No hacía falta ponerlo en palabras: perderían para siempre la paz de
esas playas. Los buenos tiempos habían terminado. Pero López Rega, tratando de
que la hermandad que los unía no terminara, le pidió que lo acompañara a Europa con su pareja y su
pequeño hijo, del cual él era el padrino. El dinero acumulado, dijo, les
alcanzaría para vivir cómodos por bastante tiempo. Ferreira rehusó la oferta:
no encontraba razones para escapar. Tenía intenciones de recuperar su
nacionalidad brasileña, para impedir que la justicia argentina pudiera
extraditarlo. En cuanto a sus bienes, Armonía, la hacienda de una veintena de
hectáreas que había comprado en Mato Grosso, estaba a nombre de su pareja. En
todo caso, le costaría recuperar los 56.000 dólares depositados en el Banco de
la Nación Argentina, dinero que en verdad ya daba por perdido.
Cada argumento con el que explicaba su negativa era parte de la
despedida, y cada vez que decía que no, Eloá Copetti Vianna, su mujer, se
enorgullecía más de él: Ferreira no era un criminal, no tenía por qué escapar
de su casa y someter a su familia a los peligros de una fuga dorada. En cambio,
a López, Eloá lo miraba con tristeza: después de tantos años de sacrificio,
después de tanto empeñarse en las prácticas mágicas para hacer retornar al
General y salvar la Argentina, ahora tenía que largar todo e irse. Solo. Eloá
lo miraba y pensaba: "Todos los muertos no le sirvieron de nada. Toda la
atrocidad fue inútil, no había ninguna justificación. Muertos por
nada".
Procedente del Brasil, en vuelo de Varig, López Rega descendió en Madrid
el 22 de julio de 1975. Los pasajeros miraban asombrados el tamaño de las armas
con que bajaron sus seis custodios, que para su traslado contaban con el
beneplácito de las autoridades aero-náuticas locales. Ese mismo día, el ex
ministro se instaló en Puerta de Hierro, y se ocupó de hacer tapiar con chapas
de acero la entrada de la residencia, las pintó de verde y colocó una triple
tira de alambre de púas; todo con el propósito de impedir que alguien lo
espiara.
Estaba seguro de que más temprano que tarde el país volvería a
convocarlo. Isabel no podría gobernar sin él. Los militares y sindicalistas se
habían equivocado: la Argentina lo necesitaba.
Recién instalados en el lugar, sus seis guardaespaldas caminaban como
hienas apre- sadas por el parque donde el General había imaginado su retorno
triunfal a la Argentina; López Rega se sentía a buen resguardo, no sólo por la
protección que le brindaban sus hom- bres, sino por la que le brindaba el
Estado español, que apenas un año antes lo había distinguido con el
"Collar de la Orden de Isabel la Católica".
En abril de 1979, cuando López Rega cargaba con una prisión preventiva
por ser coautor penalmente responsable prima facie de los delitos de peculado,
el juez Martín Anzoátegui trabó embargo a sus dos inmuebles en el Brasil: un
terreno de 188,50 metros de frente por 193 metros de fondo en Casqueiro da
Praia Grande, municipio de Sao Francisco Do Sul, estado de Santa Catarina, y el
terreno de Aguas Claras, municipio de Sombrío, Santa Catarina. Sin embargo,
esta última propiedad fue reintegrada a su legítimo propietario, un agricultor:
López Rega y Ferreira habían comprado la playa a vendedores que libraron
títulos falsos. En octubre de 1975, Ferreira recuperó su nacionalidad
brasileña. En agosto de1976 el gobierno argentino lo acusó de manejo ilegal de
fondos de la agencia oficial de noticias Télam, de la cual había sido director
en Río de Janeiro, por 150.000 dólares. Ferreira fue detenido por Interpol y
liberado a los seis días. La justicia brasileña denegó su extradición, pero a
partir de entonces sus cuentas bancarias fueron bloqueadas y perdió sus
propiedades, incluida la hacienda. En 1984, a los 52 años, murió pobre, en Cruz
Alta, Brasil, y dejó cuatro hijos de dos matrimonios. En la actualidad, su
segunda esposa, Eloá Copetti Vianna, vive con dos de sus hijos (Claudinho,
ahijado de López Rega, y Daniela) en una casa alquilada del estado de Mato
Grosso, y trabaja de costurera.
Los custodios que lo acompañaron a Europa fueron Miguel Ángel Rovira,
Rodolfo Eduardo Almirón, Oscar Miguel Aguirre, Pablo César Meza, Héctor Montes
y Jorge Daniel Ortiz. A pocos días de la llegada a Madrid, la prensa dio cuenta
de los antecedentes policiales de Juan Ramón Morales, Rodolfo Almirón y Edwin
Farquharson, que habían sido convocados por López Rega al inicio de su gestión
en el ministerio. A estos tres últimos los acusaban de haber organizado un
grupo delictivo que trabajaba en connivencia con la banda de "El
Loco" Miguel Prieto, especializada en robos, extorsiones y secuestros.
Según indicaba el prontuario, Farquharson fue detenido en el momento de
extorsionar a un comerciante, y se le inició un proceso judicial. A partir de
entonces, y en el curso de dos meses, aparecieron asesinados seis integrantes
de la banda de Prieto; todos ellos debían declarar en el juicio. El mismo
Prieto moriría en 1965, a consecuencia de un extraño suicidio: prendiéndose
fuego en la cárcel de Villa Devoto. Farquharson sería absuelto en 1966. Un año
antes, Juan Ramón Morales, su yerno Rodolfo Almirón y el suboficial Edwin
Duncan Farquharson habían sido detenidos por violación de deberes de
funcionario público. Véase La Opinión del 31 de julio de 1975, diario
Excelsior, México, del 13 de julio de 1975, y Cambio 16, del 4 de abril de
1983.
Durante esos meses de ansiedad e incertidumbre, el ángel protector de
López Rega fue Antonio Cortina, hijo del ministro de Relaciones Exteriores de
Franco, Pedro Cortina Mauri, que luego sería asesinado por la ETA. Además de
abogado, Antonio Cortina era un hombre bien considerado dentro del Seced
(Servicio Central de Documentación), el organismo de inteligencia que concentraba
el espionaje interno del Estado a estudiantes, obreros y políticos. La amistad
de Antonio Cortina con López Rega, nacida en los tiempos en los que el
mayordomo estaba convirtiéndose en secretario privado de Perón, se había
fortalecido con el paso de los años: en 1973, López Rega lo había invitado por
un mes a la Argentina y le ofreció la cartera de Turismo. El español fue
felicitado por el informe que reportó a sus superiores. Por eso, hacia 1975,
cuando el ex ministro necesitó de su ayuda, Antonio Cortina no esquivó el
compromiso. Tenía todo a su disposición. El Seced, donde también trabajaba su
hermano, el coronel José Luis Cortina, funcionaba además como centro de
formación de cuadros políticos del franquismo; de allí, entre otros, había
surgido Manuel Fraga Iribarne, que en 1975 ya era ministro de la Gobernación de
Franco.
Los hermanos Cortina eran sus asesores. Y no sólo eso, Antonio Cortina
había escrito el borrador del discurso de coronación del rey Juan Carlos I de
Borbón, cuando murió Franco, lo que ponía en evidencia la cercanía de los
hermanos con la Corona. Además, en la esfera privada, Antonio Cortina era
propietario de una empresa de "protección" a empresas y
personalidades denominada Asesoramiento, Seguridad y Protección SA (Aseprosa).
De modo que, respaldado por el Estado español a través de los Cortina, López
Rega podía sentirse más protegido que en su propia casa.
Quien estaba en problemas era Isabel. Se sentía más sola que nunca y
cada decisión que tomaba la acercaba a la cárcel. El 27 de agosto de 1975
designó a Jorge Rafael Videla como comandante en jefe del Estado Mayor
Conjunto, en reemplazo del general Numa Laplane. Isabel ya había decidido
designar al general Alberto Cáceres, pero a último momento, por un consejo que
le hizo llegar el mismo López Rega, y por influjo de la opinión de Massera, se
inclinó por Videla, que hasta ese momento estaba en situación de disponibilidad
y a punto de ser pasado a retiro.
El Seced fue creado por el almirante Luis Carrero Blanco en 1972, poco
antes de que el generalísimo Franco, ya octogenario, le delegara el gobierno.
El 20 de diciembre de 1973 Carrero Blanco fue muerto luego de salir de misa, en
un atentado que reivindicó la ETA. La onda expansiva de la bomba lanzó a
su Dodge Dart hasta la azotea de un edificio de seis pisos de los jesuitas, y
luego lo estrelló en su patio interior. A partir de entonces, cuando sus
oficiales hacían referencia a Carrero Blanco, lo mencionaban como "el
presidente de los cielos".
