sábado, 4 de abril de 2020

CAPITULO 10-EL SECRETARIO

CAPITULO 10
EL SECRETARIO

  Los problemas en Suministros Gráficos continuaron luego de que López Rega partiera hacia España en 1966. Por entonces era presidente del directorio, y debió pedir una licencia de 180 días para irse. Su lugar lo ocupó Héctor Paramidani, pero el capitán de ultramar también pidió licencia y el cargo recayó sobre su cuñado Héctor Prieto Roca, quien cargó con los problemas derivados de la quiebra fraudulenta de la empresa, decretada el 17 de febrero de 1967. Según el contrato que firmó con el Estado, la empresa debía pagar doce millones de pesos en diez años por el valor de las maquinarias y los insumos. Esa suma nunca fue cubierta; las deudas se acumularon. La papelera Hermida pidió la quiebra por un pagaré incumplido de 50.000 pesos que tenía las firmas de Vanni y Villone, y por otro endosado de la Cinematográfica Pino, cercano al medio millón de pesos; también reclamaron sus pagos varios obreros de Suministros Gráficos. El inmueble, cuya compra López Rega anunciaba a Perón como inminente, y que ponía a su disposición como puente de cabecera para su retorno, fue devuelto a Ferrocarriles Argentinos.
 Cuando el juez Francisco Bosch procesó a Vanni y a Villone por la quiebra fraudulenta, los dos ya habían desaparecido del mapa, López Rega estaba concentrado en su misión en España y Héctor Prieto Roca, que tenía origen patricio y una fuerte inclinación por el arte, debió refugiarse en la casa del policía José Famá para esquivar su comparecencia ante la Justicia. Para su familia fue una deshonra. El resto de los hermanos de Paso de los Libres se sintió defraudado por la conducta del grupo esotérico porteño en la imprenta, y también por la decisión de López Rega de volcarse a la política. Después de su paso por Suministros Gráficos, Vanni y Villone sobrevivieron como pudieron. En el momento de la clausura de Suministros Gráficos, el síndico encontró una máquina de impresión Kelly, otra Aufzugstarke, una perforadora, armarios, escritorios, repisas, un retrato de Manuel Belgrano, baldes con papeles y sesenta libros sin terminar, con el título de Astrología esotérica. La liquidación delos bienes se destinó al pago de los abogados y de la obra social del personal gráfico, pero los acreedores jamás pudieron cobrar sus deudas. Los letrados de Suministros adujeron que el Estado no les había dado créditos y que el Poder Judicial y la DGI tampoco les dieron trabajos para imprimir: sólo dependían de los encargos de los partidos políticos y de la impresión de libros de la colección esotérica que impulsara López Rega. En el escrito se mostraron decepcionados con la actitud de los obreros "por no asumir el rol de accionistas y dedicarse a realizar juicios indemnizatorios". Véase expediente 23331,legajo 36314 del Juzgado Comercial N° 13, secretaría 25. Juzgado Nacional Penal y Económico. 
Aprovecharon la oficina que les prestó un abogado para refugiarse y crearon una agencia de contactos matrimoniales para señoras. Entre los dos se repartieron las tareas gerenciales. A veces Carlos Villone entrevistaba a las interesadas para evaluar el perfil del candidato que más se adecuara a sus pretensiones, y su elección recaía sobre el Gordo Vanni. En otras ocasiones, Vanni las recibía en la oficina y era Villone quien oficiaba de gentil caballero. Lograron complementar su avidez económica con la desesperación de las damas, que tomaban al primero que se les ofrecía. Aunque siempre maldecían que nunca caía nada respetable a la oficina, durante unos meses obtuvieron el dinero suficiente para seguir remando. Vanni y Villone fueron el único sostén de López Rega en Buenos Aires, y quienes más creyeron en el sentido de su viaje. Estaban a sus órdenes, ya fuese para encontrar algún producto de exportación o para buscar contactos dentro del peronismo que pudieran proporcionarle algún dinero. En forma irregular, también continuaron sus relaciones con los miembros de la logia Anael. El dúo aprovechaba cada encuentro para recoger sus impresiones de la actualidad política con el argumento de transmitírselas a Perón. Sin embargo, a ojos de los anaelistas, todas sus explicaciones eran argucias esgrimidas para ganarse un almuerzo o un dinero para salvar la semana. Pero Vanni y Villone también buscaban dinero con sentido solidario: en una oportunidad realizaron una colecta entre los miembros de la logia para solventar una costosa operación de cadera de Chiquitina, la esposa de López Rega. 
No obstante los favores recibidos, ninguno de los dos daba información clara respecto de los resultados de la misión de López Rega, que había excedido largamente su promesa de retornar a los tres o cuatro meses de su partida. De todos modos, los integrantes de la logia Anael ya le habían perdido la confianza. Apenas se fue, tuvieron la convicción de que el ex director de Suministros Gráficos los había utilizado como plataforma de acceso a Perón, y que luego había decidido emprender su propio camino. Urien consideraba que la predicción de doña Victoria se había cumplido. 
