Aprovecharon la oficina
que les prestó un abogado para refugiarse y crearon una agencia de contactos
matrimoniales para señoras. Entre los dos se repartieron las tareas
gerenciales. A veces Carlos Villone entrevistaba a las interesadas para evaluar
el perfil del candidato que más se adecuara a sus pretensiones, y su elección
recaía sobre el Gordo Vanni. En otras ocasiones, Vanni las recibía en la
oficina y era Villone quien oficiaba de gentil caballero. Lograron complementar
su avidez económica con la desesperación de las damas, que tomaban al primero
que se les ofrecía. Aunque siempre maldecían que nunca caía nada respetable a
la oficina, durante unos meses obtuvieron el dinero suficiente para seguir
remando. Vanni y Villone fueron el único sostén de López Rega en Buenos Aires,
y quienes más creyeron en el sentido de su viaje. Estaban a sus órdenes, ya
fuese para encontrar algún producto de exportación o para buscar contactos
dentro del peronismo que pudieran proporcionarle algún dinero. En forma
irregular, también continuaron sus relaciones con los miembros de la logia
Anael. El dúo aprovechaba cada encuentro para recoger sus impresiones de la
actualidad política con el argumento de transmitírselas a Perón. Sin embargo, a
ojos de los anaelistas, todas sus explicaciones eran argucias esgrimidas para
ganarse un almuerzo o un dinero para salvar la semana. Pero Vanni y Villone
también buscaban dinero con sentido solidario: en una oportunidad realizaron
una colecta entre los miembros de la logia para solventar una costosa operación
de cadera de Chiquitina, la esposa de López Rega.
No obstante los favores
recibidos, ninguno de los dos daba información clara respecto de los resultados
de la misión de López Rega, que había excedido largamente su promesa de
retornar a los tres o cuatro meses de su partida. De todos modos, los
integrantes de la logia Anael ya le habían perdido la confianza. Apenas se fue,
tuvieron la convicción de que el ex director de Suministros Gráficos los había
utilizado como plataforma de acceso a Perón, y que luego había decidido
emprender su propio camino. Urien consideraba que la predicción de doña
Victoria se había cumplido.
Además de la quiebra fraudulenta de
Suministros Gráficos, de la que sería provisionalmente sobreseído en mayo de
1970, Carlos Villone arrastraba otros tres procesos judiciales de su paso por
Salud Pública: uno por malversación de caudales y fraude al fisco (1962); otro
por defraudaciones y estafas (1962) y uno más por violación a los deberes de
funcionario público (1963). De todas las acusaciones fue sobreseído parcial y
provisoriamente en 1967 y 1969.
Llevado por Vanni y Villone, Urien viajó a
Paso de los Libres para conocer a la Madre Victoria. En el curso de un viaje de
ochocientos kilómetros por la ruta 14, Villone asociaba el menor de los
acontecimientos con un llamado celestial. Cuando una paloma blanca cruzó frente
al parabrisas del auto, lo atribuyó a una emanación del Espíritu Santo y afirmó
que el encuentro era precedido por buenos sindicalistas que se sentaban ante su
escritorio. Sampayo empezaba a notarlo más sereno, con el semblante compuesto,
cuando desde afuera se escuchó un grito de López Rega. -¡General! ¡Ya está la comida! ¡Van a ser las
diez!
Perón le preguntó a
Sampayo si le apetecía un churrasquito. Pero antes de que pudiera contestar lo
interrumpió el secretario.}-No, no, no General. Sólo hay comida para
nosotros.
En ese momento apareció
Isabel. Entre delicada y molesta, saludó a Sampayo y le preguntó por qué había
llegado a Madrid así de sorpresa. Perón sacó al suboficial del escritorio y lo
hizo salir hacia el parque para acompañarlo hasta la calle. Lo llevaba del
hombro. "Valor y adelante", le dijo. Sampayo sintió que, en el fondo,
seguía siendo un militar. López Rega y Vanni los seguían algunos pasos
atrás.
-Deles un abrazo a todos
los compañeros y no me vaya a movimentar un solo suboficial si no es por orden
expresa mía. Usted ya conoce el conducto, le advirtió con voz grave.
Luego, cambiando de tono,
le dijo que no tropezara con la banda de hierro del portón de entrada, y cuando
lo abrazó para despedirlo, le susurró al oído. -Hijo, cambie de hotel.
Vanni se ofreció a acompañarlo
a pie hasta la ruta. A esa hora ya no había más taxis. Sampayo lo mandó al
diablo y se fue. Mientras iba por la calle insultando a viva voz a López Rega,
se cruzó con Juanita Larrauri, dirigente de la rama femenina, que iba de
regreso al hotel donde se hospedaba. Larrauri lo dejó pasar y luego le preguntó
al secretario quién era ese loco que estaba gritando en la otra cuadra.