Por otra parte, ya había estallado el escándalo de la Cruzada de la
Solidaridad Justicia- lista. La fundación había sido creada por López Rega a
fines de1973 con el propósito aparente de ayudar a los sectores sociales
desprotegidos. El patrimonio inicial había sido constituido por Isabel Perón en
primera instancia, pero luego se acrecentó con donaciones de los empresarios,
que competían entre sí con sus aportes para obtener la gracia del nuevo
gobierno peronista. Por su parte, para abultar las arcas de la fundación civil,
el Ministerio de Bienestar Social le transfirió las ganancias de los juegos de
Lotería y habilitó para esos fines la cuenta 090 de la entidad. Sin embargo, el
traspaso no fue tan lineal como se suponía: en el curso de1975 la Lotería había
recaudado 234 millones y Bienestar Social sólo entregó 19 millones a la
Cruzada. A su vez, los cheques de la cuenta 090 de la Fundación se libraban
para distintas compras sin ningún tipo de control. Pero la que hizo encender la
mecha de la investigación fue la propia Isabel, que cometió el error, o tuvo la
picardía, de utilizar los fondos públicos de esa cuenta para saldar una deuda
personal. La presidenta debía pagarles a las hermanas de Evita, Blanca Duarte
de Álvarez Rodríguez y Erminia Duarte de Bertolini, el dinero que había
determinado la Justicia al reconocerlas como sus herederas, en desmedro del
mismo Perón.
Tras la partida de López Rega, la línea golpista del Ejército, liderada
por Videla y Viola, rechazó la designación del coronel en actividad Vicente
Damasco como ministro de Interior. Damasco promovía una respuesta legalista a
la crisis de poder en el gobierno. La línea golpista se insubordinó y
desconoció la autoridad del comandante general del Ejército Numa Laplane. Dado
que su conducción se había desgastado, Isabel decidió reemplazarlo por Alberto
Cáceres, comandante del I Cuerpo. Esa misma noche, el 26 de agosto de 1975,
reunidos en la Sala de Acuerdos de la residencia de Olivos, el almirante
Massera, en nombre de los sublevados, hizo saber al gabinete de ministros que
si asumía Cáceres "iba a haber guerra". Cáceres respondió: "la
habrá". Entonces Massera propuso que votaran los generales para decidir
quién debía ser el nuevo comandante. Cáceres respondió: "que voten
todos". Luego, vestido de uniforme, se dispuso a esperar la designación
oficial de la presidencia, en la planta baja de la residencia. En ese momento,
subió al dormitorio de la presidenta Aníbal De Marco (ex titular de Lotería
Nacional y perteneciente al círculo político de López Rega). Pocos minutos más
tarde, la presidenta informó que el comandante designado sería el teniente
Jorge Rafael Videla. Lo comunicó Vicente Damasco, apenas bajó las escaleras del
primer piso, blanco como un papel. Sobre la intervención de Aníbal De Marco,
las dos versiones del ámbito militar recogidas por el autor se contraponen: una
indica que De Marco, valiéndose del consejo de López Rega y Massera, habría
influido para que la presidenta desistiera de nombrar a Cáceres y designara a
Videla. La otra versión indica que Cáceres dejó su nombramiento en suspenso
porque "había un general destinado en el exterior con mayor antigüedad que
la suya", y De Marco, para dar un corte a la situación, hizo que Isabel
designara a Videla, que expresaba la línea opuesta a la de Cáceres. Lo cierto
es que esa noche se fortaleció la línea golpista en las Fuerzas Armadas. Fue el
preludio de la conspiración que quebró el orden constitucional en1976. Para esa
época, el golpe estaba visto por los Estados Unidos como una solución favorable
a sus intereses. Un cable de la embajada, fechado el 10 de septiembre de 1975,
indica: "El desenlace de la reciente crisis militar señala claramente que
el poder real no reside más en la presidenta. Hay un vacío de poder y no es
ella (Isabel) quien lo llena. Puede sucederla un nuevo gobierno encabezado por
(el senador, ítalo) Luder o alguien como él, pero la señora de Perón no es más
el centro de la ecuación. Otros deben tratar de llenar el vacío y cambiar
el rumbo de la economía, asumir el poder con un terrorismo violento y muchísimos
otros problemas. Una solución civil/constitucional no debe ser descartada. El
país está pronto a colapsar como para ser salvado por un gobierno débil o un
parche, aunque éste sea constitucional. Es inevitable que las Fuerzas Armadas
tomen el poder, ya sea directa o indirectamente porque son el único sector
fuerte (el otro sería el laboral, pero está fragmentado y con pobre dirección).
Los militares que probablemente tomarían el poder son conservadores moderados y
razonablemente inclinados a Estados Unidos". Véase cable desclasificado
Refs: a) BA-5781 y b) BA-5960.
El General, antes de morir, le había detallado cómo debía devolver ese
dinero. El 50 por ciento de lo que se le reintegró, en virtud de la ley 20.530,
en concepto de indemnización por el despojo de sus bienes muebles; más el 25
por ciento de lo que él percibiera como resarcimiento dela incautación de los
bienes muebles del matrimonio Perón-Duarte y los muebles, que le fueron
concedidos a través de donaciones; más la mitad del valor de un inmueble situado
en la provincia de Córdoba y, por último, la mitad del valor de la finca
ubicada en San Vicente, provincia de Buenos Aires. El problema fue que, pese a
la decisión de Perón de dejar todo ordenado antes de partir, y no obstante la
confianza que depositaba en Isabel (precisamente porque ella era "más
desconfiada que siete tuertos"), omitió explicarle lo fundamental: que no
debía usar un cheque de la Fundación de la Cruzada de la Solidaridad, que era
una entidad de bien público, para cumplir con una obligación personal.
Su salud también se había complicado. El descontrol político de los
últimos meses le había destemplado el sistema nervioso. Isabel designaba
ministros en forma vertiginosa, asesorada por el líder sindical Lorenzo Miguel,
quien intentaba cubrir con sus hombres el vacío de poder que había dejado el
lopezrreguismo. La ortodoxia sindical había colocado a dos de los suyos en el
gabinete: Antonio Cafiero en el Ministerio de Economía y Carlos Ruckauf en el
de Trabajo.
Isabel vivía cada día sumida en una profunda depresión. No podía
completar una reunión sin antes retirarse a tomar un té en busca de un bálsamo.
A veces se encerraba uno o dos días en una suite del hotel Claridge para
escapar del torbellino que implicaba la gestión de gobierno, y buscaba
protección en la misa de los domingos que oficiaba el padre Ponzio en la
residencia presidencial, o en la compañía de las esposas de los comandantes
militares Videla, Massera y Fautario, a quienes les regalaba joyas como
atención. Pero también su pasado le tiraba del brazo, y quería escapar: en una
oportunidad, cuando pasó por el Colegio Granaderos de San Martín, de la calle
Olleros, la directora y el plantel de las maestras salieron a recibirla
emocionadas por ser "la primera alumna del colegio que llegaba a
presidenta" y la invitaron a visitar su aula y su pupitre, que habían
preparado para ese evento, pero Isabel dijo que no, y se marchó. Ya había roto
con ese pasado El 23 de julio de 1975, Isabel Perón firmó el cheque N°
511.964 por 31.516.551 de pesos de la cuenta de la Cruzada de la Solidaridad
para ser depositado a la orden del Juzgado en lo Civil N° 11, Secretaría N° 22.
Días más tarde intentó subsanar el error, y le pidió al Banco Nación que no
acreditara el cheque, pero la acción judicial ya no tendría retorno. De allí a
investigar las irregularidades de la Cruzada de la Solidaridad había sólo un
paso. Luego la Justicia investigaría otros cheques que fueron librados a través
de la cuenta 44.219/66 del Banco de la Nación Argentina, que pertenecía a la
fundación, para gastos que no expresaban cabalmente los fines de su
constitución: un pago de once millones de pesos a IBM World Trade Corporation
por tarjetas para quiniela, por una compra efectuada en forma directa; gastos
de propaganda por la fórmula Perón-Perón para la campaña electoral; medio
millón de pesos para las obras de la cripta mortuoria de la residencia
presidencial; gastos publicitarios para conmemorar el primer aniversario de la
muerte de Perón; pagos por subsidios a la CGT; adquisiciones varias para la
residencia de Olivos: compra de equipos transmisores de seguridad, adquisición
de un colgante de cristal checoslovaco para un escritorio del primer piso y
herrajes bañados en oro de 24 kilates, entre otros bienes.
El 13 de septiembre la presidenta pidió una tregua: dejó al senador
Ítalo Luder en la Presidencia y se retiró a descansar a las sierras de Córdoba,
acompañada de las esposas de los tres comandantes. Los gestos de aproximación
de los militares al poder eran cada vez más manifiestos. En su ausencia, el
gabinete extendería la autorización a las Fuerzas Armadas para "aniquilar
la subversión", en todo el territorio del país, que, a pesar del estruendo
que provocaban las fracasadas operaciones organizadas desde la conducción montonera,
no tenía la estructura militar ni el poder de fuego suficientes para poner en
riesgo la institucionalidad.
Hacia mediados de octubre de 1975, Isabel ya estaba decidida a
renunciar. El ministro de Defensa, Ángel Federico Robledo, había viajado a
Ascochinga y la había persuadido de que era la mejor manera de descomprimir la
tensión de su gobierno, pero a su regreso a Buenos Aires los sindicalistas
Casildo Herreras y Lorenzo Miguel y el médico Pedro Eladio Vázquez la
presionaron para que reasumiera la Presidencia. Sin su presencia, ellos se
quedaban afuera del esquema de gobierno. El 16 de octubre, Isabel reanudó sus
funciones y lideró los actos del Día de la Lealtad con un aguerrido discurso
desde el balcón de la Casa Rosada, en el que prometió combatir a "la guerrilla
y la inmoralidad".