Además de la quiebra fraudulenta de Suministros Gráficos, de la que sería provisionalmente sobreseído en mayo de 1970, Carlos Villone arrastraba otros tres procesos judiciales de su paso por Salud Pública: uno por malversación de caudales y fraude al fisco (1962); otro por defraudaciones y estafas (1962) y uno más por violación a los deberes de funcionario público (1963). De todas las acusaciones fue sobreseído parcial y provisoriamente en 1967 y 1969. 
Llevado por Vanni y Villone, Urien viajó a Paso de los Libres para conocer a la Madre Victoria. En el curso de un viaje de ochocientos kilómetros por la ruta 14, Villone asociaba el menor de los acontecimientos con un llamado celestial. Cuando una paloma blanca cruzó frente al parabrisas del auto, lo atribuyó a una emanación del Espíritu Santo y afirmó que el encuentro era precedido por buenos sindicalistas que se sentaban ante su escritorio. Sampayo empezaba a notarlo más sereno, con el semblante compuesto, cuando desde afuera se escuchó un grito de López Rega. -¡General! ¡Ya está la comida! ¡Van a ser las diez! 
Perón le preguntó a Sampayo si le apetecía un churrasquito. Pero antes de que pudiera contestar lo interrumpió el secretario.}-No, no, no General. Sólo hay comida para nosotros. 
En ese momento apareció Isabel. Entre delicada y molesta, saludó a Sampayo y le preguntó por qué había llegado a Madrid así de sorpresa. Perón sacó al suboficial del escritorio y lo hizo salir hacia el parque para acompañarlo hasta la calle. Lo llevaba del hombro. "Valor y adelante", le dijo. Sampayo sintió que, en el fondo, seguía siendo un militar. López Rega y Vanni los seguían algunos pasos atrás. 
-Deles un abrazo a todos los compañeros y no me vaya a movimentar un solo suboficial si no es por orden expresa mía. Usted ya conoce el conducto, le advirtió con voz grave. 
Luego, cambiando de tono, le dijo que no tropezara con la banda de hierro del portón de entrada, y cuando lo abrazó para despedirlo, le susurró al oído. -Hijo, cambie de hotel. 
Vanni se ofreció a acompañarlo a pie hasta la ruta. A esa hora ya no había más taxis. Sampayo lo mandó al diablo y se fue. Mientras iba por la calle insultando a viva voz a López Rega, se cruzó con Juanita Larrauri, dirigente de la rama femenina, que iba de regreso al hotel donde se hospedaba. Larrauri lo dejó pasar y luego le preguntó al secretario quién era ese loco que estaba gritando en la otra cuadra. 
-Es Sampayito, un amigo mío, comentó López, mirándolo irse. Yo lo dirijo y lo protejo desde aquí. 
En 1974, el suboficial Héctor Sampayo salvó su vida cuando un militar destinado a la custodia de la residencia de Olivos le advirtió que había visto su nombre en una lista de la Triple A, y se refugió en las afueras de Mar del Plata. Véase capítulo 15. Desde hace veinte años, Sampayo realiza gestiones para que el Círculo Militar coloque en su sede una placa con los nombres de los militares fusilados por la Revolución Libertadora en 1956. En la actualidad, a los 83 años, está al frente de un taller mecánico de Barracas y sigue militando en el Conasub, bajo el mismo lema: "El Ejército es el pueblo de uniforme". Cuando surgió la Triple A en la década de los setenta, el juez Urien criticó a López Rega por haber utilizado el nombre de su teoría de los vértices magnéticos para una organización criminal: "Me arruinó un trabajo de veinte años", se lamentó en entrevista con el autor. Urien falleció en el año 2006. 
Mientras Lanusse intentaba comprometer a los partidos políticos con su proceso de insti- tucionalización, el Líder reorganizó el Consejo Superior Justicialista y nombró a su nuevo delegado, Héctor J. Cámpora. El ex presidente de la Cámara de Diputados de los años cincuenta carecía de juego político propio, lo que le permitía a Perón mantener un férreo control de sus movimientos y dar una señal de intransigencia ante las maniobras de Lanusse. 
Sin embargo, cada uno de sus pasos provocaba incertidumbre en la sociedad argentina. ¿Perón quería volver al país o sólo buscaba una reivindicación histórica? La conducción de Montoneros quiso tener una visión realista sobre este punto y envió a Madrid a Alberto "Chacho" Molina, un santafecino que había participado de las primeras operaciones arma- 
das. A su regreso, Molina transmitió a los suyos la noticia de que Perón pronto enviaría señales para confirmarles cuándo deberían iniciar la campaña para su retorno. La clave estaría en Las Bases. La revista sería lanzada en diciembre para el gran público, montada sobre una empresa de Carlos Spadone. Si en ella aparecía una foto de Isabel con un pañuelo, Montoneros podría lanzar el operativo por el retorno del Líder. 