-Es Sampayito, un amigo
mío, comentó López, mirándolo irse. Yo lo dirijo y lo protejo desde aquí.
En 1974, el suboficial Héctor Sampayo salvó
su vida cuando un militar destinado a la custodia de la residencia de Olivos le
advirtió que había visto su nombre en una lista de la Triple A, y se refugió en
las afueras de Mar del Plata. Véase capítulo 15. Desde hace veinte años, Sampayo
realiza gestiones para que el Círculo Militar coloque en su sede una placa con
los nombres de los militares fusilados por la Revolución Libertadora en 1956.
En la actualidad, a los 83 años, está al frente de un taller mecánico de
Barracas y sigue militando en el Conasub, bajo el mismo lema: "El Ejército
es el pueblo de uniforme". Cuando surgió la Triple A en la década de los
setenta, el juez Urien criticó a López Rega por haber utilizado el nombre de su
teoría de los vértices magnéticos para una organización criminal: "Me
arruinó un trabajo de veinte años", se lamentó en entrevista con el autor.
Urien falleció en el año 2006.
Mientras Lanusse intentaba
comprometer a los partidos políticos con su proceso de insti- tucionalización,
el Líder reorganizó el Consejo Superior Justicialista y nombró a su nuevo
delegado, Héctor J. Cámpora. El ex presidente de la Cámara de Diputados de los
años cincuenta carecía de juego político propio, lo que le permitía a Perón
mantener un férreo control de sus movimientos y dar una señal de intransigencia
ante las maniobras de Lanusse.
Sin embargo, cada uno de
sus pasos provocaba incertidumbre en la sociedad argentina. ¿Perón quería
volver al país o sólo buscaba una reivindicación histórica? La conducción de
Montoneros quiso tener una visión realista sobre este punto y envió a Madrid a
Alberto "Chacho" Molina, un santafecino que había participado de las
primeras operaciones arma-
das. A su regreso, Molina transmitió a los
suyos la noticia de que Perón pronto enviaría señales para confirmarles cuándo
deberían iniciar la campaña para su retorno. La clave estaría en Las Bases. La
revista sería lanzada en diciembre para el gran público, montada sobre una
empresa de Carlos Spadone. Si en ella aparecía una foto de Isabel con un pañuelo,
Montoneros podría lanzar el operativo por el retorno del Líder.
En su informe a la
conducción, Molina comentó también que había mantenido una reunión aparte con
López Rega, en la que el secretario había manifestado la intención de llegar a
un acuerdo con Montoneros, explicando que, ya que los sindicatos utilizaban
bandas armadas como fuerzas de choque, él había llegado a la conclusión de que
había que nivelar ese poder militar formando otro grupo armado, es decir, crear
un contrapoder. En definitiva, se tra-taba de sellar una alianza entre él y
Montoneros. La propuesta movió a risa a la conducción.
Por entonces, las
propensiones ocultistas de López Rega ya eran un hecho público. Cuando encaró
una negociación con los gremialistas, la revista Primera Plana bromeó con que
desempeñaría el papel de médium entre éstos y Perón. La noche en que utilizó
una corbata negra con lunares rojos en el acto de la UOM (erael único que usaba
corbata), el mismo medio atribuyó la combinación a criterios"
cromático-espiritistas"; Raúl Portal solía llamarlo desde Radio El Mundo a
Puerta de Hierro para preguntarle con qué color de ropa debía salir a la calle
para estar en armonía con los astros; en una nota publicada en La Opinión, el
periodista LeopoldoBarraza detalló con fina ironía los laberintos de Astrología
esotérica y reveló detalles de su plan para guiar el regreso de Perón, de
acuerdo con la conjunción de sonidos, astros y colores. También mencionaba a
Isabel Perón como adscripta a la misma "secta espiritista" que el
secretario. El artículo eximía al Líder: decía que las teorías astrológicas de
López Rega representaban para él apenas un pasatiempo, una nota de humor que lo
divertía. En cambio, el nacionalista Jorge Cesarski, compañero de Kelly en sus
andanzas por Chile, fue más duro con el secretario. Hacia noviembre de 1971,
aprovechó la presencia de la prensa argentina en Madrid para denunciar que
López Rega incurría en "prácticas mágicas y astrológicas" y"
tenía secuestrado" a Perón.
