Villar y Juan Ramón Morales. 
En pocos años, tanto por su vocación lírica como por su condición de policía, López ya era merecedor de cierta admiración en El Tábano. A pesar de que sus visitas eran esporádicas, su influencia dentro del club iba en ascenso. Una vez hizo levantar una clausura por falta de higiene. Lo llamaron a la residencia presidencial al mediodía y a las cuatro de la tarde el problema estaba resuelto. En otra oportunidad llevó y repartió un equipo de camisetas verdes y blancas, con pantalones y botines, para que los chicos del club participaran en los Campeonatos Infantiles Evita. En El Tábano se comentaba que, pese a su aire esquivo, siempre estaba dispuesto a ayudar. En cierto modo, López trasladaba a su barrio los gestos propios de la beneficencia peronista que provenían de la residencia. El presidente y su esposa solían entregar juguetes a los niños que se acercaban al Palacio Unzué, y algunos empleados y policías de la custodia los acompañaban en la tarea. 
Juan Filomeno Velazco era incondicional de Perón y simpatizante del Tercer Reich. El 2 de mayo de1945, Velazco reprimió a los porteños que salieron a festejar la caída de Berlín. Véase Uki Goñi, Perón y los alemanes, Buenos Aires, Sudamericana, 1999, pág. 208. 
Fue también Eva Perón quien voluntariamente o no le facilitó el camino para desarrollar su vocación artística. A mediados de 1951, la esposa del presidente solía atender los requerimientos populares en la Secretaría de Trabajo y Previsión, una oficina ubicada en el edificio del Concejo Deliberante porteño. Un día, a López le tocó custodiar la entrada del edificio y cuidar el orden de las filas. Súbitamente apareció Jorge Lanza, un recitador gauchesco a quien Evita conocía, y le pidió que para ahorrar tiempo le permitiera el acceso directo a la primera dama. López le franqueó el paso y Lanza subió al despacho. A su regreso, le agradeció el gesto y se enteró de que el agente también era un artista como él, o al menos pretendía serlo. López ya tenía 34 años y hasta entonces su vocación lírica no le había permitido siquiera una oportunidad real para el fracaso. Lanza le aconsejó que visitara de su parte a un amigo que trabajaba en Radio Mitre, y le entregó una tarjeta personal. 
En ese tiempo no existía la televisión y los artistas de la radio eran las grandes estrellas; alrededor de ellos se formaban clubes de admiradores. Los fines de semana salían de gira por los pueblos del interior del país para mostrarse en carne y hueso, hacían su número y se llevaban su parte. Para que un artista llegara a trabajar en una emisora necesitaba la aprobación de un productor artístico o del director de programación. El amigo de Lanza estaba situado un escalón más arriba: era José María Villone, el director de Radio Mitre, un periodista formado en el espectáculo. Los efectos de la reunión fueron inmediatos. En agosto de 1951, López ya cantaba en "La matinée de Luis Solá", el seudónimo del conductor Ferradoz Campos. El programa rebasaba de cómicos, recitadores criollos y conjuntos de guitarra, todos artistas de sobrada popularidad (cada cual con su propia cartera de auspiciantes) que recibían bolsas repletas de cartas que enviaban los devotos oyentes .Para apuntalar su carrera artística y aprovechar el potencial que le ofrecía la radio, López se dispuso a perfeccionar su voz y se acercó al Conservatorio Donizetti, inaugurado por el violinista Fernando Tuzzio en la calle Ugarte, en Coghlan, por el año 1916. 
En 1951, cuando el policía fue a golpear a su puerta, Tuzzio ya había bajado la persiana del conservatorio, pero su hijo Hugo, de 19 años, continuaba con la enseñanza en la casa familiar. López le pidió clases de repertorio. Se lo notaba muy enamorado de su propia voz, que era aclamada en fiestas y reuniones privadas, cuando cantaba obras líricas ligeras, 
aunque secretamente aspiraba a que las clases lo ayudaran a acceder a las cumbres del género dramático. Prudente, su profesor le aconsejó empezar con un repertorio sencillo, adaptado a sus propias necesidades y su talento; luego, a medida que se pudiera compro-bar la evolución de su voz, podría abordar desafíos mayores. Tuzzio intuyó que las ilusiones del alumno eran desmedidas: había nacido sin instinto musical y su voz, ese instrumento de la naturaleza por el que López se sentía agraciado, a su profesor le sonaba apagada y sin sustancia. Nunca llegaría a ser el tenor que soñaba. Pero tampoco había necesidad de decírselo. López llegaba puntual a las clases (a veces con su hija Norma, de apenas seis años), traía sus partituras y lanzaba con entusiasmo su voz cantarina, imaginando sonidos bellísimos, acompañado en el piano por su maestro. López no escondía su voluntad de aprender y su presencia era bienvenida en la casa. Tenía una conversación agradable que podía desde versar sobre la vida cotidiana de Perón y Evita hasta explayarse acerca de sus singulares conocimientos sobre el Universo. 