En su informe a la conducción, Molina comentó también que había mantenido una reunión aparte con López Rega, en la que el secretario había manifestado la intención de llegar a un acuerdo con Montoneros, explicando que, ya que los sindicatos utilizaban bandas armadas como fuerzas de choque, él había llegado a la conclusión de que había que nivelar ese poder militar formando otro grupo armado, es decir, crear un contrapoder. En definitiva, se tra-taba de sellar una alianza entre él y Montoneros. La propuesta movió a risa a la conducción. 
Por entonces, las propensiones ocultistas de López Rega ya eran un hecho público. Cuando encaró una negociación con los gremialistas, la revista Primera Plana bromeó con que desempeñaría el papel de médium entre éstos y Perón. La noche en que utilizó una corbata negra con lunares rojos en el acto de la UOM (erael único que usaba corbata), el mismo medio atribuyó la combinación a criterios" cromático-espiritistas"; Raúl Portal solía llamarlo desde Radio El Mundo a Puerta de Hierro para preguntarle con qué color de ropa debía salir a la calle para estar en armonía con los astros; en una nota publicada en La Opinión, el periodista LeopoldoBarraza detalló con fina ironía los laberintos de Astrología esotérica y reveló detalles de su plan para guiar el regreso de Perón, de acuerdo con la conjunción de sonidos, astros y colores. También mencionaba a Isabel Perón como adscripta a la misma "secta espiritista" que el secretario. El artículo eximía al Líder: decía que las teorías astrológicas de López Rega representaban para él apenas un pasatiempo, una nota de humor que lo divertía. En cambio, el nacionalista Jorge Cesarski, compañero de Kelly en sus andanzas por Chile, fue más duro con el secretario. Hacia noviembre de 1971, aprovechó la presencia de la prensa argentina en Madrid para denunciar que López Rega incurría en "prácticas mágicas y astrológicas" y" tenía secuestrado" a Perón. 
Simultáneamente con la designación de Cámpora como delegado, Perón incorporó al Consejo Superior Justicialista a dos representantes juveniles, Rodolfo Galimberti y Julián Licastro; este último había sido expulsado del Ejército por difundir ideas peronistas. De este modo institucionalizó a los sectores "duros" y logró tener un control más directo sobre ellos. Por otra parte, en la rama política, Perón colocó al coronel Jorge Osinde, quien ya oficiaba como su delegado en Asuntos Militares y también se dedicaba a la importación y la comercialización de mosaicos. Osinde era un viejo conocido de Perón. Durante su primer gobierno había dirigido Coordinación Federal, un organismo de la Policía Federal destinado al espionaje de los opositores, y donde se solía torturar a los detenidos para extraer información. Luego, pasó a trabajar en la Jefatura de Seguridad en el Servicio de Informaciones del Ejército (SIE). El General decidió su designación en el Consejo Superior para contrapesar la incorporación de la "izquierda peronista" al Movimiento. Así, reiteraba su estrategia de colocar bajo su conducción a dos sectores opuestos, reservándose el derecho de hacerlos colisionar para luego oficiar de árbitro. Pocos meses más tarde, en Ezeiza, Osinde terminaría reprimiendo "a los duros" con sus métodos de antaño. Véase capítulo 12. 
El pañuelo de Isabel apareció en el segundo número de Las Bases, del 7 de diciembre de 1971. La foto, en color, está publicada a toda página. La realizó el fotógrafo Jorge Miller, que viajó especialmente a Madrid para retratar al matrimonio Perón. Por su parte, Claudio Ferreira, que cada vez que viajaba a Buenos Aires se hospedaba en el hotel Castelar, se reunía con 
contactos de López Rega, a quienes advertía sobre la inminencia de la ejecución del "Plan Pepsi". Era un código secreto que significaba:" Perón Estará Pronto Según Isabel". 
La oferta de López Rega fue considerada "descabellada" por la organización guerrillera, que sin embargo tomó nota de que el secretario estaba buscando gente para conformar un grupo armado que tenía como enemigo al poder gremial. Pese a que lo visualizaba como un personaje extravagante, Montoneros continuó en cordiales relaciones con López Rega durante todo 1972 debido a su proximidad con el General. Entrevista del autor con Fernando Vaca Narvaja, ex jefe montonero
Cuando López Rega acompañó a Isabel en su segunda gira por Buenos Aires, en diciembre de 1971, le encargó su custodia al nuevo integrante del Consejo Superior, Jorge Osinde, luego de haber sondeado sin suerte a los suboficiales del Conasub. Su paso por los servicios de inteligencia le permitía a Osinde el acceso a información actualizada sobre los movimientos de la vida política. Además, contaba con aparato propio: con la ayuda de su secretario Iglesias, reclutó militares de distintas "cuevas de inteligencia" para proteger a la esposa del General. Isabel arribó a la Argentina con idéntica misión a la que la había traído seis años antes: restablecer la verticalidad en el Movimiento, que estaba reorganizando su conducción partidaria. Pero los sindicatos se negaban a subordinarse al Consejo Superior. En el fondo, desconfiaban de Perón. Temían perder el poder interno que habían acumulado con la estrategia que había empleado Vandor frente a los poderes de turno: golpear primero y negociar después. Pero Vandor ya estaba muerto. En diciembre de 1971, los gremios no podían unificar una estrategia frente a la legalidad institucional y ante la perspectiva del retorno de Perón. Habían perdido liderazgo político y ya no controlaban las estructuras del peronismo como lo habían hecho durante la década de los sesenta. Lanusse intentaba cortejarlos, ofreciendo respuestas favorables a los reclamos gremiales, con la intención de sumarlos al GAN y erosionar de este modo una de las tradicionales bases de apoyo de Perón. 
