sábado, 4 de abril de 2020

CAPITULO 14-PONER FLORES

CAPITULO 14
PONER FLORES
Perón fue llorado durante toda la semana. Su muerte significó el fin de un liderazgo de treinta años sobre la política argentina, la conclusión de un ciclo histórico que dejó flotando la sensación de haber perdido a un padre. El Movimiento peronista había quedado partido en dos (los ortodoxos y los revolucionarios) y la conducción y el ejercicio del gobierno recaían en la viuda. La muerte de Perón también era el anticipo de otras muertes. Eduardo Romero, un militante cordobés de la Juventud Peronista, fue asesinado después de que terminara el cortejo fúnebre. Se separó de su columna y entró a pedir un vaso de agua a la sede de la UOM en el centro de Buenos Aires. Su cadáver aparecería al amanecer. Ese día, el 5de julio de 1974, la presidenta convocó a una reunión de gabinete ampliada en Olivos. Estaban todos los ministros (que le entregaron sus renuncias firmadas para que tuviera las manos libres), los comandantes de las tres armas, las jefaturas dela CGT y la CGE. También concurrió el jefe de la oposición, Ricardo Balbín. Al ingresar al Salón de Acuerdos, Isabel le agradeció sus palabras frente al féretro. En su discurso, mirándola a los ojos, Balbín había dicho que "los partidos políticos estarán a su lado en nombre de su esposo muerto, para servir a la permanencia de las instituciones argentinas que usted simboliza en esta hora". Isabel le comentó que Perón, antes de morir, le había dicho que lo consultara ante cada decisión importante, y le aseguró que así lo haría. Luego le pidió que se quedara a su izquierda, al lado de Lastiri. López Rega estaba perdido en la mitad de la larga mesa, junto a Massera. 

Sentada a la cabecera, la presidenta anunció la continuidad del proyecto de la "Argentina Potencia" que había iniciado su marido. También incursionó en un tema privado, pero que indudablemente tenía implicancias políticas. Dijo que le habían llegado rumores acerca de la existencia de una supuesta vinculación sexual entre ella y el ministro de Bienestar Social, y aprovechó para preguntarles a los presentes (y ése era el tema central de la convocatoria) si tenían alguna objeción que realizar sobre la gestión de su ministro, a quien (recordó) Perón quería como aun hijo. Isabel esperó unos momentos, pero como nadie hizo ningún comentario dijo que había pensado en la posibilidad de que, a partir de entonces, López Rega continuara con sus funciones como secretario privado de la Presidencia, y actuara como una suerte de ministro de enlace del gabinete. 
Al ministro de Trabajo, Ricardo Otero (hombre de la UOM), la propuesta le pareció formidable. Lo mismo opinó el canciller Vignes. "Era lo que correspondía", dijo. Las pala-bras del ministro de Justicia, Benítez, fueron tan cuidadosas que lindaban con la inocuidad. Otros ministros imitaron su línea. El temor a las represalias de López Rega los había vuelto prudentes. Sin embargo, en la reunión hubo matices: Llambí dijo que prefería que todo continuara como antes, de manera que cada ministro pudiera comunicarse directamente con la presidenta; el presidente del Senado, José Antonio Allende, puntualizó que el nuevo mecanismo no estaba contemplado en la Constitución. Ángel Federico Robledo, de Defensa, y Jorge Taiana, de Educación, se opusieron con un poco más de énfasis. 
Ese día, un grupo de ministros liderados por Gelbard se había contactado con el almiran-te Massera y con Balbín; tenían la intención de conformar un bloque de apoyo, sensato y razonable, para rodear a la presidenta y obligarla a desprenderse de López Rega. En el momento en que Balbín tomó la palabra, pareció que ese plan iba a prosperar. El dirigente radical dijo que le parecía inconveniente que López Rega tuviese una influencia hegemónica en el gobierno, porque su presencia podía ser un factor de irritación. Isabel tuvo un gesto de dureza ante esas palabras inesperadas, pero Balbín prosiguió. Comentó que tenía informa- ción de que en el interior del Ministerio de Bienestar Social había armas, y que ese solo elemento, teniendo en cuenta la violencia desatada "desde los dos bandos", hacía necesario acotar su influencia para preservar la imagen presidencial, que debía mantenerse "inmaculada". 
-Pero qué disparate, Balbín. ¿Cómo piensa eso de Daniel?, reaccionó Isabel. 
López Rega también se defendió diciendo que su misión siempre había sido servir al General, en defensa de la Patria y con el propósito de unir a los argentinos. Tomando nota de la postura de la presidenta en el contrapunto, Gelbard prefirió mantenerse en silencio. Massera y el resto de los militares, también. Isabel concluyó diciendo que lo que era bueno para Perón, también iba a ser bueno para ella, y cerró la reunión. 
Esa misma tarde, en Don Torcuato, muy cerca de Olivos, apareció asesinada Elsa Celia Argañaraz, una militante de la Juventud Peronista, de19 años. Antes de morir había sido violada. Su esposo fue apaleado cuando fue a retirar el cadáver a la comisaría. Por la noche, la Secretaría de Prensa y Difusión comunicó que López Rega continuaba desempeñándose como secretario privado dela presidenta. 
La supuesta relación íntima entre López Rega e Isabel era un asunto de interés en las conversaciones del personal doméstico de la residencia presidencial. Ninguna tenía pruebas directas de que tuvieran alguna otra vinculación que no fuese la espiritual y afectiva, pero atribuían valor de evidencia a los rastros azulinos de la tintura del pelo que Isabel utilizaba para taparse las canas, que las muchachas que tendían las camas solían encontrar tanto en la almohada de su dormitorio como en la almohada del dormitorio del ministro. Otro elemento que alimentaba esa creencia era el hecho de que en los viajes, y durante muchos años, Isabel y López se alojaban en habitaciones que tenían alguna puerta que las conectaba internamente. También otorgaban valor indiciario a los celos de López Rega, cuando después de algún asado en el quincho de la residencia miraba a la presidenta que se paseaba en traje de baño al borde de la piscina y comentaba: "Isabelita y Pedro Eladio Vázquez están muy juntos". Eso no le gustaba. 
Luego de que murió Perón, desde la Casa Militar que controlaba la seguridad de la residencia de Olivos le hicieron saber a López Rega que para guardar las formas ante la condición de viuda de la presidenta, convenía que se mudara de su dormitorio del primer piso al chalet de huéspedes. Incluso empezaron a refaccionar el lugar y demolieron media pared para colocar una ventana con vista al parque. Pese a los esfuerzos castrenses, López Rega tomó la casa como su escritorio personal y prefirió mudar sus pertenencias al dormitorio de Perón. Empezó a dormir en su cama. Desconfiaba de los uniformados. Su seguridad dentro de la residencia de Olivos era un tema que le preocupaba, porque si bien se sabía un blanco de Montoneros, entendía que sus enemigos también pertenecían a la esfera del poder. Y desde allí lo espiaban. 
Todas las mañanas, a las 8.30, en auto o en helicóptero, López Rega e Isabel compartían el viaje desde la residencia de Olivos hasta la Casa de Gobierno. Esta costumbre frustró la aspiración de Montoneros de matar al secretario privado. En los actos públicos, los militantes de la Tendencia siempre se lo recordaban: "¡Montoneros/ el pueblo te lo ordena/ queremos la cabeza del traidor de López Rega!".Cuando murió Perón, hubo una discusión interna en la conducción: no sabían si debían atentar contra López Rega e Isabel, o si debían excluir del hecho a la presidenta. Lo cierto era que siempre se mostraban juntos. Los Montoneros ya tenían todo preparado: habían alquilado un departamento sobre la Avenida del Libertador, camino obligado desde la residencia de Olivos a la Casa de Gobierno, y desde allí excavaron y llegaron a un viaducto, donde, a la altura de la avenida, colocaron los explosivos. Finalmente se decidió no hacer la operación si ésta implicaba terminar con la vida de la presidenta. Era una cuestión institucional y también significaría un agravio a la memoria del General. Como López Rega jamás se despegó de Isabel en sus viajes, el plan se frustró. (Entrevista con el ex jefe montonero Fernando Vaca Narvaja.) Por otra parte, dentro de la residencia de Olivos, López Rega intuía que Dolores Ayerbe, la secretaria de Isabel, se había dejado ganar por la simpatía y elegancia del almirante Massera, y le informaba sobre sus movimientos. También tenía conocimiento de que Zulema Conti de Fernández, la gobernanta que abanicó a Perón al momento de morir, respondía a Lorenzo Miguel. Conti de Fernández había trabajado en el Policlínico de la UOM y fue contratada en la residencia presidencial por recomendación del sindicalista. Las sospechas de López Rega sobre su verdadero rol tomaron cuerpo cuando, al regresar de una provincia, luego de dos días de ausencia, encontró todos sus papeles revueltos. (Entrevista a la mucama del matrimonio Perón, Rosario Álvarez Espinosa.) 
Tras la muerte de Perón, López Rega inició una nueva escalada por la concentración del poder. Su objetivo (como lo había sido siempre) fue apuntalar la personalidad de Isabel, ayudarla a que se aferrara en el poder, ahora en su rol de presidenta y, por último, a través de ella, dominar la Argentina. La dimensión de su estrategia se traslució en la portada de Las Bases del 16 de julio. Allí estaba Isabel, de apariencia un tanto momificada, con su rostro pétreo, el peinado recogido al estilo de Eva, y exhibiendo todos sus atributos: sentada en el sillón de Rivadavia, luciendo la banda presidencial, aferrando el bastón de mando, engalanada con una capa negra. El título era: "¡Y ahora, todo!". Para hacer más efectivo (e ilustrativo) su dominio sobre la presidenta, López Rega instaló su escritorio en el hall que conducía al despacho presidencial, que hasta entonces utilizaban los edecanes. Los corrió de ese lugar y se plantó ahí como si fuese un recepcionista que autorizaba o negaba el ingreso de las personas que deseaban ver a Isabel. 