Por la firma de los decretos 2072/1/2 por parte de su gabinete, en enero
de 2007, el juez federal de Mendoza Héctor Acosta ordenaría a Interpol un
pedido de captura y detención contra María Estela Martínez de Perón por la desaparición
de Héctor Faggeti Gallego, en febrero de 1976. El juez intenta establecer qué
responsabilidad tuvo su gobierno en los secuestros y desapariciones forzadas,
contabilizados en casi un millar de casos. (Véase nota 10 de este capítulo.) La
imputación surge por la firma de los decretos 2261/2270/2271 y 2272 por parte
del Poder Ejecutivo, promulgados durante su gobierno, que habilitaron a las
Fuerzas Armadas a "aniquilar el accionar de la subversión". En la
misma causa también están imputados ex funcionarios de gobierno de Isabel
Perón, los justicialistas Ítalo Luder, que no puede declarar por padecer una
enfermedad mental degenerativa; el ex ministro de Economía Antonio Cafiero, que
obtuvo una eximición de prisión bajo fianza, y el ex ministro de Trabajo Carlos
Ruckauf, que está amparado por fueros legislativos. En el juicio a las juntas
militares de 1985, la Cámara Federal había resuelto que los decretos del
gobierno constitucional no autorizaban a las Fuerzas Armadas a realizar
acciones de represión ilegal contra la guerrilla. Por otra parte, el ex
ministro Ruckauf está denunciado en la causa número 17.735/02 "NN
s/asociación ilícita" como presunto responsable dela detención ilegal, la
privación ilegítima de la libertad y la desaparición de quince trabajadores de
la fábrica Mercedes Benz. Las desapariciones fueron asociadas a conflictos
laborales y gremiales que se iniciaron en la empresa en 1975. Uno de los
elementos que comprometen a Ruckauf y al secretario general del Sindicato de
Mecánicos y Afines del Transporte Automotor (Smata) José Rodríguez sería una
carta del 19 de mayo de 1976, firmada por Hans Martin Schleyer, entonces
titular de la casa matriz de Mercedes Benz en Stuttgart, Alemania. En el texto
explicaría la determinación de despedir a 115 trabajadores en octubre de 1975:
"Los despidos mencionados eran pedido urgente del entonces ministro de
Trabajo y de la dirección de Smata que ha pedido más despidos todavía. La
actuación de la dirección dela empresa Mercedes Benz Argentina aclara que
quería apoyar el esfuerzo del ministro de Trabajo y Smata de eliminar
elementos
subversivos en las fábricas". Sin embargo, hasta febrero de 2007,
el fiscal Federico Delgado, si bien dio por probado la vinculación de las
desapariciones con las actividades gremiales de los obreros, no había podido
encontrar la carta archivada en Alemania, pese a los pedidos que formuló.
Véase Crónica del 17 de julio de 1976. Por su parte, el diario Pueblo de
Madrid alertó de esta operación antes de que el médico viajara a Buenos Aires.
Para desapariciones en Mercedes Benz véase Gaby Webel, La conexión alemana,
Buenos Aires, Edhasa, 2005
Abajo, la multitud gremial agitó las banderas: "Si la tocan a
Isabel habrá guerra sin cuartel". En esa época, López Rega ya había puesto
en marcha su propio Operativo Retorno. Como en los tiempos del General, la
prensa especulaba con que el ex ministro haría una escala táctica en el Uruguay
o el Brasil, donde se reuniría con la presidenta, como parte de su regreso al
gobierno. Por su parte, el ministro de Educación y Cultura, Pedro Arrighi,
aprovechando el viaje oficial por las exequias del Generalísimo Franco y la
coronación del rey Juan Carlos I, lo visitó en Puerta de Hierro junto a
"La Cuca" Nélida De Marco, esposa del nuevo ministro de Bienestar
Social, Aníbal De Marco, e íntima amiga de Isabel Perón.
Aunque la versión parecía carecer de razonabilidad, lo cierto es que
López Rega instru- mentó los pasos previos a su desembarco cuando sacó del
refugio madrileño a Vanni y a Villone y los reenvió a Buenos Aires para
formalizar los preparativos de un pacto político con Massera. Fue en noviembre
de 1975. Pero apenas se reunieron con el almirante, Vanni y Villone tomaron
conciencia de que se habían metido en la boca del lobo, y que desde ese lugar
no había posibilidades de acordar nada. Advertida esta situación, volvieron a
decir "rajemos" y abordaron un avión que los alejaría por muchos años
de la Argentina, para escapar de la acción de la Justicia que pronto
arremetería sobre ellos.
Una madrugada, a poco de reasumir, la presidenta debió internarse por
una dolencia renal en el sanatorio La Compañía de María. El bloque de diputados
isabelinos intentaba diferenciarla de las acusaciones de corrupción que lanzaba
la comisión parlamentaria cons- tituida para investigar el destino de los
fondos. Isabel pudo respirar tranquila por un tiempo: en noviembre de 1975, la
Justicia aceptó que su rápido intento de reparar el "error" cometido
al utilizar una cuenta pública para librar el cheque a favor de las herederas
de Evita permitía establecer que su acción había estado exenta de dolo y
culpabilidad.
La verticalidad del Movimiento, sin embargo, se despedazaba día tras
día. La mayoría de los dirigentes del oficialismo y la oposición estaban más
atentos a las opiniones y los movimientos de las Fuerzas Armadas que a la
búsqueda de un pacto político que garantizara e lorden constitucional. La
internación de Isabel obligó a Florez Tascón a viajar de urgencia a Buenos
Aires con el objetivo de recabar datos reales sobre su salud. Y si bien en esa
oportunidad al honorable médico español le fue conferida la Orden del
Libertador General San Martín por parte del gobierno argentino (decreto 3316),
su buen nombre se vio manchado cuando se denunció que el verdadero motivo de su
travesía había sido retirar cuatro maletas repletas de dinero para llevarlas a
Madrid. Cada gasto de su viaje sería escrutado hasta el mínimo detalle por la
Justicia (incluso los nueve dólares de la tasa aeroportuaria), porque había
sido solventado con fondos reservados del Estado argentino.
Hacia fines de 1975, la caída política de López Rega se había vuelto
irreversible y su situación legal entró en franco deterioro. No hizo caso al
pedido de informes del diputado radical Ricardo Natale, que solicitó aclaraciones
al Poder Ejecutivo por el alcance y la duración de su misión diplomática y
también por las "cuentas impagas" que fue dejando a su paso por
el Brasil y España. Lo tomó como una boutade, una muestra de valentía a
destiempo, ahora que estaba lejos del país; una provocación que, sin embargo,
le hizo perder su rango de embajador plenipotenciario por decisión de la propia
Isabel.
Por su parte, el nacionalista Jorge Cesarski intentó ponerle un escollo
judicial cuando denunció a su custodia ante la justicia española por
"portación de armas" y a López por "usurpación" de la
residencia de Puerta de Hierro. Pero el ex ministro empezó a desespe- rarse
cuando el juez Alfredo Nocetti Fassolino le pidió que se presentara a declarar
en Buenos Aires por la causa de irregularidades de la Cruzada de la
Solidaridad. Las investigaciones probaban que no existían muchos de los
proveedores anotados para las compras. En ese marco, se comenzó a indagar sobre
la naturaleza del incendio de septiem- bre de 1975 del edificio de Salguero
3457, la vieja sede de Suministros Gráficos, en el que se habían carbonizado
las mercaderías del depósito y las facturas de compra. ¿La causa del siniestro?
Se había caído un calentador. Atenta a este contratiempo judicial, Norma López
Rega viajó de urgencia a Madrid y consiguió que Florez Tascón le escribiera un
certificado (que luego ella presentaría ante la Justicia) ratificando que su
padre padecía una "diabetes mellitus tipo maturity onset con hiperglucemia
y dislipemia tipo IV e hipertrigliceridemia hígado graso diabético con aumento
de LDH5",e informando que en estos últimos días se había descompensado y
requería una atención higiénica, dietética y medicamentosa que le impedía
cualquier tipo de desplazamiento o viaje.
López Rega sufrió una sorpresa desagradable cuando fue a despedir a
suhija al aeropuerto, a su regreso a Buenos Aires. De entre la multitud de
pasajeros emergió la figura de Guillermo Patricio Kelly, que empezó a gritarle:
-¡Delincuente, dejá de esconderte, andá y da la cara a la justicia
argentina! Antes de ser arrastrado por sus custodios fuera del aeropuerto,
el ex ministro respondió:
-Viniste a matarme. Todos los militares me quieren matar. Voy a volver y
no voy a tener piedad. Y vos vas a ser el primero. No se va a salvar nadie. La
sinarquía me las va a pagar.
Kelly había viajado para activar un escándalo por la presencia de López
Rega en España, pero pocos días después, inesperadamente, terminó anunciando su
muerte. En su condición de sinuoso intrigante de la vida política que reportaba
informaciones tanto a los medios como a los servicios secretos, Kelly dio
crédito a un extraño dato que le proveyó "un altísimo personaje del
gobierno español", que no sería otro que Antonio Cortina, quien le aseguró
que López Rega había muerto de un síncope cardíaco en las oficinas de la
Dirección General de la Policía, que funcionaba en la Puerta del Sol.
