Sentada a la cabecera, la presidenta anunció la continuidad del proyecto
de la "Argentina Potencia" que había iniciado su marido. También
incursionó en un tema privado, pero que indudablemente tenía implicancias
políticas. Dijo que le habían llegado rumores acerca de la existencia de una
supuesta vinculación sexual entre ella y el ministro de Bienestar Social, y
aprovechó para preguntarles a los presentes (y ése era el tema central de la
convocatoria) si tenían alguna objeción que realizar sobre la gestión de su
ministro, a quien (recordó) Perón quería como aun hijo. Isabel esperó unos
momentos, pero como nadie hizo ningún comentario dijo que había pensado en la
posibilidad de que, a partir de entonces, López Rega continuara con sus
funciones como secretario privado de la Presidencia, y actuara como una suerte
de ministro de enlace del gabinete.
Al ministro de Trabajo, Ricardo Otero (hombre de la UOM), la propuesta
le pareció formidable. Lo mismo opinó el canciller Vignes. "Era lo que
correspondía", dijo. Las pala-bras del ministro de Justicia, Benítez,
fueron tan cuidadosas que lindaban con la inocuidad. Otros ministros imitaron
su línea. El temor a las represalias de López Rega los había vuelto prudentes.
Sin embargo, en la reunión hubo matices: Llambí dijo que prefería que todo
continuara como antes, de manera que cada ministro pudiera comunicarse
directamente con la presidenta; el presidente del Senado, José Antonio Allende,
puntualizó que el nuevo mecanismo no estaba contemplado en la Constitución.
Ángel Federico Robledo, de Defensa, y Jorge Taiana, de Educación, se opusieron
con un poco más de énfasis.
Ese día, un grupo de ministros liderados por Gelbard se había contactado
con el almiran-te Massera y con Balbín; tenían la intención de conformar un
bloque de apoyo, sensato y razonable, para rodear a la presidenta y obligarla a
desprenderse de López Rega. En el momento en que Balbín tomó la palabra,
pareció que ese plan iba a prosperar. El dirigente radical dijo que le parecía
inconveniente que López Rega tuviese una influencia hegemónica en el gobierno,
porque su presencia podía ser un factor de irritación. Isabel tuvo un gesto de
dureza ante esas palabras inesperadas, pero Balbín prosiguió. Comentó que tenía
informa- ción de que en el interior del Ministerio de Bienestar Social había
armas, y que ese solo elemento, teniendo en cuenta la violencia desatada
"desde los dos bandos", hacía necesario acotar su influencia para preservar
la imagen presidencial, que debía mantenerse "inmaculada".
-Pero qué disparate, Balbín. ¿Cómo piensa eso de Daniel?, reaccionó
Isabel.
López Rega también se defendió diciendo que su misión siempre había sido
servir al General, en defensa de la Patria y con el propósito de unir a los
argentinos. Tomando nota de la postura de la presidenta en el contrapunto,
Gelbard prefirió mantenerse en silencio. Massera y el resto de los militares,
también. Isabel concluyó diciendo que lo que era bueno para Perón, también iba
a ser bueno para ella, y cerró la reunión.
Esa misma tarde, en Don Torcuato, muy cerca de Olivos, apareció
asesinada Elsa Celia Argañaraz, una militante de la Juventud Peronista, de19
años. Antes de morir había sido violada. Su esposo fue apaleado cuando fue a
retirar el cadáver a la comisaría. Por la noche, la Secretaría de Prensa y
Difusión comunicó que López Rega continuaba desempeñándose como secretario
privado dela presidenta.
La supuesta relación íntima entre López Rega e Isabel era un asunto de
interés en las conversaciones del personal doméstico de la residencia
presidencial. Ninguna tenía pruebas directas de que tuvieran alguna otra vinculación que no fuese la
espiritual y afectiva, pero atribuían valor de evidencia a los rastros azulinos
de la tintura del pelo que Isabel utilizaba para taparse las canas, que las
muchachas que tendían las camas solían encontrar tanto en la almohada de su
dormitorio como en la almohada del dormitorio del ministro. Otro elemento que
alimentaba esa creencia era el hecho de que en los viajes, y durante muchos
años, Isabel y López se alojaban en habitaciones que tenían alguna puerta que
las conectaba internamente. También otorgaban valor indiciario a los celos de
López Rega, cuando después de algún asado en el quincho de la residencia miraba
a la presidenta que se paseaba en traje de baño al borde de la piscina y
comentaba: "Isabelita y Pedro Eladio Vázquez están muy juntos". Eso
no le gustaba.
Luego de que murió Perón, desde la Casa Militar que controlaba la
seguridad de la residencia de Olivos le hicieron saber a López Rega que para
guardar las formas ante la condición de viuda de la presidenta, convenía que se
mudara de su dormitorio del primer piso al chalet de huéspedes. Incluso
empezaron a refaccionar el lugar y demolieron media pared para colocar una
ventana con vista al parque. Pese a los esfuerzos castrenses, López Rega tomó
la casa como su escritorio personal y prefirió mudar sus pertenencias al
dormitorio de Perón. Empezó a dormir en su cama. Desconfiaba de los
uniformados. Su seguridad dentro de la residencia de Olivos era un tema que le
preocupaba, porque si bien se sabía un blanco de Montoneros, entendía que sus
enemigos también pertenecían a la esfera del poder. Y desde allí lo
espiaban.
Todas las mañanas, a las 8.30, en auto o en helicóptero, López Rega e
Isabel compartían el viaje desde la residencia de Olivos hasta la Casa de
Gobierno. Esta costumbre frustró la aspiración de Montoneros de matar al
secretario privado. En los actos públicos, los militantes de la Tendencia
siempre se lo recordaban: "¡Montoneros/ el pueblo te lo ordena/ queremos
la cabeza del traidor de López Rega!".Cuando murió Perón, hubo una
discusión interna en la conducción: no sabían si debían atentar contra López
Rega e Isabel, o si debían excluir del hecho a la presidenta. Lo cierto era que
siempre se mostraban juntos. Los Montoneros ya tenían todo preparado: habían
alquilado un departamento sobre la Avenida del Libertador, camino obligado
desde la residencia de Olivos a la Casa de Gobierno, y desde allí excavaron y
llegaron a un viaducto, donde, a la altura de la avenida, colocaron los
explosivos. Finalmente se decidió no hacer la operación si ésta implicaba
terminar con la vida de la presidenta. Era una cuestión institucional y también
significaría un agravio a la memoria del General. Como López Rega jamás se
despegó de Isabel en sus viajes, el plan se frustró. (Entrevista con el ex jefe
montonero Fernando Vaca Narvaja.) Por otra parte, dentro de la residencia de
Olivos, López Rega intuía que Dolores Ayerbe, la secretaria de Isabel, se había
dejado ganar por la simpatía y elegancia del almirante Massera, y le informaba
sobre sus movimientos. También tenía conocimiento de que Zulema Conti de
Fernández, la gobernanta que abanicó a Perón al momento de morir, respondía a
Lorenzo Miguel. Conti de Fernández había trabajado en el Policlínico de la UOM
y fue contratada en la residencia presidencial por recomendación del
sindicalista. Las sospechas de López Rega sobre su verdadero rol tomaron cuerpo
cuando, al regresar de una provincia, luego de dos días de ausencia, encontró
todos sus papeles revueltos. (Entrevista a la mucama del matrimonio Perón,
Rosario Álvarez Espinosa.)
Tras la muerte de Perón, López Rega inició una nueva escalada por la concentración
del poder. Su objetivo (como lo había sido siempre) fue apuntalar la
personalidad de Isabel, ayudarla a que se aferrara en el poder, ahora en su rol
de presidenta y, por último, a través de ella, dominar la Argentina. La
dimensión de su estrategia se traslució en la portada de Las Bases del 16 de
julio. Allí estaba Isabel, de apariencia un tanto momificada, con su
rostro pétreo, el peinado recogido al estilo de Eva, y exhibiendo todos sus
atributos: sentada en el sillón de Rivadavia, luciendo la banda presidencial,
aferrando el bastón de mando, engalanada con una capa negra. El título era:
"¡Y ahora, todo!". Para hacer más efectivo (e ilustrativo) su dominio
sobre la presidenta, López Rega instaló su escritorio en el hall que conducía
al despacho presidencial, que hasta entonces utilizaban los edecanes. Los
corrió de ese lugar y se plantó ahí como si fuese un recepcionista que
autorizaba o negaba el ingreso de las personas que deseaban ver a Isabel.
Cuando otro compromiso de Estado lo obligaba a salir de la Casa de
Gobierno, dejaba en custodia de la puerta presidencial al canciller Vignes,
quien se sentía orgulloso de que el secretario norteamericano Henry Kissinger
lo llamara "Alberto", su nombre de pila. López Rega también les ordenó
a sus custodios Almirón y Rovira que guardaran sus pertrechos de guerra en una
oficina del primer piso. Como secretario privado de Isabel, el ministro de
Bienestar Social conservó el mismo gusto por la interrupción de los encuentros
ajenos que ya mostraba en los tiempos de Puerta de Hierro: si un funcionario
conversaba a solas con la presidenta, López Rega ingresaba en el lugar de la
reunión para advertirle que afuera estaba esperándola una señora para
agradecerle la muñeca que le había regalado a su hija. Si Isabel, molesta por
el ingreso, le decía que estaba intentandor esolver un tema difícil y lo
enviaba fuera de su despacho, a los cinco minutos López Rega reaparecía para
recordarle la presencia de la señora. A Isabel, la supervisión y el control
constantes que el secretario ejercía sobre sus tareas la volvían indecisa y
vacilante. Casi como regla general, después de conversar con López Rega, la
presidenta solía arrepentirse de una decisión acordada con un ministro y le
notificaba que se suspendía. La tensión que le provocaba la complejidad de los
asuntos de Estado le impedía concentrar su atención en cada tema más de quince
o veinte minutos.