Explicaba las cosas de un modo persuasivo, posando sobre los ojos de su interlocutor una mirada muy franca y serena, como la de un ser angélico, que, contando con un mínimo de ingenuidad o disposición de la otra parte, hubiera podido llevar a la cama a cualquier vecina. Por entonces, López ya hacía pública su apetencia por lo desconocido. 
A la madre de su profesor, a la que trataba siempre con mucha educación, en una oportunidad le sugirió que cambiara la disposición de los jarrones de porcelana china porque estaban afectando su personalidad, y otro día le recomendó que los tirara porque la estaban dañando. También solía explicarle que los colores de sus vestidos no estaban en armonía con los astros que predominaban cada día. Los lunes rige la Luna, y el color ideal es el blanco. El martes es el día de Marte, y se debe usar el rojo. El miércoles predomina Mercurio, y hay que usar el amarillo. Con esos mismos argumentos, años más tarde, conse-guiría atraer el interés de Isabel Perón, la tercera esposa del General. 
Una noche, López se presentó muy tarde en la casa de los Tuzzio. Al cabo de un año de clases, había ganado cierta confianza en la familia, pero nada que no fuera una urgencia hacía prever una visita a esa hora: se había enterado de que su profesor había sido convocado para acompañar la gira de Beniamino Gigli, tenido por los especialistas como el continuador de Enrico Caruso, y quería conocer los secretos del tenor italiano. No obstante su devoción por el canto lírico, su participación en Radio Mitre no había generado la euforia que despertaban otros artistas, como era el caso de Delfor Cabrera y Héctor Ferreyra, que luego formarían parte del quinteto humorístico La Revista Dislocada. López comentaba los dramas de una ópera, su historia y, también, desde un enfoque técnico, relataba las acrobacias que debían realizar los tenores para llevar su voz a los máximos agudos. Luego él mismo cantaba una o dos canciones, siempre acompañado por el guitarrista Jiménez, del elenco estable de la radio, a la que llegaba vistiendo su impecable uniforme policial, distinguido con unas polainas negras que le cubrían las botas hasta la rodilla. En esos micrófonos de la radio, rodeado de afamados artistas, se gestó su fantasía de cantar en teatros internacionales. Incluso en el casino de oficiales de la residencia presidencial se comentaba que Evita iba a mover el hilo de sus contactos en Milán para que actuara en La Scala. 
José María Villone no sólo le permitiría a López su rápido desembarco en la emisora de la calle Arenales, sino que lo guiaría en la dirección adecuada para provocarle la explosión mística que durante muchos años había anhelado para su espíritu. Al igual que su padre, José Valentín, Villone era masón. Había nacido en Buenos Aires y de muy joven se trasladó a Corrientes, siguiendo el destino laboral de su progenitor, funcionario jerárquico de Ferrocarriles Argentinos. En esa provincia, José María empezó a frecuentar una fraternidad en la que se impartían enseñanzas de vida y se iniciaba a los concurrentes en lecturas esotéricas.
A su vez, por influencia de sus hermanos mayores, se sentía atraído por el espectáculo: Julio era pianista y luego dirigiría orquestas. Su hermana María Teresa, que se había agregado el nombre Márquez como seudónimo y cantaba en español y en guaraní, ganaría fama en todo el Litoral a partir de su éxito "Mis noches sin ti". Villone volvió a Buenos Aires luego de ganar una beca que promovía el diario Crítica para jóvenes del interior. Encontró un lugar en Pan, la revista de variedades del diario, y luego trabajaría en Maribel, Radiolandia y Antena. 
Entonces promocionaba a las hermanitas Legrand, ganadoras de un concurso de caza- dores de autógrafos, entrevistaba a Eva Perón cuando iniciaba su carrera artística, y en esas actividades se ganaría el aprecio de Jaime Yankelevich, pionero de la radiofonía, quien le fue confiando la dirección de radios del interior, hasta colocarlo en Radio El Mundo y posteriormente en Radio Mitre, de Buenos Aires. 