La información que transmitió Kelly se publicó y fue tomada con sorpresa
y cierta incre- dulidad por los diarios de la Argentina y de España. Cuando
López Rega leyó la noticia de su muerte ya estaba recluido en el edificio La
Torre de Madrid, de la calle Princesa 3. Puerta de Hierro había dejado de ser
un refugio seguro. Ya estaba procesado por malversación de caudales públicos
por la causa de la fundación cuando decidió no presentarse a la Justicia, pese
al pedido que le había realizado en público la propia Isabel.
Hacia fines de 1975, el ex ministro se había convertido en prófugo.
Sumado a eso, ya había estallado la causa de la Triple A, por la denuncia que
iniciara el abogado Radrizzani Goñi, quien luego de presentarla en Tribunales
se refugió en un campo por temor a un atentado. Las actuaciones estaban
atascadas en el despacho del juez. El general Videla, como jefe del Ejército,
había prohibido al general Anaya y al teniente Segura informar sobre la carpeta
de la Triple A que involucraba a los militares, mientras que el juez recogía
testimonios de testigos de los crímenes del padre Carlos Mugica, Silvio
Frondizi y Rodolfo Ortega Peña. Hasta que surgió una voz que aseguró que los
atentados habían sido concebidos y realizados desde el Ministerio de Bienestar
Social. Era la de Salvador Horacio Paino, un ex teniente del Ejército, con
antecedentes penales, que había sido convocado, según dijo, para sumarse al
aparato de represión ilegal que se estaba gestando desde el ministerio público.
Paino dio detalles sobre modalidades de compras de armamento por contrabando,
aportó los nombres de los jefes y delos miembros de cada una de las brigadas
operativas, y también dijo haber recibido órdenes de López Rega para ejecutar a
distintos blancos, entre ellos Ortega Peña, el abogado Tomás Hernández y el
coronel Vicente Damasco. Pero, aseguró Paino, como se había negado a participar
de esas ejecuciones, lo hicieron renunciar al ministerio bajo amenazas de
muerte y de allí lo llevaron directo a la policía, denunciado por haber
fraguado una orden de compra para agenciarse de dineros públicos.
Aunque Paino afirmó no haber matado a nadie, parecía haber visto a la
Triple A bien de cerca, y colocaba en el esquema operativo de la organización,
bajo la jefatura de López Rega, a Julio Yessi, Felipe Romeo, Juan Ramón
Morales, Carlos Villone, Rodolfo Roballos y, como enlace, a Jorge Conti, quien
lo había convocado a sumarse al ministerio. Además de la declaración a la
Justicia, Paino expuso ante la comisión legislativa que investigaba la Cruzada
de la Solidaridad. Pero los funcionarios del ministerio que habían resultado
acusa-dos se preocuparon por refutar cada parte de su testimonio.
Pero si Paino sólo circunscribía el accionar de la Triple A a las
acciones emanadas desde el Ministerio de Bienestar Social, un aerograma de la
embajada norteamericana de diciem-bre de 1975, enviado a Washington bajo el
título de "Terrorismo de derecha desde López Rega", daba cuenta de
una perspectiva más amplia en la conformación de la banda criminal. El ex
ministro de Bienestar Social José López Rega estuvo muy sospechado de controlar
y proteger el ala derecha del terrorismo, como la Triple A, antes de su salida.
El declive de la campaña de terror que siguió a su expulsión dio crédito a esos
cargos. No obstante, con mirar a su entorno directo ni López Rega emerge de la
escena política argentina creando este terrorismo ni su partida termina con él.
Está otra vez extendiéndose y la AAA regresando a sus tareas, aunque no con el
mismo nivel de actividad de la primera época. Como previamente reportamos, los
actos terroristas de la AAA fueron y todavía son reali-zados por algunas
entidades policiales, grupos de tareas, personal de seguridad retirado y
personal militar, algunos free lance y otros alentados y dirigidos
oficialmente. Es más, no sé si ha habido alguna vez una organización como la
AAA, con una estructura jerárquica, una duracadena de comando, etcétera. Ésta
todavía es una cuestión abierta. Siendo como es, sin embargo, los resultados no
son menos mortales.
El jefe de prensa Jorge Conti admitió que había dado empleo a Paino, y
adujo que su función era controlar la entrada y salida de su secretaría,
autorizar gastos de caja chica y realizarle algunos trámites personales. Pero
que al cabo de unos meses, según dijo, fue observando en Paino actitudes
propias de un sujeto enfermizo. Conti negó cualquier relación con la Triple A.
En la misma línea declararon otros funcionarios imputados por Paino: Rodolfo
Viglino, Rubén Benelbas, Carlos Jorge Duarte, Rodolfo Roballos, entre otros. En
1971, el Servicio Psiquiátrico Central de la cárcel de Villa Devoto, donde
estaba detenido, informó que Paino padecía trastornos mentales. Sin embargo,
dos años más tarde, otro informe de los médicos forenses de la unidad
carcelaria lo encuadraba dentro de la normalidad. Véase "Causa López Rega
José y otros sobre asociación ilícita, etc.", cuerpos I y II, Juzgado Federal
N° 5.
La madrugada del 24 de marzo de 1976, Isabel subió al helicóptero
presidencial en la terraza de la Casa de Gobierno. Una brisa fresca llegaba
desde el río. Abajo, sobre la Plaza de Mayo, un centenar de mujeres lideradas
por Norma Kennedy gritaban "Isabelita es nues-tra compañera", en
señal de apoyo. Lorenzo Miguel fue abordado por la prensa mientras el
helicóptero levantaba vuelo: -¿Hay golpe?, le preguntaron. –Tengan confianza.
No pasa nada, respondió el metalúrgico. Unos minutos después, la nave descendió en forma imprevista en el
aeroparque metropolitano.
-Se plantó una
turbina, explicaron los pilotos, y pidieron unos minutos para reparar la
falla.
Era necesario, entretanto, desalojar el helicóptero por temor a un
incendio. Isabel fue conducida a una pequeña oficina de la estación aérea. Allí
neutralizaron a sus custodios. Un general le informó a la presidenta que las
Fuerzas Armadas habían decidido tomar el control político del país, y que desde
ese momento ella quedaba arrestada. Isabel preguntó si la iban a fusilar. Si lo
hacían, antes quería rezar. El general le dijo que no. "¿Qué harán
conmi-go?", preguntó. "La llevaremos al Sur."
Entonces Isabel pidió que la comunicaran con Rosario Álvarez Espinosa,
su mucama, y le encomendó que le llevara ropa de invierno y a los dos caniches.
Un avión Fokker la trasladó a la residencia presidencial de El Messidor. Quedó
incomunicada, sin teléfono, sin revistas. Pasaba las horas rezando rosarios a
todos los santos. Jamás había imaginado que su incursión por la política iba a
terminar así.
A los pocos días de establecerse su lugar de reclusión, la Justicia
empezó a visitarla: se había reabierto la causa por el cheque librado a las
hermanas de Evita, en la que ya había sido juzgada y sobreseída. En este punto,
Isabel volvió a insistir en que había librado un cheque de la fundación para
pagar los derechos sucesorios de Eva por consejo de López Rega y con el
consentimiento explícito del ministro de Justicia, Antonio Benítez. Cuando el
juez Tulio García Moritán insistió en indagar acerca de su propia
responsabilidad en esos actos, Isabel interrumpió la audiencia, subió corriendo
a su habitación y se tiró a llorar en la cama. -El juez me ha echado una mirada
tan fuerte que me quiso matar, sollozó.
Indignada, Rosario Álvarez Espinosa, la mucama, bajó de la habitación,
se enfrentó al juez y pidió que dejaran a la señora en paz, porque los
denunciaría en Buenos Aires por cualquier cosa que le pudiera pasar si seguían
interrogándola. Al rato, más serena, Isabel bajó y, con el resto de los cheques
de la fundación a la vista, deslindó responsabilidades.
Según informó la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas
(Conadep) en la audiencia del juicio a las juntas militares, se recabó
información sobre 50 casos de desapa- riciones en 1974, 359 en el año 1975 y
549 casos en el primer trimestre de 1976. Es decir, un total de 958
desapariciones denunciadas entre 1974 y antes del golpe de Estado, durante el
gobierno de Perón-Perón. Por otra parte, a requerimiento de la Cámara Federal,
distintos juzgados del país informaron sobre expedientes relacionados con la
desaparición de 262 personas, iniciados con anterioridad a 1976. Véase pág. 68
del texto completo de La sentencia dictada el 9 de diciembre de 1985 por la Cámara
Federal en la causa 13.Tomo I. Imprenta del Congreso de la Nación,
1987.