En los momentos en que se sentía más comprometida emocionalmente, su
secretaria particular, Dolores Teresa Ayerbe, debía entrar al despacho y darle
una pastilla para calmar los nervios. Por lo general, las jornadas diarias de
la presidenta en la Casa Rosada terminaban hacia el mediodía. Después marchaba
hacia Olivos para evaluar algún asunto pendiente, jugar al té canasta con su
amiga Nélida De Marco o con la esposa del embajador en España José Campano (a
quien pensaba designar canciller), o recibía a Bruno Porto, su peluquero.
Su secretario privado solía marcarle la frontera del mundo de la Casa
Rosada con el de la residencia presidencial: -Es la una. Hay que ir a comer la papita..., le advertía,
cariñoso.
A partir de la muerte de Perón, López Rega estaba convencido de que el
espíritu del General se había encarnado en su persona, conservaba la íntima
convicción de que todas sus acciones estaban avaladas por la Divinidad y nada
ni nadie lo detendría hasta que todos los argentinos fueran felices. Se sentía
espiritualmente reconfortado por el hecho de que todas sus predicciones se
hubieran cumplido. Al cabo de nueve años de intensa y paciente labor,
atendiendo el tránsito planetario y el ordenamiento cósmico, había convertido a
Isabelita en presidenta. Y ahora, a él, Daniel, le competía salvar a la
Argentina. En consonan-cia con el paradigma ideológico de los masones y
norteamericanos, creía que el obstáculo para la realización de su misión seguía
siendo "la infiltración marxista", pero no buscaba depositar
exclusivamente allí el origen de todos los problemas del país: "La
dependencia también está en el alma", advertía.
Para afirmarse en el poder, a su condición de jefe virtual de la policía
y distribuidor de recursos asistenciales se propuso sumar el dominio de los
medios de comunicación. Con este paso, concentró tres instrumentos clave de dominio: el dinero, la
policía y, ahora, la censura a la oposición. A mediados de julio de 1974
impulsó la estatización de los canales de televisión privados. Hasta entonces
los permisionarios mantenían una posesión precaria. Sus concesiones estaban
vencidas. Al respecto, Perón había adoptado una política guiada por la cautela
y sujeta a constantes negociaciones entre lo público y lo privado.
Muerto el General, y mientras en el gobierno había sectores que
recomendaban realizar una nueva licitación para continuar con la línea
moderada, López Rega impulsó una medida drástica: estatizar los canales. La
intervención se consumó con la idea de que el Estado terminaría con el
"vacío cultural" y el "amarillismo" de las emisoras
privadas, y promovería desde la pantalla programas que tendieran a recuperar "el
ser nacional". La iniciativa contaba con el apoyo activo de los gremios de
la comunicación y los actores (el dirigente emblemático era Luis Brandoni),
quienes imaginaban que los canales recuperados serían puestos "al servicio
del pueblo".
En octubre de 1973, el Estado concedió una prórroga por 180 días a los
permisionarios privados. Desde entonces, la conducción fue compartida. El
Estado vigilaba el contenido de los noticieros y mandaba al aire los discursos
de ministros o secretarios, y también cubría los actos de la CGT. Los privados
se ocupaban del resto de la programación. En repetidas oportunidades Perón se
negó a firmar el decreto de estatización de los canales. Prefirió que una
comisión de la Cámara de Diputados estudiara una solución consensuada para el
futuro régimen por el que se regularía el servicio público de radio y
televisión.
Ya se habían conformado cooperativas para la producción de programas y
también se habían discriminado los porcentajes de aire que le corresponderían a
cada sector. El 22 de julio de 1974, con el tiempo de prórroga vencido y el
decreto de estatización firmado, dece- nas de custodios y policías de civil
tomaron las instalaciones de tres canales privados de Buenos Aires y dos del
interior. Entraron con las armas en la mano, bajo los aplausos de los empleados
y los gremios, que, guiados por muchos años de rencores contra sus antiguos
jefes, anunciaron que a los "emperadores de la televisión" les había
llegado su Waterloo. Cuando Tomás Hernández, representante legal de Canal 11,
fue a asentar una denuncia policial a la seccional 18, el comisario Villar le
ordenó al subordinado que estaba a cargo que lo echara a patadas.
Pero, al margen de la desprolijidad de las formas con que se instrumentó
el decreto, y con la certeza de que se ejercía un acto de reivindicación
soberana, el Estado (guiado por el consejo del secretario legal y técnico,
Julio González) no se ocupó de inventariar el equipamiento y los bienes físicos
de las sedes de los canales, que correspondían a los permisionarios, y luego se
los expropió por ley. Por tal razón, años más tarde, después del golpe militar
de 1976, los "emperadores" fueron indemnizados con sumas millonarias,
notablemente superiores al valor de sus bienes en el momento de la ocupación.
Con lo que embolsaron, comprarían nuevamente las concesiones y les sobraría
plata.
Luego de la estatización, los programas emitidos al aire no propenderían
a la formación cultural ni atenderían a la difícil tarea de construir o
reflejar un esquivo "ser nacional". Nada de eso: se convirtieron en
un instrumento de censura manejado por el gobierno, bajo obser- vación de López
Rega. El nivel de encendido cayó en forma ostensible. El cine se recuperó, pero
tampoco pudo evitar la tijera dela censura. Para gestionar el control
televisivo, el ministro de Bienestar Social reemplazó a Emilio Abras en la
secretaría de Prensa y Difusión por José María Villone, quien hasta entonces
había desempeñado la triple función de director del Banco Hipotecario e
interventor de Radio El Mundo y también de la autogestionada imprenta estatal Codex, donde los grupos juveniles del lopezrreguismo
tenían pista libre para imprimir afiches para actos públicos y
movilizaciones.
En el caso de Alejandro Romay, permisionario de Canal 9, fue indemnizado
con 35 millones de dólares. Luego, volvió a retomar la concesión del canal
durante el gobierno de Raúl Alfonsín, en la década de los ochenta. En 1997
vendió el canal en 180 millones de dólares.
José María Villone fue tanto o más "duro" que López Rega en el
control de las comunica- ciones, y precisamente por esas actitudes de
independencia en sus decisiones comenzó a chocar con el ministro. Desde la
Secretaría de Prensa y Difusión, Villone despojó a los gre- mios televisivos de
sus sueños cooperativistas y tomó al pie de la letra las directivas reservadas
del Partido Justicialista de octubre de 1973, que impedían "la propaganda
de los grupos marxistas, máxime cuando se presenten como si fueran peronistas,
para confundir", y también el ítem que ordenaba que "no se admitirá
comentario, estribillo, publicación o cualquier otro medio de difusión que
afecte a cualquiera de nuestros dirigentes".
Empezó por no renovar los contratos de dos programas de humor político
("Telecó-micos" y "Déle crédito a Tato"). La cosa ya no
estaba para bromas. Y después levantó la mesa de los almuerzos de la actriz
Mirtha Legrand (cuya carrera, en sus inicios, había sido promovida por el mismo
Villone), porque no contribuía al "proceso de unidad y recons-trucción
nacional". Legrand apelaría a Isabel, que la recibió con un té en Olivos,
pero nada haría cambiar la decisión del secretario de Prensa y Difusión,
convertido en el "comisario político" del lopezrreguismo. La censura
excedería el marco de la pantalla.
La llegada de José María Villone a un punto neurálgico del poder fue
parte delos cambios en el gabinete. Pasado un mes de la muerte de Perón, Isabel
seguía blandiendo las renun-cias de sus colaboradores sin tomar decisión
alguna. Frente al vacío generado por la ausen-cia del Líder, fueron muchas las
presiones que debió soportar su sucesora. Al margen de la avidez de su
secretario privado, se sumaban las presiones de los sindicatos y del aparato
justicialista, que la apoyaban sin reservas en nombre de la ortodoxia y de un
verticalismo enfermizo. Ellos coincidían con López Rega (que no había surgido
de ningún aparato del peronismo) en la cruzada por la pureza ideológica del
Movimiento, pero se resistían a la posibilidad de que el poder del secretario
se extendiera sobre todos los sectores del país y los utilizara como apéndices
de su voluntad de dominio.
Por otra parte, también pesaban sobre la conciencia de Isabel los
consejos de Perón, que desde su lecho de enfermo le había reiterado que no
olvidara a Balbín en su futuro gobierno. Estos llamados póstumos del General
implicaban la conformación de un gabinete de coalición, que abriría la gestión
de gobierno hacia otros partidos y permitiría reforzar la institucionalidad.
Pero la balanza de Isabel se inclinó hacia la ortodoxia justicialista: aceptó
la renuncia del ministro de Educación Jorge Taiana (considerado por López Rega
un protector de Montoneros por cuestiones ideológicas y familiares) y las de
Benito Llambí y Ángel Federico Robledo, que habían objetado a Daniel en la
reunión del 5 de julio. El ministro de Economía, Gelbard (a quien Perón
asignara el rol de piedra angular de la goberna-bilidad), se mantuvo en el
gabinete pero en posición inestable: la ortodoxia peronista lo consideraba un
elemento ajeno a su tradición, y además, a partir de la muerte de Rucci, el
pacto social había ido perdiendo apoyo gremial y estaba siendo agujereado por
los aumentos de precios de los productos, mientras que los salarios se
mantenían congelados.
También se cerraron por decreto diarios y revistas aduciendo cuestiones
ideológicas o morales, se restringió la información que enviaban las agencias
de noticias extranjeras y se prohibió la realización del festival de Cosquín
para evitar la difusión de, entre otros, César Isella, Mercedes Sosa y Horacio
Guarany (quien, el día que le pusieron una bomba en la camioneta estacionada en
la puerta de su casa, saldría por el barrio de Villa Urquiza a insultar a López
Rega), a los que se acusaba de haber distorsionado la esencia nacional del
folklore para transformarlo en un "cancionero marxista". Cada una de
las acciones que tomaba Villone las festejaba El Caudillo. Incluso Felipe
Romeo, con su delgadez y su flequillo que le caía sobre la frente al estilo
Dustin Hoffman, empezó a frecuentar su oficina. Ya no había duda de que aquel
que resultara afectado por la censura ideológica y cultural del lopezrreguismo
quedaba expuesto al fuego de la Triple A.