Cuando otro compromiso de Estado lo obligaba a salir de la Casa de Gobierno, dejaba en custodia de la puerta presidencial al canciller Vignes, quien se sentía orgulloso de que el secretario norteamericano Henry Kissinger lo llamara "Alberto", su nombre de pila. López Rega también les ordenó a sus custodios Almirón y Rovira que guardaran sus pertrechos de guerra en una oficina del primer piso. Como secretario privado de Isabel, el ministro de Bienestar Social conservó el mismo gusto por la interrupción de los encuentros ajenos que ya mostraba en los tiempos de Puerta de Hierro: si un funcionario conversaba a solas con la presidenta, López Rega ingresaba en el lugar de la reunión para advertirle que afuera estaba esperándola una señora para agradecerle la muñeca que le había regalado a su hija. Si Isabel, molesta por el ingreso, le decía que estaba intentandor esolver un tema difícil y lo enviaba fuera de su despacho, a los cinco minutos López Rega reaparecía para recordarle la presencia de la señora. A Isabel, la supervisión y el control constantes que el secretario ejercía sobre sus tareas la volvían indecisa y vacilante. Casi como regla general, después de conversar con López Rega, la presidenta solía arrepentirse de una decisión acordada con un ministro y le notificaba que se suspendía. La tensión que le provocaba la complejidad de los asuntos de Estado le impedía concentrar su atención en cada tema más de quince o veinte minutos. 
En los momentos en que se sentía más comprometida emocionalmente, su secretaria particular, Dolores Teresa Ayerbe, debía entrar al despacho y darle una pastilla para calmar los nervios. Por lo general, las jornadas diarias de la presidenta en la Casa Rosada terminaban hacia el mediodía. Después marchaba hacia Olivos para evaluar algún asunto pendiente, jugar al té canasta con su amiga Nélida De Marco o con la esposa del embajador en España José Campano (a quien pensaba designar canciller), o recibía a Bruno Porto, su peluquero. 
Su secretario privado solía marcarle la frontera del mundo de la Casa Rosada con el de la residencia presidencial: -Es la una. Hay que ir a comer la papita..., le advertía, cariñoso. 
A partir de la muerte de Perón, López Rega estaba convencido de que el espíritu del General se había encarnado en su persona, conservaba la íntima convicción de que todas sus acciones estaban avaladas por la Divinidad y nada ni nadie lo detendría hasta que todos los argentinos fueran felices. Se sentía espiritualmente reconfortado por el hecho de que todas sus predicciones se hubieran cumplido. Al cabo de nueve años de intensa y paciente labor, atendiendo el tránsito planetario y el ordenamiento cósmico, había convertido a Isabelita en presidenta. Y ahora, a él, Daniel, le competía salvar a la Argentina. En consonan-cia con el paradigma ideológico de los masones y norteamericanos, creía que el obstáculo para la realización de su misión seguía siendo "la infiltración marxista", pero no buscaba depositar exclusivamente allí el origen de todos los problemas del país: "La dependencia también está en el alma", advertía. 
Para afirmarse en el poder, a su condición de jefe virtual de la policía y distribuidor de recursos asistenciales se propuso sumar el dominio de los medios de comunicación. Con este paso, concentró tres instrumentos clave de dominio: el dinero, la policía y, ahora, la censura a la oposición. A mediados de julio de 1974 impulsó la estatización de los canales de televisión privados. Hasta entonces los permisionarios mantenían una posesión precaria. Sus concesiones estaban vencidas. Al respecto, Perón había adoptado una política guiada por la cautela y sujeta a constantes negociaciones entre lo público y lo privado. 
Muerto el General, y mientras en el gobierno había sectores que recomendaban realizar una nueva licitación para continuar con la línea moderada, López Rega impulsó una medida drástica: estatizar los canales. La intervención se consumó con la idea de que el Estado terminaría con el "vacío cultural" y el "amarillismo" de las emisoras privadas, y promovería desde la pantalla programas que tendieran a recuperar "el ser nacional". La iniciativa contaba con el apoyo activo de los gremios de la comunicación y los actores (el dirigente emblemático era Luis Brandoni), quienes imaginaban que los canales recuperados serían puestos "al servicio del pueblo". 
En octubre de 1973, el Estado concedió una prórroga por 180 días a los permisionarios privados. Desde entonces, la conducción fue compartida. El Estado vigilaba el contenido de los noticieros y mandaba al aire los discursos de ministros o secretarios, y también cubría los actos de la CGT. Los privados se ocupaban del resto de la programación. En repetidas oportunidades Perón se negó a firmar el decreto de estatización de los canales. Prefirió que una comisión de la Cámara de Diputados estudiara una solución consensuada para el futuro régimen por el que se regularía el servicio público de radio y televisión. 
Ya se habían conformado cooperativas para la producción de programas y también se habían discriminado los porcentajes de aire que le corresponderían a cada sector. El 22 de julio de 1974, con el tiempo de prórroga vencido y el decreto de estatización firmado, dece- nas de custodios y policías de civil tomaron las instalaciones de tres canales privados de Buenos Aires y dos del interior. Entraron con las armas en la mano, bajo los aplausos de los empleados y los gremios, que, guiados por muchos años de rencores contra sus antiguos jefes, anunciaron que a los "emperadores de la televisión" les había llegado su Waterloo. Cuando Tomás Hernández, representante legal de Canal 11, fue a asentar una denuncia policial a la seccional 18, el comisario Villar le ordenó al subordinado que estaba a cargo que lo echara a patadas. 
Pero, al margen de la desprolijidad de las formas con que se instrumentó el decreto, y con la certeza de que se ejercía un acto de reivindicación soberana, el Estado (guiado por el consejo del secretario legal y técnico, Julio González) no se ocupó de inventariar el equipamiento y los bienes físicos de las sedes de los canales, que correspondían a los permisionarios, y luego se los expropió por ley. Por tal razón, años más tarde, después del golpe militar de 1976, los "emperadores" fueron indemnizados con sumas millonarias, notablemente superiores al valor de sus bienes en el momento de la ocupación. Con lo que embolsaron, comprarían nuevamente las concesiones y les sobraría plata. 
Luego de la estatización, los programas emitidos al aire no propenderían a la formación cultural ni atenderían a la difícil tarea de construir o reflejar un esquivo "ser nacional". Nada de eso: se convirtieron en un instrumento de censura manejado por el gobierno, bajo obser- vación de López Rega. El nivel de encendido cayó en forma ostensible. El cine se recuperó, pero tampoco pudo evitar la tijera dela censura. Para gestionar el control televisivo, el ministro de Bienestar Social reemplazó a Emilio Abras en la secretaría de Prensa y Difusión por José María Villone, quien hasta entonces había desempeñado la triple función de director del Banco Hipotecario e interventor de Radio El Mundo y también de la autogestionada imprenta estatal Codex, donde los grupos juveniles del lopezrreguismo tenían pista libre para imprimir afiches para actos públicos y movilizaciones. 
En el caso de Alejandro Romay, permisionario de Canal 9, fue indemnizado con 35 millones de dólares. Luego, volvió a retomar la concesión del canal durante el gobierno de Raúl Alfonsín, en la década de los ochenta. En 1997 vendió el canal en 180 millones de dólares. 
José María Villone fue tanto o más "duro" que López Rega en el control de las comunica- ciones, y precisamente por esas actitudes de independencia en sus decisiones comenzó a chocar con el ministro. Desde la Secretaría de Prensa y Difusión, Villone despojó a los gre- mios televisivos de sus sueños cooperativistas y tomó al pie de la letra las directivas reservadas del Partido Justicialista de octubre de 1973, que impedían "la propaganda de los grupos marxistas, máxime cuando se presenten como si fueran peronistas, para confundir", y también el ítem que ordenaba que "no se admitirá comentario, estribillo, publicación o cualquier otro medio de difusión que afecte a cualquiera de nuestros dirigentes". 
Empezó por no renovar los contratos de dos programas de humor político ("Telecó-micos" y "Déle crédito a Tato"). La cosa ya no estaba para bromas. Y después levantó la mesa de los almuerzos de la actriz Mirtha Legrand (cuya carrera, en sus inicios, había sido promovida por el mismo Villone), porque no contribuía al "proceso de unidad y recons-trucción nacional". Legrand apelaría a Isabel, que la recibió con un té en Olivos, pero nada haría cambiar la decisión del secretario de Prensa y Difusión, convertido en el "comisario político" del lopezrreguismo. La censura excedería el marco de la pantalla. 
La llegada de José María Villone a un punto neurálgico del poder fue parte delos cambios en el gabinete. Pasado un mes de la muerte de Perón, Isabel seguía blandiendo las renun-cias de sus colaboradores sin tomar decisión alguna. Frente al vacío generado por la ausen-cia del Líder, fueron muchas las presiones que debió soportar su sucesora. Al margen de la avidez de su secretario privado, se sumaban las presiones de los sindicatos y del aparato justicialista, que la apoyaban sin reservas en nombre de la ortodoxia y de un verticalismo enfermizo. Ellos coincidían con López Rega (que no había surgido de ningún aparato del peronismo) en la cruzada por la pureza ideológica del Movimiento, pero se resistían a la posibilidad de que el poder del secretario se extendiera sobre todos los sectores del país y los utilizara como apéndices de su voluntad de dominio. 
Por otra parte, también pesaban sobre la conciencia de Isabel los consejos de Perón, que desde su lecho de enfermo le había reiterado que no olvidara a Balbín en su futuro gobierno. Estos llamados póstumos del General implicaban la conformación de un gabinete de coalición, que abriría la gestión de gobierno hacia otros partidos y permitiría reforzar la institucionalidad. Pero la balanza de Isabel se inclinó hacia la ortodoxia justicialista: aceptó la renuncia del ministro de Educación Jorge Taiana (considerado por López Rega un protector de Montoneros por cuestiones ideológicas y familiares) y las de Benito Llambí y Ángel Federico Robledo, que habían objetado a Daniel en la reunión del 5 de julio. El ministro de Economía, Gelbard (a quien Perón asignara el rol de piedra angular de la goberna-bilidad), se mantuvo en el gabinete pero en posición inestable: la ortodoxia peronista lo consideraba un elemento ajeno a su tradición, y además, a partir de la muerte de Rucci, el pacto social había ido perdiendo apoyo gremial y estaba siendo agujereado por los aumentos de precios de los productos, mientras que los salarios se mantenían congelados. 