Simultáneamente con la designación de Cámpora
como delegado, Perón incorporó al Consejo Superior Justicialista a dos
representantes juveniles, Rodolfo Galimberti y Julián Licastro; este último
había sido expulsado del Ejército por difundir ideas peronistas. De este modo
institucionalizó a los sectores "duros" y logró tener un control más
directo sobre ellos. Por otra parte, en la rama política, Perón colocó al
coronel Jorge Osinde, quien ya oficiaba como su delegado en Asuntos Militares y
también se dedicaba a la importación y la comercialización de mosaicos. Osinde
era un viejo conocido de Perón. Durante su primer gobierno había dirigido
Coordinación Federal, un organismo de la Policía Federal destinado al espionaje
de los opositores, y donde se solía torturar a los detenidos para extraer información.
Luego, pasó a trabajar en la Jefatura de Seguridad en el Servicio de
Informaciones del Ejército (SIE). El General decidió su designación en el
Consejo Superior para contrapesar la incorporación de la "izquierda
peronista" al Movimiento. Así, reiteraba su estrategia de colocar bajo su
conducción a dos sectores opuestos, reservándose el derecho de hacerlos
colisionar para luego oficiar de árbitro. Pocos meses más tarde, en Ezeiza,
Osinde terminaría reprimiendo "a los duros" con sus métodos de
antaño. Véase capítulo 12.
El pañuelo de Isabel apareció en el segundo
número de Las Bases, del 7 de diciembre de 1971. La foto, en color, está
publicada a toda página. La realizó el fotógrafo Jorge Miller, que viajó
especialmente a Madrid para retratar al matrimonio Perón. Por su parte, Claudio
Ferreira, que cada vez que viajaba a Buenos Aires se hospedaba en el hotel
Castelar, se reunía con
contactos de López Rega, a quienes advertía
sobre la inminencia de la ejecución del "Plan Pepsi". Era un código
secreto que significaba:" Perón Estará Pronto Según Isabel".
La oferta de López Rega
fue considerada "descabellada" por la organización guerrillera, que
sin embargo tomó nota de que el secretario estaba buscando gente para conformar
un grupo armado que tenía como enemigo al poder gremial. Pese a que lo
visualizaba como un personaje extravagante, Montoneros continuó en cordiales
relaciones con López Rega durante todo 1972 debido a su proximidad con el
General. Entrevista del autor con Fernando Vaca Narvaja, ex jefe montonero.
Cuando López Rega acompañó
a Isabel en su segunda gira por Buenos Aires, en diciembre de 1971, le encargó
su custodia al nuevo integrante del Consejo Superior, Jorge Osinde, luego de
haber sondeado sin suerte a los suboficiales del Conasub. Su paso por los
servicios de inteligencia le permitía a Osinde el acceso a información
actualizada sobre los movimientos de la vida política. Además, contaba con
aparato propio: con la ayuda de su secretario Iglesias, reclutó militares de
distintas "cuevas de inteligencia" para proteger a la esposa del
General. Isabel arribó a la Argentina con idéntica misión a la que la había
traído seis años antes: restablecer la verticalidad en el Movimiento, que
estaba reorganizando su conducción partidaria. Pero los sindicatos se negaban a
subordinarse al Consejo Superior. En el fondo, desconfiaban de Perón. Temían
perder el poder interno que habían acumulado con la estrategia que había
empleado Vandor frente a los poderes de turno: golpear primero y negociar
después. Pero Vandor ya estaba muerto. En diciembre de 1971, los gremios no
podían unificar una estrategia frente a la legalidad institucional y ante la
perspectiva del retorno de Perón. Habían perdido liderazgo político y ya no
controlaban las estructuras del peronismo como lo habían hecho durante la
década de los sesenta. Lanusse intentaba cortejarlos, ofreciendo respuestas
favorables a los reclamos gremiales, con la intención de sumarlos al GAN y
erosionar de este modo una de las tradicionales bases de apoyo de Perón.
La nota de Leopoldo Barraza fue publicada en
La Opinión del 15 de noviembre de 1971. Barraza moriría asesinado por la Triple
A tres años más tarde. Véase Capítulo 15. Para declaraciones de Cesarski, véase
revista Panorama del 14 de diciembre de 1971. Por su parte, Paladino, que a
partir de su destitución como delegado había salido en busca de aliados (a la
vez que se regocijaba por la escasa capacidad y el nulo poder de representación
de Cámpora), se ocupó también de golpear a López Rega por sus supuestos
contactos con agencias de espionaje, mencionando a la CIA en primer término, y
anticipó que los días del secretario junto al General estaban contados. Véase
Primera Plana del 28 de diciembre de 1971
La irrupción de fuerzas
nuevas dentro del Movimiento, dispuestas a renovar hombres y transformar
estructuras, fue un problema para los sindicatos. Y en especial lo era la
juven- tud, que apoyaba sin reservas el regreso de Perón, seducida por su
aparente giro a la izquierda y por las señales que daba el Líder de que
cualquier método (incluso la vía de las armas) era bueno para el destino del
Movimiento y para la toma del poder.