En reemplazo de los ministros salientes, la presidenta designó en
Interior a Alberto Rocamora, un peronista histórico y "dialoguista";
ubicó en Defensa a Adolfo Savino, un hijo de la comunión entre López Rega y
Licio Gelli, y al frente de Educación al octogenario Oscar Ivanissevich, un
cirujano de la vieja guardia peronista, quien fue rescatado del ostracismo
(estaba dirigiendo la campaña de reforestación del ejido metropolitano) para
conducir la misión de extirpar el marxismo en la universidad. En el marco del
creciente impulso de la violencia paraestatal y de las acciones guerrilleras
del ERP y de Montoneros, la seguridad era uno de los temas clave de las
reuniones de gabinete.
Antes de morir, Perón había evaluado la creación de un Consejo Nacional
de Seguridad, con la participación de las Fuerzas Armadas, pero López Rega
había bloqueado con éxito dicha iniciativa. El ministro quería mantener bajo su
órbita el control de las fuerzas tanto legales como ilegales que reprimían a la
guerrilla. Le quitó la significación política y la comprensión humana que,
tanto él como Perón, le habían otorgado desde Las Bases en 1972 y circunscribió
la cuestión a un problema policial. La responsabilidad instrumental de la
represión quedó depositada en la figura del comisario Villar, que había
desplegado parte de su tropa por distintas provincias con el fin de aniquilar a
los batallones del ERP internados en los montes.
Esta estrategia de represión policial fue aceptada por las Fuerzas
Armadas, aunque el líder del ERP, Mario Roberto Santucho, intuía que tras esa
presunta sumisión castrense a las instrucciones dictadas por un ex sargento
retirado de policía se escondía una estrategia más fina, que preservaba a la
institución militar de la actual coyuntura y proyectaba sus tareas hacia el
mediano plazo. Santucho escribió: Simultáneamente, con la autorización de López
Rega para aplicar su política represiva sin participación militar, los mandos
de las Fuerzas Armadas contrarrevolucionarias han puesto en marcha un plan
golpista dirigido a apropiarse del gobierno en los primeros meses del año
próximo. [...] Ellos piensan dejarlo a López Rega que se "queme", que
el gobierno se desprestigie totalmente para justificar el golpe, que pueden
llegar a realizar presentándose como herederos de Perón, como que vienen a
"reencauzar el proceso", corrigiendo los abusos y errores de López
Rega e Isabel.
Además, bajo la esfera de Gelbard, existía un anteproyecto de ley
agraria para agregar un impuesto a la renta potencial de la tierra que
provocaba escozor tanto en los ganaderos como en el aparato sindical, que lo
consideraba "marxista y colectivizante". Horacio Giberti, secretario
de Agricultura y Ganadería y autor intelectual de esa iniciativa, sería
cesanteado de su cátedra en la universidad y luego sufriría un atentado.
El 31 de julio de 1974, el mismo día que Santucho publicó su opinión en
El Combatiente, fue asesinado Rodolfo Ortega Peña. Pocas semanas antes, el
diputado de izquierda, en la fatal comprensión de que la muerte iba
acorralándolo, había reflejado esa sensación en un artículo: "Morir por el
pueblo es vivir", escribió. Ortega Peña fue fusilado en pleno centro de
Buenos Aires, cuando bajaba de un taxi detenido en doble fila, pasadas las diez
de la noche. Venía de cenar en un restaurante. Ya había pagado 580 pesos por un
viaje de doce cuadras. Tres o cuatro personas aparecieron por detrás del auto y
le dispararon, de arriba abajo. Sorprendido, llegó a preguntarle a su mujer,
Helena Villagra, que lo acompañaba:"¿Qué pasa, flaca?". Las balas
penetraron en la cabeza, el cuello y el tórax del diputado. Su mujer intentó
protegerlo y fue levemente herida por un disparo. Sintió como si una bombita de
agua le estallara en la boca. Los impactos hicieron que Ortega Peña golpeara
contra el guarda barro de un Citroen estacionado; su cuerpo se fue deslizando,
arrastrando en su caída a su mujer y el paragolpes trasero. La cabeza
ensangrentada quedó a la altura de las ruedas, sobre el cruce peatonal de la
esquina de Carlos Pellegrini y Arenales. Alrededor de él, quedaron veinticinco
vainas servidas de metal dorado. A la altura de la axila izquierda estaba su cartera
de cuero marrón, donde guardaba una lapicera Parker con pluma fuente y su pipa
de madera tallada. Después le colocarían una pistola Colt con el número de
identificación limado. Todo duró cinco o seis segundos. Helena Villagra sólo
pudo ver a una persona de estatura mediana, que tenía algo extraño y de color
blancuzco en la cara, y desde el suelo llegó a escuchar el rumor de unos pasos
que se alejaban al grito de "dale, dale...".
Un médico la trasladó al Hospital Fernández en medio de una crisis de
nervios. Desde su rol conjunto de parlamentario, abogado y periodista, Ortega
Peña había representado una molestia tanto para López Rega como para el
peronismo como aparato político. El crimen abrió paso a una represión que ya no
escondería prejuicios a la hora de mostrar sus cadáveres. Fue la apertura del
teatro del terror. A partir de entonces la Triple A comenzaría a exterminar a
todo aquel que tuviera o hubiera tenido vinculación política y pública con la
izquierda, peronista o no peronista.
La estrategia represiva del gobierno de Isabel Perón también asumía
funciones didác-ticas en las reuniones de gabinete. En el Salón de Acuerdos de
la residencia de Olivos, donde se planteaban las medidas a adoptar, solían
proyectarse diapositivas con las fotos de los "enemigos" que ponían
en riesgo la seguridad nacional, y cuya eliminación se considera- ba como
indispensable para salvaguardar la paz. El 8 de agosto de 1974, en una de esas
fotos apareció la imagen del ex subjefe de la policía bonaerense, Julio Troxler.
Pronto sería encontrado de cara al sol. Muerto. La proyección de la diapositiva
de Troxler se convertiría en uno de los principales fundamentos jurídicos para
que el juez Norberto Oyarbide dictara la prisión preventiva a Isabel Perón en
el año 2007 en la causa judicial abierta sobre el accionar de la Triple
A.
Ortega Peña fue director, junto a Eduardo Luis Duhalde, de las revistas
Militancia Peronista para la Liberación, primero, y De Frente, después. Desde
su banca, denunciaba que la sangre derramada generosamente por el regreso de
Perón había sido traficada. A esas alturas, le habían volado la redacción de la
primera revista (luego se la cerraron) y fue dejado cesante de su cátedra de
Historia Argentina en la universidad. El diputado, de 38 años, había tenido una
participación activa como defensor de militantes políticos y guerrilleros en la
dictadura de Lanusse. Era considerado un ideólogo del Peronismo de Base (PB) y
las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP). Ya muerto, su cuerpo fue llevado ala
comisaría 15. En medio de la furia y el dolor de más de cien personas que se
acercaron a la seccional, se abrió camino con una sonrisa ancha el jefe de la
Policía Federal, comisario Villar. El diputado renunciante de la JP Diego Muñiz
Barreto lo previno: "No te rías tanto, hijo de puta, que la próxima boleta
es la tuya". Con el cuerpo depositado en una mesa, esa noche se organizó
una comida de festejo en la seccional. Al día siguiente las caras de
satisfacción se desparramaban en el Ministerio: cinco miembros de la JPRA dijeron
haber perpetrado el crimen. (Entrevista con ex secretario de la agrupación17 de
Octubre.) Miles de personas acompañaron el cortejo que despidió los restos de
Ortega Peña en el cementerio de la Chacarita, pero fueron dispersadas con gases
lacrimógenos en los portones de la entrada. La bandera argentina que llevaba un
vehículo de la casa funeraria fue quitada y destruida por un policía. Los
detenidos fueron alojados en carros de asalto, muchos de ellos fueron fichados
y durante la dictadura militar se convertirían en desaparecidos. Frente al
ataúd, y bajo una intensa lluvia, el abogado Duhalde leyó un discurso de
despedida: "Vivió y murió para que la clase obrera y el pueblo forjaran
desde el poder una nueva sociedad, con hombres nuevos, donde desaparecieran
definitivamente los explotadores y explotados. Vivió y murió por una Patria
Socialista, que un día no muy lejano tendrá la hechura y la medida como él la
soñó". En la edición posterior al crimen, El Caudillo, a su modo, lo celebró. En un recuadro con su foto publicó
el "réquiem para un montonero", donde lo acusaban de
"zurdo" y "ladrón". El último párrafo, decía: "Hoy lo
he visto, pobre 'punga' panza arriba en una morgue, con un 'zobala' en el pecho
'que le impide respirar' y vi dos solicitadas en los 'diarios combativos' con
el nombre del otario y un 'te vamos a vengar'." El diputado Héctor Sandler
plantearía en el Congreso una cuestión de privilegio por ofender la memoria del
diputado muerto y pidió "cinco días de arresto para Felipe Romeo".
Poco tiempo después Sandler sería cercado por la Triple A. Debió abandonar su
banca y exiliarse en México —véase capítulo 19—, donde ya se habían refugiado
muchos ex funcionarios del gobierno de Cámpora. El Caudillo saludaría el éxodo,
comentando que instalar una agencia de viajes para ese país sería "el
negocio de la semana".
Para prisión preventiva de Isabel Perón, véase nota 6 del capítulo 18.
En entrevista personal, el ex ministro del Interior Alberto Rocamora confirmó
que ese tipo de proyecciones eran usuales en las reuniones de gabinete. Otra
información (que no pudo ser confirmada) indica que López Rega, a medida que
visualizaban las imágenes, iba anotando los nombres de las personas y luego de
la reunión de gabinete le entregaba el listado a su custodia. La información
sobre la imagen de Julio Troxler, acusado de "subversivo", proyectada
en la reunión de gabinete el 8 de agosto de 1974, fue vertida en la declaración
judicial —fojas 922, cuerpo V, causa AAA, por su hermano Federico Troxler. Comentó
que, a partir de ese hecho, uno de los ministros del gabinete le había
recomendado a su hermano que se fuera del país. Julio Troxler se negó, alegando
que él sólo era peronista, y dijo que podía probar que no era
"subversivo". Es posible que quien haya transmitido la advertencia
haya sido Jorge Taiana, al que le restaban cinco días en el cargo como ministro
de Educación. Por razones familiares, Taiana bajaba información a Montoneros y
López Rega estaba al corriente de esta situación: en una reunión de gabinete realizada
después de la muerte de Perón en el Comando en Jefe del Ejército, y donde se
recibían y analizaban los informes que entregaba la SIDE sobre "los
infiltrados", fue advertida la ausencia de José Gelbard y Jorge Taiana.