Dijo que era López Rega, como vicepresidente de la fundación, el
funcionario ministerial Carlos Villone, o el gerente Santiago Cousido, quienes
se los traían, y entonces ella, dado la confianza que les tenía, y en la
certeza de que las decisiones habían sido aprobadas por el Consejo de
Administración de la fundación, los firmaba. Ella no concurría a las reuniones
de la fundación, estaba ajena a todo ese papeleo y no sabía lo que allí
trataban: confiaba en su equipo de colaboradores. Creía no haber incurrido en
delito alguno cuando autorizaba los gastos de la residencia (colocando herrajes
bañados en oro o la araña de su escritorio con los fondos de la fundación),
porque esas mejoras se incorporaban al patrimonio nacional. El cheque librado a
la orden de la CGT había salido con la intención de "paliar las
necesidades de la central obrera". En cuanto a la compra directa a IBM de
las tarjetas de la quiniela (que en realidad debía realizar el Ministerio de
Bienestar Social, previa licitación pública) la ex presidenta dijo que había
atendido un consejo de López Rega, quien le indicó que pagara en forma rápida y
directa para agilizar los trámites. Y sobre los nueve millones de dólares que había
mandado a comprar con las donaciones de los empresarios cuando se estaba
forman- do la fundación y luego los depositó en su cuenta personal en el Banco
Santander, dijo que de ese tema no entendía nada.
Isabel no podía distinguir entre sus propios bienes y los del Estado.
Todas sus declara- ciones se basaban en el desconocimiento del dolo, y el resto
no lo sabía o no lo recordaba, pero la rúbrica era la suya.
Eso sí. Cuando el 1 de mayo de 1976 la visitó el fiscal general Conrado
Sadi Massüe por la investigación sobre los fondos reservados de la Presidencia
que se le había iniciado, pasó exactamente lo mismo: ella nunca había examinado
las leyes que rigen el manejo de los fondos, fue su descargo. Pensaba que podía
disponer de ellos, y que no debía revelar en qué los usaba, precisamente porque
eran "reservados", y eso bastaba para explicar las joyas que había
comprado en Ricciardi para las esposas de los comandantes militares que luego
la derrocarían, o el departamento que adquirió para su secretaria Dolores
Ayerbe, que lo necesitaba.
Mientras la Justicia investigaba los desaguisados económicos de Isabel y
López Rega y el detalle de cada uno de los cheques, la dictadura militar se
ocupó de instaurar la represión más sangrienta que conoció la historia argentina.
Asimismo, siguiendo los lineamientos de una política económica liberal, el
Proceso de Reconstrucción Nacional empezó a recibir cré- ditos del Fondo
Monetario Internacional (FMI) que engrosaron explosivamente la deuda externa.
Este endeudamiento, justificado como necesario preámbulo de un período de
"mo- dernización y desarrollo" del aparato productivo,
paradójicamente provocó su desmante- lamiento y el incremento de la
especulación financiera. La deuda externa sería utilizada como un instrumento
de dependencia con el que debieron cargar las democracias latino- americanas de
la década de los ochenta.
Con el pleno funcionamiento de la represión ilegal a cargo del Estado,
la Triple A se fue diluyendo como organización criminal. Ya no tenía razón de
ser. Las Fuerzas Armadas pro- fesionalizaron el terror. Le brindaron
racionalidad y eficiencia militar y lo estructuraron en zonas, sub zonas y
áreas, dándole un mando, una cohesión interna, con tareas de secues-tro,
desaparición y reclusión en campos de concentración, que competían a las tres
fuerzas: el Ejército, la Marina y la Armada.
Todos los elementos parapoliciales y paramilitares que habían actuado en
el período 1973- 1976 de manera inorgánica, esas fuerzas irregulares amparadas
por el Estado, que se movían en diferentes estratos y a veces chocaban entre sí
en la caza de "un zurdo" o de un botín, tuvieron un control mucho más
definido, y tras una "amnistía interna" fueron puestos en caja, bajo
el mando de una conducción. La mayor parte de la custodia de López Rega volvió
a reportarse a la fuerza policial.
La Triple A ya no era esa maquinaria desquiciada que para sembrar el
terror lanzaba cadáveres carbonizados en los descampados. Ahora se había
disciplinado y pasado a formar parte de una represión ilegal e igualmente
salvaje, pero mucho más prolija, masiva y sanguinaria. De algún modo, la
profecía de Mario Roberto Santucho se había cumplido: López Rega había
comenzado con el "trabajo sucio" y los militares lo habían dejado
hacer la tarea. No podían prescindir, "hoy", de ese servicio. Luego,
se adhirieron a su cruzada cri-minal contra la izquierda y "los
infiltrados", sacaron los Falcon a la calle, atizaron el fuego, y
empezaron a despachar los cuerpos, a poner bombas, a promover el caos, y cuando
el ministro ya no les sirvió lo mandaron al exilio con un diploma, dejaron que
Isabel cayera víctima de su inestabilidad emocional y su propia inoperancia y,
ante la deserción de la clase política y la sociedad civil, tomaron el control
del Estado con el pretexto de restaurar la paz y el orden. Los militares
tuvieron la vocación de coronar la tarea.
Durante los primeros meses de 1976, López Rega se mudó varias veces de
domicilio. De la torre de Princesa 3 saltó a un lujoso complejo edilicio de
Orense 26.Seguía custodiado por Almirón, y secundado por Vanni y Villone, que
con sus bromas intentaban quitarle grave-dad a una situación que se revelaba
cada vez más compleja. López casi no usaba la piscina del edificio. Prefería
gastar el tiempo en el club Puerta de Hierro, donde tomaba cognac Carlos III,
hablaba de filosofía, citaba leyendas hindúes y le gustaba presentarse como un
escritor latinoamericano. Cuando se emborrachaba, lo bebido le afectaba un poco
el hígado; además, le molestaba el peluquín que usaba para transformar su
fisonomía. Para un detallado informe sobre el accionar de la represión
ilegal durante la dictadura militar, véase Memoria debida, de José Luis
D'Andrea Mohr, Ediciones Colihue, 1999
Se sentía perseguido y prefería cambiar con frecuencia de domicilio. Del
departamento de la calle Orense se mudó a veinte kilómetros al norte de Madrid,
a una casa de dos plantas ubicada sobre lo alto de una loma, en una calle sin
salida, en Paracuellos de Jarama. Por precaución, hizo blindar la puerta. Esa
fue su última vivienda en España. Después del golpe de Estado del 24 de marzo
de 1976, su situación judicial se complicó aún más. Debido a su condición de
procesado y prófugo, a través de Interpol la justicia argentina comenzó a
reclamar con más énfasis su detención.
Las cosas también habían empeorado para Vanni y Villone: ya en las
primeras fojas del expediente sobre fondos reservados de la Presidencia
aparecían librando cheques desde una "cueva financiera" de la City
porteña al Morgan Guaranty Trust Companyde Nueva York. Durante marzo de 1975,
habían transferido un total de 50.000 dólares con destino a sus cuentas
personales y también a la de Alberto Álvarez, amigo de Vanni. El Gordo, además,
con la debida autorización de Isabel, había recibido 11.000 dólares de los
fondos reserva-dos y se los envió al ex ministro apenas éste marchó del país
como embajador plenipoten-ciario, con el argumento de que debía utilizarlo para
gastos de propaganda y promoción nacional en Europa.
Por su parte, López Rega tampoco salía limpio de esa causa: había
retirado 150.000 dólares en octubre de 1974. En su declaración judicial, Isabel
no recordaba en absoluto haber autorizado cifras tan altas. Mejor dicho, no
estaba segura. Para López Rega cada día implicaba un problema nuevo. Hacia
abril de 1976, el juez federal Jorge Cermesoni reiteró a Interpol su pedido de
detención y extradición. El organismo policial a su vez trasladó la petición al
Ministerio de la Gobernación. Por su parte, apenas le fueron aceptadas sus
credenciales, el nuevo embajador argentino en España, general Leandro N. Anaya,
transmitió al gobierno español su particular interés por la detención del ex
ministro. Era una cuestión personal, dijo, en la que estaba en juego su honor
como militar. Teniendo en cuenta estos antecedentes, el ministro Fraga Iribarne
determinó que López Rega debía desaparecer del país y no regresar mientras
siguiera vigente la orden de detención.
Cuando Antonio Cortina le comunicó que el Estado español ya no podía
protegerlo, López Rega sintió que el mundo se le venía encima. Entonces, en
nombre de la hermandad masónica universal, pidió la protección de Licio Gelli
para que intercediera ante el Ministerio de la Gobernación e hiciera pesar su
pasado de camisa negra italiano que combatió al lado de Franco en la Guerra
Civil Española. Gelli solicitó una reunión urgente con Fraga Iribarne, pero
tanto López como el jefe de la P2 tuvieron que contentarse con la presencia de
Antonio Cortina. Su opinión seguía siendo la misma: López Rega debía irse. Aun
así, traía dos buenas noticias. La primera, que Fraga Iribarne le había
concedido ocho días de plazo para que organizara su huida. -Al noveno día te
detiene la policía. Ya no podemos cubrirte más, le explicó Cortina.
La segunda era que los servicios secretos españoles le facilitarían un
pasaporte para irse legalmente de España.
Desde ese momento, Vanni se reveló imprescindible. Había que organizar
la fuga y decidir hacia dónde dirigirse. Para esto, el Gordo contó con la ayuda
económica y afectiva de su íntima amiga, María de los Ángeles Meyer, a la que
llamaba "La Marquesa". Era su apoyo permanente en la península.