En ese viaje a Buenos
Aires, López Rega se enteró de que Victoria Montero estaba muy mal de salud. A
pesar de las desavenencias, la consideraba como la madre que había perdido al
nacer, y quiso ir a visitarla. Con el paso de los años, todo había cambiado en
la casa. Élida, la cocinera, había muerto de repente mientras se bañaba. Lo
mismo sucedió con Juan Montero, el segundo esposo de Victoria, que fue a buscar
un saco blanco al ropero y cayó
redondo al piso. La Madre Espiritual, por
entonces, vivía en cama. Hacía meses que no se levantaba. Durante dieciocho
años había ocultado que tenía una fístula cancerosa en la mama. Su cuñada
Teresita le pasaba cremas y le hacía masajes. Victoria había rechazado siempre
la visita de los médicos. Una vez, aprovechando que dormía, la vio el doctor
Nacimiento y salió despavorido: dijo que ya no se podía hacer nada. Victoria
decía que debía soportar ese estado porque su cuerpo estaba absorbiendo todos
los males de la humanidad.
Una medianoche de fines de
diciembre de 1971, López Rega llegó acompañado de Ferreira. Los chicos que
jugaban en el patio se mantuvieron a la expectativa. Sabían que acababa de llegar
alguien importante. Hacía justo veinte años que López había entrado por primera
vez a esa casa en busca de una guía que lo llevara por el camino de la
Divinidad. Entonces era joven, vivía atribulado por la muerte de su madre,
sufría el derrumbe de su matrimonio y se sentía poseído de fervientes deseos de
Verdad. Victoria le pareció un monstruo. Tenía el pecho, la nariz, la boca, los
pómulos, toda la cara carcomida por la enfermedad. López Rega se arrodilló ante
ella y le pidió perdón por haber abandonado la casa para involucrarse en la
tarea política. Intentó explicarle el profundo sentido de su misión, pero ella
no lo aceptó. -¿Para qué pide perdón? Usted no debería haberse ido. -El General me necesitaba a su lado,
Madre.
-Perón no lo necesita,
porque usted no fue preparado para la política. No sabe nada. Y yo tampoco lo
necesito. Váyase, López. Usted nos engañó a todos. Nos abandonó. No pertenece
más a la casa. Ya no lo precisamos. Váyase. López Rega tomó su mano y empezó a llorar
sobre su cuerpo. -Váyase, volvió a repetir Victoria.
Con los ojos llorosos,
López Rega abandonó el dormitorio ante la vista de los hermanos. Salió al
patio. Los niños lo observaban a corta distancia, como incómodos testigos de lo
sucedido. Victoria había acogido a mendigos, soldados, delincuentes,
prostitutas, pero a López lo había echado. El secretario permaneció solo en el
patio, sollozando en la oscuri-dad. Después de varios minutos, la hermana Ema
Villone se acercó para consolarlo. -No deberías haberte ido nunca de esta casa,
le dijo, e intentó acariciarlo. López la miró furioso: -¿Y vos qué carajo estás
haciendo acá, todavía? ¿No te das cuenta que en esta casa no hay nada?
¡Nada!
Sólo el secretario general de la CGT, José
Ignacio Rucci, que no tenía aparato propio y basaba su fuerza en su vínculo con
el Líder, era plenamente obediente a las tácticas de Madrid, aunque despreciaba
a los delegados que Perón designaba
En la primera semana de
1972, López Rega decidió usurparle a Spadone el control ejecutivo de Las Bases.
Organizó el operativo con el mayor nivel de legalidad posible, hasta el punto
de que se trasladó con dos abogados a las oficinas del primer piso de Maipú 73.
Hasta entonces, con cuatro números en la calle, Las Bases cumplía con el deseo
de Perón de tener un órgano oficial de prensa que representara la unidad y la
organización del Movimiento, que difundiera su postura frente al gobierno
militar, sus pensamientos doctrinarios, y que sumara las expresiones de los
sectores juveniles y combativos, sin olvidar a los gremios, que siempre
contaban con buenos recursos económicos. Leyendo los primeros números de Las
Bases se advierte el vuelco a la izquierda del peronismo.