López Rega lo explicó: "No los invité porque son comunistas. Las cosas que
se hablan acá adentro se las pasan enseguida al ERP y a Montoneros".
(Entrevista a Gustavo Caraballo.)Según Bernardo Alberte, hijo del homónimo
militar peronista, al día siguiente de la reunión de gabinete, el ministro
Jorge Taiana habría visitado a su padre en la tintorería de Juncal 848. Le dijo
que se fuera "porque lo iban a matar". Lo mismo le sucedería a
Troxler, Silvio Frondizi, Hernández Arregui y Rubén Sosa. Véase
Página/12 del 30 de enero de 2007
Camino a Ezeiza, pasando el primer puente con bandas de madera,
cincuenta metros sobremano derecha". Allí estaba Frondizi. Muerto. Julio
Troxler, ex policía, profesor de la Facultad de Medicina, sobreviviente de los
fusilamientos de la Revolución Libertadora. No escaparía esta vez: es
secuestrado y fusilado por la espalda en el paredón del Ferrocarril Roca, sobre
una calle de Barracas. Aparece tendido bajo el sol del mediodía, entre derrames
de sangre y masa encefálica. Muerto. Un chico ve escapar a un Peugeot 504 color
negro, que dobla por la calle Suárez. Comunicado de las AAA: "La lista
sigue... murió Troxler. Muerto por bolche y mal argentino. Seguirán cayendo.
Adjuntamos lista de ejecuciones. Viva la Patria. Viva Perón. Viva
Isabel".La sangre era el resultado de una adver-tencia no escuchada. Pero
no sólo eran balas. También eran bombas. Bomba al estudio de Roberto
Imperatrice por patrocinar la defensa de las hermanas de Eva Duarte en el
juicio sucesorio contra Juan Perón, y por ende contra Isabel; bomba a la Gremial
de Abogados Peronistas; bomba al diario Noticias, bomba al general Carlos Prats
y su esposa (muertos); bomba a la casa del rector interino de la Universidad de
Buenos Aires, Raúl Laguzzi; la custodia se había retirado unas horas antes.
Laguzzi, peronista de izquierda, sobrevivió. Su bebé de seis meses fue muerto.
Comunicado de Prensa de los padres de Pablo Gustavo Laguzzi: "El 7 de
septiembre de 1974, la Triple A, brazo armado no constitucional y clandestino
del gobierno de Isabel Martínez de Perón y de su superministro López Rega,
asesinó a nuestro hijo Pablo Gustavo, de sólo seis meses de edad".
El recuento de sangre del bimestre agosto-septiembre de 1974 dejó
sesenta muertos, veinte secuestrados y doscientos veinte heridos. Para esa
época, en el mes de septiembre, el peronismo ortodoxo extremaba los recaudos
para que la universidad, último espacio político que retenía Montoneros, dejara
de ser "una fábrica de marxistas". El ministro Ivanissevich delegó la
tarea al nuevo interventor Alberto Ottalagano, ex militante de la Alianza
Libertadora Nacionalista (ALN). Ottalagano era un fascista de ley. Lo decía con
orgullo. Su discurso de asunción fue claro: "O con Cristo o contra Cristo.
O con el justicia-lismo o con el marxismo". Era el momento de las definiciones.
Tomó a la universidad como un campamento guerrillero. Y actuó en consecuencia:
le abrió las puertas a la Policía Federal, despidió a cientos de profesores
(entre ellos el premio Nobel Luis Federico Leloir); los militantes de izquierda
(y también los radicales) fueron perseguidos y apaleados. Toda su acción fue
realizada en nombre de la Patria, de la Iglesia de Cristo, del Ejército de San
Martín y de la Argentina Potencia.
Bajo la misma idea asumió el brigadier Raúl Lacabanne como nuevo
interventor de la provincia de Córdoba. Fue el último ajuste de Isabel Perón
para terminar con los gobiernos provinciales que conservaban alguna vinculación
con la izquierda peronista. Si el General había dejado caer a Oscar Bidegain
(BuenosAires) y a Obregón Cano (Córdoba), y el Parlamento había ordenado
intervenir Mendoza para correr a Martínez Baca, Isabel se ocuparía de deponer a
Jorge Cepernic (Santa Cruz) y a Miguel Ragone (Salta). Ahora faltaba Córdoba,
la última prueba de purificación ideológica que encaraba el Movimiento
Justicialista. La gestión de Lacabanne, apoyada por la CGT, las 62
Organizaciones y la Juventud Sindical Peronista, representó un cambio brusco
frente al intento "dialoguista" del interventor Brunello. Su misión
fue aniquilar al enemigo. El cambio se advirtió rápido: la provincia fue
"zona libre" para la acción de los Comandos Libertadores de América,
que, aliados con matones sindicales, comenzaron los asesinatos en serie, los
secuestros y los robos a comercios, mientras las fuerzas del orden realizaban
detenciones y torturaban en las comisarías, y civiles armados invadían los
medios de prensa y colocaban bombas a modo de intimidación.
A poco de iniciada la tarea, El Caudillo realizó su análisis sobre los
hechos: La inter- vención de Lacabanne no puede andar mejor. Por eso los zurdos
de todo pelaje andan protestando, compungidos por el "operativo limpieza" encarado
por el jefe de policía Héctor Luis García Rey. Ellos, claro, preferían seguir
en la mugre subversiva, como en los ya leja-nos tiempos de Ricardo Obregón
Cano. Pero ahora en Córdoba, manda el peronismo.
"Está tronando el escarmiento", anunciaba la revista en sus
editoriales. La hora de la reivindicación nacional había llegado, mientras los
autos quemados en descampados, las uñas arrancadas de los cuerpos baleados en
los zanjones y los pelos ensortijados endure- cidos con sangre se convertían en
la imagen de la Argentina. Una fuerza oscura, superior a la comprensión humana,
capaz de vulnerarlo todo y de exhibirlo todo, aplastaba la realidad de cada día
y dejaba un cuerpo carbonizado como símbolo de un país que no encontraba formas
de acuerdo.
Véase El Caudillo del 1 de noviembre de 1974. Por su parte, en la
edición de la revista del 3 de diciembre de 1974, Felipe Romeo le preguntó al
interventor qué opinaba del eslogan de El Caudillo —"Elmejor enemigo es el enemigo muerto"—.
Lacabanne, que decía responder incondicionalmente a las órdenes de la
presidenta, contestó: "Es evidente que cuando se trata de un enemigo de la
Patria, un enemigo de lo más sagrado, que es el pueblo, merece estar muerto.
Nosotros no queremos la muerte de nadie, pero esto es una guerra y al enemigo
hay que aniquilarlo". Para denuncia de crímenes y otros ilícitos de la
administración Lacabanne, véase editorial del diario La Prensa del 23 de
febrero de 1976. En febrero de 2007, el Partido Comunista de Córdoba se
presentó como querellante en el marco de la reapertura de la causa de la Triple
A por parte del juez Norberto Oyarbide. Denunció que "poco después de las
siete de la tarde del 10 de octubre de 1974, policías y comandos civiles
ingresan en la casona dela calle Obispo Trejo (sede del local partidario)
disparando ráfagas de armas de guerra. Nos tiraron a todos boca al piso,
mientras disparaban sobre nuestras cabezas y caminaban encima nuestro
repartiendo culatazos y patadas al grito de bolches hijos de puta, los vamos a
matar a todos". Hubo simulacros de fusilamiento, latigazos, trompadas. Una
militante, Clelia Hidalgo Godoy, de 30 años, murió a los pocos días por la
hemorragia que le produjo que "le introdujeran el cañón del arma en la
vagina" en el "interrogatorio". Véase Página/12 del 4 de febrero
de 2007
Esa fue la respuesta de la Triple A, bajo el amparo del Estado, a los
que habían soñado tomar el cielo por asalto. El precio a pagar por colocarse
ante las puertas de la historia. El miedo a la Triple A, hasta entonces borroso
e impreciso, se hizo más perceptible cuando mataron al periodista Leopoldo
Barraza, de 36 años, y a su amigo Carlos Laham, de 21, a fines de octubre de
1974. Tres años antes, Barraza se había burlado con sutil ironía del
libro Astrología esotérica en las páginas de La Opinión, pero también había
realizado una investigación periodística sobre un militante de la Juventud
Peronista, Felipe Vallese, secuestrado y desaparecido en1962. Barraza siguió
las huellas de la pista policial para reconstruir la historia de ese crimen sin
tumba. Los policías acusados fueron liberados en 1974. Después dela muerte de
Ortega Peña, Barraza empezó a sentirse algo perturbado. Pensaba que también le
podría tocar a él. Entonces no tenía empleo. Emilio Abras lo había designado
interventor en Radio del Pueblo, pero José María Villone lo había despedido.
Laham no estaba en política ni en nada, pero era amigo de Barraza. Empezó a
sentir que había tres hombres que lo seguían, primero en un Falcon, después en
otro. Barraza y Laham escaparon juntos a Mar del Plata, pero al poco tiempo
regresaron, quizás en la creencia de que ya no pasaría nada. Volvieron al bar
La Paz, refugio de la bohemia cultural de la izquierda. En esas mesas,
estudiantes con flequillo y chicas en minifalda habían forjado sueños de
cambios sociales y libertad individual, escuchando a los Rolling, leyendo a
Jean-Paul Sartre,
alabando a la resistencia argelina, alzando un puño en alto por el
Cordobazo, levantando las banderas de Perón, soñando con robarle el arma a un
policía. Barraza y Laham estaban tomando un café cuando fueron arrancados por
las fuerzas negras de la represión, a la vista de todos. Sus cuerpos
aparecieron en un baldío, cerca del Riachuelo. La Triple A luego entregó el
documento de Laham para que no quedara duda de que miembros de la organización
habían sido los ejecutores. Con los cadáveres de Barraza y Laham a la vista, el
terror amplió sus fronteras: los que estaban en peligro ya no eran sólo los
"izquierdistas" activos y emblemáticos.