También se cerraron por decreto diarios y revistas aduciendo cuestiones ideológicas o morales, se restringió la información que enviaban las agencias de noticias extranjeras y se prohibió la realización del festival de Cosquín para evitar la difusión de, entre otros, César Isella, Mercedes Sosa y Horacio Guarany (quien, el día que le pusieron una bomba en la camioneta estacionada en la puerta de su casa, saldría por el barrio de Villa Urquiza a insultar a López Rega), a los que se acusaba de haber distorsionado la esencia nacional del folklore para transformarlo en un "cancionero marxista". Cada una de las acciones que tomaba Villone las festejaba El Caudillo. Incluso Felipe Romeo, con su delgadez y su flequillo que le caía sobre la frente al estilo Dustin Hoffman, empezó a frecuentar su oficina. Ya no había duda de que aquel que resultara afectado por la censura ideológica y cultural del lopezrreguismo quedaba expuesto al fuego de la Triple A. 
En reemplazo de los ministros salientes, la presidenta designó en Interior a Alberto Rocamora, un peronista histórico y "dialoguista"; ubicó en Defensa a Adolfo Savino, un hijo de la comunión entre López Rega y Licio Gelli, y al frente de Educación al octogenario Oscar Ivanissevich, un cirujano de la vieja guardia peronista, quien fue rescatado del ostracismo (estaba dirigiendo la campaña de reforestación del ejido metropolitano) para conducir la misión de extirpar el marxismo en la universidad. En el marco del creciente impulso de la violencia paraestatal y de las acciones guerrilleras del ERP y de Montoneros, la seguridad era uno de los temas clave de las reuniones de gabinete. 
Antes de morir, Perón había evaluado la creación de un Consejo Nacional de Seguridad, con la participación de las Fuerzas Armadas, pero López Rega había bloqueado con éxito dicha iniciativa. El ministro quería mantener bajo su órbita el control de las fuerzas tanto legales como ilegales que reprimían a la guerrilla. Le quitó la significación política y la comprensión humana que, tanto él como Perón, le habían otorgado desde Las Bases en 1972 y circunscribió la cuestión a un problema policial. La responsabilidad instrumental de la represión quedó depositada en la figura del comisario Villar, que había desplegado parte de su tropa por distintas provincias con el fin de aniquilar a los batallones del ERP internados en los montes. 
Esta estrategia de represión policial fue aceptada por las Fuerzas Armadas, aunque el líder del ERP, Mario Roberto Santucho, intuía que tras esa presunta sumisión castrense a las instrucciones dictadas por un ex sargento retirado de policía se escondía una estrategia más fina, que preservaba a la institución militar de la actual coyuntura y proyectaba sus tareas hacia el mediano plazo. Santucho escribió: Simultáneamente, con la autorización de López Rega para aplicar su política represiva sin participación militar, los mandos de las Fuerzas Armadas contrarrevolucionarias han puesto en marcha un plan golpista dirigido a apropiarse del gobierno en los primeros meses del año próximo. [...] Ellos piensan dejarlo a López Rega que se "queme", que el gobierno se desprestigie totalmente para justificar el golpe, que pueden llegar a realizar presentándose como herederos de Perón, como que vienen a "reencauzar el proceso", corrigiendo los abusos y errores de López Rega e Isabel. 
Además, bajo la esfera de Gelbard, existía un anteproyecto de ley agraria para agregar un impuesto a la renta potencial de la tierra que provocaba escozor tanto en los ganaderos como en el aparato sindical, que lo consideraba "marxista y colectivizante". Horacio Giberti, secretario de Agricultura y Ganadería y autor intelectual de esa iniciativa, sería cesanteado de su cátedra en la universidad y luego sufriría un atentado. 
El 31 de julio de 1974, el mismo día que Santucho publicó su opinión en El Combatiente, fue asesinado Rodolfo Ortega Peña. Pocas semanas antes, el diputado de izquierda, en la fatal comprensión de que la muerte iba acorralándolo, había reflejado esa sensación en un artículo: "Morir por el pueblo es vivir", escribió. Ortega Peña fue fusilado en pleno centro de Buenos Aires, cuando bajaba de un taxi detenido en doble fila, pasadas las diez de la noche. Venía de cenar en un restaurante. Ya había pagado 580 pesos por un viaje de doce cuadras. Tres o cuatro personas aparecieron por detrás del auto y le dispararon, de arriba abajo. Sorprendido, llegó a preguntarle a su mujer, Helena Villagra, que lo acompañaba:"¿Qué pasa, flaca?". Las balas penetraron en la cabeza, el cuello y el tórax del diputado. Su mujer intentó protegerlo y fue levemente herida por un disparo. Sintió como si una bombita de agua le estallara en la boca. Los impactos hicieron que Ortega Peña golpeara contra el guarda barro de un Citroen estacionado; su cuerpo se fue deslizando, arrastrando en su caída a su mujer y el paragolpes trasero. La cabeza ensangrentada quedó a la altura de las ruedas, sobre el cruce peatonal de la esquina de Carlos Pellegrini y Arenales. Alrededor de él, quedaron veinticinco vainas servidas de metal dorado. A la altura de la axila izquierda estaba su cartera de cuero marrón, donde guardaba una lapicera Parker con pluma fuente y su pipa de madera tallada. Después le colocarían una pistola Colt con el número de identificación limado. Todo duró cinco o seis segundos. Helena Villagra sólo pudo ver a una persona de estatura mediana, que tenía algo extraño y de color blancuzco en la cara, y desde el suelo llegó a escuchar el rumor de unos pasos que se alejaban al grito de "dale, dale...". 
Un médico la trasladó al Hospital Fernández en medio de una crisis de nervios. Desde su rol conjunto de parlamentario, abogado y periodista, Ortega Peña había representado una molestia tanto para López Rega como para el peronismo como aparato político. El crimen abrió paso a una represión que ya no escondería prejuicios a la hora de mostrar sus cadáveres. Fue la apertura del teatro del terror. A partir de entonces la Triple A comenzaría a exterminar a todo aquel que tuviera o hubiera tenido vinculación política y pública con la izquierda, peronista o no peronista. 
La estrategia represiva del gobierno de Isabel Perón también asumía funciones didác-ticas en las reuniones de gabinete. En el Salón de Acuerdos de la residencia de Olivos, donde se planteaban las medidas a adoptar, solían proyectarse diapositivas con las fotos de los "enemigos" que ponían en riesgo la seguridad nacional, y cuya eliminación se considera- ba como indispensable para salvaguardar la paz. El 8 de agosto de 1974, en una de esas fotos apareció la imagen del ex subjefe de la policía bonaerense, Julio Troxler. Pronto sería encontrado de cara al sol. Muerto. La proyección de la diapositiva de Troxler se convertiría en uno de los principales fundamentos jurídicos para que el juez Norberto Oyarbide dictara la prisión preventiva a Isabel Perón en el año 2007 en la causa judicial abierta sobre el accionar de la Triple A. 
Ortega Peña fue director, junto a Eduardo Luis Duhalde, de las revistas Militancia Peronista para la Liberación, primero, y De Frente, después. Desde su banca, denunciaba que la sangre derramada generosamente por el regreso de Perón había sido traficada. A esas alturas, le habían volado la redacción de la primera revista (luego se la cerraron) y fue dejado cesante de su cátedra de Historia Argentina en la universidad. El diputado, de 38 años, había tenido una participación activa como defensor de militantes políticos y guerrilleros en la dictadura de Lanusse. Era considerado un ideólogo del Peronismo de Base (PB) y las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP). Ya muerto, su cuerpo fue llevado ala comisaría 15. En medio de la furia y el dolor de más de cien personas que se acercaron a la seccional, se abrió camino con una sonrisa ancha el jefe de la Policía Federal, comisario Villar. El diputado renunciante de la JP Diego Muñiz Barreto lo previno: "No te rías tanto, hijo de puta, que la próxima boleta es la tuya". Con el cuerpo depositado en una mesa, esa noche se organizó una comida de festejo en la seccional. Al día siguiente las caras de satisfacción se desparramaban en el Ministerio: cinco miembros de la JPRA dijeron haber perpetrado el crimen. (Entrevista con ex secretario de la agrupación17 de Octubre.) Miles de personas acompañaron el cortejo que despidió los restos de Ortega Peña en el cementerio de la Chacarita, pero fueron dispersadas con gases lacrimógenos en los portones de la entrada. La bandera argentina que llevaba un vehículo de la casa funeraria fue quitada y destruida por un policía. Los detenidos fueron alojados en carros de asalto, muchos de ellos fueron fichados y durante la dictadura militar se convertirían en desaparecidos. Frente al ataúd, y bajo una intensa lluvia, el abogado Duhalde leyó un discurso de despedida: "Vivió y murió para que la clase obrera y el pueblo forjaran desde el poder una nueva sociedad, con hombres nuevos, donde desaparecieran definitivamente los explotadores y explotados. Vivió y murió por una Patria Socialista, que un día no muy lejano tendrá la hechura y la medida como él la soñó". En la edición posterior al crimen, El Caudillo, a su modo, lo celebró. En un recuadro con su foto publicó el "réquiem para un montonero", donde lo acusaban de "zurdo" y "ladrón". El último párrafo, decía: "Hoy lo he visto, pobre 'punga' panza arriba en una morgue, con un 'zobala' en el pecho 'que le impide respirar' y vi dos solicitadas en los 'diarios combativos' con el nombre del otario y un 'te vamos a vengar'." El diputado Héctor Sandler plantearía en el Congreso una cuestión de privilegio por ofender la memoria del diputado muerto y pidió "cinco días de arresto para Felipe Romeo". Poco tiempo después Sandler sería cercado por la Triple A. Debió abandonar su banca y exiliarse en México —véase capítulo 19—, donde ya se habían refugiado muchos ex funcionarios del gobierno de Cámpora. El Caudillo saludaría el éxodo, comentando que instalar una agencia de viajes para ese país sería "el negocio de la semana". 