La nota de Leopoldo Barraza fue publicada en La Opinión del 15 de noviembre de 1971. Barraza moriría asesinado por la Triple A tres años más tarde. Véase Capítulo 15. Para declaraciones de Cesarski, véase revista Panorama del 14 de diciembre de 1971. Por su parte, Paladino, que a partir de su destitución como delegado había salido en busca de aliados (a la vez que se regocijaba por la escasa capacidad y el nulo poder de representación de Cámpora), se ocupó también de golpear a López Rega por sus supuestos contactos con agencias de espionaje, mencionando a la CIA en primer término, y anticipó que los días del secretario junto al General estaban contados. Véase Primera Plana del 28 de diciembre de 1971 
La irrupción de fuerzas nuevas dentro del Movimiento, dispuestas a renovar hombres y transformar estructuras, fue un problema para los sindicatos. Y en especial lo era la juven- tud, que apoyaba sin reservas el regreso de Perón, seducida por su aparente giro a la izquierda y por las señales que daba el Líder de que cualquier método (incluso la vía de las armas) era bueno para el destino del Movimiento y para la toma del poder. 
En ese viaje a Buenos Aires, López Rega se enteró de que Victoria Montero estaba muy mal de salud. A pesar de las desavenencias, la consideraba como la madre que había perdido al nacer, y quiso ir a visitarla. Con el paso de los años, todo había cambiado en la casa. Élida, la cocinera, había muerto de repente mientras se bañaba. Lo mismo sucedió con Juan Montero, el segundo esposo de Victoria, que fue a buscar un saco blanco al ropero y cayó 
redondo al piso. La Madre Espiritual, por entonces, vivía en cama. Hacía meses que no se levantaba. Durante dieciocho años había ocultado que tenía una fístula cancerosa en la mama. Su cuñada Teresita le pasaba cremas y le hacía masajes. Victoria había rechazado siempre la visita de los médicos. Una vez, aprovechando que dormía, la vio el doctor Nacimiento y salió despavorido: dijo que ya no se podía hacer nada. Victoria decía que debía soportar ese estado porque su cuerpo estaba absorbiendo todos los males de la humanidad. 
Una medianoche de fines de diciembre de 1971, López Rega llegó acompañado de Ferreira. Los chicos que jugaban en el patio se mantuvieron a la expectativa. Sabían que acababa de llegar alguien importante. Hacía justo veinte años que López había entrado por primera vez a esa casa en busca de una guía que lo llevara por el camino de la Divinidad. Entonces era joven, vivía atribulado por la muerte de su madre, sufría el derrumbe de su matrimonio y se sentía poseído de fervientes deseos de Verdad. Victoria le pareció un monstruo. Tenía el pecho, la nariz, la boca, los pómulos, toda la cara carcomida por la enfermedad. López Rega se arrodilló ante ella y le pidió perdón por haber abandonado la casa para involucrarse en la tarea política. Intentó explicarle el profundo sentido de su misión, pero ella no lo aceptó. -¿Para qué pide perdón? Usted no debería haberse ido. -El General me necesitaba a su lado, Madre. 
-Perón no lo necesita, porque usted no fue preparado para la política. No sabe nada. Y yo tampoco lo necesito. Váyase, López. Usted nos engañó a todos. Nos abandonó. No pertenece más a la casa. Ya no lo precisamos. Váyase. López Rega tomó su mano y empezó a llorar sobre su cuerpo. -Váyase, volvió a repetir Victoria. 
Con los ojos llorosos, López Rega abandonó el dormitorio ante la vista de los hermanos. Salió al patio. Los niños lo observaban a corta distancia, como incómodos testigos de lo sucedido. Victoria había acogido a mendigos, soldados, delincuentes, prostitutas, pero a López lo había echado. El secretario permaneció solo en el patio, sollozando en la oscuri-dad. Después de varios minutos, la hermana Ema Villone se acercó para consolarlo. -No deberías haberte ido nunca de esta casa, le dijo, e intentó acariciarlo. López la miró furioso: -¿Y vos qué carajo estás haciendo acá, todavía? ¿No te das cuenta que en esta casa no hay nada? ¡Nada! 