El miedo se fue apoderando de todos aquellos que unos meses atrás,
acompañando el clima de época, habían tenido una participación menor (y ahora
inconfesable) en el amplio universo de "la zurda". El miedo por una
firma en un petitorio en la facultad, porque el nombre figurara en la agenda de
un amigo que tenía un primo que era monto o erpiano y ahora lo habían matado.
El miedo fue tomando las cabezas de una manera irreflexiva y empezó a pensar
por ellas. El terror, vuelto un estado íntimo de la conciencia, se fue
filtrando como una pesadilla a través de algunos indicios que antes parecían
irrelevantes: un zumbido en la noche, un Falcon verde, un papel con tres
letras, AAA, el eco lejano de un disparo, y terminó alimentando la más brutal de las fantasías:
"¿Cómo será esemomento? ¿Cómo reaccionaré si me secuestran? ¿Podré
convencerlos de que no me fusilen? ¿Alcanzará con jurarles que no hice nada?
".La muerte podía alcanzar a cualquiera. Al cabo de unos meses de gobierno
popular, en la Argentina del peronismo ortodoxo lo único que se había
socializado era el miedo a la Triple A.
Y también les llegó el turno a los actores, muchos de los cuales habían
compartido con euforia la ocupación de los canales de televisión, junto con la
troupe lopezrreguista. Las AAA invitaron a irse del país a personalidades tan
disímiles como Juan Carlos Gené, Isabel Sarli, Héctor Olivera, Daniel Tinayre,
Armando Bo, Héctor Alterio, MarilinaRoss y Susana Giménez, quien, después de
filmar La Mary, se calzó los anteojos oscuros y se fugó al Caribe junto al
boxeador Carlos Monzón, el campeón de lmundo.
También amenazaron a Luis Brandoni. En su caso fueron tales la
impotencia y el descon- cierto que llegó hasta la vereda de la Casa de Gobierno
para preguntar a los gritos "¡¿Qué está pasando?! ¿¡Quiénes son la Triple
A!?", y cuando un funcionario de Prensa y Difusión, discretamente, le
indicó que las tenía detrás suyo, y Brandoni se dio vuelta y vio la mole de
cemento del Ministerio de Bienestar Social, su cara se descompuso en una
expresión de perplejidad y pavor, la misma que lo distinguía como comediante.
Pero esta vez iba en serio.
El Caudillo ya utilizaba el latiguillo Isabel o Muerte. Y anticipándose
a un eslogan que luego imitarían los publicistas de la dictadura militar, el 1
de noviembre de 1974 publicó en portada: "Quien le teme a las AAA por algo
será".
Si bien los miembros del Ministerio se sentían mucho más seguros que los
"infiltrados", librados a su suerte en la calle o en sus madrigueras,
dentro del edificio también podían suscitarse situaciones que disparaban un
terror infundado, pero a la vez claramente reco- nocible. Una sensación como
ésta sintieron los dos secretarios de la agrupación gremial 17 de Octubre que
acompañaron a su jefe Oscar Sostaita a una reunión en el despacho de López
Rega, mientras todavía frecuentaba el ministerio.
En el editorial de El Caudillo del 1o de noviembre, publicado bajo la
firma de Felipe Romeo, decía: "los trabajadores del espectáculo siempre
fueron considerados unos 'artistas', quizá por la forma demandarse la parte. Esta vez se pasaron. Con la
complicidad de los medios de comunicación montaron una campaña publicitaria
sensacionalista de pésimo gusto, y como siempre en estos casos el que pagó los
platos rotos fue el país y la imagen que de nosotros se tiene en el extranjero.
Los 'recios' y las 'heroínas' de la ficción, se convirtieron en cómplices, de
verdad, del desorden y el caos prefabricado". Según la investigación de
Walsh sobre la Triple A, "Romeo ha participado personalmente de las
ejecuciones". Véase El Periodista del 21 de marzo de 1986. En entrevista con el autor, el ex
secretario de la agrupación 17 de Octubre del Ministerio de Bienestar Social
indicó que Romeo tenía una credencial de la Triple A, con una franja roja en el
frente y plastificado de la policía, que les ahorraba inconvenientes frente a
las autoridades policiales
El ministro solía encomendar pedidos especiales a la 17de Octubre: una
vez armaron una carroza con cuatrocientos mil claveles, cuya cuidadosa
disposición componía un dibujo en cuyo centro se leía la fórmula
"Perón-Perón", y la pasearon por la avenida Santa Fe, el Día de la
Primavera, dos días antes de las elecciones de 1973; también habían participado
en forma activa colocando los globos en el Obelisco para el día de Navidad,
pese que el ERP, por la noche, los reventaba con disparos de aire comprimido.
Esta vez el ministro les solicitó que colaboraran con Lanzilloti para armar un
banco de sangre, pero Oscar Sostaita, que ya estaba un poco harto de sus
instrucciones, le sacó el tema de las grillas: hacía más de un año que estaba
cobrando el sueldo con los valores correspondientes a la grilla 10, como
cualquiera de los empleados que abarrotaban la oficina de prensa de Jorge
Conti, cuando a él, por su función jerárquica y su trayectoria en el
ministerio, le correspondía regirse por la grilla 25.
Confiado en su pasado de campeón argentino y sudamericano de peso gallo
en la década de los cincuenta y en su lealtad con el justicialismo (no faltó a
ninguno de los catorce cumpleaños de Perón en el exilio), Sostaita, que conocía
a López Rega desde sus tiempos de mayordomo y lo había visto plancharle las
camisas a su amigo, el cantante de tangos Carlos Acuña, empezó a levantarle la
voz. Al ministro, incómodo por lo intempestivo del ataque, involuntariamente se
le fue aflojando la mano, comenzó a moverse y a temblar, como si tuviera el mal
de Parkinson. Su custodia, Rovira, que estaba mirando en silencio la Plaza de
Mayo desde el amplio ventanal del despacho y escuchó que el tono de la
discusión se elevaba, se dio vuelta y clavó la mirada sobre uno de los
secretarios que acompañaban a Sostaita. Y en un susurro ahogado, el secretario,
de una manera casi insensata, le dijo al otro:
-Che, decile a Oscar que pare un poco. A ver si nos ponen flores a
nosotros también...
"Poner flores" era una expresión muy empleada en el primer
piso del Ministerio de Bienestar Social. Por lo general, se utilizaba cuando
alguien escuchaba o intuía (por algunos movimientos) que se iba a realizar un
atentado contra alguien, y se definía la situación con la expresión "le
van a poner flores a...".En el caso de los secretarios de la agrupación 17
de Octubre, en el atardecer del 22 de marzo de 1974 tuvieron la información de
que le iban a "poner flores" a Juan Manuel Abal Medina, ex secretario
del Movimiento Nacional Justicialista y hermano de uno de los fundadores de
Montoneros. A las dos de la madrugada del día siguiente, cuando Abal Medina
entraba al edificio de Recoleta donde vivía, tres personas se le acercaron y le
dispararon. Lo hirieron en un brazo cuando intentaba refugiarse en el ascensor,
y le tiraron una granada en el hall de la planta baja. Abal Medina recibió el
impacto de algunas esquirlas, pero pudo sobrevivir al ataque. Fue internado en
el Hospital Fernández. (Entrevista al ex secretario de la agrupación 17 de
Octubre del Ministerio de Bienestar Social.) En entrevista con el autor, Abal
Medina relató que él también había disparado y herido a uno de los atacantes,
que resultó ser un efectivo de la policía de la provincia de Buenos Aires.
No obstante, Abal Medina eligió no iniciar una causa judicial al respecto.
"Preferí no tirar más de la cuerda. Era una época en la que no se podía
hacer nada", comentó. El día anterior a ese atentado, Montoneros había
dado muerte al sindicalista de la construcción Rogelio Coria cuando salía de un
consultorio médico
Pese a la diferencia abismal que representaba enfrentar a un aparato de
Estado que superponía fuerzas legales e ilegales, la conducción montonera entró
en la dinámica del crimen y comenzó a vengar las muertes de la Triple A:
matando a militantes del CNU, del CdeO, a sindicalistas ortodoxos, a policías
sospechados de secuestrar militantes y a gerentes de empresas que entregaban
"listas de izquierdistas" a la policía. Esta estrategia no sólo se
instrumentó como método de autodefensa frente a la violencia paraestatal sino
en la creencia de que, por la vía de las armas, Montoneros podría tomar el
poder del Estado.
Para encarar esa lucha ya no se presentaban como una fuerza
insurreccional que con un alto grado de consenso popular había levantado las
banderas del retorno de Perón frente a una dictadura, sino como un ejército que
libraba una "guerra popular" contra "el avance de la derecha
imperialista". Ante la certeza de que bajo la legalidad constitucional se
ocultaban los mismos (incluso peores) procedimientos aplicados en la dictadura
de Lanusse, y con la idea de agudizar los conflictos, creyendo que, cuanto peor
actuara el gobierno "copado por la oligarquía y el imperialismo", más
en evidencia quedaría su "traición", Montoneros eligió la vía de la
militarización.
El 6 de septiembre de 1974, luego de ser proscriptos por Isabel Perón,
la conducción ordenó el pase a la clandestinidad. En algunas universidades lo
comunicaron a través de altoparlantes. En la primera acción de la nueva etapa
de "resistencia", incendiaron y volaron distintas empresas y mataron a
un oficial de la Comisaría 1 de Quilmes, Orlando Feliciano Fernández.
Esta política de aislamiento de Montoneros dejó expuestos a represalias
a los militantes de las agrupaciones públicas relacionados con la organización
guerrillera. La mayoría de ellos no tenía estructura donde refugiarse ni casas
clandestinas, no podían abandonar su trabajo ni tampoco tenían entrenamiento
militar.
