sábado, 4 de abril de 2020

CASTELLANI: ADVIRTIÓ HACE 75 AÑOS

 

CASTELLANI: ADVIRTIÓ HACE 75 AÑOS


Conservando los restos

A MODO DE PRÓLOGO

[Decíamos Ayer  – 24 de febrero de 1945]

“El filósofo, como el médico, no tiene remedio para todas las enfermeda­des… A veces, todo lo que puede dar como solución es oponerse a las falsas soluciones… Puede, con el pensamiento, poner obstáculos para retardar una catástrofe; pero en muchos casos no puede sino prever la catástrofe; y a veces debe callarse la boca, y lo van a castigar encima…”

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La firma de las Actas de Chapultepec, o sea el tratado con Panamérica, que pretende fundar en el continente una especie de Superestado intitulado Panamérica o Unión Americana, es una desgracia nacional, equivalente a una guerra perdida; y quizá peor. Es la ruptura con nuestra tradición hispánica. 

Es la consumación de la apostasía nacional de 1889. Es el emprendamiento del albedrío nacional a una nación lejana, protestante y atea. Es una claudicación.
Esta claudicación se ha querido cohonestar con dos principios francamente lastimeros, a saber:
uno, el de la Política Realista (“no podíamos menos, no podemos vivir aislados, hay poderosas razones de Estado”… etc.);
otro, el de la Religión Democrática (“hay que obtener la paz y la felicidad del género humano por los caminos del derecho, la justicia y el progreso”… etc.).
Nos han atado al carro de los que hoy edifican una babélica y falaz Paz Universal, basada no en Dios y su Iglesia, sino en las solas fuerzas del Hombre descristianizado. La pagaremos nosotros los débiles esa paz, tanto si se consigue como si no se consigue. Y por desgracia para el mundo, es posible que se consiga.
“Todo lo que hemos hecho no ha podido evitar una pacificación del mundo sobre una base que no es Cristo. La intención de Dios y de sus Vicarios ha venido enderezada desde hace siglos a reconciliar a los hombres por los principios cristianos; pero rechazada una vez más la Piedra Angular, que es Cristo, ha surgido una unidad sin semejante y enteramente nueva en Occidente. Esto es lo más peligroso y funesto, precisamente por el hecho mismo de contener tantos elementos incontestablemente buenos. La guerra, según se cree, queda extinguida por largo tiempo, reconociendo al fin los hombres que la unión es más ventajosa que la discordia. Los bienes materiales se aumentan y amontonan, en tanto que las virtudes vegetan lánguidamente, despreciadas por los gobernantes y negligidas, en consecuencia, por las masas. La filantropía ha reemplazado a la caridad, la hartura de goces y comodidades a la esperanza de los bienes invisibles; la hipótesis científica a la fe…” (R.H. Benson, The Lord of the World, II parte, capítulo II, párrafo IV).
Esto dijo Silvestre IV; o, mejor dicho, esto dirá dentro de algunos años, si la hipótesis de la pacificación en el Anticristo se verifica. Hacia esa pacificación se han apresurado solícitamente a comprometer al país y su limpia tradición nuestros representantes del pueblo.
Esto es lo que llaman política realista, los barcos cargados de ferreterías que nos mandarán en seguida en cambio de nuestro honor católico y español.
“En la presente edad no será la Iglesia, mediante un triunfo del espíritu del Evangelio, sino Satanás, mediante un triunfo del espíritu apostático, quien ha de llegar a la pacificación total (aunque perversa, aparente y breve) y a un Reino que abarcará todas las naciones; pues el Reino mesiánico de Cristo será precedido del reino apóstata del Anticristo”.
La gran apostasía parece que comienza a perfilarse en el mundo, porque las impulsiones de la herejía han adquirido por fin volumen cósmico. Y esas impulsiones la Argentina ni puede substraerse a ellas ni tiene tradición de haberse resistido mucho.
Hay que despertar pues y cargar las armas; el “peto de la fe, la espada de la Palabra de Dios, el yelmo de la buena voluntad”, y ojalá que esta prueba de Dios sirva para depurar y encender nuestro adormilado catolicismo. Porque no nos engañemos: Chapultepec es un tratado político militar pero enraizado en una ideología religiosa, y de consecuencias directamente religiosas.
La respuesta del teólogo es que, si lo único que uno puede hacer en un momento dado es malo, dañoso o perverso, no hay que hacer nada y marcharse del lugar que uno ocupa antes de violar la ley moral, aunque sea por omisión.