Sólo el secretario general de la CGT, José Ignacio Rucci, que no tenía aparato propio y basaba su fuerza en su vínculo con el Líder, era plenamente obediente a las tácticas de Madrid, aunque despreciaba a los delegados que Perón designaba 
En la primera semana de 1972, López Rega decidió usurparle a Spadone el control ejecutivo de Las Bases. Organizó el operativo con el mayor nivel de legalidad posible, hasta el punto de que se trasladó con dos abogados a las oficinas del primer piso de Maipú 73. Hasta entonces, con cuatro números en la calle, Las Bases cumplía con el deseo de Perón de tener un órgano oficial de prensa que representara la unidad y la organización del Movimiento, que difundiera su postura frente al gobierno militar, sus pensamientos doctrinarios, y que sumara las expresiones de los sectores juveniles y combativos, sin olvidar a los gremios, que siempre contaban con buenos recursos económicos. Leyendo los primeros números de Las Bases se advierte el vuelco a la izquierda del peronismo. 
Victoria Montero murió el 27 de abril de 1972. Jamás dijo a qué religión pertenecía. Un tiempo después, guiándose "espiritualmente" (según confió—), una señora golpeó la puerta de la casa y preguntó por ella. Cuando supo que había muerto, se largó a llorar: dijo que la había buscado durante muchos años porque era una de las cinco personas en el mundo que tenía dibujada una estrella en la palma de la mano. Victoria siempre la mantenía tapada. Su elegido para sucederla en la casa fue el despachante de aduana Carlos Silber, pero al poco tiempo éste abandonó su misión por diferencias con Dorita, una sobrina de Victoria, quien tomó la dirección. A los pocos años, Dorita perdió predicamento entre los hermanos y la casa se cerró. En la actualidad, la casa de la calle Rivadavia 1593, ubicada a dos cuadras de la casa donde nació el ex presidente Frondizi, es una fábrica de helados. 
Un artículo explicaba por qué el mundo marchaba hacia el socialismo, otro reivindicaba la teoría de la violencia de Franz Fanon, en un tercero Rodolfo Galimberti, delegado juvenil del Consejo, defendía el trasvasamiento generacional en el Movimiento y las prácticas revolucionarias del pueblo; en un reportaje "bendecido" por el mismo Perón, con una carta publicada en un recuadro, el cura Carlos Mugica reiteraba su compromiso con los pobres y condenaba al capitalismo opresor. La revista también reflejaba el compromiso de los intelectuales: la escritora Marta Lynch, una referente de la burguesía porteña, decía que había que cambiar la escritura de un poema por la portación de un fusil; Dalmiro Sáenz, a quien sus compañeros de militancia montonera habían bautizado "Carbono 14" porque superaba los cuarenta años, planteaba que un sector del pueblo ya estaba en armas y otro sector esperaba su oportunidad para empuñarlas. El staff de colaboradores incluía a Fermín Chávez, Octavio Gettino, José María Castiñeira de Dios, Horacio Salas, Álvaro Abós, Leónidas Lamborghini, Roberto Guareschi y el dibujante Caloi, entre otros. 
Las funciones en Las Bases estaban bien delimitadas. El secretario, que tomó para sí el rol de director periodístico, hacía de nexo entre Perón e Isabel, que figuraban como colaboradores especiales. López Rega también pidió y obtuvo un lugar para su hija Norma, cuyo nombre en el staff del primer número apareció bajo el cargo de "Directora de relaciones políticas y gremiales" y sería adscripta al "Departamento de Arte". Vanni y Villone reportaban al "Departamento Técnico" y Raúl Lastiri era uno de los cobradores de los avisos publicitarios, y también el novio de la hija del secretario. En tanto, López Rega, desde Madrid, enviaba los textos doctrinarios de Perón, editaba la columna de Isabel, titulada Mensajes a la mujer (en una de ellas, se cita un párrafo de La filosofía de la historia” de Hegel) y ordenaba la publicación de sus leyendas hindúes en tipografía roja, para que se pudieran coleccionar por separado. Además, como Napoleón hiciera con El Príncipe de Maquiavelo, el secretario comentaba el libro La comunidad organizada” de Perón, y en uno de sus textos asociaba al General con la Divinidad. 