Gozaba de su estima y confianza. La Marquesa se derretía por su exotismo
porteño. A ella, que junto con su marido tenía una empresa de importación y
exportación de carne, Vanni le había enseñado a comer choripán en locales
ruines; además, solían caminar juntos por la avenida José Antonio. En esos
paseos, el Gordo lucía una capa suelta al viento, para imitar las tradiciones
de la nobleza española. María de los Ángeles, esposa del empresario Rudi Meyer
y cuñada de Luis Meyer, propieta-rio de la empresa Univac que prestaba
servicios electrónicos al sistema bancario, era dueña de un apartamento en
Ginebra.
Aunque López Rega no era una persona que agradara a La Marquesa Meyer,
(lo consideraba un pobre hombre que bebía más dela cuenta), el afecto que tenía
por Vanni pudo más que su desprecio, y puso la vivienda a disposición del
prófugo. También había otra cuestión a resolver, más delicada y de carácter más
íntimo, porque implicaba una respuesta inmediata a las necesidades personales
del ex ministro, cada día más desesperado. López, decía Vanni, estaba
insoportable porque necesitaba una mujer.
-El petiso hace veinte años que no coge. Tiene una "chele" que
no se banca. Hay que conseguirle una "nami" para que se calme,
concluyó el Gordo.
En la actualidad, los hermanos Antonio y José Luis Cortina están
retirados. Viven en San Lorenzo del Escorial, España. A José Luis Cortina, que
siguió trabajando en el Cesid (nuevas siglas de los servicios de
inteligencia españoles), alguna vez se lo mencionó por su presunta
participación en el fracasado golpe de Estado del coronel Antonio Tejero en
febrero de 1981, por haber movilizado la división acorazada Brunete, que debía
ocupar el centro de la capital. Sin embargo, jamás se sentó en el banquillo de
los acusados, quizá por su cercanía al rey Juan Carlos I. Continuó siendo el
número 2 del Servicio de Inteligencia Militar, hasta su jubilación. Su hermano
Antonio Cortina fue parte de la "trama civil" del fallido golpe, que
habría elaborado la lista de los hombres del gobierno de "salvación
nacional" que asumiría el poder. La conexión con López Rega y Perón no fue
la única relación de la familia Cortina con la Argentina. Otro hermano de la
familia, Alfonso Cortina, es titular de la petroquímica española Repsol, que
compró la petrolera estatal YPF. Desde 1997 preside la firma Repsol- YPF, la
empresa más poderosa de la Argentina. Para ampliar la relación entre los
servicios secretos y los hermanos Cortina, véase El regreso a los cuarteles:
militares y cambio político en España (1976-1981) en
www.resdal.org.ar/Archivo/bar-cap4-2.htm.
Para una visión sobre el funcionamiento de los servicios secretos
españoles, véase Manuel Cerdán y Antonio Rubio, Lobo, un topo en las entrañas
de ETA, Buenos Aires, Plaza & Janés, 2003.
Algunos años atrás, precisamente el 28 de agosto de 1973, cuando López
Rega visitó Entre Ríos, una joven que estaba al frente de una de las
delegaciones escolares que le daba la bienvenida a la provincia le envió una
carta a través de uno de sus custodios, en la que le expresaba su admiración.
El ministro le había respondido de su puño y letra. Desde entonces, María
Elena Cisneros jamás había dejado de escribirle. En 1975, cuando el ex ministro
estaba refugiado en Puerta de Hierro y ella visitó Madrid en su rol de maestra
que acompa- ñaba una gira estudiantil del colegio Don Bosco, se tomó el
atrevimiento de pasar a saludar-lo por la residencia. López Rega la recibió afectuosamente.
Además del intercambio epistolar, tenían cosas en común: ella era concertista y
él, un aficionado al belcanto. Pasa-ron la tarde hablando de música. Parecía
que la combinación de sonidos era lo único que apaciguaba la furia de López
Rega. Incluso en sus peores días en la residencia de Olivos, se cruzaba hasta
una casa que había comprado en la calle Túpac Amaru, casi en la esquina, para
tocar el órgano electrónico.
El recuerdo de esa chica, que no tenía más de veinticinco años, inspiró
a Vanni: le dijo a López Rega que era la única persona que podía salvarlo en su
período de fuga, y prometió traerla. El ex ministro le encomendó que gestionara
un pasaje aéreo a nombre de ella a través de la agencia de turismo Ati, empresa
familiar de Juan Carlos Galardi y Hortensia Godoy, que eran las únicas
relaciones que le quedaban de su corto pasaje por la logia Anael.
Acompañado por su guardaespaldas Rodolfo Almirón, el ex ministro viajó a
Suiza el 17 de abril de 1976, cuando se iniciaban las fiestas de Pascua. Vanni
lo despidió con un abrazo. Pocos años después, anímicamente desahuciado, sin
dinero, cargando con un triple by-pass aorto coronario y fumando como un sapo,
su obsesión sería volver a encontrarlo.
Seis meses más tarde de su partida a Suiza, el 8 de octubre de 1976, una
delegación judicial argentina irrumpió en Navalmalzano 6, la residencia de
Puerta de Hierro, en busca de elementos de interés que aportaran a la causa de
fondos reservados. Para ingresar, el secretario del Juzgado Federal N° 2, Carlos
Alberto Suárez Buyo, tuvo que romper la cerradura de la puerta trasera. Luego
de una detallada inspección se llevó un certificado de depósito de medio millón
de dólares del Banco Santander perteneciente a Juan Perón y a su esposa;
numerosos memorandos en los que Carlos Villone acreditaba percibir dinero de
donaciones en dólares para la Cruzada de Solidaridad y rubricaba órdenes de
pago en favor de Sastrerías González, joyería Ricciardi y Casa Harrods,
entre otras casas de compras, con dineros provenientes de fondos reservados.
Por su parte, López Rega había dejado en el armario de su habitación del primer
piso una infinidad de carpetas de las empresas Itagle y Termun, dos cajas
fuertes sin un centavo, una pistola automática Colt calibre 45, número 7 OSC
20944, con dos cargadores de siete balas cada uno, y una carta de cuatro
páginas para Isabel Perón, que en el sobre llevaba la leyenda
"estrictamente reservado" y estaba firmada por
"Daniel".
El ex ministro esperaba que la destinataria la retirara en mano el 20 de
junio de1976.Para esa fecha, lejos de poder ir a España, la ex presidenta se
pasaba las horas matutinas de su cautiverio encendiendo velas, rezando
oraciones en su habitación, y por las tardes se ponía un traje militar, recogía
el pelo bajo la boina verde oliva, y salía a pasear por Villa La Angostura
junto a su mucama. Se entretenían tirando flores al lago como un acto de fe y
en nombre del pueblo argentino. Cuando regresaba a su reclusión, la viuda de
Perón empezaba a golpearse la cabeza contra la pared.
A juzgar por alguna de las cartas que escribía al jefe de la P2, López
Rega también parecía estar desesperado: que no se diga a nadie dónde me
encuentro porque "ellos" enviarán un comando para matarme... [...]
¡Lichio! Estoy enfermo, cansado y lleno de asco. Todos pagarán su tremendo
error. Aunque en el segundo semestre de 1975 Gelli habría buscado una fórmula
para reincorporarlo al gobierno, un año después López Rega había dejado de ser
el hombre útil para sus negocios con la Argentina. Sus nuevos favoritos pasaron
a ser el almirante Massera y, en menor medida, el general Suárez Mason, que más
tarde recalaría en la petrolera YPF.
Durante su reclusión en la residencia de El Messidor, Isabel había
encontrado un rescoldo de afecto frente a tantas adversidades en la compañía de
un joven gendarme, que la custodiaba en los paseos. Sin embargo, una vez que
trascendió que ambos, con la complicidad de la mucama, habían escapado de la
zona autorizada y se internaron por el bosque, el Ejército sancionó al gendarme
y lo envió a otro destino. Isabel se sintió más abandonada. (Entrevista ex
secretario judicial Alfredo Bisordi.)
En sus cartas a Gelli, López Rega confiesa su malestar por la situación
que atravesaba. Hacia octubre de 1975, cuando todavía estaba en Puerta de
Hierro, escribió: "Aquí en España, en la televisión oficial, estuvieron
durante más de media hora en un programa especial los señores Jorge Antonio y
Jorge Cesarski, donde hablaron contra la Señora, contra mí y contra la
Masonería (expresando Cesarski con toda claridad: 'López Rega es un masón cuyo
centro está en Arezzo'). Esto es debido a que está pago por la embajada
argentina (Campano, Hermosilla, Jorge Antonio y gente de la CIA norteamericana
mediante un sinvergüenza llamado Patricio Kelly)". En ese tiempo, López
Rega también intentó proteger a Isabel. En carta al hermano diplomático
Guillermo de la Plaza, escribió: "Les ruego que con paciencia y serenidad
sigan firmes junto a nuestra Presidenta, en la seguridad de que ella es el
único camino incruento para evitar que el comunismo pueda quebrar las barreras
de la Patria. Mi calvario está aceptado desde siempre y me alegra padecerlo, si
ello permite la purificación de los cuadros dirigentes. Hasta pronto".