— Yo no puedo hacer más. Ninguno está obligado a hacer más de lo que puede.
— Pero todo hombre está obligado a PODER LO QUE DEBE.
Lo cierto es que las grandes marejadas de la tormenta del Occidente han alcanzado a la Argentina y la han encontrado impreparada. La oleada de esta guerra le ha roto el mástil con la bandera, la ha desmantelado a bordo y ha dañado la obra muerta.
Cuando pasa una desgracia así, uno debe acudir a salvar lo que queda y a reparar lo perdido, si es posible. Y en último caso, salvar la vida, si el barco no es posible.
Salvar la vida en el presente caso, significa la salvación en sentido religioso: salvar su conciencia. Porque no os engañéis, la contienda en que actualmente se debate el mundo es, en el fondo, religiosa.
Conozcamos pues la situación de una buena vez: el Estado, que en el mundo moderno tiende a separarse de la Nación (pese a todas sus proclamaciones de democracia) y a convertirse dentro de ella en un organismo parasitario, nido de tiranías, ha dejado en la Argentina de ser católico, aunque cuando le venga en gana haga política clerical, que es la falsificación de una política católica.
Y la prueba de que ha dejado de ser católico es que no se guía ya por los principios elementales de la moral católica en la producción de los actos más solemnes y trascendentales de su función rectora; como es eminentemente una declaración de guerra.
Mis amigos, mientras quede algo por salvar; con calma, con paz, con prudencia, con reflexión, con firmeza, con imploración de la luz divina, hay que hacer lo que se pueda por salvarlo. Cuando ya no quede nada por salvar, siempre y todavía hay que salvar el alma.
(“¿Qué me importa a mí de vuestros cines, de vuestros teatros, de vuestras fiestas, de vuestros homenajes, de vuestras revistas, de vuestros diarios, de vuestras radios, de vuestras milongas, de vuestras universidades, de vuestros negocios, de vuestras politiquerías, de vuestros amores, de vuestros discursos, oh rumiantes de diarios, empachados de cine y ebrios de palabrerías? Dentro de pocos años os espero en el Cementerio”).
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Es muy posible que bajo la presión de las plagas que están cayendo sobre el mundo, y de esa nueva falsificación del catolicismo que aludí más arriba, la contextura de la cristiandad occidental se siga deshaciendo en tal forma que dentro de poco no haya nada que hacer, para un verdadero cristiano, en el orden de la cosa pública.
Ahora, la voz de orden es atenerse al mensaje esencial del cristianismo: huir del mundo, creer en Cristo, hacer todo el bien que se pueda, desapegarse de las cosas criadas, guardarse de los falsos profetas, recordar la muerte. En una palabra, dar con la vida testimonio de la Verdad y desear la vuelta de Cristo.
En medio de este batifondo, tenemos que hacer nuestra salvación cuidadosamente.
Los primeros cristianos no soñaban con reformar el sistema judicial del Imperio Romano, sino con todas sus fuerzas en ser capaces de enfrentarse a las fieras; y en contemplar con horror en el emperador Nerón el monstruoso poder del diablo sobre el hombre.
Ni con juicio oral, ni con el juicio político, ni con la Suprema Corte van a curar nada, mientras los argentinos de hoy seamos lo que somos, esencialmente descangallados, mientras perdure el desorden y el histerismo actual y la gran maquinaria invisible de ese desorden y ese histerismo, vigilada celosamente por el Ángel de las Tinieblas.
Pero eso sí, que no pongan sobre esa maquinaria, ni sobre lo que es puramente terreno, que todo es mortal y contaminado, ni a la Persona de Cristo, ni su Nombre, ni su Corazón, ni la imagen inviolable de la Mujer que fue su Madre. Con esto sí que no hay reconciliación. Contra esto hay guerra perpetua. Mientras yo tenga vida, mi función es luchar contra el error religioso, la mentira en el plano de lo sacro y el Padre de la Mentira. Sin eso, no puedo salvar mi alma, ni me es lícito dormir, ni comer siquiera.
Yo no sé de cierto si estamos o no cerca del fin del siglo. Pero lo sospecho. Y lo deseo. El fin del siglo es el retorno de Cristo. Para ver el retorno de Cristo vale la pena pagar la entrada.
Cristo anunció que esa entrada no sería barata. Pero que valía la pena.
Veni, Domine Jesu