Pero López Rega no escapaba a las definiciones políticas de la actualidad. Por entonces, Lanusse había creado la Cámara Federal y, a través de rápidos procesos judiciales, iban siendo encarcelados los militantes del peronismo combativo y la izquierda. Además, comandos paramilitares comenzaron a combatir la acción guerrillera con secuestros, torturas y muertes. En el editorial del segundo número, el secretario escribió: Día a día nuestras cárceles se van llenando con juventud nacional. Día a día, los periódicos informan sobre hechos de armas y encuentros violentos. Día a día hombres mueren pagando un tributo de sangre a una insensibilidad ¿Qué podemos esperar en el futuro? Hemos conversado largamente con los abogados que defienden a esta juventud. Sus informes son verdaderamente lamentables. Nos hablan de torturas, vejámenes, muertos, etc., etc. Se nos habla de formaciones especiales de antiguerrilla provistos de elementos de represión, con presupuestos siderales y libertad de acción. ¡Todo se va preparando para un enfrentamiento masivo y cruento, puesto que a una represión mayor, también va un ataque mayor! [...] ¡ante ese tétrico panorama es lógico pensar que nuestra juventud tome otro sendero para hacerse escuchar! 
A fines de la década de los sesenta, Norma López Rega comenzó a viajar a Madrid y junto con Isabel solía tomar sol en bikini en el parque de Puerta de Hierro, lo que despertaba el enojo de su padre, por la atracción que despertaba en la guardia española que vigilaba la residencia. En ese tiempo, López Rega envió a su hija al Comando Táctico del Justicialismo de la calle Tucumán, para que lo mantuviera informado de las actividades. Allí conoció a Raúl Lastiri, que era treinta y cinco años mayor que ella, estaba casado, tenía dos hijos y se movía en un Fiat 600. A principios de 1970, Lastiri y Norma Lópe zRega se fueron a vivir juntos, aunque jamás se casaron. El noviazgo de su hija despertó la furia de López Rega, que no soportaba que su yerno tuviera más años que él. 
Para los comentarios de López Rega sobre La comunidad organizada véanse números 2, 3 y 4 de Las Bases. 
Finalmente, el 2 de mayo de 1972 Las Bases publicaría un reportaje de diez páginas a su director, López Rega, elaborado por Equipo XXI. Cuando le preguntan si es cierto que es astrólogo y que practica el espiritismo, el secretario no lo desmiente: "Soy cristiano de nacimiento y de convicción, creo en un Cristo Divino perfectamente y eternamente vivo, cuyo ejemplo más que teorizar es preciso imitar prácticamente. ¡Toda mi vida así lo ha sido y estoy muy contento de vivir en estado de dicha espiritual!¡ Mi verdad me indica quién soy, y a donde voy y de dónde vengo! ¿Qué me pueden importar los míseros aullidos de las hienas del camino si cumplo con mi Destino y con mi Patria?". El reportaje es más curioso por el origen que por sus definiciones. 
Equipo XXI era una revista de un grupo falangista liderado por Antonio Cortina, cuyo hermano, José Luis Cortina Prieto, era miembro del Servicio de Inteligencia del Estado Mayor de España. En 1975, Antonio Cortina trabajaba en el Ministerio del Interior a cargo de Manuel Fraga Iribarne, y protegería a López Rega, que ya era un prófugo de la justicia argentina. A su custodio, Rodolfo Almirón, Cortina le conseguiría trabajo como guardaespaldas de Fraga Iribarne. Véase capítulo 17. 
La respuesta de las Fuerzas Armadas fue inmediata: el general de división José Rafael Herrera querelló a López Rega como director general de la revista, y a Tulio Rosembuj, el nuevo director responsable, por calumnias e injurias, y reclamó una indemnización por cien millones de pesos. El Ejército prometió entregar ese dinero a villas de emergencia y familiares de "servidores públicos asesinados por terroristas". La Justicia le prohibió al director de Las Bases salir del país. De este modo, al cargar con una querella de los militares, López Rega se mostraba como otro de los luchadores que enfrentaban al régimen de Lanusse. Isabel Perón, solidaria ,demoró su vuelta a Madrid. Sin embargo, el espíritu combativo del secretario duró poco más de un mes. El 24 de febrero, en la audiencia de conciliación, se retractó 
"ampliamente de los términos que puedan haber afectado o injuriado al Ejército Argentino". Además, ofreció difundir la retractación en Las Bases 
(promesa que cumplió publicando una doble página en el número 8) y ocuparse de la revisión, el aligeramiento o la eventual supresión de un artículo "duro" de Perón cuya publicación estaba prevista para el número siguiente. 
A pesar de esa flaqueza frente al poder militar, una vez que regresó a Madrid, López Rega no condenó jamás las acciones guerrilleras (incluso desmintió con un comunicado que Perón lo hubiera hecho) y se preocupó por demostrar durante todo 1972 que cualquier intento de comunicación con el General debería gestionarse a través de él. Este concepto también lo trasladó a Las Bases, a la que intentó erigir como único canal de expresión de Perón, y mucho más cuando Jorge Antonio, en abril del mismo año, compró la revista Primera Plana con el único propósito de apoyar el regreso del Líder. 