Victoria Montero murió el 27 de abril de
1972. Jamás dijo a qué religión pertenecía. Un tiempo después, guiándose
"espiritualmente" (según confió—), una señora golpeó la puerta de la
casa y preguntó por ella. Cuando supo que había muerto, se largó a llorar: dijo
que la había buscado durante muchos años porque era una de las cinco personas
en el mundo que tenía dibujada una estrella en la palma de la mano. Victoria
siempre la mantenía tapada. Su elegido para sucederla en la casa fue el
despachante de aduana Carlos Silber, pero al poco tiempo éste abandonó su
misión por diferencias con Dorita, una sobrina de Victoria, quien tomó la
dirección. A los pocos años, Dorita perdió predicamento entre los hermanos y la
casa se cerró. En la actualidad, la casa de la calle Rivadavia 1593, ubicada a
dos cuadras de la casa donde nació el ex presidente Frondizi, es una fábrica de
helados.
Un artículo explicaba por qué el mundo
marchaba hacia el socialismo, otro reivindicaba la teoría de la violencia de
Franz Fanon, en un tercero Rodolfo Galimberti, delegado juvenil del Consejo,
defendía el trasvasamiento generacional en el Movimiento y las prácticas
revolucionarias del pueblo; en un reportaje "bendecido" por el mismo
Perón, con una carta publicada en un recuadro, el cura Carlos Mugica reiteraba
su compromiso con los pobres y condenaba al capitalismo opresor. La revista
también reflejaba el compromiso de los intelectuales: la escritora Marta Lynch,
una referente de la burguesía porteña, decía que había que cambiar la escritura
de un poema por la portación de un fusil; Dalmiro Sáenz, a quien sus compañeros
de militancia montonera habían bautizado "Carbono 14" porque superaba
los cuarenta años, planteaba que un sector del pueblo ya estaba en armas y otro
sector esperaba su oportunidad para empuñarlas. El staff de colaboradores
incluía a Fermín Chávez, Octavio Gettino, José María Castiñeira de Dios,
Horacio Salas, Álvaro Abós, Leónidas Lamborghini, Roberto Guareschi y el
dibujante Caloi, entre otros.
Las funciones en Las Bases
estaban bien delimitadas. El secretario, que tomó para sí el rol de director
periodístico, hacía de nexo entre Perón e Isabel, que figuraban como
colaboradores especiales. López Rega también pidió y obtuvo un lugar para su
hija Norma, cuyo nombre en el staff del primer número apareció bajo el cargo de
"Directora de relaciones políticas y gremiales" y sería adscripta al
"Departamento de Arte". Vanni y Villone reportaban al
"Departamento Técnico" y Raúl Lastiri era uno de los cobradores de
los avisos publicitarios, y también el novio de la hija del secretario. En
tanto, López Rega, desde Madrid, enviaba los textos doctrinarios de Perón,
editaba la columna de Isabel, titulada Mensajes a la mujer (en una de ellas, se
cita un párrafo de “La filosofía de la historia” de Hegel) y ordenaba la
publicación de sus leyendas hindúes en tipografía roja, para que se pudieran
coleccionar por separado. Además, como Napoleón hiciera con El Príncipe de
Maquiavelo, el secretario comentaba el libro “La comunidad organizada”
de Perón, y en uno de sus textos asociaba al General con la Divinidad.
Pero López Rega no
escapaba a las definiciones políticas de la actualidad. Por entonces, Lanusse
había creado la Cámara Federal y, a través de rápidos procesos judiciales, iban
siendo encarcelados los militantes del peronismo combativo y la izquierda.
Además, comandos paramilitares comenzaron a combatir la acción guerrillera con
secuestros, torturas y muertes. En el editorial del segundo número, el
secretario escribió: Día a día nuestras cárceles se van llenando con juventud
nacional. Día a día, los periódicos informan sobre hechos de armas y encuentros violentos. Día a
día hombres mueren pagando un tributo de sangre a una insensibilidad ¿Qué
podemos esperar en el futuro? Hemos conversado largamente con los abogados que
defienden a esta juventud. Sus informes son verdaderamente lamentables. Nos
hablan de torturas, vejámenes, muertos, etc., etc. Se nos habla de formaciones
especiales de antiguerrilla provistos de elementos de represión, con
presupuestos siderales y libertad de acción. ¡Todo se va preparando para un
enfrentamiento masivo y cruento, puesto que a una represión mayor, también va
un ataque mayor! [...] ¡ante ese tétrico panorama es lógico pensar que nuestra
juventud tome otro sendero para hacerse escuchar!
A fines de la década de los sesenta, Norma
López Rega comenzó a viajar a Madrid y junto con Isabel solía tomar sol en
bikini en el parque de Puerta de Hierro, lo que despertaba el enojo de su
padre, por la atracción que despertaba en la guardia española que vigilaba la
residencia. En ese tiempo, López Rega envió a su hija al Comando Táctico del
Justicialismo de la calle Tucumán, para que lo mantuviera informado de las
actividades. Allí conoció a Raúl Lastiri, que era treinta y cinco años mayor
que ella, estaba casado, tenía dos hijos y se movía en un Fiat 600. A principios
de 1970, Lastiri y Norma Lópe zRega se fueron a vivir juntos, aunque jamás se
casaron. El noviazgo de su hija despertó la furia de López Rega, que no
soportaba que su yerno tuviera más años que él.