Para prisión preventiva de Isabel Perón, véase nota 6 del capítulo 18. En entrevista personal, el ex ministro del Interior Alberto Rocamora confirmó que ese tipo de proyecciones eran usuales en las reuniones de gabinete. Otra información (que no pudo ser confirmada) indica que López Rega, a medida que visualizaban las imágenes, iba anotando los nombres de las personas y luego de la reunión de gabinete le entregaba el listado a su custodia. La información sobre la imagen de Julio Troxler, acusado de "subversivo", proyectada en la reunión de gabinete el 8 de agosto de 1974, fue vertida en la declaración judicial —fojas 922, cuerpo V, causa AAA, por su hermano Federico Troxler. Comentó que, a partir de ese hecho, uno de los ministros del gabinete le había recomendado a su hermano que se fuera del país. Julio Troxler se negó, alegando que él sólo era peronista, y dijo que podía probar que no era "subversivo". Es posible que quien haya transmitido la advertencia haya sido Jorge Taiana, al que le restaban cinco días en el cargo como ministro de Educación. Por razones familiares, Taiana bajaba información a Montoneros y López Rega estaba al corriente de esta situación: en una reunión de gabinete realizada después de la muerte de Perón en el Comando en Jefe del Ejército, y donde se recibían y analizaban los informes que entregaba la SIDE sobre "los infiltrados", fue advertida la ausencia de José Gelbard y Jorge Taiana. López Rega lo explicó: "No los invité porque son comunistas. Las cosas que se hablan acá adentro se las pasan enseguida al ERP y a Montoneros". (Entrevista a Gustavo Caraballo.)Según Bernardo Alberte, hijo del homónimo militar peronista, al día siguiente de la reunión de gabinete, el ministro Jorge Taiana habría visitado a su padre en la tintorería de Juncal 848. Le dijo que se fuera "porque lo iban a matar". Lo mismo le sucedería a Troxler, Silvio Frondizi, Hernández Arregui y Rubén Sosa. Véase
Página/12 del 30 de enero de 2007 
Camino a Ezeiza, pasando el primer puente con bandas de madera, cincuenta metros sobremano derecha". Allí estaba Frondizi. Muerto. Julio Troxler, ex policía, profesor de la Facultad de Medicina, sobreviviente de los fusilamientos de la Revolución Libertadora. No escaparía esta vez: es secuestrado y fusilado por la espalda en el paredón del Ferrocarril Roca, sobre una calle de Barracas. Aparece tendido bajo el sol del mediodía, entre derrames de sangre y masa encefálica. Muerto. Un chico ve escapar a un Peugeot 504 color negro, que dobla por la calle Suárez. Comunicado de las AAA: "La lista sigue... murió Troxler. Muerto por bolche y mal argentino. Seguirán cayendo. Adjuntamos lista de ejecuciones. Viva la Patria. Viva Perón. Viva Isabel".La sangre era el resultado de una adver-tencia no escuchada. Pero no sólo eran balas. También eran bombas. Bomba al estudio de Roberto Imperatrice por patrocinar la defensa de las hermanas de Eva Duarte en el juicio sucesorio contra Juan Perón, y por ende contra Isabel; bomba a la Gremial de Abogados Peronistas; bomba al diario Noticias, bomba al general Carlos Prats y su esposa (muertos); bomba a la casa del rector interino de la Universidad de Buenos Aires, Raúl Laguzzi; la custodia se había retirado unas horas antes. Laguzzi, peronista de izquierda, sobrevivió. Su bebé de seis meses fue muerto. Comunicado de Prensa de los padres de Pablo Gustavo Laguzzi: "El 7 de septiembre de 1974, la Triple A, brazo armado no constitucional y clandestino del gobierno de Isabel Martínez de Perón y de su superministro López Rega, asesinó a nuestro hijo Pablo Gustavo, de sólo seis meses de edad". 
El recuento de sangre del bimestre agosto-septiembre de 1974 dejó sesenta muertos, veinte secuestrados y doscientos veinte heridos. Para esa época, en el mes de septiembre, el peronismo ortodoxo extremaba los recaudos para que la universidad, último espacio político que retenía Montoneros, dejara de ser "una fábrica de marxistas". El ministro Ivanissevich delegó la tarea al nuevo interventor Alberto Ottalagano, ex militante de la Alianza Libertadora Nacionalista (ALN). Ottalagano era un fascista de ley. Lo decía con orgullo. Su discurso de asunción fue claro: "O con Cristo o contra Cristo. O con el justicia-lismo o con el marxismo". Era el momento de las definiciones. Tomó a la universidad como un campamento guerrillero. Y actuó en consecuencia: le abrió las puertas a la Policía Federal, despidió a cientos de profesores (entre ellos el premio Nobel Luis Federico Leloir); los militantes de izquierda (y también los radicales) fueron perseguidos y apaleados. Toda su acción fue realizada en nombre de la Patria, de la Iglesia de Cristo, del Ejército de San Martín y de la Argentina Potencia. 
Bajo la misma idea asumió el brigadier Raúl Lacabanne como nuevo interventor de la provincia de Córdoba. Fue el último ajuste de Isabel Perón para terminar con los gobiernos provinciales que conservaban alguna vinculación con la izquierda peronista. Si el General había dejado caer a Oscar Bidegain (BuenosAires) y a Obregón Cano (Córdoba), y el Parlamento había ordenado intervenir Mendoza para correr a Martínez Baca, Isabel se ocuparía de deponer a Jorge Cepernic (Santa Cruz) y a Miguel Ragone (Salta). Ahora faltaba Córdoba, la última prueba de purificación ideológica que encaraba el Movimiento Justicialista. La gestión de Lacabanne, apoyada por la CGT, las 62 Organizaciones y la Juventud Sindical Peronista, representó un cambio brusco frente al intento "dialoguista" del interventor Brunello. Su misión fue aniquilar al enemigo. El cambio se advirtió rápido: la provincia fue "zona libre" para la acción de los Comandos Libertadores de América, que, aliados con matones sindicales, comenzaron los asesinatos en serie, los secuestros y los robos a comercios, mientras las fuerzas del orden realizaban detenciones y torturaban en las comisarías, y civiles armados invadían los medios de prensa y colocaban bombas a modo de intimidación. 
A poco de iniciada la tarea, El Caudillo realizó su análisis sobre los hechos: La inter- vención de Lacabanne no puede andar mejor. Por eso los zurdos de todo pelaje andan protestando, compungidos por el "operativo limpieza" encarado por el jefe de policía Héctor Luis García Rey. Ellos, claro, preferían seguir en la mugre subversiva, como en los ya leja-nos tiempos de Ricardo Obregón Cano. Pero ahora en Córdoba, manda el peronismo. 
"Está tronando el escarmiento", anunciaba la revista en sus editoriales. La hora de la reivindicación nacional había llegado, mientras los autos quemados en descampados, las uñas arrancadas de los cuerpos baleados en los zanjones y los pelos ensortijados endure- cidos con sangre se convertían en la imagen de la Argentina. Una fuerza oscura, superior a la comprensión humana, capaz de vulnerarlo todo y de exhibirlo todo, aplastaba la realidad de cada día y dejaba un cuerpo carbonizado como símbolo de un país que no encontraba formas de acuerdo. 
Véase El Caudillo del 1 de noviembre de 1974. Por su parte, en la edición de la revista del 3 de diciembre de 1974, Felipe Romeo le preguntó al interventor qué opinaba del eslogan de El Caudillo —"Elmejor enemigo es el enemigo muerto"—. Lacabanne, que decía responder incondicionalmente a las órdenes de la presidenta, contestó: "Es evidente que cuando se trata de un enemigo de la Patria, un enemigo de lo más sagrado, que es el pueblo, merece estar muerto. Nosotros no queremos la muerte de nadie, pero esto es una guerra y al enemigo hay que aniquilarlo". Para denuncia de crímenes y otros ilícitos de la administración Lacabanne, véase editorial del diario La Prensa del 23 de febrero de 1976. En febrero de 2007, el Partido Comunista de Córdoba se presentó como querellante en el marco de la reapertura de la causa de la Triple A por parte del juez Norberto Oyarbide. Denunció que "poco después de las siete de la tarde del 10 de octubre de 1974, policías y comandos civiles ingresan en la casona dela calle Obispo Trejo (sede del local partidario) disparando ráfagas de armas de guerra. Nos tiraron a todos boca al piso, mientras disparaban sobre nuestras cabezas y caminaban encima nuestro repartiendo culatazos y patadas al grito de bolches hijos de puta, los vamos a matar a todos". Hubo simulacros de fusilamiento, latigazos, trompadas. Una militante, Clelia Hidalgo Godoy, de 30 años, murió a los pocos días por la hemorragia que le produjo que "le introdujeran el cañón del arma en la vagina" en el "interrogatorio". Véase Página/12 del 4 de febrero de 2007 
Esa fue la respuesta de la Triple A, bajo el amparo del Estado, a los que habían soñado tomar el cielo por asalto. El precio a pagar por colocarse ante las puertas de la historia. El miedo a la Triple A, hasta entonces borroso e impreciso, se hizo más perceptible cuando mataron al periodista Leopoldo Barraza, de 36 años, y a su amigo Carlos Laham, de 21, a fines de octubre de 1974. Tres años antes, Barraza se había burlado con sutil ironía del libro Astrología esotérica en las páginas de La Opinión, pero también había realizado una investigación periodística sobre un militante de la Juventud Peronista, Felipe Vallese, secuestrado y desaparecido en1962. Barraza siguió las huellas de la pista policial para reconstruir la historia de ese crimen sin tumba. Los policías acusados fueron liberados en 1974. Después dela muerte de Ortega Peña, Barraza empezó a sentirse algo perturbado. Pensaba que también le podría tocar a él. Entonces no tenía empleo. Emilio Abras lo había designado interventor en Radio del Pueblo, pero José María Villone lo había despedido. Laham no estaba en política ni en nada, pero era amigo de Barraza. Empezó a sentir que había tres hombres que lo seguían, primero en un Falcon, después en otro. Barraza y Laham escaparon juntos a Mar del Plata, pero al poco tiempo regresaron, quizás en la creencia de que ya no pasaría nada. Volvieron al bar La Paz, refugio de la bohemia cultural de la izquierda. En esas mesas, estudiantes con flequillo y chicas en minifalda habían forjado sueños de cambios sociales y libertad individual, escuchando a los Rolling, leyendo a Jean-Paul Sartre, 
alabando a la resistencia argelina, alzando un puño en alto por el Cordobazo, levantando las banderas de Perón, soñando con robarle el arma a un policía. Barraza y Laham estaban tomando un café cuando fueron arrancados por las fuerzas negras de la represión, a la vista de todos. Sus cuerpos aparecieron en un baldío, cerca del Riachuelo. La Triple A luego entregó el documento de Laham para que no quedara duda de que miembros de la organización habían sido los ejecutores. Con los cadáveres de Barraza y Laham a la vista, el terror amplió sus fronteras: los que estaban en peligro ya no eran sólo los "izquierdistas" activos y emblemáticos. 