En el comunicado, por primera vez, Montoneros reclamaba elecciones libres y sin proscripciones, con Perón como candidato del justicialismo, y además proponía al futuro gobierno (que imaginaba revolucionario) un programa que promovía la nacionalización de los sectores clave de la economía, la expropiación de la oligarquía terrateniente, la burguesía industrial y los monopolios internacionales y el control obrero de la producción. Además, relataba un intento de dos Unidades Básicas de Combate(UBC) de copar la delegación de la Prefectura Naval de Zárate, que había dejado dos suboficiales heridos, ninguna baja propia y la "recuperación" de una pistola calibre 11.25. 
Las posibles consecuencias de este cambio de actitud de López Rega fueron resaltadas por la embajada norteamericana en un cable enviado al Departamento de Estado, el 27 de mayo de 1972: "La Juventud Peronista no recibió con agrado la retractación de JLR y originó la renuncia de varios integrantes de Las Bases. Se especulaba además con la renuncia de JLR como secretario de Perón. Conclusión: Este incidente fue embarazoso para los peronistas, dejando expuesto a JLR, esperando su caída. De todos modos es difícil creer que JLR considerado 'cabeza de turco' actuó sin la aprobación de Perón". El cable está firmado por el embajador David Lodge. 
Hasta noviembre de 1972, cuando retornó a la Argentina, Perón empleó en forma simultánea distintas estrategias para arruinarle a Lanusse su proyecto político, que instru- mentaba a través del Gran Acuerdo Nacional. A la par de las negociaciones con el poder militar, se propuso liderar un Frente Cívico de Liberación que incluiría al resto de las fuerzas políticas de La Hora de los Pueblos, y funcionaría como la antítesis del GAN. Perón quería conducir la restauración democrática desde Madrid. Su vocación de liderazgo también se expresaba en el armado de una concertación social entre los empresarios nacionales y los obreros (representados por José Ber Gelbard y José Ignacio Rucci), que se comprometían a acordar y sostener un programa de estabilidad de precios y salarios durante dos años y a poner en marcha un plan de reactivación industrial. Ese acuerdo le otorgaba a Perón una garantía de pacificación y gobernabilidad. Además, en su amplio dispositivo estratégico, el General siempre tenía a mano la carta alternativa de la "guerra revolucionaria", bajo cuyo lema continuaban en alza las acciones guerrilleras de distintas organizaciones armadas. Los atentados a militares comprometidos con la represión, los intentos de copamiento a unidades de las Fuerzas Armadas para sustraer armas y el secuestro de empresarios extranjeros componían un escenario de tensión y violencia que Perón no desautorizaba. 
Montoneros, que era el único grupo guerrillero que apoyaba el retorno del Líder como vanguardia del proceso revolucionario, había canalizado su inserción dentro del Movimiento a través de la reorganizada Juventud Peronista-Regionales, cuyo líder más representativo era Galimberti, quien actuaba de nexo entre Madrid y Montoneros. Su bandera era "Perón o guerra". Jaqueado por las acciones armadas y la intriga provocada por cada uno de esos movimientos políticos, Lanusse intentó arrebatarle a Perón su condición de estratega distante del campo de batalla y lo desafió a pelear en el territorio local: estableció como condición para la presentación de las fórmulas electorales que cada uno de los candidatos fijara su residencia en el país antes del 25 de agosto de1972. 
La controversia de López Rega con Primera Plana se hizo pública cuando Pedro Olgo Ochoa, periodista de esa revista, aprovechó que Perón despedía en la puerta de su residencia a unos gremialistas y le pidió una entrevista exclusiva. Perón, que se venía negando desde hacía varios días, le dijo que sí, pero su gesto de aceptación fue visto a la distancia por López Rega, quien se interpuso con rapidez entre ambos y comenzó a increpar al periodista: "Te voy a echar de acá a los empujones. ¿Cómo le vas a pedir una nota? ¿No sabés que Las Bases tiene los derechos exclusivos sobre las declaraciones políticas de Perón...?", le dijo. En ese momento se generó una discusión de la que Perón se sintió avergonzado. Finalmente, una semana después, el Líder concedió el reportaje. El gesto fue interpretado como un "resonante triunfo" de Jorge Antonio frente a López Rega. Véase diario La Prensa del 23 de mayo de 1972. La revista Primera Plana rescataría la figura de Perón en detrimento del régimen militar. Ese rol no lo podía cumplir Las Bases, puesto que más allá de los textos doctrinarios, era un house organ de poco ingenio y escasa calidad. 
Y para exasperarlo aun más, lo calificó de instrumentador de trenzas, beneficiario de la ambigüedad e intrigante, que había asumido un rol mitológico en la política argentina para ocultar sus reales intenciones. Si durante diecisiete años a Perón le habían impedido entrar al país, ahora Lanusse lo invitaba para el combate directo, aunque, y éste era el desafío, descreía de su coraje personal: "No le da el cuero para venir", lo azuzó. Su estallido emocional no hacía más que revelar la impotencia del régimen por incorporar a los partidos políticos en el GAN. 