Para los comentarios de López Rega sobre La
comunidad organizada véanse números 2, 3 y 4 de Las Bases.
Finalmente, el 2 de mayo de 1972 Las Bases
publicaría un reportaje de diez páginas a su director, López Rega, elaborado
por Equipo XXI. Cuando le preguntan si es cierto que es astrólogo y que
practica el espiritismo, el secretario no lo desmiente: "Soy cristiano de
nacimiento y de convicción, creo en un Cristo Divino perfectamente y
eternamente vivo, cuyo ejemplo más que teorizar es preciso imitar
prácticamente. ¡Toda mi vida así lo ha sido y estoy muy contento de vivir en
estado de dicha espiritual!¡ Mi verdad me indica quién soy, y a donde voy y de
dónde vengo! ¿Qué me pueden importar los míseros aullidos de las hienas del
camino si cumplo con mi Destino y con mi Patria?". El reportaje es más
curioso por el origen que por sus definiciones.
Equipo XXI era una revista de un grupo
falangista liderado por Antonio Cortina, cuyo hermano, José Luis Cortina
Prieto, era miembro del Servicio de Inteligencia del Estado Mayor de España. En
1975, Antonio Cortina trabajaba en el Ministerio del Interior a cargo de Manuel
Fraga Iribarne, y protegería a López Rega, que ya era un prófugo de la justicia
argentina. A su custodio, Rodolfo Almirón, Cortina le conseguiría trabajo como
guardaespaldas de Fraga Iribarne. Véase capítulo 17.
La respuesta de las Fuerzas Armadas fue
inmediata: el general de división José Rafael Herrera querelló a López Rega
como director general de la revista, y a Tulio Rosembuj, el nuevo director
responsable, por calumnias e injurias, y reclamó una indemnización por cien
millones de pesos. El Ejército prometió entregar ese dinero a villas de
emergencia y familiares de "servidores públicos asesinados por
terroristas". La Justicia le prohibió al director de Las Bases salir del
país. De este modo, al cargar con una querella de los militares, López Rega se
mostraba como otro de los luchadores que enfrentaban al régimen de Lanusse.
Isabel Perón, solidaria ,demoró su vuelta a Madrid. Sin embargo, el espíritu
combativo del secretario duró poco más de un mes. El 24 de febrero, en la
audiencia de conciliación, se retractó
"ampliamente de los términos que puedan
haber afectado o injuriado al Ejército Argentino". Además, ofreció
difundir la retractación en Las Bases
(promesa que cumplió publicando una doble
página en el número 8) y ocuparse de la revisión, el aligeramiento o la
eventual supresión de un artículo "duro" de Perón cuya publicación
estaba prevista para el número siguiente.
A pesar de esa flaqueza
frente al poder militar, una vez que regresó a Madrid, López Rega no condenó
jamás las acciones guerrilleras (incluso desmintió con un comunicado que Perón
lo hubiera hecho) y se preocupó por demostrar durante todo 1972 que cualquier
intento de comunicación con el General debería gestionarse a través de él. Este
concepto también lo trasladó a Las Bases, a la que intentó erigir como único
canal de expresión de Perón, y mucho más cuando Jorge Antonio, en abril del
mismo año, compró la revista Primera Plana con el único propósito de apoyar el
regreso del Líder.
En el comunicado, por primera vez, Montoneros
reclamaba elecciones libres y sin proscripciones, con Perón como candidato del
justicialismo, y además proponía al futuro gobierno (que imaginaba
revolucionario) un programa que promovía la nacionalización de los sectores
clave de la economía, la expropiación de la oligarquía terrateniente, la
burguesía industrial y los monopolios internacionales y el control obrero de la
producción. Además, relataba un intento de dos Unidades Básicas de Combate(UBC)
de copar la delegación de la Prefectura Naval de Zárate, que había dejado dos
suboficiales heridos, ninguna baja propia y la "recuperación" de una
pistola calibre 11.25.
Las posibles consecuencias de este cambio de
actitud de López Rega fueron resaltadas por la embajada norteamericana en un
cable enviado al Departamento de Estado, el 27 de mayo de 1972: "La
Juventud Peronista no recibió con agrado la retractación de JLR y originó la
renuncia de varios integrantes de Las Bases. Se especulaba además con la
renuncia de JLR como secretario de Perón. Conclusión: Este incidente fue
embarazoso para los peronistas, dejando expuesto a JLR, esperando su caída. De
todos modos es difícil creer que JLR considerado 'cabeza de turco' actuó sin la
aprobación de Perón". El cable está firmado por el embajador David
Lodge.