El miedo se fue apoderando de todos aquellos que unos meses atrás, acompañando el clima de época, habían tenido una participación menor (y ahora inconfesable) en el amplio universo de "la zurda". El miedo por una firma en un petitorio en la facultad, porque el nombre figurara en la agenda de un amigo que tenía un primo que era monto o erpiano y ahora lo habían matado. El miedo fue tomando las cabezas de una manera irreflexiva y empezó a pensar por ellas. El terror, vuelto un estado íntimo de la conciencia, se fue filtrando como una pesadilla a través de algunos indicios que antes parecían irrelevantes: un zumbido en la noche, un Falcon verde, un papel con tres letras, AAA, el eco lejano de un disparo, y terminó alimentando la más brutal de las fantasías: "¿Cómo será esemomento? ¿Cómo reaccionaré si me secuestran? ¿Podré convencerlos de que no me fusilen? ¿Alcanzará con jurarles que no hice nada? ".La muerte podía alcanzar a cualquiera. Al cabo de unos meses de gobierno popular, en la Argentina del peronismo ortodoxo lo único que se había socializado era el miedo a la Triple A. 
Y también les llegó el turno a los actores, muchos de los cuales habían compartido con euforia la ocupación de los canales de televisión, junto con la troupe lopezrreguista. Las AAA invitaron a irse del país a personalidades tan disímiles como Juan Carlos Gené, Isabel Sarli, Héctor Olivera, Daniel Tinayre, Armando Bo, Héctor Alterio, MarilinaRoss y Susana Giménez, quien, después de filmar La Mary, se calzó los anteojos oscuros y se fugó al Caribe junto al boxeador Carlos Monzón, el campeón de lmundo. 
También amenazaron a Luis Brandoni. En su caso fueron tales la impotencia y el descon- cierto que llegó hasta la vereda de la Casa de Gobierno para preguntar a los gritos "¡¿Qué está pasando?! ¿¡Quiénes son la Triple A!?", y cuando un funcionario de Prensa y Difusión, discretamente, le indicó que las tenía detrás suyo, y Brandoni se dio vuelta y vio la mole de cemento del Ministerio de Bienestar Social, su cara se descompuso en una expresión de perplejidad y pavor, la misma que lo distinguía como comediante. Pero esta vez iba en serio. 
El Caudillo ya utilizaba el latiguillo Isabel o Muerte. Y anticipándose a un eslogan que luego imitarían los publicistas de la dictadura militar, el 1 de noviembre de 1974 publicó en portada: "Quien le teme a las AAA por algo será". 
Si bien los miembros del Ministerio se sentían mucho más seguros que los "infiltrados", librados a su suerte en la calle o en sus madrigueras, dentro del edificio también podían suscitarse situaciones que disparaban un terror infundado, pero a la vez claramente reco- nocible. Una sensación como ésta sintieron los dos secretarios de la agrupación gremial 17 de Octubre que acompañaron a su jefe Oscar Sostaita a una reunión en el despacho de López Rega, mientras todavía frecuentaba el ministerio. 
En el editorial de El Caudillo del 1o de noviembre, publicado bajo la firma de Felipe Romeo, decía: "los trabajadores del espectáculo siempre fueron considerados unos 'artistas', quizá por la forma demandarse la parte. Esta vez se pasaron. Con la complicidad de los medios de comunicación montaron una campaña publicitaria sensacionalista de pésimo gusto, y como siempre en estos casos el que pagó los platos rotos fue el país y la imagen que de nosotros se tiene en el extranjero. Los 'recios' y las 'heroínas' de la ficción, se convirtieron en cómplices, de verdad, del desorden y el caos prefabricado". Según la investigación de Walsh sobre la Triple A, "Romeo ha participado personalmente de las ejecuciones". Véase El Periodista del 21 de marzo de 1986. En entrevista con el autor, el ex secretario de la agrupación 17 de Octubre del Ministerio de Bienestar Social indicó que Romeo tenía una credencial de la Triple A, con una franja roja en el frente y plastificado de la policía, que les ahorraba inconvenientes frente a las autoridades policiales 
El ministro solía encomendar pedidos especiales a la 17de Octubre: una vez armaron una carroza con cuatrocientos mil claveles, cuya cuidadosa disposición componía un dibujo en cuyo centro se leía la fórmula "Perón-Perón", y la pasearon por la avenida Santa Fe, el Día de la Primavera, dos días antes de las elecciones de 1973; también habían participado en forma activa colocando los globos en el Obelisco para el día de Navidad, pese que el ERP, por la noche, los reventaba con disparos de aire comprimido. Esta vez el ministro les solicitó que colaboraran con Lanzilloti para armar un banco de sangre, pero Oscar Sostaita, que ya estaba un poco harto de sus instrucciones, le sacó el tema de las grillas: hacía más de un año que estaba cobrando el sueldo con los valores correspondientes a la grilla 10, como cualquiera de los empleados que abarrotaban la oficina de prensa de Jorge Conti, cuando a él, por su función jerárquica y su trayectoria en el ministerio, le correspondía regirse por la grilla 25. 
Confiado en su pasado de campeón argentino y sudamericano de peso gallo en la década de los cincuenta y en su lealtad con el justicialismo (no faltó a ninguno de los catorce cumpleaños de Perón en el exilio), Sostaita, que conocía a López Rega desde sus tiempos de mayordomo y lo había visto plancharle las camisas a su amigo, el cantante de tangos Carlos Acuña, empezó a levantarle la voz. Al ministro, incómodo por lo intempestivo del ataque, involuntariamente se le fue aflojando la mano, comenzó a moverse y a temblar, como si tuviera el mal de Parkinson. Su custodia, Rovira, que estaba mirando en silencio la Plaza de Mayo desde el amplio ventanal del despacho y escuchó que el tono de la discusión se elevaba, se dio vuelta y clavó la mirada sobre uno de los secretarios que acompañaban a Sostaita. Y en un susurro ahogado, el secretario, de una manera casi insensata, le dijo al otro: 
-Che, decile a Oscar que pare un poco. A ver si nos ponen flores a nosotros también... 
"Poner flores" era una expresión muy empleada en el primer piso del Ministerio de Bienestar Social. Por lo general, se utilizaba cuando alguien escuchaba o intuía (por algunos movimientos) que se iba a realizar un atentado contra alguien, y se definía la situación con la expresión "le van a poner flores a...".En el caso de los secretarios de la agrupación 17 de Octubre, en el atardecer del 22 de marzo de 1974 tuvieron la información de que le iban a "poner flores" a Juan Manuel Abal Medina, ex secretario del Movimiento Nacional Justicialista y hermano de uno de los fundadores de Montoneros. A las dos de la madrugada del día siguiente, cuando Abal Medina entraba al edificio de Recoleta donde vivía, tres personas se le acercaron y le dispararon. Lo hirieron en un brazo cuando intentaba refugiarse en el ascensor, y le tiraron una granada en el hall de la planta baja. Abal Medina recibió el impacto de algunas esquirlas, pero pudo sobrevivir al ataque. Fue internado en el Hospital Fernández. (Entrevista al ex secretario de la agrupación 17 de Octubre del Ministerio de Bienestar Social.) En entrevista con el autor, Abal Medina relató que él también había disparado y herido a uno de los atacantes, que resultó ser un efectivo de la policía de la provincia de Buenos Aires. No obstante, Abal Medina eligió no iniciar una causa judicial al respecto. "Preferí no tirar más de la cuerda. Era una época en la que no se podía hacer nada", comentó. El día anterior a ese atentado, Montoneros había dado muerte al sindicalista de la construcción Rogelio Coria cuando salía de un consultorio médico 
Pese a la diferencia abismal que representaba enfrentar a un aparato de Estado que superponía fuerzas legales e ilegales, la conducción montonera entró en la dinámica del crimen y comenzó a vengar las muertes de la Triple A: matando a militantes del CNU, del CdeO, a sindicalistas ortodoxos, a policías sospechados de secuestrar militantes y a gerentes de empresas que entregaban "listas de izquierdistas" a la policía. Esta estrategia no sólo se instrumentó como método de autodefensa frente a la violencia paraestatal sino en la creencia de que, por la vía de las armas, Montoneros podría tomar el poder del Estado. 
Para encarar esa lucha ya no se presentaban como una fuerza insurreccional que con un alto grado de consenso popular había levantado las banderas del retorno de Perón frente a una dictadura, sino como un ejército que libraba una "guerra popular" contra "el avance de la derecha imperialista". Ante la certeza de que bajo la legalidad constitucional se ocultaban los mismos (incluso peores) procedimientos aplicados en la dictadura de Lanusse, y con la idea de agudizar los conflictos, creyendo que, cuanto peor actuara el gobierno "copado por la oligarquía y el imperialismo", más en evidencia quedaría su "traición", Montoneros eligió la vía de la militarización. 
El 6 de septiembre de 1974, luego de ser proscriptos por Isabel Perón, la conducción ordenó el pase a la clandestinidad. En algunas universidades lo comunicaron a través de altoparlantes. En la primera acción de la nueva etapa de "resistencia", incendiaron y volaron distintas empresas y mataron a un oficial de la Comisaría 1 de Quilmes, Orlando Feliciano Fernández. 
Esta política de aislamiento de Montoneros dejó expuestos a represalias a los militantes de las agrupaciones públicas relacionados con la organización guerrillera. La mayoría de ellos no tenía estructura donde refugiarse ni casas clandestinas, no podían abandonar su trabajo ni tampoco tenían entrenamiento militar. 