Cuando conoció a López, Villone ya estaba casado con "Buba". López quedó impactado con la belleza de esa mujer y la primera vez que la vio pensó que era una compañía ocasional que Villone había conseguido por sus vinculaciones artísticas. Incluso lo incomodó que la hiciera entrar a su casa, porque no sabía cómo iba a reaccionar Josefa. El director de Radio Mitre aclaró que era su esposa y la situación se compuso. El matrimonio Villone tenía a López por un hombre confundido y en cierto modo triste, pero muy inteligente y con inmensas inquietudes espirituales que no podían ser ni compartidas ni evacuadas por su esposa. Josefa había sido educada en un mundo sin misterios, y estaba más interesada en criar a su hija Norma que en escuchar los recitados de su marido. 
Una versión no confirmada indica que, por pedido del propio Lanza, Evita decidió pagarle a López estudios vocales en un conservatorio de música. 
José María Villone conoció a Buba cuando ella tenía 15 años y era encuadernadora de Fabril Financiera, donde se imprimía Maribel. El día que la invitó a salir, Villone le comentó que un amigo vidente, José El Árabe, le había asegurado que se casaría con una mujer de cabellos largos como los de ella, y que tendría tres lunares en el pecho izquierdo. Buba se sintió mal: pensó que su pretendiente la confundía con una loquita del ambiente artístico, de aquellas que se prestaban a cualquier cosa con tal de que la ayudaran en la carrera. Su madre y sus tres tías le ordenaron que no lo viera más. Cinco años después, volvió a encontrarlo y se casó con él. José El Árabe no había equivocado la predicción: Buba tenía tres lunares en el pecho izquierdo. 
Unidos por el estudio del espíritu, López y Villone fueron afianzando su amistad a través de sus esposas. Muchas veces las reuniones se hacían en la casa del barrio de Liniers, y otras cenaban en la mesa instalada en el patio de la casa de Villa Urquiza, donde López mostraba con orgullo las paredes de una nueva habitación que estaba levantando. Mientras las mujeres avanzaban en conversaciones sobre temas cotidianos, los hombres intentaban comprender las dimensiones de una Naturaleza invisible a los ojos del profano, y que contenía potencialidades que ni siquiera la ciencia era capaz de develar en su totalidad. En el Universo había infinidad de misterios. Pero en la escala de lo cósmico estaba la clave. López y Villone creían que los espíritus, a medida que encarnaran en sucesivos cuerpos, perfeccionarían las realizaciones mentales y morales de los hombres, y esa espiral evolutiva, los llevaría a ser buenos y benévolos como los grandes santos. 
Pero todas esas abstracciones que López iba enhebrando en sus discursos se derrumbaban cuando intervenía su esposa. No soportaba sus interrupciones, le resultaba intolerable que no entendiera nada ni tampoco demostrara interés en aprender. Villone, en cambio, intentaba darle un lugar a Josefa en el curso de las conversaciones esotéricas. 
-Dejala que hable, ella tiene que pensar, tiene que sentir, le explicaba. 
-Pero no entiende, se enojaba  López.
-No dejes de lado a tu familia. Dios te dio la posibilidad de comprender otras cosas y a ella no. Pero es tu compañera y está a tu lado, aunque no sepa de lo que estás hablando. 
Una madrugada López le mostró a Villone algunos de sus apuntes sobre la vida de Jesús, que diferían de las tradicionales interpretaciones de la Iglesia Católica. Llevaba ya muchos años escribiendo en su máquina de escribir, consultando libros, apelando a citas de los Evangelios. Villone le dijo que estaba necesitando una guía y le aseguró que él se la presentaría. Y le habló por primera vez de Victoria Montero. López pensó que, si alguien lo ayudaba a educar su espíritu con el mismo esmero del profesor Tuzzio en perfeccionar su voz, podría alcanzar las cumbres de lo sublime.

FUENTES DE ESTE CAPÍTULO 
Para la relación de López y la familia Maseda fueron entrevistadas dos fuentes del entorno familiar que solicitaron permanecer en el anonimato; para su presencia en El Tábano fueron recabados los testimonios de Héctor Bisconti, Francisco Polosa y Genaro Caporisio; para historia social y política de Villa Urquiza en la década de los treinta y cuarenta fueron entrevistados Alfredo Nocetti y Néstor Ortiz; para su educación lírica fue entrevistado Hugo Tuzzio; para su paso por la custodia del Palacio Unzué fue entrevistado el suboficial Andrés López; acerca de su incursión por Radio Mitre se recurrió a testimonios de Ema Villone, Héctor Ferreyra y Hugo Tuzzio.