A esas alturas, Montoneros ya había perdido los pocos contactos que le
quedaban con otras fuerzas partidarias. Mientras la ortodoxia los apartaba a
tiros del Movimiento, los Montoneros se autoexcluían del resto del escenario
político al secuestrar empresarios de la burguesía nacional o al matar, el 15
de julio de 1974, al radical Arturo Mor Roig para hacerle pagar su antecedente
como ministro del Interior de Lanusse en el momento en que fueron fusilados los
guerrilleros en la base naval de Trelew. A partir de esa muerte se acabó el
diálogo con la Unión Cívica Radical de Balbín. Por otra parte, la idea de la
militarización estaba en las previsiones de Montoneros en el último semestre de
1973. Entonces ya planteaban cómo acumular fuerzas para el momento en que se
produjera la fractura del Movimiento. "Ahí hay que hacer un cálculo
estratégico: un guerrillero equivale, cálculo mínimo—, a 10 soldados regulares,
el país tiene alrededor de 200.000 soldados regulares, entre pito y flauta, en
las distintas fuerzas. Nosotros para equilibrar eso precisamos un mínimo de
20.000 hombres armados. Estamos lejos. Con menos y una parte de las Fuerzas
Armadas volcada a nuestro favor, a lo mejor se lograría. Pero precisamos seguro
un mínimo de diez mil y de ahí para arriba. Lograr eso en seis meses es
imposible. En un año y medio, más o menos posible. En dos años es posible. Lo
más probable de todos modos es que llegado el momento de la fractura, debamos
otra vez replegarnos a la defensiva estratégica. Eso es lo más probable".
Véase "Charla de la Conducción Nacional con las agrupaciones delos
frentes", en Roberto
Baschetti (comp.), De Cámpora a la ruptura. Documentos 1973-1976,
volumen I, Buenos Aires, De la Campana, 1996, págs. 259-311.
Muchos militantes habían entrado a Montoneros portando una cruz y no un
arma. Se convirtieron en blancos fáciles de la Triple A, y luego de la
dictadura. Por otra parte, en la relación de fuerzas de la "guerra
popular" que se había planteado, Montoneros corría con desventaja. A los
recursos ilegales que empleaba el Estado para la represión y a la intervención
de las bandas armadas inorgánicas, se sumaba la actuación de los grupos
paramilitares, que, aprovechando el estado de conmoción que provocaban el caos
y la violencia, hicieron su aporte a la estrategia de aniquilamiento de
"los infiltrados", diseñada en principio por el peronismo ortodoxo,
con el febril concurso de López Rega. Después de la muerte de Perón, los
paramilitares comenzaron a secuestrar y matar todo lo que tuviera olor a
guerrilla o izquierda: de los cuarteles, los regimientos y las escuelas de
guerra empezaron a reagruparse los "comandos locos", que durante el
día realizaban las formaciones y por las noches se colocaban" la
capucha" y salían de caza en los Falcon verdes. En el oscuro universo de
las Tres A también había lugar para las tres Armas.
El 17 de octubre de 1974, Isabel salió al balcón de la Casa Rosada para
reafirmar su autoridad. Fue su mayor demostración de fuerza. Una manera de
demostrar que no estaba ahogada en un "microclima", como había
observado Balbín, sino que la acompañaba el pueblo. La Plaza de Mayo estaba
llena. Los sindicatos blandían sus banderas: la presidenta había convocado a la
Gran Paritaria Nacional, que suponía romper el congelamiento del pacto social y
aumentar los salarios. Isabel también prometió la pronta ejecución de un nuevo
contrato de trabajo, con la incorporación de nuevos beneficios para los
trabajadores. Quedaba claro que las estructuras gremiales continuaban siendo la
columna vertebral del Movimiento.
Entrevistado por el autor, un teniente coronel retirado del Ejército que
prefirió permanecer anónimo relató que, luego de pasar a retiro a fines del
gobierno de Lanusse, abrió una agencia de seguridad y empezó a emplear a
algunos militares, también en condición de retiro, ligados a la línea de
Carcagno-Cesio-Ballester. En 1974 le fue advertido por unos camaradas que desde
la Escuela de Oficiales y Suboficiales General Lemos se estaba poniendo en
marcha un operativo para secuestrarlo por estar en contacto con militares que
habían tenido relación con Montoneros. El operativo había fracasado el día
anterior, le dijeron, porque era un día de lluvia y el vehículo a utilizar ( un
Falcon—) tenía las gomas lisas. De todas formas, en julio de 1975 le pusieron
una bomba en su agencia del barrio de Belgrano. Por otra parte, en abril de
1983, en vísperas de la democracia, el radical Antonio Troccoli declaró que
"las Fuerzas Armadas estuvieron en conocimiento de todo esto (la Triple
A)". Véase La Nación del 22 de abril de 1983
Para entonces, el ministro de Economía, Gelbard, había pasado toda la
semana internado en el Hospital Italiano por una afección coronaria. Era la
metáfora de su debilidad, que antecedió a su salida del gobierno. Después de la
muerte de Perón, el apoyo de Isabel al Pacto Social había ido languideciendo y
Gelbard tampoco había encontrado aliados fuertes dentro del gabinete en su
oposición a López Rega. Por el contrario, quedó cercado por una campaña
conjunta del ministro de Bienestar Social y los sindicatos ortodoxos, bajo el
zumbido constante de las amenazas de la Triple A. Para la ortodoxia, era el
último referente en el gobierno de una izquierda (o centroizquierda) en proceso
de aniquilación. En varias oportunidades Isabel le había rechazado la renuncia
invocando otro consejo póstumo de Perón: Gelbard era el único ministro del que
no se podía desprender, porque era la pieza de equilibrio en el gabinete, el hombre que expresaba su idea de la
transformación económica a través de la alianza de clases. Pero el 21 de
octubre Isabel aceptó que se fuera. El sindicalismo, en nombre del peronismo
histórico, intercedió ante la presidenta para la designación de Alfredo Gómez
Morales.
No era el candidato que López Rega prefería, pero lo aceptó. En esa
instancia, colocar en el puesto de Economía a su hombre, Celestino Rodrigo,
hubiera significado sincerar la disputa sorda que mantenía con los sindicatos
por el control de las decisiones de la presi-denta. Y la prioridad de López
Rega era la seguridad nacional. En ese aspecto, sí, el ministro quería dominar
todas las acciones. Esta vocación de mando generó una fuerte disputa con el
comisario Villar, que se consideraba el hombre mejor preparado para la lucha
contra la guerrilla. El ministro de Bienestar Social, además, puesto en su rol
de comisario general ,atizaba las diferencias, digitando los ascensos y los
destinos en la Policía Federal, a través del subjefe Margaride, su mejor
vínculo con la fuerza. Pero el enfrentamiento entre López Rega y el jefe de
policía detonó cuando éste solicitó, y obtuvo, una audiencia personal con la
presidenta.
Isabel, ceremoniosa, le preguntó cómo veía la marcha del país y Villar
le respondió que, tanto en lo político como en lo económico y lo social,
"el país se estaba yendo a la mierda", y le dejó una carpeta con su
nuevo plan para terminar con el problema de la guerrilla, indicándole que había
detectado a su agente financista: José Gelbard.
Al salir del despacho, López Rega le recriminó que viera a la presidenta
sin su consentí- miento y Villar lo humilló diciéndole que no iba a aceptar
órdenes de quien acomodaba las cartas en la residencia de Perón y Evita en el
año cincuenta, cuando él era el jefe de brigada dela custodia
presidencial.
Villar estaba viviendo sus últimos días. Al margen del ERP y de
Montoneros, también le preocupaba su hija Mercedes, que se había ido a vivir a
un santuario hippie, en El Bolsón, una localidad en el sur de la Argentina, que
era foco de atracción para jóvenes que aspira-ban a vivir en comunidad.
Mercedes se había enamorado de un francés, y de ese amor nacería Emmanuel
Horvilleur, que en los años noventa se revelaría como una precoz estrella del
rap, el pop y el rock, a través de su grupo Illya Kuryaki & The
Valderramas.
Por cuestión de meses, Villar no llegó a conocer a su nieto. El 1 de
noviembre de 1974, a poco de embarcar con su esposa, Elsa Pérez, en su crucero
Marina para dar un paseo por el Tigre, volaron por los aires. Si bien los
montoneros hicieron de su muerte un trofeo de guerra, asumiendo la operación,
tanto en el interior del ministerio como en la Policía Federal, el primer
sospechado de organizar la ejecución fue el mismo López Rega. Dos días después,
en el Salón Dorado del Departamento de Policía, en ocasión del velorio de
Villar, el ministro luciría su uniforme de gala de comisario general por
primera vez luego de que fuera reincorporado a la institución.
Ese mismo mes, López Rega emprendió la más secreta de sus misiones:
repatriar los restos de Eva Duarte de Perón, que permanecían en Puerta de
Hierro, al cuidado del Gordo Vanni, que había regresado a Madrid para velar por
su seguridad. Los trajo al país el 17 de noviembre, en el segundo aniversario
del Operativo Retorno de Perón, y luego de bajarla del avión la condujo en un
Rambler negro, custodiado por policías de civil de traje cruzado, que cargaban
ametralladoras, hasta la residencia de Olivos, donde el ingeniero Basile
construía una cripta. Con ese gesto histórico, López Rega hizo realidad uno de
los deseos más sensibles del peronismo a la vez que reafirmó la identidad del
gobierno de Isabel: tenía con ella a los dos cadáveres más influyentes del Movimiento. El sindicalismo
se enteró de la llegada de los restos mortales de Evita por televisión.
En el comunicado posterior a la muerte, Montoneros justificó el atentado
por la actuación del jefe dela Policía Federal: "Últimamente, siguiendo
instrucciones de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados
Unidos, y con la complacencia de Isabel Martínez, López Rega y el vandorismo,
Villar había creado y dirigía un Escuadrón de la Muerte, que en pocos meses y
con el nombre de Triple A, mató más peronistas que todos los que cayeron en la
heroica Resistencia". También advertía a López Rega: "Aquí nadie se
jubila de asesino o de traidor, porque tarde o temprano lo alcanza la justicia
popular. Esa justicia también ha de alcanzar a sus jefes y sus cómplices.