La JP respondió el desafío desdelos muros: "Perón vuelve cuando se le cantan las pelotas". El Líder estaba lejos de someterse a las reglas impuestas por Lanusse. Hacia el mes de agosto de 1972 había sido designado candidato a presidente por el justicialismo, pero tenía la certeza de que las elecciones ya no resultaban indispensables para retomar el poder. Según un cable de la embajada norteamericana, elaborado sobre la base de una conversación con José Gelbard, hacia agosto de 1972 el Líder estaba convencido de que Lanusse estaba en una posición débil y que armar un golpe en su contra sería sencillo. Pensaba que la CGT estaba lista para llamar a un paro general en apoyo a su candidatura y que el resto de los partidos, viéndolo como el único candidato viable, podría apoyarlo a través de una "abstención revolucionaria". Perón sentía que tenía a su disposición la mayoría de las cartas y que podía sacar del juego a todos. Subordinado a sus órdenes, cada sector cumplía un rol táctico, a veces con posiciones contradictorias entre sí, pero que respondían globalmente a su estrategia. Y en la cúspide estaba él, que mantenía la cohesión interna a través dela devoción, la confusión y la esperanza, y emergía como el único hombre capaz de salvar al país del caos. Irritado con los militares, el pueblo volvía a legitimarlo como líder político. 
Hacia fines de septiembre, después de que la Armada Argentina hubiera detenido y fusilado a diecisiete guerrilleros que acababan de fugarse de la cárcel de Rawson, las aspi- raciones de Lanusse de firmar el GAN con los partidos políticos ya estaban deterioradas. Sólo entonces Perón adoptó una posición conciliadora, que desconcertó a los militares: les hizo llegar un plan de diez puntos como base de un acuerdo programático para la recons-trucción nacional, pero con exigencias difíciles de cumplir para un gobierno de facto, como era el caso de la amnistía a los guerrilleros, el reemplazo del ministro del Interior Arturo Mor Roig y la anulación de la exigencia de residir en el país antes del 25 de agosto. 
El "memorando de conversación" fue enviado por la embajada de los Estados Unidos al Departamento de Estado el 11 de octubre de 1972. Se elaboró a partir de un encuentro en el Círculo Italiano entre Gelbard y Wayne Smith, agregado político de la embajada. Gelbard restó importancia al rol de Cámpora como delegado de Perón. Lo calificó como "el chico de los mandados". 
Pero después de que esa posibilidad se frustrara (la Junta de Comandantes no aceptó cambiar el marco de las discusiones), el Líder decidió regresar al país para "promover la paz y el entendimiento" entre los argentinos. En su fuero íntimo, guardaba la esperanza de que, apenas aterrizara en Ezeiza, luego de diecisiete años de exilio, estallara un nuevo 17 de octubre, a consecuencia del cual el gobierno militar caería en medio de movilizaciones y levantamientos populares. Si esto no ocurría, y el proceso electoral seguía en pie sin su participación directa, Perón, que ya había acumulado el suficiente poder como para elegir un candidato propio dentro de la conformación del Frente Cívico que había pergeñado, se las arreglaría para manejarlo por teléfono desde Madrid. 
El 16 de noviembre de 1972, Perón partió desde Roma y arrastró a más de doscientos fieles en un avión de Alitalia. López Rega se sentía exclusivo artífice de ese retorno y dueño absoluto de la intimidad del General. En los siete años que había vivido junto a él y su esposa en Puerta de Hierro había construido una nueva rama dentro del peronismo: el poder doméstico. El Perón que regresaba al país era obra suya. Pero para que ese hombre (esa obra) funcionara, él debía protegerlo y cuidarlo. Apenas el General abordó el avión que lo llevaría a la Argentina, Isabel le cedió la butaca a su marido, pero el secretario se ocupó de extenderle las piernas al General sobre un almohadón, le desató los zapatos y los acomodó a un costado ;luego cubrió su cuerpo con una manta de la compañía aérea y se sentó en una butaca de la fila de al lado, para custodiar sus sueños. Había cumplido su misión. 
FUENTES DE ESTE CAPÍTULO
Para Suministros Gráficos, se consultó el expediente de la quiebra judicial archivado en Tribunales; acerca de la influencia doméstica de López Rega se realizaron entrevistas a Héctor Sampayo; sobre Victoria Montero y López Regaf ueron entrevistados Ema Villone, Luis Silber, Nilda Silber y Marta Silber; sobre las cuestiones relativas a la edición de la revista Las Bases se entrevistó a Carlos Spadone. Pedro Olgo Ochoa fue entrevistado acerca de su controversia con López Rega. Para la descripción de los últimos meses de la relación Perón- Lanusse fueron consultados cables desclasificados del Departamento de Estado norteamericano y los libros El Ejército y la política en la Argentina. 1962-1973, 
de Robert Potash; Nueva Historia Argentina, tomo IX (1955-1976); Nueva Historia de la Nación Argentina. Período 1955-1973, de Samuel Amaral; y Perón y la guerra sucia, de Carlos Funes.