A esas alturas, Montoneros ya había perdido los pocos contactos que le quedaban con otras fuerzas partidarias. Mientras la ortodoxia los apartaba a tiros del Movimiento, los Montoneros se autoexcluían del resto del escenario político al secuestrar empresarios de la burguesía nacional o al matar, el 15 de julio de 1974, al radical Arturo Mor Roig para hacerle pagar su antecedente como ministro del Interior de Lanusse en el momento en que fueron fusilados los guerrilleros en la base naval de Trelew. A partir de esa muerte se acabó el diálogo con la Unión Cívica Radical de Balbín. Por otra parte, la idea de la militarización estaba en las previsiones de Montoneros en el último semestre de 1973. Entonces ya planteaban cómo acumular fuerzas para el momento en que se produjera la fractura del Movimiento. "Ahí hay que hacer un cálculo estratégico: un guerrillero equivale, cálculo mínimo—, a 10 soldados regulares, el país tiene alrededor de 200.000 soldados regulares, entre pito y flauta, en las distintas fuerzas. Nosotros para equilibrar eso precisamos un mínimo de 20.000 hombres armados. Estamos lejos. Con menos y una parte de las Fuerzas Armadas volcada a nuestro favor, a lo mejor se lograría. Pero precisamos seguro un mínimo de diez mil y de ahí para arriba. Lograr eso en seis meses es imposible. En un año y medio, más o menos posible. En dos años es posible. Lo más probable de todos modos es que llegado el momento de la fractura, debamos otra vez replegarnos a la defensiva estratégica. Eso es lo más probable". Véase "Charla de la Conducción Nacional con las agrupaciones delos frentes", en Roberto 
Baschetti (comp.), De Cámpora a la ruptura. Documentos 1973-1976, volumen I, Buenos Aires, De la Campana, 1996, págs. 259-311
Muchos militantes habían entrado a Montoneros portando una cruz y no un arma. Se convirtieron en blancos fáciles de la Triple A, y luego de la dictadura. Por otra parte, en la relación de fuerzas de la "guerra popular" que se había planteado, Montoneros corría con desventaja. A los recursos ilegales que empleaba el Estado para la represión y a la intervención de las bandas armadas inorgánicas, se sumaba la actuación de los grupos paramilitares, que, aprovechando el estado de conmoción que provocaban el caos y la violencia, hicieron su aporte a la estrategia de aniquilamiento de "los infiltrados", diseñada en principio por el peronismo ortodoxo, con el febril concurso de López Rega. Después de la muerte de Perón, los paramilitares comenzaron a secuestrar y matar todo lo que tuviera olor a guerrilla o izquierda: de los cuarteles, los regimientos y las escuelas de guerra empezaron a reagruparse los "comandos locos", que durante el día realizaban las formaciones y por las noches se colocaban" la capucha" y salían de caza en los Falcon verdes. En el oscuro universo de las Tres A también había lugar para las tres Armas. 
El 17 de octubre de 1974, Isabel salió al balcón de la Casa Rosada para reafirmar su autoridad. Fue su mayor demostración de fuerza. Una manera de demostrar que no estaba ahogada en un "microclima", como había observado Balbín, sino que la acompañaba el pueblo. La Plaza de Mayo estaba llena. Los sindicatos blandían sus banderas: la presidenta había convocado a la Gran Paritaria Nacional, que suponía romper el congelamiento del pacto social y aumentar los salarios. Isabel también prometió la pronta ejecución de un nuevo contrato de trabajo, con la incorporación de nuevos beneficios para los trabajadores. Quedaba claro que las estructuras gremiales continuaban siendo la columna vertebral del Movimiento. 
Entrevistado por el autor, un teniente coronel retirado del Ejército que prefirió permanecer anónimo relató que, luego de pasar a retiro a fines del gobierno de Lanusse, abrió una agencia de seguridad y empezó a emplear a algunos militares, también en condición de retiro, ligados a la línea de Carcagno-Cesio-Ballester. En 1974 le fue advertido por unos camaradas que desde la Escuela de Oficiales y Suboficiales General Lemos se estaba poniendo en marcha un operativo para secuestrarlo por estar en contacto con militares que habían tenido relación con Montoneros. El operativo había fracasado el día anterior, le dijeron, porque era un día de lluvia y el vehículo a utilizar ( un Falcon—) tenía las gomas lisas. De todas formas, en julio de 1975 le pusieron una bomba en su agencia del barrio de Belgrano. Por otra parte, en abril de 1983, en vísperas de la democracia, el radical Antonio Troccoli declaró que "las Fuerzas Armadas estuvieron en conocimiento de todo esto (la Triple A)". Véase La Nación del 22 de abril de 1983 
Para entonces, el ministro de Economía, Gelbard, había pasado toda la semana internado en el Hospital Italiano por una afección coronaria. Era la metáfora de su debilidad, que antecedió a su salida del gobierno. Después de la muerte de Perón, el apoyo de Isabel al Pacto Social había ido languideciendo y Gelbard tampoco había encontrado aliados fuertes dentro del gabinete en su oposición a López Rega. Por el contrario, quedó cercado por una campaña conjunta del ministro de Bienestar Social y los sindicatos ortodoxos, bajo el zumbido constante de las amenazas de la Triple A. Para la ortodoxia, era el último referente en el gobierno de una izquierda (o centroizquierda) en proceso de aniquilación. En varias oportunidades Isabel le había rechazado la renuncia invocando otro consejo póstumo de Perón: Gelbard era el único ministro del que no se podía desprender, porque era la pieza de equilibrio en el gabinete, el hombre que expresaba su idea de la transformación económica a través de la alianza de clases. Pero el 21 de octubre Isabel aceptó que se fuera. El sindicalismo, en nombre del peronismo histórico, intercedió ante la presidenta para la designación de Alfredo Gómez Morales. 
No era el candidato que López Rega prefería, pero lo aceptó. En esa instancia, colocar en el puesto de Economía a su hombre, Celestino Rodrigo, hubiera significado sincerar la disputa sorda que mantenía con los sindicatos por el control de las decisiones de la presi-denta. Y la prioridad de López Rega era la seguridad nacional. En ese aspecto, sí, el ministro quería dominar todas las acciones. Esta vocación de mando generó una fuerte disputa con el comisario Villar, que se consideraba el hombre mejor preparado para la lucha contra la guerrilla. El ministro de Bienestar Social, además, puesto en su rol de comisario general ,atizaba las diferencias, digitando los ascensos y los destinos en la Policía Federal, a través del subjefe Margaride, su mejor vínculo con la fuerza. Pero el enfrentamiento entre López Rega y el jefe de policía detonó cuando éste solicitó, y obtuvo, una audiencia personal con la presidenta. 
Isabel, ceremoniosa, le preguntó cómo veía la marcha del país y Villar le respondió que, tanto en lo político como en lo económico y lo social, "el país se estaba yendo a la mierda", y le dejó una carpeta con su nuevo plan para terminar con el problema de la guerrilla, indicándole que había detectado a su agente financista: José Gelbard. 
Al salir del despacho, López Rega le recriminó que viera a la presidenta sin su consentí- miento y Villar lo humilló diciéndole que no iba a aceptar órdenes de quien acomodaba las cartas en la residencia de Perón y Evita en el año cincuenta, cuando él era el jefe de brigada dela custodia presidencial. 
Villar estaba viviendo sus últimos días. Al margen del ERP y de Montoneros, también le preocupaba su hija Mercedes, que se había ido a vivir a un santuario hippie, en El Bolsón, una localidad en el sur de la Argentina, que era foco de atracción para jóvenes que aspira-ban a vivir en comunidad. Mercedes se había enamorado de un francés, y de ese amor nacería Emmanuel Horvilleur, que en los años noventa se revelaría como una precoz estrella del rap, el pop y el rock, a través de su grupo Illya Kuryaki & The Valderramas. 
Por cuestión de meses, Villar no llegó a conocer a su nieto. El 1 de noviembre de 1974, a poco de embarcar con su esposa, Elsa Pérez, en su crucero Marina para dar un paseo por el Tigre, volaron por los aires. Si bien los montoneros hicieron de su muerte un trofeo de guerra, asumiendo la operación, tanto en el interior del ministerio como en la Policía Federal, el primer sospechado de organizar la ejecución fue el mismo López Rega. Dos días después, en el Salón Dorado del Departamento de Policía, en ocasión del velorio de Villar, el ministro luciría su uniforme de gala de comisario general por primera vez luego de que fuera reincorporado a la institución. 
Ese mismo mes, López Rega emprendió la más secreta de sus misiones: repatriar los restos de Eva Duarte de Perón, que permanecían en Puerta de Hierro, al cuidado del Gordo Vanni, que había regresado a Madrid para velar por su seguridad. Los trajo al país el 17 de noviembre, en el segundo aniversario del Operativo Retorno de Perón, y luego de bajarla del avión la condujo en un Rambler negro, custodiado por policías de civil de traje cruzado, que cargaban ametralladoras, hasta la residencia de Olivos, donde el ingeniero Basile construía una cripta. Con ese gesto histórico, López Rega hizo realidad uno de los deseos más sensibles del peronismo a la vez que reafirmó la identidad del gobierno de Isabel: tenía con ella a los dos cadáveres más influyentes del Movimiento. El sindicalismo se enteró de la llegada de los restos mortales de Evita por televisión. 