Fervorosamente esperamos que el ministro López Rega cumpla su palabra de
ponerse el uniforme de policía y combatir como Villar; que no huya al
extranjero a disfrutar de lo que ha robado en la Argentina". La teoría de
la conspiración lopezrreguista en la muerte de Villar está asentada,
puntualmente, en que el comisario y su esposa habían invitado al paseo a José
María Villone y a su esposa, Buba, de quienes eran muy amigos, y Villone en la
noche previa desistió de ir. En entrevista con el autor, Ema Villone afirmó que
al día siguiente llegaba una sobrina del Uruguay y fueron a buscarla al
aeropuerto de Ezeiza. Por otra parte, a la hipótesis de la autoría intelectual
del atentado por parte de López Rega se suma el hecho de que ningún policía
aceptó subirse a la embarcación, cuando con frecuencia los custodios pescaban
junto con su jefe. El obstáculo más fuerte para la hipótesis de la conspiración
interna de la policía radica en que los ejecutores del atentado fueron
montoneros (entrevista del autor con ex montonero de Columna Norte). La muerte
de Villar, por su parte, disparó distintas líneas de investigación. Una de
ellas se ocupó del cantautor León Gieco, que era amigo de la hija de Villar,
Mercedes. El día del atentado, en el show de Leo Rivas que emitía Canal 7,
Gieco cantó su tema "John Lennon el cowboy", uno de cuyos versos
decía: "Y John mató al sheriff y el pueblo gritó libertad". Los
investigadores lo interpretaron como un apoyo subliminal alcrimen. Basándose en
esa suposición, detuvieron a Gieco y lo arrestaron en el calabozo
delDepartamento de Policía durante dos semanas, en las cuales le rastrearon
posibles vínculos con la guerrilla. En su reclusión, el músico escuchó cómo
mataban a un detenido en la celda de al lado. Finalmente, los investigadores
comprobaron que Gieco no tenía vínculos con la guerrilla, y que, además,l a
canción había sido grabada con bastante anterioridad al hecho. Todo había sido
una infeliz coincidencia. Por tal razón, Gieco fue liberado. Para distintas
hipótesis de la muerte de Villar y posteriores venganzas dentro de la
institución, véase Martin Andersen, La Policía. Pasado, presente y propuestas
para el futuro,
Buenos Aires, Sudamericana, 2001, págs. 240-242.
Luego de la muerte de Villar, López Rega pudo colocar a Margaride como
sucesor, pese a la presión de las Fuerzas Armadas, que querían designar a un
general. Sin embargo, la muerte de Villar significó un lento pasaje del control
de la represión a las Fuerzas Armadas. Véase capítulo 16
Sus líderes no fueron autorizados a ingresar al Aeroparque para darle la
bienvenida. Con reflejos rápidos, declararon un paro general en su memoria,
para el día siguiente, domingo 18. Montoneros, que hacía poco había secuestrado
el cadáver de Aramburu del Panteón de la Recoleta para irritar a las Fuerzas
Armadas, pronto lo devolvió: ante la llegada de la jefa espiritual, no tenía
justificativo válido para seguir conservando ese ataúd. Sin embargo, la
presencia de los cuerpos de Perón y Evita disparó el temor de que la guerrilla
intentara secuestrarlos y retenerlos para sí, adjudicándose el rol de verdadera
heredera de su legado. Para conjurar un posible ataque comando, cada atardecer,
los oficiales del Regi-miento de
Granaderos, responsables de la custodia de la residencia, hacían ejercicios
de defensa ante la eventualidad de un intento de copamiento.
Pero aun con la presencia de Perón y Eva en la residencia, y la doctrina
justicialista como diccionario de consulta para las acciones de gobierno, la
situación de Isabel y López Rega en el poder se revelaba frágil. Los dos tenían
previsto viajar en diciembre de 1974 al Perú para festejar el sesquicentenario
de la batalla de Ayacucho, pero ante la posibilidad de dejar al democristiano
José Antonio Allende provisionalmente a cargo del Poder Ejecutivo, prefi-
rieron invitarlo al viaje, de modo que el poder pasara al presidente de la
Cámara de Diputa- dos, Raúl Lastiri. Pero Allende se negó a participar de los
actos. López Rega sospechó de esta postura, entreviendo una posible alianza de
los opositores que, con el aval de las Fuerzas Armadas y aprovechando la
ausencia de la primera mandataria, buscarían catapultar al presidente del
Senado como nuevo presidente. En consecuencia, Isabel no viajó al Perú.
Para esa época, en una exposición oral ante el Departamento de Estado en
Washington, el embajador Hill hacía una descripción lapidaria sobre Isabel y su
gobierno. Informó que podría mantenerse en el poder de ocho o diez meses,
nomás. Observaba a la presidenta dependiente de los consejos de López Rega, y
vulnerable para soportar períodos de crisis. "Está hipnotizada por él
(opinó Hill en referencia al secretario privado) y esta dependencia es más
fuerte cuando ella está molesta". En opinión del embajador, López Rega era
lo suficientemente fuerte como para llevarse a Isabel con él, en caso de que lo
forzaran a dejar el país. Sin embargo, Hill consideraba que el ministro estaba
en una posición de debilidad porque sus enemigos intentaban sacarlo del
gobierno. Por otra parte, informó que los argentinos estaban
"avergonzados" por "el problema terrorista", pero percibía
que entre las clases más ricas "hay un acuerdo de palabra para apoyar las
actividades de la Triple A".
El viaje de López Rega a España fue organizado con el mayor de los
sigilos. Durante tres días nadie acierta a dar con el rumbo tomado por el vuelo
charter de Aerolíneas Argentinas que llevaba al ministro; si bien se supo que
el destino prefijado era Europa, nadie conocía el objetivo de esa misión. Para
poner de relieve el comportamiento de los custodios de la Policía Federal,
Isabel Perón ordenó que se mencionara en sus legajos policiales la
participación en el viaje de repatriación, como antecedente para futuras
promociones. Los policías eran: Romero, Ygidio; Crededio, Luis Alberto; Díaz,
Andrés Ángel; Vitelli, Adelmar; López, Armando; Giuliani, Arturo; Fernández,
Carlos Alberto; Orieta, Jaime Elpidio; Perazzo, Enrique; Amaya, Alejandro
Alberto; Devicenzo, Julio; Montes, Héctor; Frías, Héctor Carlos; Ortiz, Jorge;
Torres, Juan Carlos; Aguirre, Oscar Miguel; Ferro, Jorge; Bugna, Juan C.
Armando; Cuello, José Luis; Arabincia, Alfredo; Mesa, Pablo César; Rovira,
Miguel Ángel; Barbona, Ramón y Almirón, Rodolfo Eduardo. Véase causa judicial
Triple A Cuerpo XXX foja 6112. Dos meses después, Isabel Perón promovió al
Principal (R) Rodolfo Almirón al grado de subcomisario, sobre la base de haber
demostrado" sobradas pruebas de valor y capacidad en materia de
seguridad". López Rega lo tomó como un reconocimiento personal a su
gestión. Varias veces había amenazado al ministro de Justicia Antonio Benítez,
que demoraba la firma de un indulto a su custodio por un proceso judicial
(causa 20755) que se le había levantado en 1972 por homicidio y lesiones en
riña. Para antecedentes de Almirón, véase capítulo 17.
Hacia fin de año, sin ninguna otra columna donde apoyarse que no fuese
la de Isabel Perón, y tal como lo destacaba Hill, López Rega debía enfrentar
acechanzas desde distintos sectores. Por un lado, estaba la pretensión del
radicalismo de reducir su influencia, con el argumento de que asfixiaba a la
presidenta, y las críticas que le disparaba por el "uso dis- crecional de
fondos" del ministerio. Además, había un conflicto latente debido a la
expan-sión del poder gremial motorizada por la alianza entre Lorenzo Miguel y
Casildo Herreras, quienes,
ante la posibilidad de un recambio institucional, intentaban promover a
uno de sus legisladores a la presidencia del Senado. También debía incluirse a
los sectores de ldebili- tado aparato político del peronismo tradicional,
representados por el ministro del Interior Rocamora, que en su afán
"dialoguista" ponían escollos a sus iniciativas. Por último, existía
una fuerte presión de las Fuerzas Armadas por lograr el aval político para
salir de los cuarteles y controlar la represión a la guerrilla, presión que,
tras la muerte de Villar, parecía una estrategia destinada a colocarse en las
puertas del poder. En ese marco, hasta se especulaba con que Isabel, doblegada
por las presiones, podría designar a su secretario como embajador en España
para aliviar las tensiones que generaba su presencia en la intimidad del poder.
Ante semejante panorama, el único que pareció calibrar en su justa medida los
esfuerzos de López Rega fue el periodista Mariano Grondona.
Para exposición de Hill ante el Departamento de Estado, véase Memorando
del 27 de noviembre de1974. En su exposición el embajador se mostró preocupado
por los efectos de las denuncias de la prensa de izquierda, que vinculaban a la
Triple A con la embajada norteamericana. "Somos el blanco número uno entre
las embajadas de Buenos Aires", se quejó. Como para volver más patente la
situación de peligro, comentó que Villar, quien le había asegurado que tomaría
todas las medidas necesarias para garantizar su seguridad, había resultado
muerto en un atentado. El documento desclasificado por el Departamento de
Estado presenta distintas tachaduras con anotaciones "B1", cuya
información todavía no fue autorizada al público. Después de una de las
tachaduras aparece la mención: "...él es un amigo de los Estados Unidos,
un fuerte colaborador de Unitas (operativos de la Armada). Le dijo a Hill que
si la Argentina puede resolver sus 'problemas marxistas', la Nación saldrá
adelante". Es posible que se refiriera al almirante Massera, aunque en
realidad ésa era una posición compartida por distintos sectores de poder en la
Argentina.