Hasta noviembre de 1972,
cuando retornó a la Argentina, Perón empleó en forma simultánea distintas
estrategias para arruinarle a Lanusse su proyecto político, que instru- mentaba
a través del Gran Acuerdo Nacional. A la par de las negociaciones con el poder
militar, se propuso liderar un Frente Cívico de Liberación que incluiría al
resto de las fuerzas políticas de La Hora de los Pueblos, y funcionaría como la
antítesis del GAN. Perón quería conducir la restauración democrática desde
Madrid. Su vocación de liderazgo también se expresaba en el armado de una
concertación social entre los empresarios nacionales y los obreros
(representados por José Ber Gelbard y José Ignacio Rucci), que se comprometían
a acordar y sostener un programa de estabilidad de precios y salarios durante
dos años y a poner en marcha un plan de reactivación industrial. Ese acuerdo le
otorgaba a Perón una garantía de pacificación y gobernabilidad. Además, en su
amplio dispositivo estratégico, el General siempre tenía a mano la carta
alternativa de la "guerra revolucionaria", bajo cuyo lema continuaban
en alza las acciones guerrilleras de distintas organizaciones armadas. Los
atentados a militares comprometidos con la represión, los intentos de copamiento
a unidades de las Fuerzas Armadas para sustraer armas y el secuestro de
empresarios extranjeros componían un escenario de tensión y violencia que Perón
no desautorizaba.
Montoneros, que era el
único grupo guerrillero que apoyaba el retorno del Líder como vanguardia del
proceso revolucionario, había canalizado su inserción dentro del Movimiento a
través de la reorganizada Juventud Peronista-Regionales, cuyo líder más
representativo era Galimberti, quien actuaba de nexo entre Madrid y Montoneros.
Su bandera era "Perón o guerra". Jaqueado por las acciones armadas y
la intriga provocada por cada uno de esos movimientos políticos, Lanusse
intentó arrebatarle a Perón su condición de estratega distante del campo de
batalla y lo desafió a pelear en el territorio local: estableció como condición
para la presentación de las fórmulas electorales que cada uno de los candidatos
fijara su residencia en el país antes del 25 de agosto de1972.
La controversia de López Rega con Primera
Plana se hizo pública cuando Pedro Olgo Ochoa, periodista de esa revista,
aprovechó que Perón despedía en la puerta de su residencia a unos gremialistas
y le pidió una entrevista exclusiva. Perón, que se venía negando desde hacía
varios días, le dijo que sí, pero su gesto de aceptación fue visto a la
distancia por López Rega, quien se interpuso con rapidez entre ambos y comenzó
a increpar al periodista: "Te voy a echar de acá a los empujones. ¿Cómo le
vas a pedir una nota? ¿No sabés que Las Bases tiene los derechos exclusivos
sobre las declaraciones políticas de Perón...?", le dijo. En ese momento
se generó una discusión de la que Perón se sintió avergonzado. Finalmente, una
semana después, el Líder concedió el reportaje. El gesto fue interpretado como
un "resonante triunfo" de Jorge Antonio frente a López Rega. Véase
diario La Prensa del 23 de mayo de 1972. La revista Primera Plana rescataría la
figura de Perón en detrimento del régimen militar. Ese rol no lo podía cumplir
Las Bases, puesto que más allá de los textos doctrinarios, era un house
organ de poco ingenio y escasa calidad.
Y para exasperarlo aun
más, lo calificó de instrumentador de trenzas, beneficiario de la ambigüedad e
intrigante, que había asumido un rol mitológico en la política argentina para
ocultar sus reales intenciones. Si durante diecisiete años a Perón le habían
impedido entrar al país, ahora Lanusse lo invitaba para el combate directo,
aunque, y éste era el desafío, descreía de su coraje personal: "No le da
el cuero para venir", lo azuzó. Su estallido emocional no hacía más que
revelar la impotencia del régimen por incorporar a los partidos políticos en el
GAN.