Véase revista Humor, mayo-julio de 1986. En la misma revista, Gelli confiesa
haber puesto algunas condiciones a Isabel, antes del golpe de Estado: el
alejamiento del secretario legal Julio González, la inclusión de tres militares
en la reestructuración del gobierno, una mayor colaboración con los Estados
Unidos, el nombramiento de un coordinador presidente/ gobierno y la renuncia de
Isabel en el breve plazo. Pero aparentemente sus instrucciones no fueron
atendidas. Luego, Gelli congratuló a Massera por el golpe y le expresó sus
deseos de que el nuevo gobierno "sepa sofocar la insurrección delos
movimientos de inspiración marxista". Gelli continuó como consejero
económico en la embajada argentina en Roma, con pasaporte diplomático incluido.
Y hasta organizó una gira de Alfredo Martínez de Hoz en ese país y también
hospedó al almirante Massera, que, acusado de torturador por los refugiados
argentinos, debió marcharse. Gelli se mantuvo activo durante la dictadura
militar argentina: a través de Ángelo Rizzoli, la P2 compró el 50% de las
acciones de un grupo que controlaba Editorial Abril. Suárez Mason, por su
parte, le propuso ingresar en las obras de la represa de Yacyretá donde
"hay mucho dinero ya, y tú puedes conseguir más y arreglar con empresas de
Italia o de amigos". Por entonces, laP2 había armado una red económica en
Uruguay y la Argentina a través del Banco Ambrosiano SA, relacionado con el
Vaticano, y consolidado diversas inversiones inmobiliarias a través de otro
masón, el banquero Umberto Ortolani. Poco tiempo después, todo ese universo se
desmoronaría. Véase capítulo18.
La vida de prófugo del ex ministro pareció tomar un cauce afectivo
cuando cumplió sesenta años. El 17 de octubre de 1976, López Rega los festejó
junto a su custodia Almirón y a la concertista María Elena Cisneros, que acababa
de llegar a Ginebra. La joven entrerriana permanecería a su lado por casi diez
años. Almirón, en cambio, pronto lo abandonaría y pasaría a formar parte de la
empresa de seguridad de Antonio Cortina, Aseprosa. Hasta entonces, Almirón no
había tenido mayores complicaciones con la Justicia. La Policía Federal, por su
parte, sólo le reclamaba dos equipos transmisores Motorola que habían quedado
bajo su custodia, y ahora no podían encontrar. Consideraron que había tenido
una actitud "negligente" en ese aspecto. Además, en tono de reproche,
le recordaron que, en su momento, "no había adoptado el temperamento
debido ante la colisión de un móvil a su cargo". Con el paso de los meses,
Almirón se estableció bien en España. A través de su esposa en segundas nupcias,
que trabajaba de azafata, había tramitado la nacionalidad, e incluso después
pasaría a ser jefe de la custodia de Manuel Fraga Iribarne, cuando éste era el
líder de la Alianza Popular y estaba en medio de la campaña electoral por las
elecciones municipales. Sin embargo, cuando la prensa española publicó alguna
información sobre su pasado violento y su relación con López Rega, toda su
prolija reinserción social se echó a perder.
Por otraparte, en abril de 1983, Cambio 16 refrescó el pasado de Almirón
trayendo a la luz el crimen del teniente de la fuerza aérea norteamericana Earl
Thomas Davis. El militar de 21 años, que estaba al servicio de la embajada de
su país en Buenos Aires, había visitado la boîte Reviens de Olivos en compañía
del productor televisivo Eduardo Celasco, la modelo Jorgelina Aranda, y otras
dos amigas. Ocupaban la mesa 23. En una mesa cercana estaban Almirón, Jorge
Labia (informante de la policía) y algunas mujeres. Según consta en el informe
policial, Labia empezó a burlarse de Celasco porque usaba frac, y en la
refriega a golpes de puño, el policía le habría pegado un tiro a Davis. Aunque
la Justicia probó que el disparo salió del arma de Almirón, y así lo indicaría
el testigo Celasco, sería Labia el que asumiría la autoría del crimen. Almirón
sería arrestado por treinta y un días "por no poner fin a un incidente que
luego generó en un hecho de sangre", según consta en su legajo. Labia
cargó con una prisión por doce meses. El hecho fue encubierto por el entonces
inspector Morales, de la División de Robos y Hurtos. Poco después Almirón se
casaría con una de sus hijas. Según una investigación propia que realizó el
gobierno norteamericano sobre el crimen, Almirón tenía planeado secuestrar al
conocido contrabandista Vicente"Cacho" Otero, quien años más tarde
moriría torturado en la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA),
por prestar sus servicios a Montoneros. En 1970, el subinspector Almirón
fue expulsado de la policía, con el argumento de ser "inepto para el
servicio" por sus "fallas en el factor moral- ético",
"fallas en el factor profesional", "no inspirar confianza",
etc. Tres años después, López Rega lo llevaría a su custodia de la mano del comisario Morales, y
el entonces presidente Lastiri firmaría su reincorporación. Luego, en enero de
1975, Isabel Perón lo ascendería al grado de comisario. Entre otras muertes de
Almirón al servicio del Ministerio de Bienestar Social, se le adjudica la del
padre Mugica, por su parecido al identikit del asesino que describieron los
testigos del crimen. Por su parte, frente a los antecedentes de su jefe de
custodia, Fraga Iribarne afirmó que no respondería acusaciones de "la
prensa amarilla". Para Almirón, véase Cambio 16, números 593 y 594, y su
prontuario personal archivado en el cuerpo XXXI de la causa de la Triple
A.
Desde el primer día que estuvo junto al ex ministro, su oficio de
enfermera, su talento de concertista y su amor de mujer la impulsaron a
masajearle los pies castigados por la diabe- tes, a regalarle sus melodías en
el piano, a cubrirlo de afecto y de besos a cada momento. María Elena adoraba
su luz interior y buscaba la verdad en sus enseñanzas espirituales: era la
mujer que López necesitaba. No sería la única ayuda que recibiría. El prófugo
también contó con la colaboración de Luis Prieto Portar, que había ocupado la
Subsecretaría de Viviendas, secundando a Juan Carlos Basile, ambos bajo la
órbita del Ministerio de Bienestar Social.
Hacia 1976, Prieto Portar mantenía un buen vínculo con la CIA, el Senado
y el gobierno norteamericanos, y se mantuvo cerca de López Rega en su refugio
de Ginebra. Incluso, junto con su esposa Conchita, lo acompañaban a visar el
pasaporte a la frontera cada tres meses, para que pudiera continuar viviendo en
Suiza como turista.
Pero en un determinado momento, Prieto Portar decidió llevarse al ex
ministro y su pareja a los Estados Unidos: se presentó en la embajada
norteamericana en Berna, pidió dos visas y los llevó a Miami. Allí López Rega
volvió a escribir. Necesitaba un acto de reafirmación personal. La Policía
Federal ya lo había echado de sus filas y también había sancionado a quienes lo
ascendieron a comisario general. Quería revisar qué había sucedido en el
vértigo de los últimos años, saber quién era. Imitando la modalidad aforística
del escritor Khalil Gibran, empezó a componer El sabio y el hindú, un relato
donde se identifica con Athor, el profeta que salva el mundo. En la obra, deja
constancia de que seguía manteniendo una elevada opinión acerca sí mismo: Qué
goce para los ojos, qué merecido premio para quien defendió con valentía sus
ideales filosóficos, concibió y ejecutó con todo éxito el retorno del General
Perón, supo sobrellevar valientemente su misión como hombre de gobierno, acom-
pañó a cuatro presidentes de la Nación en difíciles momentos, contra el
constante ataque de las fuerzas reaccionarias...Trabajador incansable,
exiliado, perseguido, difamado, continúa su silenciosa y productiva labor con
dignidad e hidalguía indiscutibles.
Prieto Portar había nacido en Cuba en 1940 y se había marchado a los
Estados Unidos escapando de la revolución de Fidel Castro. Como ingeniero,
había participado en la cons- trucción de las Torres Gemelas y el metro de
Miami, y daba clases en la Universidad de Princeton. También había demostrado
un fuerte espíritu anticastrista (que le permitía ser bien considerado en los
Estados Unidos) cuando se sumó a la invasión de Bahía de los Cochinos,
organizada por la CIA. Se llevaría un horrible recuerdo de aquella fracasada
gesta: un disparo le rompió la mandíbula y se la debieron reconstruir de
regreso en los Estados Unidos.
El sabio y el hindú fue publicado por la Editorial Karuma Press. La
empresa tenía fijado su domicilio en North Athlantic, de Daytone Beach, estado
de Florida, en un local semi abandonado, al que, muy de vez en cuando, iba un
señor de calvicie moderada y acento extranjero para retirar correspondencia.
Era Juan Carlos Basile, el ex secretario de Vivienda del Ministerio de
Bienestar Social. Basile había preferido retornar a su vida en los Estados
Unidos para evitar que la
estruendosa debacle del lopezrreguismo, que había llevado a la cárcel o al
exilio a sus protagonistas más visibles, terminara por arrastrarlo a él.
Junto con Prieto, fue uno de los amigos protectores del ex ministro en
los Estados Unidos. A través de El sabio y el hindú, López Rega, que había
dejado la estela de un fantasma criminal en su paso por la vida pública,
intentó dar una muestra de su existencia a las per- sonas que lo habían querido
en el curso de su vida. El primero fue Claudio Ferreira. También se acordó de
Carlos Silber. Y no pudo dejar de enviárselo a Chiquitina.