En el comunicado posterior a la muerte, Montoneros justificó el atentado por la actuación del jefe dela Policía Federal: "Últimamente, siguiendo instrucciones de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos, y con la complacencia de Isabel Martínez, López Rega y el vandorismo, Villar había creado y dirigía un Escuadrón de la Muerte, que en pocos meses y con el nombre de Triple A, mató más peronistas que todos los que cayeron en la heroica Resistencia". También advertía a López Rega: "Aquí nadie se jubila de asesino o de traidor, porque tarde o temprano lo alcanza la justicia popular. Esa justicia también ha de alcanzar a sus jefes y sus cómplices. Fervorosamente esperamos que el ministro López Rega cumpla su palabra de ponerse el uniforme de policía y combatir como Villar; que no huya al extranjero a disfrutar de lo que ha robado en la Argentina". La teoría de la conspiración lopezrreguista en la muerte de Villar está asentada, puntualmente, en que el comisario y su esposa habían invitado al paseo a José María Villone y a su esposa, Buba, de quienes eran muy amigos, y Villone en la noche previa desistió de ir. En entrevista con el autor, Ema Villone afirmó que al día siguiente llegaba una sobrina del Uruguay y fueron a buscarla al aeropuerto de Ezeiza. Por otra parte, a la hipótesis de la autoría intelectual del atentado por parte de López Rega se suma el hecho de que ningún policía aceptó subirse a la embarcación, cuando con frecuencia los custodios pescaban junto con su jefe. El obstáculo más fuerte para la hipótesis de la conspiración interna de la policía radica en que los ejecutores del atentado fueron montoneros (entrevista del autor con ex montonero de Columna Norte). La muerte de Villar, por su parte, disparó distintas líneas de investigación. Una de ellas se ocupó del cantautor León Gieco, que era amigo de la hija de Villar, Mercedes. El día del atentado, en el show de Leo Rivas que emitía Canal 7, Gieco cantó su tema "John Lennon el cowboy", uno de cuyos versos decía: "Y John mató al sheriff y el pueblo gritó libertad". Los investigadores lo interpretaron como un apoyo subliminal alcrimen. Basándose en esa suposición, detuvieron a Gieco y lo arrestaron en el calabozo delDepartamento de Policía durante dos semanas, en las cuales le rastrearon posibles vínculos con la guerrilla. En su reclusión, el músico escuchó cómo mataban a un detenido en la celda de al lado. Finalmente, los investigadores comprobaron que Gieco no tenía vínculos con la guerrilla, y que, además,l a canción había sido grabada con bastante anterioridad al hecho. Todo había sido una infeliz coincidencia. Por tal razón, Gieco fue liberado. Para distintas hipótesis de la muerte de Villar y posteriores venganzas dentro de la institución, véase Martin Andersen, La Policía. Pasado, presente y propuestas para el futuro, 
Buenos Aires, Sudamericana, 2001, págs. 240-242. 
Luego de la muerte de Villar, López Rega pudo colocar a Margaride como sucesor, pese a la presión de las Fuerzas Armadas, que querían designar a un general. Sin embargo, la muerte de Villar significó un lento pasaje del control de la represión a las Fuerzas Armadas. Véase capítulo 16 
Sus líderes no fueron autorizados a ingresar al Aeroparque para darle la bienvenida. Con reflejos rápidos, declararon un paro general en su memoria, para el día siguiente, domingo 18. Montoneros, que hacía poco había secuestrado el cadáver de Aramburu del Panteón de la Recoleta para irritar a las Fuerzas Armadas, pronto lo devolvió: ante la llegada de la jefa espiritual, no tenía justificativo válido para seguir conservando ese ataúd. Sin embargo, la presencia de los cuerpos de Perón y Evita disparó el temor de que la guerrilla intentara secuestrarlos y retenerlos para sí, adjudicándose el rol de verdadera heredera de su legado. Para conjurar un posible ataque comando, cada atardecer, los oficiales del Regi-miento de 
Granaderos, responsables de la custodia de la residencia, hacían ejercicios de defensa ante la eventualidad de un intento de copamiento. 
Pero aun con la presencia de Perón y Eva en la residencia, y la doctrina justicialista como diccionario de consulta para las acciones de gobierno, la situación de Isabel y López Rega en el poder se revelaba frágil. Los dos tenían previsto viajar en diciembre de 1974 al Perú para festejar el sesquicentenario de la batalla de Ayacucho, pero ante la posibilidad de dejar al democristiano José Antonio Allende provisionalmente a cargo del Poder Ejecutivo, prefi- rieron invitarlo al viaje, de modo que el poder pasara al presidente de la Cámara de Diputa- dos, Raúl Lastiri. Pero Allende se negó a participar de los actos. López Rega sospechó de esta postura, entreviendo una posible alianza de los opositores que, con el aval de las Fuerzas Armadas y aprovechando la ausencia de la primera mandataria, buscarían catapultar al presidente del Senado como nuevo presidente. En consecuencia, Isabel no viajó al Perú. 
Para esa época, en una exposición oral ante el Departamento de Estado en Washington, el embajador Hill hacía una descripción lapidaria sobre Isabel y su gobierno. Informó que podría mantenerse en el poder de ocho o diez meses, nomás. Observaba a la presidenta dependiente de los consejos de López Rega, y vulnerable para soportar períodos de crisis. "Está hipnotizada por él (opinó Hill en referencia al secretario privado) y esta dependencia es más fuerte cuando ella está molesta". En opinión del embajador, López Rega era lo suficientemente fuerte como para llevarse a Isabel con él, en caso de que lo forzaran a dejar el país. Sin embargo, Hill consideraba que el ministro estaba en una posición de debilidad porque sus enemigos intentaban sacarlo del gobierno. Por otra parte, informó que los argentinos estaban "avergonzados" por "el problema terrorista", pero percibía que entre las clases más ricas "hay un acuerdo de palabra para apoyar las actividades de la Triple A". 
El viaje de López Rega a España fue organizado con el mayor de los sigilos. Durante tres días nadie acierta a dar con el rumbo tomado por el vuelo charter de Aerolíneas Argentinas que llevaba al ministro; si bien se supo que el destino prefijado era Europa, nadie conocía el objetivo de esa misión. Para poner de relieve el comportamiento de los custodios de la Policía Federal, Isabel Perón ordenó que se mencionara en sus legajos policiales la participación en el viaje de repatriación, como antecedente para futuras promociones. Los policías eran: Romero, Ygidio; Crededio, Luis Alberto; Díaz, Andrés Ángel; Vitelli, Adelmar; López, Armando; Giuliani, Arturo; Fernández, Carlos Alberto; Orieta, Jaime Elpidio; Perazzo, Enrique; Amaya, Alejandro Alberto; Devicenzo, Julio; Montes, Héctor; Frías, Héctor Carlos; Ortiz, Jorge; Torres, Juan Carlos; Aguirre, Oscar Miguel; Ferro, Jorge; Bugna, Juan C. Armando; Cuello, José Luis; Arabincia, Alfredo; Mesa, Pablo César; Rovira, Miguel Ángel; Barbona, Ramón y Almirón, Rodolfo Eduardo. Véase causa judicial Triple A Cuerpo XXX foja 6112. Dos meses después, Isabel Perón promovió al Principal (R) Rodolfo Almirón al grado de subcomisario, sobre la base de haber demostrado" sobradas pruebas de valor y capacidad en materia de seguridad". López Rega lo tomó como un reconocimiento personal a su gestión. Varias veces había amenazado al ministro de Justicia Antonio Benítez, que demoraba la firma de un indulto a su custodio por un proceso judicial (causa 20755) que se le había levantado en 1972 por homicidio y lesiones en riña. Para antecedentes de Almirón, véase capítulo 17
Hacia fin de año, sin ninguna otra columna donde apoyarse que no fuese la de Isabel Perón, y tal como lo destacaba Hill, López Rega debía enfrentar acechanzas desde distintos sectores. Por un lado, estaba la pretensión del radicalismo de reducir su influencia, con el argumento de que asfixiaba a la presidenta, y las críticas que le disparaba por el "uso dis- crecional de fondos" del ministerio. Además, había un conflicto latente debido a la expan-sión del poder gremial motorizada por la alianza entre Lorenzo Miguel y Casildo Herreras, quienes, 
ante la posibilidad de un recambio institucional, intentaban promover a uno de sus legisladores a la presidencia del Senado. También debía incluirse a los sectores de ldebili- tado aparato político del peronismo tradicional, representados por el ministro del Interior Rocamora, que en su afán "dialoguista" ponían escollos a sus iniciativas. Por último, existía una fuerte presión de las Fuerzas Armadas por lograr el aval político para salir de los cuarteles y controlar la represión a la guerrilla, presión que, tras la muerte de Villar, parecía una estrategia destinada a colocarse en las puertas del poder. En ese marco, hasta se especulaba con que Isabel, doblegada por las presiones, podría designar a su secretario como embajador en España para aliviar las tensiones que generaba su presencia en la intimidad del poder. Ante semejante panorama, el único que pareció calibrar en su justa medida los esfuerzos de López Rega fue el periodista Mariano Grondona. 
Para exposición de Hill ante el Departamento de Estado, véase Memorando del 27 de noviembre de1974. En su exposición el embajador se mostró preocupado por los efectos de las denuncias de la prensa de izquierda, que vinculaban a la Triple A con la embajada norteamericana. "Somos el blanco número uno entre las embajadas de Buenos Aires", se quejó. Como para volver más patente la situación de peligro, comentó que Villar, quien le había asegurado que tomaría todas las medidas necesarias para garantizar su seguridad, había resultado muerto en un atentado. El documento desclasificado por el Departamento de Estado presenta distintas tachaduras con anotaciones "B1", cuya información todavía no fue autorizada al público. Después de una de las tachaduras aparece la mención: "...él es un amigo de los Estados Unidos, un fuerte colaborador de Unitas (operativos de la Armada). Le dijo a Hill que si la Argentina puede resolver sus 'problemas marxistas', la Nación saldrá adelante". Es posible que se refiriera al almirante Massera, aunque en realidad ésa era una posición compartida por distintos sectores de poder en la Argentina. 
De joven, Mariano Grondona ingresó al seminario para convertirse en sacerdote, pero finalmente se volcó a la abogacía. Como estudiante de la Facultad de Derecho, integró los Comandos Revolucionarios Civiles que con sus "marchas por la libertad" denunciaban al gobierno de Perón por el desprecio a las libertades públicas. Luego, con la Revolución Libertadora, y cuando sus compañeros empezaron a actuaren operativos de detención y tortura contra peronistas de distintos ámbitos, decidió alejarse de los comandos, advirtiendo que estaban imitando los procedimientos que él había criticado. Véase revista Noticias del 3 de marzo del 2002. Graduado en Derecho y Ciencias Sociales, fue subsecretario del Ministerio del Interior en el gobierno de Guido en 1962 e impartió clases en la Escuela Superior de Guerra. Luego decidió emprender la carrera periodística, basada en la observación y el análisis de los hechos políticos. En la revista Carta Política, dirigida por Hugo Martini, de fines de 1974, con una prosa mucho más civilizada que la de Felipe Romeo en El Caudillo. 