La JP respondió el desafío
desdelos muros: "Perón vuelve cuando se le cantan las pelotas". El
Líder estaba lejos de someterse a las reglas impuestas por Lanusse. Hacia el
mes de agosto de 1972 había sido designado candidato a presidente por el
justicialismo, pero tenía la certeza de que las elecciones ya no resultaban
indispensables para retomar el poder. Según un cable de la embajada
norteamericana, elaborado sobre la base de una conversación con José Gelbard,
hacia agosto de 1972 el Líder estaba convencido de que Lanusse estaba en una
posición débil y que armar un golpe en su contra sería sencillo. Pensaba que la
CGT estaba lista para llamar a un paro general en apoyo a su candidatura y que
el resto de los partidos, viéndolo como el único candidato viable, podría
apoyarlo a través de una "abstención revolucionaria". Perón sentía
que tenía a su disposición la mayoría de las cartas y que podía sacar del juego
a todos. Subordinado a sus órdenes, cada sector cumplía un rol táctico, a veces
con posiciones contradictorias entre sí, pero que respondían globalmente a su
estrategia. Y en la cúspide estaba él, que mantenía la cohesión interna a
través dela devoción, la confusión y la esperanza, y emergía como el único
hombre capaz de salvar al país del caos. Irritado con los militares, el pueblo
volvía a legitimarlo como líder político.
Hacia fines de septiembre,
después de que la Armada Argentina hubiera detenido y fusilado a diecisiete
guerrilleros que acababan de fugarse de la cárcel de Rawson, las aspi- raciones
de Lanusse de firmar el GAN con los partidos políticos ya estaban deterioradas.
Sólo entonces Perón adoptó una posición conciliadora, que desconcertó a los
militares: les hizo llegar un plan de diez puntos como base de un acuerdo
programático para la recons-trucción nacional, pero con exigencias difíciles de
cumplir para un gobierno de facto, como era el caso de la amnistía a los
guerrilleros, el reemplazo del ministro del Interior Arturo Mor Roig y la
anulación de la exigencia de residir en el país antes del 25 de agosto.
El "memorando de conversación" fue
enviado por la embajada de los Estados Unidos al Departamento de Estado el 11
de octubre de 1972. Se elaboró a partir de un encuentro en el Círculo Italiano
entre Gelbard y Wayne Smith, agregado político de la embajada. Gelbard restó
importancia al rol de Cámpora como delegado de Perón. Lo calificó como "el
chico de los mandados".
Pero después de que esa
posibilidad se frustrara (la Junta de Comandantes no aceptó cambiar el marco de
las discusiones), el Líder decidió regresar al país para "promover la paz
y el entendimiento" entre los argentinos. En su fuero íntimo, guardaba la
esperanza de que, apenas aterrizara en Ezeiza, luego de diecisiete años de
exilio, estallara un nuevo 17 de octubre, a consecuencia del cual el gobierno
militar caería en medio de movilizaciones y levantamientos populares. Si esto
no ocurría, y el proceso electoral seguía en pie sin su participación directa,
Perón, que ya había acumulado el suficiente poder como para elegir un candidato
propio dentro de la conformación del Frente Cívico que había pergeñado, se las
arreglaría para manejarlo por teléfono desde Madrid.
El 16 de noviembre de
1972, Perón partió desde Roma y arrastró a más de doscientos fieles en un avión
de Alitalia. López Rega se sentía exclusivo artífice de ese retorno y dueño
absoluto de la intimidad del General. En los siete años que había vivido junto
a él y su esposa en Puerta de Hierro había construido una nueva rama dentro del
peronismo: el poder doméstico. El Perón que regresaba al país era obra suya.
Pero para que ese hombre (esa obra) funcionara, él debía protegerlo y cuidarlo.
Apenas el General abordó el avión que lo llevaría a la Argentina, Isabel le
cedió la butaca a su marido, pero el secretario se ocupó de extenderle las
piernas al General sobre un almohadón, le desató los zapatos y los acomodó a un
costado ;luego cubrió su cuerpo con una manta de la compañía aérea y se sentó
en una butaca de la fila de al lado, para custodiar sus sueños. Había cumplido
su misión.
FUENTES DE ESTE CAPÍTULO
Para Suministros Gráficos, se consultó el
expediente de la quiebra judicial archivado en Tribunales; acerca de la
influencia doméstica de López Rega se realizaron entrevistas a Héctor Sampayo;
sobre Victoria Montero y López Regaf ueron entrevistados Ema Villone, Luis
Silber, Nilda Silber y Marta Silber; sobre las cuestiones relativas a la
edición de la revista Las Bases se entrevistó a Carlos Spadone. Pedro Olgo
Ochoa fue entrevistado acerca de su controversia con López Rega. Para la
descripción de los últimos meses de la relación Perón- Lanusse fueron
consultados cables desclasificados del Departamento de Estado norteamericano y
los libros El Ejército y la política en la Argentina. 1962-1973,
de Robert Potash; Nueva Historia Argentina,
tomo IX (1955-1976); Nueva Historia de la Nación Argentina. Período 1955-1973,
de Samuel Amaral; y Perón y la guerra sucia, de Carlos Funes.