De joven, Mariano Grondona ingresó al seminario para convertirse en
sacerdote, pero finalmente se volcó a la abogacía. Como estudiante de la
Facultad de Derecho, integró los Comandos Revolucionarios Civiles que con sus
"marchas por la libertad" denunciaban al gobierno de Perón por el
desprecio a las libertades públicas. Luego, con la Revolución Libertadora, y
cuando sus compañeros empezaron a actuaren operativos de detención y tortura
contra peronistas de distintos ámbitos, decidió alejarse de los comandos,
advirtiendo que estaban imitando los procedimientos que él había criticado.
Véase revista Noticias del 3 de marzo del 2002. Graduado en Derecho y Ciencias
Sociales, fue subsecretario del Ministerio del Interior en el gobierno de Guido
en 1962 e impartió clases en la Escuela Superior de Guerra. Luego decidió
emprender la carrera periodística, basada en la observación y el análisis de
los hechos políticos. En la revista Carta Política, dirigida por Hugo Martini, de fines de 1974, con una prosa mucho más
civilizada que la de Felipe Romeo en El Caudillo.
Grondona publicó una larga meditación en la que describía con claridad
la función del secretario privado y resaltaba la conveniencia de que
permaneciera en el poder junto a Isabel Perón y continuara con su tarea
.Grondona escribió: La caída, que muchos desean, entrañaría peligros. López
Rega ha promovido o facilitado una serie de desenvolvimientos que se aprueban
en voz baja y se critican en voz alta. La firmeza ante la guerrilla, la
desideo- logización del peronismo, la recuperación de la universidad, pasan por
el discutido secre-tario ministro. De la estirpe de los Ottalagano y los
Lacabanne, José López Rega es uno de esos luchadores que recogen, por lo
general, la ingratitud del sistema al que protegen. De este material está hecha
la política. Existen líderes peronistas y no peronistas que "dejan
hacer" a López Rega, con la secreta esperanza de librarse de él. Hay hombres cuyo
destino es hacer la tarea. Otros tienen la vocación de coronarla. La caída
eventual de López Rega le es aconsejada desde diversos ángulos a la presidenta
[...] López Rega cumple al lado de la presidenta el papel de meter la mano en
tareas antipáticas, haciendo de pararrayos de la crítica. Sería por lo menos
arriesgado prescindir, hoy, de este servicio.
Grondona, como Santucho, tenía claro cuál era el final de la tarea que
estaba haciendo López Rega, y quiénes la iban a coronar. Uno la gritó con desesperación,
el otro la exaltó con pulcritud. Eran los dos extremos ideológicos de un país
que creía que su salvación sólo podía alcanzarse con la eliminación física del
enemigo. Santucho moriría emboscado por el Ejército, en julio de 1976, a poco
de producido el golpe militar. Grondona sería secuestrado durante unas horas
por una facción de la Triple A, luego de jugar un partido de tenis: le pusieron
una capucha en la cabeza y se lo llevaron a un lugar seguro, porque querían
clarificarle la posición de la banda criminal frente a la nueva coyuntura.
Apenas liberado, el periodista relataría su experiencia ante los funcionarios
de la embajada norteamericana.
El cable confidencial —AN:0760311-0401— que relata el secuestro de
Grondona fue enviado a Washington con un título tenebroso pero con cierta
cadencia poética: Sunday afternoon with the Triple A: Dice así: "Un
notable comentarista político y una personalidad de la TV, el columnista
Mariano Grondona, fue secuestrado por cuatro horas el domingo a la tarde, 8 de
agosto de 1976, por la que había sido la infame AAA. Él y su esposa fueron
dejados ilesos después de que le hicieron algo equivalente a una conferencia de
prensa de la AAA, aparentemente para intentar dar la visión de la AAA sobre la
situación de la Argentina [...]. Mariano Grondona, conocido y muy respetado por
la embajada, es un prominente comentarista político de los medios cuyos puntos
de vista son moderadamente liberales. Él fue crítico del régimen peronista
anterior y ha sido (cuidadosamente) crítico del gobierno militar argentino.
[...] En el almuerzo con funcionarios de la embajada, el 11 de agosto, contó la
historia completa de su experiencia. Él y su esposa fueron abordados por un
hombre armado cuando ellos salieron del auto en el club de tenis esa tarde del
domingo 8 de agosto. Este individuo los forzó a volver a entrar al auto y les
ordenó partir. Fueron seguidos por otro auto y cuando estaban bastante lejos
del club, fueron llevados al otro auto. El vehículo estaba equipado con
radiotransmisores, los captores se comunicaron en código con un auto que estaba
cerca. Grondona y señora fueron forzados a cubrirse los ojos y fueron llevados
a una casa donde el vehículo entró a un garage subterráneo. En ese momento les
pusieron capuchas y se los introdujo en el edificio. Ambos estaban sentados, se
les sacaron las capuchas, el lugar estaba decorado con cuadros del siglo xix
del hombre fuerte argentino Rosas; otros de Hitler, Primo de Rivera y varias
armas, incluyendo una ametralladora con trípode. Los captores eran siete u
ocho. Ellos fueron descriptos por Grondona como hombres de entre treinta y
cincuenta años, vestidos informalmente como civiles pero podían caracterizarse
como 'tipo policías'. En varias oportunidades durante su ordalía ellos los amenazaron
de muerte si no hacían exactamente lo que se les ordenaba, pero en ningún
momento los manosearon o lastimaron ni a él ni a su esposa. El líder del grupo
le dijo a Grondona que ellos eran la AAA. La mayor parte de la charla se
extendió sobre sus puntos de vista, más que un interrogatorio a Grondona. Ellos
parecían estar enterados de sus opiniones y no parecían considerarlo un
peligroso izquierdista. Grondona se adaptó rápidamente a la situación(como lo
hizo su notablemente compuesta señora) e hizo todo lo posible por llevar la
discusión sin decir nada que los ofendiera. Dos malos momentos llegaron cuando
él se refirió a la vinculación de López Rega con la AAA y cuando manifestó su
creencia en la vinculación de los sindicatos derechistas con la AAA. En ambos
casos los captores estaban furiosos. Ellos fustigaron a López Rega por haber
dañado la imagen de la AAA y se horrorizaron ante la sugerencia de alguna
conexión con los sindicatos. Los captores criticaron severamente a los líderes del gobierno, calificaron a las fuerzas de Videla-Viola como
débiles, hicieron hincapié repetidamente acerca de presuntas influencias
izquierdistas en la Iglesia Católica; atacaron la política económica del
gobierno e insistieron en la existencia de un complot internacional de judíos
marxistas, etc., para asumir el control del mundo. Grondona encontró el nivel
de sus captores bastante bajo y sus argumentos simples y contradictorios. Él
sintió que eran sinceros sobre su causa, y estaba convencido de que ellos los
matarían sin inmutarse si lo creían necesario. El principal del grupo le dijo
que habría una campaña contra 'los enemigos del país' y que correría sangre en
las calles.[...] Luego de un total de cuatro horas, los Grondona, con los ojos
tapados, fueron llevados de vuelta a su auto y dejados en libertad haciendo la
ruta inversa. Grondona trató de hacer la denuncia. La policía se mostró
desinteresada y sugirió que la hiciera en la zona donde fue secuestrado. Él no
está decidido a continuar con el tema. Retros-pectivamente, Grondona encuentra
interesante la experiencia y está orgulloso del comportamiento de su mujer, y
obviamente disfruta relatando la historia a su audiencia, al tiempo que admite
que no fue para nada divertido". XIX
Ese diciembre de 1974, Las Bases presentó a Isabel como la mujer del
año. La contrapor-tada le correspondería al ministro. Su rostro de perfil, sus
ojos claros, y una leyenda: "José López Rega. Muchos años de trabajo y de
humildad. El triunfo de la Lealtad. El hombre del año". Fue el año de la
unidad, de la reconciliación de los sectores comprometidos en la lucha contra
el enemigo común. Pero esta unidad debía expresarse con un símbolo que pudiera
coronar lo magnánimo de su obra. López Rega pensó en un acto religioso en el
que comulgaran miles de niños, criaturas salidas de las villas, de los clubes,
de las escuelas; un acto de profunda significación espiritual y nacional, a
realizarse sobre los cimientos mismos del Altar de la Patria. Esa fue su idea.
El Panteón Nacional, que ya estaba en obra, sería el más imponente que jamás
conociera la historia argentina. Se levantaría entre la estación Retiro y la
Facultad de Derecho, en la zona norte de la ciudad de Buenos Aires. Tendría más
de cincuenta metros de alto, con sendas peatonales que desembocarían en una
plaza cívica con una llama eterna en el centro, un gran salón de ceremonia en
suinterior, túneles y escaleras, y luego, la bóveda central, donde descansarían
los restos de los próceres nacionales: Perón, Evita, San Martín... y una
leyenda que él mismo había concebido desde su corazón y su pluma: Hermanados en
la gloria vigilamos los destinos de la Patria. Que nadie utilice nuestro
recuerdo para desunir a los argentinos.
López Rega, como Gran Arquitecto del Universo, había encargado la
construcción del Altar de la Patria al ingeniero Juan Carlos Basile, luego de
que el Parlamento argentino aprobara por ley la ejecución de la obra.
Finalmente, en la apacible tarde previa a la Navidad, su sueño se cumplió. Los
niños fueron llevados a Olivos en micros del Ministerio de Bienestar Social,
para entregar ofrendas florales a la presidenta, y luego fueron conducidos
hasta el Panteón Nacional. Allí cantaron el himno, fueron bendecidos por un
cura y se mar-charon con los bolsillos llenos de golosinas, mientras por los
altoparlantes ya se escucha-ban las primeros sones de la "Marcha
peronista". Con tanta paz sobrevolando por el aire y tantos niños felices
sonriendo, el ministro sintió que la Argentina Potencia ya vislumbraba su
realización.
La originalidad del acto estuvo marcada por la liturgia oficiada por
Jacobo Lozano, el arzobispo primado de una Iglesia Apostólica Católica Ortodoxa
Americana. Era un culto cismático, cuyo sostén y promoción por parte del Estado
argentino no generaría simpatías en el Vaticano. La Conferencia Episcopal
Argentina le observó este detalle a la presidenta y los obispos solicitaron una
audiencia aclaratoria al ministro de Bienestar Social, pero éste se negó a
recibirlos. López Rega era un apóstol de su propia religión.