El sabio y el hindú también llegó a su esposa, de la que jamás se separó
legalmente. Junto con la obra, le adjuntaba una carta escrita a máquina, en la
que relataba un presente personal repleto de dificultades y pintaba un panorama
negro hacia el futuro. Firmó el remitente de la carta con el nombre de José
Perinetti.
Chiquitina también tenía dificultades. En marzo de 1977, cuando Néstor,
el portero del edificio de Libertador 3540, le alcanzó el sobre, estaban a
punto de cortarle el servicio de luz. Pero, mucho peor que eso, a su hermana
Chocha, un grupo de tareas de los militares le había secuestrado al hijo, que
permanecería para siempre desaparecido; y su hija Norma había sido procesada (y
luego sería condenada) a la pena de tres años de prisión como "coautora
responsable del delito de malversación de caudales equiparados a los públicos
cometidos en forma reiterada", por el hecho de integrar la comisión
directiva de la Cruzada de la Solidaridad que había inspirado su padre.
Pocos meses después del golpe militar, Norma López Rega fue alojada en
un buque-cárcel, luego en Villa Devoto y posteriormente en la cárcel Del Buen
Pastor, donde un grupo de militantes montoneras, cuya detención había sido
legalizada, intentó hacer justicia por sus propios muertos, y comenzó a
golpearla en el baño, aunque la rápida intervención de otra presidiaria, Norma
Kennedy, la salvó de males mayores: -No se metan con ella. La piba no tuvo
nada que ver, dijo.
Luego de ese incidente, Norma López Rega fue trasladada a la cárcel de
Ezeiza. Se sentía una rehén de los militares, encarcelada a cambio del silencio
de su padre sobre la represión ilegal corporizada en la Triple A.
En esa época, para los hermanosde Paso de los Libres, el nombre de López
Rega era un universo desconcertante. No podían creer que el hombre que
irradiaba bondad en sus primeros años como iniciado de la Casa de Victoria
hubiese sido el jefe de la Triple A, como publicaban las denuncias de la
prensa. El nombre de López Rega también manchó al de su Maestra: después del
golpe militar, se le cambió el nombre al asilo de ancianos Victoria Montero del
hospital comunal. Por otra parte, la adopción del apellido Perinetti como seudónimo
constituía un homenaje oculto de López Rega a Natalio Perinetti, un futbolista
al que había idolatrado en su primera juventud. Perinetti era el caudillo del
Racing Football Club, equipo con el que ganó cuatro campeonatos en los tiempos
del amateurismo. El compañero de ataque de Perinetti era Pedro Ochoa, un
futbolista que Carlos Gardel también admiraba. Gardel lo bautizó
"Ochoíta" y compuso en su homenaje el tango "Patadura", en
cuyo versos expresaba "y ser como Ochoíta, el crack de la afición/ hacer
como Ochoíta de media cancha un gol". Durante más de una década el grito
de los simpatizantes de Racing que bajaba de las tribunas fue:
"Perinetti-Ochoíta/ la pareja más bonita".
Su novio, el ex
presidente Raúl Lastiri, luego de pasar varios meses detenido en el buque
Granaderos, obtuvo un arresto domiciliario en mérito a su amistad con
Massera, que en los buenos tiempos aterrizaba con un helicóptero de la Armada
en la terraza de su edificio, en ocasión de los festejos de cumpleaños. Lastiri
vivía en el mismo edificio que Chiquitina. En su afán de ir creando las
condiciones políticas necesarias para convertirse en el nuevo líder del
peronismo, en octubre de 1976 el almirante Massera (que tenía prisioneros y
torturaba a centenares de montoneros en un campo de concentración de la Escuela
Mecánica de la Armada) tomó el control de la detención de Isabel Perón y la
alojó en el Arsenal Naval de Azul, en la provincia de Buenos Aires.
En una charla off the record con corresponsales extranjeros, dijo que a
López Rega ya lo consideraba "un pescado pequeño", que debería
responder por algunos escándalos financieros, pero cuya captura la Junta
Militar no consideraba vital.
Isabel continuaba acompañada por la mucama española Rosario Álvarez
Espinosa, que no dejaba de cuidar a los caniches (un día uno de ellos se perdió
en la Base y todos los oficiales participaron en su búsqueda) y de solicitar la
devolución de sus joyas personales, que estaban en la residencia de Gaspar
Campos. Durante muchos años, se las reclamaría al juez Rafael Sarmiento.
En su reclusión de Azul, Isabel pidió una pala y una tijera y todas las
mañanas se dedicaba a trabajar en el jardín. También pidió brochas y pintura
blanca para pintar sillas, una mesa de la terraza, y las puertas del garaje.
Por la tarde, iba a buscar libros en mal estado a la biblioteca y los
encuadernaba. Las enfermeras le enseñaron a tejer. Al poco tiempo el jardín
floreció.
Cuando a principios de 1977 Rosario visitó la residencia de Gaspar
Campos para buscar más ropa, se enteró del robo. La cerradura de su habitación
estaba rota. Y todas las joyas que había recibido en actos de protocolo junto
al matrimonio Perón, y que fue guardando en un estuche de cuero con un Napoleón
de metal dorado, habían desaparecido. Según consta en el expediente judicial,
la custodia de los bienes del matrimonio Perón en la residencia de Gaspar
Campos había quedado bajo responsabilidad del general de brigada Santiago
Riveros. Sólo existió una única autorización para tocar el mobiliario. Fue para
el teniente primero Eduardo Marcelo Villarroel, quien quedó como depositario
judicial de un televisor blanco y negro Sanyo de 14 pulgadas, una estufa y una
lustra aspiradora Yelmo. "Sus joyas están en el inventario de la señora
Isabel. Quédese tranquila, pronto se lo devolverán", le dijo el juez
Rafael Sarmiento a la mucama, en su intento por tranquilizarla. A Isabel, la
Justicia le restituyó las pertenencias a través de su amiga, la señora De
Marco. Rosario Álvarez Espinosa nunca pudo recuperar sus joyas. Cada vez que le
escribía al juez, detallaba el reclamo: "Una pulsera de oro, un reloj de
señora de oro, un reloj de hombre con la foto del General Perón, un broche de
oro, una cadena de oro con una medalla, una cadena con una cruz de plata con
incrustaciones de piedras, un par de pendientes de oro, un anillo de oro con
piedra, además de otras de fantasía".
Ella se complacía en esas apariencias de vida serena. Sin embargo, el 14
de junio de 1977 le llegó una citación. Era un aviso: al día siguiente sería
indagada. Isabel se sintió muy afectada. Le habían prometido que el juez no la
iba a molestar más. Lloró durante toda la tarde. Estaba muy nerviosa. Le pidió
a la mucama que le trajera un rosario de oro, el mismo que le había dado el
papa Pío XII a Evita, y le rogó que se fuera. Quería estar sola, desapa- recer
del mundo. Cuando al cabo de un rato la encontraron en el salón de la casa,
tenía en sus manos el anillo y el
rosario. Se aferraba a esos objetos con las mismas manos Temblorosas con las
que antes había vaciado un frasco entero de Valium 10 en su boca.
FUENTES DE ESTE
CAPÍTULO
Para el último encuentro de Claudio Ferreira y López Rega se realizó una
entrevista a Eloá Copetti Vianna. Para la estadía de López Rega en España
cuando tenía pedido de captura, se entrevistó a un ex agente de inteligencia
español que solicitó reserva de su nombre, y se consultó un artículo de la
revista Interviú del 9 de abril de 1981. Para la debilidad y la impotencia
operativa de la guerrilla montonera en 1975, véanse págs. 76 y 77
de Pasado y presente. Guerra, dictadura y sociedad en la Argentina, de
Hugo Vezzetti. Para el exilio de López Rega, véase reportaje a Luis Prieto
Portar en revista Somos del 26 marzo de 1986; también se entrevistó a Mario
Rotundo y a Juan Carlos Basile, quien relativizó su ayuda a López Rega en
Miami, aunque dos fuentes dan incluso mayores precisiones sobre su papel al
respecto. En cambio, Basile confirmó la ayuda brindada por Prieto Portar. Para
la valoración de Massera sobre López Rega, se tomó como fuente un cable de la
embajada norteamericana de octubre de 1976, desclasificado por el Departamento
de Estado. Para el posible retorno de López Rega a Buenos Aires en noviembre
de1975 y la llegada de María Elena Cisneros a Suiza, se entrevistó a un ex
colaborador de López Rega que prefirió mantener su nombre en reserva. Para las
declaraciones judiciales de Isabel, la causa de la Cruzada de la Solidaridad
Justicialista y el tema de los fondos reservados, se realizaron entrevistas al
entonces secretario judicial Alfredo Bisordi y a Rosario Álvarez Espinosa. Para
el envío del libro El sabio y el hindú a Paso de los Libres y a Buenos Aires,
se realizaron entrevistas a Luis Silber y a Mario Rotundo. Para la tentativa de
ataque de militantes montoneras a Norma López Rega en la cárcel, se entrevistó
a Raúl Lastiri (h). Para el intento de suicidio de Isabel y la vida cotidiana
en la reclusión, se entrevistó a Rosario Álvarez Espinosa.