Grondona publicó una larga meditación en la que describía con claridad la función del secretario privado y resaltaba la conveniencia de que permaneciera en el poder junto a Isabel Perón y continuara con su tarea .Grondona escribió: La caída, que muchos desean, entrañaría peligros. López Rega ha promovido o facilitado una serie de desenvolvimientos que se aprueban en voz baja y se critican en voz alta. La firmeza ante la guerrilla, la desideo- logización del peronismo, la recuperación de la universidad, pasan por el discutido secre-tario ministro. De la estirpe de los Ottalagano y los Lacabanne, José López Rega es uno de esos luchadores que recogen, por lo general, la ingratitud del sistema al que protegen. De este material está hecha la política. Existen líderes peronistas y no peronistas que "dejan hacer" a López Rega, con la secreta esperanza de librarse de él. Hay hombres cuyo destino es hacer la tarea. Otros tienen la vocación de coronarla. La caída eventual de López Rega le es aconsejada desde diversos ángulos a la presidenta [...] López Rega cumple al lado de la presidenta el papel de meter la mano en tareas antipáticas, haciendo de pararrayos de la crítica. Sería por lo menos arriesgado prescindir, hoy, de este servicio. 
Grondona, como Santucho, tenía claro cuál era el final de la tarea que estaba haciendo López Rega, y quiénes la iban a coronar. Uno la gritó con desesperación, el otro la exaltó con pulcritud. Eran los dos extremos ideológicos de un país que creía que su salvación sólo podía alcanzarse con la eliminación física del enemigo. Santucho moriría emboscado por el Ejército, en julio de 1976, a poco de producido el golpe militar. Grondona sería secuestrado durante unas horas por una facción de la Triple A, luego de jugar un partido de tenis: le pusieron una capucha en la cabeza y se lo llevaron a un lugar seguro, porque querían clarificarle la posición de la banda criminal frente a la nueva coyuntura. Apenas liberado, el periodista relataría su experiencia ante los funcionarios de la embajada norteamericana. 
El cable confidencial —AN:0760311-0401— que relata el secuestro de Grondona fue enviado a Washington con un título tenebroso pero con cierta cadencia poética: Sunday afternoon with the Triple A: Dice así: "Un notable comentarista político y una personalidad de la TV, el columnista Mariano Grondona, fue secuestrado por cuatro horas el domingo a la tarde, 8 de agosto de 1976, por la que había sido la infame AAA. Él y su esposa fueron dejados ilesos después de que le hicieron algo equivalente a una conferencia de prensa de la AAA, aparentemente para intentar dar la visión de la AAA sobre la situación de la Argentina [...]. Mariano Grondona, conocido y muy respetado por la embajada, es un prominente comentarista político de los medios cuyos puntos de vista son moderadamente liberales. Él fue crítico del régimen peronista anterior y ha sido (cuidadosamente) crítico del gobierno militar argentino. [...] En el almuerzo con funcionarios de la embajada, el 11 de agosto, contó la historia completa de su experiencia. Él y su esposa fueron abordados por un hombre armado cuando ellos salieron del auto en el club de tenis esa tarde del domingo 8 de agosto. Este individuo los forzó a volver a entrar al auto y les ordenó partir. Fueron seguidos por otro auto y cuando estaban bastante lejos del club, fueron llevados al otro auto. El vehículo estaba equipado con radiotransmisores, los captores se comunicaron en código con un auto que estaba cerca. Grondona y señora fueron forzados a cubrirse los ojos y fueron llevados a una casa donde el vehículo entró a un garage subterráneo. En ese momento les pusieron capuchas y se los introdujo en el edificio. Ambos estaban sentados, se les sacaron las capuchas, el lugar estaba decorado con cuadros del siglo xix del hombre fuerte argentino Rosas; otros de Hitler, Primo de Rivera y varias armas, incluyendo una ametralladora con trípode. Los captores eran siete u ocho. Ellos fueron descriptos por Grondona como hombres de entre treinta y cincuenta años, vestidos informalmente como civiles pero podían caracterizarse como 'tipo policías'. En varias oportunidades durante su ordalía ellos los amenazaron de muerte si no hacían exactamente lo que se les ordenaba, pero en ningún momento los manosearon o lastimaron ni a él ni a su esposa. El líder del grupo le dijo a Grondona que ellos eran la AAA. La mayor parte de la charla se extendió sobre sus puntos de vista, más que un interrogatorio a Grondona. Ellos parecían estar enterados de sus opiniones y no parecían considerarlo un peligroso izquierdista. Grondona se adaptó rápidamente a la situación(como lo hizo su notablemente compuesta señora) e hizo todo lo posible por llevar la discusión sin decir nada que los ofendiera. Dos malos momentos llegaron cuando él se refirió a la vinculación de López Rega con la AAA y cuando manifestó su creencia en la vinculación de los sindicatos derechistas con la AAA. En ambos casos los captores estaban furiosos. Ellos fustigaron a López Rega por haber dañado la imagen de la AAA y se horrorizaron ante la sugerencia de alguna conexión con los sindicatos. Los captores criticaron severamente a los líderes del gobierno, calificaron a las fuerzas de Videla-Viola como débiles, hicieron hincapié repetidamente acerca de presuntas influencias izquierdistas en la Iglesia Católica; atacaron la política económica del gobierno e insistieron en la existencia de un complot internacional de judíos marxistas, etc., para asumir el control del mundo. Grondona encontró el nivel de sus captores bastante bajo y sus argumentos simples y contradictorios. Él sintió que eran sinceros sobre su causa, y estaba convencido de que ellos los matarían sin inmutarse si lo creían necesario. El principal del grupo le dijo que habría una campaña contra 'los enemigos del país' y que correría sangre en las calles.[...] Luego de un total de cuatro horas, los Grondona, con los ojos tapados, fueron llevados de vuelta a su auto y dejados en libertad haciendo la ruta inversa. Grondona trató de hacer la denuncia. La policía se mostró desinteresada y sugirió que la hiciera en la zona donde fue secuestrado. Él no está decidido a continuar con el tema. Retros-pectivamente, Grondona encuentra interesante la experiencia y está orgulloso del comportamiento de su mujer, y obviamente disfruta relatando la historia a su audiencia, al tiempo que admite que no fue para nada divertido". XIX 
Ese diciembre de 1974, Las Bases presentó a Isabel como la mujer del año. La contrapor-tada le correspondería al ministro. Su rostro de perfil, sus ojos claros, y una leyenda: "José López Rega. Muchos años de trabajo y de humildad. El triunfo de la Lealtad. El hombre del año". Fue el año de la unidad, de la reconciliación de los sectores comprometidos en la lucha contra el enemigo común. Pero esta unidad debía expresarse con un símbolo que pudiera coronar lo magnánimo de su obra. López Rega pensó en un acto religioso en el que comulgaran miles de niños, criaturas salidas de las villas, de los clubes, de las escuelas; un acto de profunda significación espiritual y nacional, a realizarse sobre los cimientos mismos del Altar de la Patria. Esa fue su idea. El Panteón Nacional, que ya estaba en obra, sería el más imponente que jamás conociera la historia argentina. Se levantaría entre la estación Retiro y la Facultad de Derecho, en la zona norte de la ciudad de Buenos Aires. Tendría más de cincuenta metros de alto, con sendas peatonales que desembocarían en una plaza cívica con una llama eterna en el centro, un gran salón de ceremonia en suinterior, túneles y escaleras, y luego, la bóveda central, donde descansarían los restos de los próceres nacionales: Perón, Evita, San Martín... y una leyenda que él mismo había concebido desde su corazón y su pluma: Hermanados en la gloria vigilamos los destinos de la Patria. Que nadie utilice nuestro recuerdo para desunir a los argentinos. 
López Rega, como Gran Arquitecto del Universo, había encargado la construcción del Altar de la Patria al ingeniero Juan Carlos Basile, luego de que el Parlamento argentino aprobara por ley la ejecución de la obra. Finalmente, en la apacible tarde previa a la Navidad, su sueño se cumplió. Los niños fueron llevados a Olivos en micros del Ministerio de Bienestar Social, para entregar ofrendas florales a la presidenta, y luego fueron conducidos hasta el Panteón Nacional. Allí cantaron el himno, fueron bendecidos por un cura y se mar-charon con los bolsillos llenos de golosinas, mientras por los altoparlantes ya se escucha-ban las primeros sones de la "Marcha peronista". Con tanta paz sobrevolando por el aire y tantos niños felices sonriendo, el ministro sintió que la Argentina Potencia ya vislumbraba su realización. 
La originalidad del acto estuvo marcada por la liturgia oficiada por Jacobo Lozano, el arzobispo primado de una Iglesia Apostólica Católica Ortodoxa Americana. Era un culto cismático, cuyo sostén y promoción por parte del Estado argentino no generaría simpatías en el Vaticano. La Conferencia Episcopal Argentina le observó este detalle a la presidenta y los obispos solicitaron una audiencia aclaratoria al ministro de Bienestar Social, pero éste se negó a recibirlos. López Rega era un apóstol de su propia religión. 
 FUENTES DE ESTE CAPÍTULO 
 Sobre reunión de gabinete del 5 de julio de 1974, entrevista al ex secretario legal y técnico de la Presidencia, Gustavo Caraballo. También fue consultado el libro Doy fe de Heriberto Kahn. Para anécdotas de la vida cotidiana en la residencia de Olivos y de la relación entre López Rega e Isabel, se entrevistó a la mucama Rosario Álvarez Espinosa y al ex edecán naval Carlos Martínez. Sobre actuaciones de López Rega en la Casa Rosada, entrevista al ex ministro del Interior Alberto Rocamora. Sobre la estatización de canales de televisión, entrevistas a Jorge Conti y Carlos Falchi y consulta a los libros El Rey de la TV. Goar Mestre y la historia de latelevisión, de Pablo Sirvén y Televisión argentina 1951/1975. La información, de Jorge Nielsen. Para anécdota sobre Luis Brandoni, entrevista con Jorge Savino, ex funcionario de la Secretaría de Prensa y Difusión. Para relato de los crímenes de la Triple A, información vertida en la causa judicial sobre esa asociación ilícita. Para el "terror negro" en el año 1974 se entrevistó al sociólogo Horacio González.